domingo, 29 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: Felicidad y Apocalipsis


Viernes, 20 de mayo
LA QUE SE AVECINA

“¿Sigues desanimado?”, me pregunta Javier Almuzara en la tertulia. “¿No vas esta vez a hacer campaña electoral? ¿No vas a decir que quienes quieren que siga gobernando Rajoy tienen dos opciones: votas al PP y, si les da vergüenza, votar a Unidos Podemos?”
            “¡Esa es una falacia!”, salta uno de los contertulios.
            “Falacia o no, encierra una vez. No hace falta ser profeta para afirmar que el próximo presidente del Gobierno será Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. El primero no lo será si depende de los votos socialistas y el segundo si necesita los votos de Podemos. Y es bastante más fácil que lo sea el primero que el segundo”, digo yo.
            “¡No estoy de acuerdo!”
            “Me gustaría equivocarme, pero ya tenemos experiencia. Podemos no aspira a superar en votos al PP, sino al PSOE, esa es su meta, con eso se conforma. Ya verás qué fiesta dan si lo consiguen, que yo espero que no, y el que Rajoy siga gobernando no les aguará la fiesta. Para Anguita será como si hubiera conquistado el Palacio de Invierno, podrá morir tranquilo”.
            “Pues que los socialistas apoyen a Pablo Iglesias si es el candidato de izquierda más votado”.
            “Ya sé encargará él de que eso no sea posible poniendo condiciones humillantes y haciendo declaraciones ofensivas desde el primer instante”.
            “¿Y tú no vas a hacer algo para evitarlo?”, me pregunta Almuzara.
            “Se hará lo que se pueda, con mucha esperanza, pero sin demasiado convencimiento”.

Sábado, 21 de mayo
BUENOS CONSEJOS

“No hace falta que insistas en que te sobra el tiempo, ya se nota en la manera que tienes de perderlo. No tenías por qué hablar del último libro de César Antonio Molina, pero si querías hacerlo te bastaba hojear el volumen, ver lo que dice de lugares que a ti te gustan mucho, como Ginebra o Nápoles, y enhebrar dos o tres vagos elogios. Es lo que hacen los más afamados reseñistas, los que publican en los suplementos importantes. La mayor parte de los libros, como las personas, prometen más de lo que dan. Lo que esperan los editores, y lo que agradece el autor, no es un informe pericial que detecte los errores, eso se hace antes de publicarlos, sino unas palabras amables que inviten a la lectura, o mejor, a la compra. Pocos de los libros que se compran se leen: se comienzan apenas y se deja su lectura para cuando tengamos más tiempo y ya se sabe que la gente normal, al contrario que tú, nunca lo tiene. Aprende de Luis Alberto de Cuenca, aprende de Jordi Gracia o incluso de los más jóvenes como Luis Bagué Quilez o Juan Carlos Abril, que en esto tienen mucho que enseñarte. Hacer buenas reseñas lleva poco tiempo: basta glosar las páginas de promoción editorial o las buenas ideas que el autor tiene de sí mismo. Un reseñista es un publicista y ninguna publicidad habla mal del producto que promociona. Pero si a ti te divierte más enojar a los editores o a los autores, allá tú. Así nunca llegarás a nada”.
            “Me parece que ya es un poco tarde para tratar de llegar a ningún sitio. Y además me encuentro muy a gusto estando donde estoy”.


Domingo, 22 de mayo
MUTANTES

“Nacen con habilidades extraordinarias. Sin embargo, son como niños que tropiezan en la oscuridad mientras buscan su camino. A menudo, un don se convierte en una maldición. Dale alas a alguien e intentará volar demasiado cerca del sol; dale el poder de la profecía y vivirá aterrado por el miedo al futuro; dale el regalo más grande de todos, poderes inimaginables, y creerá que su destino es controlar el mundo”.
            Me basta escuchar las palabras en off con que comienza X-Men: Apocalipsis para darme cuenta de que la película de Bryan Singer es algo más que un aparatoso y disparatado entretenimiento adolescente. Como todas las películas que me importan habla también de mí, habla sobre todo de mí: niño que tropieza en la oscuridad sin encontrar la puerta de salida y que sueña con tener poderes extraordinarios que le permitan dominar el mundo o, al menos, controlar su propia vida.


Lunes, 23 de mayo
MIEDO

Tengo miedo al odio, casi tanto como al amor. No al que me tienen, sino al que tengo. Odiar me empequeñece, me hace indigno de mí, me humilla casi tanto como el amor. Odiar el odio, amar la indignación, tan necesaria como el pan nuestro de cada día.


Martes, 24 de mayo
UNA CASA EN ASTORGA

Está cerrada la casa, ya no habita en ella nadie de la familia, pero sigue llena de fantasmas. Miro, tras de la verja, los árboles del jardín, la fuente sin agua, la estatua del poeta con la pluma en la mano y la mirada perdida.
            Se llamaba Felicidad, pero quizá no fue feliz aquí ni en ninguna otra parte. Soñó mucho con esta casa antes de llegar a ella por primera vez, a comienzo de los cuarenta. Eran tiempos duros, las heridas de la guerra todavía purulentas. “No mires a ese”, le decía su marido cuando cruzaban camino de la catedral, “fue uno de los que me delataron”. En 1943, cuando murió, todavía joven, y de una muerte rápida, su cuñada Rosario, durante el velatorio se presentó la Guardia Civil para detener al padre del poeta, acusado por un delator anónimo de masón. Días negros aquellos, en el recuerdo y en la realidad. Una lápida sin inscripción en el cementerio: allí está enterrado el que era alcalde la ciudad al comenzar la guerra, el que alejó de ella a los mineros, el que mantuvo la tranquilidad hasta que triunfaron los sublevados, que lo primero que hicieron fue fusilarle.
            Se llamaba Felicidad, pero no lo fue en esta casa ni quizá en ninguna otra. Tenía la impresión de que todos le hacían el vacío: la madre autoritaria, las hermanas sumisas, incluso su propio marido que la deja largos ratos a solas mientras él se encierra a leer y escribir en su despacho. Algunas veces, aburrida, se acerca a buscarlo, pero él le dice malhumorado: “Déjame, luego voy a buscarte”. Y ella espera y espera hasta que se da cuenta de que el marido, cansado de escribir, ha salido por la otra puerta a dar una vuelta. Y quizá lo que había escrito era un poema dedicado a ella, o a la imagen que tenía de ella: “Ya empieza tu sonrisa / como el son de la lluvia en los cristales”.
            La única enamorada era ella, tontamente enamorada. Él lo pasaba mejor con su madre y con sus hermanas, con los amigos de Madrid que más de una vez se acercaron a verlos. A veces pasean, en silencio, como dos extraños. Una extraña fue siempre ella en esta casa.
            Ahora se acerca hasta la verja del jardín a contarme sus cuitas. Calló durante muchos años, como las mujeres de entonces, pero una vez que comenzó a hablar ya no fue capaz de parar. “Me engañaba a mí misma”, dice. “Desde el principio debí saber que aquello no iba a acabar bien. Incluso nos casamos enfadados, por una tontería, ya ves tú, a Leopoldo le hacían daño los zapatos que me había pedido que le comprara, y me echaba la culpa de aquellas molestias. Luego vinieron los hijos… y qué te voy a contar si andan por ahí protagonizando películas de terror”.


Miércoles, 25 de mayo
HAY UNA EXCEPCIÓN

“Pero es que tú, Martín, te metes con todo el mundo”, me reprocha un joven poeta (y antólogo) después de haberme escuchado pacientemente en el Vetusta pinchar todos sus vanidosos globos y poner los puntos sobre las íes de sus poéticas vaguedades.
            “Con todo el mundo, salvo con los tontos”.

Jueves, 26 de mayo
HACER BALANCE

Como ando estos días ordenando cartas y papeles viejos, inevitablemente siento la tentación de hacer balance. "Ya sabemos lo que cuentas a los demás --me digo--, pero ¿qué piensas tú en el fondo? ¿No cambiarías nada? Si pudieras volver a empezar, ¿no harías las cosas de otra manera?"
            No creo que fuera capaz de cambiar nada fundamental: carácter es destino. Limitándome a mi trabajo como escritor (para no hablar de otras cosas) podría haber sido un poco menos sincero, algo más hipócrita, discretamente adulador. No creo que me resultara demasiado difícil practicar esas habilidades. Ahora de vez en cuando, por juego, hago uso de ellas y se me dan bastante bien. ¿Qué habría ocurrido si hubiera empezado a practicarlas a los veinte años? ¿Quién sería hoy? ¿Santos Sanz Villanueva?¿Manuel Rico? ¿Túa Blesa? Y como poeta, ¿aparecerían mis libros en Tusquets o en Visor, como los de Miguel Casado o Fernando Valverde?
            La verdad es que es que, aunque no esté bien decirlo, tengo todo el éxito que necesito. Lo que no tengo es todo el talento que me gustaría tener (ni siquiera todo el que creo tener). No viene de ahí la sensación de fracaso a la hora de hacer balance, sino de pensar que me he esforzado poco, que me dejado llevar por la comodidad. Debería haber sido un poco más ambicioso. Cada uno tiene el talento que tiene, viene con él de fábrica, no se puede cambiar. Pero puede desarrollarlo más o menos. Y yo me dejado llevar por lo más fácil: leer lo que me gusta, escribir de lo que me da la gana, no someterme a ninguna disciplina, disfrutar de la literatura como si fuera un juego que he inventado yo y que nunca cansa.
            “Pero, si has hecho lo que has querido, ¿por qué esa sensación de fracaso?”
            “Porque la vida, no la mía, la de cualquiera, siempre da menos de lo que promete, y te dé poco o mucho, empieza a quitártelo a manotazos cuando más encariñado estás con ello”.


Viernes, 27 de mayo
EPITAFIO DE UN HOMBRE FELIZ

“Nació, creció, envejeció, murió, / pero por suerte nadie lo notó”.




domingo, 22 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: De la vida que pasa



Sábado, 14 de mayo
VERANO DEL 82

“Università Italiana per Stranieri” se lee en el sobre bajo mi nombre, y luego 06100 Perugia. No recordaba para nada haber recibido esta carta, que reaparece ahora para llenarme de melancolía. Lo que sí recuerdo es cómo se repartía el correo en aquella universidad. Había un cuarto con estanterías en las paredes y en ellas se exponían las cartas que llegaban para los estudiantes de todos los países. Había que dar vueltas y más vueltas hasta encontrar la dirigida a uno. No estaban ordenadas de ninguna manera. Yo por entonces esperaba una carta en concreto, que no llegó nunca, y por eso miraba y remiraba obsesivamente todos los días.
            No recordaba esta larga carta de Víctor Botas, que no tenía costumbre de escribir cartas. Me la escribió porque un amigo común, Enrique Bueres, le dijo que yo andaba muy melancólico y solitario por allí.
             “¿Fuiste a Roma?”, me pregunta. “A Florencia ya sé que fuiste. Pero Roma… ¿Saliste de noche? ¿Viste los sitios en que sitúo la acción de un capítulo de mi novela? Siena también está muy bien; no te la pierdas, si puedes. ¿Viste a los hermanos Coco? A Emilio Coco me lo imagino rodeado de chavalas estupendas, desde que me mandó aquella postal. Eso que me dices sobre las estudiantes de ahí, que están siempre rodeadas de italianos estupendos, puede que sea un problema para ti o para esos alemanotes tontos, pero no creo que supusiera impedimento alguno para mí; una mirada profunda, lenta, y ¡solucionado! Si llego a ir… ¡ah, si llego a ir!...”
            Por entonces andaba escribiendo las versiones de Segunda mano: “Acuérdate de traerme algún libro, alguna versión de un clásico antiguo que no esté muy visto.”
            Tras varias indiscreciones (a propósito de mis amores de entonces) que no son para citar aquí, nuevas recomendaciones turísticas: “¿Fuiste a Nápoles? No deberías perder Nápoles, lo tiene todo: una belleza natural incomparable, un museo incomparable también en lo referente al mundo antiguo, y luego Pompeya, Herculano… Felicísimo me dijo que pensabas ir a Venecia. Es mejor Nápoles. Venecia resulta como algo artificial, demasiado palacio vacío… no sé”.
            Tardaría todavía algún tiempo en descubrir Nápoles, pero me enamoré a primera vista, tal como él imaginaba. Con lo que no estoy de acuerdo es con lo que dice de Venecia: su encanto es otro, pero su fascinación no es menor, siempre que uno sepa no aparecer por ciertos lugares a determinadas horas. La Plaza de San Marcos yo solo la piso ya avanzaba la noche o al amanecer, sin las bandadas de palomas y turistas, que no gustan de madrugar ni de trasnochar.
            “Bueno, José Luis, voy a terminar esta carta que, me parece, es la primera que te escribo desde que te conozco. ¡Una carta histórica, coño! Una carta histórica escrita por un histérico. No está mal”.
            La primera y no sé si la única; yo al menos no recuerdo ninguna otra carta suya, aunque eso no quiere decir nada. Tampoco recordaba la que me escribe, para que me anime un poco, “encerrado en esta cárcel de Salinas por culpa de mis hijas, que no hay quien las saque de aquí (me costó triunfos conseguir que vinieran a Benidorm y la firme promesa de que no volverían a moverse en el resto del verano), con problemas burocráticos aún no resueltos para empezar las obras de la tienda y sin un Martín que me lea la novela. ¡Y encima sin escribir un verso!”


Domingo, 15 de mayo
LAS HORAS MUERTAS

No me gustan las vacaciones, los días de fiesta, el tiempo libre. Si de mi dependiera, tendría una agenda sin un hueco, me acostaría tarde, agotado, y dormiría de un tirón hasta el día siguiente. “La acción es la verdadera fiesta del hombre”, me repito con Goethe y Azorín. Pero todos los días me sobran horas. Soy como esos niños inquietos e hiperactivos capaces de agotar a cualquiera porque en seguida se aburren de cualquier juego, de cualquier actividad. Claro que, bien mirado, tener que estar inventando continuamente ocupaciones para entretenerme también es un buen entretenimiento.


Lunes, 16 de mayo
MALA CONCIENCIA

Vuelvo a casa de la charla con amigos, lleno de mala conciencia. Está visto que la amabilidad y la delicadeza no son lo mío. Mi deporte favorito es demostrarle a quien está equivocado que lo está. En nada pongo más pasión, a nada dedico más esfuerzo.
            Vuelvo a casa aplicándome un aforismo no sé si mío o de Oscar Wilde: “Era una de esas personas que nunca dejan de decir lo que piensan, salvo que resulte agradable”.


Martes, 17 de mayo
DE LA VIDA EN EL CAMPO

Soy tan rutinario que hasta he convertido el romper la rutina en parte de mi rutina. Esta tarde, a las cinco en punto, en lugar de sentarme en mi oficina de Los Prados (un acristalado rincón del Macdonald’s), me he subido a la furgoneta de Elena Apaolaza y me ido a explorar la patria de su infancia en La Manzaneda.
            A mí la vida en el campo nunca me ha parecido del todo natural. Uno deja de depender de sus piernas y necesita para todo –ir al trabajo, a una librería, a tomar un café– esa prótesis mecánica denominada automóvil. Pero para pasar dos o tres cuartos de hora en una tarde soleada de primavera no hay nada mejor.
            Una casa en la colina, rodeada de bosque y de misterio, con sendas que parecen adentrarse menos en el espacio que en el tiempo, una escondido arroyo, una fuente musgosa a la que quizá se acercan a beber las xanas y los jabalíes, una panera bajo la cual se apila ordenadamente la leña para el invierno, un hondo huerto donde plantar las fresas y los tomates, dos niños y un gato que corretean libres y felices.
            Por un tiempo este es el paraíso en el que a uno, como a Fray Luis, le gusta a veces soñar: “Del monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto / que con la primavera / de bella flor cubierto / ya muestra en esperanza el fruto cierto”. Por un tiempo, un largo tiempo (hacía años que no pasaba tanto en el campo), de cinco a siete y media exactamente.
            A las ocho, a las ocho en punto, no menos cinco minutos ni a las ocho y cinco, tengo que estar sin falta en Vetusta, con un café, un vaso de agua, algún libro y los amigos que quieran aparecer por allí.
            Romper de vez en cuando la rutina se ha convertido ya para mí en una rutina, pero romperla dos veces en el mismo día no sé yo si sería capaz de resistirlo.


Miércoles, 18 de mayo
LOS NUEVOS GOLPISTAS

Íbamos comentado el monográfico que la revista Años diez ha dedicado a la poesía del siglo XXI y la influencia en los poetas actuales de la física cuántica, según Martín López-Vega, y los abuelos de las Cuencas, según Fruela Fernández, cuando, al pasar ante un kiosco, no pude por menos de señalar un titular y hacer un comentario. “Maduro sostiene que hay una campaña brutal contra él desde España”, leo.
            ––Lo sostiene Maduro y cualquiera que lea la prensa sin anteojeras ideológicas. Está claro que desde los tiempos de Pinochet y Kissinger el golpismo de derechas ha mejorado mucho su estrategia.
            ––Habías prometido no hablar de política.
            ––Cierto. ¿De qué serviría? Ya hasta Podemos mira para otro lado. ¡Si Chaves levantara la cabeza!


Jueves, 19 de mayo
UNA ENCICLOPEDIA

No le temo a la edad, sino a la enfermedad. Los años para mí todavía son un regalo, no una carga. Tengo amigos jóvenes y no les envidio demasiado. Lo que más admiro de ellos, todavía creo conservarlo: la curiosidad, el entusiasmo.
            ––¿Y no envidias su facilidad para establecer relaciones sexuales? Me imagino que a ti te costarán más tiempo o algún dinero.
            ––A mí lo que solo me cuesta dinero, si lo tengo, es como si no me costara nada. Gastar es la base del funcionamiento de la economía. Pero yo de esos temas no hablo. Me he enamorado las veces suficientes, ni una más ni una menos, como para escribir con cierta solvencia del asunto. Ya no necesito incurrir más en unas felicidades que siempre se pagan demasiado caras, y ahora no me refiero al dinero.
            ––Te basta con estar enamorado de ti mismo. Tienes suerte, en ese amor no vas a encontrar rival.
            ––Enamorado es mucho decir, pero compartir mi vida conmigo cada vez me resulta más fácil. He aprendido a atenuar en lo posible mis intemperancias y a valorar las cosas buenas que también tengo.
            ––Dime una. El autoelogio se te da bien.
            ––Se me da bien, pero lo practico poco. Las medallas que uno mismo se cuelga son siempre falsas.
            ––Mejor que te elogien los demás. Pero si andan distraídos y no se fijan en nuestros méritos.
            ––Pues entonces se aguanta uno. Yo estoy acostumbrado.
            ––Eres de los que esperan que la posteridad los coloque en su sitio y les compense de la marginación a la que les someten sus contemporáneos.
            ––No, no, yo creo más bien lo contrario: a la posteridad le gusta rebajar, no ensalzar. A quien ha tenido la suerte de vivir más de sesenta años y no le hicieron caso en vida, menos le harán tras la muerte. Pero en el olvido tampoco se vive mal. Yo siempre recuerdo aquellos versos de Borges: “Pero los días son una red de triviales miserias, / ¿y habrá suerte mejor que la ceniza / de que está hecho el olvido?”. Ahora ando rompiendo cartas, viejos poemas. Todos hemos hecho el ridículo alguna vez. No es que lo lamente demasiado, también se aprende de los errores. Pero si la gloria es que un Ian Gibson haga minucioso recuento de todas mis pasadas miserias, yo no quiero esa gloria. Y ahora no practico la falsa modestia, uno de mis deportes favoritos. Ser un nombre en un índice, como el poeta menor de la antología al que Borges dedica sus versos, me parece preferible. Tampoco me importaría nada dejar cuatro o cinco poemas anónimos en la historia de la literatura. Cuando estuve el otro día con Elena Apaolaza en su casa familiar de Manzaneda, me divirtió mucho encontrar en la panera la benemérita Gran Enciclopedia Asturiana de Silverio Cañada, publicada muy a comienzoa de los setenta, y ver que en ella me dedicaban dos líneas: “Poeta avilesino contemporáneo. En 1971 obtuvo el premio Zahorí con el libro de poemas Marineros perdidos en los puertos”. No me parecería mal, todo lo contrario, que en una enciclopedia del futuro, mi biografía quedara reducida a una frase, “poeta español del siglo XX”, seguida del título de tres o cuatro libros.




domingo, 15 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: De este mundo y del otro


Sábado, 7 de mayo
CRISTALES ROTOS

“Hace tiempo que no cuentas historias de fantasmas”, me dice un amigo. “¿Has dejado de creer en ellos? ¿Han dejado de visitarte?”. Sonrío porque quien me lo dice lleva muerto ya más de veinte años.
            “¿También en el otro mundo hay quioscos? ¿También allí se leen periódicos?”, le pregunto. “Los leemos por Internet, hay wifi gratis. A mí me gustaba más tu diario cuando hablabas menos de política y más de casas abandonadas con jardines llenos de maleza y mujeres que se asomaban un momento a una ventana con los cristales rotos”.


Domingo, 8 de mayo
A VECES

Una habitación puede ser tan espaciosa como el universo y el mundo entero tan estrecho como una cárcel.
            Una pasión correspondida nunca es verdadera.
            No me quieras si quieres que te siga queriendo.
            A veces me duermo en un mundo y me despierto en otro.


Lunes, 9 de mayo
LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE

Cuando volví a casa, el televisor estaba encendido y en el Canal Historia emitían uno de esos disparatados documentales sobre alienígenas antiguos que a mí, no sé bien por qué, me fascinan tanto.
            Me extrañó un poco, porque no suelo olvidarme de apagarlo, y también me preocupó como señal de que comienzan los despistes propios de la vejez. La preocupación cambió de signo cuando vi esparcidas por el suelo varias de las cartas que estaba revisando para donar a la biblioteca y un desorden en los libros que estaban sobre el sofá y la mesa que no era el habitual.
            Alguien extraño había estado allí, quizá estaba todavía. Miré bien en todas las habitaciones, incluso debajo de la cama, y cuando ya estaba más tranquilo sonó el teléfono fijo. Casi nunca le hago caso; ya todos mis amigos me llaman al móvil y siempre es para alguna oferta o una encuesta o, pero aún, se trata de mi paciente acosadora, una poeta que lleva más de veinte años enviándome cartas manuscritas y por correo postal, a la antigua usanza, que siempre rompo sin siquiera abrir.
            Esta vez, tras dudar un rato, cogí el teléfono. Una voz que me sonaba familiar, aunque no acerté a reconocer, me dijo que me estuvo esperando más de una hora, que qué me había ocurrido, que por qué no había llamado para avisar o disculparme. "Perdone, pero creo que se equivoca usted, yo no recuerdo ninguna cita". Hubo un silencio y una especie de sollozo, o eso me pareció a mí, antes de colgar.
            Preparé una cena ligera, como es habitual --una rebanada de pan integral, queso y miel, algo de fruta-- y me senté ante el televisor donde varios expertos explicaban que los ángeles de los que hablaba la Biblia eran en realidad alienigenas que había venido a la tierra para mezclar su ADN con el nuestro, o eso creí entender. Y de pronto recordé aquella a la que no me había presentado, aquella cita con la persona a la que más he querido en la vida (si es que yo alguna vez he querido de verdad a alguien, que tento mis dudas).
            Decidí no acudir deliberadamente, no sé si por miedo o por estupidez o por ambas cosas. Vi dos caminos ante mí, escogí el que me ha llevado hasta quien soy ahora. ¿El camino equivocado? Quizá. Pero ya es tarde para arrepentirse, demasiado tarde para presentarse de pronto, sin llamar a la puerta, a pedir explicaciones. Dentro de unos días hará exactamente cuarenta años.


Martes, 10 de mayo
EL SOBORNO

––Tu obsesión por ser justo te lleva a cometer las mayores injusticias –me dice mi amigo y editor Abelardo Linares–. En los escritores que no te caen bien, incluso en los que arremeten contra ti, como Eduardo Moga (deberías leer su blog), te esfuerzas por encontrar algo bueno; en cambio, de los escritores que admiras, si son amigos tuyos, te fijas solo en los errores. Eres capaz de ponerle más reparos a un libro de poemas de Juan Bonilla o a una novela de Felipe Benítez Reyes que a cualquier indigesto bodrio más o menos metafísico o a un ladrillo pintado de purpurina.
            ––Yo creo que simplemente exijo más a quien valoro más. Pero puede ser como tú dices. Recuerda aquella historia que cuenta Borges, creo que en El libro de arena. El aspirante a un puesto de profesor no elogia el último libro publicado por quien ha de juzgarle, sino que arremete contra él. Sabía que así, para que no pensaran que actuaba por venganza, no tendría más remedio que votar a su favor. Era un puritano obsesionado con la injusticia y la imparcialidad.
            ––Ese relato creo que se titula “El soborno”. El puesto de profesor depende de la opinión de un viejo catedrático. Uno de los aspirantes es amigo suyo; el otro, es el que redacta una recensión negativa contra su última publicación.
            ––Y finalmente “cede a la vanidad de no ser vengativo”, como dice Borges. Yo también cedo a esa vanidad.
            ––No es tu única vanidad, me temo. Aunque ya sé que a ti nada te gusta más que presumir de defectos que no tienes para ocultar mejor los que sí tienes.


Miércoles, 11 de mayo
ATEOLOGÍA Y ESCATOLOGÍA

Dios es incoloro, inodoro e insípido, como la nada y la felicidad.
            Lo que más le gusta a Dios es no hacer nada.
            Los dioses lloran cuando alguien se ríe de ellos.
            El infierno, visto desde fuera, es más entretenido que el paraíso.
            Si los muertos no resucitan, es porque no quieren.
            A pocos les gusta morir, pero nadie se lamenta de estar muerto.
            A los fantasmas también les asustan los fantasmas por eso prefieren estar entre los vivos.
            Hay quien nos sigue odiando hasta después de muerto.
            Hay muertos de poca conversación y otros que no se callan nunca.
            Creo en el otro mundo, pero no en este.


Jueves, 12 de mayo
ALGO SABEMOS

“Sabemos muy poco sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos, casi tan poco como sobre el valor de nuestra propia obra”.
            No estoy yo muy de acuerdo con esa afirmación de Eliot, salvo que tenga un valor general: sabemos muy poco sobre cualquier cosa. El valor de una obra lo deciden, en lo fundamental, los contemporáneos. Los que vienen después se limitan a matizar. Y también intuimos el valor de nuestra propia obra, aunque si esté es escaso –que suele ser lo habitual– tratemos de engañarnos.
            A nadie le gusta reconocer que es un autor de segunda o de tercera fila, lo que tampoco es tan fácil como parece. Autores de primera final hay media docena en cada siglo, aunque si se trata del siglo XX nos parezca, por la cercanía, que hay algunos más.
            Los escritores de segunda final no suelen tener capítulo propio en las historias de la literatura, pero sí algunos párrafos; de los de tercera se recuerdan los nombres, aunque sea a pie de página. Y luego están los otros, cientos y cientos, de los que ni huella queda, aunque alguno de sus libros pueda aparecer en los saldos de las librerías de viejo.
            Yo creo saber en qué división juego, pero ese es un secreto que me guardo para mí. A fin de cuentas, por poco que valga uno, siempre queda el consuelo de que son legión los que valen menos. Y algunos de mucho renombre.  Esos son los que más me divierten. Porque yo no envidio el éxito, no lo necesito (aunque tampoco lo rechazaría, para qué nos vamos a engañar), sino el talento.
            Entre los nombres que promocionan semana tras semana los suplementos, junto a muchos cantamañanas, no escasean los que tienen más talento que yo. Y eso es lo que me fastidia un poco, para qué nos vamos a engañar, aunque lo disimule todo lo que puedo porque la envidia es siempre una pasión vergonzante.
            Diga lo que diga Eliot, algo sí sabemos sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos y sobre la de uno mismo, aunque a veces lo disimulemos. Resulta poco elegante, salvo que se trate de un ejercicio de falsa modestia, reconocer la propia mediocridad.


Viernes, 13 de mayo
SI BIEN SE MIRA

Estaba enamorado de sí mismo, pero de vez en cuando se era infiel con alguna mujer bonita.
            La tierra no es más que un circo ambulante que anda dando tumbos por el universo.
            Cada dos años habría que cambiar de pareja, cada cinco de trabajo y cada diez de nombre.
            En el vacío no hay agujeros.
            Un dolor de muelas pesa más que un piano.
            Las mujeres nunca defraudan a quienes no gustan de las mujeres.
            Se encerró con siete llaves y luego se las fue tragando una a una.
            La luna no se acaba de creer que las estrellas sean más grandes que ella.
            Los papeles en blanco odian al escritor.
            El ser humano en cuanto tiene uso de razón se dedica a abusar de ella.
            A los espejos les gusta Narciso.
            Apareció el ser humano y el mundo se convirtió en inhumano.
            Los animales no tienen vergüenza.
            El alcohol es la anestesia de los juerguistas.
            Las cosas serias solo son de verdad serias si se toman un poco a broma.
            Era tan exquisito que lo que le molestaba de un vulgar asesino era la vulgaridad.
            Narciso y yo no somos dos.
           


domingo, 8 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: Perdona si no te escucho



Sábado, 30 de abril
COMIDA EN AVILÉS

“Es tu opinión, es tu opinión”, me dicen cuando trato de afirmar algo con mi vehemencia de costumbre, tan española. “No, no es mi opinión”, respondo. “Cuando afirmo que dos y dos son cuatro o que París es la capital de Francia, no estoy dando mi opinión; enuncio algo que es verdadero o falso al margen de mi opinión”.
            (Los sábados suelo comer en Avilés con José Manuel Feito y con Marian Suárez, que soportan con resignación mi afán por llevar la contraria siempre que me parece que los demás están equivocados.)
            “Pero que son inequívocamente verdaderas o falsas, se puede decir de algunas cosas, no de otras; no en el caso de la política, que es de lo que estamos hablando”.
            A mí la opinión de la mayoría de la gente me interesa muy poco, solo la opinión de los especialistas”.
            “Eres un dogmático”.
            “Creo que hay una verdad objetiva, verificable, y esa es la que me interesa”.
            “¿Y tú crees que sería posible, en esta legislatura fracasada, decidir objetivamente quién lo ha hecho bien y quién mal? Todos piensan que el partido que ha actuado con mayor responsabilidad ha sido el propio, que los demás son unos irresponsables”.
            “Me parece que está claro quién apostó desde el principio por repetir elecciones, por ir a una segunda vuelta, como cuando Esperanza Aguirre perdió en Madrid”.
            “El PP. desde luego”.
            “Y Podemos”.
            “No, Podemos no. Podemos quería un gobierno de izquierdas”.
            “Un gobierno de izquierdas que solo era posible con el apoyo de la derecha y la izquierda independentistas. Yo he defendido por activa y por pasiva el derecho a decidir, pero no me parece muy viable un gobierno de España que dependa de los que no quieren seguir siendo parte de España”.
            “Era posible, era posible ese gobierno de izquierdas. Pablo Iglesias tendió la mano una y otra vez, pero Sánchez estaba preso del pacto con Ciudadanos”.
            “Deduzco que tú votaste a Podemos. Los votantes del PP le echan la culpa a Pedro Sánchez porque no quiso la Gran Coalición, esto es, apoyar a Rajoy. Las gafas ideológicas impiden ver la realidad”.
            “Claro, la realidad tal como es solo puedes verla tú”.
            “Empiezo a tener mis dudas. Por eso prefiero no hablar de política, seguir cultivando mi jardín. Estoy perdiendo la fe en la capacidad del ser humano para el pensamiento racional. No utilizamos el razonamiento para encontrar la verdad, sino para defender nuestros intereses. Estoy descubriendo que, en la mayor parte de las cuestiones, encogerse de hombros es la mayor sabiduría. Los versos de Machado (¿Tu verdad? No. La verdad. / Y ven conmigo a buscarla / la tuya guárdatela) ya los veo como un ideal inalcanzable”.
            “No te importan las verdades de los demás. Hablas como un fanático”.
            “Hablo como un científico. El fanático no busca la verdad, ya la ha encontrado”.


Domingo, 1 de mayo
FILÁNTROPO, PLAYBOY Y GENIO

Uno ve las complicadas peripecias de los superhéroes de la Marvel como los antiguos griegos las desventuras de los Atridas y las tribulaciones de Edipo.
            Más que con el pluscuamperfecto Capitán América, yo me he sentido identificado con Iron Man, el cínico Tony Stark. “Sin tu armadura, ¿qué eres?”, le preguntó una vez el capitán sin tacha, el patriota ejemplar. “¿Sin mi armadura? Nada, aparte de millonario, filántropo, playboy y un genio", le responde el cínico Stark, al que no me importaría parecerme.
            Pero, contra lo que pudiera pensarse, cuando las Naciones Unidas pretenden controlar las andanzas de los Vengadores, demasiado propensos a tomarse la justicia por su mano, sin importarle las consecuencias (un poco como los servicios secretos de cualquier país en lucha contra el terrorismo), es el ácrata Stark el que se muestra partidario de ese control, del sometimiento a la legalidad internacional, mientras que el Capitán América decide seguir con las manos libres para actuar como crea conveniente en cada momento.
            Me gustan las películas para niños de cualquier edad, como me gustan la Ilíada, la Odisea y Las mil y una noches. Y me gusta que el capitán América defienda a su amigo, Bucky Barnes, el Caballero del Invierno, a pesar de que un extraño maleficio le haya convertido en el más sanguinario de los hombres. Y me río como un niño (lo sigo siendo) con la ingenuidad de Spider-Man por fin reincorporado a la saga tras no sé qué conflictos de derechos entre la Fox y la Marvel.


Lunes, 2 de mayo
EL CAMINO DEL SABER

En un libro cuyo título no recuerdo, y que quizá no existe, leí hace tiempo la receta que nos permite avanzar en el camino del saber: un poco de poesía, algo de inteligencia y mucha paciencia.
            Poesía para soñar hipótesis audaces que expliquen los enigmas del mundo, inteligencia para encontrar el modo de validarlas o refutarlas, paciencia para seguir todos los pasos, atenerse escrupulosamente a los datos, desconfiar de las ocurrencias ingeniosas, no atajar dando saltos en el vacío.


Martes, 3 de mayo
ENTRENADOR

El habitual café con amigos a última hora de la tarde en Vetusta. Vuelvo a casa con algo de mala conciencia. Una llamada de Marcos Tramón, que fue uno de los interlocutores, la acentúa después: “¡Cómo te gusta discutir, Martín! ¡Que mal tratas a los poetas más jóvenes empeñándote en demostrar que son unos ingenuos que no tiene razón en nada! No sé cómo te aguantan Mario Vega, Miguel Floriano, Luis Acebal. A ratos pareces un matón de colegio. Un matón que no usa los puños, sino la dialéctica. Deberías meterte con gente de tu edad”.
            Tiene razón Marcos, pero se equivoca en una cosa. Yo no me meto con cualquiera, sino con quien creo que vale la pena. Soy un entrenador, todo lo duro que se quiera, pero no un abusón.

Miércoles, 4 de mayo
CUMPLEAÑOS

Cuarenta años cumple hoy El País, cuarenta años cumple también mi matrimonio con ese diario, al que le he sido infiel muy pocas veces.
            Desde hace algún tiempo, las riñas son cada vez más frecuentes, pero nunca llega la sangre al río; seguimos pasando muy buenos ratos juntos.
            “¿Cuál fue su primera vez en El País?”, le preguntan a una serie de famosos en el número especial que publican hoy.
            La primera vez que habló de mí (y una de las pocas) fue allá por 1980 en el suplemento de libros (todavía no se llamaba Babelia). Daban noticia de Las voces y los ecos, recién aparecida: "Basta hojear el índice para darse cuenta de que es la peor de las antologías posibles".
            Unos días después, sin que yo le preguntara, Juan Cueto me dijo que esa nota la había escrito José-Miguel Ullán. No cambio en nada mi opinión sobre la poesía de Ullán el saber que era el autor ni influyó en mi aprecio por el periódico el que sus críticos me ignoraran minuciosamente, con alguna excepción que podían haberse ahorrado: "La estupidez de la inteligencia" titularon la reseña de una de mis libros.
            Leo el último diario de Ignacio Carrión, tan lleno de gratuitos ataques contra las grandes firmas de El País (Muñoz Molina, Millás, Cercas), y me reafirmo en que, para odiar de verdad un periódico, hace falta haber sido colaborador habitual y luego haber dejado de serlo y no por voluntad propia, como para odiar de verdad a una persona hace falta haber estado casado previamente con ella. Hablando de El País no puedo ser objetivo, la verdad: ha sido parte de mi día a día durante cuarenta años. Con decir que le he cogido cariño incluso a Juan Cruz, ya está dicho todo.


Jueves, 5 de mayo
EPIGRAMAS

Como los hipocondríacos que en cuanto hojean un manual de medicina creer descubrir en sí mismo todos los síntomas de las enfermedades, yo encuentro en cualquier antología de epigramas nada velados ataques contra mí: “Perdona si no te escucho; / es que, aunque hablas bien, hablas mucho”.
            El más cruel de los que se me dedican en este libro, Pasquinadas y epigramas italianos, los escribió Hugo Foscolo hace doscientos años: “A ti, que eres también medio algebrista, / yo te pregunto: Si eres medio crítico, / medio poeta, medio silogista, / medio monje y también medio político, / ¿cómo en tanta mitad no hay nada entero / y todas las mitades suman cero?”



Viernes, 6 de mayo
BORRAR LAS HUELLAS

Es curioso cómo la vida nos va marcando sus tiempos. Por una parte, llevo la misma que llevaba cuando tenía veinte o treinta años, pero por otra me ha dado por revisar  y romper viejos papeles, aligerar el equipaje, preparar el gran viaje hacia ninguna parte. 
            Me divierte romper amarillentos manuscritos, esos poemas de adolescencia que lastran la obra de cualquier autor, esos borradores que luego sirven para estropear un poema con variantes a pie de página.
            Ya sé que mucho de vanidad en este hacer limpieza. Soy como esos poetastros que en cuanto perpetran algún engendro lo primero que hacen es ir al registro de la propiedad intelectual para impedir que se lo plagien.
            Lo más probable es que nadie se interesara nunca por estos papeles que cuidadosamente destruyo (incluso un diario de adolescencia), pero por si acaso mejor hacerlos desaparecer. Bastantes borradores hay entre lo ya publicado.No resisto, sin embargo, la tentación de fotografiar la última página del quejumbroso diarios y guardarla como recuerdo. “Los días de París –dice la última anotación–, un solo día ahora en tu memoria, inhóspitas las calles, más fría y más húmeda la solitaria habitación del hotel”. Treinta años después, añoro aquellos días. Qué mentirosa es la memoria.
            Hay un poema de Alberto Caeiro en el que le pide a un ave que le enseñe a desaparecer sin dejar huella: “Ser como el ave que pasa / y no deja rastro en el cielo, / como la oscura nave cuya blanca estela / se borra de inmediato / en la inmensidad del mar”.




domingo, 1 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: Tres casas y una leonera


Jueves, 21 de abril
DESNUDO DE TODA POSESIÓN

Buscando con mi amigo el poeta Manuel Neila la sede de la Institución Libre de Enseñanza, me sorprende una placa en el portal de un sobrio edificio racionalista: “Esta fue la casa / desde 1935 a 1938 / del poeta Luis Cernuda”.
            Fue la casa de Cernuda, no una de sus casas. A ella le dedica un poema de Ocnos titulado precisamente “La casa”. Antes vivía de prestado en un semisótano de este mismo edificio de la calle Viriato, cuyos inquilinos –Manuel Altolaguirre y Concha Méndez (hay otra placa que los recuerda)– pasaban una temporada en Londres. Ahora tiene un piso alto, con sol, cielo y árboles, y lo va amueblando poco a poco. Por fin ha conseguido hacer realidad su sueño: “Desde siempre tuviste el deseo de la casa, tu casa, envolviéndote para el ocio y la tarea en una atmósfera amiga”. Ningún lujo necesita: “Solo cuatro paredes, espacio reducido como la cabina de un barco, pero tuyo y con lo tuyo, aun a sabiendas de que su abrigo pudiera resultar transitorio; ligera, silenciosa, sola, sin la presencia y el ruido ofensivos de esos extraños con los que tantas veces ha sido tu castigo compartir la vivienda y la vida; alta, con sus ventanas abiertas al cielo y a las nubes, sobre las copas de unos árboles”.
            En esta hermosa tarde madrileña, me detengo largo rato ante el que fue el refugio del poeta contra las insidias del mundo. Pero ni aún aquí pudo librarse de ellas. Moreno Villa, que quizá no le visitó nunca, que quizá solo hablaba de oídas, dice de este piso que “lo amuebló de una manera demasiado femenina; ahorraba para comprarse un pueblecito o un cacharro antiguo”. La lepra de la homofobia (y el menosprecio de lo “femenino”) afectaba a los más esclarecidos varones de entonces.
            Pronto sería expulsado Cernuda de aquel reducido paraíso y tendría que renunciar al sueño de encontrar otro: “Tu existir es demasiado pobre y cambiante –te dices, escribiendo estas líneas de pie, porque ni mesa tienes; tus libros (los que has salvado) por cualquier rincón, igual que tus papeles. Después de todo, el tiempo que te queda es poco, y quien sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida”.


Viernes, 22 de abril
LA COMIDA EN PALACIO

Soy el hombre menos aventurero del mundo. Nada me disgusta más que hacer algo por primera vez. Y con nada disfruto tanto con la repetición. El año pasado subía con cierto temor esta aparatosa escalera, la vistosa guardia real firme a un lado y otro como una colección gigante de soldaditos de plomo. Esta vez me muevo como Pedro por su casa, una casa que es de todos y por tanto también un poco mía.
            Pero nada más entrar en el primero de los salones en que se hace antesala antes de pasar al comedor, me llevo un buen susto. "¿Qué es ese horror de fotografía? El año pasado no estaba”, “Es el famoso cuadro de Antonio López sobre la familia real, ese que tardo veinte o treinta años en pintar”, me aclara Sergio Vila-San Juan.
            Recordé entonces una anécdota que cuenta Azaña. Resulta que la primera vez que entró el gobierno provisional de la República en el palacio real, Fernando de los Ríos se detuvo ante unas pinturas y exclamó: "¡Vaya cromos! Qué mal gusto tenías esos Borbones", "Pues esos que usted llama cromos --le respondió Azaña– son obra de Tiépolo".
            Lo haya pintado Tiépolo o Antonio López este retrato de familia debería estar en una estancia privada (aunque quizá a ninguno de sus miembros le agradaría tenerlo en casa) y no en una residencia oficial recibiendo a los invitados. Parece una composición de esas que antes de la era digital se hacían con fotografías diversas y que ahora suelen encontrarse polvorientas en el Rastro; desentona con el empaque barroco de los interiores del palacio. Ni siquiera al pintor debía de gustarle demasiado, por eso tardó veinte años en entregarlo; si no lo destruyó sería por exigencias del contrato.
            A la ofensa estética se añade otra. ¿Qué hace ahí, con rosas en la mano, la imputada doña Cristina? ¿No le han quitado, a pesar de la presunción de inocencia, el título de duquesa de Palma?
            Recuperado del susto, paso al comedor. Tiene algo de cita ciegas esto de no saber quién va a sentarse a tu lado en la gran mesa que presiden, uno frente a otro, el rey y la reina. Me toca entre el premio Planeta, Alicia Giménez Bartlett, y el premio café Gijón, Miguel Ángel González. Mejor novelistas que poetas: a casi todos he dedicado alguna perdida reseña, que yo he olvidado, pero ellos no, y esa memoria infinita para las ofensas puede dar lugar a momentos muy desagradables. Hablamos de Almodóvar y de Carlos Boyero y de Toro, que yo todavía no he visto, pero Miguel Ángel sí: "Pues si le encuentras descosidos al guión de Julieta, ya verás el de la película de Kike Maíllo. Nada se sostiene, a pesar de su empaque de buen cine comercial".
            La comida en el palacio real es la única en la que no da tiempo a aburrirse: yo creo que solo en un McDonald's se tarda menos tiempo. Nunca he visto servicio más eficaz ni raciones –menestra, lubina asada, fragmentos de chocolate– más adecuadas para guardar la línea. Luego pasamos al salón chino a tomar café. Allí tengo ocasión de saludar a Juan Manuel de Prada, que fue muy amigo mío en sus comienzos, hace más de veinte años y luego se enfadó porque no le publiqué en Clarín una conferencia interminable sobre Vicente Aleixandre. Él no ha sabido nada de mí desde entonces; yo he seguido admirando su prosa y ríéndome con sus disparates. A Alicia Giménez Bartlett le extraña que una vez ganara el Planeta. "Sería el Nadal", dice. Pero yo recuerdo bien La tempestad y cómo se fraguó aquel premio, según el propio Prada me fue contando paso a paso.  
            Por allí veo a Manuela Carmena, Cristina Cifuentes, Álvaro Pombo, Juan Luis Cebrián y no sé cuántos ilustres más. Pero a quien más se acerca la gente es a un joven de facciones un tanto rudas, o eso me parece a mí, y descuidadamente afeitado. "Es Marwan", me dice Miguel Ángel."Hombre, Marwan, nunca le he leído, nunca le he oído cantar, pero estoy harto de oír hablar mal de él a Mario Vega, Miguel Floriano y otros poetas jóvenes que pasan por la tertulia. En todas las presentaciones de poesía siempre hay alguien que arremete contra los poetas de Twitter, así los llaman, que son ahora los que al parecer arrasan en ventas”.
            Me lo presentan, me hago yo también una foto con él, como todo el mundo, y charlamos un rato. No se le ha subido el éxito a la cabeza. "Yo publico en Planeta, pero si vas a mi casa verás que está llena de libros de Visor y de Renacimiento. Me gusta mucho Luis Alberto de Cuenca, sobre todo cuando habla de mujeres, no de Hamlet y de cosas así; también Vicente Gallego, sobre todo los primeros libros, los últimos me quedan un poco más lejos. Ahora del poeta del que me siento más cerca es de Karmelo Iribarren. Qué grande es".
            A la conversación se han unido Luis Alberto de Cuenca y Chus Visor; seguimos hablando de poesía. De pronto, sigiloso, un emisario se acerca a Marwan, le susurra algo y este se despide con un gesto de extrañeza. Luego le vemos en una esquina apartada charlando con la reina. “Como en el poema de Manuel Machado –comento sonriente–, aquel en que un paje se lleva al conde de Villamediana para una cita secreta”. Luis Alberto de Cuenca, con quien competí una vez en Sofía recitando poemas, también se lo sabe de memoria: "El conde, orgullo y gloria, las damas galantea / y a los nobles zahiere --madrigal y epigrama-- / cuando un paje de lejos y por señas le llama. / No lleva el paje escudo ni señorial librea".
            Mientras la reina charlaba con Marwan, el rey, que nunca olvida su papel de anfitrión, entretenía, acurrucado junto a él, a Fernando del Paso, el premiado de este año, en silla de ruedas. Antonio Gamoneda, solitario, vencido por la edad, paseaba con gesto entre enfurruñado y ausente. Me habría gustado saludarle, charlar con él un rato, pero le he dedicado alguna ironía a sus reflexiones sobre el realismo como lenguaje del poder y es de los que no olvidan ni perdonan.


Sábado, 23 de abril
MIRANDA Y LETIZIA

Viene bien, tras el día de ayer, todo el tiempo con gente, esta mañana solitaria en el Jardín Botánico. Entro nada más abrir y lo tengo entero para mí solo. Está en su esplendor primaveral. Miro, admiro, huelo, sueño, leo, escucho el maravilloso silencio. Por unas horas me siento el rey del mundo (como me ocurre a menudo, por otra parte: no me puedo quejar).
            Ayer, después de la comida en palacio, tome un café con Juan Manuel de Prada; como la diplomacia no es lo mío, a punto estuvo nuestra reconciliación  de terminar a la media hora de haber comenzado. Para demostrarle que le leo todas las semanas, no se me ocurrió otra cosa que recordarle sus disparates a propósito de Internet y otras cuestiones en las que supera en contundencia y desinformación a Javier Marías, que ya es decir. Y yo lo hice sin mala intención, solo para discutir un poco, que es lo que me gusta. No acabo de comprender que ese es un gusto no demasiado compartido.
            Luego, un paseo por el Retiro con José Luis Morante y Herme G. Donis, amiga desde los días avilesinos que compartimos con Ana de Valle, antes de visitar la exposición sobre Borges en la Casa de América. Eché de menos a Víctor Botas, que la habría disfrutado como nadie.
            Morante se dedica a las mismas cosas que yo, pero es exactamente mi contrario: todo amabilidad y buen rollismo. Siempre le digo que me gustaría ser como él, pero la verdad es que me gusta ser como soy. A fin de cuentas, en cualquier película el papel de malo es siempre el más agradecido.
            Ceno en Villaverde Bajo, invitado por José Cereijo, a quien conozco desde hace más de veinte años, aunque nunca había estado en su casa, un bajo en una antigua barriada de ferroviarios. Creo que a Cernuda le habría gustado: muchos libros, pero cada uno en su sitio, bien seleccionados y perfectamente alineados. Eugenio d’Ors decía que los invitados a una comida, para que esta resulte agradable, deberían ser más que las gracias y menos que las musas. En este caso se cumplía esa condición: éramos exactamente ocho. Entre ellos Javier Lostalé, el único poeta del que jamás nadie ha sido capaz de hablar mal, ni siquiera yo. Y sin embargo nos contó –con sonrisa angelical, sin rencor ninguno– una reciente peripecia de novela negra que a punto estuvo de acabar con él de la misma trágica manera que con el poeta Luis Miguel Nava, que apareció maniatado y acuchillado en su piso de Bruselas.
            La cena terminó, como no podía ser de otra manera, con una lectura cervantina: el prólogo y la dedicatoria del Persiles: “Puesto ya el pie en el estribo / con las ansias de la muerte…”
            Lo que más envidio de mis dos anfitriones madrileños, José Cereijo y Felipe de Borbón, que parecían ir para solterones, es que han encontrado a la compañera adecuada: Miranda y Letizia. “Sin una mujer, ninguna casa es un hogar, solo una leonera”, le escucho decir a un amigo. Pero a mí lo que me gusta son las leoneras.