domingo, 30 de septiembre de 2018

Revelación de secretos: Breve tratado sobre la estupidez humana



Domingo, 23 de septiembre
PARA SER UN TRIUNFADOR

¿Para ser un triunfador resulta imprescindible vender el alma al diablo? ¿Ser un insumiso por fuera y de lo más sumiso a todo el que tenga algún poder por dentro?
            Lo malo es que parece haber tal exceso de oferta que el diablo ya no quiere las almas –al menos, la mía– ni regaladas.
            Yo, para ser un triunfador, sería capaz de cualquier cosa, salvo acostarme tarde, hacer deporte, presentarme a un premio literario o practicar la falsa modestia.


Lunes, 24 de septiembre
NADA ESTÁ PERDIDO

Poco antes de salir del despacho hacia clase, se me ocurre revisar el horario y resulta que hoy me toca la primera “tutoría grupal”, uno de esos inventos atribuidos a Bolonia, pero en realidad fruto solo de la mentalidad reglamentista de los gestores universitarios.
            ¿Y en qué consiste una tutoría grupal? Nadie lo sabe bien. Parece que, en lugar de dar la clase habitual, hay que reunirse con los alumnos que tengan alguna duda a cuatro horas distintas y en cuatro aulas distintas. Pero la de hoy sería la segunda clase teórica del curso, así que pocas dudas pueden tener.
            Voy hacia el aulario con un humor de mil demonios, como se decía en las novelas de antes. Y escribiendo mentalmente la carta de protesta al vicedecano correspondiente (el mismo que decidió que, ya que la inauguración del curso no iba a ser un miércoles, como estaba previsto, las clases comenzarían el miércoles pero con el horario correspondiente al jueves). Como en la comedia de Molière, en la Universidad hay quien prefiere “morir con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas”, o sea aplicar el supuesto reglamento de Bolonia, con mentalidad cuartelera, aunque ello suponga poner todas las trabas posibles al adecuado desarrollo de la docencia, que no seria más que una obligación de los malos profesores. El premio a un buen profesor universitario, al que investiga, es irle quitando horas de clase.         
            De lo que se entiende por investigar en las Facultades de Letras, que son las que yo conozco, mejor no hablar. Y de quienes controlan la calidad de esas investigaciones, mejor callar. Yo sentí vergüenza ajena al leer la sentencia de un tribunal que les decía que, para valorar negativamente un artículo de investigación, era necesario leerlo previamente.
            Menos mal que no tuve necesidad de escribir ese desahogo epistolar. Como no soy nada diplomático, me podría traer problemas. Lo fácil que es encogerse de hombros y aceptar como una calamidad inevitable la estupidez de costumbre (es lo que hace el público de la ópera con las ocurrencias de los directores de escena).
            Antes de ir a la clase donde me tocaría esperar, primero de doce a una, luego de una a dos, más tarde de cinco a seis y luego de seis a siete, si algún alumno tiene dudas sobre lo que aún no se ha explicado, me asomo al aula habitual.
            ¿Y qué me encuentro? A todos los alumnos esperándome, con el ordenador o el bolígrafo a punto. “¿Pero no era hoy el día de la primera tutoría grupal?”, pregunto.
             Eso dice el horario, pero como les parecía una tontería no han hecho ningún caso. Sonrío feliz. La inteligencia puede ser un bien escaso entre los gestores de la Universidad, y no solo entre los de la Rey Juan Carlos (el nombre ya lo dice todo), pero no lo es entre los alumnos. Nada está perdido.


Martes, 25 de septiembre
POCA PACIENCIA

Homenaje a León Felipe en el Campus del Milán. Intervienen Josefina Martínez (lo organiza la cátedra Alarcos), Aurora Luque, Carlos Marzal y yo. Los tópicos de costumbre. Yo me atrevo a disentir. Es poeta en unos pocos de sus primeros poemas (los de Versos y oraciones de caminante) y en algunos de los últimos (los de Oh este viejo y roto violín); en medio, apolillada palabrería y declamatorias jeremiadas.
Allá en los setenta, cuando estudiaba en la Universidad, formaba parte, con Celaya y Blas de Otero, de la trilogía protagonista de los recitales multitudinarios que acaban a veces con la intervención de la policía.
            En su libro de verso y prosa Ganarás la luz, escribe: “Los poetas sabemos muy poco. Somos muy malos estudiantes, no somos inteligentes, nos gusta mucho dormir y creemos que hay un atajo escondido para llegar al saber”.
            “Habla por ti” se me ocurre responder, aunque sospecho que él –como tantos otros poetas que van de malditos y pobrecitos por la vida– fue un buen empresario de sí mismo. En su juventud quiso ser actor y quizá eso fue lo que acabó siendo, actor y autor de los monólogos autobiográficos y quejumbrosos –español del éxodo y del llanto– que representaba por los teatros de Latinoamérica mientras su sobrino, el torero Carlos Arruza, actuaba en las plazas de toros.         
            Para terminar, escuchamos una grabación de sus poemas. Lee, espléndidamente, sus primeros versos. Entre ellos, el poema en que parece aconsejar a los demás, pero en realidad aconsejaba al que llegaría a ser: “Más bajo, poeta, más bajo… / no lloréis tan alto, no gritéis tanto… / más bajo, más bajo, hablad más bajo. / Si para quejaros / acercáis la bocina a vuestros labios, / parecerá vuestro llanto, / como el de las plañideras, mercenario”.
            Y eso es lo que parece el suyo en cuanto se pone a recitar, con voz de plañidera, sus poemas de guerra y posguerra. A un poema le sucede otro, cada vez más declamatorio y envejecido. Yo comienzo a rebullirme en el asiento, a poner cara de qué tortura, a cerrar los ojos como si me durmiera ante aquella melopea. La verdad es que tengo poca paciencia. Acabo protestando, ya pasa una eternidad de la una, la hora en que debía terminar el acto, y logro que se corte la grabación y se pronuncien las palabras de despedida.
            Creo que me voy volviendo cada vez más irrespetuosamente adolescente. No sé aburrirme educadamente. Soy un pésimo ejemplo para los alumnos. Pero yo, con los años, me he ganado el derecho a ser joven, a no aguantar rollos, a decir alto y claro que la historia de la literatura está llena de textos apolillados y muertos, que pueden interesar al historiador, pero desde luego no al lector actual.
            Y también digo que la mayoría de los profesores no distinguen entre la literatura viva –sea del siglo que sea– y la letra muerta. Carlos Marzal y Aurora Luque sí saben distinguir, pero como vienen invitados se creen en la obligación de disimular y de camuflar su disentimiento entre anécdotas personales y las habituales vaguedades. No llegan a mentir como los reseñistas estrella de Babelia, dispuestos siempre a elogiar lo que les mande el grupo Planeta, pero casi.


Miércoles, 26 de septiembre
TRAMPAS DE LA MEMORIA

Ayer, durante la comida para fallar el premio Emilio Alarcos (de las deliberaciones, callo para no incurrir en revelación de secretos), se me ocurrió recitarle a Luis Alberto de Cuenca uno de sus sonetos: “La otra noche, después de la movida, / en la mesa de siempre me encontraste / y con pocas palabras me quitaste / no sé si la cartera o si la vida”.
            Me interrumpió de inmediato: “Y con pocas palabras, no; y sin mediar palabra”.
            ¿Por qué cambiaría yo una expresión por otra? Quizá porque inconscientemente me pareció más verosímil que, si alguien, conocido o no, se acerca a la mesa en que uno está sentado, lo primero que haga –antes de robarle no sé si la cartera o si la vida– sea por lo menos saludar.
            Recuerdo docenas y docenas de poemas ajenos (ninguno propio) y me gusta citarlos al azar de la conversación o de la escritura sin comprobar la cita, que no siempre es exacta. Algún día me gustaría publicar una antología de la poesía española –y universal traducida al español: el Verlaine de Díez-Canedo, el Li Po de Marcela de Juan– tal como yo recuerdo los poemas, con pequeñas infidelidades que no siempre los empeoran. Es lo que llamo el Taller de la Memoria.
            A veces, y eso es más grave, mi memoria no solo cambia el texto sino que cambia también al autor. Unos versos que leí en la enciclopedia Álvarez, y que se me quedaron en la memoria como todos los que leí en la infancia (“Bendito seas, Señor, / por tu infinita bondad, / porque pones con amor, / sobre espinas de dolor, / rosas de conformidad. / Gracias si queréis que mire, / gracias si queréis cegarme, / gracias por todo y por nada, / y sea lo que queráis”) siempre se los atribuí a José María Pemán hasta que el preciso registrador de la propiedad intelectual que es José Cereijo me dijo que los cuatro primeros eran de Pemán, pero los otros cuatro de Juan Ramón Jiménez. Y efectivamente, como pude comprobar, forman parte de un poema, “Lo que Vos queráis, Señor”, en el que se dedicó a plagiar al gaditano con algunas décadas de anticipación. Quizá pensaba en ese poema Cernuda cuando mencionaba a José María Jiménez y Juan Ramón Pemán, entre los colaboradores habituales de Caracola y otras revistas españolas del franquismo.


Jueves, 27 de septiembre
UN TRIUNFADOR

“He sido el arquitecto de mi propio destino”, repito a menudo. “Un mal arquitecto, por lo que parece”, se me puede responder observando la destartalada leonera –libros por todas partes– en la que vivo solo, pero en la mejor compañía.
            No seré un triunfador, pero sí un conformista y nadie más feliz con su triunfo que yo con mi fracaso, que me permite seguir siendo impertinente abogado del diablo. que es lo que más me divierte.


Viernes, 28 de septiembre
GÉNERO NEUTRO

Abro el buzón y me encuentro con EL Breve tratado sobre la estupidez humana, de Ricardo Moreno Catillo, recién publicado por Fórcola. El título resulta sugestivo, así que comienzo a leerlo de inmediato.
            No es un libro irónico como el Elogio de la locura de Erasmo. El autor se cree realmente un valeroso Quijote enfrentado al pensamiento único, que ha engendrado horrores como el nacionalismo y el lenguaje inclusivo.
            En el prólogo, Francesc de Carreras arremete contra una de las mayores estupideces del mundo contemporáneo: hablar de “hombres y mujeres” cuando se quiere hablar de hombres y mujeres, de “compañeros y compañeras” cuando se quiere hablar de compañeros  y compañeras. Quien hace eso “alberga un cierto grado de estupidez pues olvida que en gramática, además de los géneros masculino y femenino, también está el neutro, lo cual permite referirse a ambos sin ser repetitivo y confuso, es decir, facilitando la comprensión, una de las funciones, sin duda la más importante, del lenguaje”.
            ¿Cuándo decimos “los niños” para referirnos a niños y niñas empleamos el género neutro? ¿Dónde habrá estudiado gramática el bueno de Francesc de Carreras? ¿Y comenzar una charla con un “señoras y señores” es repetitivo y confuso frente a la claridad que aporta emplear “el género neutro” y decir solo “señores”?
            Yo creía que Francesc de Carreras era un autodidacta desinformado y por la Wikipedia me entero de que es nada menos que catedrático de Derecho Constitucional y uno de los fundadores de Ciudadanos. Pero todo eso no le impide hacer estrepitosamente el ridículo en su prólogo. Del libro, mejor no hablar.



domingo, 23 de septiembre de 2018

Revelación de secretos: Cumpleaños



Sábado, 15 de septiembre
MI IDEA DEL PARAÍSO

Creo que fue el poeta Robert Browning el primer escritor vivo que asistió a un congreso sobre su obra. Luego se ha convertido en algo bastante común. Yo recuerdo cuando asistí en Oporto, en la Fundación Serralves, a un encuentro internacional sobre Eugénio de Andrade, que no faltó a ninguna de las comunicaciones y asentía a los repetitivos elogios con agradecida sonrisa.
            Pablo Núñez me cuenta su visita a Neuchâtel, donde asistió a un congreso universitario sobre la intertextualidad –los periodistas de la caverna y Albert Rivera hablarían de plagio–  en la poesía de Luis Alberto de Cuenca. El convidado principal era el propio poeta.
            Qué envidia. No de Pablo Núñez, claro (aunque tampoco me desagradaría haber estado en Suiza como abogado del diablo), sino de Luis Alberto. ¡Cómo me gustaría que en cualquier hermoso y perdido rincón del universo se reunieran una veintena de deferentes investigadores que dedicaran tres o cuatro días a hablar de mí!
            ¿Me gustaría? No sé, quizá mi vanidad me engaña. Lo más probable es que me aburriera ya en las primeras protocolarias palabras y me fuera a dar una vuelta por los alrededores y no volviera hasta que hubieran terminado. Me parece que donde yo disfrutaría de verdad es en un congreso de detractores sobre mi vida y obra. ¡Tres días discutiendo con este y con aquel, todos doctores o doctorandos, todos más jóvenes que yo y todos casi tan inteligentes como yo! Eso se parece bastante a mi idea del paraíso.  
            Por cierto, ¿se puede discutir en el cielo con ángeles y arcángeles y también, si no está demasiado ocupado, con el propio Mandamás? Si no se puede, conmigo que no cuenten.


Domingo, 16 de septiembre
FONS VITAE

Toda la vida queriendo conocer los jardines de Abadía, a dos pasos de Aldeanueva,que me eran familiares por los versos de Lope y Garcilaso, y por fin el pasado lunes –los actuales dueños solo permiten su visita de diez a once un día a la semana– pude hacer realidad mi sueño.
            Poco queda del esplendor del palacio de los duques de Alba, ahora un caserón dedicado a la explotación ganadera y agrícola. ¿Poco queda? Queda el patio mudéjar con su doble arquería y sus secretos emblemas; queda la estatua de Andrómeda cuya belleza no logra desfigurar el ultraje de los siglos; quedan los grandes muros con escudos que separan el jardín alto del jardín bajo, que quizá fuera más huerta que jardín; quedan los cuatro historiados arcos sobre el río, y el alto cielo y el rumor de las aguas del Ambroz: si se escucha bien, todavía parece susurrar endecasílabos.
            En el que fue prodigioso jardín con fuentes y alegorías mitológicas, tan bien descritas por Lope, ahora pastan las ovejas: los pastores fingidos –Salicio y Nemoroso juntamente– se han convertido en  reales.
            “El que viniere a ver esta abadía / este jardín y huerto esclarecido. / para notar bien su valía / muy necesario es que haya corrido / lo que nuestro Felipe poseía”, advertía Lope. Ha de conocer los jardines de Flandes y “de Italia ha de tener mucha noticia”, continuaba.
            En la llamada plaza de Nápoles –jardín alto– había una gran fuente traída de Italia. Era obra de Francesco Camilliani, uno de los grandes escultores del Renacimiento. Se la encargó Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, porque le gustó la que había visto en la finca de su primo hermano Luis de Toledo, cuñado de Cosme de Medici, en los alrededores de Florencia.
            De aquella prodigiosa fuente, que no tenía par en España, que deslumbró durante dos siglos a los visitantes de este palacio a dos pasos de Aldeanueva, donde yo nací, no queda apenas nada: una especie de pilón. ¿No queda apenas nada? Eso creía yo.
            Hoy me entero, rebuscando en la Red, que queda su hermana gemela, la que le sirvió de modelo. En 1573, Luis de Toledo se la vendió a la ciudad de Palermo y allí sigue en la plaza Pretoria, donde fue colocada con gran escándalo de los bien pensantes, dada su profusión de desnudos, y muy especialmente de las monjas de un convento vecino, que tomaron la costumbre de frecuentar las ventanas que daban a la plaza para poder escandalizarse mejor.
            Me gustan los secretos senderos que traza el azar. Cuando yo, en mis días sicilianos, me llegaba hasta la plaza Pretoria y escuchaba el rumor del agua y me entretenía descifrando pormenores alegóricos, no sabía que una fuente semejante, en un jardín junto al río en que yo me bañaba de niño, admiró al mundo y dejó oír su rumor en los versos de Lope y en las églogas garcilasianas.


Lunes, 17 de septiembre
NO TE FÍES DE LOS EXPERTOS

¡Cuántas tonterías dicen los expertos! Jaron Lanier, que ya tiene sesenta años y ha sido al parecer uno de los pioneros de Internet, acaba de publicar un libro titulado 10 razones para borrarse de las redes sociales de inmediato. Lo entrevistan en Babelia y yo voy subrayando y sonriendo ante cada una de esas presuntas razones.
            La primera, que las redes sociales no añaden nada a lo que Internet te da: “Usando las capacidades normales de Internet, como tener una página Web o mandar un e-mail, no necesitas estas compañías”.
            Pasemos los de “las capacidades normales de Internet” (confunde lo que primero aprendió con lo “normal”), pero lo de que no añaden nada Facebook, Tuiter o Whatsapp a las utilidades que proporciona una página web o el correo electrónico solo puede decirlo alguien que no sabe de qué van esas redes sociales, como él mismo confirma:. “Nunca he tenido una cuenta en una red social, ni Facebook, ni Tuiter ni nada”.
            Está en su derecho el bueno de Lanier, pero no debería pontificar sobre lo que ignora.
            Siempre me han divertido esas personas que presumen de no tener televisor o teléfono móvil o de no estar en las redes sociales. Lo dicen con suficiencia, dando a entender que están por encima de los demás. Ignoran que esa es una de las maneras más seguras de reconocer a un tonto. A un tonto ilustrado, que son los más ridículos.
            Por correo –carta postal, correo electrónico– enviamos una comunicación privada de persona a persona; en Fabebook nos dirigimos a una comunidad de amigos que nosotros mismos hemos creado.
            Cuando no había Facebook, era común que, a quien le hacía gracia un chiste, se lo mandara a todos sus corresponsales.; ahora lo pone en su muro de Facebook. ¿Es lo mismo? Todavía quedan personas –mi admirado Antonio Masip, por ejemplo– que en cuanto escriben un artículo, antes de que aparezca en el periódico, se lo envían a todos sus corresponsales, y si hacen la más mínima corrección se lo vuelven a enviar. ¿Y qué hago yo con esos correos y qué sospecho que hacen los demás corresponsales? Borrarlos sin leerlos. En algunos casos, ni tengo que molestarme: el antivirus, al ver que son envíos colectivos, los considera spam y los manda directamente a la papelera.
            Cuanto más apocalíptico se pone Lanier más nos divierte. Las redes sociales suponen “un control por parte de monopolios gigantes en el que cualquier conexión entre dos personas solo se puede financiar si hay una tercera que quiere manipular a esas dos. Creo que esa es la receta para la locura y la negatividad. Y ha calado tanto que quizá no sobrevivamos”. ¡Ahí que da eso! ¿Vale la pena replicar?
            Claro que el bueno de Lanier tiene la solución para evitar el fin del mundo: que Facebook sea de pago, como Netflix, así nos libraríamos del demonio perverso de la publicidad, la causa de todos los males.
            Si pagáramos por Facebook, la empresa trataría de satisfacernos a nosotros y no quienes ponen publicidad en ella. ¿Pero cómo puede nadie poner publicidad en Facebook o interesarse por sus big data si los usuarios, insatisfechos, se borran masivamente?
            Es que no pueden borrarse, diría Lanier, no pueden dejarlo como no se puede dejar la heroína o el alcohol: las redes sociales crean adicción. Ya –le respondería yo– y por eso cada día se encuentra uno con un amigo que te dice: “Me he borrado de Facebook porque me aburría y me hacía perder el tiempo”. ¡Terrible adicción! ¿No será solo que ofrece utilidad y entretenimiento para muchos tipos distintos de personas?
            Lanier es tan ingenuo que piensa que, cuando se pagaba por los periódicos, estos ofrecían información fiable. Ni siquiera sabe que todavía –y por muchos años– hay prensa en papel y de pago. Y que no por eso –si supiera español yo le aconsejaría que hojeara El Mundo, Abc, La Razón o El País cuando se refiere a Cataluña o Venezuelaengaña o manipula menos que lo que engañan o manipulan las gratuitas redes sociales.


Martes, 18 de septiembre
Y VIVA ESPAÑA

El Español, subtitulado “Semanario de los españoles para todos los españoles”, fue una de las publicaciones más destacadas de la prensa franquista (detrás estaba nuestro Goebbels particular, Juan Aparicio).
            Xurde Blanco, de la librería La Noceda, me ha pasado unos cuantos ejemplares de los años cincuenta. Yo los leo con curiosidad. Son los años en que la mujer empieza a destacar en literatura y a ganar los principales premios de novela. Las entrevistas con Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet o Ana María Matute están llenas de verdad y encanto antiguo. En la de Matute, entonces casi una adolescente, interviene mucho su marido, el escritor Eugenio de Goicoechea, que siempre quiere tener la última palabra. “Ella ganará premios, pero soy yo quien manda en casa”, parece decir.
            Se elogia a Trujillo y Salazar, que han convertido en una Arcadia feliz sus países, y se insiste en la decadencia de las democracias. La justicia en Francia, por ejemplo, es un desastre. Las razones son varias. Una de ellas, casi la principal, las mujeres: “Una quincena de muchachas son, en la actualidad, jueces de Instrucción. En el departamento del Orne, tres magistrados de cuatro, pertenecen al sexo femenino. En algunos casos, no existe nada más que una mujer como juez instructor. Recientemente, detenido un gánster y llevado al primer interrogatorio se enfrentó con una joven. El hombre se volvió, furioso: ‘Yo no quiero una secretaria, yo quiero vérmelas con el juez’. ‘El juez soy yo’, contestó la mujer. El hombre enfurecido se levantó: ‘Cierre la boca y váyase a buscar a su novio’. El juez, es decir, demoiselle le juge, se desmayó”.


Miércoles, 19 de septiembre
HOLA, MUNDO

Mi amigo Martín López cumple hoy dos años y su padre le hace el más hermoso regalo: el libro Hola, mundo. Es el segundo que le dedica. En el anterior, Pallabres pa Martín, le contó su infancia americana, tan distinta y tan semejante. Ahora narra las prodigiosas aventuras del niño en su primer año de vida.
            ––Hola, mundo –dice Martín.
            –-Hola, Martín –dice el mundo, al que de pronto se le borran las arrugas y por un instante, olvidado de todos sus achaques, se vuelve a sentir como recién creado.




domingo, 16 de septiembre de 2018

Revelación de secretos: Vaquilla, bañera y momia



Sábado, 8 de septiembre
LA VAQUILLA

El verbo amar no admite el imperativo. Vuelvo todos los años al pueblo en que nací, Aldeanueva del Camino, pero desde el mismo instante en que bajo del coche ya estoy deseando marcharme. No me encuentro a gusto. Ya era un niño y allí me asfixiaba porque no había libros y yo necesitaba los libros –casi desde antes de nacer– como el aire que respiraba. Recuerdo con terror aquellos interminables veranos en el pueblo, ya viviendo en Asturias, agotado a los pocos días el material de lectura que había conseguido reunir; recuerdo con terror aquellas horas de la siesta (todo el mundo sepultado en sus casas) que duraban una eternidad.
            Llego a Aldeanueva para cumplir un rito anual, como homenaje a mis mayores, y en cuanto puedo, nada más dejar la maleta en la vieja casa junto a la carretera, me escapo a Hervás.
            Hervás es otra cosa. Cómo me gusta pasear por las calles angostas y retorcidas del barrio judío, subir hasta la iglesia-fortaleza de Santa María, contemplar los hermosos montes de alrededor, pasear hasta el viejo puente de hierro por donde cruzaba el ferrocarril de vapor que por primera vez –era el año 1959– me sacó de estas tierras.  
            El verbo amar no admite el imperativo. El amor es sin porqué, como la rosa de Angelus Silesius, según a mí me gusta repetir.
            Yo en Aldeanueva era un desterrado, y vuelvo a sentirme un desterrado en cuanto pongo el pie en ella. Encontré mi patria el día en que crucé por primera vez las puertas de la biblioteca Bances Candamo, mi primera biblioteca, la Biblioteca de Alejandría en mi memoria. Por eso vuelvo siempre a Avilés, por eso no me he ido nunca de Avilés. Y por eso no vuelvo nunca al pueblo en que nací, aunque vuelva cada año.
            De mi pueblo, Aldeanueva del Camino, lo único que me gusta es el camino, la sensación de que es solo un lugar de paso, un punto de partida. A un lado Hervás, al otro Abadía, con su jardín perdido; más allá, Baños de Montemayor con sus termas romanas, y Béjar con su castañar y sus nieves, y Plasencia amurallada sobre el Jerte, y Yuste, digno de un emperador, y aquella fuente en Cuacos, que mana  y corre como en los versos de San Juan…
            Ya sé que estas cosas no se deben decir, y yo no las digo nunca, pero de mi tierra extremeña me gusta todo, salvo el pueblo en que nací. Cuando llego hoy, son las fiestas. En la plaza de toros junto al río, una peculiar plaza excavada en el suelo, se celebra una capea. Me llego hasta allí y me encuentro en una película de Berlanga con guión de Azcona.
            Afortunadamente, no hay maltrato físico del animal, una hermosa vaquilla que sale al ruedo con brío y que pronto se cansa del juego, de perseguir a uno o a otro de aquellos mozancones que se agitan en torno a ella, se queda quieta y nos mira con sus grandes ojos inocentes sin entender nada de aquella burla.
            Me fui de allí angustiado por no poder sacarla de aquel atolladero y llevarla a pastar libremente.  Seguro que a ella también lo que más le gusta de Aldeanueva del Camino es el camino abierto, los montes libres y los campos de alrededor.
           


Domingo, 9 de septiembre
LA MOMIA

En la fachada del colegio Jeromín, de Cuacos, hay un texto explicativo de por qué a los habitantes del pueblo se les conoce tradicionalmente como “los perdonados”. Al parecer, el pequeño Jeromín (futuro don Juan de Austria) tuvo una pelea con otros chicos del pueblo y el emperador, que ya no lo era, llamó a los padres a su presencia. Fueron temblando, temiendo ser cruelmente castigados, pero el magnánimo Carlos de Gante los perdonó, considerándolo cosa de chiquillos.
            Pedro Antonio de Alarcón, que anduvo por estas tierras en 1873, cuando la primera República, lo cuenta de otra manera: “Los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir a Carlos V durante su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido a pasar en términos del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas a la mesa del emperador. Hay quien añade que un día apedrearon a don Juan de Austria (entonces niño) porque lo hallaron cogiendo cerezas en un árbol perteneciente al lugarejo… Aún hoy mismo los hijos de Cuacos, según nuestras noticias, se enorgullecen y ufanan de que sus mayores amargasen los últimos días del César, por lo que siguen tradicionalmente la costumbre de escarnecer el entusiasmo y devoción histórica que inspiran las ruinas de Yuste”.
            Eso era entonces, ahora las referencias al emperador –convertido en una atracción turística– están por todas partes y a los niños se les engaña, como si fueran adultos, contándoles una versión edulcorada de la historia.
            ¿Y por qué el emperador, que había permitido el saqueo de Roma y no había tenido piedad ni con el papa, consintió las burlas de aquellos lugareños? “Si hubiera castigado a aquellos insolentes  –refiere Alarcón–, el desacato y desamor de estos se habrían hecho públicos y dado margen a mil comentarios en toda Europa. El emperador se hizo, pues, el desentendido y devoró en silencio, como una penitencia, aquellas mortificaciones de su orgullo”.
            No era lo único que devoraba. “Con ingenio propio de un gran jefe de Estado Mayor resolvió la cuestión de las vituallas, consiguiendo en aquellas soledades de Yuste los más raros y exóticos manjares”, continúa Alarcón. Y pone un ejemplo: “Con decir que comía ostras frescas cuando no había en España ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría a fin de hacer llegar en buen estado a la sierra de Jarandilla sus alimentos favoritos”.
            Si vivía como un monje en aquellas soledades, era como un monje glotón de los que luego se cuecen en las calderas de Pedro Botero.
            Más cosas cuenta Alarcón y yo superpongo su visita a la mía. Llegar a Yuste, cuando él lo hizo, no era tan difícil como en tiempos del emperador, pero casi. Había que saber montar a caballo y contratar un buen guía en Navalmoral de la Mata, adonde llegaba la diligencia de Cáceres que salía diariamente de la calle del Correo a las siete y media de la tarde. Se necesitaban por lo menos cuatro días y treinta duros para poder visitar Yuste desde Madrid.
            Más fácil resultaba ver la momia del emperador, que se convirtió en costumbre exhibir en el Escorial tras la revolución del 68. El propio Alarcón no pudo resistirse a la tentación de asistir a una de esas exhibiciones. Descansaba en el Real Sitio cuando se enteró del espectáculo, que parece se había convertido en habitual: “Acudimos, pues, al panteón de los reyes de España a la hora de la cita. ¿Y qué vimos allí? ¿Qué vieron las tímidas jóvenes y los atolondrados niños y los zafios mozuelos que nos precedieron o siguieron? Vieron, y vimos nosotros, la tumba de Carlos V abierta y delante de ella, sobre un andamio construido ad hoc, un ataúd cuya tapa había sido sustituida por un cristal. En las primeras exposiciones, no había tal cristal, por lo que no faltó quien pasase la mano por la renegrida faz del cadáver. A través del cristal, vimos la momia del nieto de los Reyes Católicos, de la cabeza a los pies, completamente desnuda, perfectamente conservada, un poco enjuta, es cierto, pero acusando todas las formas de tal manera que, aun sin saber que eran los despojos mortales de Carlos V, los hubiera reconocido cualquiera que hubiese visto los retratos que de él hicieron Ticiano y Pantoja”.



Miércoles, 12 de septiembre
TAPARSE LAS NARICES

––¿Has visto como no tienes razón? –se burla un amigo en el café Vetusta–. La fiscalía ha archivado la causa de las acusaciones de Corina al rey Juan Carlos y el congreso se ha negado a abrir una comisión de investigación. El exjefe del Estado es inviolable, aunque nunca fuera capaz de distinguir lo legal de lo ilegal, según afirma su antigua amante.
            ––Pues si todo el mundo lo dice, será verdad que en España tenemos una constitución que da al jefe del Estado licencia para delinquir. Si es así, yo la acato por imperativo legal pero dejo de estar orgulloso de ella y paso a estar tan avergonzado como lo está de su título cualquiera que tenga un máster de la Rey Juan Carlos.
            ––Lo dices con la boca chica, tú seguro que sigues pensando que la constitución no permite al jefe del Estado cobrar comisiones, tener dinero oculto al fisco ni otras trapacerías.
            –-Lo seguiré pensando hasta que el tribunal constitucional se pronuncie al respecto.
            ––¿Pero tienes alguna prueba de que sea un delincuente?
            ––Pruebas no, por supuesto, solo indicios, que es lo que se precisa para iniciar una investigación. Debería exigirla el propio afectado para que su honor quede a salvo. Indicios hay bastantes más de los que había contra Jordi Pujol, al que todavía no se le ha juzgado por nada y ya ha sido vilipendiado por todos y despojado de todos sus honores y  prebendas. Pero este es un tema más grave de lo que yo creía. Me cuentan que muchos de esos presuntos delitos no se habrían cometido en actividades privadas, de las que solo él sería responsable, sino en otras públicas o semipúblicas de las que serían responsables el presidente del Gobierno o el ministro correspondiente, según dice la constitución. Una investigación seria de las actividades del anterior jefe del Estado acabaría implicando, por acción u omisión, a todos los presidentes de la etapa democrática (salvo a Pedro Sánchez) y supondría, sin duda, el derrumbe del sistema. Puede ser peor el peligro que la enfermedad. Mejor hacer lo que hacen fiscales, jueces, padres y madres de la Patria: taparse las narices y mirar para otro lado cada vez que nos llega alguna nueva tufarada más o menos corina y más o menos saudí.


Jueves, 13 de septiembre
LA BAÑERA

Asisto a la representación de Fuenteovejuna temiéndome lo peor, y no por el libreto, que conozco desde que Javier Almuzara le puso punto final, ni por la música, sé que Jorge Muñiz no me va a defraudar, sino por el director de escena, Miguel del Arco, que hará todo lo posible por ser la estrella de la función.
            Como me esperaba lo peor, al final me parece que no era para tanto. Paso por alto sus tres o cuatro patochadas actualizadoras y me divierto con la escena de la bañera, que habría hecho las delicias de Visconti y Pasolini. Como Visconti a Burt Lancaster en El Gatopardo, Miguel del Arco desnuda al comendador y lo mete en la bañera rodeado de sus fornidos guardaespaldas. “No viene a cuento, pero hace bonito, ¿no?”, diría el afamado director teatral.
            Cuando se pone pesadamente gore, yo cierro los ojos, algo a lo que el Campoamor nos tiene más que acostumbrados.
            Pero qué precisa y plural música, qué sentencioso texto, lleno de alusiones literarias, y qué emoción final al ver a Almuzara saludar desde el escenario. Me sentí un poco como el padre de familia numerosa –en el fondo es lo que soy– que ve triunfar a uno de sus hijos predilectos.






lunes, 10 de septiembre de 2018

Revelación de secretos: Contra este y aquel



Sábado, 1 de septiembre
LO ESTOY DEJANDO

Enamorarse es una costumbre que suele tener la gente. Una mala costumbre. Yo ya casi la he dejado del todo. Casi, amor mío.
            Recuerdo unos versos del Cancionero de Palacio que escuché cantar una noche restallante de estrellas en el patio renacentista del museo Machado de Castro, en Coimbra, y que nunca he podido olvidar: “Mal que no puede sufrirse / imposible es que se encubra, / forzado será decirse / o que muerte lo descubra”.


Domingo, 2 de septiembre
YO, JUDÍO

Al comprar el periódico en el quiosco del Fontán, como cada domingo, me encuentro abiertas las puertas de la pequeña sinagoga de enfrente, habitualmente cerrada y sin ningún signo identificativo exterior, como en los peores tiempos de la clandestinidad. Hoy es jornada de puertas abiertas.
            Entro, tomo un sorbo de vino kosher, asisto a una charla sobre la cultura judía, escucho la lectura de algunos cuentos. Sonrío cuando oigo decir que “el judío está siempre discutiendo, a los judíos les gustan las discusiones; en el judaísmo, salvo que hay un solo Dios, todo lo demás es discutible”.
            De ser así, yo sería un perfecto judío. Me gusta ponerlo todo en cuestión. Por principio, no me creo nada de lo que leo o me cuentan si no viene de fuentes fiables o no se prueba adecuadamente. Mis amigos lo saben bien.
            Me gusta discutir como jugar al ajedrez. Para ganar, para derrotar al contrincante. Pero sin hacer trampas. Nada detesto más que al sofista, al que defiende hoy una cosa y mañana la contraria.
            Me gusta tener la razón, no creer que la tengo, aunque de sobra sé que todos los paranoicos creen tenerla.
            Me gusta rectificar, que me señalen un dato erróneo (algo relativamente fácil) o un razonamiento erróneo (ahí lo tienen más difícil). Esa es la demostración de que mi búsqueda de la verdad es verdadera, que no se me reveló –como a los fanáticos de cualquier religión– de una vez y para siempre. Yo me esfuerzo en encontrarla en cada asunto concreto.
            Pero quizá amo más la verdad que a mis semejantes. Soy cruel, no tengo piedad con el interlocutor, trato siempre de aplastarle contra el suelo con el peso de mis razonamientos. Se me da mejor el uso y abuso de la razón que la delicadeza en el trato con los demás.
            A veces pienso que yo habría sido un buen rabino, si fuera posible un rabino ateo. A fin de cuentas, yo todo lo pongo en cuestión –como buen judío–, salvo que, de haber Dios, habría –por definición– un solo Dios.


Lunes, 3 de septiembre
INCONSCIENCIA

Tras enterarme de la brutal catástrofe en Avilés, que me afecta especialmente porque ha ocurrido en la compañía de autobuses y en la ruta que yo frecuento desde hace medio siglo, mientras camino hacia Las Salesas, me encuentro detenido ante un semáforo a uno de los vehículos de Alsa y tengo que frotarme los ojos ante el mensaje que aparece en su parte de atrás.
            Sobre el hashtag “viajamosjuntos”, se lee “puede ser el último”. ¿Figuraba ese anuncio –al parecer financiado por la Dirección General de Tráfico– en el Alsa que se aplastó brutalmente contra un poste al salir de Avilés? En ese caso, los viajeros estaban advertidos.
            Cualquier viaje, cualquier día puede ser el último, pienso mientras camino pesaroso por mi ruta habitual. Pero ¿cómo podríamos vivir si no lo olvidáramos? Bendita inconsciencia.


Martes, 4 de septiembre
UN ESCRITOR PROFESIONAL

Con los años, uno aprende estrategias de supervivencia. A engañar, por ejemplo. A decirle a cada uno lo que quiere oír.
            A lo que yo aún no he aprendido –y bien que lo lamento– es a mentir por escrito, a engañar a los muchos o pocos lectores que pueda tener. Hojeo el último número de Mercurio, la a medias revista literaria y a medias boletín promocional del grupo Planeta, y siento un poco de vergüenza ajena ante los elogios que Jesús Aguado le dedica a una bien intencionada y desastrosa antología del aforismo. Habla de “extraordinario trabajo”, de perfecta selección, de “palabras inteligentes y sensibles puestas al servicio de la vida”.
            Pero si hubiera tenido la curiosidad de leer el libro que reseña, Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI, de Carmen Camacho, se habría encontrado, no ya con vaciedades como  “la unidad de la trinidad es la trinidad de la unidad” (Cirlot), sino con frases del estilo de “El poeta inglés Peter Redgrove, en 1981, recordando un viejo sueño” (Jordi Doce, el autor, afirmó que había sido recortada de un texto más amplio). Y hay otras cosas estupendas en esta antología de lo mejor del aforismo poético español de los siglos XX y XXI. Por ejemplo, esta eutrapelia de Fernando Arrabal: “No consigue hablar español, pero ya ha aprendido a no tirar de la cadena después de orinar”.
            ¿Seguimos? No vale la pena. Carmen Camacho es tan buena conocedora del aforismo español que olvida los que escribió Eugenio d’Ors (ni siquiera sabe que la mayor parte de su obra está en español), pero no los de los hermanos Álvarez Quintero.
            El final de la reseña es un ejemplo de literatura en el peor sentido de la palabra, en el que la identifica con la vacua retórica: “Así que Carmen Camacho ha conseguido susurrarle al oído a cada uno de los aforismos de este libro para que no corran, para que se calmen, para que dejen de dar coces a sus vecinos. Se les ve tranquilos, en paz, ocupando sus respectivos huecos. Algo les habrá dicho. Algo les habrá prometido. Algo les habrá contado. Pero qué. Me temo que tendré que volver a comenzar desde el principio para averiguarlo. Es lo que tienen por otra parte los libros infinitos”.
            Qué cosas. ¿Seguro que lo ha leído desde el principio? ¿Y no se ha dado cuenta del barullo conceptual, de la ensalada pseudopoética del prólogo?
            Pero Jesús Aguado –excelente poeta, por otra parte, y buen conocedor de la cultura hindú– es un escritor profesional y sabe de sobra que no le pagan –en Mercurio o en Babelia– para orientar a los lectores sobre las novedades literarias, sino para elogiar los libros que le envían. Y sabe también que para elogiar un bodrio que te encargan reseñar conviene no leerlo con demasiada atención.
            Él es un escritor profesional, se justificaría, y el suyo es un trabajo tan digno como otro cualquiera. ¿Tan digno como otro cualquiera? No estoy yo muy seguro de que la publicidad encubierta sea un trabajo del todo decente. Está demasiado cerca de la estafa.
            Afortunadamente, yo no tengo que ganarme la vida escribiendo.


Miércoles, 5 de septiembre
EL CORAZÓN BLINDADO

El próximo lunes es el Día Internacional para la Prevención del Suicidio. Me invitan a participar en una mesa redonda sobre la literatura y el dolor y hoy asisto a la inauguración de las jornadas, al aire libre y bajo la lluvia, ante un Mupi en la calle Pelayo. Me parece muy adecuada la frase, de Shakespeare, escogida como lema: “El dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Y la ilustración que la acompaña: un corazón blindado.
            Como está el mío. Nunca he sido capaz de llorar sobre el hombro de nadie, nunca he sido capaz de abrazar a nadie para tratar de aliviar su dolor. Entre los demás y yo, siempre una distancia de seguridad.
            Escribo poesía porque no sé cantar, he dicho a veces. Escribo porque no sé llorar, podría decir ahora. Solo llorar a solas, como avergonzándome.
            Me siento un impostor interviniendo en estos actos. ¿Cómo puedo yo aconsejar a los demás que hablen de su dolor, que no dejen que se pudra en el corazón, si yo no sé hablar del mío?
            No hago confidencias, hago literatura y en literatura un corazón al desnudo no está nunca desnudo. Está blindado, como el mío, guarda su dolor como en una caja fuerte de la que he acabado por olvidar la clave.


Jueves, 6 de septiembre
NO TENGO ENMIENDA

“Las personas inteligentes no se aburren nunca”, oigo decir. Pues yo debo de ser bien poco inteligente porque todos los días me sobra tiempo para aburrirme. Me consuela pensar que Sherlock Holmes a nada le temía más que al monstruo insaciable del aburrimiento que continuamente le acechaba.
            “Siempre hay un roto para un descosido”, leo en un escaparate. ¿Y qué necesidad tiene un descosido de ningún roto? Lo que le hace falta es aguja e hilo. ¡Y luego hablan de la sabiduría popular!
            Los amores no correspondidos se diferencian de los amores correspondidos en que si los primeros acaban mal los segundos acaban peor. Y no lo digo por experiencia. Soy de los que escarmientan en cabeza ajena.
            Nada me levanta tanto el ánimo, cuando estoy deprimido o aburrido, como una buena discusión o un bodrio bien promocionado que destrozar en dos folios.


Viernes, 7 de septiembre
GRACIAS, ANDRÉS

Andrés Trapiello, con quien desde que he dejado de ser amigo tengo una relación menos conflictiva, trata de consolarme ante mi inminente –apenas dos cursos– jubilación.
            “Sé de tu melancolía por lo que vienes escribiendo estos últimos años de ese momento que imaginas peor de lo que es: ingresarás en el mundo de los que tienen que inventar la vida cada mañana. Bienvenido al club. En tu caso, ni siquiera tendrás que ganarte el pan de cada día (como otros falsos jubilados), porque tendrás una jubilación aceptable. Leerás (más), viajarás (más), escribirás (más), en definitiva, como siempre, pero mejor”.
            Estoy completamente de acuerdo con todo lo que dice, salvo la última palabra: seguiré leyendo (más), viajando (más), escribiendo (de más), en definitiva, como siempre, pero peor.





sábado, 1 de septiembre de 2018

Revelación de secretos: El Rey está desnudo



Domingo, 26 de agosto
YO, ROBOT

Al verme empujar a menudo un carrito de bebé, los conocidos me miran extrañados. “¿Un nieto?”, me preguntan algunos. A ninguno se le ocurre –tampoco soy tan viejo– que pudiera ser mi hijo. Pero no es ni una cosa ni otra, es solo mi ahijado. El hijo de dos queridos amigos que me han concedido el privilegio de aceptar mi ayuda –más simbólica que otra cosa– en una de las más fascinantes aventuras de la humanidad.
            Al pequeño Martín –se llama así porque así me llaman mis amigos– le tuve en los brazos el día en que nació. Desde entonces –pronto va a cumplir dos años– apenas hay día en que no haya tenido ocasión de aprender de él.
            Pocos seres tan prodigiosos y tan desvalidos como un recién nacido. Nos sostiene el amor, sin el amor siempre alerta no podríamos sobrevivir.
            Hoy he pasado la tarde con Martín y Marta en el Parque de Invierno. Nunca había estado antes por allí. Martín me ha enseñado un Oviedo de zonas verdes y parques infantiles que desconocía. Hoy, gracias a él, he divagado por un laberinto verde, cruzado puentes y atravesado un largo túnel –el del antiguo ferrocarril vasco– que desconocía.
            Martín me ha enseñado a observar las hormigas, las orugas, las hojas secas, el musgo en el tronco de los árboles, las piedras y las conchas, todas las mínimas maravillas por las que pasaba sin fijarme.
            En cuando la luna aparece en el cielo del atardecer, no importa lo diminuta y desvaída que pueda ser, Martín alza la mano, la señala con el dedo y grita “lúa”. Creo que es la primera palabra que le he oído pronunciar.
            Con Martín el mundo vuelve a ser creado, y a alta velocidad, delante de mí.
            Pero no todo es disneylandia, un niño no es un juguete, es una preocupación constante. Ahora está en edad de salir corriendo cuando menos lo esperas. Y ahí estoy yo corriendo tras él y gritando que pare mientras le veo dirigirse hacia la calzada. No para, claro, sino que acelera. Menos mal que he inventado un nuevo juego: cuando le grito “stop” ha de detenerse donde esté y dar un salto. Eso me permite alcanzarle.
            Antes era un ser rutinario, que no soportaba los cambios y que para sentirme a gusto tenía que hacer siempre lo mismo y a la misma hora. Con Martín no hay horario, le acompaño a pasear cuando a él le apetece salir a pasear; estoy con él –y el tiempo pasa sin sentir– hasta que quiere volver a casa. Cien ojos, mucha paciencia y algo de inteligencia: esa es mi receta para cuidar de este pequeño superhombre.
            Antes yo era una especie de robot, ahora soy casi un ser humano. Martín ha hecho el milagro.


Lunes, 27 de agosto
EN CAMISA DE ONCE VARAS

Al volver de la redacción de Clarín, me encuentro con una nueva librería de viejo en la Avenida de Galicia. No puedo resistir la tentación de entrar, y lo primero que veo son varios números de la Revista de Occidente. Compro uno, de 1985, dedicado a la Transición. Entre las colaboraciones, un espléndido artículo de Ignacio de Otto, “La Constitución abierta”.
            Ignacio de Otto fue catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Oviedo. Murió muy joven, con poco más de cuarenta años. Lo que dice de la Constitución me confirma que la que yo voté nada tiene que ver con la que esgrimen como amenaza los llamados partidos constitucionalistas.
            Ignacio de Otto no le diría nunca, a quien no entiende que la Constitución blinde ante la justicia las actividades privadas del jefe del Estado, lo que a mí me dijo uno de sus discípulos, Francisco Bastida, también catedrático de Derecho Constitucional: “Si quiere saber la razón, matricúlese en la Universidad y venga a mis clases”.
            Ignacio de Otto, sin necesidad de matrícula previa, nos explicaría el punto 3 del artículo 56 no como una garantía de impunidad, sino todo lo contrario. Tanto he discutido sobre ese artículo (que se interpreta habitualmente de manera ofensiva para la democracia española) que me lo sé de memoria: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”.
            El artículo 64, que también me sé de memoria, tantas veces lo he citado, dice: “1. Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. 2. De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”. 
            Y el artículo 65.2: “El Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su casa”. Hay otra actividad del Rey que no necesita refrendo del gobierno, la señalada en el artículo 65.1: “El Rey recibe de los presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su familia y Casa, y distribuye libremente la misma”.
            Francisco Bastida, en un debate anterior (mi combate por la decencia y contra la impunidad viene de lejos), me arguyó que la Constitución no hablaba del Rey, sino de “la persona del Rey” y que así quedaban incluidas todas sus actividades, tanto las públicas como las privadas. Pero, si así fuera, las actividades privadas también deberían estar refrendadas por el presidente del Gobierno o por algún ministro, que serían los responsables de las mismas. La Constitución española –esto lo sabía muy bien Ignacio de Otto, pero no alguno de sus discípulos– lo que hace es eximir al Rey de responsabilidad política ya que no ha sido elegido ni puede ser cesado. Se equivoque o acierte –el caso de su discurso del 3 de octubre–, quien asume la responsabilidad es el gobierno, no él.
            La Constitución no ampara delincuentes, como nos han querido hacer creer. Si hay indicios racionales de que un político, ocupe el cargo que ocupe, ha cobrado comisiones ilegales, oculta una fortuna en paraísos fiscales, aloja a sus amantes en residencias del Estado, la justicia debe de inmediato investigar. Luego ya se verá a quien corresponde procesarle y juzgarle (lo decidirá el tribunal constitucional, que es el encargado de interpretar una Constitución voluntariamente ambigua en muchos de sus puntos).
            En el caso de que el presunto delincuente fuera el Rey, antes de juzgarle, sería destituido por el Congreso ya que, al ser proclamado por las Cortes Generales, ha prestado juramente “de guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”. Si incumple las leyes, es infiel a su juramento y no puede seguir siendo jefe del Estado, aunque pudiera seguir siendo Rey por graciosa concesión de un gobierno que no parece haberse leído muy atentamente la Constitución. Pero ese es un asunto que dejaremos para otro día.



Martes, 28 de agosto
PERDER AMIGOS

Llevo toda la vida perdiendo amigos, y en la mayor parte de los casos no por culpa suya, pero no termino de acostumbrarme. Cesan a Juan Manuel Bonet en la dirección del Cervantes y mi primer impulso es comentarlo con Andrés Trapiello, lo mismo que cuando leo alguno de sus artículos que me parece especialmente feliz. Comienzo a escribirle un correo o un whatsapp y solo un momento antes de enviarlo me doy cuenta de que ya no es amigo mío.
            Voy a tomar un café por la tarde, pensando en mis cosas, y cuando quiero darme cuenta estoy bajando por el Campillín hacia la librería de Valdés, donde solía proveerme de de siempre apasionante lectura. Afortunadamente, me doy cuenta a tiempo de que ya no soy allí bien recibido y me evito el mal rato de las caras largas.
            No sé conservar a los amigos. Esa es una de las asignaturas que todavía me queda por aprobar. A ver si me enseña el pequeño Martín.


Miércoles, 29 de agosto
EL CONSORTE DE LA REINA

¿Es constitucional el título de Rey que el gobierno otorgó al anterior jefe del Estado por decreto del 13 de junio de 2014? No lo parece. La Constitución afirma que “el Rey es el jefe del Estado” (artículo 56) y no otorga ese título a nadie más: habla de “Reina consorte”, pero no de Rey consorte cuando el jefe del Estado sea una mujer, sino de “consorte de la Reina” (artículo 58). A ese “consorte de la Reina”, el Real Decreto del 6 de noviembre de 1987 le otorga “la Dignidad de Príncipe”,
            ¿Puede reformarse la Constitución con un Real Decreto –el 470/2014– que modifica otro? Parece que no, pero doctores tiene la santa madre Constitución y esos doctores no han dicho ni mú al respecto.
            La reforma constitucional ha de cumplir unos muy concretos requisitos. No se puede cambiar el texto del artículo 56. 1 para que en lugar de decir “El Rey es el jefe del Estado” diga “El Rey es (o ha sido) jefe del Estado” así por las buenas, justificándolo solo en la gratitud “por décadas de servicio a España y a los españoles” y en continuar “la senda de precedentes históricos y de la costumbre en otras monarquías”.
            Por cierto, ¿qué precedentes históricos son esos? En España solo hubo dos reyes en la época de las guerras carlistas, pero solo uno era el rey legítimo, o entre 1975 y 1977. cuando uno era heredero de Franco y efectivo jefe del Estado y el otro solo poseedor de los derechos dinásticos.


Jueves, 30 de agosto
DE CATALUÑA NI HABLAR

“Pedro Sánchez, / Pedro Sánchez, / no digas que no te aviso”, parafrasee yo un famoso romance histórico cuando la alevosa y vana traición. Ahora también me permito advertirle de que puede autorizar o no un referéndum en Cataluña, pero que si no lo hace no es porque se lo prohíba la Constitución, sino por más o menos atinadas consideraciones políticas.
            La Constitución, en su artículo 149.1, enumera las materias sobre las que el Estado tiene competencia exclusiva. Una de ellas, la número 32, es la “autorización para la realización de consultas populares por vía de referéndum”. Y no veta ningún tema. El que el gobierno central –el anterior y este– impida aclarar de una vez por todas si la mayoría de los catalanes está o no a favor de la independencia se debe a una decisión política –o al miedo a saber la verdad–, no  a una prohibición constitucional.
            Pero yo no de Cataluña no hablo, que no quiero perder a una de las pocas amigas que me quedan.

Viernes, 31 de agosto
SER PADRE

Nunca quise tener pareja, pero siempre quise ser padre. Lo primero –con mucho esfuerzo– lo he conseguido. Lo segundo… No diré ni que sí ni que no, eso son asuntos privados. Prefiero hablar de la Constitución y del paradójico desconocimiento que de ella muestran los partidos constitucionalistas, especialmente el animoso paladín de la nueva Reconquista, Albert Rivera: apenas hay declaración suya que no sea dudosamente constitucional o claramente inconstitucional.