Sábado, 24 de agosto
CAMPO DE MINAS
---¿Cuándo
acabas las vacaciones? Estoy deseando volver a leer tu diario. Seguro que
tienes muchas cosas que decir sobre la guerra interminable de Ucrania, la
masacre de Gaza, el clavo ardiendo al que se han agarrado los demócratas cuando
por fin lograron librarse de Biden, el nuevo guirigay de los barones
socialistas a propósito del concierto o desconcierto catalán…
---Ni estoy de vacaciones ni tengo
nada que decir sobre esos temas. La guerra de la OTAN contra el genio del mal, o sea, Rusia, en Ucrania,
durará mientras sea un lucrativo negocio; la masacre de Gaza continuará, si
depende solo del gobierno de Israel (que cuenta con el apoyo de la mayoría de
los ciudadanos del país: quede constancia para la historia universal de la
infamia), hasta que no quede en la zona un palestino vivo; el clavo ardiendo da
igual que se llame Kamala Harris o Kim Kardashian, tiene garantizado al cien
por cien el voto de los que detestan a Trump, la duda está en si son más o
menos que sus partidarios en media docena de estados clave. Y en cuanto a si el
acuerdo para investir a Illa es galgo o podenco, concierto o no (parece que el
concierto es un invento diabólico que vascos y navarros lograron colar en la
sacrosanta constitución), pues estoy a la espera de que se concrete. ¡Pero cómo
habría aplaudido Maquiavelo la jugada maestra con que se logró que las
juventudes de Izquierda Republicana, que estaban en contra, votaran a favor!
Fue tanto el griterío, a derecha y a izquierda, de que se hundía España, de que
sin el dinero de Cataluña no se podrían pagar las pensiones en Asturias o pasarían
hambre en Extremadura, que no tuvieron más remedio que cambiar el no al
españolista Illa por el sí. “¿O sea que de nuestro dinero vive el resto de los
españoles? ¡Pues que se vayan a buscar la sopa boba a otra parte!”. Esto es lo
que me imagino que dirían los independentistas al escuchar al manchego Page y a
otros Jeremías. El gobierno, en ese tiempo, no dijo ni mu. Y así logró que
quienes estaban en contra del pacto le ayudaran a sacarlo adelante. Una jugada
maestra. Pero ni yo estoy de vacaciones ni suelo hablar de política. Nunca voy
de vacaciones y ese es uno de mis lujos. Si tienes niños, ¿cómo evitar pasar
quince días cerca de la playa? Las vacaciones para los que trabajan. Como dijo
una vez mi amigo Martín López-Vega, yo no trabajo, juego a que trabajo. Y nunca
hablo de política, no me gusta hablar por hablar, sin posibilidad de cambiar
las cosas.
---Claro, a ti lo que te gustaría es
tener un peso decisivo en la política nacional e internacional, ser asesor de
Putin o de Maduro.
---No, eso es lo que piensa mi amigo
Abelardo Linares. Yo preferiría ser el Kissinger de Trump o Harris (del que
gane) o el Miguel Ángel Rodríguez de Pedro Sánchez.
Domingo, 25 de agosto
HACKER
Paso
por Lerma e, inesperadamente, me la encuentro llena de homenajes a José
Zorrilla. Parece que pasó aquí algún tiempo y han dado su nombre a la calle en
que vivió, puesto una placa en la casa, escrito versos suyos en varias paredes.
Frente
a una iglesia, toma el sol en el bronce de la inmortalidad, sentado y con la
pluma en la mano. Continúo paseando y en el mirador sobre el Arlanza, bajo el
corredor que unía el palacio ducal y la iglesia, varias placas recuerdan versos
suyos. Qué envidia. ¿Se acordarán así de mi en Aldeanueva del Camino cuando yo
muera? Sospecho que no. Me hago una foto junto a Zorrilla para luego subirla a
Facebook y ver si así le sugiero la idea a alguien de por aquellas tierras.
Quiero acompañarla de alguno de los versos que aparecen en el mirador y en las
paredes, pero no hay nada que merezca la pena, nada. Y como no tengo ganas de
ponerme a buscar algo menos ripiosamente inane, escribo yo mismo un poema suyo:
“Allá
en Lerma, la del Duque, / tuve yo un gran amor. / Se llamaba… callo el nombre /
que con otro se casó. / Si era noche y sonreía, / salía de pronto el sol. / A
la vera del Arlanza, / una tarde me besó, / una sola, que con otra / me
convertiría en Dios. / Aunque un poco de amargura / en el alma me dejó, / es
luz que nunca se acaba / y en mi vida lo mejor”.
La verdad es que soy un falsificador nato, un hacker de la poesía. Ayudo a detectar los eruditos a la violeta que citan de Internet sin cerciorarse de la autenticidad de la cita. Algún poema de José Hierro que circula por ahí es mío, también alguna frasecita de Einstein o alguna ironía de Oscar Wilde. Y no digo más.
Lunes, 26 de agosto
SI NO FUERA
ESPAÑOL
Nací en
un pueblo que pertenecía a dos reinos, el de Castilla y el de León. Una calle,
la antigua vía de la Plata, hacía de frontera. Pero cuando yo nací eso ya era
historia, aunque aún cada parroquia pertenecía a un obispado distinto, el de
Plasencia y el de Coria. Una vez coincidió el día de la Confirmación en las dos
parroquias y el pueblo fue visitado a la vez por ambos obispos.
Qué
sorpresa al viajar hacia Braganza y encontrarme de pronto con que hay un pueblo
que es a la vez español y portugués: Rionor. Franco quiso diferenciar
claramente el povo de cima, el español, del portugués y lo llamó Rihonor
de Castilla (debería ser de León, pero esa es otra historia). El río se quita
la hache al pasar a Portugal y esa es toda la molestia que se toma: sigue
siendo igual de hermoso en uno y otro país.
La
parte española parece más abandonada. Yo me asomo al pequeño cementerio, junto
a la iglesia de Santa Marina. Debió de haber una cierta endogamia en este
remoto lugar al pie de la sierra de la Culebra: en varios de los panteones
aparece el apellido Prieto. En el más destacado descansa don Manuel Prieto
Ignacio que falleció el 7 de julio de 1943. La vida parece haberse detenido
desde entonces en este puñado de casas.
El
Rionor portugués está más vivo. Sigue siendo una aldea de régimen comunitario:
sus habitantes comparten un horno, ciertas tierras y un rebaño. Supongo que
aunque legalmente sean ciudadanos de otro país también dejarán participar de
esos bienes a los pocos habitantes que quedan en la zona española.
Hay
algo de juego infantil en este estar tan pronto en un país como en otro y con
la sensación de estar lejos de todo, aunque a un lado tengo a Puebla de
Sanabria y al otro a Braganza.
Si yo no fuera español, me gustaría ser portugués. Y de alguna manera lo soy.
Martes, 27 de agosto
EL ALEPH DE
PIPILOTTI
Casi me
quedo dormido en el Musac. La instalación de Pipilotti Rist cuenta con una
especie de colchonetas, diseñadas por la propia artista, en las que uno puede tumbarse para contemplar imágenes entremezcladas del cuerpo humano y del mundo
vegetal. Suena una música agradablemente hipnótica.
Cierro los ojos y estoy en Venecia, en la iglesia de San Stae, donde se estrenó. Cierro los ojos y lo que se entremezclan son estampas del reciente viaje: la apacible lámina de agua de la playa del Confín, en O Grove, y el mar furioso que se traga la playa y golpea contra los acantilados en As Catedrais; Pontedeume, con su puente y su torre de Andrade y su biblioteca dedicada a un amigo olvidado, Ramiro Fonte; aquel negro cuervo que planeaba sobre los bañistas en Vilanova de Arousa; el parque do Pasatempo, la fantasía filantrópica y enciclopédica de los hermanos García Naveira, cerrado e invadido por la maleza, como tantos de mis sueños, en Betanzos; el Burgos de 1971, al que fui a recoger mi primer premio literario, superpuesto al de hoy; el azul entre los pinos de La Toja y la gota de agua que se oye caer incansable en el húmedo silencio de las cuevas de Valporquero… Un Aleph de bolsillo, la instalación de Pipilotti Rist en el Musac. Casi me quedé dormido, relajado y feliz, entremezclando imágenes de mi viaje a uña de caballo, que es como a mí me gusta viajar.
Miércoles, 28 de agosto
NO SOY UN LIBRO
A
menudo recuerdo los versos de no sé qué poeta alemán: “No soy un libro hecho
con reflexión, / sino un hombre con su contradicción”.
Me
gusta viajar, pero no soporto estar mucho fuera de casa. Tres días si el viaje
es por Europa, una semana si por otro continente. Viajo siempre agotando a la
cabalgadura sin que yo me canse nunca. Como no sé conducir, dependo de la buena
voluntad de los amigos. Recuerdo aquel viaje a Braga en que dejé a los
samaritanos que me habían llevado hasta allí descansando en el hotel y yo, tras
dar una vuelta por la ciudad, me subí al coche de otro amigo para acercarme
hasta Aveiro. “La vida que no es una gran curiosidad inteligente no vale la
pena”, subrayé en un libro de Fernández Flórez. Podría ser mi lema.