Esté donde esté soy una persona fácil de localizar. Llevo mi
rutina conmigo a cualquier lugar que vaya. En Oviedo, el café de la mañana es
en Los Porches, y allí puede encontrarme cualquiera que quiera verme; en Nueva
York, el café de la librería Barnes & Noble, en Union Square. Me gusta
sentarme cerca de las ventanas, a las que antes se asomaban las Torres Gemelas
y ahora solo el gran mástil con la bandera. Si se celebra el mercado de
productos orgánicos o ecológicos (no sé bien la diferencia), la plaza tiene un
color y un olor de otro tiempo, como de lunes en Avilés o de jueves en el
antiguo Fontán. En Barnes & Noble tomo un café, hojeo algunos libros, anoto
unas líneas, descanso un rato del callejeo urbano, que es mi ocupación
preferida cuando estoy en Nueva York.
Quien
quiera encontrarme sabe donde en encontrarme, en Oviedo o en Nueva York o en
cualquiera de los pocos lugares –siempre los mismos– a los que suelo
desplazarme cada año. No me sorprendió por eso demasiado la interrupción; sí el
rostro con el que me encontré.
“Te leo.
Sabía que estabas aquí”, dijo sonriente.
Coincidimos
en una fiesta, allá por 1990, la primera vez que estuve en Nueva York, y desde
entonces no había vuelto a tener noticias suyas.
“¿Puedo
sentarme un rato? ¿No te molesto?”
Me costó
olvidar aquella noche remota, pero ya la había olvidado del todo, o creía
haberla olvidado. Ya solo volvía a ella en sueños y muy de tarde en tarde. No
sabría decir si la sorpresa de aquel encuentro era agradable o desagradable.
“Me alegra
tener la ocasión de pedirte disculpas. Yo acaba de salir de una relación y no
quería entrar tan pronto en otra”.
Yo pensé
que aquel diálogo sonaba a novela sentimental o a una de esas películas para
televisión que a mí tanto me aburren.
“¿Quieres
tomar algo? ¿Sigues viviendo en Nueva York?”
No quería
tomar nada, solo charlar un rato, daba clases en la Complutense de Madrid,
estaba en Nueva York asistiendo a no sé qué congreso. Yo, de vez en cuando,
miraba distraído por la ventana, como si me aburriera aquella conversación, con
la que tantas veces había fantaseado en las noches de insomnio. Desde entonces
me han vuelvo a romper muchas veces el corazón, pero ninguna me dolió tanto
como aquella.
En el café
de Barnes & Noble, en Union Square, siempre he sido feliz. Para mí es más
una biblioteca, o un rincón de mi casa, que una librería; los libros suelo
comprarlos al otro lado de la plaza, en la laberíntica Strand.
Me dio una
tarjeta del hotel en que estaba, muy cerca del mío, tras anotar en ella su
teléfono. “Llámame, podemos quedar una noche a tomar algo”.
Nada me
habría apetecido más durante largos años; nada me apetecía menos ahora. Soy una
persona rutinaria y vengativa. ¿Pretendía arreglar tantos años después lo que tan
minuciosamente había destrozado? Que no se preocupara, ya se había arreglado
solo.
Miré por la
ventana las copas de los árboles, agitadas por el viento, la bandera de las
barras y estrellas, los murales de las paredes con sus retratos de escritores y
recordé unos versos: “¿A que volviste si volvía contigo / el aroma de días que
no han de volver?”
Volvía el
olor, pero no el dolor de aquello días. En el café de Barnes & Noble, en
Unión Square, solo se puede ser feliz.
Muy bueno este proyecto. Nunca está de más valorar dónde y cuándo hemos sido felices. Supongo que conocerá un libro de César Antonio Molina llamado "Lugares donde se calma el dolor" que estaba en una línea parecida y que me gustó mucho.
ResponderEliminarConozco ese libro, una hermosa guía de viajes por lugares llenos de historia y de literatura.
ResponderEliminarJLGM