viernes, 23 de noviembre de 2012

Nada personal: Por qué no me callo

Sábado, 17 de noviembre
SE ABRE EL TELÓN

“¿Contando todas las semanas tu vida no te sientes como un saltimbanqui, un titiritero, un contertulio televisivo que debe entretener al público con más o menos hábiles juegos de manos o enseñándole tus vísceras?”, me reprocha un amigo en el centro comercial que yo he convertido en biblioteca de las tardes de los sábados.
            Vivo como un actor en el escenario, cierto. Pero el telón solo se descorre cuando yo quiero. Y al otro lado está el público, distraído con sus cosas, en absoluto atento a lo que pasa en escena.
            Y más de una vez, cuando miro hacia la sala, la encuentra vacía. O me encuentro ante un espejo.

           
Domingo, 18 de noviembre
TODAVÍA

Andrés Montes entrevista a Javier Gomá, filósofo, director de la Fundación Juan March. Entre muchas observaciones inteligentes y a contrapelo de los tópicos habituales, algo llama la atención: “La sociedad contemporánea ha producido un milagro. Tenemos una vida muy larga, existe un Estado de derecho, procedimientos democráticos, una opinión pública abierta, distribución de la riqueza. Se ha implantado la paz como principio fundamental en la resolución de conflictos, cosa que antes no ocurría, porque la virtud estaba asociada a la violencia, y hoy está vinculada a la paz. Se protege a las minorías tradicionalmente discriminadas, como los niños, las mujeres, los homosexuales, los heterodoxos”.
            ¿Las mujeres una minoría? ¡Cuántas cosas revela ese lapsus! Las mujeres, aunque tantas en número como los hombres (o más) han sido tradicionalmente consideradas una minoría porque cada hombre valía por varias mujeres. Y si en el subconsciente de una persona tan ilustrada como Javier Gomá sigue vivo ese prejuicio, ¿cómo no lo vamos a encontrar aún, en cuanto rasquemos un poco, en el resto de la gente?


Lunes, 19 de noviembre
NO VALE TODO

Parece que a los “patriotas” españoles que idearon lo de las cuentas de Pujol y Mas en Suiza les va a salir el tiro por la culata. Me alegro. Y me avergüenzo un poco de los políticos –de derechas y de izquierda– que las dieron sin más por buenas y las utilizaron en sus mítines. Quien cree un bulo que le beneficia –los bulos no solo circulan por Internet– es tan culpable como el que lo echa a rodar.
            –-¡Tú pareces creer que hay personas por encima de la ley!
            –-En absoluto. Que se investiguen las finanzas de Pujol, de Mas o del rey de España. Pero que no se les condene, no ya por un borrador anónimo, sino ni siquiera por un documentado artículo del New York Times. Que se investigue.
            –-¡Pero es que a ti parece alegrarte que España se rompa!
            ––Si no es por la acción de un ejército extranjero, ningún país se rompe si no estaba ya roto, o mejor dicho, si no era un país sino varios.


Martes, 20 de noviembre
PATRIA MÍA

Antes de la lectura de poemas en el vetusto Casino de Avilés, hago de guía urbano, mi ocupación favorita, para unos cuantos amigos. La cristalera de la biblioteca brilla como una maravillosa cápsula de felicidad en medio de la oscuridad del parque.


Miércoles, 21 de noviembre
UNAS GOTAS

Abro Disparos el aire, el libro de Fernando Llorente que me acaba de regalar su editor, Luis Alberto Salcines, y con lo primero que me encuentro es con este aforismo: “La ironía es la gracia de la inteligencia. Pero sin unas gotas de cinismo no tiene chiste”.
–Completamente de acuerdo. Pero tampoco conviene pasarse en la dosis.


Jueves, 22 de noviembre
QUÉ HE HECHO MAL

–Usted no me conoce. Yo con usted nunca había hablado, pero creo conocerle bastante bien. Le leo cada semana y casi siempre estoy de acuerdo con lo que dice. Por eso me atrevo, si me lo permite, a contarle una historia y pedirle un consejo. Me casé tres veces, me separé otras tantas, ahora vivo solo, como usted, según se deduce de lo que escribe. Pero usted ha tenido la suerte de, por lo que yo sé, nunca estar casado. Mi primera mujer era profesora y lo dejamos por una tontería. A ella le gustaban escritores que yo detesto. Discutíamos casi todos los días. Me pidió que leyera una novela de Javier Marías que le había entusiasmado y yo no pude pasar del primer capítulo. De ahí dedujo que no teníamos nada en común. Lo que yo deduje, algo después, siempre he sido un poco lento, es que entre ella y el profesor de matemáticas, que por cierto no leía ninguna clase de novelas, se había desarrollado una especial sintonía. Acabaron casándose. Yo también lo hice, poco después de ella, con una mujer que se le parecía. Se le parecía tanto que acabó despreciándome porque me aburría en los conciertos que a ella la entusiasmaban. Terminé dejándola ir sola, mientras yo me quedaba en casa leyendo las novelas que antes me aburrían y ahora me interesaban cada vez más. Mi segunda mujer se hizo muy amiga de la periodista encargada de comentar los conciertos en el diario local y acabaron yéndose a vivir juntas. Se presentan siempre como amigas, aunque todos sus conocidos saben que son pareja. Envidio a las personas capaces de vivir solas. ¿Cómo lo hacen? Yo no puedo estar sin tener alguien al lado, aunque mis buenos ratos en compañía han solido ser bastante escasos. A mi tercera mujer la conocí en un club de lectura de Vallobín. Separada, cerca de los cincuenta, gran lectora, muy callada, no parecía tener demasiado atractivo. Desde el principio noté que estaba interesada en mí. Lo intenté con varias antes de ella y al final comenzó a gustarme. Era yo quien llevaba el peso de la conversación, ella me miraba y asentía dulcemente, no tuvimos ni un roce, ni una discrepancia. Creí que había encontrado a la mujer perfecta. Y un día me dijo, sin levantar la voz, como la cosa más natural del mundo, que lo nuestro no funcionaba, pero que esperaba que siguiéramos siendo buenos amigos. La muy puta, perdone la expresión. ¿Y por qué le cuento todo esto? Pues porque no me conoce, pero yo creo conocerle bastante bien y me fío de su criterio. ¿Qué he hecho mal?
            –¿Se lo ha preguntado a ellas?, fue lo único que se me ocurrió responder.


Viernes, 23 de noviembre
ACERCA DE LA CRÍTICA

Desde hace mil y una semanas, desde 1988, comento cada semana un libro. Pablo Martínez Zarracina me envía un cuestionario sobre esa persistente costumbre.
            –Decía Connolly que el ejercicio de la crítica te deja en el cuerpo la sensación de ser el tipo que ahoga «los gatitos de los demás». ¿Conoce esa sensación?
            –No. Los gatitos están vivos. Los malos libros están muertos.
            –¿Qué le parece la crítica literaria que se hace en nuestro país?
            –Me considero incapaz de hacer juicios tan generales. La crítica literaria en lo suplementos culturales no me interesa nada cuando es mera prolongación de la publicidad editorial o una efusión amical más o menos disfrazada. Menos todavía cuando se limita a resumir el currículum del autor y a describir asépticamente el libro. Me interesa cuando está escrita con pasión y conocimiento.
            –¿De qué presupuestos parte su trabajo como crítico?
            –Solo soy un lector que se ofrece como guía de otros lectores. Lo que opinen los autores de los que me ocupo me interesa poco. No escribo para ellos.
            –¿Cree que los blogs literarios están sustituyendo a los suplementos y revistas como lugares de debate y promoción?
            –En parte, sí, porque son más ágiles y requieren menos inversión económica. Sus limitaciones están en su misma facilidad. Cualquiera puede decir en ellos cualquier cosa. Pero el buen lector sabe de qué blogs fiarse y de cuáles no, como ocurre con los suplementos y revistas impresas.
            –¿A qué críticos (españoles, extranjeros, vivos, muertos o seriamente enfermos) ofrecería las páginas de una revista que estuviese bajo su dirección?
            –A muchísimos. A toda la gente que admiro. A Clarín, en primer lugar. A Pérez de Ayala. A  Pedro Salinas. A José-Carlos Mainer (pero no para hablar de la literatura actual). A Eduardo Jordá. A Paul Valery. A Chesterton.  A Antonio Muñoz Molina. A muchos más, que sería tedioso enumerar. Pero sobre todo se las ofrecería a Borges.


Sábado, 24 de noviembre
TODO TIENE UN LÍMITE

–De sobra sabemos lo que piensas sobre Cataluña. ¿Por qué no te lo callas? Solo vas a conseguir irritar a la mayoría de tus lectores. Seguro que más de uno dejará de leerte.
            –Pues lo siento mucho. Pero, aunque escriba en un periódico que se convierte en papel viejo al día siguiente, uno no escribe solo para los lectores de hoy. Escribe para las hemerotecas. Escribe para no tener que avergonzarse en el futuro y para que no se avergüencen de uno los lectores del futuro. ¿Recuerdas el epitafio de Kipling sobre un joven muerto en la Gran Guerra? “Nuestros padres mintieron. Eso es todo”. Pues yo procuro no mentir ni callar. Eso es todo.
            –Tú pones tu vanidad por encima del bien de España.
            –Pues te advierto que si no callo, a pesar de que lo que digo no me cause ningún provecho ni influya para nada en ningún elector, es solo para que quede constancia de que entre tantas patrióticas inepcias alguien se esforzó por salvar el buen nombre y el honor de su país, España.
            –A ti todo lo que no sea pensar como tú te parecen inepcias.
            –Casi todo. Y de todas esas inepcias, la que más me ha ofendido ha sido una declaración conjunta del actual presidente de la Junta de Extremadura y del anterior, uno del PP y otro socialista. Dijeron algo así como que “si Cataluña se independiza que nos devuelvan a los ciento cincuenta mil emigrantes que se llevaron”. Como si los emigrantes que salieron de su tierra buscando otro lugar donde les fuera mejor (y, afortunadamente, en muchos casos lo encontramos) hubieran sido secuestrados por tratantes de esclavos. Todo tiene un límite. Hasta la estupidez. Pero ese límite los señores Fernández Vara y Morago lo sobrepasaron con creces. Y no solo ellos, que conste. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Nada personal: Más confesiones inconfesables

Sábado, 10 de noviembre
YO, DICTADOR

Si yo fuera algo más sincero de lo que suelo ser, reconocería que la democracia es solo el segundo de los regímenes políticos que prefiero. El primero es el despotismo ilustrado. Siempre que yo ocupe el lugar del déspota, por supuesto.


Domingo, 11 de noviembre
CONTAR LA VIDA

El cine y las aulas siempre se han llevado bien. En la casa, de François Ozon, nos cuenta las relaciones entre un profesor de literatura cascarrabias y tontorrón y un adolescente, “el alumno de la última fila” (así se titula la obra de Juan Mayorga en la que está basada), inteligente y perverso. Desde el principio me identifico con el alumno, no con el profesor.
            Los jóvenes de hoy no saben escribir, están todo el día colgados del móvil, no les interesa Madame Bovary (la acción transcurre en el instituto Gustave Flaubert) ni ninguno de los grandes clásicos de la literatura. Ese es el discurso del profesor, del que tan fácil es encontrar equivalente en cualquier otro de nuestros profesores.
            Claude, el brillante alumno, seduce al profesor con su talento para contar historias, como una nueva Sherezade. Termina cada una de sus redacciones con un “continuará” que deja al profesor enganchado. Pero lo que cuenta no son fantásticas historias de las mil y una noches, sino la vida de una familia normal y trivial, la familia de uno de sus compañeros, escogido al azar. El astuto Claude se las arregla para entrar en la casa del amigo, para seducir a todos, para burlarse y caricaturizar lo que ve. Y el profesor, un escritor frustrado, y su mujer, una galerista de arte contemporáneo, no pueden dejar de seguir mirando, de seguir leyendo, como atrapados y algo avergonzados espectadores de uno de esos tóxicos y fascinantes programas de la telebasura.
            Ese Claude, angelical demonio, es el Truman Capote de Plegarias atendidas, soy yo también de alguna manera, somos todos los que jugamos a convertir la vida en literatura, la literatura en vida, sin preocuparnos demasiado de los daños colaterales que nuestro lúdico divertimento puede causar a los que nos rodean.


Lunes, 12 de noviembre
YO, PROFESOR

¿Qué pueden aprender quienes solo se dedican a estudiar?, les reprocho hoy a mis mejores alumnos, los que vienen a clase (porque yo, a pesar de que ahora la asistencia universitaria sea obligatoria, como la del parvulario, no soporto tener público cautivo y le incito a no asistir si creen que tienen algo mejor que hacer).
            Estudiar está bien, pero con criterio, sabiendo que la mayor parte de lo que estudiamos son tonterías que conviene olvidar en cuanto pasemos el examen. Y que lo más importante, tanto vital como intelectualmente, se aprende siempre fuera de clase.
            Esto es lo que yo pensaba cuando era estudiante y esto es lo que pienso cuando soy profesor. Ya sé que ahora no conviene que lo diga, ya que, como en la rima de Bécquer, “voy contra mi interés al confesarlo”. Pero soy de esas personas que, por mucho que se empeñen (y yo me empeño bastante) no pueden ser hipócritas: siempre se nota lo que piensan.
            Quien sabe hace; quien no sabe enseña. Gran verdad. Pero no conviene que yo la repita: llevo más de cuarenta años enseñando.
            Enseñando que nada que valga la pena aprender puede ser enseñado. Cada uno ha de aprenderlo por sí mismo.


Martes, 13 de noviembre
PODEMOS OÍRLO

Para el escritor de verdad no hay géneros mayores ni menores.  De pronto en una reseña, ese subgénero literario donde toda banalidad tiene su asiento (y que yo llevo pertinazmente cultivando desde hace casi cuarenta años), me encuentro con un relato breve que es además un poema y una parábola sobre el arte de los viejos maestros. El autor es Eduardo Jordá; el libro reseñado, Una relación perfecta, de William Trevor: “En estos relatos, Trevor se comporta como un viejo cantante de época, ya retirado, que un día, mientras da un paseo, se mete por casualidad en una taberna. En un rincón hay un grupo de borrachos que cantan canciones populares. Cuando llega la hora de cerrar, los borrachos se callan, pero justo entonces ese hombre se pone a cantar una de aquellas canciones. En el bar nadie le conoce, el hombre sabe que ya no tiene que demostrarle nada a nadie. Canta por gusto, porque le apetece, ante un grupo de borrachos que ni siquiera le escuchan. Pero en su canto están encerrados todos los secretos y todos los misterios del gran arte. Y por fortuna, aunque no estamos con él en ese bar, nosotros podemos oírlo”.


Miércoles, 14 de noviembre
YO, DELATOR

Mientras recorro con la manifestación que cierra este día de huelga general las calles de Oviedo, no puedo impedir que la memoria me juegue una mala pasada. Vuelvo a  aquella tarde de 1970 –se había declarado el estado de excepción con motivo del juicio de Burgos contra militantes de ETA– en que caminaba por el pasillo de la Escuela de Magisterio cuando de pronto pasó corriendo junto a mí uno de mis compañeros y al cruzarse conmigo dejó caer al suelo los papeles que llevaba. Cogí uno de ellos y vi que no eran apuntes: estaba adornado con la hoz y el martillo. En ese mismo momento aparecieron dos policías, dos “grises” que perseguían al subversivo propagandista.
El curso anterior se había hecho huelga en la escuela de Magisterio por primera vez desde la guerra. Detuvieron por unos días al delegado de curso, que era mayor que el resto de los alumnos (había trabajado en la mina), y al poco tiempo de que lo soltaran murió de un infarto. En voz baja se decía que las palizas que le dieron en comisaría tuvieron algo que ver con ello.
Y allí estaba yo, en el pasillo de la Escuela, con un panfleto en la mano y muchos más esparcidos a mi alrededor. Aterrado, a punto de echarme a llorar, a punto de gritar: “No he sido yo, no he sido yo, ha sido….”
Pero no me dio tiempo a decir el nombre de mi compañero (todavía lo recuerdo). Los policías me dieron un empujón y entraron en una de las aulas en su busca. Lo curioso es que no recuerdo que lo encontraran. No sé dónde pudo esconderse.
Me salvé por muy poco de ser un delator. Descubrí entonces que no tenía madera de héroe. En lo que a la resistencia antifranquista se refiere tengo pocas medallas que colgarme. Y sin embargo…
Pero esa es otra historia. Algo bueno tiene llegar a viejo: queriendo o sin querer, uno tiene muchas historias que contar, aunque no las cuente porque a nadie le interesen las batallitas de otro tiempo.


Jueves, 15 de noviembre
TRAMPOSO INGENIO

Escribir todos los días tiene sus riesgos. Cuando uno quiere ser ingenioso sin interrupción se arriesga a hacer el ridículo. Podría ejemplificarlo conmigo mismo, pero prefiero hacerlo con Juan José Millás.
En El País Semanal acostumbra a comentar una fotografía. En la del pasado domingo aparece Felix Baumgartner saludando sonriente, con su traje de astronauta, tras su salto estratosférico. “La hazañas físicas tienen más repercusión mediática que las intelectuales”, comienza Millás. Y a continuación se dedica a caricaturizar a lo que en su opinión no fue más que un entretenimiento para pasar el rato una tarde de domingo: “De haberse arrojado un miércoles o un jueves no habría tenido tanta gente deseando que se matara para romper la rutina de esas horas mortales”. Y añade luego, ya en el disparadero del disparate: “Si no se hubiera abierto el paracaídas, quizá el domingo se habría convertido en un martes, y eso sí que habría sido un salto: pasar del domingo por la tarde al martes a la hora del gin-tonic”.
¡Cuántas tonterías leemos sin prestarles mayor atención! Pero como yo ahora explico “Literatura y publicidad”, llevo fotocopiado a clase el artículo de Millás y los alumnos lo desmenuzan despiadadamente. 
“¿Qué quiere decir que el domingo se convierte en martes?”, me pregunta uno. “¿La gente de la edad de Millás se entretiene los martes tomándose un gin-tonic y esperando que alguien se estrelle?”, me pregunta otro. Se sorprenden cuando les digo que hubo un tiempo en que el domingo era el día más aburrido de la semana: la única diversión era ir a misa. Millás –como las personas que cuentan en pesetas– todavía parece vivir en ese tiempo.
La frase final es también de antología: “Pero lo que queríamos decir es que hay gente que un festivo cualquiera se sube a una idea, se arroja desde ella al vacío y le sale la Crítica de la razón pura, aunque lo más frecuente es que se estrelle. Pero eso no sale en la tele. Mondo cane”.
Pues no, amigo Millás, la Crítica de la razón pura no es la brillante ocurrencia de una tarde de domingo, no es uno de tus artículos, pero es que tampoco es una ocurrencia para aumentar la audiencia el salto de Baumgartner. Un muy preciso artículo de Andrés Montes, “Física tras el gran salto”, publicado en La Nueva España, nos informó de que su hazaña no fue solo una cabezonería de saltimbanqui, sino que requirió una minuciosa y costosa preparación técnica.
¿Una hazaña inútil? No más ni menos inútil que las Olimpiadas. ¿Un negocio publicitario? No más ni tampoco menos que la llegada de los primeros hombres a la luna (en un caso se promocionaba una bebida energética y en el otro un país y un modo de vida al que por entonces parecía pisarle los talones la competencia, la Unión Soviética).
No hay hazaña física, amigo Millás, que no sea también una hazaña intelectual.


Viernes, 16 de noviembre
YO, JUGADOR

“Todo el mundo aspira a vivir sin trabajar –afirma Auden–. Para eso, hay que disponer de una herencia o de dinero robado, o convencer a la sociedad de la conveniencia de que nos pague por hacer lo que nos gusta, esto es, por jugar”.
            Ganarse la vida jugando, y no en el casino, es lo que yo hago. Pero debo disimular y ponerme serio y trascendente para que no se note lo mucho que disfruto.
Estas son cosas que no debo decir o acabaré muriéndome de hambre. Por eso no las digo, o solo por escrito y un poco en broma, como si no fuesen más que literatura, que es como digo yo todas las verdades.



domingo, 11 de noviembre de 2012

Nada personal: El buen discípulo


Sábado, 3 de noviembre
LA PRIMERA VEZ

“Para todo tiene que haber una primera vez”, le dice el malvado Silva a un indefenso Bond mientras le acaricia insinuante los musculosos muslos. “¿Y quién te ha dicho que es mi primera vez?”, le responde el símbolo de la virilidad entre las risas, algo incómodas, de los espectadores.
            Pues para mí esta mañana sí fue efectivamente la primera vez. Nunca antes me había quedado encerrado en un ascensor. Pero no en cualquier ascensor, sino en uno del Milán, el edificio de la Universidad en que doy clases, cerrado y vacío como cualquier otro fin de semana. “Por mucho que grite, nadie me va a oír hasta el lunes”, pensé. Antes subía siempre hasta mi despacho por la escalera. Pero luego me pudo la comodidad.
“Ahora solo falta que el móvil no tenga cobertura”, pensé mientras recordaba, aterrado, un cuento de Gabriel García Márquez en el que alguien se queda encerrado en el ascensor durante todas las vacaciones de sus propietarios y cuando vuelven encuentran  su esqueleto.
Pero el móvil funcionaba. Llamé a seguridad. “En seguida van para allá”, me dijeron. Y entonces saqué mi iPod, lo puse en modo aleatorio y lo primero que escuché fue un fragmento de Pygmalion, de Jean Philip Rameau: “Règne, amour”. Puedo así calcular exactamente lo que duró mi primera vez: descontados los preliminares: cinco minutos y dos segundos. Cuando sonaban los últimos compases, se abrió la puerta del ascensor y pude salir.
La temida pesadilla se convirtió en cinco minutos de felicidad. Lo que no sé es cómo le iría a Bond con Silva, porque todavía no he visto Skyfall (la escena de la seducción me la han contado). Espero que en esa primera vez que no era la primera vez lo pasara tan bien como yo en mi verdadera primera vez.


Domingo, 4 de noviembre
EL ARTE DE ENVEJECER

Mi amigo Cristian me dice esta mañana que le ha defraudado la última película de James Bond. “Esperaba más”, concluye. ¿Qué sería lo que esperaba? A mí me ha fascinado desde las escenas iniciales, con la persecución sobre los tejados del Gran Bazar de Estambul y la presunta muerte del protagonista despeñándose por una cascada como homenaje a Sherlock Homes.
Si esto es cine popular y comercial, lo es a la manera en que los dramas de Shakespeare eran teatro popular y comercial. En Skyfall están todas las espectaculares pirotecnias que podríamos esperar y algo más: una reflexión sobre la vejez de los héroes, sobre algo que me toca muy de cerca: la llegada a la frontera de la jubilación. Mi amigo Cristian es todavía demasiado joven para entender esta crepuscular melancolía. La escena en la National Gallery, por  ejemplo, con el encuentro frente a un cuadro de Turner que representa a un viejo barco aparentemente ya solo apto para el desguace, como el agente envejecido y fatigado.
            ¿Y qué decir del momento en que M, también ya vieja y fracasada, se defiende ante una comisión de investigación parlamentaria recitando unos versos de Tennyson? Forman parte del poema “Ulises”, quizá el más hermoso de los suyos. Ulises, tras su larga singladura, no se resigna a envejecer en Ítaca: “De nada sirve que viva como un rey inútil / junto a este hogar apagado, entre rocas estériles”. Ulises y los suyos ya no son los jóvenes que partieron hacia Troya, pero aún tienen fuerzas para seguir navegando. Víctor Botas, en Segunda mano, tradujo el fragmento en el que Ulises se despide de su hijo Telémaco, a quien deja su cetro y su isla. “Yo tengo otro destino”, afirma.
            Cómo resuenan en la sala llena los versos finales. Incluso los devoradores de palomitas se detienen un momento: “Aunque mucho se ha perdido, queda mucho, y aunque / no tenemos ahora la fuerza con que en los viejos días / movíamos tierra y cielo, lo que somos, lo seguimos siendo: / un temple equilibrado de heroicos corazones,
debilitados por el tiempo y el destino, pero no en su voluntad / de luchar y buscar y encontrar y no rendirse nunca”.
            En cuanto se apagan las luces, busco en mi móvil los versos originales: “Though much is taken, much abides”. Queda mucho todavía. Lo que fui, lo sigo siendo. Yo también sigo decidido a “to strive, to seek, to find, and not to yield”. Decidido a no rendirme nunca o, al menos, a no rendirme todavía.
            ¿Cómo no va a emocionarme este Bond de Sam Mendes si como todas las grandes obras habla de lo que más me importa? Habla de mí y del arte de envejecer.



Lunes, 5 de noviembre
REGIA PERSPICACIA

En una librería de viejo encuentro uno de esos libros que causan cierto ruido periodístico en su momento y que de inmediato caen en el olvido. Se trata de La reina muy de cerca, de Pilar Urbano, donde la reina Sofía, al cumplir setenta años, se atrevió a decir públicamente por primera vez lo que pensaba. Y lo que pensó todo el mundo es que habría estado mejor siguiendo calladita. Lo que nadie citó ni entonces ni después, cuando el sonoro caso judicial, fueron sus palabras sobre Iñaki Urdangarín: “Un hombre bueno, bueno, bueno… ¡buenísimo! Tiene un gran fondo espiritual y moral. ¡De una pieza! Sensible, atento, muy bien educado. Y al mismo tiempo espontáneo, alegre, educado. Como marido y como padre es un puntal: da una gran seguridad en su casa”.


Martes, 6 de noviembre
UN CONSEJO

Termino la presentación de La nieve y otros complementos circunstanciales con estas palabras. “Vivimos en tiempo de recortes, todos tenemos problemas económicos, por eso me atrevo a darles un consejo. Resistan la tentación de hojear siquiera el libro de Xuan Bello. Porque si lo hojean, no podrán resistirse a la tentación de comprarlo”.


Miércoles, 7 de noviembre
ANTE EL ESPEJO

Ayer presenté un libro, hoy asisto a la presentación de otro en la misma librería. No lo volveré a hacer. Yo no valgo para estas cosas. Lo siento mucho, pero escuchando tópicos y mitineras vaguedades, puedo ser educado durante media hora. Más, no. Acabo levantando la mano y discutiendo con presentador y autor. Como era un buen amigo mío, opté por levantarme y ponerme a hojear las novedades. Una buena idea. La repetiré siempre. El compromiso del intelectual, la maldad de los bancos, el desinterés de los jóvenes por la literatura, la influencia de las nuevas tecnologías y todas las buenas intenciones del mundo resultan más soportables como ruido de fondo (así escucho la televisión) mientras uno hojea, por ejemplo, Aquí y ahora, las cartas intercambiadas entre Paul Auster y J. M. Coetzee. Comienzan hablando sobre la amistad.
            Después de presentar su novela, que me regala dedicada, acompaño a Luis García Montero y a otros amigos a tomar algo. Con nosotros viene Ángeles Caso. Al final, la acompaño hasta el taxi. “¡Hay que ver lo que es esta mujer!”, me dice refiriéndose a una querida colega. “Nunca había hablado con ella y se ha dedicado a repetirme que mis novelas no le interesan nada, mis artículos le parecen muy cursis, aunque últimamente mejoro algo ¡Qué cosas! Menos mal que me lo he tomado a broma. La gente no se da cuenta de lo inseguros que somos los escritores, del daño que puede hacer con sus palabras”.
            Vuelvo a casa avergonzado: me reconozco en esa impertinencia. A maleducada sinceridad no me gana nadie. ¿Será ya muy tarde para cambiar? Me temo que sí, pero me esforzaré en hacerlo. Me he visto reflejado y lo que he visto no me ha gustado nada.


Jueves, 8 de noviembre
EL ARTE DE PERSUADIR

Trato de poner en práctica mi decisión de atenuar en lo posible las tosquedades habituales. Por la mañana, acto de homenaje a Menéndez Pelayo en el Milán. Uno de los ponentes comete un lapsus y le atribuye al polígrafo santanderino la elogiosa reseña que al libro Azul de Rubén Darío le dedicó Juan Valera. Intercambio un gesto irónico con la profesora Carmen Alfonso, que está sentada en la primera fila, pero no digo nada. Me cuesta, pero no digo nada. Poco duran mis nuevas y buenas maneras. Aunque vamos con un cierto retraso, Aurora Luque no quiere ahorrarnos la lectura de un tedioso e interminable poema de Luisa Sigea traducido por don Marcelino. Me doy cuenta del aburrimiento del público, casi tan grande como el mío, y la interrumpo lo más educadamente que puedo, que nunca es mucho.
            Luego hay reunión del jurado del premio Alarcos. Yo, como siempre, no defiendo ningún libro. Mi manía es la defensa de la estricta legalidad: que las votaciones sean secretas, que no se vuelva atrás en ninguna votación, que no se saque nadie de la manga el libro no preseleccionado de algún amigo…
No tengo que preocuparme de defender ningún libro porque los tres o cuatro que me interesan han pasado a la final. Dos libros quedan más o menos empatados. Carlos Marzal defiende uno de ellos, los demás seguimos con nuestras dudas. Y entonces otro miembro del jurado –no diré quién–  arremete contra ese libro con argumentos escasamente literarios: hay un error gramatical grave, está lleno de “mariconadas”, etc., etc. Casi una hora de áspera diatriba. Cuando termina, se procede a la votación. Yo ya no tengo dudas del ganador. Hay ataques que son la mejor defensa.
            Y otra vez me veo reflejado. Soy demasiado directo, demasiado poco sutil. A veces, para conseguir lo que uno quiere, lo mejor es aparentar que se quiere lo contrario.
            Algo de eso voy aprendiendo. ¡Pero tan lentamente!


Viernes, 9 de noviembre
RESURRECCIÓN

El día de ayer comenzó con la clase de las nueve de la mañana y terminó pasadas las dos. No es que no esté ya en edad de esos excesos, es que nunca lo he estado. Tras la lectura de poemas en el palacio de Porlier, Carlos Marzal y Aurora Luque mostraron su interés por conocer el Centro Niemeyer y el viceconsejero de cultura, que presidía el acto, se ofreció amablemente a llevarnos hasta allí y enseñárnoslo.
            Hacía tiempo que yo no había vuelto, que miraba hacia otro lado cuando pasaba cerca para no verlo y no deprimirme; me parecía una hermosa ilusión pisoteada con saña. Pero me ha vuelto a conquistar su magia. Sin nadie, hermosamente iluminado, con la ciudad sigilosa al otro lado de la ría, tenía algo de sueño imposible hecho realidad. Volví a recuperar la ilusión. Sentí que estaba en buenas manos. Las más recientes, las de Antonio Ripoll, una de las personas más inteligentes que haya conocido. Una vez, cosa rara en él, siempre tan educadamente distante, me hizo esta confidencia: “¿Sabes por qué me he llevado siempre tan bien con los políticos fueran del partido que fueran? Pues porque siempre me hacía a un lado y dejaba que ellos salieran en la foto, acapararan el protagonismo. Gracias a eso tuve toda la libertad del mundo para hacer mi trabajo de la manera que creía más conveniente”.
            Bueno, ya sé a quién debo imitar y a quién no. Todavía puedo mejorar, aún no está todo perdido. Pero soy tan torpe, aprendo tan lentamente que necesitaría vivir cien años para llegar a ser como quiero ser.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Nada personal: Amor, Amistad, República



Sábado, 27 de octubre
LAS PALABRAS DE OTELO

El Otelo de Verdi en el Metropolitan y en Los Prados. Como me gusta hacer varias cosas al mismo tiempo, además de escuchar y de admirar la puesta en escena, me entretengo en ir comparando el libreto con la obra de Shakespeare.
Uno de mis pasajes favoritos, aquel en que Otelo explica a Brabantio que no ha usado ningún hechizo para enamorar a Desdémona, se convierte en un dúo entre los dos, sin la presencia del Dogo ni del padre. Las voces de Renée Fleming (“Le amé por sus desgracias”) y Johan Botha (“La amé por haberlas compadecido”) no me hacen olvidar las palabras de Otelo, que yo recuerdo, no en el inglés de Shakespeare, sino en la versión de Pérez de Ayala.
“Mi habla es ruda, no tiene el don de las blandas frases apacibles”, comienza. Y continúa contando cómo surgió el amor entre el rudo guerrero y la tierna doncella: “Su padre y yo éramos amigos. Me invitaba a su casa con frecuencia y pedía que le contase la historia de mis fortunas, sitios y batallas que hube de pasar. Le referí mi vida entera, desde mis días infantiles, a su entero placer y talante. Le hablé de desastrosas aventuras y emocionantes accidentes por tierra y en la mar; de peligros graves en que libré por un cabello, sobre la mortal brecha; de cómo fui apresado por el insolente enemigo y vendido en esclavitud; de mi liberación y de mis largas jornadas; de las cavernas enormes y los desiertos estériles; de los rudos subterráneos y de las rocas y montes cuyas sienes tocan el cielo (yo hablaba, hablaba, eso fue todo); de los caníbales que se devoran entre sí; de los antropófagos y otros hombres cuya cabeza nace más abajo de los hombros. Y oyéndome Desdémona, que estaba presente, se inclinaba con aire meditabundo. Huía a veces, porque los menesteres caseros la requerían. Pero volvía presto y con solícito oído devoraba mi discurso. Como yo lo observase, tomé a mi cuenta una hora favorable y acerté a conseguir que ella me rogase en su corazón que aquello que a retazos me había oído se lo contase por entero. Consentí, y no pocas veces gocé de sus lágrimas al narrar algún trance desastroso que mi juventud había sufrido. Tal es mi historia. En pago de mis venas me dio un mundo de sollozos… Me amó por mis desventuras; la amé por haberlas compadecido. No otras fueron las artes de encantamiento que empleé”.
            Yo hablaba, hablaba, eso fue todo. Recuerdo el poemilla de Nietzsche que tradujo Víctor Botas: “Lancé al aire mis palabras / y una mujer se fue enredando en ellas”.


Domingo, 28 de octubre
SOSPECHOSOS HABITUALES

Un amigo me envía una noticia sobre el escándalo provocado por la última concesión del premio de poesía Ciudad de Burgos. Al parecer el jurado premió a un libro que ni siquiera había sido preseleccionado.
Conozco de sobra esas artimañas, si no ilegales, al menos alegales o paralegales, habituales en los premios cuyo jurado preside Luis García Montero y edita Chus Visor, pero no exclusivas de ellos. Por primera vez fui testigo de tales tejemanejes en 1989. Participaba yo en el premio Juan Ramón Jiménez, de la Diputación de Huelva, junto con Antonio Colinas, Clara Janés y Jesús García Sánchez, más conocido como Chus Visor. Los libros seleccionados no nos los enviaban, teníamos que leerlos allí mismo. Recuerdo que las copias destinadas a cada uno de nosotros estaban sobre una larga mesa. Chus Visor observo rápidamente la portada de los suyos, sin hojearlos siquiera, y dijo: “Estas obras no valen nada. Seguro que han enviado algo mejor. ¿Dónde están el resto de los libros presentados?”. Le señalaron un gran montón que había en una sala adjunta. Estuvo un rato rebuscando y, al poco, reapareció con gesto triunfal: “¡Este libro es el mejor!”. Las prodigiosas dotes adivinatorias del editor nos resultaron un tanto sospechosas y rechazamos incorporar el nuevo título. Aquel libro no admitido ganó luego otro premio, el Tiflos, y su autor era Antonio Hernández. Parece que Chus Visor estaba seguro de que se había presentado al Juan Ramón Jiménez porque él mismo había puesto los ejemplares en correos.
            La otra historieta semejante de la que fui testigo es más reciente. Tiene que ver con uno de los premios Emilio Alarcos. El día antes del fallo me llama Ángel González: “Me ha dicho Luis que hay un libro muy bueno que no ha sido seleccionado. Creo que deberíamos pedirlo para tenerlo en cuenta. Es de Vicente Gallego”.
            Me negué, naturalmente, a que tuviéramos en cuenta ese libro. Tuve que pelearme con el resto de los miembros del jurado. “Prestigiaría al premio que lo ganara un autor como Vicente Gallego”, decía García Montero. Incluso Josefina: “Yo creo que si es tan bueno hay que tenerlo en cuenta”. Y Ángel González: “Los miembros del jurado pueden leer cualquiera de los libros presentados; está en las bases; siempre se ha hecho así”. Y yo: “Por supuesto que podemos pedir el resto de los libros, leerlos y premiar cualquiera que nos parezca mejor que los seleccionados. Pero los libros son anónimos. No podemos pedir uno concreto porque nos hemos enterado de su autor. Eso es ilegal”. Y Luis: “¡Qué va a ser ilegal! Si nos ha llegado la noticia por algún medio, no por el autor, no podemos ignorarla. Lo ilegal sería premiar un mal libro sabiendo que entre los presentados hay uno muy bueno”. Pero yo le dije a la secretaria del jurado, que era funcionaria del Principado: “Si ese libro se admite, puede denunciarse y las responsabilidades legales caerán sobre ti”. El libro no se admitió, fue publicado luego, sin premio, por Visor, y era un buen libro. Pero no era esa la cuestión que se debatía, sino el respeto a las normas y el derecho que todos los concursantes tienen a la igualdad de trato.


Lunes, 29 de octubre
UNAS CARTAS DE AMOR

Leo las cartas de amor que, a escondidas de su marido, y durante casi treinta años la escritora Delfina Molina le escribió a Unamuno. Comenzó el carteo en 1907, y al principio eran solo las cartas de una admiradora más. Pero pronto cambiaron de tono. Llegó incluso a visitarle durante el destierro en Fuerteventura y a enviarle dinero (que Unamuno rechazó) durante sus apuros económicos. Cuando murió Concha, la mujer del escritor, le escribió entusiasmada: “¡Ahora ya podemos legalizar nuestra pasión!”. Unamuno trató de desengañarla de todas las maneras posibles, sin conseguirlo. Incluso aludió a ella, bastante despectivamente, en su obra Cómo se hace una novela.
            El amor, en estos casos, muestra todo lo que tiene de patología, de delirio obsesivo. Afortunadamente, Delfina vivía en otro continente, de haber vivido en Salamanca el asunto podría haber terminado bastante mal.
            Uno no sabe qué hacer en un caso semejante. Yo, hasta el momento, me las he arreglado bastante bien.


Martes, 30 de octubre
LA AMISTAD Y EL DENTISTA

“Reemplazar con amigos nuevos a los viejos amigos perdidos es como sustituir los dientes naturales con dientes postizos”, escribió Chamford. No estoy yo tan seguro. O quizá es solo que las prótesis resultan cada vez más perfectas.


Miércoles, 31 de octubre
ACERCA DE LOS HÉROES

“Parece que este año los premios Príncipe tuvieron menos brillo que otros años”, me dice un amigo. “Ni siquiera los salvó el recurso a los futbolistas, que siempre dan tan buen juego”.
            Los futbolistas llegaron tarde y se fueron pronto. A los demás premiados se les exige llegar con antelación, atender a la prensa, dar conferencias, participar en actividades varias. Y por supuesto asistir al bufé del mediodía y fotografiarse con el príncipe. Pero a ellos no. Son demasiado importantes, al contrario que científicos y demás, para alterar, aunque solo sea por un día, su ritmo de trabajo.
            Mi ilusión de este año era saludar a Íker Casillas, a quien la victoria en el Mundial le ha dado el halo de los antiguos héroes. Pensé que me iba a quedar, como todos, con las ganas.
Tras la comida me di una vuelta por los salones con Rosa Navarro Durán en busca de gente conocida. Una vez nos tropezamos nada menos que con el famoso Urdangarín, la oveja negra o el chivo expiatorio de la familia. Este año todo parecía desangelado. No vimos por ninguna parte a Felipe y Leticia con el corro de saludadores alrededor, ni tampoco a la reina. “La reina sí está”, me dijo Rosa. Y efectivamente allí estaba, sentada a una mesa en el rincón más oscuro de la sala. Nadie parecía tenerla en cuenta.
            Al salir del hotel, me encontré con Casillas que llegaba directamente del entrenamiento, sin el traje oscuro y la corbata que el protocolo obliga a vestir. Le di la mano, le fotografié con varias amigas, charlé un rato con él. No parece que se le haya subido a la cabeza su condición de héroe nacional, da la impresión de ser un buen chico de barrio, alguien en quien confiarías para cualquier negocio.
            “Ahora que nuestros prohombres inspiran tan poca confianza, ¿qué tal un partido político encabezado por Casillas?”, me dice en broma mi acompañante a la salida del hotel. “Lo suyo son los partidos de fútbol, no los partidos políticos –respondo yo en serio–. No sería una buena idea. Pero como futuro presidente de la República española sí que le veo, es un símbolo de unidad y concordia”. “Ya, y Xavi Hernández como presidente de la República hermana de Cataluña y los dos, los mejores amigos del mundo. Tú estás loco”. “Pues, ahora que lo dices, tampoco sería mala idea”.


Jueves, 1 de noviembre
ESTE DÍA

“Lo malo que tienen los muertos / es que no hay forma de matarlos”, escribió con irónico humor negro Ángel González. Pero no tenía razón. También los muertos mueren, se van desvaneciendo poco a poco. Del amor que les tuvimos, del dolor que nos causaron va quedando solo un leve perfume, que acabará también por desvanecerse. Lo que no se acaba nunca es el amor que nos tuvieron.


Viernes, 2 de noviembre
MATONISMO

Estoy un poco avergonzado. Aunque nunca he andado por ahí a puñetazos, sospecho que tengo los malos modos de un matón de barrio. Un matón de barrio dialéctico, pero un matón. Me gustan las peleas en las que todo vale con tal, no ya de convencer, sino de vencer y humillar al contrario. A los tiburones les atrae el olor de la sangre; a mí, un sofisma, un razonamiento mal hecho, una información equivocada. Pierdo entonces la cabeza y me lanzo a muerte contra el interlocutor.
            Luego me arrepiento, como ahora de mis ironías del viernes pasado en la tertulia. “¿Por qué no te metes con gente de tu edad y no con chavalinos de veinte o treinta años?”, me digo. Vale que sea algo matón, pero un abusón no, eso nunca.