sábado, 28 de octubre de 2017

Acción de gracias: Tiempo de historia




Domingo, 22 de octubre
DIVERSIÓN CON BANDERAS

––¿Qué pensaría un estadounidense que llega por primera vez a España y ve las ventanas engalanadas de banderas?
            Estamos en la Avenida de Galicia, cerca del Campo de San Francisco. Hago un rápido de recuento de los pisos con banderas y de los que carecen de ella; recuerdo que en mi barrio hay muchas menos, y saco la pertinente conclusión:
            ––Pues pensaría que los españoles son una minoría en su país, apenas el diez por ciento, y que tienen tendencia a vivir en los barrios más acomodados.



Lunes, 23 de octubre
POR QUÉ ME CONTRADIGO

La historia de España es una de mis pasiones. Creo que la conozco algo mejor que esos patriotas que gustan de enarbolar la bandera para, al menor pretexto, darles en la cabeza con ella a otros compatriotas.
            Me alejo hoy de las turbiedades del presente leyendo el “Diario de un escéptico”, las crónicas parlamentarias que Julio Camba publicó en el diario republicano España Nueva y que acaba de rescatar González Soriano. Me llevan a 1907, al “gobierno largo” de Antonio Maura, el que comenzó con el intento de regenerar España con una “revolución desde arriba” y acabó con el estallido de la semana trágica y la ejecución, el asesinato legal, del pedagogo Francisco Ferrer (ahora a los chivos expiatorios solo se les encarcela).
            En aquellas cortes amañadas, se sentaban Azorín y Galdós, pero no abrieron la boca, como era costumbre entonces y ahora entre la mayoría de los diputados. Unas palabras de Maura, el mismo Maura contra el que Pablo Iglesias llegó a decir que estaba justificado el atentado personal, me sorprenden de pronto y las hago mías.
            A partir de ahora, a quien me reproche que haya retirado, de un día para otro, mi apoyo al actual jefe del Estado, o que escuchar a los actuales líderes del PSOE en esta crisis me avergüence casi tanto como me avergüenzan González, Guerra o Fernández (de quienes también fue ferviente partidario un tiempo), le responderé con las palabras que pronunció, el 27 de noviembre de 1907. el presidente del Consejo, don Antonio Maura y Montaner:
            ––Las contradicciones, cuando son desvergonzadas mudanzas por interés, por ambición, por una sordidez cualquiera, son infamantes como los motivos del cambio; pero si yo alguna vez oyese la voz de mi deber en contra de lo que hubiera con más calor toda mi vida sustentado, en mi conciencia me tendría por prevaricador si no pisoteaba mis palabras anteriores y ajustaba mis actos a mis deberes.


Martes, 24 de octubre
ATARDECER EN LEÓN

Tras las clases de la mañana, paso unas horas en León, donde participo en un coloquio sobre los diarios o dietarios con Antonio Manilla, José Luna Borge y Avelino Fierro.           
            Antes de entrar en la biblioteca Padre Isla (hoy es el día de las bibliotecas y por eso se celebra la charla), me sorprende, a la luz desvanecida del atardecer, una fachada renacentista que no había visto nunca. ¿Roma, o quizá Florencia, en León? La luz y el color de la piedra son italianos, sin duda.
            Pronto me informo de su prodigiosa historia: se trata de una iglesia historicista; tiene mi edad, año más o menos; la construyó en los años cincuenta, don Luis Almarcha, el canónigo de Orihuela amigo de Miguel Hernández, a quien le publicó su primer libro, Perito en lunas y luego le dejó morir, porque vivía en pecado (estaba casado solo por lo civil con Josefina Manresa) en la cárcel de Alicante.
            Las torres son, como yo, de ayer mismo, pero la portada es barroca, de 1711, y procede del monasterio de san Pedro de Eslonza, hoy en ruinas.
            Mientras hablo de la escritura de diarios y me dedico a mi deporte favorito (tratar de demostrar que soy más listo que nadie), no puede dejar de pensar, con asombro y maravilla, en la iglesia, recién descubierta y apenas entrevista por mí, de San Juan y San Pedro de Renueva.


Miércoles, 25 de octubre
MANÍAS PERSONALES

Las diferencias entre patología y normalidad resultan a veces casi imperceptibles, como entre lo soñado y lo vivido en cuanto pasan algunos años. ¿Es normal esta costumbre mía de llevar minuciosa lista de todo? De los pasos que doy para ir desde mi casa hasta el café de siempre; del café de siempre hasta mi casa (dos o tres más, dos o tres menos, rara vez coinciden);  de los amigos que han dejado de serlo, siempre por decisión suya, nunca mía.
            También anoto, como no podía ser de otra manera, la razón de esas rupturas, provisionales o definitivas (aunque no hay alejamiento que no sea provisional hasta que la muerte lo convierta en definitivo).
            Este se enfadó porque lo llamé coloquialmente "facha" (lo hago a menudo), aquel porque conté en un diario que me preguntó cómo me las arreglaba para vivir solo (parece que acababa de dejar a su mujer y no quería que se supiera); unos porque si Cataluña, otros por si mi reseña se entretiene demasiado en los reparos y dedica media línea o línea y media a los elogios... En el fondo, si eran escritores, todos se enfadaban por lo mismo, porque no les valoraba tanto como se valoraban ellos. ¿Y si no eran escritores? La verdad es que nunca he conocido a nadie que se interesara por mí y no se interesara por la literatura (aunque no todos los que se interesan por la literatura se interesan por mí, qué más quisiera).
            Como en el amor, también en la amistad prefiero que me dejen. Evito así la mala conciencia y mi vanidad acude siempre presta a restañar la herida: “No sabe lo que se pierde”.
            Estas cosas --mi manía de apuntarlo todo, el encogerme de hombros cuando me entero de que alguien ha dejado de apreciarme-- deberían sin duda preocuparme un poco más. ¿Convendría que me tendiera en un diván dos o tres tardes a la semana y se lo contara a un psicoanalista? Seguro que me sería útil, aunque no sé bien para qué. Lo apunto, como una posibilidad más de entretener el tiempo cuando me jubile.
            Soy de los que piensan que, mientras yo no deje de quererme, nada está perdido. Y mientras tenga alguien más a quien querer (y nunca me ha faltado), el mundo está bien hecho (no este desastroso mundo, pero sí mi pequeño mundo).


Jueves, 26 de octubre
HISTORIAS DE AYER

Después de la presentación de mi último, o penúltimo, libro, charlo en un café cercano con varios amigos. Hablamos de lo único que se puede hablar en estos momentos. “Antes de una semana –digo yo de pronto– tendremos al ejército patrullando en Cataluña”. “Qué disparate”, dice uno. Otro: “Tú siempre tan agorero”. “Te recuerdo que, como profeta, en política nunca has dado una. Bueno sí, acertaste una, la vuelta de Pedro Sánchez, y ya ves para lo que nos ha servido”.
            Yo sonrío, no digo nada y mientras sigue la conversación, recuerdo aquella tarde en que, tras visitar al pintor James Ensor, Stefan Zweig charla con unos amigos en un café de Bruselas. Es julio de 1914. Uno de ellos afirma, preocupado: “Dicen que, en caso de guerra, los alemanes pretenden abrirse camino a través de nuestro país”. “Qué disparate –le responde Zweig–, aunque Francia y Alemania se exterminaran mutuamente, ustedes permanecerían tranquilos, les amparan los tratados internacionales”. Los belgas discrepan, el escritor austríaco termina la discusión, un poco a mi manera, con un rotundo “¡Tonterías!”. Y luego añade: “¡Que me cuelguen de ese farol si los alemanes marchan sobre Bélgica!”
            Sus amigos, afortunadamente, nunca le exigieron que cumplieran su palabra. Poco a poco las cosas comenzaron a ponerse serias: telegramas del emperador al zar, del zar al emperador, Austria que declara la guerra a Servia. Un viento frío barre las playas de aquel verano. Los turistas dejan en masa los hoteles y asaltan los trenes. Stefan Zweig subió al último tren que pasó de Bélgica a Alemania. A poco de llegar a Herbesthal, la primera población alemana, se detuvo el tren en pleno campo. Todos se arracimaron en las ventanillas para tratar de averiguar qué pasaba. Y lo que pudieron ver fueron varios trenes de carga, los vagones abiertos cubiertos de lonas bajo las que se adivinaba la amenazadora forma de los cañones. Al parar en la estación, el escritor bajó de un salto para ir a comprar algún periódico. Pero un empleado le advirtió que no podía acercarse al edificio de la estación. No necesitó acercarse para oír, por detrás de los vidrios de puertas y ventanas, cuidadosamente cubiertos, el ruido de sables y de las culatas de los fusiles al golpear contra el suelo.
            Pero al llegar a Viena comprobó que allí nadie tenía miedo: una multitud eufórica celebraba en la calle el comienzo de la guerra.


Viernes, 27 de octubre
SIN DAR NOMBRES

Días malos estos para los que no nos dejamos llevar por la histeria patriotera del momento, azuzada incomprensiblemente desde las más altas jerarquías del Estado. “¡Hay que respetar la ley, hay que respetar la constitución!”, oigo gritar a izquierda y a derecha para tratar de justificar el ominoso “¡A por ellos!”
            Y yo me digo, sin ánimo de ser más listo que nadie, que el gobierno quiere aplicar un artículo de la constitución, el 155, desarrollándolo y explicitándolo a su leal saber y entender. Los afectados, que no están de acuerdo con ese desarrollo, recurren al constitucional y el alto tribunal rechaza su recurso. ¿Quiere eso decir que renuncia a su condición de intérprete de la constitución, que le cede al gobierno esa prerrogativa? Yo no soy experto en derecho constitucional, por supuesto, pero sé leer, y sé pensar, y espero que los catedráticos en la materia justifiquen pronto lo que parece una grave ruptura del orden constitucional y no precisamente por parte del gobierno catalán.
            Más de una vez, en este remar contra corriente, en este tratar de poner un poco de sensatez en la borrachera patriótica que nos ahoga, y que no me trae más que antipatías y reproches, he recordado los versos de Cernuda: “Pero el aplauso humano tú nunca lo buscaste / y menos cuando fuera su precio una mentira”.
            En realidad, yo, menos arisco que Cernuda, sí busco el aplauso, pero solo el de los mejores, no el del vulgo municipal y espeso que solo sabe bailar al son que tocan. Y ya llegará. De momento, trataré de ser más cauto, por la cuenta que me tiene, y cuando se me pregunte por el actual conflicto, responder sibilinamente, sin dar nombres: “Unos hacen historia, hermosa historia democrática, y otros hacen el ridículo doblemente armados”.





domingo, 22 de octubre de 2017

Acción de gracias: Miedo


Domingo, 15 de octubre
VENCEREMOS

Al salir del cine, donde he ido a ver una distraída nadería, Canción de Nueva York, me encuentro con un amigo, eufórico por la marcha de los acontecimientos, que me reprocha mi pesimismo.
            ––¿Qué es eso de repetir “tengo miedo” como un niño asustado, amigo Martín, tú que no tienes miedo a nada? Antes habrás tenido que tenerlo, cuando España iba rodando hacia el abismo mientras Rajoy se fumaba un puro, leía el Marca y repetía que aquí no pasaba nada. ¿Ahora que, gracias a algunos líderes como Albert Ribera, se han tomado por fin las medidas necesarias es cuándo tú tienes miedo? ¿Ahora que el rey ha dejado de ser rey de todos para serlo solo de los verdaderos españoles, la inmensa mayoría, es cuando tienes miedo? ¿No le elogiabas tú por ser muy distinto de su padre? Pues ya ves, hasta en eso ha demostrado ser distinto. Los buenos españoles, amparado por el rey, los jueces, las fuerzas de orden público, el ejército y toda la inmensa fuerza del Estado ya no tenemos que tener miedo. Por fin se ha hecho caso al líder de nuestro partido, por fin se va a poner en marcha el artículo 155, ese artículo que muchos dicen no tener muy claro, pero que el líder de Ciudadanos tuvo muy claro desde el principio. Permite algo tan sencillo como destituir al actual gobierno de la Generalitat y convocar elecciones. Los que envenenaron al pueblo se irán a su casa o a la cárcel. Y en esas nuevas elecciones no votarían solo los catalanes. ¿De qué servirían entonces? La inmensa mayoría de ellos han sido envenenados por décadas de educación intoxicadora y volvería a votar a los mismos o quizá a otros peores. Habríamos hecho entonces un pan como unas hostias. En las próximas elecciones catalanes, tienen que votar todos los españoles. Y si la ley no lo permite, se cambia la ley, que para eso tenemos mayoría en el Congreso y un Tribunal Constitucional formado por patriotas a los que no es necesario decir lo que hay que hacer para que hagan lo que hay que hacer. Ya ves que hasta ese Pedro Sánchez, que tú tanto defendiste, en una situación como esta ha bajado la cabeza y susurrado “a mandar”. Y es que es un patriota, como todos los buenos españoles, con su rey al frente.


Lunes 16 de octubre
NO AMANECE

El día de hoy parece que no quiere amanecer. Me levanto a la hora de costumbre: es de noche. Me siento al ordenador a escribir la reseña de esta semana y cuando termino compruebo que sigue siendo de noche. Miro el reloj por si está estropeado. Pero funciona perfectamente y marca las once. Me asomo a la terraza: una luz amarillenta, enfermiza, lo cubre todo. Comienzo a asustarme. Pienso por un momento (siento, más bien, sin pensar) que es un aviso de los cielos ante los malos tiempos que se avecinan para toda la “espaciosa y triste España”.
            Es tal mi supersticiosa congoja que, cuando pongo la radio y escucho las noticias, siento un cierto alivio. No se trata de una señal del fin de los tiempos, del fin de la democracia en España y el comienzo de una época de violencia e incertidumbre. Es algo más natural, aunque trágicamente criminal: la coincidencia de varios incendios forestales, al parecer intencionados. Luego, cuando me entero de su dimensión, mi preocupación aumenta, pero es de distinto signo.
            La oscuridad del día, su lastimosa luz, no es anuncio del Apocalipsis. ¿O lo es también? Recuerdo la frase de Pessoa: todo es símbolo y alegoría.


Martes, 17 de octubre
METEDURAS DE PATA

En un número de la Revista de Occidente (septiembre de 1967), leo un pormenorizado y ponderado elogio que Antonio Elorza (primero fue comunista, luego militó en las filas de Rosa Díez y hoy es uno de los paladines intelectuales del antinacionalismo y el antiislamismo) hace de la revolución cultural china. Termina con esta frase: “Como el viejo Yukong de su célebre relato, Mao Tse-Tung se propuso hace ya tiempo, seguido por las masas trabajadoras, acabar con las dos grandes montañas –el feudalismo y el imperialismo– que pesaban sobre el pueblo chino. En la problemática situación en que hoy se encuentra, tal vez fuera la revolución cultural, el único camino objetivamente adecuado para proseguir aquella tarea”.
            Claro que es muy fácil juzgar los errores ajenos a medio siglo de distancia. Entonces los mejores intelectuales de Europa estaban fascinados con la bárbara estupidez de la llamada –en llamativo oxímoron– “revolución cultural”.
            ¿De qué tendré que arrepentirme yo cuando pase el tiempo? Ya me avergüenzo cada día de haber votado a un tal Fernández, pero por mucho que deteste a los traidores y me guste exagerar, debo reconocer que mi metedura de pata no puede compararse a haber sido paladín intelectual de los delirios maoístas.


Miércoles, 18 de octubre
MENUDO HONOR

¿Qué siente uno cuando se ve convertido en personaje de novela? El protagonista de El rinoceronte y el poeta, de Miguel Barrero, es un experto en la obra de Fernando Pessoa, profesor en una universidad de provincias, no muy apreciado por sus colegas, que vive solo, que visita todos los años Portugal, que tiene más de sesenta años, muy apegado a sus costumbres, que recuerda con emoción el 25 de abril, que nunca ha sentido necesidad de “compañía femenina” (parece que tampoco masculina) y etc., etc.
            Me veo completamente reflejado. Las obras suyas que se citan no son en cambio mías: una edición de El libro del desasosiego y la antología El poeta es un fingidor. Esos títulos son de Ángel Crespo (según aclara la nota final), pero el investigador que un verano viaja a Lisboa llamado por el mayor especialista mundial en el poeta de los heterónimos que quiere revelarle un secreto, soy yo.
            ¿Me halaga esta identificación? Por supuesto, salvo en un pequeño detalle: además de solitario, maniático y etc, etc, el protagonista de la última novela de Miguel Barrero es tonto, completamente tonto. Y esa tontería –que se manifiesta en todos los pequeños detalles de la trama– no es accesoria: sin ella lo que la novela tiene de novela, que no es demasiado, carecería de sentido.
            El gran secreto que el prócer luso le revela es que Pessoa nunca existió (o que existió, pero fue un simple oficinista aficionado al alcohol),  que toda su obra se debe a un grupo de escritores confabulados para dotar de sentido a la profecía de un Quinto Imperio cultural. La ocurrencia no es nueva: José Ángel Cilleruelo la desarrolló en un cuento publicado hace  años. Lo que es nuevo es que mi tontorrón alter ego la dé por buena sin ninguna prueba y sienta que ha dedicado su vida a una farsa. ¡Sí, menuda farsa de investigador que estaba hecho! ¿Pero no había visto los manuscritos de Pessoa, las cartas a las que adjuntaba poemas mucho antes de ser conocido, no comenta incluso el narrador su primera cuarteta, escrita a los siete años? ¿También eso fue falsificado?
            En fin, que el honor de ser protagonista de una novela queda un poco empañado cuando ese protagonista es un pobre majadero. Mi modestia habitual (más falsa que Judas) me lleva a añadir que a lo mejor es que también yo lo soy y aún no me he dado cuenta.


Jueves, 19 de octubre
EL HUEVO DE LA SERPIENTE

En la feria del libro viejo de Madrid, compré el Viaje a México de Paul Morand, traducido y prologado por Xavier Villaurrutia. Me fascina desde las primeras páginas. Parte de Saint-Nazaire en uno de los barcos correos de la Trasatlántica. Estamos en el año 1927. En las escalas españolas –Santander, Gijón, La Coruña– “como una ventosa el barco acaba de aspirar a los emigrantes vascos, asturianos, gallegos para depositarlos en los campos de caña de azúcar. Llegan a nuestro encuentro, en plena noche, de pie sobre las barcas, semejantes a los condenados de los primitivos flamencos; otras barcas los siguen, llenas de naranjas alumbradas por una bujía”.
            Paul Morand es un incansable “juglar de imágenes”, como afirma Villaurrutia en el prólogo, el mejor representante de la literatura efervescente y cosmopolita de entreguerras. Luego cometió el error de ponerse del lado de la Francia de Vichy y su brillo se eclipsó.
            ¿Cometió el error? La semilla del fascismo ya estaba en el Morand de 1927. Qué terribles páginas las que dedica al control de las fronteras este escritor que anda por el ancho mundo como Pedro por su casa. Pero esa libertad de la que él disfruta no la quiere para todos, solo para las razas superiores.
            Francia, como Estados Unidos –nos dice–, debe defender su raza y olvidar “pretextos sentimentales y pasados de moda, tales como el derecho de asilo”. Hay que contralar la emigración: “Necesitamos sangre celta, sangre sajona y germánica, sangre alpina. Miremos las estadísticas: entran eslavos, semitas, poloneses, latinos del Sur, que no necesitamos, agricultores mediocres, razas de intermediarios y de políticos futuros”. Pone el ejemplo de Chile: “En 1920 –le contó un ministro– no hemos dejado entrar sino escandinavos. En ese momento teníamos necesidad de sangre densa, laboriosa, tranquila, para la región Sur, principalmente”.
            El huevo de la serpiente ya estaba ahí. ¿Ya está aquí? Me aterra leer lo que dicen sobre Cataluña los intelectuales que yo creía de izquierdas. ¿Todos guardaban, como un alien al acecho de circunstancias propicias, a un Félix de Azúa en su interior?


Viernes, 20 de octubre
LA GUERRA NI EN BROMA

¿Quién puede creerse hoy que la Segunda Guerra Mundial, con sus masacres sin fin, al principio se veía como una broma? Pues así, la “drôle de guerre”, una guerra de broma, se la llamó durante los primeros meses. Los alemanes ocuparon Polonia, ingleses y franceses se vieron obligados, casi contra su voluntad, a declararles formalmente la guerra, y ahí acabó todo. Desde septiembre del 39 a mayo del 40, franceses e ingleses movilizados se dedicaron a mirar las musarañas mientras los alemanes hacían músculo. Por fin, cansados de jugar al gato y al ratón, ocuparon Bélgica y devoraron Francia (con gran placer de muchos de los franceses) en unos pocos días.
            Lo que en la historia ocurre primero como tragedia, se repite luego como farsa, afirman los optimistas. “Si no me decís quién ha sido antes de que cuente hasta tres, os vais a enterar”, amenaza el maestro a los alumnos díscolos. Nadie dice nada. “Voy a contar hasta seis, no me obliguéis a tomar medidas que no quiero tomar”. Los rebeldes siguen a lo suyo. “Os doy de plazo hasta el sábado”, concluye.
            El sábado –mañana– veremos qué pasa. Yo creo que el maestro ha perdido su autoridad para siempre, aunque el director del colegio haya tenido que salir en su ayuda.




domingo, 15 de octubre de 2017

Acción de gracias: Carácter es destino




Sábado, 7 de octubre
PERSONA NON GRATA

Llegamos a Castropol a las diez de la mañana, un hora antes de que comiencen los actos de homenaje a Luis Cernuda. El pueblo, arrebujado en la colina que se adentra en la ría como la proa de un barco, tiene un aire ausente esta dorada mañana de otoño. Nadie en las calles, ni un ruido tras las fachadas. como si fuera el escenario de una película en un momento de descanso del rodaje.
            De pronto, la sorpresa de una plaza arbolada, ajardinada, con una aparatosa estatua a un héroe  muerto en la guerra de Cuba, el quiosco de la música y un edificio modernista, el más grande del pueblo, que fue casino y hoy es biblioteca. Luego, en la calle del Pozo, que desciende hasta el muelle, me sorprende el silencio y un inmenso magnolio que destaca con su brillo verde y sus flores blancas en el cielo tan azul.
            Cernuda estuvo quince días en Castropol en agosto de 1935. No lo pasó demasiado bien y el tedio y un difuso temor –Asturias tenía aún el rostro áspero de la revolución– lo trasladó al relato “En la costa de Santiniebla”, que escribió dos años después y publicó en la revista Hora de España.
            No volvió más a Castropol. No habría podido volver –exilio aparte– si alguien en vida suya hubiera leído aquí ese relato. Lo habrían considerado calumnioso y declarado a su autor “persona non grata”.
            ¿Cómo es el Castropol de Cernuda? “Está caído como un pájaro enfermo” sobre una colina; las calles empinadas y grises no las cruza ni siquiera la sombra de un perro fugitivo. “Nauseabunda” es la atracción que ejerce sobre el viajero. La lluvia constante le despierta “una furiosa cólera”. A la dulce “fala” del lugar la llama “jerigonza vernácula”. A pesar del mal tiempo, quiso bañarse  –en una famosa foto se ve a Cernuda tendido en la playa con Castropol al fondo–  y la consecuencia fue un resfriado que le tuvo varios días en cama. En la habitación en que se aloja ha de humedecer continuamente sus manos con agua de colonia para mitigar el insoportable olor que flotaba en el aire. “Las tinieblas, la lluvia y el viento” son la solemne trinidad que preside los días de Santiniebla y él se imagina que seguirá presidiéndolos para toda la eternidad.
            ¿Hace falta seguir? Pues aún hay más. Unos horrendos crímenes –Cernuda, en 1935, sin duda pensó mucho en la barbarie de octubre, multiplicada por la prensa– impregnaban de horror un pueblo al que el protagonista del relato jura no volver.
            Vuelve ahora, tantos años después, representado por su sobrino, Ángel Yanguas. En el mirador de la Mirandilla, con el puente de los Santos a un lado y Figueras enfrente, se va a colocar una placa que recuerda sus pasos por este lugar.
            “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?”, se preguntaba Cernuda en “Birds in the night”, un poema escrito en una ocasión semejante: “El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida / en esta casa 8 Great College Street, Camden Town, Londres, / adonde en una habitación, Rimbaud y Verlaine, rara pareja, / vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron, / durante algunas breves semanas tormentosas…”
            El final del poema es quizá el más violentamente misantrópico que jamás se haya escrito. Tras responderse que ojalá nada oigan los muertos (“ha de ser un alivio ese silencio interminable / para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella”), concluye: “Alguna vez deseó uno / que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela. / Tal vez exageraba: si fuera solo una cucaracha, y aplastarla”.
            Sonrío recordando esos versos mientras el alcalde del lugar y otras autoridades discursean brevemente antes de descubrir la placa. Estoy seguro de que el poeta, si estuviera hoy aquí, si muerto oyera lo que dicen los vivos, también sonreiría agradecido y cambiaría su opinión sobre esta villa que se apretuja en una colina alrededor de un tesoro: su espléndida biblioteca, heredera de aquella Biblioteca Popular Circulante que trajo a Cernuda hasta este lugar.


Lunes, 9 de octubre
EN EL TREN

Pronto se hace de noche y nada me distrae en el vagón de tren, casi sin nadie, extrañamente silencioso. Largas horas para estar conmigo.
            Hago recuento de mi vida. ¿Estoy contento con ella? En general, sí. Creo que mi lema sigue siendo válido: “Todavía aprendo”. Y entre mis aprendizajes más recientes se encuentran el de rectificar de inmediato, en cuanto me señalan un error, y el no estar orgulloso de mis defectos (me he pasado la vida presumiendo de ellos).
            Me queda por aprender un poco de hipocresía, que otros llaman diplomacia, para disimular el escaso aprecio que siento por la falta de rigor intelectual del común de los mortales, amigos o enemigos. En eso soy muy Sheldon Cooper.


Martes, 10 de octubre
LA TEORÍA DE LA LIEBRE

En el salón Velázquez del Ministerio de Cultura se decide el Premio Nacional de Poesía 2017. Somos doce los jurados; los finalistas, más de veinte. La mayoría de esos libros valen poco. Yo los hojeé en su momento y no me interesaron nada; releídos ahora, confirman la pobre impresión primera.
            ¿Cómo han llegado hasta aquí? Pues porque los ha elegido algún miembro del jurado: cada uno de nosotros podía seleccionar hasta un máximo de tres. ¿Y quién nombra al jurado? Salvo uno, decidido por el propio ministerio, diversas instituciones: la Academia de la Lengua, la Asociación de Escritores,  la Academia Gallega, no sé que asociación de periodistas, un grupo de estudios de género... A mí me seleccionó la conferencia de rectores.
            El libro que más me interesaba, al que me habría gustado mucho darle el premio, Manzanas robadas, de Miguel d'Ors, quedaba fuera de concurso por unos pocos días: se había publicado en enero de 2017, no en 2016. Otros libros seleccionados, como el de Iona Gruia, quedaban fuera porque a la autora, a pesar de haberla solicitado hace años y cumplir todos los requisitos, todavía no le han concedido la nacionalidad española.
            Valoro poco los premios. Incluido el Nobel: como dice Felipe Benítez Reyes, lo conceden unos cuantos académicos suecos, no siempre bien informados, y la gente cree que lo hace el Espíritu Santo. En los premios de poesía, suele creerse que  se los reparte una banda de mafiosos (si se publican en Visor, capitaneada por García Montero).
            Quizá no debería aceptar ir de jurado a ninguno. Pero si me lo solicitan acepto siempre, con la excusa de que es parte de mi trabajo (soy así de hipócrita).
            Ningún libro me entusiasma, pero tengo un favorito. El de un excelente poeta al que admiro desde sus primeros versos, aunque esté en las antípodas de mi pensamiento político. Pero, hombre experimentado, callo su nombre y no digo una palabra en su defensa. Ni en la suya ni en la de ningún otro. Dejo esa labor, siempre inútil y a menudo contraproducente, a más inexpertos miembros del jurado. Escucho con una sonrisa que la Balada en la muerte de la poesía merece el premio porque su autor es un desinteresado amante de la poesía y ha escrito este libro para defenderla. O que el premio debería ir para Ana Rossetti porque vuelve al verso después de muchos años para hablar de la crisis y de los problemas del hombre de la calle. O que hay que premiar a Ángel García López porque ha escrito un libro casi póstumo después de la muerte de su mujer y ya no va a escribir más. O a Dionisia García porque, aunque, etc. Si alguien tenía alguna duda sobre el no excesivo interés de cualquiera de esos libros, le desaparecen al escuchar a sus defensores.
            Yo no digo nada, pero no puedo evitar susurrarle alguna cosa a Julia Barella, que se sienta a mi lado.
            ––Sospecho que él premio va a ser para una mujer o para un libro prepóstumo. ––Pues hay una candidata que cumple las dos condiciones.
            Mucho me habría gustado que se llevara el premio Dionisia García, una de las personas más generosas y cordiales que conozco. Pero vuelvo a hojearlo y prefiero que, si lo gana, sea sin mi voto.
            ––Qué extraño –dice alguien–, el libro de Jordi Doce en la primera votación era uno de los que menos votos tenía y luego ha llegado a estar entre los más votados.
            –-Es la liebre –digo yo recordando la teoría de Fernando Rodríguez Lafuente–. El que todos votan en segundo lugar porque no creen que sea un serio rival para su preferido.
            Llega así No estábamos allí a la votación penúltima, junto a los dos favoritos. En ese momento, yo no sé cuál va a ganar (aunque tengo claro a cuál de los dos voy a votar): a ambos autores los aprecio personal y literariamente, pero a una más personalmente y al otro más literariamente.
            De pronto, uno de los miembros del jurado, que no conoce la teoría de la liebre y se ha creído la posibilidad de que el premio vaya para Jordi Doce (tiene más votos que el que luego resultaría ganador), se decide a hablar y, para defenderlo, ataca: "El libro de Dionisia no es bueno; tú misma has dicho que no es bueno", le dice a su defensora. “¡Yo no he dicho eso! He dicho que no es mejor de los suyos, pero es un libro escrito con mucha serenidad”, responde la ganadora del año anterior, también miembro del jurado.
            Sonrío. Ya sé quién va a ganar. Un poeta que nadie ha nombrado y que yo había seleccionado en primer lugar. En efecto, desaparece Jordi Doce tras la penúltima votación y en la última gana Julio Martínez Mesanza.
            Si yo lo hubiera defendido, seguro que lo habría hundido: hablo siempre como si me creyera más listo que nadie y eso, con toda razón, suele molestar a mis interlocutores y predisponerles en contra de lo que apoyo. Uno --cosas de la edad-- va adquiriendo cierta habilidad en estos asuntos.


Miércoles, 11 de octubre
PLACERES PERDIDOS

Ayer, tras el fallo del premio, todo el mundo se despidió de mí rápidamente, nadie quiso quedarse a tomar un café y a charlar un rato (no les hizo gracia que acabara saliéndome con la mía y dando la impresión de que me burlaba un poco de sus estrategias).
            Como no tenía nada que hacer hasta las dos, me dediqué a pasear. Al subir por Prim, de pronto me vienen a la memoria unos versos: “Tu calle ya no es tu calle, / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte”.
            Miro hacia la derecha y me encuentro con Conde de Xiquena, donde vive uno de mis antagonistas preferidos, Andrés Trapiello. Antes, siempre le llamaba y él solía bajar y tomábamos algo en una terraza de Recoletos y discutíamos sobre Chaves Nogales, las X de los diarios o cualquier otro asunto de las armas y las letras, y el tiempo discurría tan ricamente.
            Pero ya no es mi amigo, ya no puedo llamarle, y bien que lo lamento. En fin, carácter es destino y el mío se parece algo al de Cernuda.


[Alicia Varela, en la ilustración de esta semana, me ve caminando solo por la vía del tren. Espero poder saltar a tiempo cuando se acerque el patriótico convoy.]





sábado, 7 de octubre de 2017

Acción de gracias: Un español que razona




Sábado, 30 de septiembre
INTRANSCENDENTES TRASCENDENCIAS

Como con algunos buenos amigos en Avilés. Aunque todos pensamos en lo mismo, en lo que pueda pasar mañana, tácitamente decidimos hablar de otra cosa para tener la fiesta en paz.
            ¿En paz? Si estoy yo presente, ninguna reunión puede transcurrir sin un encendido debate sobre cualquier tema. El sosegado y apacible intercambio de opiniones parece que no está hecho para mí.
            No hablamos de política, pero acabamos hablando de religión (uno de los contertulios es José Manuel Feito, que lleva más de medio siglo de párroco en Miranda). La verdad es que siempre me ha interesado mucho el absurdo razonado de la teología.
            Comprendo que alguien pueda creer que existe un Ser misterioso y poderoso que ha creado el mundo y del que apenas sabemos nada. Pero que ese Dios se divida, sin dividirse, en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya me parece más difícil de tragar por alguien con uso de razón. Y sin embargo son millones los que comulgan con eso y con otras ruedas de molino.
            Yo tengo un remedio infalible para hacerle ver a cualquier persona religiosa lo ridículas que son las creencias religiosas. Le digo que analice las de otra religión distinta de la suya. Qué claro resulta entonces su divertido o cruel disparate. “Pues las tuyas –le digo– resultan igual de absurdas para los millones de fieles de una religión distinta”.
            Pero ningún creyente –ni los que creen en los alienígenas ni los creen en el ángel Maroni o en la Santísima Trinidad– se ha desanimado nunca por lo absurdo de sus creencias, más bien reafirmado.
            “Yo quiero creer, quiero tener esperanza de que hay otra vida después de esta”, dice la poeta Marian.
            Y yo le digo que, si lo piensa bien, otra vida después de esta, una vida eterna, se conciba como se conciba, sería la peor de las pesadillas. Vamos a suponer que nos morimos, hemos sido buenos, y vamos al cielo. ¿Tenemos allí conciencia de lo que hemos dejado en la tierra o no la tenemos? Si la tenemos, ¿cómo podemos ser felices viendo las desgracias que les ocurren a los seres queridos sin poder hacer nada para evitarlas o consolarles? Y si no la tenemos, ¿qué pervivencia es esa con olvido de todo lo que ha llenado nuestro corazón?
            La naturaleza es más sabia que nuestras fantasías y la nada, la consoladora nada, mejor que cualquier edén que podamos imaginarnos.
            También me divierte pensar en un Dios creador del universo. Muy inteligente no debía ser, más bien un poco torpón. La de millones y millones de galaxias, aguejeros negros y estrellas que tuvo que ir sacando de la nada hasta que por venturoso azar apareció un planeta (de momento parece que solo uno) en el que fue posible la vida humana para que pudiera encarnarse su Hijo y redimirnos de no sé que cosas.
            En fin, de estas cosas intranscendentes hablamos para no hablar de lo único que nos preocupa ahora: la situación de Cataluña.   



Domingo, 1 de octubre
ARDE BABILONIA

Para no estar pendiente todo el día de las noticias, para no pensar en lo único que me preocupa ahora, acompaño a mi ahijado y a sus padres a una fiesta infantil en el Muséu del Pueblu d’Asturies y luego a dar una vuelta por Gijón. Acaba de cumplir un año, da sus primeros pasos vacilantes, y casi cada segundo hace un nuevo descubrimiento. Todo lo mira, todo lo toca, cualquier sonido le sorprende. Pronto comenzará, como Adán en el paraíso, a poner nombre a las cosas.
            Decía Aristóteles que la mente humana, al nacer, es “tamquam tabula rasa” (bueno, él lo decía en griego), que nada había en ella que no hubiera pasado antes por los sentido. Yo miro al pequeño Martín y pienso que, más que una tabla rasa, sin nada escrito en su superficie encerada, es una tablet o un smartphone antes de que los llenemos con nuestros datos; los programas ya están ahí, solo hace falta que los dotemos de contenido para que desplieguen toda su prodigiosa capacidad.
            Miro a Martín jugando con la arena, acariciando la corteza de un árbol, observando a un orgulloso gallo que pasea por el parque de Isabel la Católica como Pedro por su casa, y pienso que los mejores informáticos del mundo no serían capaces de inventar un ordenador tan prodigioso. Y en cuanto al diseño, para qué hablar. Hasta Steve Jobs se avergonzaría de sus elegantes e irresistibles Macs de última generación si los compara con él.
            Arde Babilonia y yo haciendo el Adán antes de ser expulsado del paraíso. La verdad es que soy un maldito egoísta. ¿Cómo llegar a viejo, si no?


Lunes, 2 de octubre
ELOGIO DEL PERIODISMO

En cualquier conflicto la primera víctima, ya se sabe, es la verdad. Leo los grandes titulares de todos los periódicos españoles y me entero del fracaso de la farsa independentista de ayer. Uno de ellos, no diré cuál, nos informa con grandes letras en primera página: “El simulacro de referéndum, improvisado a última hora, sin sobres y con papeletas llevadas de casa, estuvo marcado por las protestas, la tensión y las cargas policiales”.
            Los independentistas ha hecho el ridículo, piensa uno leyendo los titulares. Pero para saber la verdad no hace falta recurrir a otras fuentes. Basta con pasar a las páginas interiores. “Los mandos de la Guardia Civil que desde hace medio año han vivido por y para desmantelar el 1-O no podían ocultar su cansancio y su desilusión. Las urnas llegaron con total puntualidad a todos los colegios en un operativo que implicó a millares de voluntarios (organizados en comités de barrio y pueblos). Aparte de sospechar su existencia, nunca estuvieron sobre la pista de las urnas ‘made in China’. Es más, admiten en el instituto armado que siguen sin saber cómo, y sobre todo, cuándo se distribuyeron desde Francia”.
            Lee uno la crónica de M. Sáiz-Pardo y la impresión que saca es completamente distinta de la del titular. Las empresas periodísticas podrán ir a lo suyo (hacer negocio, adular al que manda), pero la mayor parte de los periodistas de a pie –no de los opinadores de oficio– continúan cumpliendo con su función: informar a la gente de lo que le pasa a la gente, no de lo que a sus jefes les interesaría que pasara.
            (Por cierto, una precisión: buena parte de los electores lleva siempre las papeletas de casa y los partidos despilfarran mucho dinero público en enviárnoslas a casa, pero parece que, eso tan normal, en Cataluña es un delito más.)


Martes, 3 de octubre
HABLANDO DE OTRA COSA

Ningún amigo aparece hoy a la hora de tomar el café y es una suerte, porque así me desentiendo del único tema que parece preocupar a todos estos días. Aprovecho para leer, no hacer nada (mi ocupación favorita) y anotar unas cuantas ocurrencias, no sé sí demasiado originales.
            La mala intención suele tener muy buena puntería.
            El amor no es más que una amistad con tropezones.
            Tres fracasos equivalen a un acierto.
            Aspiraba a ser muy famoso en el futuro y a pasar esta vida en confortable incógnito.
            Nunca sé a quién me voy a encontrar cuando me miro al espejo.
            “Eres para mí como un libro abierto –le dijo la mujer a su marido–. Un libro muy aburrido, por cierto.”


Miércoles, 4 de octubre
ADIÓS A TODO ESO

Estoy más acostumbrado a defraudar que a ser defraudado. Soy –o eso creía– alguien bastante escéptico que rara vez se hace ilusiones. Por eso es difícil que me desilusione. Pienso siempre lo peor –de mí y de los demás–, así que cuando me equivoco con alguien suele ser para bien.
            Esta noche no he podido dormir. La situación política es alarmante –la más grave, pero también la más ilusionante, de los últimos cuarenta años–, pero a mí lo que no me ha dejado dormir es lo mucho que me ha defraudado una persona concreta.
            Una persona de la que hasta ayer mismo pensaba que era el mejor jefe del Estado que había tenido España (tampoco es que hubiera mucha competencia).
            Cuando le escucho leer solemnemente el papelito que le ha redactado el gobierno; no censurar la violencia contra súbditos suyos que pretendían ejercer el más elemental de los derechos democráticos; no dejar ni un resquicio a la esperanza, se me cayó –qué expresivas resultan a veces las frases más tópicas– el alma a los pies.
            Lo de menos es que haya ligado la suerte de la Institución que representa a la de la minoría mayoritaria que sustenta al gobierno (a fin de cuentas, contando con el apoyo de los socialistas andaluces, eso le garantiza una o dos legislaturas).
            No ha dado la talla de estadista que yo creí ver en él. se ha olvidado de que es el rey de todos los españoles (también de los que votan a Pedro Sánchez o a Pablo Iglesias, también de los que en Cataluña no quieren ser españoles, pero todavía lo son y por ello les debe tanto respeto como a cualquier otro ciudadano); ha hablado solo para unos pocos (o quizá muchos, pero solo una parte de la ciudadanía), como el líder de una facción.
            Al menos eso es lo que yo creo. Puedo estar equivocado. No sería la primera vez. Era tal mi confianza en el actual jefe del Estado que hasta el último momento confié en que unas palabras suyas, aunque fueran solo unos pocos matices añadidos al guion que le había preparado el gobierno, ayudarían a desatascar la situación.
            Me equivoqué. Si de humanos es errar, yo muy humano debo ser. Me imagino que quienes, si alguno había, confiaban algo en mis opiniones políticas a partir de ahora dejarán de hacerlo.
            A pesar de mis convicciones republicanas, he defendido siempre al actual Rey, que me parecía honesto, cabal, trabajador y bien aconsejado. Pero a la hora de la verdad no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.

Jueves, 5 de octubre
NADA MÁS, NADA MENOS

Mientras leo en Los Prados el libro que he de comentar la próxima semana, me llama Abelardo Linares. Le cuento mi decepción felipista y lo mucho que me ha costado tener que rechazar este año la invitación a los Premios Princesa de Asturias.
            ––¡Con lo que yo disfrutaba escuchando las citas poéticas del rey y sus palabras tan minuciosamente didácticas! Pero mi conciencia ciudadana y mi patriotismo me impide asistir; no puedo aparecer como cómplice de determinados comportamientos. Alguien tiene que salvar el honor de España.
            Escucho sus carcajadas a través del teléfono.
            ––¿Pero tú has perdido el juicio? ¿Quién te crees que eres? ¿Ortega y Gasset redactando de nuevo el “Delenda est monarchia”?
            –-Solo soy un español que razona. Nada más. Pero también nada menos.