domingo, 25 de mayo de 2014

A buen entendedor: Déjate querer


Sábado, 17 de mayo
BAROJA Y LAS SIRENAS

Ser rutinario tiene sus ventajas: uno vive en perpetua aventura. Habitualmente paso los sábados en Avilés, pero hoy, antes de regresar a Oviedo, me doy una vuelta por Gijón y allí me encuentro, en casa de mis editores, con Baroja. Bueno, con un libro sobre Baroja que yo, que creía conocerlo todo sobre el escritor, una de mis debilidades, no había leído: Baroja y su máscara, de Marino Gómez-Santos. Se subtitula “Diálogos y confidencias” y es un libro destartalado y entrañable, maravillosamente barojiano. Parte de su contenido lo reproduce Gómez-Santos en sus memorias, pero en ellas se pierde el encanto de estas páginas.
            En los años cincuenta, el anciano y senil escritor se convirtió en una figura popular. En La memoria cruel explica Gómez-Santos las razones: “Juan Aparicio, director general de Prensa, que se declaraba barojiano para dárselas de liberal, enviaba a los alumnos de la Escuela de Periodismo a casa de Baroja para que se ejercitaran en la entrevista. Entonces se difundió por los periódicos un sinnúmero de tópicos referidos a la boina, la manta, la bufanda, las zapatillas y el chubesqui de don Pío, tópicos que servían de introducción a las declaraciones del anciano novelista, un tanto surrealistas, debido a las tachaduras del censor de turno. Aparicio utilizó políticamente la presencia de Baroja en Madrid cuando los escritores de la República permanecían exiliados”.
            Marino Gómez-Santos era entonces un joven ambicioso de poco más de veinte años. Acababa de trasladarse de Oviedo a Madrid dispuesto a conquistar la gloria y cultivaba la amistad de los grandes nombres que podían serle útiles. Se ofreció para servir de amanuense a Baroja y durante un tiempo le visitó todos los días. En una fotografía de entonces, que sirve como portada en La memoria cruel, aparece repeinado y trajeado, con cara de niño, escribiendo lo que Baroja le dicta.


            El Baroja anciano se repetía constantemente, mezclaba la lucidez con el disparate, pero nosotros no nos cansamos de escucharle. Por su casa, en aquellos años en que apenas salía de casa, pasaban toda clase de tipos curiosos, como por cualquiera de sus novelas, y Gómez-Santos los traslada a su libro con bondadosa ironía (la crueldad de la memoria vendría después).
            Leo el libro –que incluye también recortes de periódicos de entonces, un reportaje de Josefina Caravias, una entrevista de González-Ruano– en un café de la calle San Bernardo, no puedo esperar a llegar a casa, y luego subo hasta el cerro de Santa Catalina. En una lápida afirma Jovellanos: “El espectáculo es magnífico. A su vista se siente un placer inexplicable”. La tarde es ventosa y soleada. Sobre los verdes prados, el azul intenso del mar y un velero en la lejanía. Qué ganas de subirse a él, como en el romance del conde Arnaldos, y partir hacia islas remotas fuera del mapa y del calendario.
            Al contrario que el conde Arnaldos, yo no oía el mágico cantar del marinero en el navío, pero al llegar a lo alto del cerro y colocarme, como siempre hago, en medio del Elogio del Horizonte, no pude dejar de escuchar el canto de las sirenas. Un canto tan seductor que me hizo cerrar los ojos al borde del precipicio cuando el viento comenzó a soplar cada vez más fuerte. No me habría importado que me llevaran con ellas.  


Domingo, 18 de mayo
LA ÚNICA PERSONA

Soy la única persona que después de conocerme bien me sigue queriendo. Y me temo que se está empezando a cansar.

Lunes, 19 de mayo
UNA NOVELA, LA VIDA MISMA

“Mi mujer me quería, pero no me quería bien. Solo era feliz cuando estaba a mi lado, o cuando me tenía bajo su control. Siempre encontraba un pretexto para llamar al trabajo y procuraba enterarse al minuto de dónde había estado y lo que había hecho las pocas veces que lograba salir con amigos. Yo también la quería, sobre todo al principio, cuando éramos novios. Luego comencé a sentir que me asfixiaba, que me faltaba el aire. No veía la manera de librarme de aquella situación. Como el prisionero condenado a cadena perpetua, me pasaba las noches ideando estratagemas para poder escapar. Solucionarlo hablando ya lo había intentado más de una vez, sobre todo los primeros años. Pero no servía de nada. Mi mujer decía que sí a todo, estaba de acuerdo conmigo y luego seguía comportándose como siempre. Quererme me quería mucho, ya le dije, de eso yo no tenía ninguna duda, me quería tanto que a veces me daba la impresión de que nada le gustaría más que atarme una correa al cuello y llevarme consigo a todas partes. No sé cómo habría terminado aquello si no hubiera ocurrido lo que ocurrió. Yo, primero en sueños, y luego despierto, había comenzado a pensar en su desaparición, de una forma o de otra. El asunto podía haber acabado en tragedia, pero terminó en farsa. Un día mi mujer no me llamó al trabajo, y al regresar yo a casa, no estaba en ella. Me extrañó bastante, pensé que podía haberle ocurrido un accidente. Y entonces sonó el teléfono: No me atrevía a decírtelo directamente; temía romperte el corazón; espero que sepas perdonarme, pero era tu felicidad o la mía. Mi mujer, de la que no sabía cómo librarme, a la que fantaseaba incluso con asesinar, se había ido con otro (luego me enteré que era con otra), me dejaba. Me sentí ofendido, humillado, no aliviado como yo pensaba. Colgué el teléfono sin responderle una palabra, no me salían del cuerpo. Fui hasta el bar ese, el Savanna, donde ustedes tienen ahora la tertulia y me emborraché minuciosamente. Anduve luego toda la noche dando tumbos, no me atrevía a volver a casa. Pero luego volví y dormí un día entero y me desperté decidido a hacer lo que fuera para recuperar a mi mujer. Aún no lo he conseguido. Su compañera es casi una chiquilla, tiene veinte años menos, no se despega de su lado; en ella ha encontrado al verdadero perrito faldero. La cabeza me dice que ahora yo debería ser feliz, que tengo la libertad que siempre he buscado. He intentado otras relaciones, dos o tres, pero me aburría pronto. O se aburrían ellas, no lo sé, el caso es que no funcionaron. Mi mujer, para mí todavía sigue siendo mi mujer, me ha denunciado, dice que la acoso con mis llamadas, y no soy ni la mitad de insistente que era ella. El psicólogo me aconsejó que escribiera la historia para tratar de entenderla. Afortunada o desafortunadamente ahora tengo mucho tiempo. Estoy prejubilado. He escrito una novela. Me gustaría que la leyera y me diera su opinión. Su opinión sincera. Le he puesto un final feliz, bueno feliz para mí, un poco vengativo. El protagonista le roba la joven amante a su exmujer y ella se suicida. Su opinión sincera, no tema indicarme los fallos. La muy puta. Y yo que creía que me quería, que estaba obsesionada conmigo. Puto imbécil”.


Martes, 20 de mayo
FICCIONES DE LA MEMORIA

¿Debe uno creerse las historias que le cuentan? ¿Y las que uno se cuenta sobre sí mismo? A la memoria le gusta la autoficción: olvida, retoca, recrea para hacer interesante la trivial sucesión de los días.

Miércoles, 21 de mayo
OTRO MILAGRO

Eurídice suplica a Orfeo que se vuelva a mirarla. Orfeo sabe que no debe hacerlo, pero no puede resistir la tentación. Eurídice muere en sus brazos. Orfeo, la mezzosoprano Blandine Folio-Peres, canta: “J’ai perdu mon Eurydice, / rien n’égale mon malheur; / sort cruel! quelle rigueur!  / Rien n’égale mon malheur! / Je succombe à ma douleur!”
            Nada iguala a mi desgracia, no puedo soportar mi dolor… Y el dolor de Orfeo, con tanta felicidad expresado, es también el mío. La historia acaba ahí, en el mito y en mi vida, pero no en la obra de Gluck que esta tarde representa en el Campoamor el Ballet National de Marseille.
            “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”, como en el poema de Machado o en la ópera de Gluck, donde el amor “dédommage tous les curs”, recompensa todos los corazones.


Jueves, 22 de mayo
NADIE TAN NECESARIO

Quedo con un amigo en La Corte para ayudarle a revisar un trabajo y, cuando terminamos de hacerlo, antes de lo que pensaba, él se marcha y yo he de esperar a una amiga sin apenas nada que leer. Me temo que como se retrase acabaré escribiendo aforismos o haikus. Es lo malo de ser una de esas personas incapaces de estar sin hacer nada. Pero mi amiga Inés llega afortunadamente pronto, así que apenas me da tiempo a apuntar dos aforismos (“A nadie necesitamos tanto como a alguien que nos necesite”, “Más importante que acertar en el centro de la diana es no equivocarse de diana”) y un presunto haiku: “Cómo deslumbran / esas nieves de antaño / en la memoria”.

Viernes, 23 de mayo
LO QUE NOS ESPERA

Hoy la tertulia de los viernes, una costumbre que ya dura más de treinta años, terminó un poco antes de lo habitual (había no sé qué fiesta), así que yo abrí el cuaderno que me acaban de regalar y me entretuve en rellenar unas páginas con mi caligrafía ilegible.
            Ningún aforismo vale la pena si no se le ha ocurrido antes a otro.
            El que más corre es el que primero llega. A ninguna parte.
            En los conciertos, ninguna tos se queda sola.
            La felicidad es un lujo que pocos adultos pueden permitirse.
            Los cuentos que la religión cuenta para quitarnos el miedo a veces dan mucho más miedo.
            Para ser feliz, mejor que querer, dejarse querer.
            ¿Por qué tiene tanto éxito don Juan con las mujeres? Porque no se enamora nunca.
            ¿Por qué soy yo tan infeliz? Porque me enamoro siempre.
            Tiene muy mala fama dormir solo, pero yo no conozco manera más cómoda de dormir.
            Vivir en pareja no es más que una mala costumbre.
            La vida es algo demasiado serio como para tomársela demasiado en serio.
            La vejez o no llega nunca o llega demasiado pronto.
            La naturalidad solo resulta verdaderamente natural si está muy bien ensayada.
            La inteligencia nunca está de más, pero con frecuencia sobra.
            Hace falta ser muy tonto para no equivocarse nunca.
            Las mujeres son capaces de lo mejor y de lo peor, y esa es una de las muchas cosas que tienen en común con los hombres.
            Era tan listo que lograba engañarse a sí mismo, pero a nadie más.
            Somos felices cuando olvidamos lo que nos espera.


domingo, 18 de mayo de 2014

A buen entendedor: Dioses, demonios y algún tirón de orejas


Sábado, 10 de mayo
VUELVE, FANNY

“¿Usted cree en los sueños? ¿Y en los demonios? Yo sí. Bueno, ni creo ni dejo de creer. Cuento tan solo lo que me ha pasado. Mucho tiempo antes de que mi mujer me abandonara, cuando todavía nos llevábamos bien, incluso yo diría que muy bien, comencé a soñar que ella me dejaba. Los sueños comenzaron curiosamente en cuanto comenzó a trabajar en mi departamento un nuevo becario. Tuvo algunas desavenencias con el director de su tesis doctoral, se enfadó con él y me pidió que yo se la dirigiera. No me hacía mucha gracia, pero insistió tanto que acabé aceptando. Luego no tardamos en hacernos amigos. Como era argentino y no tenía aquí familia, comencé a invitarle algún que otro fin de semana a comer a casa. A mi mujer no le gustaban demasiado aquellas invitaciones y luego pasó lo que pasó, así es la vida. Pero mejor no hablar de ello. Lo que quería contarle es que nada más conocer a aquel meloso doctorando comencé a soñar con que mi mujer me abandonaba. Mi subsconsciente supo antes que ella lo que iba a ocurrir. Luego no duraron juntos ni medio año, pero esa es otra historia. Y en cuanto a los demonios, no me refiero a esos con rabos, cuernos y tridente de las leyendas medievales o de los que nos hablaban, cuando éramos niños, en el catecismo. ¿Recuerda usted que Sócrates tenía un demonio? Pues a ese tipo de demonios me refiero. Más de una vez, en los días siguientes a que mi mujer me dejara, al llegar yo a casa, me abrió la ventana del salón y me invitó a que me arrojara por ella. Nunca le hice caso, y no por falta de ganas, sino porque vivo en un primero y lo que me apetecia era romperme la cabeza y acabar de una vez y no romperme una pierna y andar por ahi tullido, además de cornudo y apaleado. Fue también mi demonio, que a veces se porta como un servicial mayordomo y otras como un niño malcriado, quien me abrió la puerta de ese local de alterne que está cerca de mi casa, y de la suya, al lado del Milán. Antes se llamaba Foro, ahora ha cambiado de nombre, una vez le pregunté por qué al encargado y él me dijo que porque había un partido político que también se llamaba así y eso les desprestigiaba. Yo creo que lo decía en broma, aunque no estoy seguro. Todavía se llamaba Foro cuando yo entré por primera vez. Dos chicas se me acercaron de inmediato. Una me sonrió a mí y la otra a mi demonio. Me extrañó porque es invisible para todos, ahora mismo está aquí a mi lado, escuchando atento, y no creo que usted pueda verle. No tenía yo costumbre de frecuentar ese tipo de locales, creo que solo había entrado una vez, de joven, en una despedida de soltero. Pero aquella chica, que no era tan joven como me pareció en un principio, en seguida me cayó bien. Resultó que teníamos muchas aficiones en común. Hablamos, hablamos hasta la madrugada, yo bebí mucho, esa es la verdad. Le pedí que me acompañara a casa, cuando cerraran el local. Ella se limitó a besarme y a decir: “No lo estropeemos”. Me levanté con dolor de cabeza y sin tener muy claro lo que había pasado. En la cocina, ya era casi mediodía, estaba mi demonio, que me había preparado el desayuno. No tomé nada, no estaba acostumbrado a beber tanto, me sentía mal y a la vez me sentía muy bien. Volvi dos o tres noches más y luego dejé de ir porque ella prefería verme fuera de su lugar de trabajo y yo no podía creerme que tuviera tanta suerte. Mi demonio sonreía y no decía nada, el muy cabrón. Y no había sueños que me avisaran de nada. Hacíamos el amor todas las noches, cosa que no me ocurría con mi mujer, y luego dormía como un bendito, de un tirón, hacía mucho tiempo que no me ocurría eso. Yo no pensaba casarme con ella, con una experiencia tenía bastante, pero le tenía plena confianza. Pusimos en común sus bienes y los míos, las cuentas del banco. Me dirá usted que eso fue una estupidez. Y yo también me lo he dicho muchas veces. Desapareció llevándose todo lo que pudo. Me dieron ganas de estrangular a mi demonio, que fue quien me la presentó. Ahora tengo sesenta años, ni un euro en el banco, medio sueldo embargado para pagar la pensión de mi exmujer, un maldito demonio que no me dejá ni a sol ni sombra y más ganas de vivir que nunca. ¿Cómo se explica eso? Pues porque estoy enamorado, porque sigo enganchado a Fanny, la mujer que encontré en Foro, el local que ahora no se llama así, ya sabe usted por qué. ¿Cómo es posible seguir queriendo a una ladrona que me rompió el corazón? Ni lo sé ni me importa saberlo. ¿Sabe usted que yo, que antes no jugaba a la lotería, juego ahora siempre que puedo? ¿Y sabe por qué? Para ver si me hago rico y vuelve a Fanny para robarme todo lo que tenga que robar. ¿Ya es la hora del cine? Perdone, no le entretengo más. Usted se preguntará que por qué le cuento esto, seguro que piensa que no soy más que un loco locuaz. Y sí, he estado en tratamiento, algún tiempo fui a la consulta de Mediavilla, aprendí muchas cosas, es un hombre sabio, pero no estoy loco, no se preocupe usted. ¿Estaba loco Sócrates? Pues él también tenía un demonio. Mire usted cómo se aburre ahora el mío. Pone cara de estar tramando otra de las suyas. ¿Y por qué le confieso estas cosas? Pues porque me han dicho que usted cuenta todo lo que le cuentan, y Fanny leía todos los días el periódico en que usted escribe. Quiero que sepa que la perdono, que quiero que vuelva, que me robe todo lo que me queda por robar. ¿Qué película va usted a ver? ¿Aprendiz de gigoló? No se la recomiendo, una patochada de John Turturro y cuatro amiguetes, aunque quizá le guste ver cómo viven los judíos ortodoxos en Williamsburg, ese barrio de Brooklyn”.


Domingo, 11 de mayo
HÁBIL MEMORIA

Tengo una memoria tan poco escrupulosa como un buen abogado: recuerda solo lo que me conviene, procura olvidar todo lo demás.  La estricta verdad de los hechos le importa poco, a no ser que resulte favorable a mis intereses.
            .
Lunes, 12 de mayo
LA PASIÓN DE LA IMPARCIALIDAD

Hay un relato de Borges que recuerdo a menudo, especialmente cuando he tenido que formar parte de algún concurso literario. Transcurre en una universidad americana; dos profesores, expertos en literatura anglosajona, aspiran a un mismo puesto; los méritos de ambos resultan parejos, pero uno es amigo del presidente del tribunal que ha de decidir y el otro no.
            Como lector de poesía, y desde hace bastantes años, más de una vez, formando parte de un jurado, he reconocido a los candidatos sobre los que tengo que decidir.
            Y en ocasiones me he encontrado con algún buen amigo, alguien que me resulta indiferente, un reiterado detractor.
            En el cuento de Borges, lo que hace el candidato aparentemente con menos posibilidades es publicar un artículo en el que arremete contra el encargado de decidir su futuro. Obtiene la plaza.
            El presidente del tribunal quería aparecer imparcial; temía que si no votaba a quien le había atacado se pensara que lo hacía por venganza.
            Algo así puede ocurrir en el Estados Unidos más puritano, no en España. Pero tengo y la  misma preocupación por la imagen y eso me lleva a cometer alguna injusticia. Si reconozco a un amigo en un premio, aunque me parezca el mejor libro el suyo, nunca le voto en primer lugar; temo que mi juicio, aunque yo me esfuerce en lo contrario, esté alterado por la amistad.
            Hoy el azar me ha hecho releer el cuento de Borges, titulado “El soborno”. Mi memoria, caprrichosa, había cambiado algunas cosas. No es un ascenso en la carrera de profesor lo que está en juego, sino la participación en un congreso de germanistas. Pero en un congreso participan todos los especialistas que se inscriben. Ese detalle –el cuento está lleno de pequeños detalles exactos—resulta poco verosímil y quizá por eso lo ha alterado mi memoria.
            Al final, el candidato ganador le cuenta al encargado de recomendarle que todo fue una estratagema para aprovecharse de “la curiosa pasión americana de la imparcialidad”.
            Yo también tengo esa pasión. Si un amigo gana un concurso del que yo formo parte como jurado, casi siempre es a pesar mío. Lo curioso es que todo el mundo piensa lo contrario. Incluso mis amigos. Quizá por eso los sigo conservando.


Martes, 13 de mayo
RESPETO A LA REALIDAD

No soy Unamuno. No me preocupa la vida eterna, no sé lo que son las crisis de fe, Dios y la historia sagrada de los cristianos forma parte para mí del mismo entrañable paquete de recuerdos de infancia que los reyes magos, y sin embargo me interesa mucho la religión. Nunca he mirado por encima del hombro a los creyentes. Encuentro ahora una posible explicación en un libro de Ramón María Nogués, Dioses, creencias y neuronas. “Tomar seriamente el tema religioso –escribe--, se sea religioso o no, es un signo de respeto a la realidad”.
            Y yo respeto mucho a la realidad: Y a las fantasías que acaban transformándola para hacerles la vida mejor a unos e imposible a otros.

Miércoles, 14 de mayo
LOS ERRORES SIEMPRE SON AJENOS

Los defectos de los demás en seguida nos saltan a la vista, los propios tienden a hacerse invisibles. Yo solo soy capaz de ver mis errores cuando los cometen otros.


Jueves, 15 de mayo
CADA COSA A SU TIEMPO

La edad nos va volviendo más invulnerables a las opiniones ajenas. Resulta más cómodo poner el piloto automático y escuchar solo las opiniones favorables.
            Lectura de poemas esta tarde en el luminoso Valey de Piedras Blancas, con el “El hombre sin hombre” de Pilar Camblor como sigiloso testigo. Mientras los poetas más jóvenes se limitan a leer sus versos, tal como se les había solicitado, el poeta más veterano no puede evitar ponerles en las alas el peso muerto de un comentario. Al final, y aunque de sobra sé que no servirá de nada –me supera en muchas cosas, pero en ninguna tanto como en terquedad-- le digo al discípulo díscolo, ya convertido en maestro, lo mismo que le llevo repitiendo desde hace veinte años:
            ---Las explicaciones más o menos ingeniosas, amigo Almuzara, están muy bien en tus talleres literarios o en las lecturas comentadas, pero cuando se trata de una actuación colectiva, y con el tiempo tasado, es como si fueras violinista en un cuarteto de cuerda e interpretarais una obra de Beethoven, el maravilloso opus 131 de la película El último concierto, por ejemplo, y cuando te toca intervenir, antes de hacerlo, te dirigieras al público y le explicaras, muy didácticamente, la importancia del violín en una orquesta.


Viernes, 16 de mayo
NO TE ACOSTUMBRES

Siempre, en estas ocasiones, me vienen a la memoria los versos de Cernuda: “Tantos años que pasaron / con mis soledades solo / y hoy tú duermes a mi lado”.
            Pero yo no soy Cernuda. En mis soledades casi nunca he estado solo, sino muy bien acompañado. Al poemilla le añado un estrambote: “Hoy, y quizá mañana, pero no te acostumbres”.


domingo, 11 de mayo de 2014

A buen entendedor: El arte de no tener amigos


Sábado, 3 de mayo
CARTAS DE AMOR

Abro las Máximas y malos pensamientos, de Santiago Rusiñol, recién reeditadas: “Las mejores cartas de amor son las que escriben los que no están enamorados”.
            Una gran verdad que antes dijeron Bécquer y Pessoa, y tantos otros. Las mejores cartas de amor, y los mejores poemas, se escriben cuando no se está enamorado. Pero para ello hace falta haber estado enamorado antes, de verdad y para siempre, muchas veces, cosa no demasiado frecuente, y saber escribir, algo aún menos frecuente.


Domingo, 4 de mayo
SOY TODOS LOS QUE HE SIDO

Soy todo los que he sido, y por eso disfruto con el nuevo Spiderman como si tuviera catorce años (en realidad, los tengo), o como un griego de la época de Pericles oyendo contar la historia de Hércules o de cualquier otro superhéroe. Cambia el envoltorio, sigue intacto el núcleo del mito.
            Y en mi caso se añade un placer especial, una de mis manías personales favoritas: ir reconociendo los lugares en que transcurre la acción. Quizá no sea tan personal esa manía. A todo el mundo le gusta peregrinar al escenario de sus historias favoritas, se cuenten en un libro, en una película o en una serie de televisión. Yo creo que hay una razón para ello: esos lugares se convierten en nexos entre la realidad y la ficción, en puertas que comunican mundos distintos.
            Peter Parker y Harry Osborn, los dos amigos de los años de internado que han vuelto a encontrarse, para charlar de sus cosas van hasta el Dumbo, el nuevo parque creado en una zona antes deteriorada y abandonada de Brooklyn, entre los puentes de Manhattan y de Brooklyn. Allí me llevó la primera vez, recién inaugurado, mi amigo Hilario Barrero. Allí he vuelto cada vez que he vuelto a Nueva York y allí he perdido el tiempo más de una vez charlando con algún amigo. Me agrada que Spiderman, cuando no está de servicio, tenga preferencia por el mismo lugar. Salta la valla y se acerca al río, como he visto hacer más de una vez a algún adolescente afroamericano. Luego se entretiene en tirar piedras para que parezcan rebotar en la superficie del agua y le enseña a su amigo Harry cómo hacerlo. Mientras los dos adolescentes charlan, la cámara se acerca un momento al puente de Brooklyn y me muestra tras él –como haciéndome un guiño de complicidad-- al Pier 17. tal como yo lo recuerdo, todavía no semidestruido para no sé qué reformas.
            Y luego, en la emocionante historia final, con el recuerdo de la escena en que un manifestante se coloca delante de un tanque en la plaza de Tiananmen, asoma un momento, a un lado de Park Avenue, la iglesia neobizantina de St. Barts, de San Bartolomé. Entre las incontables iglesias de Nueva York, es mi favorita. En esta ciudad, que sabe cómo buscar patrocinio privado para cualquier cosa que valga la pena, es frecuente encontar en los bancos de los parques inscripciones conmemorativas. También las hay en los bancos de algunas iglesias. En St. Barts puede leerse una firmada por mí: “Que los que no tienen sitio / lo encuentren en tu corazón”.
            La realidad es a medias verdad y a medias ficción. Sin los sueños la realidad no se sostiene. Las mentiras de los superhéroes nos dicen más de nosotros mismos que las verdades estadísticas. Peter Parker, el tímido adolescente abandonado por los padres, charla con su novia, Gwen Stacy, y detrás de ellos se lee, en grandes letras, Whole Foods Market. Reconzco el lugar: es Union Square (yo prefiero el que está en Time Warner, el centro comercial de Columbus Cirble). Seguramente han cenado allí, comprando la comida al peso y luego pagándola en caja antes de sentarse a consumirla, algo que a un español siempre le extraña siempre.
            Soy todos los he sido y vivo en todos los lugares que amo, aunque vuelva a ellos muy de tarde en tarde, o solo en sueños y en el ensueño del cine.


Lunes, 5 de mayo
RECONOCER EL ERROR

Me gusta ir de vanidoso por la vida, pero soy más hipócrita que vanidoso. La vanidad tiene mala fama, para mí inmerecida. Me caen bien los vanidosos, aunque yo no lo sea, solo finja serlo. El vanidoso está muy atento a los demás, quiere agradar, se desvive por conseguir un elogio, por ser admirado. Es fácil llevarse bien con las personas vanidosas. Son como niños: se creen cualquier cosas que se les diga siempre que suponga un elogio. Las personas orgullosas resultan más antipáticas. A mí la opinión de los demás me importa, pero bastante menos que la propia. De ahí que parezca una persona demasiado segura de sí misma e incapaz de dar su brazo a torcer. Y no es que no me guste rectificar. Todo lo contrario. Rectifico de inmediato en cuanto advierto un error. Pero tardo en advertirlos. A veces años. El último, exactamente treinta y siete años. Francisco Brines publicó uno de los libros suyos que yo prefiero, Insistencias en Luzbel, y un joven poeta y profesor, al que yo admiraba mucho entonces, a pesar de que ideológicamente estábamos en puntos opuestos, Miguel d’Ors, le dedicó una larga reseña, casi un estudio, en Nuestro Tiempo, una revista de la Universidad de Navarra. Yo me apresuré a fotocopiarlo y a enviárselo a Brines. No le gustó nada, se sintió ofendido. A mí me pareció que ese enfado se debía a un exceso de susceptibilidad por su parte. Pero ahora Miguel d’Ors reedita ese trabajo, junto con otros interesantes estudios y alguna apolillada minucia en el volumen Lecturas. Y yo releo aquellas viejas páginas, que tan inteligentes me parecieron, y las veo llenas de cerril y moralista incomprensión. Los versos finales de un poema (“El mar ha ennegrecido en lo lejano, / y se enciende la fiebre de la carne: / pues me llama al placer lo que allí vive”) los glosa así: “Lo que allí vive, y no, por ejemplo, la que allí vive, porque, lógicamente, cuando amar significa solo dar satisfacción al propio cuerpo se puede amar con lo que sea –persona, animal o cosa-- con tal de que proporcione esa satisfacción”. De otro poema dice que “sus posibles valores estéticos resultan difícilmente perceptibles para el lector normal a causa de la intensa conmoción que aquel le supone en el plano de los valores éticos y aún de la mera psicología”.
            Me gustaría pedirle perdón a Brines por haberle enviado esas fotocopias, pero me temo que ya es un poco tarde. Y Miguel d’Ors ya no es mi amigo. Si lo fuera, le diría que publicar esa reseña entonces quizá tuviera disculpa; reproducirla ahora, no tiene ninguna.


Martes, 6 de mayo
ENSEÑANZAS DE LA EDAD

¿Se vuelve uno más sabio con la edad o simplemente más comodón? Al contrario que cuando era más joven, ya solo soy capaz de enamorarme si estoy seguro, completamente seguro, de que no voy a ser correspondido.

Miércoles, 7 de mayo
SHERLOCK GOOGLE

Qué difícil resulta hoy lucirse como detective literario, una de mia aficiones favoritas. Resulta que en una nueva colección dirigida por Luis Antonio de Villena y Juan Bonilla se publica un libro inédito, Coral de carne, de un poeta poco conocido, Aníbal Turena. El volumen lleva nada menos que tres prólogos, uno de ellos firmado por Amelina Correa, benemérita profesora universitaria, quien firma también la solapa, y va ilustrado con fotografías.
            Pero comienza uno a leer los poemas y enseguida nota algo raro, un tufillo a fraude. Repaso los prólogos y no encuentro ninguna precisión bibliográfica concreta, salvo las alusiones a textos de Villena en los que presuntamente noveliza –como Juan Manuel de Prada a Gálvez-- al desconocido poeta menor, y una de las fotos –edulcoradamente gay-- resulta más que sospechosa. Se trata de yb apócrifo, sin duda alguna.
            Me dispongo ya a redactar un artículo (quiero ser el primero en descubrir el engaño) cuando se me ocurre algo en lo que debería haber pensado al principio: buscar a Aníbal Turena en Google. Y allí me encuentro, en primer lugar, con un artículo de Villena elogiando el libro que acaba de descubrir y editar y, a continuación, una entrevista de 2012, con motivo de la publicación de su novela, Majestad caída, en la que afirma: “El noventa por ciento de los personajes que aparecen en este libro son reales, y además están documentadísimos, aunque el protagonista, Aníbal Turena, un escritor maldito, es una invención mía”.
            Sin demasiado interés, añado yo. Villena no inventa heterónimos como Pessoa, sino caricaturas de sí mismo (“Bailan piernas en el ring. / Los brazos también bailan... / Dulce amado perillán, / entre tus piernas ¿qué danza?”). Y no sé qué pintan Bonilla y la profesora en este enredo.
            Con Google es más difícil engañar, y también presumir de listo, eso que a mi me gusta tanto.


Jueves, 8 de mayo
SPRUCE STREET

El Premio Príncipe de Asturias a Frank Gehry me lleva de nuevo a Nueva York y a su torre Beekman a la que pude admirar recientemente en la película de Spiderman, alzándose majestuosa sobre el puente de Brooklyn. No es en realidad una torre sino dos, muy unidas, como una pareja enamorada de rutilante acero. Quise verla de cerca una vez y tardé en encontrarla. Sabía su dirección, Spruce Street, una breve y fea calle que parte del City Hall Park y lleva hasta el antiguo puerto pesquero. Pero la  recorrí toda y no fui capaz de dar con ella. Pero al darme la vuelta, al final de la calle, allí estaba, encaramada sobre una escuela de ladrillo rojo.
            Eso es algo que solo pasa en esta ciudad. ¿No hay espacio para un nuevo rascacielos? Pues lo construimos sobre otro edificio. Alguna conclusión podría sacarse de que los setenta y seis deslumbrantes pisos con cerca de mil apartamentos de lujo y las mejores vistas de la ciudad se levanten sobre una escuela: la educación es la base del éxito.
            A la torre Beekman, como a los grandes hombres, hay que verlos a cierta distancia; desde demasiado cerca se vuelven casi invisibles, se confunden con los demás. Y no son sublimes sin interrupción: en la fachada que da a la vulgar calle Spuce, Gehry no quiso mostrar su llamativo genio, casi calatraveño, y se contentó con un liso paredón sin gracia ninguna (por ese lado parece que no había políticos ni especuladores que seducir).

Viernes, 9 de mayo
TAN A DESTIEMPO

Todo lo analizo, todo lo mido, todo lo peso y lo sopeso antes de tomar una decisión. Si me enamoré de ti, fue porque estaba seguro de que no me ibas a hacer ningún caso, de que me ibas a dejar en la tranquila rutina rumiando mi confortable soledad en verso y prosa. Pero empiezo a sospechar que me pasé de listo, mi deporte favorito.
            Dime que no me quieres, dime que estoy equivocado.
            No me llames a la felicidad, tan a destiempo.




domingo, 4 de mayo de 2014

A buen entendedor: Por qué no soy un caballero


Sábado, 26 de abril
DECIR Y NO DECIR

“Siempre os estáis quejando de melancolía –le escribe Samuel Johnson a James Boswell--, y de vuestros lamentos deduzco que os habéis encariñado con ella. Ningún hombre habla de algo que desea ocultar, y todo hombre desea ocultar aquello de lo que está avergonzado”.
            ¿Ningún hombre habla de aquello que desea ocultar? Yo no hablo de otra cosa.

Domingo, 27 de abril
ESPAÑOLES EN NUEVA YORK

Charla después del cine, como en los viejos tiempos, sobre la película que acabamos de ver, La vida inesperada, de Jorge Torregrossa, con guión de Elvira Lindo.
            --A mí me ha parecido muy poquita cosa, un sainete manchego en Nueva York.             ---Pues a mí me ha divertido, y he disfrutado sobre todo con el paseo por lugares conocidos. Cierto que no me acabo de creer a ese primo rico, tacaño y tontorrón. No sé por qué, en lugar de buscarse un buen hotel, se pasa un mes compartiendo el cuchitril y, peor aún, la cama de Javier Cámara. No me creo tampoco que quien quiere triunfar como actor se vaya a Nueva York a representar a Lorca y a Mihura en un teatro de barrio, y además en español. Y la historia de si el primo deja o no deja a la novia de siempre por la camarera norteamericana resulta bastante insignificante. Pero cómo me gustan las imágenes iniciales, con la ciudad iluminada, y la música que recuerda al Manhattan de Woody Allen. Y luego ir reconociendo los exteriores: el paseo nocturno por el High Line, el cubo transparente de la tienda de Mac frente al hotel Plaza, el banco en Sutton Place, junto al Quensboro Bridge (otro homenaje a la película de Woody Allen), el perfil de la ciudad desde el ferry a Staten Island, el edificio de ladrillo rojo de General Electric entrevisto un momento al salir Raúl Arévalo del rascacielos donde realiza sus entrevistas de trabajo (se trata del Citicorp Center, para mí tan familiar), el juego de reflejos de unos rascacielos en otros que yo he fotografiado tantas veces...
            ---O sea que a ti lo que ha interesado es la posibilidad de volver a pasear otra vez por Nueva York, como la semana pasada.
            ---Exacto, y no me ha importado nada, con tal de volver a ver el Zodiaco y las más de dos mil estrellas del vestíbulo de Grand Central, que en ella se tome el tren para Boston que parte, en realidad, de Penn Station, tan poco fotogénica. Yo habría escrito un cuento de hadas, otra versión de Cenicienta, la historia de la hermana mala (el primo banquero) que humilla a Cenicienta invitándola a su hotel, el Waldorf Astoria o el Plaza, mientras ella se ve obligada, para pagar el alquiler, a barrer el teatro en que de vez en cuando desempeña algún pequeño papel. Pero pasa un productor, la oye cantar mientras barre, y la contrata para un musical de Broadway, que tiene gran éxito. Entre tanto, la crisis de la banca deja en la calle al primo, que ha de pedirle al actor que le permita compartir un apartamento del que se había burlado tanto.   
            ----Me parece que como guionista prefiero a Elvira Lindo.

            
Martes, 29 de abril
POR QUÉ NO ME DEDICO A LA POLÍTICA

¿Nunca ha pensado en dedicarse a la política?, me preguntan en una de esas entrevistas periodísticas en las que a uno le preguntan de todo menos de sus libros.
            La verdad es que no. Y no por falta de interés, sino de condiciones personales. Me temo que el único cargo político que yo podría desempeñar con algunas garantías de éxito sería el de dictador.


Miércoles, 30 de abril
EL ENEMIGO EN CASA

Tuve la mañana ocupada con las clases y no pude ni siquiera hojear los periódicos locales. Lo hago por la tarde, en la cafetería habitual, y en uno de ellos encuentro, a propósito de la entrevista televisiva de ayer, una fotografía mía y, sobre ella, minuciosamente caligrafiado, un término despectivo.
            “Alguien que no te quiere bien”, me dice un amigo al que se la enseño. Y yo pienso en quién será ese pobre hombre al que le ofenden mis “éxitos”. Y me lo imagino de cierta edad (o sea, más o menos de mi edad), ya jubilado, autor de varios libros de poemas inéditos, aficionado a mandar cartas al director a los periódicos... Como esta es una ciudad pequeña, no sigo porque acabaría poniéndole rostro y nombre.
            Siempre he pensado que la importancia de una persona se mide por la categoría de sus enemigos. Si es así, la mía parece que resulta bastante minúscula.


Jueves, 1 de mayo
ENCUENTRO EN EL FONTÁN

Paseo por el Fontán como si fuera una mañana de domingo. Los puestos de libros alternan con los de flores. Pero los segundos ofrecen todo el color y el olor de la primavera, mientras que los primeros solo material de desecho. De pronto la alegría de encontrarse con un conocido al que no había vuelto a ver desde hace medio siglo: 33 historias que han conmovido al mundo.
            Vuelvo a 1962 o 1963. Yo ya vivía en Avilés, pero los veranos –los interminables veranos de entonces-- los pasábamos en Aldeanueva, con las largas horas de la siesta en que la gente se encerraba en casa y no había nada que hacer. Tampoco nada que leer. Sospecho que el que ahora haya en mi casa libros en todos los rincones, también en la cocina (pero no de cocina), es una consecuencia de la persistente penuria de aquellos tiempos. Unos vecinos, que vivían en Madrid y también veraneaban en el pueblo, estaban suscritos a Selecciones del Reader’s Digest y de vez en cuando me prestaban algunos viejos ejemplares, que yo devoraba. En una ocasión lo que me prestaron fue un libro editado por la revista. Lo tuve en mi poder poco tiempo y no lo había vuelto a ver hasta hoy. Con qué emoción reconozco el Ex Libris de las guardas  --el primero que vi en mi vida--, un globo terráqueo, unos mapas enrrollados, un compás, unos gruesos tomos, la pluma en el tintero.
            Me basta repasar el índice para que me vengan a la memoria aquellas historias. “El hombre que no maté”, un soldado francés le perdona la vida a otro alemán durante la Segunda Guerra Mundial; “El vuelo que emocionó al mundo entero”, el de Lindbergh recorriendo sin escalas los cinco mil ochocientos kilómetros que separan Nueva York de París; “El misterio del tren 8017”,  aquel largo tren de Salerno a Nápoles que llegó con todos los viajeros muertos y sin señal de violencia alguna; el naufragio de un velero alemán, con 31 marinos a bordo y 55 cadetes, todos menores de veinte años (lo cuenta uno de los seis supervivientes). Había también fugas de la cárcel, relatos de espías, el viaje de una niña desde Boston a Nueva York acompañando a un famoso cantante de ópera, Enrique Caruso (el viaje terminaba con un recibimiento apoteósico en Grand Central). Todas esas historias, y la memoria de mi adolescencia entreverada con ellas, solo cuestan un euro.
            Acaricio el libro, lo abro al azar por cualquier página, leo un poco acá y allá. Pero pronto lo cierro y prefiero no seguir leyendo. Ahora veo lo que no veía entonces: sentimentalismo, anticomunismo, propaganda del tipo de vida americano en los años de la guerra fría. Prefiero continuar conservando intacto mi recuerdo.
            ¡Aquellas eternas tarde de verano, la casa a oscuras, yo sentado en el suelo cerca del balcón, una de cuyas contraventanas, no bien cerrada, dejaba pasar un rayo de sol que caía precisamente sobre las páginas del libro!
            Abro este volumen por cualquier capítulo, leo la primera frase, y eso me basta para recuperar la emoción de entonces: “En las primeras horas de la mañana del 13 de enero de 1954, una goleta de 60 metros de eslora, tripulada por 13 hombres, a bordo de la cual viajaga una expedición oceanográfica de la Universidad de Columbia, compuesta por ocho miembros, luchaba con vientos huracanados y enormes olas, doscientas millas al norte de las Bermudas”.
            Y una gran ola de melancolía está a punto de caer sobre mí y empaparme entero en esta mañana festiva de primavera.


Viernes, 2 de mayo
PRUEBA EL POSTRE

Cosas de las que un caballero no habla nunca en la mesa: política, religión, enfermedades. Pero está visto que yo no soy un caballero. Le doy la tabarra al amigo con el que almuerzo hoy a propósito de un artículo de Enrique Gil Calvo que acabo de leer. Se titula “Contra el derecho a decidir”, un enésimo sofisma contra un derecho al que en democracia es difícil poner reparos. Gil Calvo, que es catedrático de Sociología, se los pone. Mi amigo quiere cambiar de conversación y disfrutar del plato del día. Lo intenta todo, incluso preguntarme por mi próximo libro, que es algo que nunca falla en un escritor, pero yo soy como toro que ha visto un trapo rojo.
            ---¿A qué insistir? -- me dice aburrido--. Tú estás a favor de que los ciudadanos de Cataluña decidan libremente su futuro; el resto de los españoles, sean de izquierdas o de derechas, voten a Rajoy o a Rubalcaba, no. Ya veremos cómo se resuelve el problema. Ahora pasemos a otra cosa. Y no se te ocurra hablar de nuevo de esto en el periódico de los domingos porque tienes a tus lectores más que aburridos con el asunto. Háblales de esos nuevos amores, más o menos adúlteros, que te traes entre manos, que seguro que les divierten más.
            Pero yo he mordido carne de sofisma en el artículo de Enrique Gil Calvo y no estoy dispuesto a soltar la presa.
            ---Gil Calvo incluso afirma ser favorable a la consulta como un mal menor, por puro pragmatismo político, en aras de la coexistencia cívica. Y a pesar de eso niega el derecho a decir basándose en presuntos argumentos racionales. Y es por ahí por donde yo no paso. Te resumo su razonamiento: si bien se tiene derecho a decidir por uno mismo, no se tiene derecho a decidir por los demás. Uno no tiene derecho a decidir algo que perjudique a otros. Y eso es lo que ocurriría –le paso el ejemplar de El País donde tengo el párrafo subrayado—“si Cataluña decidiera separarse perjudicando a los territorios que dependen de sus impuestos, como tampoco padres ni madres tienen derecho a decidir el abandono de los hijos a su cargo”. No sabe Gil Calvo qué gran apoyo brinda con ese argumento a los independentistas. ¡Cataluña sería la madre rica a cuya costa quieren vivir unos hijos, las otras comunidades, que ya están en edad de ganarse la vida por su cuenta! Ninguna mayoría –continúa-- puede privar a los catalanes de la ciudadanía española del mismo modo que existe “la imposibilidad democrática de que una mayoría electoral apruebe la pena de muerte”.  Qué ingenuidad. Ignora que hay Estados (democráticos) en los que, después de abolida, ha sido restaurada. Si la mayoría electoral quiere que se restaure, basta una votación en el Parlamento para que se modifique al respecto la Constitución, como ha ocurrido ya en otros dos casos. El derecho a decidir supondría “la pena de muerte (o de amputación y escisión) de toda una comunidad cívica”. Qué cosas. En una Cataluña independiente, quien quiera seguirá conservando la nacionalidad española, sin que eso le prive de ningún derecho, salvo que, en las elecciones generales, votará al gobierno de Madrid y no al de Barcelona. Es curioso cómo el visceral nacionalismo impide ver la realidad incluso a la persona más inteligente.
            ----¿Y nunca has pensado que lo que tú dices de los demás podrían los demás decirlo de ti, pesadísimo Martín? Por cierto, prueba el postre. Está muy rico.