ábado, 18 de febrero
QUÉ BIEN ME CONOZCO
––La vanidad creo que he aprendido a gestionarla bastante
bien. En primer lugar, no la disimulo, nada de falsa modestia; más bien la
exagero un poco, que es una manera de tomarla a broma para que moleste menos. Y
solo me preocupa la posteridad. Me importa que se me siga leyendo dentro de
cien o doscientos años. Los premios, los honores, los reconocimientos para
quienes sospechan que, como no se esfuercen en la promoción, nadie se va a ocupar
de ellos. Yo confío en el lector del futuro, ese que no tendrá en cuenta lo que
se recomienda en Babelia.
––¿Y de
verdad crees que, si ahora nadie se ocupa de ti, alguien se va a ocupar
después?
––Lo
bueno de dejar las recompensas para después es que, si me equivoco, no me voy a
enterar. Así puedo ser vanidoso, completamente vanidoso, sin molestar y sin
preocuparme de si alguien comparte o no la buena opinión que tengo de mí mismo.
Me
vienen bien estas sesiones semanales de psicoanálisis. Y lo mejor es que no
tengo que abonar honorarios. Yo mismo soy el paciente y el analista: juego a
desdoblarme, un juego que se me da bastante bien. “¿A qué se debe que no pueda
estar en casa, no ya una mañana o una tarde enteras, sino ni siquiera más de
dos horas?”, me pregunté una vez. Y en seguida obtuve la respuesta: “Quizá a la
experiencia de haber pasado siete días con sus siete noches incomunicado en una
celda de la que solo salías para sesiones de interrogatorio no demasiado
amables”. Sonrío. Qué bien me conozco.
Domingo, 19 de febrero
UN OVNI EN ELCA
No creo, por supuesto, ni en el horóscopo ni en los
extraterrestres, pero el primero lo leo siempre en el periódico y los programas
televisivos sobre objetos volantes no identificados y seres de otros mundos son
los que más me divierten y más me ayudan a desconectar y a conciliar el sueño.
Por la antología
consultada de Francisco Brines que acaba de publicar Renacimiento, me entero de
que también el poeta valenciano fue testigo de la aparición de un Ovni. Lo
cuenta Alejandro Duque Amusco en el prólogo. Ocurrió en Elca, durante un verano
especialmente caluroso. Desde el jardín de su casa, vio una esfera negra
suspendida en el aire. Se mantuvo allí largo tiempo y él se quedó mirándola con
ojos fijos. Desapareció de pronto, como si se deshiciera en el aire. Lo
atribuyó a una alucinación provocada por el calor. Tiempo después le dedicó uno
de sus mejores poemas "Esplendor negro": "Solo una vez pudiste
conocer aquel Esplendor negro, / e intermitente recuerdas la experiencia con
vaguedad, / aproximaciones difusas, inminencias, / y así desde tu juventud
arrastras frío, / un invisible manto de ceniza escarlata".
No
existen los Ovnis, pero los testigos de los avistamientos se cuentan por
millares. Tampoco existe ninguna divinidad, pero hay constancia documental de
docenas y docenas de milagros.
Lunes, 20 de febrero
ÁNGEL GONZÁLEZ INÉDITO
En un número de Cuadernos
de Ruedo Ibérico que me pasa el librero de La Noceda, encuentro dos poemas
de Ángel González no recogidos en Palabra
sobre palabra. ¿Dos poemas? Resulta excesivo llamarlas así. Mejor, dos
ocurrencias de las que, con muy buen criterio, se arrepintió después. No pasará
mucho tiempo sin que algún erudito las añada a su poesía completa. Una edición
"crítica" o "científica", por supuesto, que es a menudo la
peor de las posibles. A veces pienso que la primera condición para dedicarse al
estudio de la literatura es carecer de competencia literaria, no distinguir
entre el poema y el borrador del poema, entre una enumeración caótica y la
lista de la compra. Juan Ramón Jiménez sabe mucho de ello. Culpa suya por no
ser capaz de romper papel.
Pero los
poemas ya publicados no hay manera de hacerlos desaparecer. A Ángel González
seguro que le avergonzaría que yo copiara aquí su "Parquímetro" y su
"Gene rarísimo". No lo haré. Ya se ocupará de hacerlo algún teórico
de la poesía postmoderna. Quizá Vicente Luis Mora, primer laureado de la cátedra
que lleva el nombre del poeta.
Martes, 21 de febrero
CONFIDENCIAS
¿No has sentido nunca la
sensación de que, al entrar en casa, alguien acaba de abandonarla? Alguien que
tiene buen cuidado de dejarlo todo como tú lo dejaste, sin mover un libro ni un
papel de sitio. A mí me ocurre con frecuencia, y ha llegado a obsesionarme. A
veces pongo trampas, como en las malas novelas de detectives que leíamos en la
adolescencia. Ya sabes: un cabello sujeto a la puerta, una fina capa de arena o
de harina para detectar pisadas. La verdad es que nunca quedó marcada ninguna
huella ni se rompió el pelo o el hilo que puse alguna vez. Pero yo seguía
teniendo esa curiosa sensación, sin prueba alguna, y llegué a pensar, como tú
pensarás ahora, que era una paranoia mía. Una noche, al levantarme para ir al baño, me
di cuenta de que la luz de la cocina estaba encendida. Al ir a apagarla, me
asusté. Había creído oír unas frases susurradas. Allí había alguien. Quedé un
momento inmóvil. No sabía qué hacer. Los susurros cesaron. Quizá había oído
mal: un grifo mal cerrado, una conversación en el piso del vecino. En la
cocina, como era de esperar, no había nadie. Apagué la luz, volví a la cama,
pero ya no pude dormirme. Pasaron unos cuantos días, no muchos, y ayer, cuando
estaba escribiendo en mi rincón de Los Prados, una pareja sonriente, bien
parecidos los dos, de poco más de treinta años, se acercó hasta mí sorteando
las mesas vacías. No me extrañó. A veces se acerca a saludarme gente que no
conozco, pero que ha leído algo mío, o que me presentaron alguna vez y cuyo
rostro he olvidado (soy mal fisonomista). Aquellos dos desconocidos no me
dijeron su nombre, daban por supuesto que yo sabía quiénes eran, y en seguida
comenzaron a hablar de la película que iban a ver, Moonlight. Yo les dije que me había gustado mucho. Charlamos de
cosas intrascendentes y de pronto, cuando ya se despedían, ella dijo: “Vaya
susto la otra noche, ¿no? Perdone, tendremos más cuidado”. Y yo, de inmediato:
“¿Erais vosotros los que estabais en mi cocina? ¿Cómo entrasteis?”. Ella
sonrió, soltó la mano de su acompañante, volvió hasta mí, tropezando con alguna
mesa (están demasiado juntas, como una barrera protectora en torno mío), me dio
un beso sin decirme nada y luego se alejó de nuevo. No sé cómo ponerme en
contacto con ellos, debería haberles pedido el teléfono. ¿Tú crees que eran los
visitantes? Qué absurdo, ¿no? Pero estoy pensando en cambiar de casa, aunque
sospecho que no valdría de nada. Sean quienes sean, seguro que se van a mudar
conmigo.
Miércoles, 22 de febrero
OSCURIDADES Y DESTELLOS
Qué mal titulan algunos
poetas: Brines, Entre dos nadas, su
última antología; Aitor Francos, Filatelia,
una colección de haikus. Mejor, Entre dos
oscuridades (“Entre dos oscuridades, un relámpago” escribió Aleixandre) y Contar destellos, el verso que concluye
uno de los haikus. Contar destellos: lo que yo hago cuando escribo. O lo que
intento hacer.
Jueves, 23 de febrero
TODAVÍA
––Martín, Martín, ¿tampoco vas a hablar de política ahora
que al cuñado de tu jefe, tras condenarle a seis y tres meses de cárcel, le
dejan en la calle, con la única condición de que avíse, si quiere cambiar de
casa, y que si quiere irse de vacaciones que, por favor, no salga de la Unión
Europea?
––Tampoco.
––¿Y no
tienes nada que decir cuando primero amenazan y luego le cambian de su puesto
al fiscal de Murcia porque se ha atrevido a pedir que investiguen al presunto
corrupto que preside la Comunidad?
––No.
––Se
veía venir. Te has convertido al borbonismo y su turno de partidos. Que cada
vez se van a turnar menos. Tendremos lo que tenemos para toda la eternidad, con
los socialistas con la soga al cuello de unas elecciones que manden a casa a esos
diputados que no representan a nadie desde que traicionaron a sus electores, y
con Pablo Iglesias, siempre tan ocurrente, como bufón mayor del reino.
––De
momento callo y me dedico a mis cosas. Quizá a partir de junio...
––¿No me
irás a decir que todavía crees en Pedro Sánchez?
Menudo iluso.
Viernes, 24 de febrero
BERLÍN-GINEBRA
Los viajes en el tiempo son mis favoritos. Voy a Moscú,
al Moscú de Stalin, pero antes me detengo unos días en el Berlín de Hitler,
recién llegado al poder. Mi guía es un simpatizante anarquista que contribuyó a
la caída de Azaña con sus artículos sobre Casas Viejas y que ahora se encuentra
cada vez más cerca de los comunistas. Con todos los gastos pagados, como tantos
otros intelectuales, va a Rusia para dejar constancia de que el paraíso está a punto
de ser realidad. Antes nos detenemos en Berlín, ya dije. A Ramón J. Sender no
le alarma demasiado la figura de Hitler, un advenedizo, un don nadie: "Hitler
carece de contornos, de arista hirientes. Su personalidad es no tener ninguna.
En el caso de un atentado, el nacionalismo perdería no a su jefe, sino a un
individuo de la organización. Esta no se resentiría en lo más mínimo".
¿Él
antisemitismo? Cosas de los primeros días, ya está remitiendo. Además no se
puede decir que los judíos no lo provocaran. Con Sender subo al tren en Berlín:
"Los viajeros son, en su mayoría, judíos. Hablan entre sí a voces, con
grandes gestos. En seguida se hacen los amos del tren. Si quieren avanzar por
el pasillo, meten una maleta contra un costado a los que están delante, nos
pisan sin disculparse, escupen y discuten con los empleados. Se explica el odio
del germano, hombre inmóvil, exagerado en la corrección, frío y
formalista".
¿Seré yo
tan perspicaz al hablar de mi tiempo como Sender al hablar del suyo? Esa es una
de las razones por las que de momento prefiero no ocuparme de política. Ni de ese
personaje al que nos quieren presentar como la oveja negra de la familia cuando
solo es el chivo expiatorio (un dócil chivo al que le han garantizado que no
irá a la cárcel y podrá recoger la recompensa muy cerca de su casa ginebrina).