sábado, 30 de marzo de 2013

Nada personal: Nadie se atreve


Sábado, 23 de marzo
QUÉ POCO ME CONOCES

Aunque no soy nada patriotero, me temo que tengo todos los defectos del español típico: hablo a gritos, no me gusta dar mi brazo a torcer, opino con rotundidad sobre cualquier asunto y conozco tan pocos idiomas que hasta podría ser presidente del gobierno. No sé si de vivir en otros tiempos sería de los españoles que llevan a la hoguera a quien no piensa como ellos, pero sospecho que, como Miguel Servet, sería de los capaces de morir en la hoguera con tal de no renunciar a su verdad.
            Discutía esta tarde con un amigo sobre la situación política cuando de pronto me dice: “Deberías hacer un poco de autocrítica. Buena parte de la culpa la tiene la Constitución que votasteis en el 78; yo, afortunadamente, no había nacido por entonces”.
            ––¿Y qué culpa tiene la Constitución?
––Consagra el principio de que hay cargos públicos al margen de la ley, y no cualquier cargo público, sino el más importante. Si el rey podía hacer de su capa un sayo, sin que nadie le pidiera cuentas, ¿qué iban a hacer los demás? Pues seguir el ejemplo. ¿Tú votaste a favor de la Constitución? Pues fuiste uno de los que le dieron patente de corso al monarca. No te quejes ahora de lo que está pasando.
            ––En efecto,  voté sí a la Constitución. Y antes de votarla, me la leí cuidadosamente. Unas cosas me gustaron más que otras, pero no vi que autorizara a nadie a actuar al margen de la ley.
            ––Pues relee el artículo sobre la corona. Bien claro lo afirma. El rey es irresponsable. Haga lo que haga. Aunque fuera un violador (como ciertos príncipes saudíes) o un asesino en serie, no se le podría llevar ante la justicia. Esos son los privilegios medievales que tú y tu generación votasteis en 1978. No te quejes ahora.
            ––¡Yo no he votado tal cosa!
            la Constitución. Busco el título II, “De la corona”, y enseguida mi amigo señala con el dedo.


Me gusta tener razón, pero siempre dando razones. Enciendo el iPad y con dos o tres toques en la pantalla ya tenemos ante nosotros el texto de
––Ahí lo tienes bien claro, artículo 56, punto 3: “La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.
            ––Pero no te quedes ahí, sigue leyendo: “Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”. Y lo que nos dice ese artículo 64 es que los actos del rey han de ser refrendados por el Presidente del Gobierno o por los ministros. Y la única excepción, según indica el artículo 65.2, es que “nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”. De todo esto se deduce que lo de “inviolable y no sujeto a responsabilidad” se refiere solo a sus actos como rey, de los que es responsable no él, sino el gobierno de turno. De su vida privada nada se afirma; en lo que a ella se refiere, ha de respetar el código penal como cualquier otro ciudadano.
            ––Eso es lo que tú dices. A la hora de interpretar la Constitución la única opinión que vale es la del tribunal constitucional que ni se ha pronunciado ni se pronunciará nunca sobre tal asunto. Desengáñate, amigo Martín, el rey podrá tener una gran fortuna de origen desconocido, como dice el New York Times; podrá haber intervenido en los negocios ilegales de Urdangarín, como afirman los correos del propio Urdangarín; podrá haber recibido costosos regalos de intermediarios que tienen tratos con la administración española… Te recuerdo que la propia Casa Real afirmó que la famosa cacería africana fue una invitación de alguien que intermediaba en no sé qué negocios, algo que, después de los trajes de Camps, todos los españoles han aprendido a calificar como cohecho impropio. El rey podrá tener muchos más secretos en el armario. Pero todo eso, gracias a la Constitución que aprobasteis en el 78 y de la que estabais tan orgullosos, jamás se podrá investigar y para siempre quedará impune.
            ––Pero tú pareces dar por sentado que el rey ha cometido delitos. Y eso está por ver, no por ser rey deja de tener derecho a la presunción de inocencia.
            ––Y yo se la concedo. Tiene tanto derecho a la presunción de inocencia como José Blanco, Oriol Pujol y tantos otros imputados con indicios bastante menos claros.
            ––Pues si hay esos indicios y nadie hace nada, échale la culpa a jueces y a fiscales y a los diputados, también a los de tu partido (mi amigo es militante de Izquierda Unida), que no cumplen con el papel que tienen encomendado, no le eches la culpa a la Constitución, que es muy clara en ese sentido.
            ––¿Bromeas?
            ––No bromeo, y afortunadamente la tenemos delante y podemos comprobarlo. Te leo el artículo 61, punto 1: “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”. El código penal nos obliga a todos, pero al rey doblemente. Para ser rey ha tenido que prestar juramento comprometiéndose a “guardar la leyes”. Si las incumple, comete perjurio y queda incapacitado para ser rey. Entonces entraría en función el artículo 59, punto 2, que habla de lo que ocurriría cuando el rey “se inhabilitare” para el ejercicio de su función. En ese caso, y previo reconocimiento de las Cortes, “entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el príncipe heredero de la Corona, si fuere mayor de edad”.
            ––¿Entonces tú crees que si aparecen evidencias de que el rey ha incumplido la ley, de que ha cobrado comisiones o pagado sus gastos privados con dinero público, queda automáticamente incapacitado para ser rey?
            ––De acuerdo con la Constitución, sí. Habría cometido perjurio
            ––Pues estas cosas nadie se atreve a decirlas en público.
            ––Conste que solo hablo en hipótesis. En absoluto se me ocurre pensar que quien ha jurado “guardar y hacer guardar las leyes” puede incumplir su juramento, y menos todavía que, si lo hiciera, jueces y fiscales y políticos, por conveniencia, por mantener los intereses creados, miraran para otra parte. Yo solo hablo en hipótesis, ya te digo. Y para defenderme. La Constitución de 1978 no permite la impunidad de nadie. ¿Tú crees que yo la habría votado en caso contrario? Qué poco me conoces.


Domingo, 24 de marzo
A LOS MAESTROS

Para entender lo que está pasando ahora, nada mejor que echar la vista atrás. Leo a Galdós y sus novelas de “la locura crematística”, las novelas de la otra Restauración, cuando unos pocos especulaban en Bolsa y hacían grandes negocios mientras el país se hundía en la miseria. Me sorprende la dedicatoria de La desheredada: “Saliendo a relucir aquí, sin saber cómo ni por qué, algunas dolencias sociales, nacidas de la falta de nutrición y del poco uso que se viene haciendo de los beneficios reconstituyentes llamados Aritmética, Lógica, Moral y Sentido Común, convendría dedicar estas páginas… ¿a quién?, ¿al infeliz paciente, a los curanderos que llamándose filósofos y políticos le recetan uno y otro día? No; las dedico a los que son o deben ser los verdaderos médicos: a los maestros de escuela”.
            ¿Sigue teniendo valor hoy en día esa dedicatoria? Yo creo que más que nunca.


Lunes, 25 de marzo
ENSEÑANZAS DE LA EDAD

Tener amigos jóvenes, ¿le hace a uno más joven o más viejo? Pues no sabría decirlo. “¿Se aprende algo con la edad?”, me pregunta Luis hoy. “Aprende uno a soportarse, que no es poco”, le respondo.
No le digo, para no desanimarle, que yo todavía no he aprendido.


Miércoles, 27 de marzo
HILOS DE ORO

Cierro las Hojas de almanaque, el breve cuaderno que me envía Jesús Rubio Jiménez, estudioso de Bécquer y secreto poeta, y en el intermedio entre las clases de la mañana y las de la tarde, mientras tomo un café en el Centro Cívico (allí, en 1994, me enseñó Víctor Botas los poemas que acababa de escribir después de tiempo sin hacerlo) continúo la música de sus haikus con otros de cosecha propia.

En aquel álamo / se cuentan sus amores / pájaro y fuente
Los locos grillos / y la ventana abierta / toda la noche
La liebre escribe / un urgente mensaje  / sobre la nieve
La noche oscura / no brilla ni una estrella / salvo en tus ojos
Viento del sur / déjame irme contigo / a cualquier parte
Pasan los años / aún hay leña bastante / para un buen fuego
Tras breve sueño / el día se despierta / tan sonrosado
En las tinieblas / guíame con la luz / de una sonrisa
Ya no te sirve / mi corazón de nada / juguete roto
De pronto el aire / se ruboriza y tiembla / vuelan perdices
Perder cometas / no le importa a la tierra / siempre regresan


Cuántas luciérnagas / y en el cielo tan negro / ni una estrella
Nadie se atreve / a adentrarse en el bosque / salvo la luna
Pronto se borran / mis pasos en la nieve / y yo con ellos
Hermosa tarde / para mí y ese pájaro / Dios se ha esmerado
Arde en la rama / esta tarde de agosto / todo el verano
El surtidor / nos regala diamantes / y tú sonrisas
Cuando despierto / me miras y sonríes / sigo soñando
Qué oscura noche / pero si me sonreís / qué claro día
En la pizarra / de la noche palabras / que no comprendo
Un corazón / cometa que alta vuela / manos de niño
La noche en vela / y no se escucha el canto / del ruiseñor
Mira el otoño / enreda y desenreda / hilos de oro
¿Qué cotillean / esos álamos blancos / junto al arroyo?


Viernes, 29 de marzo
TRAS LA TERTULIA

Se habla de aforismos y alguien cita a Chamfort: “Los eruditos asfaltan el camino que lleva al templo de la gloria”. Y yo recuerdo entonces el final de la nota biográfica que acompaña a la edición de sus Máximas en Aguilar: “Intentó suicidarse y, pese a que no lo consiguió, murió a consecuencia de las heridas que se produjo”.
            –-¡Un finiquito diferido!, dice Almuzara y nos reímos un rato con los disparates de los redactores de solapas y con los otros, más graves, de la vida nacional.
            Cuando regreso solo a casa, tras el concurrido bullicio de la tertulia, me vienen de pronto a la memoria unos versos de Espronceda: “Y nuestro pie, que nunca se detiene, / recto camina hacia la tumba fría”.  Y se me ocurre pensar que eso es lo que nos entregan a todos en el mismo momento de nacer: un finiquito diferido.



sábado, 23 de marzo de 2013

Nada personal: Contando batallitas


Sábado, 16 de marzo
EN EL ESCENARIO

Me gustan los regalos del azar (y a veces el azar se llama Catarina).  A las seis paseaba yo por Avilés, olvidado de que hoy (no había conseguido entrada, se agotaron hace meses) cantaba Cecilia Bartoli en Oviedo. A las ocho, estoy en el escenario del Auditorio junto a la puerta de salida de músicos y cantantes. Cecilia apareció de pronto tocando la pandereta y su primera sonrisa fue para mí. También la última al final de la actuación (y hubo otras entremedias, cada vez que hacía una salida de escena). “¿Bene, bene?”, preguntó alguna vez. Y yo: “¡Molto bene! ¡Molto bene!”. Antes del último bis, tras los inacabables aplausos, asomó la cabeza y me dijo: “¿Otro?”. Y yo: “¡Otro, otro!”
            Claro que luego, a la hora de firmar su disco, a quien reconoció fue a mi amigo Javier Almuzara, y fue ella quien le pidió fotografiarse juntos. A mí, lo primero que veía al salir al escenario, parece que me había mirado sin verme.
            Mientras escuchaba las arias de Agostino Steffani pensaba en aquel misterioso personaje, que tuvo una vida de novela (Donna Leon la malnoveló en Las joyas de la corona) y que habría quedado para siempre convertido en una nota a pie de página de la historia de la música si la curiosidad de Cecilia Bartoli, su afán de no limitarse a lo consabido (que es precisamente lo que más aplauden sus admiradores), no la hubiera llevado a acercarse a las muertas partituras y repetirles las palabras evangélicas: “Levántate y canta”. Y de qué prodigiosa manera lo hicieron: “Amami, e vederai / ch’Amor non ha più stral, / vibrolli tutti al seno mio per te”.
            Pensaba en el misterioso compositor, mientras me dejaba acariciar por la música, y admiraba los prodigiosos juegos de manos, lo tenía muy cerca, de Michael Metzler, el esbelto percusionista. Con qué minuciosa delicadeza cogía y dejaba crótalos, tintineantes campanillas, exóticas castañuelas o se llevaba las manos a la boca, con gesto pastoril, para fingir el rumor del viento.
            Me gustan los regalos del azar. El de haber compartido escenario con Cecilia Bartoli no es el menor de ellos.


Domingo, 17 de marzo
RECUERDOS OLVIDADOS
               
Cuando uno llega a cierta edad, su cabeza se convierte en una casa vieja en la que se han ido amontonando trastos y papeles, algunos vagamente recordados, pero que no sabemos dónde están, y otros sepultados para siempre en el olvido. Los libros perdidos aparecen a veces cuando, al pasar, empujo sin querer un inestable montón que súbitamente se viene al suelo. Las cosas que uno ni recuerda ni quiere recordar asoman a veces en sueños o al azar de un imprevisto encuentro.
            En 1965 tenía yo quince años, vivía en un barrio obrero de Avilés cercano al cementerio de la Carriona y estaba obsesionado con la ufología y la parapsicología. Con un amigo de mi edad, que tenía una grabadora, decidimos saltar una noche el muro del cementerio y dedicarnos a grabar psicofonías. La primera noche no obtuvimos ningún resultado, quizá porque nos asustamos bastante al ver lo que nos parecieron unas luces moviéndose entre los panteones y escapamos, nunca mejor dicho, como alma que lleva el diablo. Pero nos atrevimos –yo era entonces muy atrevido, no como ahora– a intentarlo una segunda vez. Y entonces…
            Ha reaparecido, entre los cachivaches del trastero, la cinta que grabamos. La creía perdida. Para poder volver a escucharla tendría que llevarla a un local especializado a que la convirtieran en una grabación digital. No sé si me atreveré a hacerlo. Debería. Para comprobar que es verdad lo que había olvidado y ahora he vuelto a recordar.
La segunda noche en el cementerio no pareció pasar nada especial. Era una hermosa noche de verano, muy luminosa y cálida. Los historiados panteones, con sus columnas, sus ángeles y sus alegorías, parecían el escenario de alguna película. Pero no de terror. No teníamos miedo, nos encontrábamos tranquilos, nos habríamos quedado más tiempo si no fuera no queríamos que nos echaran en falta y se preocuparan en casa.


La grabadora, bastante aparatosa, estaba en marcha. Tardamos unos días en escucharla. Pensábamos que solo habría grabado el silencio y el canto espaciado de algún ave nocturna.
Y así fue los primeros minutos. Pero cuando ya íbamos a apagarla, aburridos, oímos la primera voz. Una voz que se quejaba. El lamento solitario se convirtió de pronto en un quejumbroso coro. “Son los condenados del infierno”, dijo mi amigo.  “Quizá son las proyecciones de nuestro subconsciente”, repliqué yo, que ya había leído a Freud en los tomos de su obra completa que había en la biblioteca pública
De pronto, un alarido que alarmó incluso a los vecinos (bajaron a ver qué pasaba) y luego el silencio, interrumpido solo por el crepitar de la cinta al irse desenrollando. “Tenemos que llevarla a la policía”, dijo mi amigo. Y yo: “Se reirán de nosotros”. “Podemos mandarla por correo”.
Estuvimos de acuerdo, y yo estaba a punto de hacerlo, pero ese mismo día en que tenía el paquete listo para ir a Correos, me enteré de que habían encontrado un cadáver cerca de las tapias del cementerio. Llevaba varias semanas muerto y no presentaba aparentemente ninguna herida, aunque tenía en la cara un gesto de terror. “Como en las malas películas”, pienso ahora. Mi amigo y yo nos asustamos mucho, por lo que podía habernos pasado y por lo que podía pasarnos si alguien nos relacionaba con el crimen. Decidimos destruir la cinta, no pensar más en el asunto. Y tan poco pensé en el asunto que, cuando mi amigo José Luis Piquero nos contó en Óliver sus peripecias en el cementerio de El Salvador en busca de psicofonías, me reí de él y ni me acordé de que yo había pasado por una chifladura semejante. La verdad es que olvidé muchas otras cosas de aquellos años. Recuerdo más los libros que leí entonces que mi vida por aquellas fechas. Escribía mucho y la historia del cementerio se fue mezclando con mis fantasías de entonces. El amigo con el que salté las tapias estudió derecho y ahora es fiscal. Me lo acabó de encontrar y hablamos del rey y de Bárcenas, no de la cinta. Pero al volver a casa apareció sin buscarla.
¿Seguirá conservándose en ella aquel grito que aterró mi adolescencia? Mañana, cuando pase por las Salesas, la llevo a Fotoprix para ver si pueden convertirla en un archivo digital y así salgo de dudas.


Martes, 19 de marzo
SECRETO


Sonrío al recibir, por primera vez, un regalo en el día del padre. Siempre creí que no tenía hijos. Pero ahora sé que sí.
No cuento más. Algunas cosas es mejor que sigan siendo secretas. Y yo, aunque no lo parezca, soy muy bueno a la hora de guardar secretos.


Miércoles, 20 de marzo
CONTANDO BATALLITAS

Hace más de cuarenta años que di mi primera clase. Fue un veinte de marzo de 1972. Y desde entonces, día tras día, hasta hoy. Creo recordar que en esas más de cuatro décadas no he tenido ni una baja. Y no porque no haya estado nunca enfermo, sino porque, como soy tan ordenado, procuraba que gripes y afonías coincidieran siempre con vacaciones o puentes largos. Y los días siguen teniendo veinticuatro horas.
Como para celebrar este aniversario, luce un espléndido día de primavera y yo tengo que dar más clases que nunca, mañana y tarde, en el Milán y en la antigua Escuela de Magisterio, en uno y otro extremo de la ciudad.
En el Milán acabo a las doce y a las doce empiezo la clase siguiente en el otro extremo de la ciudad. Hoy he logrado ir de un sitio a otro, y cuesta arriba, en solo veinte minutos, un récord difícilmente superable (pero yo estoy en buena forma: he tomado la precaución de no fumar ni practicar deporte).
            No es fácil mantener la atención de más de ochenta alumnos durante tres horas seguidas (dos clases de hora y media con un leve intervalo) hablándoles de rimas y de sinalefas y de versos de Antonio Machado.
            No es fácil, pero nada fácil merece la pena. Termino el día agotado, sonriente y feliz. Soy un hombre de suerte.
Durante todas estas horas de clase he resistido a la tentación de contarles a los alumnos que tal día como hoy entraba por primera vez en una escuela (era una escuela unitaria, en Granda, con niños de todas las edades) y que, casi medio siglo después, sigo haciendo el mismo trabajo y no con menos entusiasmo. Todavía no soy tan viejo como para aburrir contando batallitas y colgándome medallas (todo el mundo sabe, por otra parte, que las medallas que uno mismo se cuelga son siempre falsas).


Jueves, 21 de marzo
LO QUE INTERESA SABER

Mi amigo Vicente me manda el enlace de una entrevista con Andrew Morton encabezada por el siguiente titular: “El Rey ha estado con 1500 mujeres a lo largo de su vida”.
No sigo leyendo. “De esas cuentas”, le digo a mi amigo, “lo único que me interesa saber es quién pagó la cuenta. Porque una cosa es irse de picos pardos y engañar a la santa esposa (eso es algo que queda entre ella y él) y otra pasarle los gastos al erario público”.
Yo soy poco respetuoso con mi vida privada, que me gusta pública, pero muy respetuoso con la vida privada de los demás. A mí lo único que me interesa es saber de las andanzas privadas del jefe del Estado es si utilizó o no la Constitución para taparse las vergüenzas. Y si nuestros gobernantes electos conocieron, consintieron, toleraron comportamientos impropios de un caballero o directamente ilegales, si miraron para otro lado.
Lo que interesa saber es si hubo o no un planificado saqueo de las arcas públicas, si se recibieron comisiones por mediar en determinados negocios, si se aceptaron costosos regalos de empresarios que tenían tratos con el Estado español, cosas así. No el número de mujeres con las que DSK, Berlusconi o nuestro valetudinario monarca han estado a lo largo de su vida.


Viernes, 22 de marzo
NI UN DÍA SIN LÍNEA

Al volver de la tertulia, recuerdo que fue también en 1972, al poco de jurar fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento para que me dieran mi primer trabajo (eso tengo en común con el rey, eso y no haber cambiado desde entonces de trabajo), cuando se publicó mi primer libro de poemas.
            Soy un hombre afortunado, aunque algunos días lo dude. Tantos años después y aún no he escrito una línea por obligación o por dinero. Tampoco quizá ninguna especialmente memorable. Pero aún no he perdido la ilusión de conseguirlo. Por eso soy un hombre afortunado, porque (como dice hoy mi horóscopo) aunque lo pierdas todo, si no pierdes la ilusión, no has perdido nada.


sábado, 16 de marzo de 2013

Nada personal: Continuará


Sábado, 9 de marzo
UNA ESTRELLA CRUEL

La historia tiene razones que la razón no comprende. Heda Margolius Kovály nació y murió en Praga y padeció las dos barbaries que marcaron el siglo XX. Casi toda su familia desapareció en los campos de exterminio nazi y su marido, fervoroso comunista, fue detenido, acusado de crímenes imaginarios y ejecutado en 1952.
            De las dos barbaries, quizá no la más sanguinaria, pero sí la más incomprensible es la segunda. Los nazis dividían el mundo en buenos y malos, y estaba claro dónde ponían la línea de separación. Pero en la Rusia de Stalin y en los demás países del socialismo real, ser fiel comunista, seguir las consignas del partido, procurar no separarse lo más mínimo de la cambiante ortodoxia oficial, no era garantía de nada. En cualquier momento podían detenerte, torturarte, hacerte confesar tus crímenes.
            Y nadie dudaba, o nadie parecía dudar, de la sinceridad de esas confesiones. Los periódicos –nos cuenta Heda en sus memorias además de la transcripción oficial de las actas judiciales, “traían también otros artículos, a menudo más asombrosos que el propio juicio”: una carta de Lisa London, la mujer de Arthur London, condenado a cadena perpetua, atacando al hombre “con el que había convivido dieciséis años, con el que había criado una familia y con el que había luchado contra los nazis en la Resistencia francesa”, o la petición de un chico de dieciséis años (“solicito que mi padre reciba el mayor castigo, la pena de muerte. Y deseo que le lean esta carta”).
            “Es difícil saber –añade Heda– cuál de los dos destinos fue más trágico: si el del padre, que fue hacia su muerte acompañado de aquellas palabras, o el del hijo, que tendría que vivir toda la vida con el recuerdo de haberlas escrito”.
            La historia del nazismo es abominable; la del comunismo, abominable e incomprensible. Y parecía que no iba a tener fin. Pero lo tuvo. Recuerdo bien aquellos días de 1989 en que todo comenzó a venirse abajo, como en un sueño.
            Heda Magolius Kovály, que había nacido en Praga en 1919, que había salido de su país en 1968, vivió lo suficiente para ver el derrumbe de un mundo que parecía eterno. Murió en Praga en el 2010.
            Leemos Bajo una estrella cruel y en más de un pasaje sentimos que nos cuesta respirar. La crueldad de la historia puede ser tan absurda y tan incomprensible como la más brumosa y retorcida de las pesadillas.


Domingo, 10 de marzo
FRAGA Y YO

“En los hombres hay que creer hasta cierto punto, esperar de ellos hasta cierto punto y amarlos hasta cierto punto”. La desengañada afirmación es de Manuel Fraga y la encuentro en las Conversaciones en Madrid, de Salvador Paniker, un libro de entrevistas que fue un éxito en 1969 porque llegaba lo más lejos, en materia de libertad de expresión, a que se podía llegar en aquellos momentos. “Creo que la naturaleza humana es buena, aunque un poco estropeada”, decía el ministro. Qué curioso descubrir que algo tengo en común con él: “Mi vida es perfectamente regular y organizada”.
            Una experiencia apasionante leer lo que se pensaba del futuro de España en 1969, cuando yo tenía diecinueve años. Recuerdo que leí este libro por primera vez entonces, o muy poco después. Lo releo ahora y es como si regresara a aquel verano de la llegada a la luna y de la proclamación del heredero del dictador, como si me sentara junto al joven ilusionado que yo era a contarle lo que pasaría en las décadas siguientes.
            ¿Mejor o peor de lo que esperado? Ni tan malo como temíamos ni tan bueno como soñábamos.
            Pero el futuro de entonces ya es pasado y de nuevo el presente se tambalea y el futuro está lleno de incertidumbres. Como siempre, por otra parte, aunque tendamos a olvidarlo. No sería presente si no fuera inestable, si no pudiera venirse abajo en cualquier momento, y no sería futuro si no estuviera lleno de incertidumbres.


Lunes, 11 de marzo
CON LOS AÑOS

“¿Sigues siendo tan vanidoso como siempre?”, me pregunta un amigo que hace tiempo que no me ve (ni me lee).
            “Lo intento, pero cada día me cuesta más. Con los años, uno se va conociendo mejor y cada vez le resulta más difícil encontrar motivos para envanecerse”.


Martes, 12 de marzo
PARA VIVIR MÁS

Nos entretienen estos días las historias de los papas, apasionantes como un novelón de Dumas o de Dan Brown. Y yo recuerdo un episodio que conmovió al mundo en 1848. Fue aquel un año de revoluciones en toda Europa. Las tormentas del 48 tituló Galdós uno de sus Episodios Nacionales. Qué pobre sería mi vida, cualquier vida, si solo hubiera vivido lo que he vivido. También lo que he leído forma parte de mi biografía. El conde de Fabraquer, José Muñoz Maldonado, diputado a Cortes, publicó La revolución de Roma el año 1849. Nos narra la historia del poder temporal de Pio IX “desde su elevación al trono hasta su fuga de Roma, y convocación de la Asamblea Nacional en 30 de diciembre de 1848”. Una olvidada historia que apasionó al mundo. Y que me apasionó a mí contada con la vivacidad de un reportero y con la retórica de la época: “En los momentos en que Roma, la ciudad eterna, presenta a la Europa del siglo XIX, tan agitada y combatida por las revoluciones políticas, el funesto espectáculo del pontífice, vicario de Jesucristo, teniendo que huir y buscar en una tierra extranjera un hospitalario asilo, no será fuera de propósito que nosotros, testigos de tan lamentable acontecimiento, escribamos estos sucesos que han afligido y contristado profundamente nuestro corazón”.
            Cuando el libro se publica, el Papa aún no ha vuelto a Roma. El conde de Fabraquer termina anunciando una nueva cruzada: “En todas partes se alzará un grito igual al que ha resonado en la república francesa y en la monarquía española. Atravesando el Océano como una chispa eléctrica se mostrará en todos los contornos del globo: en los archipiélagos del Asia, en las montañas de la Armenia, en las llanuras de Persia, en la ribera de las cascadas del Nilo, en las llanuras de Thon-King, sobre las márgenes del Japón, en las orillas del Ganges,  en la cima de los Andes, y sobre las ruinas del antiguo mundo en Thebas, en Menfis, en Atenas, y en todas las partes del globo donde exista un adorador de Cristo”.
            A esa exaltada retórica se contrapone la sobria prosa del teniente general don Fernando Fernández de Córdova, quien en 1882 publicó La revolución de Roma y la expedición española a Italia en 1849 donde cuenta la intervención del ejército español en la restitución del poder temporal del papa.
            Releo ahora esos libros y pienso en lo aburrida que sería mi vida si solo hubiera vivido mi propia vida. Pero he vivido muchas otras. No creo en la metempsicosis, por supuesto, pero no hace falta creer en ella para darse cuenta de que la historia universal es la historia de mi vida, y que lo que le pasó a cualquier hombre, o a cualquier mujer, me pasó también a mí. Es la magia de la historia, es la magia de la literatura. Leo para vivir más. Sueño para ver mejor.



Miércoles, 13 de marzo
AMBICIONES MÍAS

Tuve una pesadilla. Soñé que me nombraban papa, quedaba secuestrado en el Vaticano y no podía volver a Oviedo ni a recoger mis cosas en casa ni a despedirme de la familia y de los amigos.
            Cuando por la tarde me enteré de la fumata blanca, sentí un poco de pena por el buen hombre de Buenos Aires al que le tendrán que mandar por correo sus objetos personales y tendrá que despedirse por skype de sus amigos más cercanos. Seguro que se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar la Avenida de Mayo, el Obelisco, Palermo, la Boca… Quizá los vuelva a ver antes de morir, pero desde la pecera del papamóvil. No me extraña que la primera vez que trataron de elegirle suplicara a sus colegas que no le votaran.
            En broma, aunque bastante en serio (como casi siempre que hablo en broma), más de una vez he afirmado que me gustaría ser poderoso, ser gran financiero o papa, por ejemplo, no tener que dar cuentas a nadie sino a Dios (que nunca le pide cuentas a nadie, al menos en esta vida). Pero si ser papa supone cambiar mis costumbres, no poder ir a la tertulia los viernes ni pasar los sábados por Avilés, entonces lo siento mucho, pero no quiero ser papa. Mucho mejor, caso de que yo fuera cristiano (en realidad lo soy, aunque ateamente desteñido) ejercer de párroco en algún pequeño lugar, ser un cura erudito e incansable y querido por todos como mi admirado José Manuel Feito, ser el último (o uno de los últimos, tampoco hay que presumir) en el escalafón eclesial o funcionarial, pero el primero en otros escalafones.


Jueves, 14 de marzo
CAMBIOS

Desde 1996, mi rutina diaria incluye una visita a la editorial Nobel, al lado del Reconquista. Nunca estoy demasiado tiempo: cinco, diez minutos, rara vez media hora. Reviso el correo postal que llega para Clarín, el diseño en el ordenador, pregunto si ya se han enviado a colaboradores y suscriptores los ejemplares del último número. Cosas así. La revista se va haciendo en mi cabeza y en cualquier momento del día (hay quienes tienen la costumbre de llamarte a media noche para quejarse de alguna errata). Pocos son los días, en invierno o verano, en que he dejado de pasar por este piso de Ventura Rodríguez. Hoy lo hago por última vez. A partir del lunes las oficinas estarán en el Centro Cívico, donde durante años se reunió la tertulia Óliver.
Soy patológicamente sensible al cambio. Lo primero que hago al llegar a casa, cuando ha estado en ella la asistenta, es devolver a su sitio exacto cualquier objeto que haya sido desplazado medio centímetro.
            Nombrarle a uno papa debe ser como volverle la vida del revés. Yo creo que me moriría a los pocos días, como Juan Pablo I, y sin necesidad de que saquen de la caja fuerte el informe sobre los crímenes del clero. Pero sospecho que al nuevo papa no le quitarán el sueño los cambios ni mucho menos ese informe. Si no se lo quitaron los desaparecidos de la dictadura argentina, no parece que lo hagan los dineros negros de la banca vaticana ni la mafia rosácea de ciertos purpurados.


Viernes, 15 de marzo
OTRO ROLDÁN

La novela de la historia, mi culebrón favorito. Un país de cuyo nombre no quiero acordarme tiene por jefe del Estado a un presunto Roldán, a un vitalicio Berlusconi. ¿Qué pasará cuando los jueces no puedan seguir cerrando los ojos ante las evidencias? Los periódicos se han convertido en capítulos de un folletín por entregas. Cada día termina con un apasionante “continuará”.


sábado, 9 de marzo de 2013

Nada personal: Un tiempo de mentira


Sábado, 2 de marzo
SECRETOS

“No me gustan los secretos”, “Pues a mí sí, no podría vivir sin ellos”. El diálogo estaba en un novelón de mucha venta que hojeé un momento mientras compraba el periódico en el quiosco del Atrio. Yo no sé si podría vivir sin secretos, pero lo que sí sé es que no podría escribir. No hablo de otra cosa.
            Probablemente muchos de mis recuerdos sean imaginarios y la verdad esté en las fantasías. Esta mañana, revolviendo entre viejos papeles en busca de unas cartas de Gil de Biedma que me pidió un amigo (meros acuses de recibo de mis primeros libros), me encontré con un anillo hacía tiempo olvidado. No entiendo ni poco ni mucho de joyas, así que no sé cuál será su precio, pero es bonito y llamativo, muy art nouveau, con serpientes entrelazadas y una rutilante esmeralda. Quizá sea falso y lo utilizaran para el atrezzo en alguna representación teatral.
            Llegó a mis manos de manera curiosa. Cuando comencé a estudiar en Oviedo, viví un tiempo en un piso de Ciudad Naranco con otros dos amigos y una persona más que ya ocupaba una habitación al alquilárnoslo a nosotros en septiembre. Era joven, pero a mí, que aún no había cumplido los veinte, me parecía mayor; tendría treinta y pocos años. Iba siempre muy elegante, con corbata, y apenas teníamos trato con él. Estudiantes aplicados, no hacíamos juergas en el piso, no dábamos motivo de queja. El otro inquilino jamás recibía visitas. Su habitación tenía llave y siempre la dejaba bien cerrada al marcharse. Un día se le olvidó, yo estaba solo en casa y no pude resistirme a la tentación de echar una ojeada. La cama, una mesa, un pequeño armario, una estantería con algunos libros. No había nada extraño, parecía la habitación ocasional de un estudiante más. Oí ruido en la puerta de la calle y salí de inmediato. Justo a tiempo. Era nuestro compañero de piso. Me saludó amablemente, como siempre hacía, y se encerró en su cuarto. Un día desapareció sin decir nada a nadie. No nos enteramos hasta que la dueña pasó a buscarle porque se retrasaba en el pago del alquiler. La habitación estaba vacía. No había dejado más rastro de su paso que un sobre encima de la mesa; en su interior, el importe de la mensualidad que debía. Algo más había dejado: el anillo de las serpientes y la esmeralda. Lo encontré yo, semioculto bajo la mesa, y me lo guardé en el bolsillo sin decir nada. Me parecía un buen pretexto para tratar de encontrar a su dueño y seguir en contacto con él; me sentía de algún modo atraído por aquel elegante personaje.
Por entonces hablaron los periódicos de hurtos en diversas joyerías. ¿Sería el ladrón el inquilino desaparecido? ¿Me tomarían por cómplice si venían a registrar el piso de Ciudad Naranco y me encontraban el anillo? Me asusté un poco y acabé guardándolo entre mis papeles en la casa de Avilés. Esto debió de ocurrir hacia 1970, hace más de cuarenta años. De los amigos de aquel tiempo, apenas si de vez en cuando me encuentro con Bernardino e Ismael Serna, pero no creo que a ninguno de ellos les hablara del anillo, aunque quizá recuerden el caso del ladrón de joyas. Era tan hábil que los joyeros decidieron, como cuando se trataba de Carmen Polo, la mujer del Caudillo, crear un fondo común para compensar las pérdidas.
Ahora en mi vida no ocurre nada, todos los días son iguales, pero por entonces cada día era una aventura, el mundo estaba por descubrir. Pronto me olvidé del anillo. Esta mañana en que acabo de descubrirlo, lo pongo sobre la mesa de la cafetería del Atrio y lo miro como un talismán. Quizá debería llevarlo a que lo tasaran. Solo así sabría si es una de las joyas robadas o quincallería.
A cierta edad uno comienza a no distinguir bien entre lo vivido y lo soñado. O a no querer distinguirlo. Miro el anillo, sonrío y de un manotazo trato de apartar de mi mente una historia que nunca he contado a nadie.
Tengo muchos secretos que es mejor que sigan siendo secretos. ¿De qué iba a escribir yo si no los  tuviera?


Domingo, 3 de marzo
UN ASUNDO REAL

Soy hombre de obsesiones. Por más que no quiera pensar en ciertas cosas, todo me habla de ellas. La película de Nicolaj Arcel que veo este domingo, por ejemplo. Cuenta un episodio de la historia de Dinamarca en el siglo XVIII. Hay un rey tontorrón, una reina maltratada, una camarilla que maneja al monarca de acuerdo con sus intereses y un médico ilustrado que acaba ganándose la confianza del monarca y el amor de la reina y aprovecha ambas cosas para promulgar leyes justas que mejoren la vida del pueblo.
            Hoy los reyes, afortunadamente, no gobiernan. Pero reinan. Y son tan irresponsables como entonces y pueden hacer lo que les dé la gana sin que nadie les pida cuentas. Pueden convertir su real casa en refugio de hampones, pueden financiar con dinero público sus vicios privados. Y mientras, quienes están en el secreto se lucran y se callan, y los periodistas inventan elogiosas patrañas.
            Me va a costar dormir esta noche. ¿Qué dirán de mí, que dirán de nosotros las generaciones futuras? ¿Que hemos sido cómplices de tanta mentira institucional? ¿Que fingíamos por conveniencia no saber nada del club de los negocios raros que se ha ido formando fuera del alcance de votos y de jueces?
            Abro al azar una antología poética, para que los versos me ayuden a tener buenos sueños, y me encuentro con un poema de Machado: “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, / la malherida España, de carnaval vestida, / nos la pusieron pobre y escuálida y beoda, / para que no acertara la mano con la herida”.
            Está visto que haga lo que haga, mire dónde mire, todo me habla de lo mismo.


Miércoles, 6 de marzo
CON LA VERDAD

Yo creía, como la mayoría de los españoles, que Juan Carlos de Borbón era un estadista ejemplar y Hugo Chávez un pintoresco fantoche con ínfulas de salvapatrias. Eso es lo que me habían hecho creer los medios de comunicación de mi país, tanto los de la derecha como los de la izquierda. Pero vi por la televisión cubana, en  directo, el famoso por qué no te callas. Y escuché la respuesta de Chávez a aquella impertinencia que se convirtió en asunto de Estado por la indiscreción de los micrófonos. Daniel Ortega, que estaba en el uso de la palabra, cedió parte de su tiempo para la réplica. Chávez, el locuaz Chávez, se limitó a citar a uno de los héroes de la independencia: “Con la verdad ni ofendo ni temo”.
            Con la verdad ofendió a muchos y muchos le temieron y se alegraron con su enfermedad y desearon su muerte.
            Pero muerto está más vivo que nunca y nadie podrá mandarle callar.


Jueves, 7 de marzo
PARTE DE UNA HISTORIA

Llamaron tres veces a la puerta. Era la señal convenida. Bajé rápidamente por la escalera de piedra y me encontré en la playa. Aún no había amanecido. Se veían a lo lejos las luces del barco, que parecía inmóvil, a pesar de que el mar estaba algo agitado. Esperé un rato, que a mi impaciencia le pareció demasiado largo, a que llegaran los demás y finalmente me decidí a subir yo solo a la barca. Remé hasta la embarcación. Por una escala que se balanceaba en uno de los costados, subí a bordo. Yo entonces tenía poco más de veinte años. Como si me estuvieran esperando, nada más poner el pie en cubierta comenzó la maniobra de levar anclas. Pregunté por el capitán, pero nadie me hizo caso. Los marineros se movían con rapidez, cada uno a lo suyo, y parecía como si no entendieran mi idioma. Los días siguientes tuvieron esa textura especial que caracteriza a los sueños. Como si fuera invisible, nadie me hacía caso. El mar estaba tranquilo, los días de verano eran largos e inacabables y en las noches claras brillaban todas las estrellas.
            (Estábamos en la Piazzetta un lento atardecer de verano; de las terrazas ascendía un rumor de conversaciones; había gente paseando y algunos se acercaron hasta la terraza, junto a la torre del reloj, para ver ponerse el sol sobre la isla de Ischia.)
            Cómo pasé del barco al calabozo no lo recuerdo bien. Sé que hicimos escala en Génova, que nos emborrachamos de tugurio y tugurio, que empezamos una pelea con los invitados a una boda y que cuando llegó la policía todos los marineros lograron escapar menos yo.
            Compartí el calabozo con un puñado de vagabundos malolientes. Estuve tres días allí encerrado y al tercero me dejaron fuera sin ninguna explicación. Yo no tenía dinero ni trabajo y me dediqué a vagabundear, a fingir que pedía limosna y a malvivir de algún pequeño hurto. Todavía era verano y dormir al aire libre no suponía ningún problema.
            (Apenas si conocía a mi interlocutor. Muy moreno, bien parecido, descuidadamente vestido. Había bebido algo y se notaba que le gustaba hablar. A los demás nos gustaba escuchar, sobre todo a mí, que al volver al hotel, tomaba nota de todo: quería escribir un libro sobre el variopinto paisanaje de Capri.)

            Una mañana, al despertarme en un banco del parque, me encontré con unos ojos fijos en mí. Era un caballero de unos cincuenta años, bien trajeado. “¿Busca usted trabajo? Tengo algo que ofrecerle. Le espero esta tarde, a las cinco. Pero antes procure asearse un poco”. Y me alargó una tarjeta y unos billetes. Los conté. Una pequeña fortuna. Alquilé una habitación en un hostal cercano al puerto, compré algo de ropa. A la hora en punto estaba en la dirección que indicaba la tarjeta, un caserón que más bien parecía un palacio. No tuve necesidad de llamar. Un mayordomo uniformado, como yo solo había visto en las películas, abrió la puerta y me invitó a pasar. Al fondo del patio, había una gran escalera. Me llevó hasta una habitación de la planta baja, con ventanas al jardín, y me pidió que esperara. En seguida apareció una mujer mayor, que se me quedó un rato mirando y luego me abrazó emocionada. “Eres tú, eres tú, hijo mío, no tengo ninguna duda”. Lloraba y me besaba. Detrás de ella vi al hombre que me había encontrado en el parque. Sonreía.
            La mujer se sintió desfallecer. Estuvo a punto de caer al suelo. La sostuvimos entre el hombre y yo, llegaron luego varias doncellas que la hicieron beber su medicina y la llevaron a acostar.
            Fingí ser el hijo de aquella pobre mujer durante poco más de tres meses; luego ella murió. No sé a quien fue a parar su fortuna, que al parecer era considerable. Yo no me puedo quejar del dinero que me dieron. Lo suficiente para andar por el mundo unos cuantos años sin preocupaciones. Pasé una temporada en Roma, luego bajé hasta Nápoles. Seguramente conoce usted la leyenda de aquel alemán que llegó hasta esta isla con el propósito de almorzar y visitar el palacio de Tiberio y la Gruta Azul y acabó quedándose cuarenta años. Pues a mí me pasó lo mismo; ya llevo veinte.


Viernes, 8 de marzo
NI OFENDO NI TEMO

“Con la verdad ni ofendo ni temo” dijo Chavez citando a Artigas. Pero nada ofende más que la verdad y mucho tiene que temer el que se atreve a decirla en voz alta. Mejor callar y taparse las narices si algo huele a podrido en Dinamarca. Es lo que yo hago.


sábado, 2 de marzo de 2013

Nada personal: Nuevo retablo de títeres viejos


Domingo, 24 de febrero
VIDA DE ESTUDIANTE

“Todos sus amigos están casados y con hijos, pero él sigue haciendo vida de estudiante”, escucho al azar de una conversación ajena y no sé por qué paso el día entero dándole vueltas a esa expresión “vida de estudiante”.
            ¿Cuánto tiempo llevo yo haciendo esa clase de vida? Quizá toda la vida. De un estudiante al que no le gusta mucho la juerga, por supuesto.  Los libros, las clases, tomar un café con los amigos, las relaciones que no llegan a ningún compromiso serio, la misma rutina desde hace treinta o cuarenta años o medio siglo. El mundo cambia vertiginoso a mi alrededor, pero yo no cambio de costumbres.
            Me paso todo el día dándole vueltas a esa expresión “vida de estudiante” y no sé si alegrarme o deprimirme por no haber sido capaz aún de convertirme en un adulto.
            Después de pensarlo mucho, decido alegrarme. No sé si con razón o como una muestra más de esa irresponsabilidad y de ese vivir al día, sin pensar en el futuro, que caracteriza al estudiante.
Al menos al estudiante que nos imaginamos los que hace mucho tiempo que hemos dejado de serlo, por mucho que nos empeñemos en fingir lo contrario.


Lunes, 25 de febrero
LECTURAS

Abro el libro Aquí yacen dragones, de Fernando León de Aranoa, y me encuentro con que, según el Departamento de Ciencias del Comportamiento, de no sé qué prestigiosa Universidad, cuatro son las cosas que con más frecuencia hacen sonreír al hombre en la edad adulta: un recuerdo de la adolescencia, una llamada de teléfono largamente esperada, un diagnóstico, el hallazgo inesperado de una fotografía en el transcurso de una mudanza.
            Por el contrario, y según el mismo estudio, llevado a cabo en los años ochenta sobre una muestra de más de seis mil individuos, las causas que con más frecuencia entristecen al hombre en la edad adulta son: un recuerdo de la adolescencia, una llamada de teléfono largamente esperada, un diagnóstico, el hallazgo inesperado de una fotografía en el transcurso de una mudanza.
            Abro un libro del poeta Francisco Toledano, Antes de la despedida, y me encuentro con una cita de Teognis de Mégara: “Puesto que no hay en la tierra hombre sin reproche, / mejor que no se ocupe de ti demasiada gente”.
            Me basta abrir un libro al azar y leer unas líneas para tener materia que rumiar durante el resto del día.


Martes, 26 de febrero
MI MANERA DE VIAJAR

Semanario Nuevo Mundo, febrero de 1906, el noviazgo de Alfonso XIII ocupa las páginas centrales. “Hasta el día dos duró la estancia del rey en San Sebastián, y su vida fue poco más o menos la misma diariamente. Por la mañana, se trasladaba en automóvil a Mouriscot, pasaba el día con la princesa Ena y la familia de esta, y por la noche regresaba a San Sebastián en el expreso”.
Las fotografías nos muestran a la feliz pareja paseando por Biarritz y por los alrededores del lago de Mouriscot, pero nunca solos. Hasta el matrimonio ha de acompañarlos lo que entonces se llamaba una “carabina”, que en este caso suele ser la madre de la novia. El rey no había cumplido veinte años, pero ya era rey desde hacía cuatro. Con el cigarrillo en la mano, parece un adolescente desmedrado y caprichoso que cumple una tediosa obligación. Ella muestra una seriedad de mujer que parece adivinar el desventurado porvenir que le espera. Años después evocará el mucho frío que pasó en los inviernos madrileños porque su suegra, que había sido reina regente y seguía siendo quien mandaba en aquella casa, el palacio de Oriente, era tan tacaña que no permitía que se encendiera la calefacción aunque el aliento se helara en la boca.
            En los anuncios telegráficos del final de la revista, además de los que ofrecen pianolas, plantillas y lámparas eléctricas, podemos leer otros muy distintos: “Créote ocupadísima. ¿Qué ocurre? Mi vida siempre tuya. No varío. ¿Y tú? Sé franca.Yo”.
            La pareja real, que tan poco feliz parece, y los amantes que han de recurrir a los anuncios por palabras para entrar en contacto. Qué distinto del de hoy el Nuevo Mundo de hace ya más de un siglo y, sin embargo, qué semejante.
            Leer periódicos viejos. Mi manera de viajar en el tiempo.   


Miércoles, 27 de febrero
FILOSOFÍA PARDA

Comentamos en clase uno de esos habituales reportajes apocalípticos sobre la decadencia de la ortografía entre los jóvenes, para algunos el gran pecado de nuestro tiempo. El filósofo José Luis Pardo es quien hace la afirmación más tremebunda (ni siquiera mi amigo Francisco García Pérez la superaría): “Los organismos no deben dejar de castigar a los infractores de la ortografía como no dejan de hacerlo con los de las normas de tráfico”.
            –-¿Qué le parece –le pregunto a un alumno–  eso de que a los que se olvidan una tilde o una hache se les pongan multas como a los que se saltan un semáforo en rojo o conducen en sentido contrario?
            –-Una tontería. Quien incumple las normas de tráfico pone en peligro su vida y la de los demás; una falta de ortografía solo distrae un poco en la lectura.
            Cierto. Y distrae más a los menos cultos, que no están habituados a leer libros impresos hace años y con normas ortográficas distintas.
Un descuido en la ortografía no implica falta de inteligencia; una solemne majadería como la de José Luis Pardo, sí. Y se trata de uno de los más prestigiosos filósofos españoles contemporáneos. Qué cosas. Como para fiarse luego de sus abstrusas y elegantes elucubraciones.


Jueves, 28 de febrero
REÍR POR NO LLORAR

Qué novela por entregas el periódico, cualquier periódico. No importa que no nos quieran contar lo que saben del rey para no causar, presuntamente, mayores males. Ya dijo Benavente que mejor que crear afectos es crear intereses. Al rey no le quiere nadie, pero son muchos los interesados en que se mantenga para que no se venga abajo un tinglado que parecía sólido pero que en realidad estaba prendido con alfileres, como quizá todo en esta vida.
            Qué personaje esa fascinante Corinna que, al parecer, y gratuitamente, tantos secretos servicios nos ha prestado (a uno más que a otros, diría yo). ¿Gratuitamente? Puede, quizá no cobrara ni un euro de los contribuyentes españoles, quizá solo recibiera dinero de las empresas a las que conseguía buenos negocios gracias a sus excelentes contactos.
Mezcla de Mata Hari y de Lola Montes, de la espía que anduvo por Madrid y de la intrigante coima del rey Luis de Baviera, la rubia Corinna nos va a mantener entretenidos una buena temporada.


            Pero a mí quien me fascina es otro personaje menos exótico, Luis Bárcenas, capaz de hacerle la peineta al lucero del alba. Qué protagonista para una película de Berlanga.
            Corinna y Bárcenas, Bárcenas y Corinna, con sus ocurrencias nos alegran el día, que buena falta nos hace. María Dolores de Cospedal e Iñaki Urdangarín, en cambio, me dan un poco de pena. A la una su jefe, el que contrató a Bárcenas y vigilaba la distribución de las caudalosas aguas negras, la obliga a dar la cara sin darle previamente explicaciones; al otro, que muy probablemente, como buen advenedizo en tan poderosa familia, hizo lo que le mandaban, que se dejó dócilmente asesorar por quienes sabían más que él, le crucifican como oveja negra cuando no es más que un chivo expiatorio. Pobre chico.
            El ruedo ibérico es hoy más ruedo ibérico que nunca, no en vano las corridas de toros, gracias a los buenos oficios de Savater y Cantó, serán pronto patrimonio cultural.
            Podrán no estar garantizadas la sanidad, la educación, la justicia, pero con Bárcenas y Corinna, con Corinna y Bárcenas, la risa está garantizada.


Viernes, 1 de marzo
EN LA ESCALERONA

Lo bueno de ser tan rutinario es que cualquier cambio en las costumbres se convierte en una aventura. Ir a Gijón, por ejemplo, a la presentación del libro de un amigo y pasear antes, solo, por el muro de San Lorenzo. El lento atardecer, el intranquilo mar, al que parece que le remuerde la conciencia, la soledad de la Escalerona y, de pronto, una puerta que se abre en la memoria.
            Había olvidado casi por completo el curso que pasé en Gijón, creo que fue el de 1967-1968, estudiando en la Escuela de Peritos. No me fue nada bien, y a nadie le gusta hablar de sus fracasos. No fui capaz de compaginar el estudio de las matemáticas y la física con la lectura de todos los libros de vaga y amena literatura que caían en mis manos.
Las alumnas eran muy pocas, no llegaban a media docena, por cientos de alumnos, y de una de ellas me hice amigo de inmediato, o ella me tomó de inmediato bajo su tutela. Se llamaba Eva, su padre era alemán y daba clases de ese idioma no sé si en la universidad o en una academia que él había creado, o en ambos sitios. Eva era enérgica, musculosa, fumaba mucho (algo entonces no demasiado frecuente en las mujeres) y era también una gran lectora en español y alemán. Pronto me acostumbré a faltar a clase y a pasarme las horas con ella dando vueltas por la ciudad, tomando café en el Dindurra o paseando por la playa. Eva me hablaba de muchos autores que yo no conocía y también corregía mis borrosos versos de entonces. Recuerdo cuando me trajo un libro de Gottfried Benn y me fue traduciendo alguno de los poemas. Me fascinó esa poesía seca y áspera, acostumbrado como estaba al convencional sonsonete de los poetas españoles que leía por aquella época.
            Ayer por la tarde en la Escalerona, yo solo frente al mar rumiando mis melancolías, he vuelto a recordar a Eva y ahora no puedo dejar de pensar qué habrá sido de ella, qué habría sido de mi vida si hubiera seguido con ella. Es grato dejar el mando a otro, no estar siempre tomando decisiones.
            Allí nos encontramos por última vez, una tarde como la de ayer. Luego dejé de verla y pronto comencé otros estudios y esos meses equivocados desaparecieron de mi vida.
            Fumaba mucho Eva, ya lo dije. Aquella tarde para sacar el primer cigarrillo abrió una elegante petaca que yo no le había visto nunca. Le pedí que me la dejara. La acaricié. Era de una piel muy delicada. Más quizá que la de sus manos, algo ásperas, acostumbradas a trabajos rudos. “¿Te gusta? Seguro que nunca has visto algo semejante. Es piel suave, increíblemente suave, es piel humana. Bueno, casi humana. Es piel de niño judío”.
            Pronto dejé de ver a Eva, que aquella tarde se reía a carcajadas de mi gesto de espanto. Seguramente hablaba en broma. Seguramente.