domingo, 25 de marzo de 2018

Acción de gracias: Hablando claro



Sábado, 17 de marzo
PATARREALISMOS

¿Por qué el arte presuntamente más rupturista, epatante, anticonvencional está siempre subvencionado? Me lo preguntaba esta mañana mientras veía Óliver Punk, un falso documental producido por SACO, la Semana del Audiovisual Contemporáneo ovetense, en el parking del Carbonero.
            Tenía cierta curiosidad (el Óliver del título alude a nuestra tertulia de los viernes y yo mismo soy uno de los que intervienen), pero no tardé en perder todo interés y según fueron pasando los minutos aquello me pareció una tabarra interminable, la broma infinita de David Foster Wallace.
            Si hubiera estado sentado, podría dedicarme a mirar el teléfono y a pensar en mis cosas, que es lo que suelo hacer en conferencias y recitales. Pero había que estar de pie, más de una hora de pie, mirando una pantalla reiterativa o escuchando a los poetas del patarrealismo salvaje –“silvestre” habría quedado mejor– leyendo incoherentes retahílas con lámparas de minero en la cabeza.
            Quizá soy algo injusto (siempre lo soy con quien me hace perder el tiempo), quizá pertenezco a otro siglo y no comprendo a los mimados millennials. Quizá, pero no lo creo. El documental, inspirado en el libro del mismo título (en el que, por cierto, muero asesinado por un mayordomo robot), cuenta que Miguel Floriano, un poeta cíborg, un joven poeta en el que los componentes humanos han sido casi completamente sustituidos por implantes cibernéticos, ha desaparecido. Sus amigos contratan a un detective para buscarlo. ¿Y qué es lo que vemos en primer lugar? Pues al joven Miguel Floriano tendido sobre unas rocas marinas como en un anuncio de perfume; luego le contemplaremos paseando lánguidamente por bellos paisajes en sepia o blanco y negro y le escuchamos leer uno de sus poemas vagamente celebratorios a la manera de Claudio Rodríguez. ¿Pero no habíamos quedado en que era un cíborg? Es arte de vanguardia, la coherencia importa tan poco como en la puesta en escena de una ópera.
            Un actor teatral, un poco a la manera del Fernando Fernán Gómez de El viaje a ninguna parte, finge –poco– ser un profesor que nos da una charla sobre las fallas tectónicas o la inmortalidad del cangrejo, da igual (en cualquier caso aparece demasiado para no decir nada); el detective es también propio de una función escolar. Todo se repite, la situación se alarga, cuando parece por fin ha acabado volvemos escuchar a uno o a otro decir vaguedades sobre por qué ha desaparecido el poeta Miguel Floriano, algo que ha dejado de importarnos a los dos minutos de comenzar la proyección. Solo se salva la intervención de Saúl F. Borel, mi contrincante en un famoso debate sobre la biblioteca de Babel borgiana, con su monólogo digno del club de la comedia, y no sé si algo más
            Miré el reloj no sé cuántas veces, quise resistir hasta el final pero a la hora (a mí me parecía que habían pasado tres o cuatro), escapé de aquel antro oscuro.
            Y menos mal que los patarrealistas no tienen la costumbre de leerme, porque en caso contrario es posible que el asesinato que se cuenta en Óliver Punk, la novela, cambiara de género y se convirtiera en un asesinato de no ficción.


Domingo, 18 de marzo
PORQUE SOY POBRE

Parece que mi reiterada descalificación de los premios literarios va haciendo su efecto. Acabarán siendo vistos más como un baldón que como un galardón. “En mayo saco libro de poemas –me escribe un ilustre amigo–, que te enviaré, aunque me temo que tendrás que aplicarle tus razonables prejuicios sobre los premios, ya que tuve que presentarlo a uno por razones de economía doméstica, por lo general incompatibles con el orgullo y el decoro. A veces, ay, las circunstancias obligan a asumir humillaciones, en evitación de otras”.
            Algo así, pero con menos utillaje retórico, venía a decir Félix Grande cuando le preguntaban por qué razón, siendo ya un escritor prestigioso, se seguía presentado a premios: “Porque soy pobre”.


Lunes, 19 de marzo
HONOR Y HUMILLACIÓN

Me llaman de la Casa Real para invitarme a la comida que, como cada año, celebrarán los reyes en honor del premio Cervantes, Sergio Ramírez. Un inmerecido honor, que declino amablemente, por razones obvias, pero también una humillación.
            Cuando yo esperaba un destierro como el del Cid tras la jura de Santa Gadea, resulta que Felipe VI, más magnánimo que el rey Alfonso, vuelve a sentarme a su mesa.
            ¿Más magnánimo? No, simplemente que, como yo sospechaba, en su entorno no han leído mis palabras sobre su famoso discurso, tan alabado por unos, tan fuera de su papel institucional para otros, entre los que me incluyo.
            Escribir con libertad es fácil cuando lo que escribes no tiene ninguna importancia porque no lo lee nadie.
            No puedo aceptar, y bien que lo lamento (lo he pasado siempre muy bien en esas comidas: los reyes son los mejores anfitriones) porque a mi entender el jefe del Estado, en un asunto crucial, el más trascendente de su reinado, no ha querido o no ha podido mantenerse ecuánime, ha tomada partido.
            ¿Pero que pasaría si acepto la invitación y aprovecho para intercambiar unas palabras con él? Por unos instantes me siento tentado a hacerlo.
            –Majestad –le diría en el distendido ambiente del salón chino, tras la comida en el comedor de gala–, es cierto, como le dijo a Ada Colau, que su misión no es hacer de intermediario entre los partidarios y los detractores de la constitución, entre los que quieren hacer cumplir la ley y los que se niegan a cumplirla. Pero ni la constitución ni la ley pueden interpretarse solo en el sentido más restrictivo de los derechos y las libertades.  ¿Va contra la constitución Mariano Rajoy cuando defiende una ley, la de la prisión permanente revisable, recurrida ante el tribunal constitucional y con muchos visos de ser inconstitucional? ¿Va contra la constitución quien defiende que es posible, sin necesidad de reformarla, una consulta a los ciudadanos de Cataluña sobre si desean o no la independencia? Lo inconstitucional sería, si esa decisión fuera favorable, declarar la independencia sin antes reformar la constitución. Yo creo, señor, que es en los momentos difíciles cuando se reconoce a un estadista. Permitir a los catalanes, en un referéndum acordado con el Estado español, votar si quieren o no seguir siendo españoles no es favorecer al independentismo, sino todo lo contrario: quitarle su principal argumento. Claro que en ese referéndum, como en cualquier otro, se corre el riesgo de perderlo. Pero hay que aceptar ese riesgo. Solo aceptándolo se está en democracia a la altura de las circunstancias.


Martes, 20 de marzo
PASARSE DE LISTO

Cuando se habla de ortografía, hasta las mentes más sensatas suelen desvariar. El último en hacerlo es de quien menos lo esperaría, Alex Grijelmo. En Nueva Revista, una publicación de la derecha ilustrada (colaboradores habituales son Luis Alberto de Cuenca o Jon Juaristi), me encuentro con un artículo suyo de sugerente título “Escribir y hablar bien en la era digital”.
            Comienza muy sensatamente por constatar que “el ser humano nunca había escrito tanto como lo hace hoy”, para terminar en pleno desvarío. Si un amigo tiene una mancha en el traje, se lo advertimos amablemente para que se limpie; con los fallos en la escritura, se actúa de otra manera: “Se observan y se juzgan, pero sin verbalizar la sentencia. Tal vez porque una mancha en el traje se puede disculpar como accidental y no descalifica por sí misma a la persona. Se borra o se limpia, y asunto resuelto. Pero la escritura constituye una prolongación de la inteligencia, y una mancha en el lenguaje sirve como termómetro de la educación recibida. No lo creemos un fallo lingüístico, sino un fallo de pensamiento”.
            ¿Un fallo de pensamiento que alguien, discutiendo por WhatsApp, se olvide de poner la tilde en “pero qué me dices”? La ortografía es una convención, no tiene nada que ver ni con la inteligencia ni con el pensamiento. Resulta casi imposible que una persona culta, que habla varios idiomas, tenga una perfecta ortografía en todos ellos. Por eso es necesaria la figura del corrector.
            Pone como ejemplo de  la importancia de  la ortografía el caso de aquel aspirante a la presidencia de Venezuela que, en un mensaje manuscrito que publicó en la primera página de un diario escribió “entuciasmo” en lugar de “entusiasmo”. Tuvo, al parecer, que retirarse de la política.
            ¿Ha visto Alex Grijelmo los manuscritos de  Lorca, de Valle-Inclán, de Ramón Gómez de la Serna? Tendrían que haberse retirado de la literatura.
            Un error ortográfico (esa variante de la errata) no indica más que descuido, falta de adecuada revisión. Pero esa revisión no tiene por qué ser obra del autor, con cosas más importantes de las que ocuparse, sino de su secretario o del corrector editorial. Hagamos un dictado escolar –como los de Miranda Podadera– a los grandes políticos de  hoy y ya veremos si cometen o no faltas de ortografía (y no digamos de puntuación) y no por eso son mejores ni peores políticos.
            La ortografía, en tiempos de Cervantes, era cosa de los impresores; hoy se llama ortotipografía y es propia de unos profesionales que no deben faltar en ninguna editorial, en ningún periódico ni en el equipo de ningún político.
            Si tienes que ocuparte de la corrección de tus propios textos, es que eres un don nadie. Es lo que me pasa a mí. Y siempre aparecen con algún inevitable descuido en quien escribe y piensa rápido. Me los señala amablemente mi amiga Rosa Navarro Durán o inquisitorialmente, como si fueran un pecado, algún anónimo lector. Yo doy las gracias, los corrijo y no tengo la menor mala conciencia por ello.
            Y a veces el fallo no es propio, sino del corrector automático, que tiene la mala costumbre (como todos los fanáticos de la ortografía) de pasarse de listo.


Miércoles, 21 de marzo
PARA UN HOMENAJE

Un buen lector de poesía lee poca poesía. Un buen lector de poesía no aceptaría jamás ser jurado de un premio de poesía. Quien lee un libro de poesía de un tirón es un mal lector de poesía. Leer cien libros inéditos de poesía incapacita para volver a leer poesía.
Habría que premiar a los lectores de poesía, no a los poetas. Con buena voz todos los gatos son bardos. Para escribir poesía no hace falta saber escribir. Deberían crearse clínicas de desintoxicación poética. Los poetas jóvenes o no son poetas o no son jóvenes. Las palabras poéticas no tienen cabida en un poema.  Es poeta el que no puede ser otra cosa. Se puede ser poeta sin corazón, pero no sin inteligencia. Con media docena de verdaderos poetas se llena un siglo, aunque sea el de oro. Si solo escribe versos, habla como un poeta y se viste como un poeta, seguro que no es un poeta.




domingo, 18 de marzo de 2018

Acción de gracias: Las ilusiones perdidas



Sábado. 10 de marzo
AIDA AMBOU HIDALGO

No conozco mejor modo de viajar en el tiempo que los números atrasados de cualquier periódico. Hoy, al azar de una aburrida tarde de sábado, tropiezo con un ejemplar de Mundo gráfico correspondiente al 29 de abril de 1936, En la portada, una mujer de ojos sonrientes sostiene a un bebé de mirada triste sobre el siguiente texto: "Esta niña, cuyos padres se conocieron en la revolución de Asturias, ha nacido en Moscú, durante la estancia de los refugiados españoles de Octubre en el país de los Soviets".
            Acaban de volver a Madrid casi un centenar de esos refugiados. Dos de ellos, Laureano Argüelles, maestro de Oviedo, y Manuel Fernández Valdés, estudiante de Magisterio, cuentan su historia. Fernández Valdés fue el primero en refugiarse en Rusia, tras un viaje no demasiado fácil:
            ––Desde Oviedo pude llegar, huido, hasta Vigo. Y allí embarqué en un buque de cabotaje. Tenía que dormir en la carbonera. Llegué a Swansea, fui después a Londres, de donde seguí a Folkstone para embarcar camino de Boulogne-sur-Mer. De allí a París y luego en avión a Rusia. Tardé dos días y medio desde Francia hasta Moscú. Llegué el 7 de diciembre. Hacía un frío terrible, doce grados bajo cero. Al día siguiente de mi llegada tuve una dramática impresión: el entierro de Kírov. Este jefe comunista había sido asesinado por un individuo expulsado del partido. Presencié el fúnebre desfile, severo e imponente. Vi pasar a Stalin, en cuyo rostro había una expresión de fuerte dolor reconcentrado. Una muchedumbre de obreros presenciaba silenciosamente el paso del entierro. En sus caras se reflejaban la energía y la entereza, como queriendo decir a Stalin: "Nada altera en nosotros la fe en los destinos del proletariado; estamos aquí, dispuestos a seguir la tarea". No olvidaré nunca aquel cuadro dramático del entierro de Kírov.
            Tampoco lo olvidarán nunca, pienso yo, la mayor parte de los jerarcas rusos que asistieron a ese entierro: aquel asesinato –quizá ordenado por el propio Stalin– marcó el comienzo de las grandes purgas.
            ––Entre los refugiados los había de todas las tendencias: socialistas, sindicalistas, comunistas, anarquistas. Todos han vuelto bolchevizados. Lo que pasa es que no hay necesidad de hacer expresión de esa –para muchos– nueva fe, ya que, como es sabido, ahora se va en España a la unificación de la clase trabajadora. Es más, algún compañero de los que conmigo han estado allá me manifestó su deseo de hacerse comunista. “No –le dije--; puesto que tú eres ya un convencido, tu papel está ahora en convencer, dentro de tu mismo partido, a los demás.
            Y luego explica quién es la niña que aparece en la portada de Mundo gráfico.
            –-Ha habido también un nacimiento: el de la nena del camarada Juan Ambou y su compañera Mercedes Hidalgo. Lucharon los dos en Asturias. Él era ferroviario. No se conocieron hasta después de los sucesos. Huyeron, cada uno por su lado, a los montes y allí se conocieron. Pudieron salir de España y en París se unieron. Marcharon después a Moscú, donde empezaron a trabajar y donde el 17 de enero nació su hija. La nena tiene por tanto tres meses. Le pusieron el nombre de Aida, en recuerdo de Aida Lafuente, la revolucionaria muerta en Asturias. Cuando el grupo de españoles que trabajábamos en la fábrica de locomotoras supimos que había nacido la chiquilla, decidimos apadrinarla. Los cincuenta y cuatro que estábamos en Lagansk somos los padrinos de esta Aida Ambou Hidalgo, la española nacida en Rusia.


Lunes, 12 de marzo
ELOGIO DEL TELÉFONO

¿Qué habrá sido de esa niña que en abril de 1936 interrogaba al futuro en los brazos de una madre sonriente que no podía adivinar lo que se avecinaba?, me pregunto echando una nueva mirada a la portada de Mundo gráfico.
            Y de pronto caigo en la cuenta de que en mi bolsillo guardo un instrumento prodigioso que quizá me permita averiguarlo. Tecleo Aida Ambou Hidalgo, pulso en imágenes, y como por milagro ante mí al bebé de tres meses convertida en una dulce anciana de ochenta años. Y no hay duda de que es ella, no alguien que se llama igual, porque a esa foto hay otra amarillenta en la que aparece, con uno o dos o años, junto a la madre.
            Su padre, el camarada Juan Ambou del que hablaba Manuel Fernández Valdés, no es precisamente un desconocido. Nacido en Lérida, fue uno de los fundadores del soviet de la Argañosa durante la revolución de Asturias, junto a Aida Lafuente. No extraña que le pusiera el nombre de Aida a su hija. Era un comunista ortodoxo y lo siguió siendo; se apartó del partido comunista español cuando este condenó  la invasión de  Checoslovaquia; el eurocomunismo de Santiago Carrillo le pareció una traición.
            Pero no es el padre quien me interesa ahora, sino la hija, que me cuenta su vida en un libro de Belén Menéndez Solar dedicado a la emigración asturiana a Cuba. “Nací el mismo año que estalló la guerra civil”, comienza. Pero la fecha y el lugar de nacimiento que da están equivocados. No nació en Oviedo el 7 de noviembre de 1936, sino en Moscú el 17 de enero de ese año. Consulto otros libros, como El exilio español en Cuba, de Jorge Domingo, y en todos ellos encuentro la misma fecha errada. Y no tengo ninguna duda del error porque yo la he visto en una foto de abril del 36 con tres meses. ¿Conocerá ella esa fotografía? ¿Es posible que ignore la fecha exacta y el lugar de su nacimiento?
            Veo que está en Facebook. No puedo enviarle una solicitud de amistad porque ya tengo cubierto el cupo de cinco mil amigos, pero le pongo un mensaje en Linkedin, donde también la encuentro, aunque sin mucha esperanza de que me responda. Mientras tanto la escucho resumir su vida:
            ––Al acabar la guerra, gracias a la solidaridad internacional partimos en el barco La Salle hasta Santo Domingo y al cabo de un año fuimos acogidos por el gobierno cubano, de forma provisional, como refugiados políticos que pronto retornarían a España. Pero la provisionalidad duró toda nuestra vida. Aquí estudié, siempre empujada por mis padres, hasta graduarme en Arquitectura en la Universidad de la Habana en 1962. Me casé en 1956 con el ingeniero Vicente Monzón, del cual tuve mis dos maravillosos hijos. Siempre viví con mi madre, asturiana, en el amplio sentido y significado de la palabra, ejemplo para mí en todo. Murió sin poder ver de nuevo su Oviedo. Aspiré al doctorado en Ciencias Técnica, el cual pude ver culminado después de varios años de estudios en Varsovia. Esto pude realizarlo gracias a la ayuda y al empuje de mi madre. Mis hijos: Vicente, graduado en Economía, se dedicó a la literatura y ha ganado varios premios nacionales e internacionales; mi hija, Mercedes, graduada en psicología, trabaja con niños con problemas de conducta. Mi nieto Adrián es artista plástico con interesantes propuestas en la música llevada a la plástica a través de luces y efectos. Los otros dos nietos aún estudian en escuelas de nivel medio.
            Por el diccionario de Jorge Domingo me entero de que “acogió con alborozo el triunfo revolucionario de 1959 y asumió algunas responsabilidades políticas”.
            Y todo esto solo jugueteando con el teléfono. También averiguo que su hijo, Vicente Monzón Ambou, es autor de una novela policíaca titulada Los secretos agravios.
            Vuelvo a mirar la portada de la revista y siento una sensación extraña, como si me hubiera convertido de pronto en el narrador omnisciente de las novelas decimonónicas.
            Los revolucionarios de Octubre, que volvían ilusionados a España tras el triunfo electoral de febrero, no sabían lo que les esperaban. Yo lo sé. Sé cómo acabaron la mayoría, a dónde fueron a parar sus ilusiones. Pero este bebé de tres meses vivió una vida larga y feliz. Supe de su existencia hace pocos días, pero me alegro como si fuera de la familia.           


Miércoles, 14 de marzo
MEMORIA DEL INFIERNO

Hay libros que cortan el aliento. Uno de ellos es este de Vitali Shentalinski, La palabra arrestada, que últimamente me acompaña a todas partes oscureciendo el día. José Manuel Fernández fue testigo del entierro de Kírov. ¿Llegaría a saber alguna vez lo que supuso el tiro que acabó con la vida de ese destacado bolchevique, del que el propio Stalin había comenzado a tener celos?
            El pistoletazo del 1 de diciembre en Smolni causaría la muerte de miles y miles de civiles inocentes, muchos de ellos fieles comunistas. Por orden de Stalin, se redacta una nueva instrucción “sobre cómo instruir el caso de quiénes sean acusados de idear o perpetrar actos terroristas”, se ordena que reciban trato prioritario, que no se acepten solicitudes de indulto, ejecutar las sentencias sin dilación.
            Al nuevo jefe de la Cheka se le atribuye una frase que no permite albergar muchas esperanzas a los detenidos: “Dejad en mis manos a Karl Marx y ya veréis qué pronto canta que fue agente de Bismark”.
            “No se haga el valiente –fue lo primero que me dijeron a mí en el primero de los interrogatorios–, aquí todos cantan, así que mejor que lo haga al principio y no al final cuando no le va a reconocer ni la madre que le parió”.
            La verdad es que yo no me hice el valiente y habría delatado a todo el mundo al primer envite si hubiera tenido alguien a quien delatar. En la Rusia de Stalin todo el mundo delataba a todo el mundo y sobre todo se delataba a sí mismo, acababa confesando los crímenes más terribles, no importa si inverosímiles. No se buscaban pruebas, bastaba con la confesión.
            Vitali Shentaliski fue el primer investigador que entró en las oficinas de la Lubianka, todavía en tiempos de la perestroika, cuando el comunismo quiso cambiar de cara. Allí se encontró no solo con el registro minucioso de la infamia, sino también con buena parte de la mejor literatura rusa: los manuscritos secuestrados a los autores. Muchas obras inéditas se salvaron gracias a la acción de la policía.
            Leo esta colección de infamias –el caso de Isaak Bábel, el de Marina Tsevietáieva, el de Anna Ajmátova– y trato de consolarme pensando que son cosa de otro tiempo que no volverá. Pero abro el periódico y leo que a una torturadora convicta y confesa la acaban de nombrar directora de la CIA en la primera democracia del mundo.
            La barbarie de Stalin tenía su propia justicia interna: los torturadores de hoy eran los torturados de mañana. Eso en democracia no pasa. En democracia se les condecora.
            “Cariño –le oí decir al teléfono, con voz meliflua, al tipo que me acababa de rugir aquellos de “no le va a reconocer ni la madre que le parió–, no me esperes a cenar. Tengo trabajo para toda la noche. ¿Se han acostado ya los niños?”





domingo, 11 de marzo de 2018

Acción de gracias: Campo de minas


Sábado. 3 de marzo
ÓLIVER PUNK

El primer libro en el que aparezco como personaje se publicó en París hace más de cuarenta años: Testimonios de lucha y resistencia. Aparezco poco, la verdad. Solo se me oye gritar en las celdas de la Dirección General de Seguridad, según cuenta una de las presas entrevistadas. En nota se añade suspense: “No sabemos qué habrá sido de él”.
            El más reciente se titula Óliver Punk y está escrito por los Patarrealistas Salvajes, un grupo de millennials que de vez en cuando aparecen por la tertulia de los viernes. Yo intento llevarles por el buen camino literario y ellos se vengan de mis tabarras convirtiéndome en víctima de un androide asesino en una novela –por llamarla de algún modo– que es un cóctel de inteligencia y disparate (uno a chorros, otra con cuentagotas, todo hay que decirlo). No conformes con ello también me han metido en un documental que se estrena el día 17, durante la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO para los amigos); habrá que verlo.
            Gil de Biedma no quería ser poeta, quería ser poema. A mí lo que me gustaría es ser personaje de ficción: un blade runner en el sombrío mundo de mañana o un Sherlock Holmes en un luminoso ayer que no ha existido nunca.
             

Domingo, 4 de marzo
YO, ROBOT

Antes de venir al mercadillo del Fontán, he escrito una reseña, bastante demoledora, sobre el más reciente libro de Jorge Wagensberg, Solo se puede tener fe en la duda. Al hojear el periódico mientras saboreo un café, me encuentro con la noticia de su muerte.
            No le conocía personalmente, pero la coincidencia me nubla el día y me hace sentir culpable. ¿Soy demasiado cruel cuando hablo de la obra de los demás? Hay quienes opinan que sí y quizá no les falte razón, pero yo cuando comento un libro solo pienso en los lectores.
            Soy como esos tiburones que se excitan al olor de la sangre y de inmediato se lanzan sobre la presa. Lo que en mí despierta los peores instintos son las tonterías dichas con tono sapiencial.
             Comienza Solo se puede tener fe en la duda con una “Brevísima teoría del aforismo”. Se afirma en ella que “es el género literario más científico”, ya que se ajusta como ningún otro a los tres principios que fundamentan el método científico: objetividad, inteligibilidad y dialéctica. Abierto al azar, nos encontramos con el siguiente aforismo: “No conozco a ningún fascista que hable más de tres idiomas”.
¿Eso es objetividad? Eso solo quiere decir que nunca le han presentado, por ejemplo, a ningún diplomático franquista.
            Pero los aforismos no hay que entenderlos al pie de la letra. Lo que quiere decir Wagensberg lo aclara otro aforismo: “La escuela como fábrica de fanáticos: enseñar dogmas en un solo idioma equivale a inocular un virus de por vida; crear el hábito del espíritu crítico en tres idiomas equivale a una vacuna permanente”.        
¿Y no se puede enseñar el espíritu crítico en un solo idioma o en dos? ¿Y no es posible enseñar dogmas en tres idiomas o en cuatro? Conviene recordar aquella frase atribuida a Unamuno a propósito de cierto prócer: “Es tonto en cuatro idiomas”.
            Otras afirmaciones de la introducción confirman que este divulgador científico no siempre practica el rigor de la ciencia: “Una novela puede extenderse hasta mil páginas, quinientas o doscientas, pero atendiendo solo a su peso, diríamos que la más científica es la última”.
            Nos frotamos los ojos, volvemos a leer. No, no nos hemos equivocado: lo que menos pesa es lo más científico y como “un cuento pesa menos que una novela, un poema menos que un cuento y un aforismo menos que un poema” pues de ahí se deduce que el aforismo es el género más científico.
            Sin salir de la introducción “teórica”, encontramos otras perlas: “El humor se lleva francamente mal con la poesía y se dosifica con prudencia en los demás géneros literarios. Pero un aforismo, por serio que sea, necesita cierta dosis de humor para sobrevivir”.
¿Y qué pasa con Jon Juaristi, con  Miguel d’Ors, con los autores de epigramas o con El Quijote, sin ir más lejos?
            No es ciencia todo lo que reluce, bien se ve, pero no es hoy el momento de hablar de estas cosas. Vuelvo a casa con mala conciencia. A veces me comporto como un robot incapaz de sentir empatía por los seres humanos, esa rara especie que es también la mía, aunque haya quien lo dude.
             

Lunes, 5 de marzo
DOS EJEMPLOS

El burro flautista de Iriarte (“Cerca de unos prados / que hay en mi lugar / he visto un poetilla / por casualidad”) seguro que escribe haikus o aforismos.
            No hay mal libro de haikus que no contenga alguno que no se pueda salvar; no hay centón de aforismos en que el burro aforista no acierte por casualidad: “Dispersa el viento / un montón de hojas secas / mi juventud”.
            Entre una tontería y una genialidad solo media el canto de un aforismo.


Martes, 6 de marzo
SOBREVIVIR

Mientras presento un libro de poemas me vienen a la memoria los versos de Manrique:
“No se os haga tan amarga / la batalla temerosa / que esperáis, / pues otra vida más larga / de fama tan gloriosa / acá dejáis”.
            Yo no necesito, ni en vida ni en muerte, una “fama tan gloriosa”. Pero me gusta pensar que “non omnis moriar”, que no moriré del todo, que mis poemas seguirán hablando por mí. Para eso los escribo.


Miércoles, 7 de marzo
OTRO PREMIO

“Como he leído en tu diario y  varias anécdotas sobre los premios, te cuento una más, por si te sirve para futuras entregas. En noviembre envié un manuscrito al Premio de Crítica Literaria Amado Alonso. Hace dos años ya había enviado un manuscrito que no obtuvo el premio. Este año mandé otro, no sé si mejor o peor que aquel, pero más ajustado a las bases del premio. Albergaba cierta esperanza porque el tema era atractivo y porque pensé que el jurado podía valorar mi esfuerzo. Sin embargo, ayer vi la noticia: había resultado ganadora Miriam Moreno Aguirre, esposa de Andrés Trapiello, con su tesis doctoral sobre Ramón Gaya. En el jurado está Manuel Borrás y el libro ganador se publica en Pre-Textos... No lo quiero denunciar públicamente porque sé que no voy a sacar nada y porque, encima, se me van a echar encima y me van a decir que es envidia, pataleo, etc. Te lo cuento, simplemente, porque creo que conoces a todos los protagonistas de la historia. No es difícil suponer que es Borrás quien habrá "invitado" a Miriam a presentar un manuscrito que, por otra parte, le hubiese publicado de todas formas. Y deduzco que será él quien habrá convencido al resto del jurado. Como podrás imaginar, no me molesta que le hayan dado el premio e incluso, sin haberlo leído, acepto que su texto pueda ser mejor que el mío; lo que me crea la sensación de impotencia es haber participado en esto. En fin, que si seguimos así va a haber un momento en que no tener premios va a ser un aval de honradez intelectual”.
            Me pide que no diga su nombre, aunque no desvele ninguna ilegalidad. Solo se me ocurre responderle con un aforismo (“Todos los concursos están amañados, salvo los que ganamos”) y una observación: no tener premios en el currículum resulta elegante –la elegancia es una actitud-- cuando no te presentas a ellos.


Jueves, 8 de marzo
SER MUJER

Al solicitar permiso para incluir a Ángela Figuera en una antología, el editor recibe la siguiente respuesta: “Siento decirle que el último poema que incluye en su petición, ‘Ser mujer’, que no pertenece a ningún libro publicado por Ángela Figuera Aymerich, no tendrá nunca autorización para ser publicado. Se trata de un poema que decidió que no se debía publicar nunca. Por ello la familia solo ha dejado que sea consultado de forma confidencial y con fines académicos. Así pues, le rogamos que destruya cualquier copia del mismo que posea en papel, en ficheros electrónicos o en cualquier otro formato”.
            Pero ese poema se incluye en sus Obras completas, publicadas en 1986, a dos años de la muerte de la autora, y en la segunda edición revisada de 1999. En ambos casos, la nota preliminar es de Julio Figuera Andú, su marido.
            ¿No sabían los herederos entonces que ese poema no se debía publicar nunca? ¿Y cómo puede destruirse cualquier copia del mismo, en cualquier formato, si el volumen en que se incluye está en las bibliotecas públicas y puede adquirirse por Internet?
            Una de mis pesadillas favoritas es el heredero que, con la ley en la mano, decide que no autoriza la publicación de esta o aquella obra literaria, unas veces porque el editor no le cae simpático, otras porque el contenido le parece inmoral (la hija de Gregorio Martínez Sierra, fervorosa católica, no autorizó la publicación de una obra suya, que en realidad había escrito su primera mujer, María Martínez Sierra, por su contenido presuntamente homosexual) o sencillamente porque no le da la gana.
            ¿Y qué terribles secretos nos cuenta Ángela Figuera en “Ser mujer” para que solo pueda ser consultado “de forma confidencial y con fines académicos”? Ninguno. Pero la concepción de la mujer que ese poema expresa es la tradicional (“Ser la paz; ser remanso; / ser alivio y descanso; / ser impulso en el vuelo, / y en la rauda caída, / consuelo”) y choca un poco hoy día.
            Por una vez, y sin que sirva de precedente, tiene razón la representante de los herederos: ese poema sobra en una antología actual, aunque no en la obra completa de una autora que nació en 1902. Lo de pedir que se elimine de todas partes y ocultarlo como si fuera una vergüenza es pasarse un poco.



Viernes, 9 de marzo
CULPABLE, SEÑORÍA

Leo con sorpresa que Europa no está a salvo del problema de las minas. En Croacia, Kosovo y Serbia hay más de ciento cincuenta mil sin explotar. La mayoría son bombas de racimo que lanzó la OTAN contra escondites serbios.¿Por qué no se desactivan? Porque desactivar cada una cuesta mil euros y la Alianza Atlántica tiene otras prioridades.
            Recuerdo lo que me dijo Carlos Sahagún la última vez que nos vimos: “Os tengo apuntados a todos los que defendisteis el sí en el referéndum sobre la OTAN”. Yo lo había hecho en un artículo de El Ciervo.
Me reí un poco entonces de sus palabras, que me parecieron resabios de viejo comunista. Ahora no me reiría tanto.
            Cada vez que una de esas bombas estalla y se lleva por delante la vida o la pierna de un inocente algo de su sangre me salpica.




sábado, 3 de marzo de 2018

Acción de gracias: No me venga usted con esas



Domingo, 25 de febrero
CONTRA ESTE Y AQUEL

Basta hacer algo para que alguien se moleste; basta decir algo para que alguien se enfade. Por eso yo no le cuento a nadie lo que pienso de los premios de poesía: que a menudo son más un baldón que un galardón, que si un libro se publica con premio es más raro que sea un buen libro que lo contrario.
            Yo los eliminaría todos de un plumazo, y el primero de todos el Nacional de Literatura, tanto el de poesía joven como el de poesía vieja. Dejaría solo -- no me meto en cómo desperdicia cada cuál su dinero-- los premios de financiación privada, que son los menos. Pero diputaciones, ayuntamientos, gobiernos central o autonómico, tienen otras maneras más provechosas de emplear el dinero de los contribuyentes.
            ––¿No te parece bien que se lo gasten en cultura?, me pregunta algún amigo al que me he atrevido a hacer estas confidencias en un lugar apartado cuando no nos oía nadie.
            ––¿Pero qué tendrán que ver los malos libros de poemas, o ni siquiera malos, solo mediocres, con la cultura? A mí me parecen bastantes más respetables los Marwan, los Elvira Sastre, los Iribarren –todos esos poetas que viven, o tratan de vivir, de sus lectores, que encuentran una demanda para lo que escriben– que esos otros que andan por ahí a la caza de premios y cuyos libros solo aparecen en alguna editorial seria cuando reciben algún galardón.
            ––Por editorial sería me imagino que no te referirás a Visor.
            ––Incluso Visor me vale. Yo recibo sus novedades y es más fácil que el libro que dejo a un lado tras una rápida hojeada venga avalado por un premio que publicado sin él. A mí concursar solo me parece disculpable cuando se tienen veinte años o se trata de un primer libro. Luego ya conoces el apotegma clásico: es más digno robar que mendigar, pero menos humillante mendigar que concursar.
            ––¡Esas cosas no te atreves a decirlas en público!
            ––Por supuesto que no, casi todos mis amigos poetas tienen un libro publicado en la denostada y envidiada Visor, en Hiperión o en Pre-Textos gracias a un premio y a veces incluso estando yo en el jurado.
            ––¿O sea que no estás en contra de los premios amañados sino de todos los premios?
            ––Exacto, la única diferencia entre los premios amañados y los que no lo están es que los primeros suelen recaer sobre mejores libros.


Martes, 27 de febrero
COSAS DE LA EDAD

Vivir envejece afirma tópicamente Wagensberg en su último libro de aforismos, Hasta cierta edad solo metafóricamente, le replico yo. Yo no he empezado a envejecer hasta los sesenta y muchos años y quizá por eso aún no me he acostumbrado.
            Siempre me extraña que, cuando algún conocido me encuentra paseando al pequeño Martín, me pregunte “¿tu nieto”? y no “¿tu hijo?”, que es lo que yo me esperaría.




Miércoles, 28 de febrero
EXCUSASIO NON PETITA

No solo envejezco a marchas forzadas, sino que me estoy convirtiendo en un cascarrabias. “Vale –me digo–, este o aquel libro de algún veterano contertulio, que comenzaste a leer con la mayor ilusión, te ha defraudado, pero ¿no podías callarte en lugar de contarlo en una  reseña? ¿No te estará entrando el complejo de Juan Ramón Jiménez, que se revolvió contra los poetas que antes había apoyado al ver que empezaban a triunfar y a hacerle sombra?” (Sonrío al darme cuenta de que, hasta hacerme reproches, soy un poco megalómano.) “Es posible –me respondo–, pero el libro de Martín López-Vega habría sido un poco mejor si no solo hubiera tenido en cuenta la opinión de Xuan Bello, antes de publicarlo; y que la edición de los sonetos de Juaristi que acaba de aparecer en Renacimiento no habría perdido nada si yo la hubiera echado un ojo.  Lo que me habría gustado decir en privado, tengo que decirlo en público. Y bien que lo lamento”.


Jueves, 1 de marzo
LA ZORRA Y LAS UVAS

––¿No te gustaría ser un triunfador, Martín? ¿Publicar un libro y que se hagan eco todos los medios de comunicación y que te lleven y te traigan en gira promocional por toda la geografía patria como se decía en esos tiempos del franquismo que ahora se han vuelto a poner de moda? Tú publicas y publicas y nadie se entera,
            ––Nadie se entera, salvo aquellos a los que interesa lo que escribo. Para mí triunfar no es tener que engañar a los lectores, como Muñoz Molina o Javier Cercas, y estar obligado a fingir que cualquier cosa que escribo es una novela. Para mí el triunfo es seguir publicando, cuarenta años después del primer libro, sin hacerle concesiones al mercado.
            ––El que no se consuela es por qué no quiere.
            ––Bueno, ya conoces mi fábula favorita, la de la zorra y las uvas, esa en la que una zorra trata de alcanzar un racimo de apetitosas uvas y al final, tras fracasar en sus saltos, se da la vuelta desdeñosa y afirma: "Están verdes". Eso es más o menos lo que me pasa a mí con el éxito. No me molesta en absoluto, estaría encantado de ser un escritor de éxito, siempre que no tuviera que escribir novelas o fingir que las escribo ni tener que hacer giras promocionales para colocar el producto ni escribir reseñas elogiosas de los autores que publican en el mismo grupo editorial, y siempre que no implicara recibir ningún premio, especialmente los institucionales, casi todos de geriátrico, como el reina Sofía. Yo creo que Juan Goytisolo se murió de vergüenza por haber tenido que aceptar el Cervantes para no morirse de hambre. 
            ---Hombre, tanto como morirse de hambre...
        

Viernes, 2 de marzo
OTRO REGRESO

Nos conocíamos desde hacía casi cuarenta años, desde los tiempos de Jugar con Fuego, al principio nos escribimos con asiduidad, luego más espaciadamente, pero nos habíamos visto pocas veces. La última en Madrid, cuando aún vivía Aleixandre. Se despidió apresuradamente porque había quedado con él y no quería llegar tarde a la cita. "Si lo haces --me dijo--, pasa tu turno y ya no te recibe".
            Y ahora, de pronto, inesperada e inexplicablemente, me invitaba a pasar unos días con él en una casa que acababa de comprar en Portugal, cerca de Coímbra, en un lugar paradisíaco que cruzaba el río Ceira antes de desembocar en el Mondego.
            La tentación era grande, pero siempre me ha costado aceptar invitaciones. Soy sociable solo algunas franjas del día; luego necesito retirarme a mi caverna, cerrar puertas y ventanas, alimentarme de oscuridad. "Si voy --le dije--, me alojaría en el Astória, como siempre, si es que sigue abierto".
            "Si vienes --me respondió--, te quedas en mi casa. Y no solo porque me consideraría ofendido si no lo hicieras, sino porque no podrías evitarlo cuando sepas que forma parte de la Quinta da Urgeiriça, la Quinta de los Brezos en español, la misma a la que vino a vivir Eugénio de Andrade con su madre en 1943, la misma, como sabrás bien, en que escribió su primer libro importante.
            ¡Cómo no iba a saberlo! Desde que leí el prólogo a Memórias da Alegría, su antología de versos y prosas sobre Coímbra, había soñado con aquel lugar que me imaginaba, para decirlo con el título de Soto de Rojas, "paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos". ¡La quinta da Urgeiriça!
            “Yo no vivo en el edificio principal, construido a finales de los años veinte por Raul Lino, sino en una casa más pequeña, con piscina, que construyó en un extremo del jardín a mediados de los años cuarenta, Ricardo Serra, que fue precisamente el anfitrión del poeta cuando anduvo por aquí”.
            Ricardo Serra, a quien nunca menciona Andrade en sus recuerdos de Coímbra, es quizá el personaje principal del Diario en que Matilde Ras cuenta su estancia en Portugal entre 1941 y 1943; un personaje misterioso y fascinante, del que parece enamorada, capaz de hacer realidad los deseos de todos los que se acercan a él. Tenía un raro pasado de aventurero, publicó dos libros de cuentos, algún poema, pero luego desapareció sin dejar rastro.
            ¿Guardaría algún recuerdo suyo la Quinta da Urgeiriça, ahora dedicada a la agricultura ecológica, según pude averiguar por Internet.
            Desplazarse hasta Coímbra, para quien no tiene coche, no resulta fácil, aunque no sea tan complicado como en mi primer viaje: en tren hasta Medina del Campo para allí, de madrugada, tomar el Lusitania Express, que enlazaba París con Lisboa. Convencí a un amigo para que me hiciera de chófer, a cambio yo le serviría de guía en Oporto, donde haríamos una parada previa, y en Coimbra.
            Aparcamos cerca de la estación y desde allí llamé a mi amigo, como habíamos quedado; él vendría a buscarnos para llevarnos a su casa. "No hace falta --le dije yo-- con el GPS no hay problema por escondida que esté". Pero él insistió en que le llamáramos. Lo hice. No respondió. Insistí. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
            Fuimos hasta allá, equivocándonos dos o tres veces, por hermosos parajes. De vez en cuando nos deteníamos para hacer algunas fotos. Llegamos hasta la quinta que yo tantas veces había visitado en sueños. Estaba en lo alto de una colina. Las vistas eran espléndidas, pero el conjunto residencial no debía asemejarse gran cosa a lo que era en los años cuarenta. Un pequeño chalet blanco, algo apartado del resto, llamó mi atención. Ahí debía de vivir mi amigo, pensé al ver muy cerca la piscina de la que me había hablado.
            De un coche aparcado cerca salió al vernos un joven con traje oscuro. ¿Veníamos a ver la casa? Era el empleado de la agencia. No, no, venimos buscando a don Juan Costa, que vivía allí o en algún lugar cercano.
            ––Aquí no; lleva más de un año en venta; hoy ha llamado una persona interesada, creí que serían ustedes, disculpen.
            Preguntamos también en el edificio principal, sin resultado. Tampoco le conocían en el bar del pueblo en el que entramos a tomar algo.
            Para ser una broma resultaba algo pesada y bastante extraña. Volvimos hasta Coímbra y pronto se me pasó el mal humor. Aparcamos de nuevo el coche cerca de la estación y comenzé el itinerario que hago siempre que vuelvo a esa ciudad, capital de la melancolía: el Largo da Portagem, con su prohombre en bronce en el centro y el consultorio de Miguel Torga a un lado; la Rúa Ferreira Borges, estrecha y elegante, donde estuvo el Café Arcadia; el café Santa Cruz, en que siempre hay que hacer la primera parada; la vuelta hasta el Arco de Almedina; la subida por las calles inverosímilmente empinadas; la Universidad, con la dorada biblioteca y la Porta Férrea; bajar luego por las escaleras monumentales, llegarse hasta el Jardín Botánico, bajar por Alexander Herculano hasta la Praça da República, adentrarse en el Jardim da Sereia; descender la Avenida hasta la plaza frente a la iglesia de Santa Cruz; perderse por las rutas de la Baixa; llegarse hasta el río, cruzar el puente de Santa Clara... Cien veces he hecho ese camino, mil veces lo volvería a hacer, nunca me cansa. Infierno y paraíso aquella Coímbra de mis mocedades: “Tuvo que ser así, de nada me arrepiento. / Ahora soy más feliz, pero estoy muerto”.