Domingo, 25 de febrero
CONTRA ESTE Y AQUEL
Basta
hacer algo para que alguien se moleste; basta decir algo para que alguien se
enfade. Por eso yo no le cuento a nadie lo que pienso de los premios de poesía:
que a menudo son más un baldón que un galardón, que si un libro se publica con
premio es más raro que sea un buen libro que lo contrario.
Yo los eliminaría todos de un
plumazo, y el primero de todos el Nacional de Literatura, tanto el de poesía
joven como el de poesía vieja. Dejaría solo -- no me meto en cómo desperdicia
cada cuál su dinero-- los premios de financiación privada, que son los menos.
Pero diputaciones, ayuntamientos, gobiernos central o autonómico, tienen otras
maneras más provechosas de emplear el dinero de los contribuyentes.
––¿No te parece bien que se lo
gasten en cultura?, me pregunta algún amigo al que me he atrevido a hacer estas
confidencias en un lugar apartado cuando no nos oía nadie.
––¿Pero qué tendrán que ver los
malos libros de poemas, o ni siquiera malos, solo mediocres, con la cultura? A
mí me parecen bastantes más respetables los Marwan, los Elvira Sastre, los
Iribarren –todos esos poetas que viven, o tratan de vivir, de sus lectores, que
encuentran una demanda para lo que escriben– que esos otros que andan por ahí a
la caza de premios y cuyos libros solo aparecen en alguna editorial seria
cuando reciben algún galardón.
––Por editorial sería me imagino que
no te referirás a Visor.
––Incluso Visor me vale. Yo recibo
sus novedades y es más fácil que el libro que dejo a un lado tras una rápida
hojeada venga avalado por un premio que publicado sin él. A mí concursar solo
me parece disculpable cuando se tienen veinte años o se trata de un primer
libro. Luego ya conoces el apotegma clásico: es más digno robar que mendigar,
pero menos humillante mendigar que concursar.
––¡Esas cosas no te atreves a
decirlas en público!
––Por supuesto que no, casi todos
mis amigos poetas tienen un libro publicado en la denostada y envidiada Visor,
en Hiperión o en Pre-Textos gracias a un premio y a veces incluso estando yo en
el jurado.
––¿O sea que no estás en contra de
los premios amañados sino de todos los premios?
––Exacto, la única diferencia entre
los premios amañados y los que no lo están es que los primeros suelen recaer
sobre mejores libros.
Martes, 27 de febrero
COSAS DE LA EDAD
Vivir
envejece afirma tópicamente Wagensberg en su último libro de aforismos, Hasta
cierta edad solo metafóricamente, le replico yo. Yo no he empezado a envejecer
hasta los sesenta y muchos años y quizá por eso aún no me he acostumbrado.
Siempre me extraña que, cuando algún
conocido me encuentra paseando al pequeño Martín, me pregunte “¿tu nieto”? y no
“¿tu hijo?”, que es lo que yo me esperaría.
Miércoles, 28 de febrero
EXCUSASIO NON PETITA
No solo envejezco a marchas forzadas, sino que me estoy
convirtiendo en un cascarrabias. “Vale –me digo–, este o aquel libro de algún
veterano contertulio, que comenzaste a leer con la mayor ilusión, te ha defraudado,
pero ¿no podías callarte en lugar de contarlo en una reseña? ¿No te estará entrando el complejo de
Juan Ramón Jiménez, que se revolvió contra los poetas que antes había apoyado
al ver que empezaban a triunfar y a hacerle sombra?” (Sonrío al darme cuenta de
que, hasta hacerme reproches, soy un poco megalómano.) “Es posible –me respondo–,
pero el libro de Martín López-Vega habría sido un poco mejor si no solo hubiera
tenido en cuenta la opinión de Xuan Bello, antes de publicarlo; y que la
edición de los sonetos de Juaristi que acaba de aparecer en Renacimiento no
habría perdido nada si yo la hubiera echado un ojo. Lo que me habría gustado decir en privado,
tengo que decirlo en público. Y bien que lo lamento”.
Jueves, 1 de marzo
LA ZORRA Y LAS UVAS
––¿No
te gustaría ser un triunfador, Martín? ¿Publicar un libro y que se hagan eco
todos los medios de comunicación y que te lleven y te traigan en gira
promocional por toda la geografía patria como se decía en esos tiempos del
franquismo que ahora se han vuelto a poner de moda? Tú publicas y publicas y
nadie se entera,
––Nadie se entera, salvo aquellos a
los que interesa lo que escribo. Para mí triunfar no es tener que engañar a los
lectores, como Muñoz Molina o Javier Cercas, y estar obligado a fingir que
cualquier cosa que escribo es una novela. Para mí el triunfo es seguir
publicando, cuarenta años después del primer libro, sin hacerle concesiones al
mercado.
––El que no se consuela es por qué
no quiere.
––Bueno, ya conoces mi fábula
favorita, la de la zorra y las uvas, esa en la que una zorra trata de alcanzar
un racimo de apetitosas uvas y al final, tras fracasar en sus saltos, se da la
vuelta desdeñosa y afirma: "Están verdes". Eso es más o menos lo que
me pasa a mí con el éxito. No me molesta en absoluto, estaría encantado de ser
un escritor de éxito, siempre que no tuviera que escribir novelas o fingir que
las escribo ni tener que hacer giras promocionales para colocar el producto ni
escribir reseñas elogiosas de los autores que publican en el mismo grupo
editorial, y siempre que no implicara recibir ningún premio, especialmente los
institucionales, casi todos de geriátrico, como el reina Sofía. Yo creo que Juan
Goytisolo se murió de vergüenza por haber tenido que aceptar el Cervantes para
no morirse de hambre.
---Hombre, tanto como morirse de hambre...
Viernes, 2 de marzo
OTRO REGRESO
Nos
conocíamos desde hacía casi cuarenta años, desde los tiempos de Jugar con Fuego, al principio nos
escribimos con asiduidad, luego más espaciadamente, pero nos habíamos visto
pocas veces. La última en Madrid, cuando aún vivía Aleixandre. Se despidió
apresuradamente porque había quedado con él y no quería llegar tarde a la cita.
"Si lo haces --me dijo--, pasa tu turno y ya no te recibe".
Y ahora, de pronto, inesperada e
inexplicablemente, me invitaba a pasar unos días con él en una casa que acababa
de comprar en Portugal, cerca de Coímbra, en un lugar paradisíaco que cruzaba
el río Ceira antes de desembocar en el Mondego.
La tentación era grande, pero
siempre me ha costado aceptar invitaciones. Soy sociable solo algunas franjas
del día; luego necesito retirarme a mi caverna, cerrar puertas y ventanas,
alimentarme de oscuridad. "Si voy --le dije--, me alojaría en el Astória,
como siempre, si es que sigue abierto".
"Si vienes --me respondió--, te
quedas en mi casa. Y no solo porque me consideraría ofendido si no lo hicieras,
sino porque no podrías evitarlo cuando sepas que forma parte de la Quinta
da Urgeiriça, la Quinta de los Brezos en español, la misma a la que vino a
vivir Eugénio de Andrade con su madre en 1943, la misma, como sabrás bien, en
que escribió su primer libro importante.
¡Cómo no iba a saberlo! Desde que
leí el prólogo a Memórias da Alegría,
su antología de versos y prosas sobre Coímbra, había soñado con aquel lugar que
me imaginaba, para decirlo con el título de Soto de Rojas, "paraíso
cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos". ¡La quinta da Urgeiriça!
“Yo no vivo en el edificio
principal, construido a finales de los años veinte por Raul Lino, sino en una
casa más pequeña, con piscina, que construyó en un extremo del jardín a
mediados de los años cuarenta, Ricardo Serra, que fue precisamente el anfitrión
del poeta cuando anduvo por aquí”.
Ricardo Serra, a quien nunca
menciona Andrade en sus recuerdos de Coímbra, es quizá el personaje principal
del Diario en que Matilde Ras cuenta
su estancia en Portugal entre 1941 y 1943; un personaje misterioso y
fascinante, del que parece enamorada, capaz de hacer realidad los deseos de
todos los que se acercan a él. Tenía un raro pasado de aventurero, publicó dos
libros de cuentos, algún poema, pero luego desapareció sin dejar rastro.
¿Guardaría algún recuerdo suyo la
Quinta da Urgeiriça, ahora dedicada a la agricultura ecológica, según pude
averiguar por Internet.
Desplazarse hasta Coímbra, para
quien no tiene coche, no resulta fácil, aunque no sea tan complicado como en mi
primer viaje: en tren hasta Medina del Campo para allí, de madrugada, tomar el
Lusitania Express, que enlazaba París con Lisboa. Convencí a un amigo para que me hiciera de chófer, a cambio yo le
serviría de guía en Oporto, donde haríamos una parada previa, y en Coimbra.
Aparcamos cerca de la estación y
desde allí llamé a mi amigo, como habíamos quedado; él vendría a buscarnos para
llevarnos a su casa. "No hace falta --le dije yo-- con el GPS no hay problema por
escondida que esté". Pero él insistió en que le llamáramos. Lo hice. No
respondió. Insistí. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
Fuimos hasta allá, equivocándonos
dos o tres veces, por hermosos parajes. De vez en cuando nos deteníamos para
hacer algunas fotos. Llegamos hasta la quinta que yo tantas veces había
visitado en sueños. Estaba en lo alto de una colina. Las vistas eran
espléndidas, pero el conjunto residencial no debía asemejarse gran cosa a lo
que era en los años cuarenta. Un pequeño chalet blanco, algo apartado del
resto, llamó mi atención. Ahí debía de vivir mi amigo, pensé al ver muy cerca
la piscina de la que me había hablado.
De un coche aparcado cerca salió al
vernos un joven con traje oscuro. ¿Veníamos a ver la casa? Era el empleado de
la agencia. No, no, venimos buscando a don Juan Costa, que vivía allí o en
algún lugar cercano.
––Aquí no; lleva más de un año en
venta; hoy ha llamado una persona interesada, creí que serían ustedes,
disculpen.
Preguntamos también en el edificio
principal, sin resultado. Tampoco le conocían en el bar del pueblo en el que
entramos a tomar algo.
Para ser una broma resultaba algo
pesada y bastante extraña. Volvimos hasta Coímbra y pronto se me pasó el mal
humor. Aparcamos de nuevo el coche cerca de la estación y comenzé el itinerario
que hago siempre que vuelvo a esa ciudad, capital de la melancolía: el Largo da
Portagem, con su prohombre en bronce en el centro y el consultorio de Miguel
Torga a un lado; la Rúa Ferreira Borges, estrecha y elegante, donde estuvo el
Café Arcadia; el café Santa Cruz, en que siempre hay que hacer la primera
parada; la vuelta hasta el Arco de Almedina; la subida por las calles
inverosímilmente empinadas; la Universidad, con la dorada biblioteca y la Porta
Férrea; bajar luego por las escaleras monumentales, llegarse hasta el Jardín
Botánico, bajar por Alexander Herculano hasta la Praça da República, adentrarse
en el Jardim da Sereia; descender la Avenida hasta la plaza frente a la iglesia
de Santa Cruz; perderse por las rutas de la Baixa; llegarse hasta el río,
cruzar el puente de Santa Clara... Cien veces he hecho ese camino, mil veces lo
volvería a hacer, nunca me cansa. Infierno y paraíso aquella Coímbra de mis
mocedades: “Tuvo que ser así, de nada me arrepiento. / Ahora soy más feliz,
pero estoy muerto”.
¿Los premios amañados eligen mejores libros? Bueno, no sé si tomarte en serio, pues no es nada nuevo que eres amigo de las paradojas, como esa de que cuentas a nadie lo que cuentas a todo el mundo. La verdad es que se queda uno intrigado: ¿qué será lo que no cuenta este hombre?
ResponderEliminarPor lo general sí que son mejores los premios amañados: se le pide que se presente a un amigo que es buen poeta y del que sabemos que acaba de publicar un libro (fue lo que parece que pasó con Juan Luis Panero en el primer Loewe) y no tenemos que premiar así lo menos malo de lo azarosamente presentado (que con frecuencia no es muy bueno).
Eliminar“La única diferencia entre los premios amañados y los que no lo están es que los primeros suelen recaer sobre mejores libros”.
EliminarEsa sería la diferencia “más paradójica”. Y en todo caso no la “única”. Ni la mayor tampoco, la cual usted conoce bien e incluso denuncia a veces (otras no, es curioso).
“Eso es jugar con ventaja”, palabras suyas en una entrada previa marcando la única diferencia grave de verdad (sobre todo con dinero público) y que cualquiera que no sea ingenuo (incluido usted) tiene en su mente. Así que no la voy a subrayar, pero tampoco hay que omitirla ¿no?
Otra diferencia, claro, es que unos engañan y otros son honestos. Lo que yo quería subrayar es que a veces me parece, y con buenas razones (aunque discutibles), que todos sobran.
EliminarOpinar en un medio público que Muñoz Molina y Cercas "engañan a sus lectores" me parece un exceso que suscita diferentes interpretaciones, ninguna de ellas muy deseable.
ResponderEliminarCreo que estos despellajamientos deben calibrarse antes de poner el amplificador, pues no solo los aludidos sino sus muchos lectores, se sentirán ofendidos. Quien engaña es un mentiroso y un farsante, y esa descalificación debe sustentarse en sólidos argumentos.
Lee, José Cancio, la reseña de esta semana en "Crisis de papel". Después hablamos. Gracias.
EliminarComo este jueves pasado he terminado de leer "Un andar solitario entre la gente", opino con conocimiento de causa. Siguiendo tu recomendación también he leído hace unos minutos tu reseña, crítica que en lo sustancial suscribo plenamente.
EliminarQue se denomine novela a lo que no lo es, también me sorprendió a mí cuando supe de su inminente lanzamiento a través de Babelia y otros culturales. Que las editoriales abunden en estas marrullerías tampoco extraña ya a nadie. Pero el hecho de que la obra no sea fácilmente "apellidable" ha generado este vacío, pues tampoco es un ensayo ni un subgénero de la prosa clásica. Supongo que habilitar vocablos como collage o puzzle o miscelánea (como apuntas) podía resultar oportuno cuando se presentan estas situaciones, por demás no tan infrecuentes. Dicho esto, mezclar confusión comercial con engaño deliberado por parte de AMM me sigue pareciendo excesivo y hasta injusto, tratándose de una obra, desde mi punto de vista, de una calidad literaria abrumadora. Por otra parte, él cuenta con un número tan elevado de seguidores incondicionales que dudo mucho que alguno se sienta decepcionado, defraudado o engañado por comprar lo que algunos les venden como novela. Yo me refiero a ella como "última entrega de AMM" y anticipo que más o menos se trata de borbotones poéticos encadenados con reflexiones de bellísima prosa poética. Como tú bien dices, se detectan en ella ecos de "Ventanas de Manhattan", que no era estrictamente una novela, como tampoco me lo parecieron "Sefarad" o "El jinete polaco". Antonio hace un revuelto de impresiones con facilidad prodigiosa y su lectura resulta muy gratificante. Escribir sin argumento definido ni desenlace porque el texto trufado de percepciones de sensibilidad exquisita y biografías y pensamientos ajenos se basta a si mismo me parece una fórmula interesante. De igual modo, memorias o diarios o crónicas se confunden alejándose de la ortodoxia tradicional. Y ninguno detectamos en ello trampas semánticas.
Gracias.
El libro de Muñoz Molina, esa mezcla de autobiografía y reflexión, es tan tradicional como cualquier novela y cuenta con tantos lectores (o más) que cualquier novela estrictamente literaria (no policíaca ni best seller más o menos templario); los editores deberían darse cuenta de ello y no hacer esas trampas que los dejan en ridículo, y no solo a ellos sino a los escritores que se lo consienten (y a los suplementos que callan para que no les retiren la lucrativa publicidad: véase Babelia).
EliminarParece que hemos acercado posturas, José Luis, lo cual me agrada porque tan bicho raro soy que mis escasas intervenciones buscan más el encuentro convencido que el desencuentro crispado. Comentar coincidencias con nuestro interlocutor y hasta reconocer su verdad en contra de nuestro error no tiene por qué hacer aburrido un blog: tú aportas, el otro añade y el resto dan dos pasos adelante y uno hacia atrás. Y todos contentos, sin vencedores oficiales ni derrotados humillados.
EliminarVolviendo al asunto, cuesta trabajo creer que Muñoz Molina y otros figuras tengan capacidad para impedir a sus editoriales devaneos comerciales
Alguna vez leí que J. Marias reconocía la intromisión de las editoriales en aspectos tan personales como el título de su novela. Creo que esa tasa la pagamos todos los que de un modo u otro ejercemos la profesión liberal. A mí me han espetado muchas veces que "no somos mecenas renacentistas, sino empresarios en busca del mejor negocio posible".
Un abrazo.
Al autor el editor le puede hacer sugerencias (por lo general mejorar el texto), pero nunca imponerles nada y menos si es uno de los autores, como en este caso, que sostienen a la editorial. Si el autor acepta un cambio, o un engaño al lector en los paratextos, ya es tan responsable del mismo como el editor.
EliminarDándole una vuelta al asunto, recuerdo que cuando compré Conversaciones en La Catedral me sorprendió que La Catedral fuera un bar. Pero no pensé que Vargas o su editorial quisieran engañar a los lectores camuflando el título tras una cierta ambigüedad religiosa, imaginé un juego de palabras o una simple curiosidad.
EliminarEn definitiva, o José Luis conoce a AMM mejor que yo o lo está incluyendo indebidamente en un grupo que no le corresponde.
Pordiós cuántos dengues, y qué dermis tan finas y aterciopeladas, tan sensitivas y expuestas a dermatitis y sabañones. José Luis no llama mentiroso a Muñoz Molina, ni siquiera al otro, pues explica a renglón seguido en qué sentido dice que engañan al lector: fingir que todo lo que escriben es una novela. ¡Eh, oigan! ¡Qué está sólo una línea más abajo!
ResponderEliminarY es que son ciertos los primeros párrafos del diario: "Basta hacer algo para que alguien se moleste; basta decir algo para que alguien se enfade."
Habría que remitirse incluso al título. Vamos, ande, "no me venga usted con esas".
Por otra parte, qué muermo y qué tostón el escritor que no sea capaz de engañar a los lectores. "Más le valiera a ese infeliz atarse al cuello una piedra de molino y..." escribir en la sección de sucesos.
Hace poco hablaste de una novela sobre un payaso. Uno de los aciertos era que todo lo escrito en esa novela fue real. ¿Por qué no entonces no concederle el título de novela al libro de Muñoz Molina? Después del Ulises, ¿qué es una novela?
ResponderEliminarNo era una novela, sino una investigación sobre la vida de un payaso, que triunfó en Inglaterra y Estados Unidos y luego acabó suicidándose en Nueva York. El autor contaba además cómo se había interesado por el tema y el desarrollo de la investigación. Ni el libro se anuncia como novela ni nadie que lo haya leído lo confunde con una.
ResponderEliminarNadie te va a multar por llamar novela a lo que te dé la gana: a un libro de poemas, a un conjunto de artículos, a una obra de teatro. Pero que el empleado de una librería (todavía hay empleados sabios a los que se pide consejo) le recomiende a un lector o a una lectora que le solicite una novela esta obra de Muñoz Molina y veremos lo que tarda en devolvérsela, y no con muy buenos modos (el caso ya ha ocurrido). Al lector no se le engaña tan fácilmente como a los críticos de Babelia.
Ay, Martín, he hojeado otra vez la crítica sobre el libro "Marcelino" (el payaso) y terminas diciendo: "fascinante novela sin ficción". Una característica del género novela es que está escrito en prosa. Otra cosa es que un libro de poesía tenga argumento novelado. ¿Qué es una novela?, era la pregunta. Aquí en Tenerife la gente mayor decía con frecuencia "mi vida es una novela". Estas entregas que tú haces todas las semanas, ¿no son acaso fragmentos de la novela de tu vida?
ResponderEliminarEl término "novela" puede usarse de manera metafórica para un relato de cierta extensión, una crónica, una biografía, etc. "que se leen como una novela". El término ni siquiera de esa manera se puede aplicar al libro de Muñoz Molina (quien pretenda leerlo de esa manera lo abandonará a las pocas páginas). El género crea unas expectativas de lecturas. Defraudarlas no es bueno ni siquiera como estrategia publicitaria.
EliminarSi te digo al verdad, estoy hablando en el aire. Muñoz Molina es un autor que no me interesa, por lo que he leído dél. Da igual que sea novela o pseudonovela ese libro. Sólo sé lo que tú has dicho.
EliminarPues antes de replicar a lo que se dice sobre un libro, conviene hojearlo, o al menos leerlo, amigo Jesús.
EliminarAlgo de arbitrario y loco debe haber en valorar y jerarquizar una cosa tan subjetiva como la estética, la literatura, con vistas a dar premios. En qué medida pueden ser siquiera comparables unas obras con las otras (una vez apartadas las que ni remontan la sintaxis). Aún más incomprensibles pueden ser los resultados. Valoración del arte, se dice pronto. Nunca he entendido que Baroja se considere un buen novelista, con su escritura descuidada, desatendida y perezosa. Claro, tiene tramas, pero la trama es más bien algo policial o judicial; literatura creo que refiere sobre todo al modo de escribir. Sucede finalmente como con la pintura abstracta. Es buena aquella por la que se paga bien, y ahí los críticos crean opinión y corriente social.
ResponderEliminarDe Cercas sólo leí Soldados de Salamina. Podía haber sido una novela buena si se hubiese limitado a narrar la aventura del falangista. Pero ya se encarga el autor, a conciencia, de arruinar la obra metiendo en medio a un investigador y a su novia, pareja antiestética y grosera, con la novia deliberadamente tonta para ensalzar la figura del investigador. Nunca mais.
Me gustó En Ausencia de Blanca, de Muñoz Molina, con sus evocaciones líricas y sugestivas. Pero El Jinete Polaco parece una apuesta del autor, algo como Qué te jugás a que puedo escribir las frases más largas de la Historia de la Literatura, más que Proust y que cualquiera. Y claro, es muy antinatural, la memoria humana tiene sus dimensiones razonables y ni siquiera el flujo del acaecer mental es de semejante desmesura. El gran Proust marcó la medida. Así que otro nunca mais.
Y dirá Martín, con razón, que no se puede juzgar a un autor por unas pocas obras. Y sí, pero está también la limitación del vivir, y la necesaria elección entre descubrimiento y relectura. ¿Indagar en lo último de M Molina, o volver a Alejo Carpentier, o a Borges, o a García Márquez, o a Céline, o a Yourcenar?
Aún así, agradezco a Martín el descubrimiento de Elvira Sastre, un acento fresco, muy personal.
Quisiera preguntar a Martín, si dispone de un minuto, si en sus antologías o WEBs tiene escrito algo sobre el griego Odysseas Elytis. Encontré un poema suyo en un libro de viajes y me agradó mucho.
Gracias de cualquier modo.
No recuerdo haber hablado sobre Elytis.
Eliminar“Para mí triunfar no es tener que engañar a los lectores”.
ResponderEliminar¿Triunfan porque engañan, o engañan porque triunfan? ¿Cantan siempre en playback, o se les perdona que lo hayan hecho alguna vez en el pasado estando afónicos?
Porque no es lo mismo…
Por cierto (y eso sí es verdad) tampoco es lo mismo promocionar algo engañosamente como “novela” ante los potenciales lectores, que llamarlo así uno mismo (“novela sin ficción”) de manera retórica cuando comenta la obra tras haberla ya leído.
El problema con el señor Martín es que su tono agresivo (ese “despellejamiento” que mencionó el señor Cancio) pone el oído ajeno a la defensiva incluso cuando él sí tiene razón, como en este caso. Y eso no ayuda ni a la crítica ni al crítico.
Aunque la expresión es libre, claro. Y espero que justo por eso él entienda mi (tímida) crítica al respecto.
Es plaga contumaz y pestilente
ResponderEliminaresta del neofascismo psicológico
definido de modo muy brillante
por Wilhelm Reich, por Karen Horney y otros.
No me refiero ahora a los caudillos
dañinos, ensañados con las masas,
a las que con placer prenderían fuego
por no tener los genes adecuados,
o profesar ideas libertarias.
No, no hablo de Hitler, Mussolini, Franco
u otros histriones no menos fantoches.
Hablo de los que insultan a placer
sin medida, respeto ni cuidado,
pero les falta el tiempo para ir
al Juzgado de Guardia más cercano
si alguien deja escapar una palabra
que pudiera afectar a su interés,
(aunque fuere del modo más remoto).
"Mentón de vidrio y puño de metal",
los han calificado con razón.
Pero la vieja lengua castellana
los denigra a su manera antigua:
"ley del embudo", engreídos matones,
les dirige, certera, su sentencia.
A Bonifacio. Una cosa es llamar uno a una cosa novela y otra es que la llame un crítico con autoridad (evito elogios porque son demasiados) y amenidad. No conozco la novela, bueno, el libro de Muñoz Molina, pero sí la crítica que le hizo Martín en Crisis de papel. Lo que no entendí de esa crítica es ese empeño por no llamarlo novela y considerarlo un engaño grave que lo hayan hecho otros. No sé, me parece exagerado, casi otra vez el cuento son galgos o podencos. Por lo demás, razón tiene Martín. Primero tendría que haber ido a la fuente principal, la o la no novela en cuestión.
ResponderEliminarQuizá (aparte del tono agresivo que cité, error de algunos críticos), el problema estriba en que todos los críticos (con autoridad o no, diplomáticos o no), son lectores. Pero no todos los lectores son críticos (aunque todos tengan opinión). Por eso, creo, se inventaron (a modo de orientación) las etiquetas literarias como “novela” o “ensayo” o “biografía”, aunque los géneros sí puedan ir mezclados (incluso hasta volverse indistinguibles, a veces).
EliminarDe ahí que (en mi opinión) sí exista un engaño serio a la hora de promocionar un texto con la etiqueta que no le corresponde, aunque luego el lector a posteriori (con autoridad reconocida o no), le otorgue un cuño propio como quien le estampa un ex libris en casa.
Sería mejor no usar dicha etiqueta previamente en un libro si no le corresponde de manera estricta, pienso. O como mucho subrayar justo eso, que su género es ambiguo, a la hora de promocionarlo. Y que el lector decida luego.
Lo contrario puede llevar a que alguien compre las famosas “memorias” de Yourcenar pensando que son las verdaderas del emperador Adriano en vez de unas ficticias. O al revés, si confunde al recopilador de las memorias (las que sean) con quien de verdad las ha vivido.