Sábado, 20 de febrero
FIN DE UN AMOR
La vanidad es una
de las enfermedades profesionales del escritor. Y todavía no se ha inventado
ninguna vacuna contra ella. Los hay que utilizan la falsa modestia como pomada,
pero lo único que consiguen es que se infecte y se haga más evidente. Yo la mantengo
a raya como puedo. Cada vez que me da por quejarme de que se me hace menos caso
del que merezco, me consuelo pensando que no hay, ni ha habido un nunca, ningún
escritor al que se haya hecho tanto caso como él creía merecer.
Y no ser un autor de éxito ni de los
que pasan con letra grande a la historia de la literatura también tiene sus
compensaciones. Leo el libro que Sergio Vila-San Juan le ha dedicado a Baltasar
Porcel --no sé si un gran escritor, pero sí una figura muy mediática e
influyente en la Cataluña del último tercio del pasado siglo-- y sé que a él no
le habría gustado que se contara la historia de su ruptura, que se reprodujeran
las cartas que su primera pareja le escribía mientras él estaba en París,
presuntamente por motivos de trabajo y en realidad disfrutando de la compañía
de su nuevo amor, una estudiante de veinte años a la que había conocido en el
tren. Leo las cartas de Concha Alós y es como si hurgara en una herida reciente:
“Querido, no sé qué pasa que no llegan cartas tuyas. Supongo que se ha perdido
alguna o algo así. ¿Cómo va el trabajo? ¿Has empleado ya las 27 horas de la
cinta de Scorza? ¿Cómo es el calor de París?”
De lo que menos tenía ganas Porcel,
en aquellos felices días de París, era de escribir a la que todavía se creía su
compañera, una mujer mayor que él y que le había ayudado decisivamente en los
comienzos de su trayectoria literaria.
Nunca se refirió a esa historia
Baltasar Porcel ni tampoco Concha Alós, de desdichada trayectoria posterior.
Ahora nos la cuenta un periodista indiscreto.
No ser un escritor importante, ni
una figura ni un figurón, tiene sus ventajas. Ando yo estos días un tanto
maltrecho, casi llorando por las esquinas (bueno, solo lloro cuando nadie me
ve), desbaratado como un castillo de arena el futuro que yo creía tan firme, y
nada me disgustaría más que el que alguien viniera a poner nombre y apellidos, a entrar
en detalles, a publicar súplicas, a ridiculizarme en unas páginas chismosas
disfrazadas de serio estudio con notas a pie de página.
“Y si finalmente ocurriera, si hubiera un Ian Gibson, o en su defecto un Vila-Sanjuan, que investigara hasta el más mínimo detalle tu biografía, ¿ no te sentirías halagado?”, me pregunta mi vanidad. Y la verdad es que no estoy muy seguro de la respuesta.
Domingo, 21 de febrero
CALLES PERDIDAS
“Llueve en mi corazón / y llueve en la ciudad”. Cuántas veces habré citado esos versos de Verlaine en la traducción de Diez-Canedo (lo que el poeta escribió fue “il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville”). Me paso el día yendo y viniendo por calles perdidas y vuelvo a casa empapado hasta los huesos de melancolía.
Lunes, 22 de febrero
QUÉ PAPELÓN
Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea, autor, entre otras obras admirables, de una modélica biografía de Negrín, es un gran historiador, nadie lo duda, pero sobre su deontología profesional, leyendo el artículo sobre el 23-F que hoy publica en El País, me entran algunas dudas. La España oficial tiene miedo de que la caída de un ídolo con pies de barro, el anterior jefe del Estado, arrastre también toda una etapa de la historia, de la que él fue protagonista, y que se nos había contado con tintes rosas. Por eso el ajado periódico de referencia, obedeciendo a altas instancias, ha pedido a prestigiosos historiadores que revaliden el papel decisivo que tuvo el rey a la hora de abortar la intentona golpista. Pero de lo que cada vez hay menos dudas es de que tuvo un papel decisivo a la hora de su puesta en marcha y de mantenerlo activo hasta que fue consciente de su fracaso, cuando Tejero rechazó la oferta que Alfonso Armada le hacía “a título personal”, pero autorizado por sus superiores, el primero de ellos el rey. Cuántas mentiras, o medias verdades, Enrique Moradiellos. ¿Qué es eso de que ni Armada ni Milans pudieron contar con su aval ni previo ni posterior al asalto al congreso? Los dos actuaron siempre en nombre del rey y obedecieron de inmediato sus órdenes, solo que esas órdenes tardaron largar horas en llegar. Hasta las 22.35 no envió un télex a la cúpula militar con la orden defender la Constitución (el dato lo señala Moradiellos). ¿Por qué no lo hizo antes? A las 21.50 pidió a TVE que enviara un equipo de grabación “sorteando el cerco de los golpistas” (la frase, ambigua, es del catedrático). Los golpistas nunca cercaron al rey, siempre fue libre para dirigirse a los españoles. ¿Por qué no lo hizo hasta el día siguiente? A las siete de la tarde del día 23, ya debería haberse dirigido por radio (por radio nos enteramos del golpe) a toda la nación, proclamando su acatamiento de la Constitución y ordenando a Milans la anulación de su bando y la vuelta de las tropas a los cuarteles. Podemos estar seguros (y Moradiellos, el bueno de Moradiellos, qué papelón le hacen hacer, seguro que también lo está) de que Milans, el más fiel servidor de la monarquía, no habría tardado ni un segundo en obedecerle.
Martes, 23 de febrero
ÉTICA PERIODÍSTICA
¿Qué democracia es
esta que necesita de la mentira, del falseamiento de la historia, para
sostenerse en pie? ¿No habíamos quedado con que eso de las “fake news” era cosa
del trumpismo? Toda la prensa oficial, con una unanimidad digna de la antigua
prensa del Movimiento, se ha puesto de acuerdo en apuntalar la “verdad” sobre
el 23-F, no vaya a ser que el descrédito del “héroe” de entonces se lleve por
delante el complicado andamiaje de la Transición. Leo en el editorial de El País: “Los golpistas pretendieron desde que dieron su primeros pasos
transmitir la idea de que el Rey amparaba su iniciativa, para sumar de esa
manera apoyos que pudieran resultar decisivos, y aun cuando la conducta del
jefe del Estado desmintió drásticamente aquel falso señuelo ha quedado ahí como
una artimaña que favorece las lecturas que tanto festejan algunos como una
conspiración fallida”. No hace falta indagar en ocultos archivos para desmentir
ese párrafo. Tampoco para desmentir lo que afirma –o lo que da a entender—en
portada. La noticia se refiere a las trece mil páginas del sumario, “a las que
ha accedido El País” (¡por primera vez después de cuarenta
años!). Copio: “Milans sostuvo que creía que la operación se hacía ‘con
conocimiento de Su Majestad’, pero recibió tres llamadas de Juan Carlos I esa
noche para que retirara las unidades desplegadas”. Se da entender que el rey le
llamó insistentemente para que obedeciera y que él desobedeció la orden. No
hubo tal. Y eso no lo digo yo, lo dicen los pasajes del sumario que se
reproducen más adelante. El rey llamó a Milans, efectivamente, tres veces: “La
primera, hacia la una de la madrugada, que coincide con el télex de Su Majestad
que ordena que retire las unidades. Vuelve a llamar hacia la una y media y me
pregunta si estoy retirando las unidades, a lo que contesto que sí. La tercera
llamada es alrededor de las 4.30. Me dice que retire el manifiesto, a lo que
digo que ya lo he hecho”.
Mientras Enrique Moradiellos no encuentre documentos que demuestren que el rey llamó a su leal Milans a las seis y media del día 23 y que este se negó a obedecerle, la verdad real –no la oficial-- es que el golpe del 23-F duró exactamente lo que el rey quiso que durara, ni un minuto más ni un minuto menos. Eso es un hecho. Que no lo paró hasta tener la certeza de que fallaba el “golpe de timón” de Armada es solo una hipótesis, aunque bastante verosímil.
Miércoles, 24 de febrero
CELEBRACIÓN Y ELEGÍA
El día amanece de
un azul tan espectacular que parece imposible no ser feliz. Por si fuera poco,
hoy abren los bares y yo recobro uno de los rincones favoritos de mi biblioteca:
la última mesa del fondo en la cafetería Noor, de la Tenderina. Ahí puedo leer
tranquilo, sin visitas, sin interrupciones. Atravieso el parque luminoso y
fresco; hago algunas fotos, como de costumbre, a la iglesia de San Julián de los
Prados: atravieso el puente sobre la autopista y entro en el local. “¡Muy
buenos días, caballero! ¿Lo de siempre?”, me dice el dueño. “¡Lo de siempre!”,
respondo yo. Para mí no hay mayor placer que lo de siempre. Durante una hora
–el tiempo que tardo en leer el libro de Fernando Castillo, Rapsodia italiana, que me acaba de llegar-- paseo por Roma,
Nápoles, Palermo. Disfruto con la compañía del autor, buen discípulo de
Modiano, de Bonet y de Tintín, capaz de convertir la erudición en magia y
perpetua aventura. Sus lugares preferidos de esas tres ciudades son también los
míos en gran parte, aunque de vez en cuando habla de una iglesia, un jardín o
una librería de viejo que no conozco y que anoto para visitar en cuando me sea
posible. Aunque, para reanudar los viajes, cuando nos dejen, ya tengo antes dos
lugares: Avilés y Estambul, el primero y el más reciente de mis muchos amores.
Pero ya se sabe que la felicidad
tiene siempre, no ya los días, las horas y los minutos contados. Cierro el
libro, abandono mi ensoñación viajera y, antes de salir de la cafetería, echo
una ojeada al teléfono. De pronto se nubla el sol: ha muerto Concha Quirós, a
quien no hace muchos días me encontré en la calle y me contó con el entusiasmo
de siempre sus proyectos para mantener a flote en estos malos tiempos su
librería, la librería Cervantes, que este año cumple cien años. Contagiaba
energía. Yo le dije: “Deberían nombrarte consejera de Cultura del Principado, Conchita.
Mejor nos iría a todos si así fuera”.
Se nubló el día, pero yo pronto encontré algún consuelo: “Vivió ochenta y cinco años, era conocida y querida por cientos de autores, por miles del lectores, no pasó un día sin un libro en las manos, nunca perdió la curiosidad ni el entusiasmo, no fue torturada por una larga enfermedad ni encerrada en una residencia. Todos los finales son tristes, pero como también son inevitables, ¿quién no quisiera para sí un final semejante?”
Jueves, 25 de febrero
CUIDADO CON LO QUE DESEAS
Un joven mercader de Bagdad, según cuenta una antigua leyenda de Oriente, estando una mañana solo en el lecho, deseoso de compañía, pidió a grandes voces ser amado por todas las mujeres. Se le apareció entonces un genio que fingiendo apiadarse de él le dijo: “Tu deseo será cumplido. A partir de hoy, serás amado por todas las mujeres”. El joven mercader saltó de la cama y salió a la calle dispuesto a gozar de los más variados placeres. Apenas dio unos pasos, cuando una vieja arrugada y legañosa que filtraba vino en un sótano, encendida nada más verle en un ardiente amor, le envió besos por el tragaluz. Él volvió la cabeza hacia otro lado con disgusto, pero antes de que pudiera alejarse la vieja le agarró por una pierna, le metió en el sótano y allí le tuvo encerrado para su disfrute durante veinte años.
Viernes, 26 de febrero
TIEMPO AL TIEMPO
----¡Eres
insoportable, Martín! Todo el mundo se equivoca menos tú. Les das lecciones de
derecho constitucional a los catedráticos de derecho constitucional, de
historia a Moradiellos, ¿no crees que te pasas un poco?
----Me equivocaré en muchas cosas, como cualquiera (sobre todo en esos asuntos que tienen que ver con el corazón y otras vísceras, en los que no hago más que meter la pata), pero no en sostener que, al contrario de lo que afirman los letrados del Congreso y los catedráticos de derecho constitucional, la Constitución no ampara que un individuo pueda campar a sus anchas en la jefatura del Estado al margen de la ley, ni me equivoco en considerar la historia oficial del 23-F como un cuento chino. Tiempo al tiempo, amigo Ángel, que ya se irá viendo, en esos dos asuntos concretos, quién tenía razón.