sábado, 30 de enero de 2021

Después y todavía: La conquista de la felicidad

 

Sábado, 23 de enero
EL VIAJE DEFINITIVO
 

Philippe Daudet, hijo de Léon Daudet, nieto de Alphonse Daudet, salió de su casa de París un 20 de noviembre de 1924 y cinco días después lo encontraron dentro de un taxi con un tiro en la cabeza.

            Tenía solo catorce años, pero ya era escritor, como su padre, el novelista y crítico literario y activo militante de la extrema derecha, y como su abuelo, el famoso autor de Tartarín de Tarascón. Philippe Daudet era un pequeño Rimbaud. A los doce años se había escapado por primera vez de casa y lo encontraron deambulando por Marsella. “La partida” se titula uno de sus poemas en prosa: “Mi alma tiembla de gozo solo con imaginarse lo que de un momento a otro va a encontrar. Veo el sol de la Provenza, las hermosas muchachas de piel tostada, los hombres atrevidos y audaces, y también los cielos oscuros y la nieve y la eterna tristeza del Norte. La vida me aguarda ahí fuera. Únicamente tengo que soltar amarras para ser feliz. ¡Adiós, mi vieja casa! ¡Adiós, padres queridos! Nadie sospechará los motivos que me han impulsado a partir. Dos días más y como el pájaro que se lanza a su primer vuelo, así volaré yo hacia lejanos países, hacia la aventura”.

            Con el dinero que ha ido sustrayendo a su familia, toma el tren hacia El Havre. Quiere embarcar hacia Canadá, empezar allí una nueva vida de cazador y explorador, de lobo solitario. Pero el dinero que lleva –niño bien, no conoce el valor del dinero-- es insuficiente para comprar el pasaje. El día 22 decide regresar a París, aunque no a su casa. Se presenta en la redacción de la revista anarquista Le Libertaire. Dice llamarse Pierre Bonchamps, ser un ferviente libertario y estar dispuesto a cometer un atentado contra el presidente del gobierno, Raymond Poincaré, el presidente de la República, Alexandre Millerand, o incluso contra Léon Daudet, el gran enemigo del anarquismo. Unos le tienen por loco, otros por un agente provocador. Pasa la noche en casa de uno de los militantes, que se compadece de aquel adolescente afiebrado, casi un niño. Según diría después, le contó que su padre le golpeaba, le castigaba duro, le odiaba y que él también le odiaba como a toda la burguesía y que quería vengarse del mundo cometiendo un crimen ejemplar. Trataron de disuadirle. No lo conseguieron y acabaron enviándole a la librería Le Flaouter, en el Boulevard Beaumarchais, para que el librero, simpatizante del anarquismo, le proporcionara un revólver. La consigna era que pidiera un libro de Baudelaire. El librero, que es un infiltrado, como en la novela de Chesterton, ha avisado a la policía. La librería está rodeada. Fhilippe, sin embargo, sale de ella con el arma. Los policías, a cuyo frente está el comisario Colombo (toda la historia parece inventada), le dejan marchar, sin que se sepa por qué. Philippe sube tranquilamente a un taxi. Cuando el taxista se detiene en la dirección indicada, en el Boulevard Magenta, nadie baja del vehículo: Philippe está tumbado en un charco de sangre y la pistola en el suelo, cerca de su mano.

            Léon Daudet, el padre, nunca se creyó la teoría del suicidio, que fue la oficialmente aceptada. Siempre creyó que los anarquistas habían asesinado a su hijo para vengarse de él. Así lo declaró en numerosos artículos de L’Action Française. El taxista, acusado de cómplice, lo denunció por difamación, y Daudet fue condenado y tuvo que exiliarse para evitar la cárcel.

            De Philippe Daudet, que no se sentía querido por sus padres (y que quizá no lo era, tardaron en preocuparse por su desaparición, no la denunciaron), nos quedan los cinco días enigmáticos y trepidantes que vivió como Pierre Bonchamps y un puñado de poemas en prosa escritos a la manera de Baudelaire: “Bailamos en un tugurio de Montmartre y desde entonces la he visto con frecuencia. No es más que una cualquiera, pero ella lo sabe; no es hermosa, pero ella lo sabe. Dice que es hermana de un antiguo ministro ruso y cuando está ebria de baile, de cócteles y de amor, canta mejor que las sirenas”.

Lunes, 25 de enero
CONTROL Y DESCONTROL
 

Leo los titulares de los diarios al echar una distraída mirada al teléfono: “El virus fuera de control en esta tercera oleada”. Irónicamente, me ajusto bien la mascarilla, no vaya a ser que me haga daño el olor de los eucaliptos que me rodean, y pienso: “Los ciudadanos, en cambio, estamos cada vez más controlados”. Váyase una cosa por la otra.


Miércoles, 27 de enero
PRESERVAR LA MEMORIA

Me entero de que cierran las salas de cine de Los Prados, dicen que “temporalmente”. ¿Temporalmente? Donde nuestro Atila autonómico pone los pies del BOPA, ya no vuelve a crecer la hierba. La última película que vi fue El profesor de persa, otra vuelta de tuerca al nazismo y los campos de concentración en tono de tragicomedia. La emocionante escena final, cuando el protagonista recuerda uno por uno los nombres de los compañeros de cautiverio exterminados, me trajo a la memoria aquella sala abovedaba y oscura de Yad Vashem, el museo del holocausto, donde se van repitiendo una y otra vez, interminablemente, los nombres de los que murieron en los hornos crematorios.

 

Jueves, 28 de enero
POLI BUENO, POLI MALO

--¿Cuánto tiempo hace que no hablas de los independentistas catalanes, Martín? ¿Ya te han defraudado, como a todos, y te avergüenza recocerlo?

            ---Me han defraudado, sí, pero eso no quiere decir que, en lo que al referéndum de autodeterminación se refiere, no siga creyendo que la razón estaba por completo de su parte. Que fue legítimo y que si fue ilegal y trajo tanta cárcel y tanto exilio fue solo porque el gobierno de España lo decidió así: había vías –dentro de la actual Constitución española-- para que pudiera celebrarse dentro de la legalidad, como una fiesta de la democracia. Así podríamos saber, por fin, y sin ninguna duda, que la mayoría de los catalanes quieren seguir siendo españoles, según se nos repite una y otra vez en los medios de comunicación.

            ----¿O sea que a ti no te ofendió que Pablo Iglesias comparara a Puigdemont con los exiliados republicanos?

            ----Me ofendió la réplica airada de la “izquierda” española. Yo no voy a comparar nada. Solo decir que Puigdemont es un exiliado político. ¿Cómo no lo va a ser si se presentó a unas elecciones legales en España, si le votaron miles de españoles (entre ellos, yo), si obtuvo acta de diputado, si es mi representante en el parlamento europeo, si goza de la inviolabilidad de todos los diputados y a pesar de ello no puede volver a su país sin riesgo de ser encarcelado? Pero eso no implica que el Govern, en su tratamiento de la pandemia, no me haya parecido tan inepto, o más, que el de Castilla-La Mancha, Asturias o La Rioja. Todo lo han fiado en maltratar a la población, sin tener en cuenta si las medidas son eficaces o no: con que hagan daño a la salud y a la economía les parece suficiente.

            ----¡Para ti todo el mundo lo hace mal! ¡Tendrían que haberte puesto a ti al frente de la situación!

            ----Peor que el anterior ministro de Sanidad no creo que lo hubiera hecho.

            ----¡Pero si está más valorado que nadie! ¡Si los socialistas confían en su prestigio para acabar de una vez por todas con el independentismo!

            ----El truco del poli bueno y el poli malo siempre fue eficaz. Pero para ser creíble conviene que los representen distintos policías. Illa, durante los meses de bárbaro e irracional confinamiento, que algunos no olvidamos, fue el poli malo. Yo le vi sacar pecho en una comparecencia televisiva presumiendo de que en España teníamos el confinamiento más duro de Europa (se calló que también el más ineficaz). Eran meses en que los niños –esos niños que ahora van a clase y juegan en los parques infantiles sin que pase nada-- no podían ni poner un pie en la calle, aunque fuera de uno en uno y de la mano de un progenitor. No solo la policía, el ejército se ocupaba de mantener a raya a tan peligrosos individuos. El ejército, los soldados que yo vi patrullar de dos en dos y de tres en tres y amontonarse en furgonetas sin llevar en ningún caso mascarilla. Por entonces el ministro de Sanidad, y un tal Fernando Simón, que inexplicablemente aún sigue ocupando su cargo, decían que las mascarillas no eran recomendables para la población en general. Pero muy lerdo había que ser para no saber que sí lo eran para quienes se amontonaban en un vehículo y pretendían “protegernos” de los contagios. Ahora el mismo poli malo de entonces va de poli bueno e impide a quienes tanto lo desean, como nuestro presidente autonómico, confinar a la población, aunque sea de manera más racional que entonces. Insisten e insisten, pero él (sin pedir perdón por la barbarie de antes, sin que se le caiga la cara de vergüenza) repite una y otra vez que el gobierno no va a autorizar otro confinamiento. Solo le falta añadir: “Al menos hasta el 14 de febrero, que luego ya veremos”.

            ----¿Tú crees que va a arrasar en Cataluña?

            ----Todo es posible. Yo ya he perdido toda fe en la racionalidad de los seres humanos. Se habla mucho de la inmunidad de rebaño, se habla menos de lo fácil que es manipular a un rebaño cuando se le mete el miedo en el cuerpo. ¡Que viene el lobo!, gritan diarios y telediarios y todos se apretujan alrededor del pastor sin importarles que pueda estar llevándoles al matadero.

Viernes, 29 de enero
CARPE DIEM

Recuerdo a menudo los versos de Horacio traducidos por Fray Luis de León: “La vida es tan incierta y tan medido / su término, que debe el que es prudente / enfrenar el deseo y la esperanza / de cosas cuyo fin tarde se alcanza”.

            Visto lo visto, en qué manos estamos, he perdido toda esperanza de que podamos escapar de esta, al menos en los próximos veinte, treinta o cuarenta años. Vivo al día, disfruto de cada instante de sol, del café de la mañana, de los libros nuevos, de la alegría de los niños al salir de la escuela, de la charla casual con un amigo, de los largos paseos por el monte.

            Esquivo como puedo cada nuevo golpe de las autoridades y no desperdicio ni la más mínima ocasión de ser feliz. Si no lo soy, que no sea por culpa mía.



sábado, 23 de enero de 2021

Después y todavía: ¡Indignaos!

  

Sábado, 16 de enero
ADIÓS, MAR
 

El azar, que todavía tiene la costumbre de jugar en mi equipo, me lleva esta soleada mañana de invierno hasta la desembocadura de la ría de Avilés y las dunas de San Juan de Nieva, Nadie esperaría, tras la desolada zona industrial, encontrarse con este paraíso. Respiro hondo, dejo que me acaricie el fresco olor atlántico y a la memoria me viene aquel día tan remoto en el que, en este mismo rincón del mundo, descubrí el mar.

            Me sigue asombrando como en aquel remoto entonces. Qué ganas de embarcarme, de irme lejos, de subirme a esa galera que en el romance del infante Arnaldos “a tierra quiere llegar”.

            De embarcarme, sí, de dar la vuelta al mundo, pero para desembarcar aquí, en estos mismos arenales, convencido de que, al menos mientras dura la luz de esta mañana, no hay lugar más hermoso.

            Como luego, igual que cada sábado, en el Atrio. Al terminar, Denis, el camarero, me dice: “Parece que tardaremos en vernos. La camarera acaba de oír que el lunes nos cierran”.

            Yo no podré volver a Avilés, pero los de Avilés tampoco podrán asomarse al mar. Lo tienen a dos pasos, a media hora de camino, pero por azares de la división administrativa (cosas del caciquil siglo XIX), está ya en otro concejo. ¡Qué paradoja! Avilés es el único puerto de mar del mundo cuyos habitantes no pueden ver el mar.

            Las autoridades sanitarias –lo de sanitarias es un decir: nunca nadie se preocupó menos por la salud integral del los ciudadanos-- les prohíben pasear a solas, como yo esta mañana, por la playa de San Juan. Tendrán que amontonarse en el paseo de la ría.

            Y hay quien aplaude tan sabia decisión. Somos como las mujeres maltratadas que, tras cada paliza del marido, se niegan a denunciar –en este caso a exigir la dimisión entre abucheos de don Ordeno y Mando-- y afirman entre sollozos: “Lo hace por mi bien; en el fondo, me quiere”.

Domingo, 17 de enero
EN EL FONTÁN

Menos mal que de momento todavía nuestro maltratador nos deja el mercadillo del Fontán. Compro las Cartas trascendentales a un amigo de confianza de José de Castro y Serrano. No había oído hablar ni del libro ni del autor, pero en seguida me entero de que es un bienhumorado periodista del siglo XIX y uno de nuestros primeros gastrónomos. El libro se editó en 1871 en la imprenta de T. Fortanet, la misma en la que ese año se editaron las obras de Bécquer. Esas cartas aparecieron antes en un periódico, La América, el año 1862, en pleno reinado isabelino. Las tres partes del libro plantean otros tantos problemas: “¿Por qué razón vivía yo en Madrid hace quince años como un potentado con veinte mil reales de renta y ahora que tengo treinta y cinco mil vivo como un pordiosero?”, “¿Tenemos obligación los españoles de hacer algo en favor de nuestras mujeres?”, “ El hombre del siglo XIX, ¿debe casarse?”

El mundo que retrata Castro y Serrano es el de las novelas de Galdós La de Bringas o Lo prohibido. ¡Cuántos prodigiosos detalles exactos, que faltan en los libros de historia, en este libro! Lo que dice sobre el trabajo de las guanteras y bordadoras, por ejemplo. La obsesión por el lujo que caracterizó a la clase media española durante el reinado de Isabel II queda aquí caracterizada de primera mano. Incluso se alude al origen de ciertas riquezas, a esos comerciantes que declaraban embarcar emigrantes en Galicia, pero desembarcaban negros bozales en Cuba (entonces la esclavitud seguía siendo legal en España –lo sería bastantes años más--, pero ya estaba prohibido el tráfico de esclavos).

            Compruebo que este raro libro se puede comprar en una librería americana por quinientos dólares más gastos de envío, mientras que yo lo he comprado por quince euros. Eso, naturalmente, acrecienta el placer de la lectura.

Lunes, 18 de enero
PLAZA DE LA POESÍA

Junto al cartel con el nombre de Oviedo, en el Gran Bulevar del Vasco, se abre un nuevo supermercado y es como si de pronto el hosco ceño de estos días se hubiera iluminado con una sonrisa. Recuerdo el deslumbramiento que sentían ante los centros comerciales quienes llegaban de la Europa del Este o de la Cuba desabastecida. El llamado mundo libre mostraba en ellos su mejor rostro, su más seductor canto de sirenas.

            En estos malos meses últimos, han sido el hilo que nos ha mantenido siempre unidos a la normalidad. Prohibieron los paseos solitarios por el campo, cerraron los cafés, los abrieron, los volvieron a abrir, nos encerraron en casa a las once de la noche, luego a las diez, toda una prolongada sesión de ducha escocesa capaz de acabar con el equilibrio de cualquiera. En cuanto uno se adaptaba a las nuevas normas (tan inútiles como las anteriores), las cambiaban por otras. No me he vuelto loco (ni me volveré, cabrón, no te hagas ilusiones), porque cada día iba a hacer la compra al Carrefour o a Hipercor o a Alimerka o a Mercadona y mientras paseaba entre las estanterías coloreadas e iluminadas, mientras escogía la fruta, mientras me cruzaba con los demás compradores –nunca escasos, por suerte--, me hacía la ilusión de que el mundo no se había derrumbado del todo y de que, más pronto o más tarde (parece que más tarde que pronto), se iba a volver a poner en pie.

            Tras el derribo de la estación del Vasco, un inmenso socavón recibía a quienes llegaban a Oviedo. Luego hubo proyectos y proyectos para llenarlo, incluso anduvo por allí Calatrava con uno de sus llamativos disparates. Por fin se construyeron los blancos edificios, la ancha terraza superior, el ascensor junto al nombre de la ciudad, pero todo seguía esperando una voz que le dijera, como en la rima de Bécquer, “levántate y anda”..

            Y hoy abren un acristalado Mercadona que ha puesto una sonrisa al ceño fruncido del día. Nunca me imaginé que me iba a alegrar tanto la apertura de un supermercado. Frente a él, como un símbolo, la Plaza de la Poesía a pleno sol. Mientras espero mi turno en una de las cajas, yo imagino los versos que se grabarán pronto junto a su nombre: “La palabra amor no abraza, / la palabra mar no tiene olas, / la palabra fuego no quema. / Salvo en el poema”.

Martes, 19 de enero
PERMANECE Y DURA

María Victoria Atencia, que este año cumple noventa años, me hace llegar su último libro, Semilla del Antiguo Testamento, y de pronto me viene a la memoria la vez que estuvo en mi casa. Fue en 1988. Yo acababa de mudarme a esta casa de la calle Murillo en la que vivo desde entonces. Había venido la poeta a Oviedo a una de las lecturas que organizaba en la biblioteca del Fontán el infortunado Eduardo Errasti. Por la mañana, la acompañó a visitar San Julián de los Prados. Y luego se le ocurrió hacerme una visita. Todavía casi nada estaba en su sitio y recuerdo a María Victoria sentada en una silla en medio de aquel desorden con la elegancia de una reina en una recepción palaciega. “Huele a nuevo, a vida por estrenar”, dijo. Treinta y tres años han pasado desde entonces y ella sigue acordándose de mí y me envía su último libro dedicado con su letra puntiaguda. Cuando tengo la sensación de caminar sobre arenas movedizas, me alegrar comprobar que algo permanece, que aún puedo evitar hundirme sujetándome a las ramas de la admiración y la amistad.

Miércoles, 20 de enero
HISTORIA VIVA

Para no pensar en lo que está pasando, en lo que nos están haciendo –dicen que por nuestro bien--, abro un tomo de Mundo gráfico y doy un salto a la España de 1915. Son los tiempos de la Gran Guerra y las imágenes de las ciudades europeas devastadas alternan con las de Alfonso XIII yendo de cacería. Galdós, con la cabeza caída, escucha la lectura de sus palabras en un homenaje al semanario La Esfera, de la misma empresa que Mundo gráfico y el gran éxito de entonces. Muere Francisco Giner de los Ríos y yo busco a Antonio Machado entre los asistentes a su funeral. La escuadra aliada no ha logrado atravesar el estrecho de los Dardanelos. No mencionan a quien luego recibiría el nombre de Ataturk, el artífice de la victoria. Luego intentarían llegar a Estambul por tierra y la consecuencia sería la hecatombe de Galípoli (recuerdo bien los miles de tumbas alineadas).

Ataturk volvió del revés lo que quedaba del imperio otomano para crear la nación turca, que quiso europea y laica. Concedió el voto a la mujer por los mismos años que la España republicana. Ahora Erdogan vuelve del revés la Turquía de Ataturk. Pero yo todavía pude ver, paseando por la orilla de los Dardanelos –Asia a un lado, al otro Europa--, en la luminosa Çanakkale, a dos amigas cogidas de la mano e intercambiando miradas amorosas como en un poema de Safo.

 

Jueves, 21 de enero
HUMILLADOS Y OFENDIDOS

El tiempo está tan cambiante e irritable como estamos todos. Por la mañana, temperatura agradable, lluvia y sol, grandes claros que yo aprovecho para pasear por mi ruta favorita hasta Santa Ana de Abuli. Caballos que pastan; las esquilas de las vacas, que siempre me recuerdan unos versos de Juan Ramón Jiménez; incluso una oronda mamá cerdo seguida de dos juguetones cerditos.

            Por la tarde, el día frunce el ceño. Ráfagas de viento agitan y en algunos casos derriban peligrosamente los toldos de las terrazas. Las cafeterías están abiertas, iluminadas, sonríen acogedoras, pero nadie puede penetrar en ellas. Como náufragos, unos pocos valientes se sientan bien arropaditos en las terrazas. Una señora anciana no se acaba de creer que no pueda entrar y se enfada con la camarera, como si ella tuviera la culpa. Parece una escena de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, pero vuelta del revés. Me llegan frases sueltas: “Primero nos prohíben las terrazas, ahora solo podemos servir en las terrazas. Que me expliquen por qué”. La camarera por un momento se deja llevar por la ira: “¡Ese hijoputa!”, la oigo decir. Una clienta trata de calmarla: “En todas partes es lo mismo”.

            Sí, en todas partes es lo mismo o peor. Una o dos bofetadas de vez en cuando tampoco es para tanto. “Mi marido me pega lo normal, no puedo quejarme”, decían las mujeres hasta hace pocos años.

            Ahora las mujeres han dicho basta ya, pero los ciudadanos maltratados aún no se deciden a decirlo y plantar cara. Se conforman con agachar la cabeza ante cada nuevo bastonazo y consolarse diciendo: “En la Rioja están peor, no me puedo quejar, mi Presidente me maltrata lo normal”.



sábado, 16 de enero de 2021

Después y todavía: Sin miedo ni esperanza

  

Sábado, 9 de enero
ARRECIA EL TEMPORAL

Mientras media España se muere de frío, yo paseo bien abrigadito por la orilla de la ría de Avilés y se me ocurre pensar que del frío del cuerpo puede uno resguardarse mejor que del frío del alma.

            Alguna vez lo he sentido, pero ahora no. Me protege el amor que tengo y el amor que me tienen. El primero es real, el segundo no sé si imaginario. Pero, imaginario o no, qué bien arropa ahora que arrecia el temporal.

Domingo, 10 de enero
PERO SOLO

¡Qué hermosa la nieve! Pero solo en los documentales de National Geografic y en los recuerdos de infancia.

Lunes, 11 de enero
LA GRAN FAMILIA

Me gusta estar solo, pero entre la gente. Por eso prefiero leer o escribir en las cafeterías, no en casa. Nunca me molesta el runrún de la vida. No soy de los que cuentan su vida a los camareros, aunque lleve frecuentando el local años y años, pero siento su compañía, valoro los pequeños gestos amables. Me acerco al McDonald’s de los Prados y, nada más verme, comienzan a preparar mi café con leche y me lo entregan sin tener que aguardar la cola. Suelo sentarme siempre en el mismo lugar, salvo cuando está ocupado, claro. A veces me avisan en cuanto queda libre, como hoy en Las Salesas, por si quiero cambiar. Esos pequeños detalles son los que me hacen estar a gusto. E ir conociendo, sin hablar nunca con ellos (no suelo hablar con desconocidos), a los otros habituales. Del cliente solo, nadie sabe nada, pero en cuanto se sienta junto a él un conocido y se ponen a hablar no tardamos en saberlo todo, comenzando por sus simpatías políticas. Hoy, al ir a dejar Noor, mientras pagaba, me dijo el camarero y dueño: “¿Recuerda a la señora que servía antes de que nos cerraran?”. Claro que la recordaba, más de una vez había querido preguntar por ella. El último día antes del (por ahora) último cierre de las cafeterías se acercó a mi mesa y me dejó, metido en una bolsa de papel, que abrió un momento para mostrármelo, un dulce recién salido del horno. “Para la merienda”, dijo. Luego la oí decir que el primer día sin trabajo lo iba a dedicar a descansar y al siguiente se iría a caminar por el monte, a respirar aire libre, sus anchas. “Murió el sábado. Era mi suegra, era como mi madre. Le apareció un cáncer y no duró ni un mes. Nunca había estado enferma, era incansable, fumaba mucho, hasta el último día, pero el cáncer no tuvo que ver con ello”. No pude evitar que al salir se me llenaran los ojos de lágrimas, como si fuera alguien de la familia. Y lo era, aunque ni siquiera sé su nombre. Nada más verme entrar, se apresuraba a traerme el vaso de agua, para que pudiera descubrirme la cara y leer con libertad, y luego iba a preparar el café. Y el último día, adivinando que soy más bien goloso, me dejó un dulce recuerdo.

            Soy un solitario, pero no puedo vivir sin la gente. Si me dejan sin esos lugares fuera de casa en que me siento como en casa (Los Porches, Noor, Vetusta, el Savanna, Dos de Azúcar, Chelsea), me empobrecen la vida, le quitan buena parte de su color y de su sabor, me enferman de melancolía.

Martes, 12 de enero
CALLO, PERO NO OTORGO

----¿Pero de verdad no vas a comentar las nuevas medidas de Loquillo para fingir que hace algo y protege nuestra salud cuando de sobra ha demostrado no ser capaz de hacer nada? ¿De verdad no vas a ironizar con esos estudios científicos que le permiten afirmar que el virus en los bares solo comienza a ser peligroso a partir de las ocho de la tarde? ¡No me lo puedo creer! ¿Y no te vas a carcajear de que el gran peligro de contagiarte si salías de casa a partir de las once de la noche a pasear por una calle solitaria ahora se ha anticipado a las diez, como castigo por los excesos durante las descafeinadas navidades, que el virus es muy moralista y no le gusta que trasnochemos? ¿Y ni siquiera vas a comentar ese rumor que corre por ahí de que, en la remodelación del gobierno que se avecina, se va a crear un nuevo ministerio, el Ministerio del Miedo (así lo llaman en privado, pero creo que su nombre oficial será Ministerio de la Verdad), que gestionará las redes sociales y los medios de comunicación y a cuyo cargo estará el todavía hoy presidente del Principado? ¿Y no vas a seguir descalificando a quienes apoyan cualquier medida de nuestras autoridades, por ridícula que sea, como tus amigos los poetas Piquero y Cereijo? ¿Ni siquiera vas a salir en defensa de los hosteleros, el chivo expiatorio favorito de los descerebrados mandamases?

----Ni siquiera. Esto va para largo. Unos pocos, con el aplauso de muchos, nos han metido en un laberinto sin salida. Sarna con gusto no pica. ¿A qué combatir caprichosas e ineficaces restricciones si una mayoría aplaude agradecida? Yo, a partir de ahora, me limitaré a capear privadamente la pandemia y la tontemia –que no parece que vaya a tener fin, al menos en una generación-- de la mejor manera posible.

Miércoles, 13 de enero
DE SOBRA LO SÉ

Los que no parecemos cambiar, también cambiamos. Ahora la poesía joven me interesa más bien poco, al contrario que cuando me dedicaba a antologarla reiteradamente. Quiero decir, lo que se llama poesía joven: ejercicios, desahogos, borradores de gente que de mayor se va a dedicar a otra cosa (los más valiosos) o se va a convertir en un correcto poetilla multipremiado. Salvo raras excepciones, los poetas jóvenes no comienzan a escribir poesía a secas, ni joven ni vieja, hasta que están más cerca de los cuarenta que de los treinta. ¡Y cómo envejece la literatura! Cualquier ejemplar de un periódico de hace cien años me interesa más que una novela o una revista literaria de entonces. La literatura, salvo que sea gran literatura, tiene rápida fecha de caducidad, al contrario que el periodismo, esa huella dactilar del tiempo que pasa.

            Y también he perdido interés por escribir poesía, aunque de vez en cuando siga escribiendo, sin querer y como a pesar mío, variaciones del mismo poema. Esta mañana el cielo era de un azul espléndido, como de echarse la mochila al hombro y ponerse a recorrer el mundo. Pero antes de salir abrí el ordenador y escribí unas líneas que podían ser versos, al azar, sin saber tras cada una lo que iba a decir en el siguiente: “Toda la noche el viento en las ventanas / de la casa vacía, queriendo entrar en ella, / arrancando las tejas, golpeando la puerta, / repitiendo un nombre que fue mío. / En la casa vacía solo yo estoy con vida / aunque parezca muerto como todos los otros, / aunque no escuche a quien insiste y llama, / y en un rincón se pudra todo el amor que tuve. / ¡Si el viento pudiera llevarme consigo / lejos, muy lejos, a un lugar que no existe, / donde vivir no duele y no se pone el sol! / Hay noches que duran muchas noches, / instantes que no se acaban nunca / y tu mano en mi mano todavía”.

            Lo releo y pienso que esa historia ya la he contado, y mejor, infinitas veces. ¿De quién esa mano que en mi mano sigue todavía? De sobra lo sé, pero no me apetece hablar de ello. Por eso prefiero no escribir poesía: en los poemas no hablo de otra cosa.

Jueves, 14 de enero
NO HAY SALIDA

El miedo que nos inoculan, un día sí y otro también, las autoridades político-sanitarias abre grietas en el cuerpo y en el alma por las que entran todas las enfermedades. Y la primera de todas, esa que sirve de pretexto para asustarnos y ante la que nos dejan cada vez más indefensos.

            A mí no han conseguido meterme miedo, pero sí quitarme la esperanza de que algún día podamos salir de esta.

 

Viernes, 15 de enero
YO, NEGACIONISTA
 

Me cuenta un amigo psiquiatra que las enfermedades mentales no solo pueden afectar a un individuo, sino también a una familia o a una colectividad. En este último caso, únicamente se considera enfermo –y se le maltrata como a tal y se le llama “antivacunas”, “neganionista”, “trumpista” o cosas peores--  a quien conserva la lucidez.


 


sábado, 9 de enero de 2021

Después y todavía: Ahí queda eso

 

Sábado, 2 de enero
INVITACIÓN AL VIAJE
 

Abro un libro viajero del olvidado Pierre Loti. La pátina del tiempo, tras volverle un poco ridículo, le ha llenado de encanto. De su mano visito el Marruecos de 1889, el año de la exposición universal de París que nos dejó como herencia, y símbolo de modernidad, la torre Eiffel. Comienza con versión del carpe diem: “Vivamos en un vago sueño de eternidad, sin la ansiedad del mañana, y dejemos que las viejas paredes se agrieten bajo el peso del sol de los estíos; que las hierbas crezcan sobre el techo, que se pudran las bestias en el lugar mismo en que sucumbieron. Desdeñémoslo todo y gocemos solamente del desfile de las cosas que no engañan, de las criaturas hermosas, de los bellos corceles, de los frescos jardines, del perfume de las horas”.

            Viaja con abundante escolta, como un invitado especial del sultán. La tarde misma de su llegada a Tánger visita el campamento ambulante que habrá de acompañarle, dispuesto fuera de las murallas en un altozano que domina la ciudad: “Es una verdadera aldea nómada, montado ya y habitado por nuestra escolta de árabes. En torno a él, pastan caballos, camellos, acémilas de carga, trabados con cuerdas, despuntando una hierbecilla corta muy aromática. Podría tomárselo por una tribu cualquiera, por un aduar del que brota ya un fuerte hedor a beduino; y tristes canturreos en falsete y débiles tañidos de laúd se escapan de la tienda de nuestros camelleros”.

            El lugar de partida es el zoco: “Hoy es día de mercado, docenas de camellos yacen arrodillados en tierra y la masa de campesinos y mendigos, con grises chilabas de lana oscura, se agita confundida entre este montón de bestias tumbadas. El tono neutro y apagado del conjunto hace resplandecer más, en la lejanía, la blanca ciudad coronada de verdes minaretes y la mancha azul del Mediterráneo, y a un lado, dispuestos para partir, el colorido oriental de los jinetes de nuestro séquito, los caftanes rosas, los caftanes anaranjados, los caftanes amarillos y las rojas sillas de velludo”.

            Quienes transportan el campamento se adelantan en cada jornada y, al caer la noche, lo encuentran montado en una hondonada, los caballos relinchan de placer al reconocerlo. “Al llegar, cada uno de nosotros se dirige sin vacilación a su alojamiento, que no ha cambiado de lugar con relación a los demás. Allí está su cama, su impedimenta y en el suelo sobre el natural tapiz de hierba otro tapiz marroquí. Viajamos con todas las comodidades posibles; no tenemos que ocuparnos de nada, ni pensar en nada más que en disfrutar del aire puro, del cambio de lugar, del espacio”. Las tiendas de los viajeros forman un círculo perfecto en cuyo centro pastan los caballos. En torno a ellas, en un segundo círculo envolvente, se alzan las de los acemileros y las de los guardas, más pequeñas, puntiagudas y sin adornos, dispuestas con no tanto orden, formando un barrio beduino invadido por las bestias de carga y del que por la noche brotan extrañas melodías. Los alimentos los reciben cada atardecer, proporcionados por las tribus de los lugares por los que transcurren, como un impuesto al que tienen derecho al ser invitados del sultán. Siempre en abundancia, como para alimentar diez caravanas como la suya, pero sería una gran descortesía rechazarlos: “Los diez primeros hombres traen grandes orzas de barro, llena de manteca de oveja; vienen después las jarras de leche, los cestos de huevos; jaulas redondas de caña, llenas de pollos atados por las patas; cuatro mulas cargadas de panes, de limones, de naranjas; y finalmente doce carneros sujetos por los cuernos, que penetran a la fuerza, los pobres, en este campo extranjero, desconfiados ya”.

            Me duermo y sigo viajando camino de Fez, olvidado de toda la miseria del presente, como en unas Mil y una noches ilustradas por Fortuny.

Domingo, 3 de enero
AQUELLOS OJOS VERDES

Vuelvo a ver Deseando amar, la película de Wong Kar Wai, veinte años después, y vuelvo a sentir la misma fascinación hipnótica. No me importa el final deshilachado, los agujeros del argumento (si las parejas de los protagonistas los engañan, ¿a qué ese temor a que descubran que ellos hacen lo mismo?), solo el ir y venir de los dos amantes por las escaleras empinadas, los estrechos pasillos, los callejones bajo la lluvia, siempre tan absurdamente elegantes, tan repeinados, tan corteses. ¿Quién no tiene una señora Chow o un señor Li en su pasado? “Es el amor, tendré que esconderme o que huir”, como en el verso de Borges, como yo me he dicho tantas veces. A veces cierro los ojos ante el rostro que llena la pantalla durante incontables minutos, como otro rostro llena mi insomnio durante horas, pero no puedo cerrar los oídos a la música de Michael Galasso ni a la voz de Nat King Cole cantando en español: “Aquellos ojos verdes / que yo nunca besaré”.

Lunes, 4 de enero
CARA Y CRUZ

Cómo me veo: la voz de la cordura que clama en el desierto de la inteligencia.

Cómo me ven: el espíritu de la contradicción que gritaba “el rey está desnudo” cuando todos aplaudían lo mucho que hizo por traer la democracia a España y llevarse cuanto pudo apañar al extranjero.

Martes, 5 de enero
EL INFIERNO TAN QUERIDO

El amor puede convertir tu vida en un infierno (o eso me han contado, porque yo lo he probado poco), pero sin amor la vida no sabe a nada.

Miércoles, 6 de enero
SECRETOS INCONFESABLES

Antes de comenzar la tertulia virtual de los miércoles, mientras se van incorporando los participantes, Enrique Bueres me pregunta si aparecerá pronto el libro colectivo que en Nueva York prepara Hilario Barrero sobre mis diarios.

----Ya están corrigiendo pruebas, creo que saldrá dentro de unos quince días. Yo no lo he leído y estoy deseando y temiendo hacerlo; me temo que a algún colaborador le haya dado por el capítulo de las indiscreciones.

----O sea, que tú no respetas la vida privada de nadie, pero no soportas que alguien se inmiscuya lo más mínimo en la tuya.

----Exacto, pero no creo que nadie lo haga con fundamento. Soy bastante bueno guardando los secretos propios, aunque sea un desastre con los ajenos.

Jueves, 7 de enero
CUÁNTOS REGALOS

Qué hermoso el día de ayer, en el que los Reyes me dejaron, como el regalo mejor, un resplandeciente cielo azul. Qué hermoso el día de hoy, de un azul no menos resplandeciente. No cambiaría por nada este placer de pasear, con buen paso para entrar en calor, entre castaños y robles, subrayado el silencio por la esquila de alguna vaca o un tímido trino. Y luego, a la noche, sigo acompañando a Pierre Loti en su fascinante cabalgada por Marruecos: “En todo el campo, no se oye el menor ruido, el más débil rumor humano. Y mientras saboreo esta calma, este silencio, estos frescos aromas, este aire vivificante, paseo mi mirada por una revista traída casualmente y me fijo en un artículo de Huysmans, que se queja de las incomodidades de su sleeping-car: densas humaredas, promiscuidad, hedores de las cabinas demasiado estrechas. Y en mi alegría, al verme libre de compartir espacio con viajeros adiposos, catarrosos, de puro en la boca, experimento un impulso de gratitud hacia el sultán por no querer trenes en su imperio y por dejar en él las salvajes sendas por las que se puede galopar a caballo, hendiendo el viento…”

            Colonialismo puro, lo sé. Millones de súbditos del sultán en la miseria para que unos pocos puedan vivir en la opulencia e invitar al escritor de moda que cantará su gloria. Con algo de mala conciencia, que aumenta la voluptuosidad, acompaño a Pierre Loti en sus cabalgadas rodeado de hermosos guerreros, mientras poco a poco me va llegando el sueño.

Viernes, 8 de enero
PUNTO FINAL

No pasa día sin que me adviertan de que hace meses que solo me dedico a criticar las decisiones de las autoridades político-sanitarias para tratar de contener el virus que nos trae a maltraer.

            ----Como sigas así, vamos a dejarte de leerte. Ya aburres, ¿lo sabías? Eres un negacionista, eres peor que Miguel Bosé.

            ----Cierto, Piquero, soy un negacionista. Desde el gran cerrojazo de marzo llevo desgañitándome para denunciar medidas contraproducentes o dañinas. Nadie me ha hecho caso. Los medios de comunicación siguen acríticamente difundiendo el miedo con sus estadísticas carentes del más mínimo rigor. Pero no soy un Quijote, estoy cansado de recibir palos, aunque sean dialécticos, de aquellos a los que quiero ayudar. Renuncio a hablar más del tema. Don Adrián Barbón puede tuitear lo que quiera y encerrarnos y desencerrarnos cuando se le antoje (y se lo permita papá) que yo no volveré a amargarle el desayuno los domingos con mis jeremiadas.

            ----No creo que se lo amargaras. Tus ironías le entran por un oído y le salen por el otro.

            ----Ya sé que es invulnerable a cualquier atisbo de racionalidad. Pero yo debo cuidar mi reputación y voy a resumir el fundamento de mi negacionismo, que no niego pero que no se refiere a la existencia de la enfermedad, sino a eficacia de las medidas que se han tomado para protegernos de ella. Dentro de dos, cinco o veinticinco años, cuando esto pase y el mundo recobre la cordura, quiero que a nuestros hijos o a nuestros nietos les quede constancia de que alguien no la había perdido.

            ----¿Así que tú lo habrías hecho mejor que Barbón?

            ----Mejor que él, cualquiera. Te repito lo que yo habría hecho. Las medidas que se han tomado para contener la extensión del virus –confinamientos duros o blandos, lavado de manos a todas horas, mascarillas de la mañana a la noche, etc., etc.-- han sido inútiles, ha continuado a su aire. Y es que impedir su expansión es tan difícil como guardar agua en una cesta. Pero resulta que ese virus que se cuela por cualquier resquicio (como el de la gripe) es un huésped nada gravoso para el noventa por ciento de los individuos en que se aloja; el anfitrión ni siquiera nota su presencia. Causa algún daño al diez por ciento (son cifras aproximadas, claro), bastante daño al cinco por ciento y la muerte a casi el uno por ciento de los afectados. Pero no lo hace al azar. Sabemos con bastante precisión (aunque haya las inevitables excepciones: menos de un uno por cien mil afectados), cuáles son los grupos de riesgo. El esfuerzo que hemos dedicado a supuestamente proteger a toda la población, causando daños graves, no ya a la economía, sino a su salud, estaría mejor empleado protegiendo a aquellas personas para las que contagiarse resulte verdaderamente un riesgo. A los jóvenes dejémosle a su aire, bailar y toquetearse y besarse. Y también a los no tan jóvenes, pero sin patologías que supongan un peligro.

            ----¡Tú quieres un holocausto de ancianos, diabéticos y silicosos!

Tú lo que eres es tonto (pienso, pero no digo). Y continúo en voz alta: “Deja en paz al holocausto. Yo lo que quiero es que se proteja mejor a los ancianos en las residencias, donde han ocurrido la mayoría de las muertes, y se deje en paz a la mayoría de la población para la que esta epidemia no ha supuesto nunca ningún riesgo, aunque su salud haya sido muy perjudicada por las medidas que se tomaron supuestamente para proteger la salud. Algún día habrá estadísticas del exceso de mortalidad provocado, no por la Covid (ese ya lo sabemos), sino por la desatención a la salud pública que provocó el que se dejaran de lado, o muy en segundo lugar, el resto de las patologías, por graves que fueran. Pero no espero que me entiendas, Piquero. Y no te preocupes, que no voy a hablar más de ello. Hice lo que pude. Mi conciencia está tranquila. Ahora me dedicaré a cultivar mi jardín y a contar amenas historias para entretener al personal en los años que nos quedan de encierro, desencierro y vuelta a empezar. Pero me vas a permitir que me despida del activismo antidisparate poniendo voz grave, a lo Fernando Fernán Gómez, y citando al Tenorio: “Razoné y no me oyó, / y pues su oído me cierra / del virus en esta tierra / Barbón responda y no yo”.



sábado, 2 de enero de 2021

Después y todavía: Espero lo mejor

  

Sábado, 26 de diciembre
LA NARIZ DE CLEOPATRA
 

Un elogio a destiempo puede cambiar el rumbo de la historia. En 1931, recién estrenada la República, Indalecio Prieto ofrece un almuerzo al resto de los componentes del gobierno provisional en el palacio de la Zarzuela. ¿El motivo? Que conozcan los terrenos en que se va a construir el nuevo hipódromo y comprueben que no perjudicará al arbolado y la mutilación del parque natural sería insignificante. Un día espléndido, la mesa para el almuerzo se dispuso fuera del palacio, a la sombra de un inmenso cedro secular. Presidían la reunión Niceto Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux. A los postres, se habló de las recién elegidas Cortes Constituyentes, que comenzarían a reunirse en breve. Se pasó revista a los mejores oradores del anterior momento revolucionario y de la restauración borbónica. Se aventuró el nombre de quienes podrían brillar en las nuevas cortes. Varios coincidieron en Alcalá Zamora, que sonrió satisfecho. Lerroux, sin desdeñar al presidente del gobierno provisional ni mucho menos, como se apresuró a indicar, mencionó a Melquiades Álvarez. Y entonces ocurrió el hecho de apariencia insignificante que cambiaría la historia de España. Prieto tomó la palabra: “Quedan pocos oradores parlamentarios. Yo no conozco más que uno que merezca el título de gran orador”. Hizo una pausa y todos quedaron expectantes. “A la muda y breve interrogación general –cedo la palabra a uno de los protagonistas-- contestó avanzando el dorso sobre la mesa, extendiendo el macizo brazo izquierdo, señalándome con el índice de su mano episcopal que por la postura en que se hallaba se retorció como un tirabuzón y, sin mirarme, dijo: Don Alejandro”.

            Cuando, pocos meses después, Alcalá Zamora, ya presidente de la República, tuvo que formar gobierno, desdeñó al candidato natural, Alejandro Lerroux, que llevaba más de treinta años al servicio de las ideas republicanas y cuyo Partido Radical era la minoría mayoritaria en las Cortes y se inclinó por un republicano de ayer mismo, Manuel Azaña, y cuyo partido era de los que tenían menor representación. Alcalá Zamora no había sido capaz de olvidar aquel almuerzo en la Zarzuela y no quería dar alas al único político que podía hacerle sombra.

            ¿Fracasó la república por los celos que Alcalá Zamora tenía de Lerroux? Eso es lo que este pensaba y así lo cuenta en La pequeña historia, su libro de memorias escrito en Portugal cuando habían pasado poco más de cinco años de los anteriores acontecimientos y parecía que habían pasado cinco siglos.

 

Domingo, 27 de diciembre
EL PRECIO DEL DESEO
 

Una cita apócrifa de Santa Teresa, la que Truman Capone pone al frente de su novela Plegarias atendidas, y uno de los cuentos de terror más impactantes que yo haya leído nunca, “La pata de mono”, están detrás de la historia que nos cuenta Wonder Woman 1984, una de esas películas nacidas para arrasar las taquillas y que yo veo en una sala desoladoramente vacía.

            “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por la no atendidas”, la cita de Capote, es una variante de un dictum clásico: “Cuando los dioses quieren perder a un hombre, le conceden todos sus deseos”.

            “La pata de mono”, el cuento de W.W. Jacobs, lo leí por primera vez en la Antología de la literatura fantástica de Borges. Todavía vuelve de vez en cuando a mis pesadillas.

            Y me ha dejado secuelas: cuando algo me sale bien, demasiado bien, siempre me aterra pensar en el precio que me veré obligado a pagar por ello.

Lunes, 28 de diciembre
ESO ME BASTA

Soy de los que se conforman con poco. Para ser feliz me basta con tener un gran amor imposible y algún que otro pequeño amor posible.

Martes, 29 de diciembre
NO SIEMPRE

No siempre tengo razón, por supuesto. Solo casi siempre.

Miércoles, 30 de diciembre
A PENSAR Y A VIVIR
 

“Escribes demasiado”, me repiten a menudo los amigos que tienen la buena costumbre de no leerme.

            “¿Demasiado? Una hora al día. Ahora, eso sí, todos los días y dedicando las veintitrés horas restantes a pensar y vivir lo que escribo.

Jueves, 31 de diciembre
HE SIDO FELIZ

Me entretengo, antes de ir a la cama, en hacer recuento del año que acaba. Para el mundo en general, no hace falta repetirlo, ha sido nefasto, pero ¿y para a mí en particular? La verdad es que he salido bastante bien parado, casi tanto como el gobierno central, al que parece que le tocó la lotería con la pandemia. Apenas he salido del país –antes, anduve por Praga y Viena; durante el verano, por Burdeos, Biarritz, Bayona--, pero apenas he parado en casa. Soy un hombre de buen conformar: si no puedo viajar en avión, pues lo hago a pie y así he descubierto cercanos paraísos. He añadido nuevos rincones a mi biblioteca: la ermita de Santa Ana de Abuli, por ejemplo, en cuyo muro me sentaba al sol de otoño con un libro de poesía en las manos y las lejanas cumbres y el perfil de Oviedo al fondo. Soy un hombre tan de costumbres que, si me quitan mis costumbres, a los dos días ya tengo otras que me gustan tanto como las primeras. He cuidado, como siempre, de mi salud: no he pasado el día lavándome las manos, no me he encerrado en casa, he caminado mucho, no he escuchado las noticias de la televisión, no he interrumpido ni una sola semana la tertulia de los viernes –presencial cuando era posible, virtual cuando no--, no he dejado de pasar un solo día por mi despacho del Milán ni interrumpido otras actividades –que no voy a enumerar aquí—imprescindibles para el equilibro físico y mental. He tenido suerte, ya lo sé: mis ingresos –como los de los ministros y los funcionarios que nos teledesatienden-- han seguido llegando con puntualidad y no se han visto mermados por la situación. Podía haber sido tan feliz como de costumbre, y todos los días he sido durante algún rato, a veces durante un buen rato, feliz. También muy desdichado. Ha habido noches en las que no podía dormir de indignación y rabia. No era capaz de comprender que se permitiera a los perros salir a dar una vuelta y no a los niños, aunque fueran solos y de la mano de un progenitor. Luché por acabar con ese estúpido, dañino, presuntamente delictivo encierro, compartí peticiones al gobierno y nada me dolió más que algunas queridas amigas –ganas me dan de escribir sus nombres para eterna vergüenza--  se negaran a firmar esas peticiones porque los niños “contagiaban cinco veces más que los adultos”. ¿También se creía tal bulo el ministro de Sanidad, que ahora parece que se marcha a Cataluña despidiéndose con un “ahí queda eso”? Mi confianza en la racionalidad del ser humano cayó entonces por los suelos y me espantó el nivel de aturdida crueldad a la que pueden llegar las buenas personas. A los niños, finalmente los liberaron de su encierro (previo el sainete, que habría causado la rechifla y la dimisión de cualquier gobierno en un país serio, de dejarlos salir solo al supermercado), pero el maltrato institucional de los ancianos ahí sigue. Y la desatención a los enfermos.

            A veces me avergüenzo de ser tan egoísta. A pesar de tanto dolor, debido menos a una catástrofe natural –aunque también, por supuesto-- que a decisiones tomadas por irresponsables con nombre y apellidos, a pesar de ello ha habido momentos –y no escasos-- en que he sido feliz. Sé lo que me espera, pero el tiempo inhóspito de la decrepitud aún no ha llamado a la puerta, aunque puede hacerlo de un momento a otro: siento su aliento cada vez más cerca.

Solo una cosa le pido al nuevo año: que para todo el mundo, no solo para mí, sea tan benévolo como el que acaba de pasar.

Viernes, 1 de enero
ENCANTADO DE CONOCERME

Mis amigos, más de los que merezco, y mis enemigos, ganados a pulso, coinciden en que soy una de esas personas encantadas de haberse conocido. No seré yo quien les lleve la contraria.

            Al nacer, reparten cartas para que juguemos la partida de la vida. No podemos cambiar las que nos tocan, no nos queda más remedio que jugar con ellas. Las que me tocaron a mí quizá no fueron de las mejores, pero podían haber sido peores-,En lugar de quejarme, como tantos otros, he procurado sacarles siempre el mayor partido posible.

            No seré el hombre más inteligente del mundo, como dicen que estoy continuamente dando a entender, pero siempre me he esforzado por mantener ágil, bien lustrada, ejercitada de continuo, la poca o mucha inteligencia que me ha tocado en suerte.

            No seré el mejor economista del mundo, pero desde que empecé a trabajar a los veintiún años nunca he necesitado un préstamo y he llegado a los setenta sin dejar de trabajar un solo día, sin despilfarrar un euro, sin un euro ahorrado y sin más propiedades que el pequeño piso en que vivo.

            No seré el escritor más exitoso del mundo, pero siempre he podido escribir a mi aire, llamar al pan pan y al barbón barbón, publicar todo lo que escribo, no rebajarme a premios, no callar por miedo, no mendigar alabanzas.

            En fin, que amigos y enemigos tienen razón: estoy encantado de haberme conocido y creo que he jugado de la mejor manera las cartas que me tocaron en suerte.

            Y todavía disfruto como un niño con el regalo que me encuentro, al despertar, cada primero de enero: nada menos que un año nuevecito y por estrenar.

Siempre optimista, espero lo mejor del 2021, pero por si acaso me preparo para lo peor, que sé de sobra en qué manos estamos.