VER. OÍR Y CALLAR
“Qué poco patriota eres”, me dice un amigo al darse cuenta
de mi escasamente disimulada simpatía hacia los independentistas catalanes y
vascos. “Bueno”, le respondo, “hay diversas maneras de entender el patriotismo.
La mía no pasa por imponer su patria a nadie”.
–-Pues eso
es lo que ellos hacen. Los independentistas son una minoría que pretenden
hablar en nombre de todos. La mayoría de los vascos y de los catalanes quieren
seguir siendo españoles.
–-¿Y
entonces qué problema hay? Basta con una consulta para acallarlos.
––¿Y la
constitución? Que ellos no la respeten, lo entiendo. Es la constitución
española, ¿cómo iban a respetarla? ¡Pero que no la respetes tú que te las das
de más democrático que nadie!
––La
respeto, pero no la venero. No es un texto sagrado dado por Dios a los hombres.
Es fruto de un acuerdo entre partidos. Puede cambiarse. No olvides que, sin
remontarse mucho, hubo un tiempo en que el Sahara, ateniéndose a la legalidad
de entonces, era una provincia española exactamente como las otras, con sus
procuradores en Cortes. Y que muy poco antes de que dejara de serlo de la noche
a la mañana allá fue el rey (que entonces era Príncipe de España y ocupaba
provisionalmente la jefatura del Estado) a afirmar su españolidad por los
siglos de los siglos.
–-No te
entiendo. ¡Qué tendrá que ver Cataluña con el Sahara!
––¿Por qué
no hablamos de otra cosas? Ya sabes que a mí no me gusta meterme en política.
Me crié en el franquismo, y en esa época nos enseñaban a ver, oír y callar si
no queríamos meternos en problemas.
––¡Tú no
callas ni debajo del agua!
Domingo, 23 de
septiembre
EL AMOR Y UN CABALLERO
Me gusta jugar a que estoy enamorado. (En realidad nunca lo
he estado, salvo quizá de mí mismo). En caso contrario, me aburriría y
aburriría hablando siempre de política. Lo malo es que suelo acabar enamorado
de verdad, como les pasa a los que juegan con fuego. Afortunadamente, nunca me
hacen caso. Tengo la suerte de casi nunca tener suerte en el amor. Se pasa mal,
pero se pasa pronto. Cuando lo he pasado verdaderamente mal es cuando he tenido
suerte.
No es que yo sea uno de esos
misántropos que no soportan a nadie demasiado tiempo demasiado cerca. A estar
solo prefiero estar con alguien, pero con la condición de que ese alguien no
esté conmigo. No sé si me explico.
Claro que podría explicarme
mejor, pero en ciertos temas resulta poco elegante entrar en detalles. Siempre,
en estos casos, recuerdo a Somerset Maugham: “Está bien que un caballero, a
partir de los sesenta años (bueno, él decía cincuenta, pero los tiempos han
cambiado), tenga vida sexual, pero no es correcto que hable de ella”.
Miércoles, 26 de
septiembre
FELIZ CUMPEAÑOS
No podríamos vivir sin patrañas. El otro día aparecía
Facebook en la portada de El País
porque supuestamente una adolescente se equivocó al etiquetar la invitación a
su cumpleaños y no puso el evento como privado, sino como público. La
consecuencia: que en lugar de veinte o treinta personas aparecieron veinticinco
mil.
Y esto lo publica un periódico
que se las da de riguroso. ¿Cuánta gente ha conseguido reunir en Madrid el
movimiento “Ocupa el Congreso”? Pues unas seis mil personas y eso a pesar de
las muchas organizaciones que están detrás y del cabreo generalizado. ¿Y miles
y miles de personas atraviesan Holanda para felicitar a una desconocida en su
cumpleaños? ¿Y más de quinientos policías no pueden contenerlos porque ninguno
quiere quedarse sin su trozo de pastel y su refresco?
En lugar de
disculparse y tirar de las orejas al redactor jefe que aceptó esa leyenda
urbana, el sesudo diario le dedica a los pocos días un editorial. Y hoy vuelve
a arremeter con Facebook por no sé qué presunto fallo en la confidencialidad de
algunos mensajes.
Comulgar con ruedas de molino es
una costumbre que suele tener la gente. Incluso los periodistas rigurosos cuya
misión parecería ser evitar precisamente que la gente comulgue con ruedas de
molino.
Jueves, 27 de
septiembre
CAMPOS DE SOLEDAD, MUSTIO
COLLADO
Charlo un momento con Pilar Rubiera antes de que comience la
presentación del número centenario de la revista Clarín en el Aula Magna. “Daremos noticia, pero muy breve, apenas
tengo sitio”, me dice. Y yo, perdiendo una buena oportunidad de estar callado,
le respondo con una broma: “Claro, necesitáis todo el espacio para seguir
arremetiendo contra el Niemeyer”.
Es un tema
del que prefiero no hablar. No bastó la premeditación y alevosía para destruir
el proyecto, hubo también saña, y esa saña aún no parece haberse saciado. La última
vez que estuve en el Centro Cultural fue a finales del pasado junio. Escribí entonces
una nota, que luego taché. Hay temas de los que prefiero no hablar. Decía así:
No había vuelto desde que el
golpe de manos le hizo cambiar de manos. Cruzo de nuevo, con emoción, el
zigzagueante puente que va y viene sobre la ría. No tardo en comprobar que le
han devuelto el nombre, pero todavía no el alma.
Lo que el anterior gobierno de
Asturias hizo con el Niemeyer pasará a la historia universal, no de la infamia,
sino de la estupidez. Y con qué alegría le secundaron artistas locales,
periodistas presuntos o no tan presuntos, asturianistas de vario pelaje, todos
los ofendidos porque algo pudiera hacerse en esta tierra, y tener éxito, sin
contar con ellos. Compitieron a ver quién daba la pedrada más certera. Pero
apuntaran a Areces, a Natalio Grueso, a Carlos Saura (¡hace fotos borrosas!) o
a Woody Allen (¡como si aquí no tuviéramos quien toca mejor el clarinete!),
todas daban en el mismo sitio.
Aunque los
edificios siguen en pie, tengo la sensación de que paseo entre ruinas. Me
repito los versos famosos: “Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, / campos de
soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa…”
En la
cafetería, con tres buenos amigos, Cristina, Alfonso y Marcos, agradable
comida, grata sobremesa. Pero del local que yo conocía apenas queda nada. Ni
siquiera las vistas. Delante de la cristalera que da a la plaza han colocado
mostradores, cajas, mesas, una especie de trastero que tapa la espléndida
geometría de los edificios. Y el mobiliario interior ha cambiado: ahora hay
unas sillas de plástico que no desentonarían en ningún chiringuito playero.
Fuera, en la terraza, una especie de sofás-cama (más cama que sofás) para que
los jubilados que se aventuren a pasar el rato en este lugar se tumben a dormir
la siesta.
Cuánta
desolación. Recuerdo las primeras veces que pasé por aquí, la noche de la
inauguración, el aire de fiesta, de modernidad, la sensación de que Avilés
estaba un poco más cerca del centro del mundo.
Pero todo
duró lo que un sueño. Me imagino a Marcos Vallaure frotándose las manos: “¡Ahí
queda eso! ¡Lo hemos pisoteado bien! ¡A ver si sois capaces de hacer que vuelva
a crecer la hierba!”
Y los
caballos de Atila no se van del todo cuando se va el gobierno de Foro. Dejan de
guardia a dos o tres periodistas para que saquen a relucir el asunto de las
deudas cada vez que alguien se hace la ilusión de que, con un poco de esfuerzo,
todo podría volver a ser como antes.
¡Las
deudas! ¿Qué deudas dejaría el Guggenheim si a los pocos meses de su
inauguración hubiera un cambio en el gobierno vasco y el nuevo gobierno se
dedicara a desacreditarlo, a hundirlo, a cambiarle el nombre y a convertirlo en
museo de los pelotaris? ¿Qué deudas dejaría el Musac de León si a los pocos
meses de inaugurado hubiera un cambio político en Castilla y León y el Marcos
Vallaure de turno se dedicara a decir que lo que allí se exponía no era arte y
acabara convertido en un centro de investigación sobre el botillo? ¿O el Ivam
de Valencia? ¿O el Reina Sofía?
Quien tiene la culpa de que la
inversión necesaria para poner en marcha un nuevo centro cultural se convierta
en gasto no productivo es quien le puso la zancadilla y lo hizo caer al suelo
en el momento del despegue.
Salgo del
Niemeyer sin mucha esperanza. La alegría de la recuperación me ha durado poco.
Son malos tiempos para reflotar un proyecto semejante. Quienes lo hicieron
posible todavía están curándose las heridas de las pedradas que recibieron. Y
aunque se hayan ido quienes parecían los peores enemigos aún hay gente con la
piedra en la mano, al acecho de cualquiera que quiera volver a intentarlo.
Viernes, 28 de
septiembre
YA TE LO DIJE
––Eres la leche, tío. Estás en contra de los que salen a la
calle y rodean el Congreso para regenerar la democracia y en cambio apoyas la
secesión de Cataluña. Te dices de izquierdas y por un lado coincides con la
extrema derecha y por otro con el nacionalismo identitario y tribal, lo más
antidemocrático que hay.
––Si las
cosas están mal, lo que hay que hacer es tratar de arreglarlas, no empeorarlas.
Si ahora tenemos una mayoría aplastante del PP, si ahora puede aprobar las
leyes que quiere en el Congreso, es, en buena parte, gracias a la aguerrida
muchachada del 15-M y a sus valetudinarios valedores intelectuales. Su
descrédito de la política, se lo creyeron las gentes de izquierda, no las de
derecha, que fueron a votar como un solo hombre. ¿Qué se arreglaría disolviendo
estas cortes, “que no nos representan”, y convocando otras nuevas? Pues una
nueva mayoría absoluta del partido gobernante, uno o dos escaños más para los
partidos de Cayo Lara y Rosa Díaz, arañados en ambos casos a los socialistas, y
poco más, aparte de perder tiempo y dinero.
–-¿Tú crees
entonces que hay que cruzarse de brazos y aguantar lo que nos echen?
–-Me
parecen bien las protestas, pero hay que hacerlas de manera que favorezcan
nuestros intereses (los del que protesta), no los intereses contrarios. En esto
último está especializada cierta descerebrada acracia.
––Y
Cataluña, ¿qué? ¿No eres ahí tú el que defiendes el interés del contrario?
––De ese
tema prefiero no hablar. Despierta instintos demasiado primarios y no quiero
enemistarme con algunos de mis pocos lectores, como Rosa Navarro Durán. Pero me
alegra saber que, si hablara, no me ocurriría lo que a Vicente Blasco Ibáñez,
que pasó una temporada en la cárcel por mostrarse partidario de la
independencia de Cuba.
––Cataluña
no es Cuba.
––Pues en
aquel tiempo, legalmente, Cuba era como Cataluña: una parte de España. Pero yo
de política no hablo, ya te lo dije.