sábado, 29 de junio de 2013

Nada personal: Mejor me callo


Domingo, 23 de junio
LO QUE ESPAÑA NECESITA

Paseo por el mercadillo del Fontán, como cada domingo, y me encuentro, como tantos otros domingos, con mi amigo el psiquiatra José Luis Mediavilla que me habla, como siempre, de la novela que, según él, estoy publicando por entregas cada semana. “Yo no escribo ninguna novela –le respondo fingidamente enfadado–; el de la novela en marcha en Andrés Trapiello”.
            ––Eso es lo que tú crees. Y hablando de otra cosa, ¿piensas que este país tiene solución?
            ––La tiene. No una solución mágica, pero sí capaz de devolvernos la ilusión.
            ––Pues a mí no sé me ocurre ninguna.
            ––Lo primero que hay que hacer es cambiar la jefatura del Estado. Será la señal de que comienza una nueva etapa en la historia de España. Luego una reforma constitucional y gente nueva al frente de los viejos partidos. Necesitamos un jefe del Estado que no nos avergüence, políticos que no cobren ni hayan cobrado sobresueldos, que no hayan mirado para otro lado ante la corrupción estructural de la España del juancarlismo.
            ––¿Apuestas por la república? Me parece que para eso todavía tendremos que esperar.
            ––No, aún no ha llegado la hora de la república. Los cambios de Régimen son siempre complicados, solo tienen lugar cuando ha fracasado el anterior. Y de momento ha fracasado un determinado monarca, con quien no será benévolo el tribunal de la historia (ni quizá otros tribunales), pero no la monarquía. Por primera vez en la historia de España, hay un heredero capaz y a la altura de sus responsabilidades.
            –-No me imaginaba que fueras felipista.
            ––Soy realista. Aprendí, no sé si en Maquiavelo o en Pero Grullo, que por muy mal que estén las cosas siempre pueden ponerse peor. La república –con todo lo que implica de replantearse la estructura del Estado, de decidir si será unitaria o federalista, presidencialista o no: un año o dos de discusiones, con la que está cayendo– es la opción siguiente. La primera, la más fácil, la que más consenso encuentra, es la de la inmediata coronación de Felipe VI.
            –-¿Y tú crees que un cambio de personas cambiará algo?
            –-No será solo un cambio de personas, aunque eso no sea poco. Será otra monarquía, más acorde con los tiempos, sin privilegios, sin secretismos, sin negocios raros, sin vida privada al margen de la ley y las buenas costumbres.
            –-Pues el rey no va a abdicar.
            –-Pues lo hicieron su padre y su abuelo y su bisabuela y su tatarabuelo. El único de sus antepasados de los últimos siglos que no abdicó fue Alfonso XII, y eso porque murió antes de cumplir los treinta años. Abdicar es una tradición en la monarquía española. Claro que Juan Carlos no olvida que la corona se la debe a Franco, no a su padre, y quizá por eso –y por otras razones que callo– prefiera seguir el ejemplo del Caudillo, anteponiendeo sus propios intereses a los del país. Pero esta España no es la España de Franco, es una democracia, todo lo imperfecta que se quiera, y dispone de mecanismos suficientes, recogidos incluso en la Constitución, para hacerle recapacitar.
            ––¿Recogidos en la Constitución?
            ––Sí, en ella se habla de la inhabilitación del rey.
            –-Dejémoslo estar. Te prefiero como crítico literario a como experto en derecho constitucional. Me quedo con tu idea de que el cambio de ciclo en España comienza con algo tan simbólico como un cambio en la jefatura del Estado. A Jung le habría encantado la idea, y a Freud, por lo que tiene de dar muerte –simbólica, por supuesto–  al padre.

Lunes, 24 de junio
PARA UN ARTE POÉTICA

En verso me resulta imposible mentir. Por eso últimamente solo escribo en prosa.


Martes, 25 de junio
DECIR Y NO DECIR

No sé si contar lo que me ocurrió el otro día. No es demasiado verosímil, parece una anécdota inventada, pero ya se sabe que la realidad, al contrario que la literatura realista, no gusta demasiado de la verosimilitud. Paseaba sin rumbo y sin prisa por las callejuelas de Venecia, cruzaba puentes, me metía en patios sin salida, de vez en cuando atravesaba un campo, como allí llaman a las plazas, casi siempre desconocido. Al igual que ocurre en los laberintos, en más de una ocasión llegué al mismo lugar por distintos caminos. Pero no me sentía perdido. Es difícil perderse cuando uno no va a ninguna parte.


            De pronto noté que me seguían. Lo supe antes de sentir los pasos que se detenían cuando yo me detenia, antes de volverme y ver el mismo rostro a no mucha distancia. Paseaba a última hora de la tarde, ya casi anochecido, por lugares cercanos a Fondamenta Nuove, enteramente solitarios.
            Venecia es una ciudad extraña. Todos los visitantes se concentran en unos pocos sitios y dejan el resto para sus habitantes, que gustan poco de callejear y pronto se recogen en sus casas.
            Cerca de San Francesco delle Vigne, di rápidamente la vuelta a una esquina, me detuve y, cuando apareció mi perseguidor, o que quien yo creía tal, me planté de pronto frente a él. “Buona sera”, dije. Sonrió sin susto ninguno, como si esperara que le esperara, y luego dijo, en un italiano contaminado por el dialecto local: “¿Le apetece venir conmigo? Hay lugares en esta ciudad que todavía no conoce y que le gustaría conocer”. Me excusé, tenía prisa, me esperaban. Pero me había visto callejear y no resultaba demasiado convincente. Él se puso en marcha, sin mirar hacia atrás, seguro de que le seguiría. No caminamos mucho. Cerca de Madonna dell’Orto, en la misma Fondamenta en que se encuentra la casa de Tintoretto, creo que se llama la Fondamenta dei Mori, entramos en un caserón desvencijado. Al fondo del patio se veía un jardín, lo atravesamos, cruzamos otro patio, atravesamos varios estrechos corredores, subimos una empinada escalera. “¿A dónde me llevas?”, me atreví a preguntar. Mi acompañante sonrió sin decir nada e hizo un gesto amable para que tuviera paciencia.
            La tuve, y nunca me arrepentiré de haberla tenido. Pero lo que ocurrió después son cosas que un caballero jamás debe contar.


Miércoles, 26 de junio
EN LA NOCHE DE BODAS

En 1917, a sus cincuenta y dos años, Yeats estaba enamorado de dos mujeres, Maud Gonne y su hija Iseult, pero se caso con una tercera, George Hydee-Lees, para poder seguir estando enamorado de las otras dos y tener la casa en orden.
            George era treinta años más joven que el poeta, le admiraba, asistía a todas sus conferencias, formaba parte como él de la Orden Hermética de la Aurora Dorada. La noche de bodas, Yeats se entretuvo componiendo un poema a Iseult Gonne. George comenzaba a pensar que no había tomado una buena decisión.
            Y entonces ocurrió el prodigio. George entró en trance. Un espíritu venido de no se sabe dónde comenzó a mover su mano, a darle consejos a Yeats, a dirigir su vida y su obra.
            Yeats quedó fascinado con aquella materialización de todos sus sueños. George se convirtió en una figura central, olvidó por ella a todas las demás mujeres. Al menos durante un tiempo. Pero las seniles aventuras ya no le importaron a George.
            Murió mucho años después del poeta. Poco antes se atrevió a confesarle a algún biógrafo que todo aquel trance espiritista había sido un engaño, que nunca hubo escritura automática, que todo había sido una ocurrencia para retener a su marido.
            Pero de aquel engaño brotó la mejor poesía de Yeats. Y quizá no fue un engaño, aunque ella lo creyera así.
            “Miénteme, George, miénteme –rezo yo antes de dormirme–, haz realidad todos mis sueños, líbrame de mí mismo”.


Jueves, 27 de junio
ELOGIO DE LA CALUMNIA

Soy un hombre tan anodino que solo calumniándome se puede decir de mí algo interesante.

Viernes, 28 de junio
EL HÉROE Y LOS ESCARABAJOS

Tal día como hoy, hace 99 años, fue asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austriaco.  Conmemoro el aniversario leyendo el Diario de guerra, de Ernst Jünger, sus experiencias en el frente entre finales de 1914 y agosto de 1918. Se trata de quince cuadernos que han permanecido inéditos hasta fechas muy recientes.
            Jünger utilizó estás páginas para sus Tempestades de acero, pero qué diferente esa novela autobiográfica de estas anotaciones todavía sin condimento literario ninguno. La guerra no le parece una calamidad, fue a ella voluntario para escapar de unos estudios y una vida rutinaria que detestaba. Ya antes se había escapado de casa y se había alistado en la legión. Observa a los heridos y a los muertos, de su bando o del contrario, con la misma impasibilidad que a los coleópteros que colecciona. Solo una vez siente piedad: “Furioso avancé –escribe en marzo de 1918–. Entonces vi al primer enemigo. Un inglés estaba agachado, herido, en medio del camino en hondonada batido por la artillería. Levantando la pistola me acerqué a él, entonces con gesto suplicante me presentó una tarjeta postal. Vi una fotografía en la que había una postal y por lo menos media docena de niños. Ahora he de decir que me alegro de haber dominado mi furia loca y haber pasado de largo a su lado”.
            Solo hace un siglo de aquella barbarie. Jünger nunca se pregunta por las razones o sinrazones de aquella carnicería. Tuvo ocasión de preguntárselo más de una vez durante los más de ochenta que aún le quedaban de vida. No creo que encontrara la respuesta, ni que le importara demasiado. Los héroes y los sabios como él están por encima del bien y del mal y observan al ser humano, esa “bestia paradójica”, como la calificó Machado, con la misma objetividad que a los escarabajos. Quizá no merecemos otra mirada.


Sábado, 29 de junio
REGALOS

Comencé a celebrar mi cumpleaños el pasado día 17, en Venecia, y terminé de celebrarlo ayer en la tertulia, con la tarta que trajo Catarina y músicas de Bach y Mahler, pasión y resurrección, aportadas por Almuzara.
            Como tenía treinta años cuando comenzaron las reuniones de los viernes y acabo de cumplir sesenta y tres, pienso que el mejor regalo es la propia tertulia, con sus versos y sus burlas, el que todavía haya quien aguante mi empeño por tener siempre razón.
            Estaba también Francisco Alba, convaleciente de la más grave cornada que nos puede dar el destino, que con estoicismo y sabiduría ejemplares está siendo capaz de convertir su dolor en música. Y estaba –con él, en él–  Carmen, que otro cumpleaños me regaló un dibujo con todos los tertulianos convertidos en figuras de un friso clásico.
            Los muertos no se van del todo. Se quedan dentro de nosotros, nos dejan en herencia lo mejor de sí mismos para hacernos mejores.




sábado, 22 de junio de 2013

Nada personal: Imágenes, imágenes...


Lunes, 17 de junio
EL MEJOR REGALO

Hay quienes ocultan su edad como una especie de secreto inconfesable. Yo no hago más que hablar de ella. ¡Sesenta y tres años ya! No acabo de creérmelo. La verdad es que cumplir un año más me parece el mejor regalo que me pueden hacer cada año.

Martes, 18 de junio
LA MARCA HISPÁNICA

El mal sabor de boca que le deja a uno el pabellón de España en la Biennale de Venecia, lo compensa el de Cataluña. El primero está a la entrada de los Giardini, en el mejor lugar para atraer la atención de los visitantes, aún no fatigados de recorrer bajo el calor aquel inagotable laberinto. Pero nadie se detiene en él más de medio minuto. Se asoma uno a la puerta y ya está visto todo. Lara Almarcegui, la artista invitada, ha tenido la brillante idea de llenarlo de escombros, de la misma cantidad de escombros en que se convertiría el pabellón si fuera derribado.


            La participación de Cataluña está fuera de los dos recintos oficiales de la Biennale, en la isla de San Pietro, uno de los lugares más solitarios y fascinantes de Venecia. Allí se encuentra la antigua catedral, con su blanco campanile inclinado y el antiguo palacio episcopal convertido en casa de vecinos. En las aventuras venecianas de Corto Maltese apaarece más de una vez. A mí me gusta el desvencijado claustro, con su pozo en el centro y las dos columnas a las que abrazan un rosal y un jazminero.
La muestra de Cataluña ocupa la amplia nave de los “cantieri navali”. Se titula “25 %”, que es la proporción de parados que hay en la comunidad, más o menos la misma que en el resto de España.
            La ocurrencia de Lara Almarcegui cabe en medio folio, se ve en medio minuto, pero su realización, que no añade nada a su simple verbalización, costó, según parece, cerca de medio millón de euros. No sé lo que habrá costado la muestra catalana, pero parece un dinero algo mejor empleado. Ocho parados han sido fotografiados por Francesc Torres, filmados por Mercedes Álvarez, han escogido un objeto que tiene para ellos un significado especial, han seleccionado una obra del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, explican las razones de su selección.
            Los parados son emigrantes y no emigrantes, catalanes y no catalanes, pero todos ciudadanos de Cataluña. Hay un senegalés, una arquitecta, una empleada doméstica, un metalúrgico. El fotógrafo ha convivido con ellos durante una o dos semanas y nos ofrece, junto a un gran retrato de cada uno, el relato en imágenes de su cotidianidad. Mercedes Álvarez –la autora del documental El cielo gira sobre su aldea natal, Aldeaseñor, en la provincia de Soria– les lleva al museo y allí les hace hablar de su vida y del arte. Aura Jovita González, ecuatoriana, escoge del museo una obra de Esther Ferrer, Cadira Zaj, una silla con un cartel que dice algo así como “siéntate aquí hasta que la muerte nos separe”; ella, señalándola a través de la vidrieras del museo junto a otra casi idéntica, nos dice: “En esa silla no me puedo sentar porque es una obra de arte; esta no puede entrar en el museo porque la encontré en la basura”.
            Colección de vidas, reflexión sobre el arte y sobre su papel en la sociedad, obra colectiva –los parados también cobraron por su participación–, la muestra catalana, que nos vuelve más lúcidos y más tolerantes. Símbolo del pretencioso despilfarro de una época que nos ha dejado llenos de deudas, vergüenza y escombros, el pabellón nacional.
            Menos mal que, si la Marca España no pasa por el mejor momento, todavía podemos enorgullecernos de la Marca Hispánica.



Miércoles, 19 de junio
ANIMAL DOMÉSTICO

Soy un animal doméstico, como los gatos, frecuento siempre los mismos lugares y en ellos tengo mis rincones favoritos. Cuanto vuelvo a esta ciudad, me gusta sentarme a leer el periódico en la cafetería que hace esquina en el campo de Santa Sofía, frente al traghetto que lleva al mercado de Rialto. Allí siempre sopla una brisa fresca, por mucho que el calor parezca aplastar a quienes van y vienen por la Strade Nuove.
Y me gusta el campo de San Giacomo del Orio, con sus canteros de flores y sus frescos árboles; allí me siento a escuchar música y a ver pasar la gente que por aquí camina sin prisas y nunca en apelmazado grupo tras un imperioso guía.
A veces escribo unos versos: “El tiempo viene / a sentarse conmigo. / Ya no estoy solo”.


Jueves, 20 de junio
SUEÑOS Y RESURRECCIONES

Soñé que era yo quien estaba en esas celdas de plomo con que Ai Weiwei ha llenado la iglesia de Sant’Antonin, muy cerca de donde el San Giorgio de Carpaccio sigue dando muerte al dragón.
            Seis contenedores, seis inmensos sarcófagos llenan la nave central del templo barroco. En lo alto y en uno de los lados tienen una pequeñas ventanitas. Nos asomamos a ellas y vemos al disidente chino en su estrecha celda comiendo, durmiendo, sentado en la taza del retrete, duchándose, caminando, y siempre a su lado dos uniformados vigilando impasibles.


            Recrea Ai Weiwi su estancia de casi tres meses en una prisión secreta, incomunicado, sin un instante de intimidad. Y esta especie de juego de muñecos nos hace partícipes de toda la angustia del momento.
            Después de mirar por dos o tres de estas diminutas ventanas, tengo que salir a la calle a respirar hondo, a sentirme libre.
            Estas celdas de Sant’Antonin, esta brillante idea de Ai Weiwei, me traen el recuerdo de otras celdas que recordar no quiero.
            La del sótano de la Dirección General de Seguridad no tenía más ventanas que la de la puerta. Siempre estaba la luz encendida. Recuerdo que distinguía el día de la noche por el distante rumor del tráfico en la Puerta del Sol.
            A veces uno viene a la Biennale como quien va al circo, a divertirse, sorprenderse, asombrarse con los extremos a que ha llegado el arte contemporáneo.
            Este año es distinto. Massimiliano Gioni, en Il Palazzo Enciclopedico, ha reunido una colección de obsesiones y fantasías de las que resulta imposible salir indemne.
            Kohei Yoshiyuki, fotógrafo publicitario, mientras paseaba una noche por un parque de Tokio se encontró con una pareja haciendo el amor y con un furtivo espectador escondido tras los arbustos. Era en los años setenta. Decidió fotografiar a esas parejas clandestinas y a los que las miraban. Lo hizo durante una década. Tuvo que probar con lentes ultrasensibles para no usar el flash y pasar inadvertido. La primera exposición, en 1980, fue un escándalo y resultó prohibida. Las fotografías eran de tamaño natural, estaban en una sala a oscuras y los visitantes entraban provistos de una pequeña linterna, convertidos ellos también en voyeurs.
            Junto a la sexualidad furtiva de Kohei Yoshiyuki, las fantasías adolescentes de Evgenij Kovlov en su álbum de Leningrado, doscientos dibujos a tinta realizados entre los doce y los dieciocho años. “De niño –leemos en el cartel adjunto–, Korlov fue introducido en el mundo femenino de la madre, que a menudo le llevaba con ella a la zona reservada a las mujeres en la sauna o a la sala adjunta donde las mujeres se vestían y se preparaban para salir. A su erotismo ardiente e inocente contribuyó también la promiscuidad obligada del Kommunalka, los apartamentos típicos de la Unión Soviética en que creció Kovlov”.
            El sexo y sus fantasmas nos acompañan de una sala a otra, y también otros fantasmas: las sombras que sostienen bebés en las fotografías coleccionadas por Linda Fregni Nagler o los noventa venecianos –muertos con unos días de permiso, como afirma el epigrama de la Antología palatina– que Pawel Althamer ha reunido en una sala o la mujer que espera un tranvía desde 1983.


            Fantasmas, fantasmas, o imágenes, imágenes, como tituló Roger Caillois uno de sus libros, que yo compré hace años en Buenos Aires, y en el que nos habla de “la belleza de las piedras, tales como se las encuentra en las cuevas o a veces pulidas sobre una de sus facetas para que brillen en todo su esplendor, para que sus matices aparezcan más vivos o se vuelva más visible su granulación o su dibujo”.
            Entre todas esas piedras destaca el ágata de Pirro, de la que nos habla Plinio en su Historia natural, en la que se reconocía, sin ninguna intervención humana, a Apolo tocando la lira en medio de la nueve musas.
            Lo mejor de la colección de piedras de Roger Caillois se expone aquí, pero entre ellas no se encuentra la fabulosa ágata de Pirro. No la echamos de menos. En otra estancia está el Libro Rojo de Jung, donde el psicoanalista fue dibujando minuciosamente sus fantasías, contando sus sueños, que son también los nuestros. ¿Y cómo no reconocerse en el diablo que Aleister Crowley mandó dibujar para una de sus cartas del Tarot?
            Más fantasmas, infinitos fantasmas al sol inclemente de este ya pleno verano en Venecia. Lo que Bioy Casares soñó en La invención de Morel (“una Odisea de prodigios que no parece admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo”, según Borges) se hace realidad en el pabellón argentino. Eva Perón entra y sale, se mueve entre nosotros, se desnuda en su dormitorio. Oímos sus pasos, abre de pronto una puerta, se asoma a una ventana, saluda a la multitud, se sienta en un sofá y a su lado se sienta ella misma más joven o demacrada por la enfermedad. Por un instante sentimos en nuestra mano su mano de niebla. En otra sala se nos cuentas las glorias del peronismo, pero qué nos importa toda esa palabrería oficial. Una hermosa mujer, gracias a los prodigios técnicos que imaginó Bioy, sale de su tumba y nos hace compañía. Cierro los ojos y sueño otras resurrecciones.


Viernes, 21 de junio
LA ZORRA Y LAS UVAS

Tengo poca fantasía, pero alguna imaginación. Soy como el paleontólogo al que un simple hueso le basta para reconstruir un animal desaparecido hace miles de años. ¿Qué pasaría si hubiese hecho esto en lugar de aquello otro, si me hubiera casado, si me dieran el premio Nobel?
            Me gusta jugar esas partidas de ajedrez, inventarme novelas de las que soy el protagonista. Si me dieran el premio Nobel, se acabaría cualquier tranquilidad en mi vida, homenajes, periodistas, viajes, no podría dar clases, todo serían discursos protocolarios sobre esto y lo otro. Uf, qué lata. Lo único bueno es lo que fastidiaría a la gente que me detesta. Pero me parece demasiado poco para tanto engorro.
            Me imagino toda la novela del Nobel y luego respiro aliviado cuando veo que sigo disfrutando del anonimato y del lujo de hacer lo que le da la gana.

Sábado, 22 de junio
NUNCA ME CANSO

Yo, que en seguida me canso de todo, hay lugares a los que no me canso de volver nunca. Venecia, por ejemplo, donde nunca paso más de tres días, pero donde nada más poner el pie en la calle ya me siento como si viviera allí toda la vida. O Nueva York, que me aguarda sonriente, como la princesa de los cuentos, tras su cerco de dragones aduaneros. O Avilés, donde entré por primera vez en un Palazzo Enciclopedico como el que soñó Marino Auriti, como el que intenta recrear Massimiliano Gioni en la Biennale. Un Palazzo del que aún no he salido. Y que se llama la Biblioteca, o por otro nombre, el Universo.




sábado, 15 de junio de 2013

Nada personal: En una encrucijada


Sábado, 8 de junio
NI PACIENCIA NI HUMILDAD

Como en Silos, me despierto muy temprano y a las seis, tras atravesar el claustro y tantear por diversos corredores, ya estoy en la capilla, junto a los monjes. Son solo cinco, uno de ellos muy anciano y que apenas se levanta de su asiento. Tras los maitines, regreso a la celda y hasta las ocho, hora de laudes, leo a Blas de Otero y de vez en cuando alzo los ojos para contemplar cómo cambia la luz con el amanecer, uno de mis espectáculos favoritos.
            El monasterio de Valvanera está a mil metros de altura, en una hendidura entre boscosas montañas; por el fondo discurre el río del mismo nombre y no hay mejor música que el rumor de sus aguas en el silencio nocturno. Salvo la iglesia, del siglo XV, todo el resto son recias construcciones modernas, pero con un sobrio toque historicista que hace que no desentonen.
            Mientras los monjes cantan, rezan, se sientan, se vuelven a levantar, cumplen su rutina milenaria, yo, en la iglesia desierta, pienso en lo extraño de sus vidas, en lo extraño de mi vida.
            Tampoco tan distintas la suya y la mía. Como ellos, yo también tengo mis ritos diarios, que cumplo fielmente y sin esfuerzo alguno (todo lo contrario, nada me aterra más que la novedad y el cambio).
            Pero me temo que, a pesar de tantas coincidencias, yo no habría sido un buen monje. Podría pasar por eso de la castidad, más o menos; me atragantaría con lo de la humildad y la obediencia. Hojeo un ejemplar de las reglas de San Benito: conténtese con lo peor, considérese el último, no obre por su cuenta, no hable, no se ría fácilmente, ármese de paciencia, sea obediente hasta la muerte. Qué difícil me lo pone.
            De vez en cuando me gusta tomarme vacaciones de mí mismo, jugar a ser otro. Pero me canso pronto de ese juego, como de cualquier cosa. Si tengo alguna virtud, ni la paciencia ni la humildad se encuentran entre ellas.


Domingo, 9 de junio
EN EL CLAUSTRO

Paseo por el Claustro de los Caballeros, en Nájera, acompañado del rumor discordante de la lluvia, y mientras admiro las delicadas celosías, recuerdo versos que he citado más de una vez: “Los barcos en el agua / dejan solo una estela. / Nosotros ¿qué dejamos?”
            Hermosas ruinas que han olvidado nuestro nombre, en el mejor de los casos.


Lunes, 10 de junio
CONTRA EL CAMBIO

Cada día soy más rutinario. Cada día soporto menos cualquier cambio, salvo que sea para mejor.


Martes, 11 de junio
SÓCRATES Y HÍTLER

Conocí a Antonio Tovar, me fascinó su Vida de Sócrates, su Libro sobre Platón, fue el primero en señalar la importancia de la poesía de Víctor Botas, guardo el mejor recuerdo de su cultura y su talento. Y sin embargo…
Encuentro en la librería de Valdés un deteriorado ejemplar de Santo y seña. Es de diciembre de 1941 y en él entrevistan al joven y ya prestigioso Tovar, una de las figuras más descollantes del momento. Se queja, como en cualquier época cualquier sabio, de la decadencia de la lectura, la crítica, la universidad. “Cada vez se lee peor”, dice. “El cuadro de traducciones lo demuestra: mal escogido, pobre. Faltan los autores más representativos de cada país; parece que el tiempo se ha parado: Stefan Zweig, los Mann, los escritores alemanes anteriores a la revolución política de Hitler…”. 
¿Qué hacían los españoles leyendo a Stefan Zweig o a Thomas Mann,  a toda esa literatura trasnochada y degenerada, cuando podían leer a los nuevos escritores que apoyaban a Hítler?
Más adelante añade:  “Las razones de la Inquisición –negadas por tanto sectarismo anticientífico–  las vemos hoy resplandecer a la luz de la historia”.
            ¿Nos libran las humanidades de la barbarie? El Antonio Tovar de 1941, maestro de la filología, buen conocedor de los clásicos, admiraba a la vez a Sócrates y a Hítler. La realidad es más compleja de lo que a primera vista pudiera parecer.


Miércoles, 12 de junio
MIS PLAGIOS

Un lector me señala que el aforismo “Vivir envilece”, que yo publicaba hace unos días, no es más que una traducción del famoso “Vivre avilit”, de Henri de Régnier. Será muy famoso, pero yo no lo había leído nunca, aunque de Régnier conozco y admiro sus libros venecianos.
            Una coincidencia casual, pero hay muchas otras no casuales. Casi todo lo que atribuyo a otros autores, lo he escrito yo; buena parte de lo que he escrito yo, lo han escrito otros. Es el juego de la literatura, tal como yo lo entiendo. Nunca me confieso mejor que con palabras prestadas.
            Recuerdo el gran escándalo cuando Julio Casares publicó en un diario, a dos columnas, un capítulo de la Sonata de primavera y otro de las memorias de Casanova; se trataba prácticamente del mismo texto.
            El texto de ese capítulo, que no desentona del resto, sería el mismo, pero qué distinta la sonata primaveral de las memorias del veneciano. Son los misterios de la literatura. Todo lo ajeno se convierte en propio cuando quien se lo apropia es Quevedo o Garcilaso, Virgilio o Borges.
            ¿Citar siempre las fuentes? Eso queda para los eruditos del futuro y para los Julio Casares de cada momento.

Jueves, 13 de junio
CLARÍN ADOLESCENTE

Entre mis más queridas costumbres, se encuentra la de celebrar este día el aniversario de dos amigos, de dos de mis más queridos amigos. Uno nació tal día como hoy, otro lo escogió para morir. Pero, tanto tiempo después, ya esa diferencia importa poco.
            Fernando Pessoa nació hace 125 años. Llevo casi cuarenta en su compañía y todavía no me he cansado de ella. Todas las noches, antes de dormirme, recuerdo alguno de sus versos: “Para ser grande, sé entero. / Nada tuyo exageres o excluyas. / Pon cuanto eres / en lo mínimo que hagas…”
            Leopoldo Alas murió hace 112 años. Yo le conocí un poco antes que a Pessoa –por algo somos paisanos–, en 1966, cuando Alianza reeditó La Regenta. Tampoco he dejado de leerle desde entonces.
            Creíamos saberlo todo de él, como de Pessoa, y aún hay un Clarín por descubrir. El otro día, al final de la presentación de la edición digital de La Regenta, Ana Cristina Tolívar Alas, su biznieta, me pasó el último número de la revista Barcarola, donde se publica abundante obra inédita de Clarín.
            La edición se debe a Carole Fillière. Comienza refiriéndose a la historia de la biblioteca y los manuscritos del escritor, una novelesca historia que alguien debería contar algún día por lo menudo. La herencia fue dividida entre los tres hijos: Elisa, Adolfo y Leopoldo.
            Los libros y los papeles que Elisa se llevó a Madrid ardieron en la hoguera, pero no por ninguna decisión inquisitorial, sino debido a las penurias de la guerra: ayudaron a no morir de frío.
            Adolfo, además de con libros y manuscritos, se quedó con los muebles del despacho de Clarín. Los malbarató su viuda, pero finalmente, tras adquirirlos el Principado, acabaron en el mejor lugar: la biblioteca de Asturias.
            Leopoldo, el hijo mayor, no solo heredó el nombre de su padre, también los odios que hacía él profesaba la derecha española. Fue, como sabemos, asesinado con vagos visos de legalidad en febrero del 37, y su viuda tuvo que esconder libros y papeles en una taberna cercana. Fue un milagro que sobrevivieran a la furia cainita de los habitantes de Vetusta, que poco antes habían destrozado y ultrajado el monumento a Clarín levantado en el Campo de San Francisco (se restituyó en 1968). De la taberna fueron trasladados a Mieres, donde ser refugiaron en un establo. Hubo más novelescas peripecias, que no es ocasión de referir ahora. Tuvo suerte el escritor con sus descendientes, siempre al servicio de su obra, siempre a disposición de los investigadores.
            Leo con emoción, este trece de junio, los escritos desconocidos de un Clarín que todavía no era Clarín. Abundan las obras de teatro. Esa fue su primera vocación y quizá por eso le dolió tanto el fracaso de Teresa. “¡Por un real!” lo escribió cuando contaba quince años. Se trata de un “juguete cómico en un acto y en verso compuesto para la sociedad La Pubertad por uno de los socios”. Eran esos mismos socios los que lo representaron, uno de ellos Armando Palacio Valdés.
            Junto a las piezas de teatro aparecen nuevos números de Juan Ruiz, el periódico manuscrito que él redactaba en su integridad. Aquí está ya entero el Clarín burlón, radical y republicano. “Yo quito y no pongo rey” titula un poema que glosa el “ni quito ni pongo rey” de Beltrán Duguesclin.
            Entre los fragmentos de relatos, hay alguno, como “Hypatia”, que ya no es un borrador adolescente, sino ejemplo claro de su talento de narrador.


 Viernes, 14 de junio
ME RECETO SILENCIO

Una mala noche la noche pasada, una de esas noches en que a uno vienen a visitarle todos sus fantasmas y en las que tantas cosas que parecían sólidas –para citar a Marx y al premiado Muñoz Molina–  se desvanecen en el aire.
            Recordé aquel poema cruel que José Ángel Valente le dedicó a José Hierro: “Hablaba de prisa. / Hablaba sin oír ni ver ni hablar. / Hablaba como el que huye, / emboscado de pronto entre falsos follajes / de simpatía e irrealidad”.
            Yo no me escondo entre falsos follajes de simpatía, sino más bien todo lo contrario, pero me escondo, huyo, hablo también “sin puntuación y sin silencios” –hablo o escribo– “para evitar acaso la furtiva pregunta, / su desnuda verdad”.
            A José Hierro, “poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira y de infidelidad”, le acusaba Valente de renegar de su pasado, de adular y reírles las gracias a los que le habían metido en la cárcel: “Compraba así el silencio a duro precio, / la posición estable a duro precio, / el derecho a la vida a duro precio, / a duro precio el pan”.
            Yo hablo y hablo, escribo y escribo, para no pensar, para no verme tal como soy, para aturdirme. No parar es mi droga para soportar la vida.
            Esta noche se me ha ocurrido que debería armarme de valor y callar durante un tiempo, un largo tiempo, una semana o quizá dos.
            ¿Sería capaz de pasarme una temporada retirado en la paz de algún desierto, sin libros ni papeles, a solas conmigo y con todo el misterio del mundo?
            No lo creo, pero sé que lo necesito para crecer.
            En algún momento tiene uno que dejar de ser un adolescente. Y cuando se está a punto de cumplir 63 años quizá no conviene retrasar mucho ese momento.


sábado, 8 de junio de 2013

Nada personal: Todo es dádiva


Sábado, 1 de junio
RESPIRAR POR LA HERIDA

“¿Has leído Miseria y compañía, el último diario de Andrés Trapiello?”, me dice un amigo.
            ––Hace tiempo que me lo envió, pero no me atrevo a leerlo. Temo que me defraude y luego no sea capaz de callármelo y se enfade.
            ––¡Buena cosa te importa a ti que nadie se enfade!
            ––He leído el prólogo, que me ha parecido prescindible, como de costumbre, y las primeras páginas, que algo tienen de vacuo ejercicio de estilo.  A mí eso de comenzar un libro diciendo “Me vieron antes de la cena escribir en este cuaderno…” no me acaba de convencer. ¿Y qué me vieron escribir mis hijos si esas son las primeras líneas? ¿Algo que taché? ¿Y no están acostumbrados a verme escribir? ¿Qué curiosidad pueden sentir a estas alturas? No sé, todo eso me suena un poco a escribir por escribir, que es a lo peor que puede sonar un escritor. Luego seguro que el libro levanta el vuelo, como de costumbre. Especialmente cuando quiere vengarse de alguien, cuando ridiculiza algún aspecto de la vida literaria, con equis tras de las que se adivinan nombres muy concretos. Es inevitable que los escritores demasiado prolíficos acaben cansando a sus lectores habituales.
            ––Pues aplícate el cuento.
            ––No, si ya sé que esto que digo quizá se aplique más a mí que a Trapiello, que estoy respirando por la herida. Por eso no lo he leído de inmediato, según costumbre que dura ya casi un cuarto de siglo, porque temo verme reflejado en los errores, no en los aciertos.

Domingo, 2 de junio
PEQUEÑO, DULCE Y PUNZANTE

Soy de esas personas a las que les sobran dos o tres horas al día, y cuatro o cinco los domingos. No he aprendido a hacer las cosas despacio y por eso el entretenimiento se me acaba demasiado pronto. Esta tarde, tras leer y releer el libro de Pessoa que he de comentar mañana, me da por recordar, o por inventar, no sé bien, breves poemillas satíricos de otro tiempo. Comienzo por la definición: “El epigrama ha de ser / pequeño, dulce y punzante / para que cause placer”.
Voy a hablarte ingenuamente: / tu soneto, don Gonzalo, / si es el primero es muy malo; / si es el último, excelente.
Tu crítica tan sincera / de las obras que escribí, / amigo, poco me altera. / Mas pesadumbre tuviera / si te gustaran a ti.
¿Por qué juras que esos versos / de repente los hiciste, / si ellos, aunque tú lo calles, / muy claramente lo dicen?
Solo alabas, solo aplaudes / a los difuntos poetas. / Permite, amigo, que en esto / complacerte no pretenda; / no estimo tu voto en tanto / que por lograrle me muera.
Donde Tomás brilla más / es en los versos, Calisto. / Y lo peor que yo he visto / son los versos de Tomás.
A las críticas de Antón / quise responder un día, / ya muy harto, y con razón. / Traté de hablarle en su lengua, / probé a rebuznar, no supe / y le dejé sin respuesta.
Tu versos son inmortales. / Por toda la eternidad / a sus huéspedes mejores / se los lee Satanás.

Lunes, 3 de junio
UN MAESTRO

Presento una edición digital de La Regenta, prologada y minuciosamente anotada por Andrés Amorós. Las notas no molestan (solo aparecen si tocas la pantalla), al contrario de las de una famosa edición suya de Troteras y danzaderas, que yo utilizo a menudo como mal ejemplo. Le escucho luego hablar de la novela de Clarín con la misma admiración con que lo hago cada año en las reuniones del jurado de los premios Príncipe de Asturias. Tras las ásperas discusiones habituales, toma él la palabra y es bálsamo sobre cualquier herida, la música de Orfeo que calma las fieras. Maestro en diplomacia y en tantas otras cosas, me gana en todo, hasta en falsa modestia, que ya es decir.
            Claro que yo últimamente a la habitual falsa modestia suelo preferir la falsa vanidad. Pero se me da tan mal fingir que en seguida se nota que es verdadera.


Martes, 4 de junio
MUY VISTO

La verdad es que soy algo vanidoso, y se nota, por mucho que trate de disimularlo. Por eso, cuando peor lo paso en las reuniones de los premios Príncipe de Asturias es en el previo encuentro con la prensa. Alrededor de los miembros del jurado pululan fotógrafos, cámaras, periodistas, que a veces se acumulan ante alguna novedad (este año, Luis Alberto de Cuenca) o ante alguna de las estrellas mediáticas habituales, como Fernando Sánchez Dragó. El único al que jamás, jamás, le han preguntado nada es a mí. Paseo aburrido entre unos y otros, invisible para los periodistas, tratando de tomarme a broma lo que me molesta el que nunca se me tenga en cuenta. Cuando le estoy hablando de esto a Carmen Riera, veo que se me acerca Eduardo García. Me saluda muy amablemente. La novelista me mira irónica, como burlándose de mis vanidosas susceptibilidades, y entonces el periodista dice: “Vengo a hablar con esta señora”. Cuando Rosa Navarro Durán se libera del cerco de fotógrafos y periodistas, trata de consolarme: “Es que a ti ya te tienen muy visto”.

Miércoles, 5 de junio
HISTORIA VIVA

Con qué emoción escucho, en el antiguo palacio de Toreno, la voz educada, precisa y rotunda de Fernando Rodríguez Miaja, sobrino del general Miaja, testigo directo de los últimos momentos de la guerra civil.
Historia viva, nunca mejor dicho. El último testigo, como aquel al que se refiere Borges en El hacedor: “En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el baldío de un escritorio de Caoba?”
Fernando Rodríguez Miaja estaba con su tío cuando le avisaron por teléfono de que Besteiro se había sublevado contra el gobierno de Negrín. Él le acompañó el 29 de marzo en el avión que les llevó a Orán cuando abandonaron España en el último momento.
Nadie más puede contar aquellos heroicos y terribles días en primera persona. Al darle la mano, al final de la presentación de su libro Testimonio y remembranzas, tengo la sensación de que se la doy a lo mejor del pasado de mi país.


Jueves, 6 de junio
LA MUERTE, EL ÉXITO Y EL CHOCOLATE

El hueco que dejamos al morir, qué pronto se llena. Desaparecemos y no dejamos más huella que el agua que alguien saca del mar.
            Hoy me ha dado por pensar en la muerte. Me aterra la de la gente que quiero, pero la mía me preocupa cada vez menos. Al contrario que Unamuno no me obsesiona la inmortalidad. Creo que la nada es más confortable que cualquier paraíso. Incluso estoy seguro de que a Dios, si existe, lo que más le gustaría es llegar algún día a no existir.
            Le cuento estas estoicas melancolías a un amigo. “¿Y no te preocupa lo que va a pasar con tus libros? ¿No te preocupa que se sigan leyendo, que no sean olvidados?”, me pregunta.       
––Hombre, me gustaría que duraran un poco más que yo. Y no hay duda de que durarán un tiempo, rodando por las librerías de viejo. Pero estoy acostumbrado a ser poco leído, así que no creo que después de muerto me preocupe mucho más de lo que me preocupa ahora. Una de las frases que repito a menudo es que el éxito y el chocolate me gustan mucho, pero puedo prescindir perfectamente de ellos.


Viernes, 7 de junio
ALGO DE AUTOCRÍTICA

Recibo, como regalo de los editores de La Regenta que presenté el otro día, la edición digital de Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo. Son más de tres mil páginas que no añaden peso ninguno a mi iPad, el compañero ideal de las horas vacías en los aeropuertos y en las habitaciones de hotel.
Lo más parecido a los libros electrónicos que yo había manejado hasta la fecha eran los viejos tomos en papel Biblia de la editorial Aguilar. Como favorito para acompañarme en los viajes tenía el Nuevo glosario o el Novísimo glosario de Eugenio d’Ors: más de mil páginas de mínimas maravillas, uno de esos libros que nunca se acaban de leer.
            La Historia de los hetedoroxos es otra de esas obras inagotables. Qué fascinantes las historias de herejes que nos cuenta o las propias herejías, tan fantasiosas. La ortodoxia resulta siempre bastante más aburrida, salvo que el ortodoxo se llame Chesterton.
            Lo peor de esta edición es el prólogo, de un poeta que admiro, Aquilino Duque, pero que hace tiempo que no puede hablar de nada sin sacar a relucir a Franco y arremeter contra la democracia. Todos tenemos nuestras obsesiones ideológicas (y las mías me parece que están bastante claras), pero de vez en cuando debemos aparcarlas para hablar de otras cuestiones.
            Pero Aquilino Duque escribió versos tan hermosos que yo le perdono cualquier cosa, incluso aquel prólogo a una traducción española de Os Lusíadas en el que decía que el portugués no era más que un castellano mal hablado.
            Dejo de juguetear con la tableta y busco en mi biblioteca de papel (y de babel) unos versos suyos que reflejan muy bien mi estado de ánimo actual: “Los montes altos y las nubes bajas / y descansar de no hacer nada, / ver llegar el otoño, ver levantarse el viento / y tratar de olvidar la carrera del tiempo, / y tratar de olvidarse de uno mismo, / de los pecados y de los castigos. / Ya he escrito cuanto había de escribir / y vivido de sobra cuanto había de vivir. / Todo es ahora dádiva, todo es añadidura / y el alma solo anhela su larga noche oscura”.
            ¿Ya he escrito cuanto había de escribir? Quizá sí, pero yo hago como que no me entero. Y no le digo a nadie que ya está bien de diarios para que no me digan a mí lo mismo.
            En lo que estoy completamente de acuerdo es en que ahora “todo es dádiva”. Como siempre lo fue.


sábado, 1 de junio de 2013

Nada personal: Pompas de jabón


Sábado, 25 de mayo
SER OTRO

En días como este siempre me viene a la cabeza un verso del conde de Villamediana: “No me puedo sufrir a mí conmigo”. Si de todo se cansa uno, ¿de mí mismo cómo no me he de cansar? Hojeo los dos o tres libros recién llegados y no hay nada, en verso o prosa, me suena a consabido, a vacuidad y rebuscada palabrería.
            Me gustaría tomarme por un tiempo vacaciones de mí mismo. Pero todavía no se ha inventado una agencia en que se vendan semejantes paquetes turísticos. Una lástima, porque seguro que tendría mucho éxito.
            Ser otro. Lo más contrario a lo que soy... Y de pronto me imagino, no ante un café y unos libros en una repetida tarde de sábado, sino en un colmado y en una juerga flamenca, con un vaso de manzanilla en la mano, cantando alguna copla con voz aguardentosa. Cierro los ojos y escucho la música, las palmas, el colorista barullo y me escucho a mí mismo improvisando unas soleares:
Le dijo el tiempo al querer: / esa soberbia que gastas / yo te la castigaré.
Un consejo doy de balde: / quien quiera vivir tranquilo / no ponga su amor en nadie.
Quiere por solo querer, / que querer porque te quieran / es querer por interés.
Te quise y no me has querido, / déjame beber el agua / de la fuente del olvido.
Yo no dejo de mirarte, / que no cabes en el mundo / con ser el mundo tan grande.
En el río del olvido / me bañé una noche entera. / Ya ni sé si te he querido.
Cuando duerma tu marido / has de bajar al jardín / para encontrarte conmigo.
Soñé que tú me querías / y me ha bastado ese sueño / para hacer feliz mi vida.
Mejor que rey ser esclavo / si soy rey en soledad / y esclavo estando a tu lado.
Como el agua de la fuente / un amor que es siempre el mismo / y que es siempre diferente.
Todo lo desgasta el tiempo, / hasta la roca más dura, / hasta el amor que te tengo.
A solas estoy contigo / y contigo estoy a solas. / No sé si me has entendido.
Esa luz que brilla lejos / en la noche más oscura / es el amor que no encuentro.
Me dijiste al despertar: / soñé que tú te morías / y el sol no volvía a brillar.
Una mujer me quería / y yo quería a una mujer / que era a otro al que quería.
En las noches de verano / tú y yo solos en el campo / cogiditos de la mano.
Algún día has de entender / que el que quiere a quien le quiere / no sabe lo que es querer.
Te vas y yo voy contigo / aunque me quede esperando / a que me llegue el olvido.
Comprendo que no es verdad, / pero repite de nuevo / que me quieres de verdad.
Sé perder y sé ganar, / pero a que tú no me quieras / no me puedo acostumbrar.
Guárdame este secreto: / estoy enamorado / del amor que te tengo.

Domingo, 26 de mayo
SECRETOS INCONFESABLES

Soy de esas personas a las que no les importa tener muchos enemigos, pagar impuestos, coleccionar fracasos amorosos.
            A fin de cuentas los enemigos nunca defraudan, nunca traicionan, siempre sabes lo que puedes esperar de ellos. Como me gusta apuntarlo todo, guardo sus nombres en una libretita. De vez en cuando, algún conocido vuelve de un congreso literario y me dice “¿Qué le has hecho a Fulanito? Habla muy mal de ti”. Yo apunto el nombre y trato de descubrir la causa. Por lo general, me resulta fácil. No me dedico a los negocios, no he ocupado cargos políticos, no he repartido prebendas, casi nunca hago favores. Todos los que me detestan lo hacen por la misma razón: he hablado mal de alguno de sus libros de versos o, lo que es peor, no he hablado nunca ni bien ni mal de ninguno de ellos.
            Me divierte coleccionar enemigos entre los poetastros y los eruditos a la violeta. Uno es así de masoquista, qué se le va a hacer.
            Y me gusta pagar impuestos. Ya sé que este es uno de esos placeres privados que jamás se deberían confesar en público. Ese placer tiene que ver con la vanidad. Soy de esas personas que, como la mayoría, jamás han hecho, ni probablemente harán, nada importante en la vida. Pero cuando paso delante de una Biblioteca Pública (mis sucursales del paraíso favoritas), o delante de una bulliciosa escuela de barrio, pienso que todo eso existe, al menos en parte, gracias a mí. Y me siento tan orgulloso y tan importante como el mecenas que dona su colección al Metropolitan de Nueva York y hace que coloquen su nombre, escrito con grandes letras doradas, en una lápida. Yo no necesito ninguna lápida para sentirme orgulloso de que alguna de las cosas buenas de mi país existan, aunque sea en mínima parte, gracias a mí.
            Pero con lo que más disfruto es coleccionando fracasos amorosos. A fin de cuentas a uno lo que le gusta es hacer literatura y nada mejor para ello que un amor imposible. De un fracaso me recupero pronto. Dos semanas y tres sonetos elegíacos y ya estoy listo para un nuevo fracaso. Del éxito, las pocas veces que he tenido éxito, he tardado bastante más en recuperarme. Y me ha costado bastante más dinero.


Lunes, 27 de mayo
EQUIPAJE Y MENÚ

He conocido a algunos pocos hombres, en el mejor sentido de la palabra, buenos. Uno de ellos era Fernando Pérez, profesor de filosofía de estirpe machadiana e institucionista. Ahora me llegan sus dispersos Artículos y ensayos, recopilados en un tomo por la Universidad de Extremadura, y entre ellos un apéndice documental que recoge un texto de 1791 sobre la reforma del colegio de San Pedro, en Cáceres. Está lleno de esos pequeños detalles exactos que a mí me gustan tanto como le gustaban a Stendhal. Por ejemplo, el equipaje que han de llevar los alumnos: “El colegial, a su ingreso, deberá presentar al Vice-Rector del colegio un cubierto con su cuchillo, quatro toallas de manos, seis servilletas y dos sacos para mudanza de ropa; quatro sábanas, quatro fundas lisas, una manta y un sobrecama; dos colchones, dos almohadas y un catre, seis pares de calcetas, otros seis de medias negras, dos camisas de dormir, seis pares de calçoncillos y seis camisas, quatro gorros blancos de hilo para dormir, y seis pañuelos para el bolsillo, una mesa con su caxón con llave y el tapete correspondiente; dos sillas, tintero, salvadera y belón con sus espabileras; un baúl y los libros necesarios para la Facultad que ha de estudiar. Entregará asimismo 40 reales de vellón para la Librería del Colegio”.
            O el menú que se les serviría: “Se les dará almuerzo con vianda caliente, variando la calidad y el modo; al medio día, sopa diferenciada, puchero compuesto de vaca, carnero, tocino, chorizo y garbanzos con verdura correspondiente, un principio y postres; a la merienda, fruta fresca, seca, o queso; a la cena, ensalada, guisado y postres”.


Martes, 28 de mayo
DEFINICIÓN
              
Tengo la costumbre de leer, recién aparecida, cada nueva novela de Donna Leon, menos por la trama, siempre reivindicativa y a menudo previsible y con algún que otro descosido, que por los apuntes costumbristas y los paseos por Venecia. En la última, El huevo de oro, encuentro, en solo una línea, en una escueta enumeración de sustantivos, la mejor definición de la ciudad:
            “Agua, cielo, oro, mármol, multitud, soledad, proporción, caos, desechos, gloria”


Miércoles, 29 de mayo
MORALIDADES INACTUALES

Ni te des importancia ni rebajes tus méritos; deja ese trabajo para los demás.
Las ciencias exactas solo son exactas cuando no se ocupan de cosas de este mundo.
A veces hablamos para ocultar lo que el silencio dice con demasiada claridad.
Me gusta mentir, pero no soporto engañar.
Si desaparecieran todos los poetas del mundo, no se perdería gran cosa, tampoco si desapareciera el mundo.
Por muy oscura que sea la noche, siempre es de día en alguna parte.
No hay que confesar nada que no sea inconfesable.
Procura, por simple cortesía, no tener siempre razón.
Para ver solo lo que hay hace falta ser muy imaginativo.
Si alcanzas la meta, es que has sido demasiado modesto a la hora de elegir una meta.
No hagas confidencias, a menos que sean rigurosamente falsas.
Por aburrimiento se desvelan los mayores secretos.
Vivir envilece, como dijo Henri de Règnier.
Mentir siempre es no mentir nunca.
La mayoría de las mujeres son poco de fiar, y eso es lo que tienen en común con la mayoría de los hombres.
Hablar con claridad de cosas oscuras, ¿no es una manera de engañar?


Jueves, 30 de mayo
GEORGINA Y YO

La historia es bien sabida. Unos jóvenes peruanos, para gastarle una broma a Juan Ramón Jiménez, se inventaron a Georgina Hübner, una admiradora de sus versos, y le escribieron cartas en su nombre.
El poeta acabó enamorándose de aquella lejana desconocida y, cuando el asunto se les fue de las manos y Juan Ramón estaba dispuesto a viajar a Lima para encontrarse con su gran amor, decidieron informarle de que la joven había muerto. Su dolor fue tan hondo y tan verdadero como el amor que sentía por aquella mujer inexistente. Escribió entonces un poema famoso, “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”, del que nunca se arrepintió, a pesar de todas las burlas que despertó el asunto, y al que “revivió”, según su costumbre, cincuenta años más tarde: “¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida! / Vivimos, ¿para qué? Para mirar los días / de fúnebre color, sin cielo en los remansos, / para tener la frente caída entre las manos, / para no pasar nunca del umbral del ensueño”.
            Las más hermosas cartas de amor que recibió Juan Ramón las escribieron dos jóvenes bromistas; su gran amor no fue Zenobia, sino una mujer que no había existido nunca.
            ¿Y hay alguna diferencia entre ese amor y los otros, los que no son fruto de ninguna broma?
Una vez más, como tantas otras veces, me voy hoy a la cama, repitiéndome los versos finales de la elegía a Georgina: “¿Qué niño idiota, hijo del odio y del dolor, / hizo el mundo, jugando con pompas de jabón”.