Sábado, 18 de mayo
UN JOVEN DE VEINTE AÑOS
“No me creerá, adivino por su forma de mirarme que no me
cree, pero en nuestra profesión no son precisamente las piernas las que se
cansan más, sino el cerebro. No se juega con las piernas y con los pies: se
juega con la cabeza, con la mente. Si uno es estúpido, créame, no puede ser un
buen futbolista”.
Una parte
de los libros que tengo en casa están cuidadosamente ordenados, pero muchos
otros se amontonan sin orden ni concierto. Hoy, al volver de Gijón, donde
asistí a la presentación de una obra de mi amigo Hilario Barrero (para mí
siempre asociado a los largos paseos por Nueva York), tiré sin querer una pila
de libros y en el fondo apareció Los antipáticos,
un volumen de entrevistas de Oriana Fallaci.
Son de 1963
y no las recordaba. Entremezcla a Alfred Hitchcock con la duquesa de Alba, a
Natalia Ginzburg con Porfirio Rubirosa, a Antonio Ordóñez con Salvatore
Quasimodo. Una buena mezcla. Voy recordando aquellas conversaciones mientras
paso las páginas y de pronto me detengo
en una que, cuando leí el libro, había pasado por alto. Se titula “El hijo del
ferroviario” y está dedicada a un futbolista, Gianni Rivera, que me imagino que
entonces sería famoso, pero del que yo nunca tuve noticia.
“Gianni
Rivera habla con los brazos cruzados sobre la mesa donde la familia come en las
ocasiones importantes. En la habitación, decorada con elegancia obrera, solo
había esa mesa, un aparador, seis sillas, un televisor, un sillón y un diván.
En el sillón, extensible, duerme de noche su hermanito; en el diván de
gomaespuma duerme él. Apoyada en la pared estaba su madre, con el delantal de
la cocina y las manos cruzadas sobre el vientre, la mirada celosa y llena de
orgullo”.
La estampa parece sacada de una película del neorrealismo italiano. Continúa Oriana
Falacci: “El padre de Gianni es ferroviario. En las crudas jornadas de
invierno, cuando el frío hiela las manos y enganchar un vagón lastima los dedos
hasta hacer saltar las lágrimas, no se consuela pensando que su hijo será algún
día abogado o ingeniero, o al menos empleado de banca; se consuela pensando que
su hijo ya es futbolista y gana un millón de liras al mes, que es un fuera de
serie y que recibe cartas como un actor de cine”.
¿Qué habrá
sido de este Gianni Rivera, tan serio, tan formal? Se lamenta de no ser capaz
de leer: “De martes a domingo nuestro cuerpo y nuestro cerebro se consumen en
la espera de ese concentrado de energía que estallará el domingo por la tarde
durante hora y media. Y si se quiere rendir durante los noventa minutos, hay
que olvidarse de cualquier otra cosa: lo dice hasta mi propio padre. Mi padre
no quiere que estudie. Dice que no se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo, y
tiene razón. Incluso cuando leo la prensa, la mayor parte de las veces acabo
leyendo solo los pies de las fotografías. Fue mi padre quien me empujó, me
incitó y me animó. El oficio de mi padre es de esos que rinden inversamente a
la dureza del trabajo. Yo querría que lo dejara, A fin de cuentas, para cuatro
cuartos que gana. Pero él no quiere, aunque suele decirme: ‘Te he mantenido
hasta ahora, también podrías mantenerme tú en lo sucesivo’. Pero no puede estar
sin hacer nada y además no quiere perder la jubilación, solo le faltan cinco
años para el retiro”.
El libro de
Oriana Falaci está lleno de fantoches: un fantoche Jaime de Mora y Aragón, pero
también el poeta Quasimodo con su premio Nobel y Fellini que anda en la
promoción de su Ocho y medio y
Hitchcock con su dudoso humor y su misoginia.
En esta
galería de ilustres figurones, destaca el buen sentido y la inteligencia de un
joven de veinte años que abandonó los estudios a los dieciséis y al que le
duele no poder dedicarse a la lectura: “Yo querría saberlo todo, querría estar
en condiciones de sostener una conversación sobre cualquier cosa, no únicamente
sobre fútbol. Tanto más cuando que en nuestro oficio se corre mucho mundo y se
está siempre en contacto con gente culta y experimentada; y cuando no se saben
las cosas uno está sobre ascuas. En fin, cuanto más viaja uno más advierte lo
ignorante que es”.
¡Admirable
Gianni Rivera! ¿Qué habrá sido de él? No se cansa uno de escucharle, y solo
tiene veinte años: “Yo, cuando juego, no juego por vanagloria ni por ver mi
nombre en los diarios, o por cualquier otra cosa. Juego porque es mi oficio y
por la satisfacción que nace en mi corazón: una especie de conciencia de haber
cumplido con mi deber. Cuando leo que no he estado bien, casi tengo vergüenza
de salir a la calle y me parece que todos me señalan con el dedo. Cuando leo
que he jugado mal, me parece haber traicionado a alguien: he traicionado al
oficio por cuyo desempeño me pagan”.
¿Qué habrá
sido de este Gianni Rivera del que yo no había oído hablar hasta esta tarde? No
tardo en caer en la cuenta de que la respuesta la tengo en el bolsillo. Saco el
teléfono y la Wikipedia me informa de que le llamaban “el bambino de oro”, que
después de dejar de jugar fue directivo del Milán y que cuando el Milán fue
comprado por Berlusconi se dedicó a la política, llegando a ser vicesecretario
de defensa en el gobierno de Romano Prodi. Y, lo más importante, que vive
todavía, que tiene 75 años. Me gustaría estrecharle la mano y mostrarle mi
admiración.
Algo he
aprendido esta tarde: que se puede ser futbolista y ser un gran hombre y ser
premio Nobel y comportarse como un presumido pelele o un paladín de las peores
causas..
Domingo, 19 de mayo
COSAS DE LA EDAD
Que la inteligencia no tiene nada que ver con el tipo de
ocupación a que uno se dedica me lo confirma cada semana Javier Marías.
Hoy lanza
una enésima diatriba contra el turismo, con la brocha gorda y sin matices que
utiliza habitualmente. Me sigue divirtiendo su tosquedad sermoneadora, pero ya
no le pongo como ejemplo en mis clases de “Literatura y periodismo” –hay que
ser piadoso con el deterioro que los años producen: pronto me tocará a mí– de
que se puede ser un reconocido novelista y no dar pie con bola a la hora de
opinar sobre una actualidad que hace tiempo que ha dejado de ser la suya: “En
su momento, comenté las penosas imágenes de huestes ciegas ante La Gioconda, haciéndole fotos y sin
dignarse mirar el cuadro. Otro tanto sucede con Las Meninas y con cualquier otra pintura medio célebre”.
¿Otro tanto
sucede con Las Meninas? ¿Pero cuándo
tiempo hace que este ilustre autor no visita el museo del Prado? ¿No sabe que
hace años que está prohibido hacer en él fotografías?
Lunes, 20 de mayo
CITA CON EL DENTISTA
Respiro aliviado. Desde que conocí la noticia de que tal día
como hoy se iba a presentar la antología comentada de mi poesía que Hilario
Barrero ha tenido la generosidad de preparar allá en Brooklyn, viví con la
angustia de quien tiene una cita con el dentista, uno de mis terrores
favoritos.
Temía que
en la presentación no hubiera nadie, temía que el cuaderno que se me dedica
fuera un disparate. Pero el acto resultó muy bien. Divagaron cariñosamente unos
cuantos amigos de muchos años y, como epílogo, Rosa Navarro Durán, que
casualmente estaba en Oviedo, subió a la mesa y habló de mí con esa generosidad
suya que ni siquiera cierto asuntillo –me sermonea un domingo sí y otro también
por defender, muy quijotesca y evangélicamente, a quienes sufren persecución
por causa de la justicia– ha sido capaz de empañar.
El mejor de
todos los que intervinieron en este informal homenaje fue, como siempre, Javier
Almuzara. Me dio ocasión para citar a Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no
consigue que alguno de sus discípulos le supere”. Gracias a Almuzara, dije yo,
puedo estar seguro de que no soy un mal maestro.
Pero que los
jóvenes que pasan por la tertulia o por mis clases me superen, aunque me alegra
por un lado, por el otro no me hace demasiada gracia. Sobre todo si lo hacen
demasiad pronto. Que no tengan prisa.
No debería
decirlo, pero confieso que yo me entreno cada día para que superarme no les
resulte ni cómodo ni fácil.
Martes, 21 de mayo
SOY UN DESAGRADECIDO
Leo, por fin, Ni lo
uno ni lo otro, la antología que presentamos ayer y que solo había tenido
tiempo de hojear. ¡Qué disparatado epílogo! No se le ocurrió otra cosa al bueno
de Hilario Barrero (pero esto jamás se lo diré a él) que reproducir los correos
intercambiados privadamente con los colaboradores en la antología. A uno de
ellos, no diré a cuál, le pongo en mi lista negra.
Llego a la
conclusión de que un homenaje que quiera de verdad serlo ha de contar con la
participación y el visto bueno del homenajeado. ¡Cómo habrían ganado estas
páginas con mi asesoramiento! Y es que, de lo que le gusta a uno, nadie sabe
como uno mismo.
En
cualquier caso, ya tengo un homenaje, ya puedo presumir un poco menos. Solo falta
que me den un premio para que mi orgullosa presunción de estar al margen de
pompas y vanidades carezca, por completo
de sentido.
Miércoles, 22 de mayo
SIEMPRE INTERRUMPIENDO
No lo puedo evitar, soy un mal oyente. El sábado, mientras
Francisco Álvarez Velasco ponderaba Prospect
Park, yo garabateé en mi cuaderno dos docenas de haikus (“Sueño contigo / y
cuando me despierto / sigo contigo”); hoy, mientras se presenta la revista Anáfora, para no interrumpir y llevarles
la contraria a los jóvenes filólogos, apunto algunos aforismos, viejos y
nuevos: “Basta hacer algo para que alguien se moleste”, “Tener éxito me resulta
indiferente, pero me fastidia bastante no tenerlo”, “Era muy descortés: llegaba
puntual, no sabía mentir, no aceptaba favores”.
Soy como un
niño inquieto al que hay que darle siempre algún juguete para que se entretenga
y no interrumpa a los mayores.
Jueves, 23 de mayo
MI PECADO CAPITAL
De los siete pecados capitales –lujuria, ira, soberbia,
envidia, avaricia, pereza y gula–, yo solo incurro habitualmente en uno y
medio. El medio es la envidia, pero la practico poco porque solo la tengo de
quien tiene más talento que yo. El otro no diré cuál es, pero los teólogos
afirman que es el peor de todos.
Viernes, 24 de mayo
Y NO DIGO MÁS
––Y tú, ¿qué harías? ¿Escaparías de la justicia española
como Rafael Alberti o confiarías en ella como Miguel Hernández?