sábado, 24 de junio de 2017

Sin trampa ni cartón: Fuera de casa, pero en casa


Viernes, 16 de junio
VOLVER

Soy una persona con bastantes limitaciones, pero creo que los años me han ido enseñando a sacarles partido. La principal, mi amor a la rutina. Si por mí fuera, me pasaría la vida haciendo las mismas cosas, las que me gustan.
            El primer día en un lugar nuevo me encuentro perdido, como en medio de la jungla; el segundo ya voy haciendo caminos; el tercero me encuentro como en casa. Y guardo esas rutinas en la memoria, para cuando regrese (volver es mi deporte favorito). Tengo así pequeños rincones familiares dispersos por el mundo.
            Uno de ellos es este, el Campo Santi Apostoli, una plaza siempre animada y a la vez recoletamente provinciana. Alguna vez me alojé en el hotel frente a la iglesia, un viejo palacio. Esta vez lo hago en un apartamento del Campiello del Lion Bianco, escondido a la derecha de los arcos que lleva que lleva a Rialto, uno de esos rincones típicamente venecianos que solo pisan los que en ellos viven.


            En medio del Campo, hay un colorista quiosco. Ahí compro Il Gazzetino y La Reppublica. Los hojeo mientras desayuno en el Blubar, en la esquina de la Salizada del Pistor, frente a la iglesia luterana, con su ángel custodio en la fachada neoclásica. Como me gusta madrugar, asisto al desperezarse de la ciudad sin el ajetreo turístico, al saludo y a las conversaciones de los vecinos en buen veneciano.
            Acabo de llegar y ya me encuentro como en casa, hasta he ayudado a una señora mayor a subir la compra por la empinada escalera, una de esas escaleras que parecen multiplicar los pisos dentro de los viejos caserones, casi todos sin ascensor.
            Por eso procuro no ir a ningún lugar por primera vez. Por eso me gusta tanto regresar. Soy la persona menos aventurera del mundo. Si por mí fuera, no saldría nunca del barrio. Afortunadamente, poco a poco he logrado que mi barrio, esas pocas calles en las que me estoy a gusto, se encuentre disperso por el ancho mundo.


Sábado, 17 de junio
UN DÍA CUALQUIERA

No me disgusta cumplir años, todo lo contrario. Lo considero un regalo más, el mejor que todos. ¡Sesenta y siete ya! Esto hay que celebrarlo.
            Y lo celebro con la mejor de mis rutinas. Me levanto pronto (pero el sol se ha levantado antes); bajo a la plaza (siempre me sorprende el esbelto campanile que parece inclinar la cabeza para saludarme por debajo de los arcos que bordean el canal); cruzo el puente, saludo al quiosquero que acaba de abrir; tomo mi capuchino y mi cruasán mientras me entero de las minucias de la ciudad y de los desastres del mundo; voy luego hasta Ca’ d’Oro para tomar el vaporetto; desciendo en Arsenale; camino sin prisa hasta el Campo della Tana; recorro la Biennale como un divertido, sorprendente, algo fatigoso parque de atracciones; vuelvo al vaporetto para comer en Casa Mia, muy cerca de la que es ahora mi casa; descanso y leo durante un rato en el apartamento del Lion Bianco; asisto, un año más, en Ca’Foscari a la inauguración de la Art Night Venezia, la noche en que Venecia abre gratuitamente las puertas de la mayoría de sus museos e instalaciones; me uno a una visita guiada a los palacios de la Universidad: admiro la antigua aula magna reformada por Carlo Scarpa, un antecesor de Siza en la arquitectura sabiamente sigilosa; saludo al pintor Elías Benavides; callejeo hasta la Punta della Dogana para admirar los pecios prodigiosos que Damien Hirst ha rescatado del naufragio de una gigantesca nave; me entretengo con el espectáculo de una gaviota que, tras posar largo rato en uno de los postes de la laguna, frente a San Marco, se lanza al agua, atrapa a un pez y lo sube al muelle para irlo devorando poco a poco, rodeada de turistas que la fotografían mientras ella alza de vez en cuando la cabeza orgullosa de la expectación que despierta… El sol, al ponerse, copia celajes que ha admirado en Turner.
            El día de mi cumpleaños nunca doy ninguna fiesta. ¿Para qué? Cualquier día, si la salud y el buen ánimo acompañan, ya es una fiesta.


Domingo, 18 de junio
JARDÍN Y REFERENDUM

Paso la mañana en Giardini, la otra sede de la Biennale y sigo con el mismo ánimo curioso y juguetón que un niño en un parque de atracciones. No ser un experto, no ser un crítico, no ser un entendido le deja a uno mucha libertad.
            Al pabellón de España, el primero que me encuentro, no le dedicó más de medio segundo. No me apetece pararme a ver sus vídeos, no me atraen sus grises maquetas de hojalata. “¡Únete!”, me pide en grandes letras. Que se una otro, Jordi Colomer.
            En el Pabellón Central, sección “degli Artisti e dei Libri”, se me ocurre pensar que resultaría difícil decidir quién ha destruido más libros si Hitler o los artistas contemporáneos. El gusto por destrozar libros o hacerlos ilegibles debe refleja un trauma infantil en mucho creadores, seguro que tuvieron que padecer más de una lectura obligatoria. Yo prefiero la peor edición de bolsillo al mejor libro de artista.
            Algunos se toman demasiado en serio lo del parque de atracciones. ¿Es Australia o es Austria, ahora no lo recuerdo bien, quien pone un camión haciendo el pino frente al pabellón? Y luego dentro una caravana con agujeros por los que los visitantes pueden sacar la cabeza o una pierna para que les hagan fotos, como si fuera las víctimas de un accidente. A mi no me hace ninguna gracia. Prefiero el pabellón del Canadá, destruido por una potente fuga de agua.
            No faltan los que  hacen realidad algún viejo chiste: en el pabellón del Japón, una de las instalaciones consiste en una fregona y un trapo, de los que se usan para dar lustre al suelo, y el frasco de cera correspondiente. “Out of disorder”, creo que se titula. A veces lo mejor del pabellón es el propio pabellón, como ocurre con el de Venezuela. Pero si lo que está dentro te defrauda, nunca lo hace lo que está fuera, los sombreados jardines a los que se asoma el azul deslumbrante de la laguna.
            Hoy se celebra el “referendum popolare” para que las grandes naves, los bulímicos cruceros, no atraviesen la laguna. La fiesta final se celebra en el Campo de S.  Margherita. Y allí estoy yo, no faltaría más, es mi Campo favorito. Asisto al recuento, con los voluntarios sentados en corro en el suelo abriendo las cajas de cartón y amontando en dos grupos las papeletas, y luego a la actuación del grupo Pharmacos. Es un referéndum sin demasiada intriga: todo el mundo está en contra, salvo los que hacen dinero con esos hoteles flotantes que destrozan la laguna y cualquier día un despiste como el del Costa Concordia hará lo mismo con la ciudad.


Lunes, 19 de junio
LA ÚLTIMA CENA

Hoy Il Gazettino me mancha de sangre el desayuno. Aquí al lado, en Mestre, un profesor de inglés invita a cenar a su antigua novia –lo habían dejado hacía un año– con su actual pareja. Tras la cena, que transcurrió de la manera más amical posible, les puso un somnífero en la última copa y luego la estranguló a ella y le destrozó la cabeza a golpes a él. Ella, la rusa Anastasia Shakurova, tenía treinta años (veinte menos que el profesor), había sido alumna suya; la misma edad tenía, Biagio Buenomo, el nuevo prometido.
            El profesor era un buen profesor, muy querido de sus alumnos. Comenzaba sus cursos de verano en el F30 Coffee Bar, a dos pasos de la estación de Santa Lucia. “Do you spritz English?”, se titulaba la primera lección.
            “Es lo mejor que me ha ocurrido en la vida”, cuentan los amigos que decía después de conocer a Anastasia. Luego la relación se enfrió, ella encontró a otro, un brillante ingeniero napolitano; él no pareció tomarlo demasiado mal. Se saludaban, se veían de vez en cuando, les invitó más de una vez a cenar a su casa y ayer domingo finalmente aceptaron.
            Parece que trató de ocultar los cuerpos, de limpiar la sangre, pero se cansó y él mismo llamó a la policía. Los vecinos avisaron a la madre del profesor, que fue una de las primeras en llegar.
            No sé por qué esta tragedia, de la que el periódico local da todos los detalles como hacía El Caso, me conmueve especialmente, más que el atroz incendio portugués.
            El profesor ejemplar, brillante, apasionado de su trabajo que un día se enamora de una de sus alumnas. Y ella se deja querer, pero se cansa pronto: lo suyo es más admiración que amor.
            No puedo dejar de pensar en esa cena, minuciosamente preparada, los platos exquisitos, los mejores vinos, la cena de los condenados a muerte.
            ¿Qué pasó por la cabeza del viejo profesor, juez y verdugo, mientras sus invitados reían felices, se miraban de vez en cuando a los ojos, le confesaron –aún no lo sabía prácticamente nadie– que ella estaba embarazada?
            Somos una caja negra para los demás y para nosotros mismos. El profesor ejemplar, el hijo ejemplar, el amigo ejemplar va regando a escondidas la semilla del crimen. Me aterra pensar que cualquiera de nosotros puede ser la víctima o, peor aún, el asesino.
            Qué cerca están infierno y paraíso.


Martes, 20 de junio
MENTIRAS VERDADERAS

Más que una exposición la de Damien Hirst en la Ponta della Dogana y en Palazzo Grassi es una superproducción, un fascinante espectáculo de Hollywood. Después de visitarla, en el Cinema Rossini vi el documental Michelangelo. En otra de las salas, proyectaban The mummy. Se podría pensar que Hirst tiene más que ver con Tom Cruise y su sentido del espectáculo que con Miguel Ángel. El escultor se encerró con un inmenso bloque de mármol y durante varios años, sin ayudantes, sin que nadie viera lo que hacía, esculpió el David. Damien Hirst, como un gran productor, contrata a un inmenso equipo, les explica su idea y durante varios años prepara su exposición como quien monta una película. Le da titulo y argumento: “Los tesoros del naufragio del Increíble”. Pero lo más increíble es que esa mentira se hace verdad. Y que entre las doscientas obras que llenan las dos sedes hay muchas impactantes y un puñado de obras maestras. Algunas bordean el pastiche, pero que la mayoría escapan de él con humor y desmesura, como el Demonio con un cuenco –más de dieciocho metros de altura– que parece enjaulado en el patio central del Palazzo Grassi.
            También la verdad se inventa parece decir Hirst parafraseando a Machado. Y él ha inventado una deslumbrante verdad, una superproducción que nos hace abrir los ojos asombrados como las películas de romanos que veíamos de niños.


Miércoles, 21 de junio
DIGO LO QUE PIENSO

Como ya todo el mundo sabe que siempre digo lo contrario de lo que pienso, ahora cuando quiero que no se sepa lo que pienso digo lo que pienso.




domingo, 18 de junio de 2017

Sin trampa ni cartón: Doy las gracias


Sábado, 10 de junio
LAS PERSONAS NORMALES

Las personas normales son aquellas a las que hemos tratado poco. Basta establecer una relación de cierta intimidad  para darse cuenta de que no hay nadie que no sea peculiar.
            Esas peculiaridades unas veces nos hacen gracia y otras resultan insoportables. Para llevarme bien con cualquiera (también conmigo), hay un remedio infalible: frecuentarlo poco.
            Por la tertulia de los viernes ha pasado una buena colección de tipos curiosos (no en vano comenzó allá por 1980), que darían para un destartalado y barojiano anecdotario. Nunca se le cerró la puerta a nadie. Los tipos más vanidosamente insoportables terminaban pronto enfadándose conmigo, que no prestaba suficiente atención a sus versos y a su prosa, y desaparecían.
            Lo que más he temido siempre –en la tertulia oficial de los viernes y en cualquiera de las otras que acaban improvisándose donde me siento a tomar un café– son los admiradores incontinentes. Que ni siquiera halagan tu vanidad, porque lo mismo que te admiran a ti, admiran a cualquier poetastro que se prodiga en Internet, a Félix de Azúa o a cosas peores.
            Por suerte soy de esos escritores picajosos e impertinentes que tienen más detractores que admiradores. No sé qué sería de mí si yo fuera un escritor de éxito.
            ¿Cómo librarse del acoso de las buenas personas sin hacerles demasiado daño?
            Anoche, tras la tertulia, mientras pensaba en estas cosas, volví a ver un capítulo de Perception, la serie en la que un catedrático de neuropsicología ayuda al FBI a resolver enigmas. Ese catedrático, el doctor Daniel Pierce, es esquizofrénico, padece alucinaciones, pero eso no le impide dar clases ni resolver casos complejos. El episodio que vuelvo a ver se titula “Asilo”; la pregunta que el profesor plantea a sus alumnos es “¿Puede el cerebro curarse a sí mismo?” y la trama tiene que ver con el trastorno obsesivo-compulsivo.
            Aprendo mucho de doctor Pierce, pero todavía no he aprendido cómo librarme de quien agobia y no deja espacio para respirar con la mejor intención del mundo.
            No soy precisamente yo, con mi obsesión por el orden y la puntualidad, con mi alergia al más mínimo cambio, quien puede dar lecciones de normalidad a nadie. A fin de cuentas, sé algo de muchas cosas, pero experto, lo que se dice experto, solo lo soy en una, en la misma que casi todo el mundo: en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.


Domingo, 11 de junio
AMARILLISMO

Creo que está en desuso el término amarillismo para calificar a ciertas prácticas periodísticas. Pero no se me ocurre otro  más preciso para referirme al reportaje sobre Juan Goytisolo que hoy coloca cierto diario –antaño de referencia y todavía una costumbre (¿una mala costumbre?) para muchos españoles de mi edad– en su primera página. Parece que quiere emular a la denostada televisión basura.
            A pocos días del entierro, Francisco Peregil nos cuenta que “el escritor Juan Goytisolo vivió sus últimos años aquejado de enfermedades y acuciado por la depresión y la falta de dinero”.
            Otra vuelta de tuerca al mito del escritor un tiempo célebre que muere en la miseria olvidado de todos. Pero Juan Goytisolo no era un escritor olvidado y lo que de sus finanzas nos revela el indiscreto Peregil no avala precisamente la tesis de la miseria: desde 2007 cobraba por parte del diario que ahora exhibe su cadáver tres mil euros mensuales (escribiera o no escribiera); en 2004, cuando al parecer comenzaron sus dificultades económicas, el ministro de Cultura le organizó una gira por los Institutos Cervantes y pidió por favor a las distintas universidades que le encargasen cursos de verano; en 2014, le concedieron el Premio Cervantes, dotado con 125.000 euros; además seguía cobrando regularmente la liquidación de sus derechos de autor (varios de sus libros eran lecturas obligatorias y se reeditaban con frecuencia). Una miseria semejante resulta envidiable para la mayoría de los españoles (y no digamos de los marroquíes).
            El poco elegante reportaje (y tan falaz en el asunto de la pobreza) nos desvela detalles que habría sido piadoso no airear. Y deja en el aire un interrogante aterrador: ¿Dependían solo de sus ingresos las seis personas, todas ya adultas, con las que vivía? ¿Era la gallina de los huevos de oro en “la tribu”, así la llamaba él, que ocupaba el antiguo hostal que había comprado en Marrakech? ¿Toda historia de amor acaba convirtiéndose en una historia de terror?
            Cómico en cambio resulta que el susodicho diario que dedica portada y dos páginas a la presunta pobreza y a las enfermedades del escritor, se ocupe en el editorial de recordarles a los socialistas que “no es no” y por lo tanto no deben abstenerse sino votar “no” en la moción de censura que presenta Podemos el próximo martes. La historia de la manipulación periodística se repite dos veces: una como tragedia y otra como farsa.    



Lunes, 12 de junio
OLVIDOS

Una estudiante de La Universidad de las Islas  Baleares, que está haciendo un Trabajo de Fin de Grado sobre los mitos clásicos en la poesía española, me pregunta que dónde publiqué el poema “Odisea”, que ha encontrado en varias páginas Web sin indicación de la procedencia.
            Como no recuerdo haber escrito ningún poema con ese título, le digo que me lo envíe. Son seis versos que no me suenan de nada. Compruebo que aparece con mi nombre comentado en varios blogs. Busco mis libros de poemas, reviso índices, no lo veo por ninguna parte.
            Me siento como el regador regado. Yo, que presumo de haber escrito apócrifos de tantos poetas –Brines, Sandro Penna, Eugénio de Andrade– y de haberlos visto citados como auténticos, ahora resulta que también he sido objeto de un “homenaje” semejante.
            No me hace ninguna gracia, la verdad. Releo el poema:
            “Hay una casa abierta con balcones dorados / y mujeres que venden el placer. / Hay un perro en la puerta de la casa / y hay un hombre que viene de muy lejos. / Pronto será de noche. Ulises, muy cansado. / manda callar al perro y sigue su camino”.
            Me gusta el final, que podría ser mío. ¿Quién habrá sido ese aplicado imitador que conoce bien mi estilo? Y entonces me da por hojear Al doblar la esquina, un libro mío de 2001, y allí lo encuentro. No aparece en el índice porque se incluye en “Márgenes”, una serie de diez poemas de seis versos cada uno. Están escritos de manera casi automática, de un tirón, y por eso no los guardé en la memoria. Creo que no los volví a leer desde que apareció el libro. Lo hago ahora. “Amantes” me parece que tiene la concisión de un epigrama clásico: 
            “De niño nos bañábamos y jugábamos juntos, / hoy me mira y aparta la mirada, / ella es hija de un dios, yo de un mendigo, / hay en su rostro estrellas, pústulas en mi piel, / pero antes de estar en otros brazos, / derramó su hermosura entera entre los míos”.
            Envejecer, y no preocuparse nada de lo que uno ha escrito, sino de lo que queda por escribir, aparte de ayudar a mantenerse joven, tiene estas sorpresas.


Martes, 13 de junio
A LOS LECTORES DEL FUTURO

Me hago la ilusión de que escribo, no solo para los lectores de hoy, sino para los de dentro de veinte, cuarenta o cien años. ¿Qué les diría de lo que ha ocurrido en el Congreso este día de Santo António, patrono de Lisboa, en que yo siempre celebro el cumpleaños de Fernando Pessoa?
            Que se ha celebrado una moción de censura, perdida de antemano (como todas las mociones de censura: ganarlas es prácticamente imposible), en la que el partido del gobierno, según lo previsto, ha puesto una vez más de relieve su catadura moral, mientras que el líder de Podemos ha sorprendido (me ha sorprendido a mí al menos) con un discurso cuyo rigor intelectual solo encuentra parangón en los de Manuel Azaña.
            ¿Quién era entonces el presidente del Gobierno?, se preguntarán los lectores de dentro de veinte, cuarenta o cien años (quién era el líder de Podemos me parece que no necesitarán preguntárselo).
            ––-Bah, no vale la pena recordar su nombre. Era el líder de un partido que se financiaba ilegalmente y estaba en el poder gracias a un torpón golpe de mano que, tras descabezar al principal partido de la oposición, obligó a sus diputados a votar en contra del compromiso que tenían con los electores. Luego las aguas volvieron a su cauce, gracias al esfuerzo de los militantes de base –que no eran el paciente rebaño que se imaginaban los banqueros, la prensa y los jarrones chinos–, pero el mal ya estaba hecho y resultaba difícil (aunque no imposible) de deshacer..
            Los folios que leyó, trabucándose, ese borroso presidente respetaron el máximo común divisor de los discursos de su partido cuando se refieran a Podemos: cuatro gracietas más o menos machistas, dos infamias y una referencia a Venezuela.
            Del discurso de Pablo Iglesias me emocionaron especialmente sus alusiones a España, una España que nada tiene que ver con la de un Monarca, un Imperio y una Espada ni con la de garrote y tente tieso a golpes de Constitución en la cabeza.
            La España de los reaccionarios españoles, la España unitaria y monocolor que tratan de imponer, no es más que un invento francés poco respetuoso con nuestras tradiciones. Sospecho que incluso Felipe II entendería mejor que el legal pero ilegítimo presidente actual del Gobierno español lo que es una España plurinacional.


Miércoles, 14 de junio
INFAMIA Y GLORIA

Siento vergüenza ajena al escuchar al portavoz del partido del gobierno en el epílogo de la moción de censura. Sólo le soporto unos minutos, la verdad. Él no utiliza en su discurso el máximo común divisor del argumentario contra Podemos, sino el máximo común múltiplo de la babeante infamia.
            Sospecho que con ello multiplica las simpatías hacia ese partido. ¿También los votos? Me imagino que también, aunque el mío sigue siendo para Pedro Sánchez.
            Pero para un Pedro Sánchez que tenga muy en cuenta todo lo válido que hay en Podemos, un partido rejuvenecedor y vigorizante que ha llegado para quedarse.
            Con ellos en el Congreso, se respira mejor. No les voto, pero les doy las gracias.

domingo, 11 de junio de 2017

Sin trampa ni cartón: Mi vocación frustrada


Sábado, 3 de junio
UNA CURA DE HUMILDAD

Hace algún tiempo colaboraba, invitado por Luis María Anson, en el ABC verdadero, como diría él. Por entonces aún no existía, o no se había generalizado, la prensa digital, solo leían mis artículos quienes compraban el periódico. Ninguno de mis conocidos lo hacía, así que nadie me los comentaba.
            Un día me equivoqué y atribuí a Horacio unas palabras de Virgilio: “tempus irreparabile fugit”. De inmediato me llamó un amigo para señalarme el error
            ––¿Pero tú lees ese periódico?
            ––Lo hojeo todos los días, lo compran en casa. A ti te leo siempre.
            Me leía siempre, pero había esperado para decírmelo a que metiera la pata.
            Me ha venido ahora a la memoria esta anécdota porque desde hace algunos años (desde 1999, creo), he sido Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Este año he quedado fuera porque al parecer, según las nuevas normas, no se puede repetir más de cuatro veces seguidas.
            Nunca he pintado mucho, la verdad. Mi candidato caía siempre derrotado en las primeras votaciones (solo hubo una excepción: Muñoz Molina) y la reunión con la prensa antes de que comenzaran las deliberaciones constituía una reiterada lección de modestia: jamás ningún periodista quiso saber mi opinión. A veces veía acercárseme a uno sonriente, seguido del cámara. Pero la sonrisa no era para mí, sino para Sánchez Dragó o Rosa Navarro Durán o Víctor de la Concha, que se encontraban detrás. Y eso que yo, inasequible al desaliento, siempre llevaba preparaba alguna frasecita que podría servir de titular. “¿Cree que este año obtendrá el premio por fin Antonio Gamoneda?”, le preguntaban por ejemplo a unos y a otros (por entonces el poeta astur-leonés tenía ya todos los galardones oficiales de algún relumbrón). Pero no a mí, que me quedé sin poder utilizar la respuesta: “Ni está ni se le espera”. (No figuraba siquiera entre los candidatos.)
            No pintaba yo nada como jurado, ni nadie se acordaba de que lo era, pero ahora que no lo soy la mayoría de mis amigos y conocidos se han apresurado a llamarme para darme una especie de pésame. “Lo siento mucho, qué pena”, se limitan a decir la mayoría. Pero hay algunos otros con peor intención: “He oído a la directora de la Fundación que están echando fuera a los de siempre para darle otro aire a los premios, que se iban quedando obsoletos por el envejecimiento del jurado”, “Muy bien esa idea de traer caras nuevas, no está bien que los mismos premien siempre a los mismos”, “O te jubilas o te jubilan, es ley de vida”.
            Y yo, que no pensaba en ello, tengo que repetir una y otra vez que no tiene importancia y que dudo que Teresa Sanjurjo, tan gentil siempre, haya dicho eso que le atribuyen para fastidiarme.
             

Domingo, 4 de junio
QUIEN MANDA MANDA

Sabía de sobra que La promesa, la película que Terry George ha dedicado al genocidio armenio, no era precisamente una obra maestra, pero quería ver cómo contaba esa masacre que todavía Turquía se niega a aceptar. No es que niegue que murieran más de un millón de armenios en tiempos de la Gran Guerra, algo que ni siquiera se pudo ocultar cuando ocurría, solo que habrían sido “efectos colaterales” del conflicto, no el resultado de la decisión de exterminar a todo un pueblo.
            Un pueblo de traidores según el gobierno turco, de potenciales o reales aliados de otros países en conflicto, especialmente Rusia.
            La película, que quizá debería llamarse El compromiso (es un compromiso matrimonial con dote anticipada lo que sirve de punto de partida) vale tan poco como me esperaba. Pasa sin transición de un idílico Estambul muy belle époque, con los comerciantes y los profesionales armenios perfectamente integrados en la alta sociedad, a una especie de “noche de los cuchillos largos” en que toda la furia popular se desencadena contra ellos sin que se nos ofrezca justificación alguna. "Los imperios caen, el amor sobrevive", leemos en el cartel: del intento de solución final para los armenios, ni palabra.
            Qué consolador pensar que los genocidas –los nazis, los turcos de entonces– son unos monstruos que nada tienen que ver con nosotros.
            Pero tienen que ver, somos nosotros o podemos serlo en cualquier momento.
            La Turquía de 1915 estaba en guerra, luchaba por su supervivencia como Imperio al lado de Alemania. Dentro de su territorio tenia a quienes pedían ayuda al enemigo e incluso, en algunos casos aislados, tomaban las armas para luchar junto a él.
            El enemigo del tambaleante imperio democrático es hoy el Estado Islámico, simpatizantes suyos cometen atentados estúpidamente crueles en París o Londres (y en países árabes, pero ahí no cuentan). Esos terroristas son de religión islámica. Al presidente de los Estados Unidos se le ocurre que la mejor defensa es prohibir la entrada a quienes proceden de países musulmanes, aunque los terroristas no vienen de esos países: ya estaban aquí en la mayor parte de los casos.
            ¿Cuál sería el siguiente paso, encarcelar a todos los musulmanes que viven en Europa o en Estados Unidos? Theresa May, tras ahorrar en policías, dice que hay que dar más poderes a la policía y respetar un poco menos los derechos humanos. ¿Solucionaría el problema disparar a matar a cualquier sospechoso, torturar para obtener información?
            Los turcos del imperio se nos parecen demasiado: también hoy sería posible un genocidio, si no aplaudido, sí justificado por la buena gente a la que se le ha hecho creer que el Islam es el mal absoluto. Y también impediríamos, con la ley en la mano, que fuera considerado como genocidio.
            A la vez que la muerte de una treintena de inocentes al salir de un concierto llena todas las primeras páginas de los periódicos y despierta la indignación mundial (con toda razón), unas pocas líneas escondidas informan de que en no sé qué ciudad siria, al parecer controlada por el Estado Islámico, han muerto ochenta personas, la mayoría mujeres y niños, a consecuencia de una bomba de los países aliados. Lamentable, si, pero la noticia ni siquiera aparece en todos los periódicos y cuando lo hace es en letra pequeña: son solo daños colaterales.
            Pienso en estas cosas mientras veo el convencional melodrama de La promesa. Me distrae reconocer a Albarracín en la supuesta Anatolia. Y al ver la escena del tren, tan peliculera y falsa,  recuerdo la fotografía que sirvió de pretexto para esas imágenes a lo Indiana Jones. Las fotografías, tomadas clandestinamente, exponiendo su vida los fotógrafos, permitieron visibilizar la catástrofe. Pero sirvieron de bien poco.      
           Turquía sigue negando un genocidio que no fue capaz de ocultar cuando ocurría. Si Alemania hubiera ganado la guerra, tampoco el holocausto habría sido un holocausto: habrían muerto muchos judíos, quizá millones, pero eso no sería sino una más de las inevitables consecuencias del conflicto.
            Los hechos, los desnudos hechos, son cosa de los historiadores. Pero la calificación de los hechos –terrorismo, crimen contra la humanidad o simples daños colaterales– la decide el que manda.


Lunes, 5 de junio
NON OLET

Le pregunto a una amiga si fue a la presentación del libro España en mí y otros poemas, editado por Renacimiento y prologado por Luis Alberto de Cuenca, el pasado miércoles en el hotel Reconquista y ella me dice que no, aunque estaba invitada.
            ––¿Y por qué no? Pocas veces la poesía se promociona tan suntuosamente. Me cuentan que parecía una fiesta organizada por el Hola. Estaba el todo Vetusta, no faltó ni nuestra Isabel Preysler.
            Por toda respuesta me alarga la fotocopia de un artículo de Rosa Montero (“Consumidores engañados y cautivos”), en el que ha subrayado unas líneas: “los laboratorios farmacéuticos dedican el 90 % de su presupuesto a enfermedades que solo padece el 10 % de la población mundial, inventan dolencias para medicalizar a la gente (convertir a los tímidos en fóbicos sociales); crean alarma para forrarse (el Tamiflú y la gripe A); tienen más beneficios que los bancos; ponen precios salvajes a los fármacos (el tratamiento contra la hepatitis C); dicen que esos precios son para costear la investigación, cuando Gobiernos y consumidores les pagamos el 84 %  de la misma y los laboratorios dedican el 13 % de su presupuesto a la investigación y un 30-35 % a marketing (fuente: Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública)”.
            –-¿Y qué importa cuál sea el origen de la fortuna del poeta que se promociona de tan generosa manera? Recuerda la frase del emperador Vespasiano cuando le reprocharon que pusiera un impuesto sobre las cloacas y el acercó un puñado de las monedas así obtenidas a las narices de los críticos: “Non olet”. El dinero, venga de donde venga, no huele. Algunos de nuestros próceres más destacados del siglo XIX, todavía con estatuas de bronce plazas y jardines, hicieron su fortuna con el comercio de esclavos.
           

Martes, 6 de junio
SOY UN HIPÓCRITA

La verdad es que soy más falso que Judas, me gusta inventarme defectos muy humanos, como la vanidad, para tratar de caer mejor a la gente, mientras disimulo cuanto puedo los verdaderos, tan antipáticos como la mayoría de las virtudes.        


Jueves, 8 de junio
ABOGADO DEL DIABLO

El año pasado, en los premiso Príncesa de Asturias, el poeta polaco Adam Zagayewski, al que yo apoyaba, se quedó a unos pocos votos del premio; este año, que yo no estoy en el jurado, lo gana. Está visto que como abogado defensor valgo poco. A mí me va más el papel de fiscal. O el de abogado del diablo.


Viernes, 9 de junio
LO QUE A MÍ ME GUSTA

“¿Y si tú fueras heredero de una inmensa fortuna, como el poeta argentino que vino con Abelardo, a qué la dedicarías?”, me preguntan en la tertulia.
            ––A cumplir algunos de mis deseos frustrados. Por ejemplo, ser guía. Nada me gustaría más que invitar de vez en cuando a unos cuantos amigos –más que las gracias, pero menos que las musas, como quería Eugenio d’Ors– y enseñarles mi Perugia o mi Plovdiv o mi París o mi Palermo. Les pagaría el viaje, les buscaría un buen hotel y, temprano en la mañana, estaría en el hall para comenzar a mostrarles la ciudad. Tendrían que ser jóvenes, o estar en muy buena forma, para poder seguir mi ritmo, molto accelerato.
            ––¡Qué tontería! Puedes hacer lo mismo, pero cobrando.
            ––Ya, pero quien paga manda. Y a mí lo que me gusta –aunque lo disimule– es mandar. Esa es mi verdadera vocación frustrada. Tener mucho dinero ayudaría.




domingo, 4 de junio de 2017

Sin trampa ni cartón: Grandes hombres y alguna mujer


Domingo, 28 de mayo
UN TEST DE PERSONALIDAD

Frío, calculador, manipulador… ¡Uf! Leo los resultados de un test de personalidad y el resultado es como para echarse a temblar. Menos mal que lo encuentro en una revista de divulgación que carece de cualquier fiabilidad científica y lo hago solo para entretenerme. El horóscopo resulta más halagador: “Su natural tendencia al liderazgo le hará brillar hoy en una reunión social”.
            Frío, calculador, manipulador… Por la noche tardo en dormirme y me da por pensar que esos calificativos, aplicados a mí, no son tan inexactos y que además, bien mirado, tampoco resultan tan negativos.
            Frío: siempre he tratado de no perder la calma y de no dejarme llevar por las emociones, aunque me temo que pocas veces lo he conseguido.
            Calculador: me gusta planificar mi vida como un jugador de ajedrez, anticipar todas las posibles reacciones de los demás y tener en mente la respuesta adecuada a cada una de ellas. Lo único malo es que soy un pésimo jugador de ajedrez.
            Manipulador: no dejarme llevar por los acontecimientos, sino intervenir en ellos para que transcurran en la dirección que a mí me interesa. Por lo demás, suelo tener éxito –aunque no siempre– cuando trato de manipular mis propias emociones, pero fracaso estrepitosamente cuando se trata de otras personas.
            Pero le doy demasiadas vueltas a un asunto que no tiene importancia ninguna. Ya sé que “frío, calculador, manipulador” son las características de la pareja que conviene evitar, pero ese test, que hice solo por aburrimiento, carecía de valor científico y además yo, por si acaso, hace años que he tomado la precaución de huir de cualquier pareja que tenga la intención de ser estable.
           

Martes 30 de mayo
GIRA PROMOCIONAL

Qué humildes, qué pacientes son la mayoría de los escritores. Mi amigo Hilario Barrero ha pasado este mes recorriendo España –Gijón, Barcelona, Málaga, Sevilla, Toledo, Madrid– para presentar su libro Educación nocturna; Alejandro Guillermo Roemmers hace lo mismo con su antología poética, también editada por Renacimiento, y el uno viene de Nueva York y el otro de Buenos Aires para esta gira española.
            Tras la cena que Roemmers ofrece a amigos y conocidos de la vida cultural asturiana, fatigados ya todos y con ganas de retirarse (cómo me acuerdo, en estos casos, de la frase de Teresa Sanjurjo: las cenas deben terminar el mismo día en que empiezan), le veo inclinado sobre la mesa, aplicado como un escolar, firmando sus libros a unos y a otros.
            Recuerdo que delante de José Hierro, tras las interminables cenas en que se concedía el premio Esquío, siempre se formaba una larga cola de comensales con el Cuaderno de Nueva York en la mano (o con un trozo del mantel de la mesa, que de todo había) para que se lo dedicara con algún dibujito. A mí, sentado a su lado, me fatigaba solo mirarle. “¿Pero no te cansas?”, le decía yo. “Tengo que hacerlo, qué remedio. ¿Por qué crees tú que mi último libro lleva tanto tiempo entre los más vendidos?”
            Yo, a la segunda dedicatoria, ya me aburro y comienzo a hacer apresurados garabatos, como los de Borges en La cifra, pero sin la disculpa de la ceguera. Firmar más de seis libros seguidos me parece trabajos forzados y presentar dos veces el mismo libro un aburrimiento. No valgo para la promoción, está visto. Nunca seré un autor de éxito. me temo.
            Y es que a mí el éxito, si hay que sudarlo, no me interesa. Correr tras él (correr en general, aunque sea para hacer deporte) me parece una vulgaridad.
            Quizá por eso siempre he admirado la humildad de la mayoría de los escritores. Ir de un sitio a otro promocionando la mercancía, por muy poética que sea, no está hecho para mí, aunque me desplazara –como Alejandro Guillermo Roemmers, una de las dos o tres primeras fortunas de Argentina– en avión privado.
            Me habla Roemmers durante la cena de cuándo en los primeros años setenta acudía al mismo club de golf que el entonces príncipe de España. Muchas veces charló con él. También conversó a menudo, antes y después de que fuera papa, con Jorge Bergoglio. Yo le digo que por qué no escribe sus memorias. “¿Para qué? –me responde sonriente–. Lo más interesante no lo podría contar”.
            Quienes no tenemos nada que contar, en cambio, lo contamos todo.  


Miércoles, 31 de mayo
HOTEL DOÑA MARÍA

Hablo de Jorge Luis Borges con Abelardo Linares y con Roberto Alifano, que forman parte del séquito que acompaña la gira española de Roemmers. Les digo que la semana pasada estuve en Sevilla y que me alojaron en el mismo hotel que Borges durante su estancia en 1984, cuando participó, junto con Italo Calvino y Torrente Ballester, en un curso sobre literatura fantástica organizado por Jacobo Siruela. Lo reconocí en cuanto subí a la terraza y me encontré con la mirada atenta de la Giralda, como en la foto famosa que se utilizó al año siguiente como cartel
            Pregunté en recepción si recordaban al escritor. “Por supuesto, lo alojamos en la habitación número 2, la misma que ocupa usted, porque prefería no tener que subir escaleras. La habitación de al lado fue para la señora que le acompañaba”.
            Esa señora era María Kodama. Dormían en habitaciones separadas, como los novios de antes. Ningún amigo de Borges habla bien María Kodama. “Solo le interesan los derechos de autor”, me dice Alifano, “es una caja registradora”.
            Releo lo que escribió de ella Bioy Casares: “María es una mujer de idiosincrasia extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recuérdese que Borges estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de los admiradores); se impacientaba con sus lentitudes. Junto a ella vivía temiendo enojarla. Por lo demás, María era una mujer de tradiciones muy distintas a las suyas. Borges alguna vez me dijo: Uno no puede casarse con alguien que no sabe lo que es un poncho o lo que es un dulce de leche”. Y Bioy añadía: “En lugar de poncho y dulce de leche podemos poner infinidad de otras cosas que jamás compartieron María y Borges. Creo que con María podía sentirse muy solo”.
            ¿Celos de amigo abandonado por una mujer joven y acaparadora? Es posible. Alifano va a publicar el diario que llevó puntualmente durante los diez años que acompañó al escritor. Sin duda será un libro tan apasionante como el de Bioy, aunque muchas de sus anécdotas las conozcamos ya. Como aquella de los dos sacerdotes que le visitaban, a instancias de su madre, muy creyente, para tratar de hacerle recuperar la fe. “Con uno de ellos no tengo nada de qué hablar –le contó Borges–, no hace más que recitarme el catecismo, como si yo fuera un crío, pero el otro, un jesuita, es muy inteligente y parece haberlo leído todo. Con él tengo muchas cosas en común, sospecho que, como yo, aunque no se atreva a confesarlo claramente, tampoco cree en Dios”. Ese jesuita era el actual papa.
            En la habitación del hotel sevillano soñé con Borges y con Stephen King. Se abría de pronto la puerta del vestidor y por ella entraba una Maria Kodama disfrazada de enfermera, como la de la novela Misery. En la mano llevaba una maza con la que parecía dispuesta a partirme, si no la cabeza, sí al menos una pierna.
            ––No te preocupes, cariño, me tendrás a tu lado siempre que me necesites, la vida entera y toda la eternidad.
            Yo quería gritar, pedir ayuda, pero como suele ocurrir en los sueños no me salía la voz.
            Siempre me han aterrado las admiradoras tenaces y ahora que me voy haciendo viejo me aterran cada vez más. Pero yo he tomado mis precauciones para evitar el riesgo de caer en brazos de ninguna María Kodama: no ser importante, no ser rico, no dejar sustanciosos derechos que administrar.
            Y sin embargo… A veces me siento enredado en hilos de insistente amabilidad y sé que el monstruoso insecto comienza a acercarse y pronto los años me quebrarán el ánimo y no seré capaz de escapar.


Jueves, 1 de junio
CATASTROFISMO

En la entrega del premio Jovellanos a Amador Menéndez, Pedro de Silva contrapone a la visión optimista que el ganador tiene de la revolución tecnológica, la suya propia, catastrofista.
            Charlamos después del acto. “Se acerca la hecatombe”, dice él. “Debajo del pavimento del presente hay minas a punto de estallar”.
            “Siempre han estado ahí”, le respondo, “y casi siempre hemos sido capaz de arreglárnosla para que no estallaran. Pero, cuando uno se acerca a los setenta años –hablo por mí, pero en seguida me doy cuenta de que he metido la pata porque él ya los ha cumplido– sí que no puede dejar de pensar en una hecatombe inevitable que, aunque solo afecta a cada uno individualmente, va a borrar de un plumazo la humanidad entera y el universo mundo”.


Viernes, 2 de junio
COSAS QUE NUNCA DIRÍA

Cuando yo era niño, me hablaban del ojo de Dios –un ojo dentro de un triángulo– que todo lo veía. A mí, que siempre fui algo vanidoso, no me aterraba ni me preocupaba esa observación, sino que me halagaba: me hacía sentir como si yo fuera su hijo predilecto y siempre quisiera tenerme ante su vista.
            ––Ahora el ojo de Dios es el ojo de Ian Gibson –les diría a mis amigos si me atreviera a mencionar en público de estas cosas.
            ––¿Cómo? ¿Cómo? ¡Qué tontería! –exclamarían menos asombrados que burlones.
            ––Quiero decir que ahora vivo como si un futuro biógrafo minucioso, un biógrafo semejante al Ian Gibson que se ocupó de Lorca, estuviera continuamente observándome y, al igual que de niño procuraba no hacer nada que me avergonzara a los ojos de Dios, ahora intento no hacer nada que me avergüence a los ojos de la posteridad.
            ––¡Qué vanidoso eres, Martín! ¡La posteridad tendrá otras cosas más importantes en que ocuparse!
            ––Por supuesto. Pero perder no pierdo nada y además me parece divertido. Ser vanidoso es mi deporte favorito. La humildad la dejo para los grandes hombres.