Sábado,
17 de mayo
BAROJA Y LAS SIRENAS
Ser
rutinario tiene sus ventajas: uno vive en perpetua aventura. Habitualmente paso
los sábados en Avilés, pero hoy, antes de regresar a Oviedo, me doy una vuelta
por Gijón y allí me encuentro, en casa de mis editores, con Baroja. Bueno, con
un libro sobre Baroja que yo, que creía conocerlo todo sobre el escritor, una
de mis debilidades, no había leído: Baroja
y su máscara, de Marino Gómez-Santos. Se subtitula “Diálogos y
confidencias” y es un libro destartalado y entrañable, maravillosamente
barojiano. Parte de su contenido lo reproduce Gómez-Santos en sus memorias,
pero en ellas se pierde el encanto de estas páginas.
En los años cincuenta, el anciano y
senil escritor se convirtió en una figura popular. En La memoria cruel explica Gómez-Santos las razones: “Juan Aparicio,
director general de Prensa, que se declaraba barojiano para dárselas de
liberal, enviaba a los alumnos de la
Escuela de Periodismo a casa de Baroja para que se
ejercitaran en la entrevista. Entonces se difundió por los periódicos un
sinnúmero de tópicos referidos a la boina, la manta, la bufanda, las zapatillas
y el chubesqui de don Pío, tópicos que servían de introducción a las
declaraciones del anciano novelista, un tanto surrealistas, debido a las
tachaduras del censor de turno. Aparicio utilizó políticamente la presencia de
Baroja en Madrid cuando los escritores de la República permanecían
exiliados”.
Marino Gómez-Santos era entonces un
joven ambicioso de poco más de veinte años. Acababa de trasladarse de Oviedo a
Madrid dispuesto a conquistar la gloria y cultivaba la amistad de los grandes
nombres que podían serle útiles. Se ofreció para servir de amanuense a Baroja y
durante un tiempo le visitó todos los días. En una fotografía de entonces, que
sirve como portada en La memoria cruel,
aparece repeinado y trajeado, con cara de niño, escribiendo lo que Baroja le
dicta.
El Baroja anciano se repetía
constantemente, mezclaba la lucidez con el disparate, pero nosotros no nos
cansamos de escucharle. Por su casa, en aquellos años en que apenas salía de
casa, pasaban toda clase de tipos curiosos, como por cualquiera de sus novelas,
y Gómez-Santos los traslada a su libro con bondadosa ironía (la crueldad de la
memoria vendría después).
Leo el libro –que incluye también
recortes de periódicos de entonces, un reportaje de Josefina Caravias, una
entrevista de González-Ruano– en un café de la calle San Bernardo, no puedo
esperar a llegar a casa, y luego subo hasta el cerro de Santa Catalina. En una
lápida afirma Jovellanos: “El espectáculo es magnífico. A su vista se siente un
placer inexplicable”. La tarde es ventosa y soleada. Sobre los verdes prados,
el azul intenso del mar y un velero en la lejanía. Qué ganas de subirse a él,
como en el romance del conde Arnaldos, y partir hacia islas remotas fuera del
mapa y del calendario.
Al contrario que el conde Arnaldos,
yo no oía el mágico cantar del marinero en el navío, pero al llegar a lo alto
del cerro y colocarme, como siempre hago, en medio del Elogio del Horizonte, no
pude dejar de escuchar el canto de las sirenas. Un canto tan seductor que me
hizo cerrar los ojos al borde del precipicio cuando el viento comenzó a soplar
cada vez más fuerte. No me habría importado que me llevaran con ellas.
Domingo,
18 de mayo
LA ÚNICA PERSONA
Soy
la única persona que después de conocerme bien me sigue queriendo. Y me temo
que se está empezando a cansar.
Lunes,
19 de mayo
UNA NOVELA, LA
VIDA MISMA
“Mi
mujer me quería, pero no me quería bien. Solo era feliz cuando estaba a mi
lado, o cuando me tenía bajo su control. Siempre encontraba un pretexto para
llamar al trabajo y procuraba enterarse al minuto de dónde había estado y lo
que había hecho las pocas veces que lograba salir con amigos. Yo también la
quería, sobre todo al principio, cuando éramos novios. Luego comencé a sentir
que me asfixiaba, que me faltaba el aire. No veía la manera de librarme de
aquella situación. Como el prisionero condenado a cadena perpetua, me pasaba
las noches ideando estratagemas para poder escapar. Solucionarlo hablando ya lo
había intentado más de una vez, sobre todo los primeros años. Pero no servía de
nada. Mi mujer decía que sí a todo, estaba de acuerdo conmigo y luego seguía
comportándose como siempre. Quererme me quería mucho, ya le dije, de eso yo no
tenía ninguna duda, me quería tanto que a veces me daba la impresión de que
nada le gustaría más que atarme una correa al cuello y llevarme consigo a todas
partes. No sé cómo habría terminado aquello si no hubiera ocurrido lo que
ocurrió. Yo, primero en sueños, y luego despierto, había comenzado a pensar en
su desaparición, de una forma o de otra. El asunto podía haber acabado en
tragedia, pero terminó en farsa. Un día mi mujer no me llamó al trabajo, y al
regresar yo a casa, no estaba en ella. Me extrañó bastante, pensé que podía
haberle ocurrido un accidente. Y entonces sonó el teléfono: No me atrevía a
decírtelo directamente; temía romperte el corazón; espero que sepas perdonarme,
pero era tu felicidad o la mía. Mi mujer, de la que no sabía cómo librarme, a
la que fantaseaba incluso con asesinar, se había ido con otro (luego me enteré
que era con otra), me dejaba. Me sentí ofendido, humillado, no aliviado como yo
pensaba. Colgué el teléfono sin responderle una palabra, no me salían del
cuerpo. Fui hasta el bar ese, el Savanna, donde ustedes tienen ahora la
tertulia y me emborraché minuciosamente. Anduve luego toda la noche dando
tumbos, no me atrevía a volver a casa. Pero luego volví y dormí un día entero y
me desperté decidido a hacer lo que fuera para recuperar a mi mujer. Aún no lo
he conseguido. Su compañera es casi una chiquilla, tiene veinte años menos, no
se despega de su lado; en ella ha encontrado al verdadero perrito faldero. La cabeza
me dice que ahora yo debería ser feliz, que tengo la libertad que siempre he
buscado. He intentado otras relaciones, dos o tres, pero me aburría pronto. O
se aburrían ellas, no lo sé, el caso es que no funcionaron. Mi mujer, para mí
todavía sigue siendo mi mujer, me ha denunciado, dice que la acoso con mis
llamadas, y no soy ni la mitad de insistente que era ella. El psicólogo me
aconsejó que escribiera la historia para tratar de entenderla. Afortunada o
desafortunadamente ahora tengo mucho tiempo. Estoy prejubilado. He escrito una
novela. Me gustaría que la leyera y me diera su opinión. Su opinión sincera. Le
he puesto un final feliz, bueno feliz para mí, un poco vengativo. El
protagonista le roba la joven amante a su exmujer y ella se suicida. Su opinión
sincera, no tema indicarme los fallos. La muy puta. Y yo que creía que me
quería, que estaba obsesionada conmigo. Puto imbécil”.
Martes,
20 de mayo
FICCIONES DE LA MEMORIA
¿Debe
uno creerse las historias que le cuentan? ¿Y las que uno se cuenta sobre sí
mismo? A la memoria le gusta la autoficción: olvida, retoca, recrea para hacer
interesante la trivial sucesión de los días.
Miércoles,
21 de mayo
OTRO MILAGRO
Eurídice
suplica a Orfeo que se vuelva a mirarla. Orfeo sabe que no debe hacerlo, pero
no puede resistir la tentación. Eurídice muere en sus brazos. Orfeo, la
mezzosoprano Blandine Folio-Peres, canta: “J’ai perdu mon Eurydice, / rien
n’égale mon malheur; / sort cruel! quelle rigueur! / Rien n’égale mon malheur! / Je succombe à
ma douleur!”
Nada iguala a mi desgracia, no puedo
soportar mi dolor… Y el dolor de Orfeo, con tanta felicidad expresado, es
también el mío. La historia acaba ahí, en el mito y en mi vida, pero no en la
obra de Gluck que esta tarde representa en el Campoamor el Ballet National de
Marseille.
“Mi corazón espera / también, hacia
la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”, como en el poema de
Machado o en la ópera de Gluck, donde el amor “dédommage tous les curs”,
recompensa todos los corazones.
Jueves,
22 de mayo
NADIE TAN NECESARIO
Quedo
con un amigo en La Corte
para ayudarle a revisar un trabajo y, cuando terminamos de hacerlo, antes de lo
que pensaba, él se marcha y yo he de esperar a una amiga sin apenas nada que
leer. Me temo que como se retrase acabaré escribiendo aforismos o haikus. Es lo
malo de ser una de esas personas incapaces de estar sin hacer nada. Pero mi
amiga Inés llega afortunadamente pronto, así que apenas me da tiempo a apuntar
dos aforismos (“A nadie necesitamos tanto como a alguien que nos necesite”, “Más
importante que acertar en el centro de la diana es no equivocarse de diana”) y
un presunto haiku: “Cómo deslumbran / esas nieves de antaño / en la memoria”.
Viernes,
23 de mayo
LO QUE NOS ESPERA
Hoy
la tertulia de los viernes, una costumbre que ya dura más de treinta años,
terminó un poco antes de lo habitual (había no sé qué fiesta), así que yo abrí
el cuaderno que me acaban de regalar y me entretuve en rellenar unas páginas
con mi caligrafía ilegible.
Ningún aforismo vale la pena si no se
le ha ocurrido antes a otro.
El que más corre es el que primero
llega. A ninguna parte.
En los conciertos, ninguna tos se
queda sola.
La felicidad es un lujo que pocos
adultos pueden permitirse.
Los cuentos que la religión cuenta
para quitarnos el miedo a veces dan mucho más miedo.
Para ser feliz, mejor que querer,
dejarse querer.
¿Por qué tiene tanto éxito don Juan
con las mujeres? Porque no se enamora nunca.
¿Por qué soy yo tan infeliz? Porque
me enamoro siempre.
Tiene muy mala fama dormir solo,
pero yo no conozco manera más cómoda de dormir.
Vivir en pareja no es más que una
mala costumbre.
La vida es algo demasiado serio como
para tomársela demasiado en serio.
La vejez o no llega nunca o llega
demasiado pronto.
La naturalidad solo resulta verdaderamente
natural si está muy bien ensayada.
La
inteligencia nunca está de más, pero con frecuencia sobra.
Hace falta ser muy tonto para no
equivocarse nunca.
Las mujeres son capaces de lo mejor
y de lo peor, y esa es una de las muchas cosas que tienen en común con los
hombres.
Era tan listo que lograba engañarse
a sí mismo, pero a nadie más.
Somos felices cuando olvidamos lo
que nos espera.