Viernes, 16 de junio
VOLVER
Soy una persona con
bastantes limitaciones, pero creo que los años me han ido enseñando a sacarles
partido. La principal, mi amor a la rutina. Si por mí fuera, me pasaría la vida
haciendo las mismas cosas, las que me gustan.
El primer día en un lugar nuevo me encuentro perdido,
como en medio de la jungla; el segundo ya voy haciendo caminos; el tercero me
encuentro como en casa. Y guardo esas rutinas en la memoria, para cuando
regrese (volver es mi deporte favorito). Tengo así pequeños rincones familiares
dispersos por el mundo.
Uno de ellos es este, el Campo Santi Apostoli, una plaza
siempre animada y a la vez recoletamente provinciana. Alguna vez me alojé en el
hotel frente a la iglesia, un viejo palacio. Esta vez lo hago en un apartamento
del Campiello del Lion Bianco, escondido a la derecha de los arcos que lleva
que lleva a Rialto, uno de esos rincones típicamente venecianos que solo pisan
los que en ellos viven.
En medio del Campo, hay un colorista quiosco. Ahí compro Il Gazzetino y La Reppublica. Los hojeo mientras desayuno en el Blubar, en la
esquina de la Salizada del Pistor, frente a la iglesia luterana, con su ángel
custodio en la fachada neoclásica. Como me gusta madrugar, asisto al
desperezarse de la ciudad sin el ajetreo turístico, al saludo y a las
conversaciones de los vecinos en buen veneciano.
Acabo de llegar y ya me encuentro como en casa, hasta he
ayudado a una señora mayor a subir la compra por la empinada escalera, una de
esas escaleras que parecen multiplicar los pisos dentro de los viejos
caserones, casi todos sin ascensor.
Por eso procuro no ir a ningún lugar por primera vez. Por eso
me gusta tanto regresar. Soy la persona menos aventurera del mundo. Si por mí
fuera, no saldría nunca del barrio. Afortunadamente, poco a poco he logrado que
mi barrio, esas pocas calles en las que me estoy a gusto, se encuentre disperso
por el ancho mundo.
Sábado, 17 de junio
UN DÍA CUALQUIERA
No me disgusta cumplir
años, todo lo contrario. Lo considero un regalo más, el mejor que todos.
¡Sesenta y siete ya! Esto hay que celebrarlo.
Y lo celebro con la mejor de mis rutinas. Me levanto
pronto (pero el sol se ha levantado antes); bajo a la plaza (siempre me
sorprende el esbelto campanile que parece inclinar la cabeza para saludarme por
debajo de los arcos que bordean el canal); cruzo el puente, saludo al
quiosquero que acaba de abrir; tomo mi capuchino y mi cruasán mientras me
entero de las minucias de la ciudad y de los desastres del mundo; voy luego
hasta Ca’ d’Oro para tomar el vaporetto; desciendo en Arsenale; camino sin
prisa hasta el Campo della Tana; recorro la Biennale como un divertido,
sorprendente, algo fatigoso parque de atracciones; vuelvo al vaporetto para
comer en Casa Mia, muy cerca de la que es ahora mi casa; descanso y leo durante
un rato en el apartamento del Lion Bianco; asisto, un año más, en Ca’Foscari a
la inauguración de la Art Night Venezia, la noche en que Venecia abre
gratuitamente las puertas de la mayoría de sus museos e instalaciones; me uno a
una visita guiada a los palacios de la Universidad: admiro la antigua aula
magna reformada por Carlo Scarpa, un antecesor de Siza en la arquitectura
sabiamente sigilosa; saludo al pintor Elías Benavides; callejeo hasta la Punta
della Dogana para admirar los pecios prodigiosos que Damien Hirst ha rescatado
del naufragio de una gigantesca nave; me entretengo con el espectáculo de una
gaviota que, tras posar largo rato en uno de los postes de la laguna, frente a
San Marco, se lanza al agua, atrapa a un pez y lo sube al muelle para irlo
devorando poco a poco, rodeada de turistas que la fotografían mientras ella
alza de vez en cuando la cabeza orgullosa de la expectación que despierta… El
sol, al ponerse, copia celajes que ha admirado en Turner.
El día de mi cumpleaños nunca doy ninguna fiesta. ¿Para
qué? Cualquier día, si la salud y el buen ánimo acompañan, ya es una fiesta.
Domingo, 18 de junio
JARDÍN Y REFERENDUM
Paso la mañana en Giardini,
la otra sede de la Biennale y sigo con el mismo ánimo curioso y juguetón que un
niño en un parque de atracciones. No ser un experto, no ser un crítico, no ser
un entendido le deja a uno mucha libertad.
Al pabellón de España, el primero que me encuentro, no le
dedicó más de medio segundo. No me apetece pararme a ver sus vídeos, no me
atraen sus grises maquetas de hojalata. “¡Únete!”, me pide en grandes letras. Que
se una otro, Jordi Colomer.
En el Pabellón Central, sección “degli Artisti e dei
Libri”, se me ocurre pensar que resultaría difícil decidir quién ha destruido
más libros si Hitler o los artistas contemporáneos. El gusto por destrozar
libros o hacerlos ilegibles debe refleja un trauma infantil en mucho creadores,
seguro que tuvieron que padecer más de una lectura obligatoria. Yo prefiero la
peor edición de bolsillo al mejor libro de artista.
Algunos se toman demasiado en serio lo del parque de
atracciones. ¿Es Australia o es Austria, ahora no lo recuerdo bien, quien pone
un camión haciendo el pino frente al pabellón? Y luego dentro una caravana con
agujeros por los que los visitantes pueden sacar la cabeza o una pierna para
que les hagan fotos, como si fuera las víctimas de un accidente. A mi no me
hace ninguna gracia. Prefiero el pabellón del Canadá, destruido por una potente
fuga de agua.
No faltan los que hacen
realidad algún viejo chiste: en el pabellón del Japón, una de las instalaciones
consiste en una fregona y un trapo, de los que se usan para dar lustre al
suelo, y el frasco de cera correspondiente. “Out of disorder”, creo que se
titula. A veces lo mejor del pabellón es
el propio pabellón, como ocurre con el de Venezuela. Pero si lo que está dentro
te defrauda, nunca lo hace lo que está fuera, los sombreados jardines a los que
se asoma el azul deslumbrante de la laguna.
Hoy se celebra el “referendum popolare” para que las
grandes naves, los bulímicos cruceros, no atraviesen la laguna. La fiesta final
se celebra en el Campo de S. Margherita.
Y allí estoy yo, no faltaría más, es mi Campo favorito. Asisto al recuento, con
los voluntarios sentados en corro en el suelo abriendo las cajas de cartón y
amontando en dos grupos las papeletas, y luego a la actuación del grupo Pharmacos.
Es un referéndum sin demasiada intriga: todo el mundo está en contra, salvo los
que hacen dinero con esos hoteles flotantes que destrozan la laguna y cualquier
día un despiste como el del Costa Concordia hará lo mismo con la ciudad.
Lunes, 19 de junio
LA ÚLTIMA CENA
Hoy Il Gazettino me mancha de sangre el desayuno. Aquí al lado, en Mestre,
un profesor de inglés invita a cenar a su antigua novia –lo habían dejado hacía
un año– con su actual pareja. Tras la cena, que transcurrió de la manera más amical
posible, les puso un somnífero en la última copa y luego la estranguló a ella y
le destrozó la cabeza a golpes a él. Ella, la rusa Anastasia Shakurova, tenía
treinta años (veinte menos que el profesor), había sido alumna suya; la misma
edad tenía, Biagio Buenomo, el nuevo prometido.
El profesor era un buen profesor, muy querido de sus alumnos.
Comenzaba sus cursos de verano en el F30 Coffee Bar, a dos pasos de la estación
de Santa Lucia. “Do you spritz English?”, se titulaba la primera lección.
“Es lo mejor que me ha ocurrido en la vida”, cuentan los
amigos que decía después de conocer a Anastasia. Luego la relación se enfrió,
ella encontró a otro, un brillante ingeniero napolitano; él no pareció tomarlo
demasiado mal. Se saludaban, se veían de vez en cuando, les invitó más de una
vez a cenar a su casa y ayer domingo finalmente aceptaron.
Parece que trató de ocultar los cuerpos, de limpiar la
sangre, pero se cansó y él mismo llamó a la policía. Los vecinos avisaron a la
madre del profesor, que fue una de las primeras en llegar.
No sé por qué esta tragedia, de la que el periódico local
da todos los detalles como hacía El Caso,
me conmueve especialmente, más que el atroz incendio portugués.
El profesor ejemplar, brillante, apasionado de su trabajo
que un día se enamora de una de sus alumnas. Y ella se deja querer, pero se
cansa pronto: lo suyo es más admiración que amor.
No puedo dejar de pensar en esa cena, minuciosamente
preparada, los platos exquisitos, los mejores vinos, la cena de los condenados
a muerte.
¿Qué pasó por la cabeza del viejo profesor, juez y verdugo,
mientras sus invitados reían felices, se miraban de vez en cuando a los ojos,
le confesaron –aún no lo sabía prácticamente nadie– que ella estaba embarazada?
Somos una caja negra para los demás y para nosotros
mismos. El profesor ejemplar, el hijo ejemplar, el amigo ejemplar va regando a
escondidas la semilla del crimen. Me aterra pensar que cualquiera de nosotros
puede ser la víctima o, peor aún, el asesino.
Qué cerca están infierno y paraíso.
Martes, 20 de junio
MENTIRAS VERDADERAS
Más que una exposición la
de Damien Hirst en la Ponta della Dogana y en Palazzo Grassi es una
superproducción, un fascinante espectáculo de Hollywood. Después de visitarla,
en el Cinema Rossini vi el documental Michelangelo.
En otra de las salas, proyectaban The
mummy. Se podría pensar que Hirst tiene más que ver con Tom Cruise y su
sentido del espectáculo que con Miguel Ángel. El escultor se encerró con un
inmenso bloque de mármol y durante varios años, sin ayudantes, sin que nadie
viera lo que hacía, esculpió el David. Damien Hirst, como un gran productor,
contrata a un inmenso equipo, les explica su idea y durante varios años prepara
su exposición como quien monta una película. Le da titulo y argumento: “Los
tesoros del naufragio del Increíble”. Pero lo más increíble es que esa mentira
se hace verdad. Y que entre las doscientas obras que llenan las dos sedes hay
muchas impactantes y un puñado de obras maestras. Algunas bordean el pastiche,
pero que la mayoría escapan de él con humor y desmesura, como el Demonio con un
cuenco –más de dieciocho metros de altura– que parece enjaulado en el patio
central del Palazzo Grassi.
También la verdad se inventa parece decir Hirst
parafraseando a Machado. Y él ha inventado una deslumbrante verdad, una
superproducción que nos hace abrir los ojos asombrados como las películas de
romanos que veíamos de niños.
Miércoles, 21 de junio
DIGO LO QUE PIENSO
Como ya todo el mundo
sabe que siempre digo lo contrario de lo que pienso, ahora cuando quiero que no
se sepa lo que pienso digo lo que pienso.