Sábado, 14 de mayo
VERANO DEL 82
“Università Italiana per Stranieri” se lee en el
sobre bajo mi nombre, y luego 06100 Perugia. No recordaba para nada haber
recibido esta carta, que reaparece ahora para llenarme de melancolía. Lo que sí
recuerdo es cómo se repartía el correo en aquella universidad. Había un cuarto
con estanterías en las paredes y en ellas se exponían las cartas que llegaban
para los estudiantes de todos los países. Había que dar vueltas y más vueltas
hasta encontrar la dirigida a uno. No estaban ordenadas de ninguna manera. Yo
por entonces esperaba una carta en concreto, que no llegó nunca, y por eso
miraba y remiraba obsesivamente todos los días.
No
recordaba esta larga carta de Víctor Botas, que no tenía costumbre de escribir
cartas. Me la escribió porque un amigo común, Enrique Bueres, le dijo que yo
andaba muy melancólico y solitario por allí.
“¿Fuiste a Roma?”, me pregunta. “A Florencia
ya sé que fuiste. Pero Roma… ¿Saliste de noche? ¿Viste los sitios en que sitúo
la acción de un capítulo de mi novela? Siena también está muy bien; no te la
pierdas, si puedes. ¿Viste a los hermanos Coco? A Emilio Coco me lo imagino
rodeado de chavalas estupendas, desde que me mandó aquella postal. Eso que me
dices sobre las estudiantes de ahí, que están siempre rodeadas de italianos
estupendos, puede que sea un problema para ti o para esos alemanotes tontos,
pero no creo que supusiera impedimento alguno para mí; una mirada profunda, lenta,
y ¡solucionado! Si llego a ir… ¡ah, si llego a ir!...”
Por
entonces andaba escribiendo las versiones de Segunda mano: “Acuérdate de traerme algún libro, alguna versión de
un clásico antiguo que no esté muy visto.”
Tras
varias indiscreciones (a propósito de mis amores de entonces) que no son para
citar aquí, nuevas recomendaciones turísticas: “¿Fuiste a Nápoles? No deberías
perder Nápoles, lo tiene todo: una belleza natural incomparable, un museo
incomparable también en lo referente al mundo antiguo, y luego Pompeya,
Herculano… Felicísimo me dijo que pensabas ir a Venecia. Es mejor Nápoles.
Venecia resulta como algo artificial, demasiado palacio vacío… no sé”.
Tardaría
todavía algún tiempo en descubrir Nápoles, pero me enamoré a primera vista, tal
como él imaginaba. Con lo que no estoy de acuerdo es con lo que dice de
Venecia: su encanto es otro, pero su fascinación no es menor, siempre que uno
sepa no aparecer por ciertos lugares a determinadas horas. La Plaza de San
Marcos yo solo la piso ya avanzaba la noche o al amanecer, sin las bandadas de
palomas y turistas, que no gustan de madrugar ni de trasnochar.
“Bueno,
José Luis, voy a terminar esta carta que, me parece, es la primera que te
escribo desde que te conozco. ¡Una carta histórica, coño! Una carta histórica
escrita por un histérico. No está mal”.
La
primera y no sé si la única; yo al menos no recuerdo ninguna otra carta suya,
aunque eso no quiere decir nada. Tampoco recordaba la que me escribe, para que
me anime un poco, “encerrado en esta cárcel de Salinas por culpa de mis hijas,
que no hay quien las saque de aquí (me costó triunfos conseguir que vinieran a
Benidorm y la firme promesa de que no volverían a moverse en el resto del
verano), con problemas burocráticos aún no resueltos para empezar las obras de
la tienda y sin un Martín que me lea la novela. ¡Y encima sin escribir un verso!”
Domingo, 15 de mayo
LAS HORAS MUERTAS
No me gustan las vacaciones, los días de fiesta, el
tiempo libre. Si de mi dependiera, tendría una agenda sin un hueco, me
acostaría tarde, agotado, y dormiría de un tirón hasta el día siguiente. “La
acción es la verdadera fiesta del hombre”, me repito con Goethe y Azorín. Pero
todos los días me sobran horas. Soy como esos niños inquietos e hiperactivos
capaces de agotar a cualquiera porque en seguida se aburren de cualquier juego,
de cualquier actividad. Claro que, bien mirado, tener que estar inventando
continuamente ocupaciones para entretenerme también es un buen entretenimiento.
Lunes, 16 de mayo
MALA CONCIENCIA
Vuelvo a casa de la charla con amigos, lleno de mala
conciencia. Está visto que la amabilidad y la delicadeza no son lo mío. Mi
deporte favorito es demostrarle a quien está equivocado que lo está. En nada
pongo más pasión, a nada dedico más esfuerzo.
Vuelvo
a casa aplicándome un aforismo no sé si mío o de Oscar Wilde: “Era una de esas
personas que nunca dejan de decir lo que piensan, salvo que resulte agradable”.
Martes, 17 de mayo
DE LA VIDA EN EL CAMPO
Soy tan rutinario que hasta he convertido el romper la
rutina en parte de mi rutina. Esta tarde, a las cinco en punto, en lugar de
sentarme en mi oficina de Los Prados (un acristalado rincón del Macdonald’s),
me he subido a la furgoneta de Elena Apaolaza y me ido a explorar la patria de
su infancia en La Manzaneda.
A
mí la vida en el campo nunca me ha parecido del todo natural. Uno deja de
depender de sus piernas y necesita para todo –ir al trabajo, a una librería, a
tomar un café– esa prótesis mecánica denominada automóvil. Pero para pasar dos
o tres cuartos de hora en una tarde soleada de primavera no hay nada mejor.
Una
casa en la colina, rodeada de bosque y de misterio, con sendas que parecen
adentrarse menos en el espacio que en el tiempo, una escondido arroyo, una
fuente musgosa a la que quizá se acercan a beber las xanas y los jabalíes, una
panera bajo la cual se apila ordenadamente la leña para el invierno, un hondo
huerto donde plantar las fresas y los tomates, dos niños y un gato que
corretean libres y felices.
Por
un tiempo este es el paraíso en el que a uno, como a Fray Luis, le gusta a
veces soñar: “Del monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto /
que con la primavera / de bella flor cubierto / ya muestra en esperanza el
fruto cierto”. Por un tiempo, un largo tiempo (hacía años que no pasaba tanto
en el campo), de cinco a siete y media exactamente.
A
las ocho, a las ocho en punto, no menos cinco minutos ni a las ocho y cinco, tengo
que estar sin falta en Vetusta, con un café, un vaso de agua, algún libro y los
amigos que quieran aparecer por allí.
Romper
de vez en cuando la rutina se ha convertido ya para mí en una rutina, pero
romperla dos veces en el mismo día no sé yo si sería capaz de resistirlo.
Miércoles, 18 de mayo
LOS NUEVOS GOLPISTAS
Íbamos comentado el monográfico que la revista Años diez ha dedicado a la poesía del
siglo XXI y la influencia en los poetas actuales de la física cuántica, según
Martín López-Vega, y los abuelos de las Cuencas, según Fruela Fernández, cuando,
al pasar ante un kiosco, no pude por menos de señalar un titular y hacer un
comentario. “Maduro sostiene que hay una campaña brutal contra él desde España”,
leo.
––Lo
sostiene Maduro y cualquiera que lea la prensa sin anteojeras ideológicas. Está
claro que desde los tiempos de Pinochet y Kissinger el golpismo de derechas ha
mejorado mucho su estrategia.
––Habías
prometido no hablar de política.
––Cierto.
¿De qué serviría? Ya hasta Podemos mira para otro lado. ¡Si Chaves levantara la
cabeza!
Jueves, 19 de mayo
UNA ENCICLOPEDIA
No le temo a la edad, sino a la enfermedad. Los años
para mí todavía son un regalo, no una carga. Tengo amigos jóvenes y no les
envidio demasiado. Lo que más admiro de ellos, todavía creo conservarlo: la
curiosidad, el entusiasmo.
––¿Y
no envidias su facilidad para establecer relaciones sexuales? Me imagino que a
ti te costarán más tiempo o algún dinero.
––A
mí lo que solo me cuesta dinero, si lo tengo, es como si no me costara nada.
Gastar es la base del funcionamiento de la economía. Pero yo de esos temas no
hablo. Me he enamorado las veces suficientes, ni una más ni una menos, como
para escribir con cierta solvencia del asunto. Ya no necesito incurrir más en
unas felicidades que siempre se pagan demasiado caras, y ahora no me refiero al
dinero.
––Te
basta con estar enamorado de ti mismo. Tienes suerte, en ese amor no vas a
encontrar rival.
––Enamorado
es mucho decir, pero compartir mi vida conmigo cada vez me resulta más fácil.
He aprendido a atenuar en lo posible mis intemperancias y a valorar las cosas
buenas que también tengo.
––Dime
una. El autoelogio se te da bien.
––Se
me da bien, pero lo practico poco. Las medallas que uno mismo se cuelga son siempre
falsas.
––Mejor
que te elogien los demás. Pero si andan distraídos y no se fijan en nuestros
méritos.
––Pues
entonces se aguanta uno. Yo estoy acostumbrado.
––Eres
de los que esperan que la posteridad los coloque en su sitio y les compense de
la marginación a la que les someten sus contemporáneos.
––No,
no, yo creo más bien lo contrario: a la posteridad le gusta rebajar, no
ensalzar. A quien ha tenido la suerte de vivir más de sesenta años y no le
hicieron caso en vida, menos le harán tras la muerte. Pero en el olvido tampoco
se vive mal. Yo siempre recuerdo aquellos versos de Borges: “Pero los días son
una red de triviales miserias, / ¿y habrá suerte mejor que la ceniza / de que
está hecho el olvido?”. Ahora ando rompiendo cartas, viejos poemas. Todos hemos
hecho el ridículo alguna vez. No es que lo lamente demasiado, también se
aprende de los errores. Pero si la gloria es que un Ian Gibson haga minucioso
recuento de todas mis pasadas miserias, yo no quiero esa gloria. Y ahora no
practico la falsa modestia, uno de mis deportes favoritos. Ser un nombre en un
índice, como el poeta menor de la antología al que Borges dedica sus versos, me
parece preferible. Tampoco me importaría nada dejar cuatro o cinco poemas
anónimos en la historia de la literatura. Cuando estuve el otro día con Elena
Apaolaza en su casa familiar de Manzaneda, me divirtió mucho encontrar en la panera
la benemérita Gran Enciclopedia Asturiana de Silverio Cañada, publicada muy a
comienzoa de los setenta, y ver que en ella me dedicaban dos líneas: “Poeta
avilesino contemporáneo. En 1971 obtuvo el premio Zahorí con el libro de poemas
Marineros perdidos en los puertos”. No
me parecería mal, todo lo contrario, que en una enciclopedia del futuro, mi
biografía quedara reducida a una frase, “poeta español del siglo XX”, seguida
del título de tres o cuatro libros.
Si Chaves levantara la cabeza (que lleva humillada desde la imputaçao) arremetería también contra el legado de su primo caribe (ambos oriundos por línea paterna de aguamanileros de la lusitana Vinhais, de Alto Trás-os-Montes): ahora se ha de conformar con que cierta boca de ganso sultana grazne por él.
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