lunes, 30 de junio de 2014

A buen entendedor: Fin de una historia


Domingo, 22 de junio
ABUELITO, CUÉNTAME

Leo, antes del cine, Lección magistral, de Luis Alberto de Cuenca. Es un libro breve, dura lo que dura un café, pero la depresión que me deja hace que apenas preste luego atención a La jaula dorada, un cuento de hadas sobre los portugueses en París.
            Y no es un libro que pretenda deprimir, al contrario. Se subtitula “15 enseñanzas para la vida” y transcribe una charla con un grupo de estudiantes en un hotel madrileño. Quiere ser un elogio de la cultura y el esfuerzo.
            Pero no es más que un ejemplo de lo que la edad nos hace. Luis Alberto de Cuenca nació el mismo año que yo, es un gran poeta, un destacado filólogo, un hombre que ha ocupado cargos políticos importantes y, sin embargo, aquí habla a menudo como un abuelito al que cualquier rigor intelectual resulta ajeno. Naturalmente, él no se da cuenta; si no, no habría permitido que se transcribiera esta charla, incluso en sus partes más banales, y se publicara en forma de libro.
            ¿No me ocurrirá a mí lo mismo? ¿No estaré contando banales batallitas que confundo con sabias reflexiones? Al salir del cine, tomo una decisión: no volver a publicar un libro sin que antes lo lean algunas personas en cuyo criterio confíe. Los viejos, como los niños, necesitan tutores. No podemos andar solos por la vida.
            Se lo cuento al primer amigo al que quiero pedir que forme parte de mi comité de expertos. “Eres un exagerado, Martín; seguro que lo que te ha irritado es su ideología conservadora, no su decadencia intelectual, que no creo que la haya”.
            No, no, le digo; todavía se distinguir entre una cosa y otra. Y le pongo algunos ejemplos. Critica la educación contemporánea, echada a perder por los pedagogos, y se centra en Bolonia. ¡La de cosas que podremos decir sobre ese plan todos los que lo padecemos! Pero Luis Alberto le critica porque con él solo se hacen trabajos colectivos. Y eso tiene inconvenientes: “siempre hay alguien que se escaquea mientras otros trabajan”. ¿Fuentes de información? Su propia hija, que tiene compañeras “que en toda la carrera no habrán hecho nada”. Hacen falta trabajos individuales para una evaluación justa: “Si no, a lo mejor estás dando una matrícula al grupo y solo la merece uno”. ¡Profundas reflexiones! Y quienes  hemos de pasar junio y julio juzgando los Trabajos Fin de Grado, que ha de realizar cada alumno, nos sorprendemos un poco ante quien se permite sacar conclusiones sin informarse primero. La educación está mal, muy mal, continúa el abuelito: “Aquí lo único que se enseñaba a la gente es que hay que poner una arroba cuando dices señoras y señores”. ¿Dónde se enseñaría eso?, me pregunto yo. En todo caso, lo que se enseñaba, y se enseña, es que resulta más correcto decir –como se ha dicho siempre, por otra parte–  “señoras y señores”, cuando se habla a un grupo en el que hay hombres y mujeres, que decir solo “señores”, digan lo que digan los gramáticos sobre el masculino como género incluyente.
            La ideología nos hace invisibles unos errores mientras destaca los propios de la ideología contraria. Seguro que yo, tan dado a pontificar sobre todo lo humano y lo divino, también caricaturizo al contrario para luego rebatirle más fácilmente. Pero no creo haber llegado todavía a ciertos extremos: “Constantemente nos están prohibiendo cosas, y yo, que he vivido una dictadura durante veinticinco años de mi vida, no recuerdo tal nivel coercitivo”. Resulta que ahora, según él, todo está prohibido: “No se permite fumar. No se permite comer grasa. Prohibidas las hamburguesas. No podrá consumirse alcohol en televisión…”
            ¡Qué manera de razonar! ¿Llega uno a una edad en que puede decir en letra impresa cualquier cosa que se le ocurra? No se permite fumar en locales públicos para proteger la salud de los que no fuman. No se recomienda una dieta con exceso de grasas, pero eso no quiere decir que se prohíban. ¿Hace falta seguir? Añade luego que vivimos en una cultura de la hipocresía: “Prohíben el consumo del tabaco en todas partes, pero los establecimientos donde puede comprarse están proliferando como setas en casa esquina”. No se ha fijado bien: los que proliferan últimamente son los establecimientos de cigarrillos electrónicos. Y lo que está prohibido en todas partes son drogas como la heroína, no el tabaco. Hay que informarse bien antes de generalizar, amigo Luis Alberto (en realidad me lo digo a mí). No entro en lo de considerar Mensagem, el libro que publicó Pessoa poco antes de morir, y en el que trabajó durante toda su etapa de madurez, “como un volumen flojo, de adolescencia”.
            Seguro que yo he metido la pata tanto como mi admirado Luis Alberto. Son cosas de la edad y de la condición humana. Pero no volverá a ocurrir. A partir de ahora, cada libro que publique será sometido a revisión. Y por un comité de expertos menores de cuarenta años. Que la decadencia intelectual comienza muy pronto.   


Lunes, 23 de junio
EL HOMBRE INVISIBLE

Uno siempre quisiera ser otro. A mí, por ejemplo, me gustaría ser menos transparente. Lo soy tanto que a menudo resulto invisible.
            De mí se sabe a quién voto (aunque últimamente me lo estoy pensando), qué hago cada minuto el día, qué pienso sobre cualquier tema. Esto último resulta bastante fácil, la verdad. Lo que yo pienso sobre cualquier asunto se resume en dos palabras: pienso siempre lo contrario.

Martes, 24 de junio
LO QUE DICE LA CONSTITUCIÓN

“¿Qué te parece lo que dice Felipe González, que ningún socialista debería tener dudas sobre la necesidad de aforar de prisa y corriendo al monarca jubilado?”
            ––La verdad es que yo, que voté a Felipe González desde 1982 hasta 1996, lo veo ahora como un abuelito. Eso en el mejor de los casos. En el peor, como alguien consciente de que, si aquí se empiezan a investigar en serio los negocios del exmonarca, el resultado puede ser un terremoto semejante al que desencadenó el fiscal Antonio di Pietro en la Italia de 1992. La historia de estas últimas décadas no fue exactamente como nos la han contado. Parece que la corrupción no era algo puntual, propio de ciertos desaprensivos, sino que estaba institucionalizada. Voy a ser claro: si el anterior Jefe del Estado incurrió en actividades delictivas en su vida privada, no podría haberlo hecho sin el consentimiento, tácito o explícito, de los sucesivos gobiernos. Las posibles actividades delictivas del anterior Jefe del Estado salpicarían a muchos políticos, también a Felipe González, quien más tiempo fue presidente del Gobierno.
            ––Pero el rey es inviolable según la constitución. Si el rey se desmadraba, o participaba con Mario Conde o con Colón de Carvajal en negocios poco lícitos, ni los jueces ni Felipe González podían hacer nada.
            ––Lo que dice la Constitución en su artículo 64.2 es que “De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”.
            –– Pero lo que hace el rey en su vida privada, invertir su dinero acá o allá, ser amigo de estos o aquellos empresarios que le han regalado un barco, no tiene que refrendarlo nadie.
            ––Pues los actos por los que no está sujeto a responsabilidad son los refrendados por el gobierno, con una única excepción, muy claramente señalada en el artículo 65.2. En cuanto a los demás, puesto que de ellos nada dice la Constitución, estarían sujetos al código penal y al tribunal ordinario.
            ––¿Y no crees que debería estar aforado como cualquier otro político?
            ––Por supuesto. Pero debería estar aforado el rey, Felipe VI, y debería haberlo estado su padre cuando era Jefe del Estado; ahora carece de sentido. Pero entonces no se pensó en el aforamiento porque eso era admitir que, en sus actividades privadas, podía ser demandado. Como puede serlo Felipe VI si, conduciendo el coche un fin de semana en que sale a cenar con su mujer, tiene un accidente y escapa del lugar al modo de Esperanza Aguirre. Claro que yo estoy seguro de que Felipe VI jamás haría eso. En este caso no se cumple lo de “de tal palo, tal astilla”.


Miércoles, 25 de junio
DIVAGACIONES DE UN PASEANTE SOLITARIO

Mientras tomaba un café, en la tarde solitaria, he releído, en el francés de Marguerite Yourcenar, a los poetas griegos (“Bebe conmigo, juega conmigo, ama conmigo, / sé loco cuando yo sea loco y cuerdo cuando sea cuerdo…”) y, luego, en lugar de volver a casa a la hora de costumbre y por la ruta habitual, he dado un largo paseo.
            Un paseo, bajo la lluvia ligera, por barrios que no suelo frecuentar, por calles que hace tiempo recorría todos los días y que ahora visito muy de tarde en tarde. Incluso para una persona tan rutinaria y hecha de fidelidades como yo, vivir es olvidar, es ir dejando atrás lugares y personas.
            Esta ciudad –cualquier ciudad, el mundo entero–  no es de nadie. Es solo el escenario en el que actuamos algún tiempo, siempre menos o más del que nos gustaría, y luego hacemos mutis para que la función continúe con otros personajes.
            Solo conmigo, sin nadie a quien llevar la contraria, sin el ruido de la historia que tanto entretiene, no he podido dejar de pensar en el cada vez está más cerca el momento del adiós.
            Vuelvo a casa, un poco más tarde de lo habitual, empapado de melancolía y paladeando roussonianamente mi tristeza.


Jueves, 26 de junio
ROTUNDAMENTE NO

En seguida entendió la causa de mis rodeos y de mi azoramiento, más propios de un adolescente que de un sesentón, y para que no siguiera haciendo el ridículo, cambió delicadamente de tema y, sin decirme ni que no ni que sí, me dejó claro que rotundamente no.
            O sea que seguiré solo por los siglos de los siglos. Pero esta vez nadie puede acusarme de cobardía, de no haberlo intentado.
            Un rechazo más. Y no creo que vuelva a haber nuevas oportunidades. Soy un hombre con suerte, para qué nos vamos a engañar.


Viernes, 27 de junio
A BUEN ENTENDEDOR

Termina el curso, comienza otro capítulo en la historia de España. “Tú que todo lo sabes –se burla de mí un amigo–, ¿crees que algún día conoceremos la verdad sobre las trapacerías del anterior Jefe del Estado?”
             ––La conoceremos, pero no creo que el Tribunal Supremo tenga ocasión de pronunciarse sobre ellas. Hay demasiados intereses creados. ¿Recuerdas la moraleja de la obra de Benavente? Mejor que crear afectos es crear intereses. Hay muchos interesados en que no se sepa lo que, quien debía dar ejemplo (y lo dio: muchos siguieron su ejemplo) hizo mientras ellos, apoyándose falazmente en la Constitución, miraban para otro lado. Pero pasemos página. Es hora de que la vieja y corrompida España se jubile a la vez que su primer representante. Mi admirado Rubalcaba acaba de dar el ejemplo. Nadie que fuera algo en el juancarlimo tiene nada que hacer ahora.
            –-¿Y crees que seremos capaces de pasar página?
             ––Si queremos, podemos.


domingo, 22 de junio de 2014

A buen entendedor: Razón de Estado, razón de establo.


Sábado, 14 de junio
LA ESPERA Y LA ESPERANZA

“¿Todavía crees en los Reyes Magos?”, me pregunta un amigo al verme, estos días tópicamente históricos, impaciente e ilusionado.
            “Creo en los símbolos”.

Domingo, 15 de junio
CALLÉ CUANDO DEBIERA HABER HABLADO

“Cuando dejó la poesía, se dedicó a escribir sonetos”, afirmó no sé quién. Y parece que hablaba de mí. Hace tiempo que no escribo poemas, pero con cierta frecuencia, y como sin querer me entretengo con algún soneto.
            Hoy, al ir a tomar café antes del cine, encuentro cerrada mi cafetería habitual. Pero me siento en el lugar de costumbre, en la esquina de la gran cristalera, enciendo el iPad, espanto la melancolía y me dejo llevar por el ir y venir de las rimas mientras llega la hora de ver Las dos caras de enero, que algo conservará de la desasosegante novela de Patricia Highsmith en que se basa.
            “El viento que en las ramas se movía, / la noche que en lo alto nos miraba, / testigos de lo mucho que te amaba / cuando callaba y nada sucedía.
            El viento, el tiempo, su melancolía / y una noche que nunca más acaba. / Mi vida para siempre vuelta esclava / de lo que no te dije en aquel día.
            Callé cuando debiera haber hablado. / Y desde entonces solo soy lamento / que enternece a las piedras con su acento.
            Todos tienen piedad de un desdichado. / Solo la muerte no que quiere bien. / Su abrazo busco, encuentro su desdén”.


Lunes, 16 de junio
SOLOS, IRREMEDIABLEMENTE SOLOS

En un viejo libro, encuentro subrayadas estas palabras: “Solos, irremediablemente solos; he aquí la verdad. Subimos hasta el presente desde las remotas profundidades del océano del tiempo, semejantes a esas algas enormes que mezclan sus florescencias sobre la superficie líquida y se enlazan únicamente, junto al fondo misterioso, por los tallos que se hunden en la sombra de las aguas. Es el pasado, el tronco de los instintos primitivos, lo que nos une a nuestros hermanos. La flor de nuestra vida individual permanece interior y oculta. Cada uno de nosotros habita una isla desierta”.

Martes, 17 de junio
VIVIR PARA CONTARLO

Si hay salud y no se pierde la curiosidad, resulta apasionante ir cumpliendo años. Es como adentrarse en un distante territorio o ver las cosas de siempre con una luz distinta.
            Y si la historia, que siempre va a su paso, acelera de pronto el paso como regalo de cumpleaños, pues otro motivo para mostrar agradecimiento.
            Me siento como un personaje de Galdós asistiendo entre bastidores a los tejemanejes de una nueva entrega de los episodios nacionales.
           
Miércoles, 18 de junio
LA HISTORIA DE MI VIDA

Una vez encontré un tesoro. Pero se casó con otro. Fui dos veces afortunado.
            O eso quiero creer.


Jueves, 19 de junio
PERO YO NO ESTOY SOLO

A Torrelavega, hasta ahora, la había visto siempre desde la ventanilla del autobús, camino de Santander. Sus chimeneas industriales y su aire suburbial no invitaban a visitarla. Esta tarde, tras los fastos quizá menos ilusionantes que protocolarios del nuevo reinado, me ha traído a ella Rafael Barrett.
            Curioso personaje Barrett. Vivió dos vidas que no parecen conciliables en una misma persona. Cuando Baroja se inspiró en él para escribir Las noches del Buen Retiro, melancólica evocación del Madrid finisecular, le hizo morir en las últimas páginas. Y es que, verdaderamente, el dandy Barrett, el duelista, desdeñoso, irascible Barrett, el personaje de Luces de bohemia y de las memorias de Cansinos, murió al dejar España –humillado, calumniado, ofendido– para resucitar en Paraguay como alguien radicalmente distinto. Durante los primeros treinta años de su vida no escribió nada; en los cuatro últimos, una obra vibrante, hiriente, inagotable.
            Rafael Barrett nació en Torrelavega y a Torrelavega he venido esta tarde a presentar la selección de sus aforismos que preparó mi amigo Cristian David López.
            ¿A quién votaría hoy Barrett? Sospecho que a Podemos y me divierte imaginar lo que habría escrito sobre las ceremonias de la abdicación y la proclamación tras leer el artículo que dedica a los exreyes de Portugal, don Manuel y doña Amelia.
            Yo, que he vivido algunos años más que Barrett, soy bastante más conservador. Y bastante escépticos sobre las soluciones radicales. Soy de los que piensan que nunca están las cosas tan mal que no puedan ponerse peor.
            Torrelavega, que sabe que la visito por compromiso y sin hacerme muchas ilusiones, primero me frunce el ceño y luego, poco a poco, y gracias a los buenos oficios de Luis Alberto Salcines, comienza a sonreírme. Me gusta el empaque catedralicio de la iglesia de La Asunción, el contraste entre su perfil nórdico y las altas palmeras que la escoltan, y me asombra la inmensa cúpula, tan de Luis Moya, que aquí renuncia a su habitual afán historicista, de la iglesia de la Virgen Grande. Poco después, calle de la Consolación adelante, me encuentro con el café Central, que todavía conserva, en sus maderas y en sus espejos, el aire reposado y provinciano de otro tiempo. Un café para sentarse sin prisas y leer, o recordar, a José Luis Hidalgo: “Pero yo no estoy solo, mi ser vivo / lleva siempre los muertos en su entraña. / Moriré como todos y mi vida / será oscura memoria en otras almas”.


Viernes, 20 de junio
MI VERDAD Y OTRAS MENTIRAS

De vez en cuando, y sobre todo después de una noche de mal dormir, pienso que he equivocado mi camino. Pero ya es tarde para volver atrás y emprender otro. Y además, a fin de cuentas, todos acaban llevando al mismo sitio.
            ¿Y qué camino es el que me habría gustado seguir? Pues el de las matemáticas o el de la física teórica, la invención rigurosa de otros mundos que nada tienen que ver con este pero que acaban explicándolo.
            De esa frustrada vocación científica mía, me queda un afán de objetividad, de no creerme nunca lo primero que me cuentan.
            He aprendido también a no fiarme demasiado de mí mismo. Las evidencias, engañan a menudo, y por otra parte siempre tengo muy en cuenta los versos de Machado: “En mi soledad, / he visto cosas muy claras / que no son verdad”.
            Ahora me dedico a estudiarme a mí y a la gente de mi edad que tengo más cerca, como en un experimento de laboratorio. Voy anotando en un cuaderno el resultado de mis observaciones.
            Todavía no me atreve a sacar conclusiones, pero todo indica que uno, con los años, se convierte en su propia caricatura, física y moral. Y sin embargo mi impresión es que los años me hacen mejor: más paciente, más comprensivo, hasta más inteliente.
            Me imagino que eso nos pasa a todos. Siempre he dicho que la inteligencia del hombre no busca la verdad sino, como un buen abogado, solo la verdad que más conviene a su cliente, aunque no sea toda la verdad o ni siquiera sea verdad (basta con que dé el pego ante el tribunal).
            Todos necesitamos engañarnos un poco a nosotros mismos para poder soportarnos, para poder sobrevivir. Pero yo no me conformo con eso. Mi frustrada vocación científica me lleva a tratar de ser lo más objetivo posible.
            Me gusta el fascinante espectáculo de lo que el tiempo va haciendo conmigo, y con los demás. No me canso nunca de mirarme vivir, caer, levantarme. Mi amigos piensan que siempre quiero tener razón. Y tienen razón. No soporto estar en el error, por muy confortable que resulte. Como la imprenta Plantin-Moretus, de Amberes, que colgaba las galeradas en la calle y pagaba al transeúnte que descubriera una errata, así también a mí me gustaría exponer mis ideas y creencias a la vista de todos y abonar una buena cantidad a cualquiera que me señale algún error. Tendría que ser millonario para no arruinarme de inmediato. O no. Hacen falta buenas razones para convencerme de que, lo que yo creo una afirmación verdadera, es un error. ¿Lo es mi reiterada afirmación de que, en la Constitución española, tal como está redactada, y al contrario de lo que todos afirman, no resulta nada claro que las posibles actividades delictivas del rey en su vida privada carezcan de responsabilidad penal? De momento nadie se ha tomado la molestia de refutarme; yo espero que me dé razón el tiempo, cuando esa verdad ya no suponga ningún peligro para nadie.
            Reconozco que no siempre resulta fácil convencerme de algo; soy alérgico a los argumentos de autoridad.
            Al final de uno de sus sonetos, escribió Unamuno: “Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”.
            Pero yo soy tan bruto que prefiero tener razón a ser dichoso. Algo conservo de mi frustrada vocación científica. Por eso, a quienes me dicen que cada uno tiene su verdad y que todo es relativo, les respondo con los versos de Machado: “¿Tu verdad? No. La verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.


Sábado, 21 de junio
DIFÍCIL ME LO PONÉIS

Todavía hay quien piensa en España que el anterior Jefe del Estado merece todos los elogios que estos días le dedican los periódicos. No quienes han redactado esos artículos, por supuesto, pero sí mucha buena gente de la calle. Pero el gobierno se esfuerza en desengañarles. Cada paso que da, cada nueva justificación del aforamiento exprés, vierte una más turbia sombra de sospecha sobre el achacoso monarca.
            Hay quien dice, yo no me lo acabo de creer, que estamos ante otro pacto del capó, como en el 23F. Que para lograr que el rey abdicara hubo que firmar un acuerdo por el que el gobierno se comprometía a garantizar su impunidad. Yo no creo en ese pacto de mafiosos; si existiera, ningún gobierno medianamente decente se sentiría obligado a cumplirlo.
            Pero reconozco que el gobierno nos lo está poniendo difícil a los que aún pensamos que el anterior Jefe del Estado fue fiel a su juramento de “guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”.
            Me llama una amiga desde Francia. “Algo apesta a podrido en el Ruedo Ibérico, amigo Martín. Me alegra estar fuera, no sé como tú soportas el mal olor. Ya lo decía Quevedo: razón de Estado, razón de establo. Leo en la prensa que tratan de disimular esa ley que quieren crear para librar a una persona de la ley diciendo que no es solo para el exmonarca, que también van a aforar a la Princesa de Asturias. Qué país el tuyo y el mío, amigo Martín. Ya no respetan ni a la infancia. ¿Qué quiere decir que una niña de ocho años será aforada? ¿Que cuando cometa una travesura no podrán castigarla los padres sino que tendrán que llamar al Tribunal Supremo? Sospecho que hoy a Valle-Inclán para escribir sus esperpentos le bastaría con copiar lo que dicen los periódicos”.



            

domingo, 15 de junio de 2014

A buen entendedor: España en marcha


Viernes, 6 de junio
ADVERTENCIA

Soy la persona más egoísta del mundo. Aparte de mí no me interesa nada más, salvo el mundo en general y mi país y mis amigos en particular.


Sábado, 7 de junio
LA ILUSIÓN DE ABRIL

Salgo del hotel y en el portal siguiente me encuentro con una placa que indica que allí nació y vivió el doctor Marañón. ¿Sería en esta casa donde, la mañana del catorce de abril, se reunieron Romanones y Alcalá Zamora? Apenas habían terminado de escrutarse los votos y la gente ya se había lanzado a la calle. "¿Antes de que se ponga el sol el rey debe de estar fuera de España? Si no, no respondo de lo que pueda ocurrir". Y antes de que se pusiera el sol el rey, el ya ex rey por la fuerza de los hechos, embarcaba en Cartagena dejando a su familia en el Palacio Real, sin protección alguna, confiada solo a la buena voluntad del pueblo de Madrid.
            Miro hacia los balcones: en ellos se refleja la luz de esta hermosa tarde de junio. El sol de aquel abril se nubló pronto, pero lo que vendría después –tanta traición, tanto heroísmo, tanta sangre– no sería capaz de borrar la ilusión de aquel día.
            Ahora nada es igual que entonces y sin embargo --contra toda evidencia-- yo siento aquella ilusión. Se va un rey que, diga lo que diga la prensa oficial, no siempre se ha comportado con la ejemplaridad que correspondía a su cargo.
            Como en el viejo cuento del conde Lucanor –y Cervantes y Andersen–, nos dijeron que vestía un rico manto adornado con todas las virtudes cívicas. Unos fingieron creérselo, porque convenía a sus intereses, y otros --los más ingenuos-- nos lo creímos de verdad. Fuimos luego los más indignados y los que ahora más nos alegramos con su inesperada marcha. Temíamos --era lo que se deducía de sus palabras y de las de peñafieles y ansones-- que prefiriera emular a su mentor, Francisco Franco, muriendo en la cama sin abandonar el cargo, en lugar de seguir el ejemplo de su padre.
            Entre las razones para abdicar parece que pesó mucho la promesa de que le tejerían de inmediato un nuevo manto de aforado que le protegiera de las "demandas infundadas". Pero las demandas infundadas se caen por su propio peso; el problema son las otras, las fundadas y bien fundadas.
            Para mí, republicano posibilista, como Castelar y Rubalcaba, ha fracasado un rey, pero no, todavía no, la monarquía que yo voté en 1978.
            Soy tan iluso que aún no he perdido la esperanza de que Felipe VI sea capaz de romper con las corrupciones de unas tristes décadas en las que pocos se libraron de mancharse las manos, aunque los más listos –que siempre son de derechas– lograran darle a sus prebendas y sobresueldos una apariencia de legalidad.
            Pero Felipe VI, y él lo sabe bien, no será más que un rey interino hasta que los españoles le confirmen como tal en unas elecciones. ¿Que a los reyes no se les vota? No se les vota directamente, pero dependen de la audiencia tanto o más que cualquier programa de televisión. Cada semana, y casi cada día, han de estar pendientes de las encuestas. Si su popularidad baja, el más pequeño resfriado, incluso unas elecciones municipales, se los pueden llevar por delante.


 Domingo, 8 de junio
LAS CUENTAS CLARAS

Sin paseo matinal, por el parque o por un mercadillo, y sin el reposado café posterior mientras hojeo el periódico, no hay domingo que valga la pena. Mi hotel está al lado del Retiro y, para que el placer sea completo, en la plaza de la Independencia me encuentro un quiosco con los diarios asturianos.
            –Qué suerte –le digo a Javier Almuzara, que ha venido también a firmar a la feria del libro, tras hojear La Nueva España–, ya no tendré que matricularme en Derecho. Parece que Francisco J. Bastida ha condescendido en explicar al vulgo indocto por qué considera que la Constitución da al rey licencia para delinquir.
            –Me alegra que te convenza, es una de los mayores expertos en la materia y un excelente profesor.
            –-No se trata de si me convence o no, sino de si lo que dice se ajusta a la Constitución. Contra lo que suele ser habitual, y al contrario que en otros escritos periodísticos, cita completo, o casi completo, el artículo 56.3: “La persona del Rey es inviolable, y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados, careciendo de validez sin dicho refrendo”. Digo que lo cita casi completo porque ese artículo señala también la única excepción al necesario refrendo por parte del Presidente del Gobierno, los Ministros o el Presidente del Congreso: el nombramiento y el cese de los miembros civiles y militares de su Casa. Por tanto si, como sostiene Bastida (y el resto de los constitucionalistas, todo hay que decirlo), con la expresión “la persona del Rey” se alude a que la “inviolabilidad” afecta no solo a sus actos como Jefe del Estado sino también a la esfera privada, todas las actividades que tengan que ver con sus negocios particulares han de estar refrendados por el Presidente del Gobierno o por algún Ministro y, si ha hecho negocios, legales o ilegales, sin dicho refrendo, los compromisos que haya adquirido carecen de validez. Pero aún hay más, de acuerdo estrictamente con la interpretación de Bastida (que no es la única posible, dada la ambigua redacción constitucional), “de los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”. O sea, que si el rey hubiera cobrado comisiones ilegales a la manera de Luis Roldán (el mejor director de la Guardia Civil, según leíamos en los periódicos hasta el día antes de su destitución, o hasta el día después, ya no recuerdo bien), el responsable de ello sería el gobierno, por acción (haber refrendado ese particular negocio) o por omisión, no haber cumplido con su deber constitucional de “refrendar” los actos del Rey (salvo los que se refieren al nombramiento y cese de los miembros de su Casa). Y quede claro, amigo Almuzara, que yo no digo que el rey haya cometido alguna ilegalidad, para mí la presunción de inocencia es sagrada, se trate del rey, de Magdalena Álvarez o de cualquiera. Lo que afirmo, con la Constitución en la mano, incluso interpretándola como la interpreta Bastida, es que ningún acto del rey, público o privado, quedaría al margen del código penal; simplemente, el peso de la ley no caería –mientras sea Jefe del Estado– sobre él, sino sobre el gobierno que lo ha permitido.
            ––Dices cosas que no dice nadie, Martín.
            ––Salvo la Constitución. Lo que no está claro es en qué se diferencia “la persona del Rey” del Rey. Para justificar que de la Constitución se deduzca que los actividades privadas del rey, esto es, sus negocios, el origen de su fortuna (que es lo que nos interesa a los españoles, no sus actividades de cintura para abajo), estén amparadas por la “inviolabilidad”, Bastida recurre a argumentos muy sutiles, como que “El Jefe del Estado no es el Rey, sino que el Rey es el Jefe del Estado”. No voy rebatir a un especialista, le dejo la delicada tarea de partir un pelo en dos. Pero no creo que tampoco él se atreva a rebatir a la Constitución ni a aclarar sus ambigüedades. Esto último queda para el tribunal Constitucional. Resumo: la supuesta inviolabilidad del rey en lo que se refiere a sus negocios privados resulta, cuando menos, confusa. La Constitución no garantiza la impunidad de nadie, y menos que nadie la del rey, simplemente transfiere la responsabilidad de sus actividades como Jefe del Estado al gobierno de turno. De sus actividades particulares, en mi opinión (atenida a la literalidad del texto constitucional) no dice nada, por lo que estarían sometidas, como las de cualquier ciudadano, al código penal; en la interpretación de Bastida, deberían ser también refrendadas por el gobierno, que sería el responsable, por lo que tampoco habría impunidad. Queda claro, pues, mientras el tribunal constitucional no diga lo contrario, que la Constitución que yo voté (y de la que un tiempo estuve tan orgulloso) no da a nadie licencia para delinquir, y menos que nadie al rey que, para ser rey, ha de jurar cumplir y hacer cumplir las leyes.
            Al irse, el monarca debe dejar las cuentas claras. Y, si no lo están, que el gobierno asuma su responsabilidad y nos las explique convincentemente a los españoles.


Lunes, 9 de junio
SEÑOR DE MÍ

En este junio feliz, entre abril y septiembre, visito primero a una vieja amiga en el renovado Museo Arqueológico y luego, en el Museo Romántico, me dejo seducir por otra, aquella reina caritativa y frescachona que veraneaba en San Sebastián cuando los españoles se alzaron al grito de “¡Viva España con honra!”. Sus partidarios le pidieron que abandonara a su detestado amante y volviera a la capital, pero ello mandó traer de Madrid sus joyas, siete inmensos baúles cuenta la tradición, cogió del brazo a su favorito, el guapo Carlos Marfori, y se largó a París a disfrutar de los burbujeantes amenes del Segundo Imperio.
            Frente al rostro enigmático de la Dama de Elche, a la que interrogo por el futuro sin recibir respuesta, recuerdo unos versos de Antonio Machado: “No está el mañana ni el ayer escrito”. Y en el recóndito jardín del Museo Romántico otros de Calderón: “Pequeño mundo soy y en eso fundo / que, si soy señor de mí, lo soy del mundo”.


Jueves, 12 de junio
CADA UNO ES COMO ES

“Ten cuidado, Martín, con las cosas que dices, que son las que muchos pensamos, pero ni se nos ocurre decirlas en público”.
            “Bueno, cada uno es como es. Yo soy de esos españoles que, como Miguel Servet, se dejarían quemar en la hoguera antes de callar su verdad. Recuerdo que en tiempos de la dictadura, cuando el monarca que abdica era Príncipe de España (su padre le había prohibido serlo de Asturias), pasé un tiempo, por motivos que no vienen al caso (pero que en nada afectan a mi honorabilidad), incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad. Lo primero que me dijo uno de los esbirros que me interrogaban fue: “Espero que no se haga el valiente y nos diga la verdad. Aquí cantan todos, sabemos cómo convencer a la gente”.  “Yo nunca miento”, respondí. Y era cierto. Era cierto entonces, ahora ya he aprendido a ser casi tan hipócrita como cualquiera. Pero no en asuntos que afecten al honor y a la dignidad de mi país.
            Han vuelto a engañar al rey bon vivant los que le han dicho que con un apresurado aforamiento se arregla todo (¿de qué serviría si el juez Castro, sigue el ejemplo de la juez Alaya?). Lo que le protegía es el pacto de silencio de los grandes medios periodísticos. Si ese pacto se rompe, no hay aforamiento que valga.


Viernes, 13 de junio
CONTINUARÁ

Ahora resulta que el rey, tras abdicar, seguirá siendo rey, pero pierde la “inviolabilidad”, con lo que parece demostrado –como decían el sentido común y la Constitución, pero no los doctos catedráticos– que estaba ligada a sus funciones como Jefe del Estado, no a la “persona del rey” (¡el rey es rey las veinticuatro horas del día!, afirmaban los “especialistas”); sus actividades privadas no quedarían cubiertas por ella. 
            Continuará. No hay novela por entregas más apasionante que la historia de España.





domingo, 8 de junio de 2014

A buen entendedor: Un junio casi abril


Viernes, 30 de mayo
VIEJO AMOR

Siempre que llego a una ciudad, llego también a las páginas de un libro, o de muchos libros. Llego hoy a Sevilla y a un delgado volumen de Pedro Salinas: Víspera del gozo. Salgo del hotel, en la calle San José, “cuando el sol de aquella tarde estaba ya un poco cansado”. Un poco cansado, es posible, pero todavía esplendoroso en este día de San Fernando.
            Plaza de Santa María la Blanca, calle Ximénez de Ensiso, plaza de Romero Murube, dorados muros del Alzázar y, de pronto, a la derecha, aparece ella con su belleza intacta, sin que puedan degradarla los años ni los miles de malas estampas.
            En el mismo momento en que nos acercamos, comienzan a sonar todas sus campanas. Dan volteretas jubilosas en son de bienvenida, como un perro feliz que reconoce a su amo.
            Me acerco al palacio arzobispal y me sonríe rubicunda, mientras el sol parece concentrar en ella toda su luz. Siguen sonando las campanas como jubilosas castañuelas y parece que, de un momento a otro, se va a arrancar en un paso de baile.
            Me esperan en una de las casetas de la feria del libro, pero aquí me quedaría hasta que acabara la tarde, que parece haberse quedado embelesada, como yo sin ninguna gana de marcharse.
            Uno no se cansa nunca de mirarla. Ya lo dijo, para siempre, Calderón: Con cada vez que te veo / nueva admiración me das. / Y cuanto te miro más / muy más mirarte deseo”.


Sábado, 31 de mayo
DISFRUTO DE MIS PRIVILEGIOS

Doy una vuelta por los puestos de la Plaza Nueva antes de entrar en la caseta de la Editorial Renacimiento, donde he de firmar mi último libro. No me apetece demasiado. Nada más deprimente que ver a un escritor enjaulado tras el mostrador, con cara de aburrido, esperando que se le acerque algún posible lector. Y cuando se acerca alguno resulta que es solo para preguntar por algún título, confundiéndonos con el vendedor. Esa al menos es mi experiencia.  
            Pero esta mañana hermosa, rodeado de libros, solo me ocurre pensar que soy un hombre afortunado. Y no solo yo, sino todos aquellos adictos a ese vicio impune, la lectura. Me siento lleno de gratitud por libreros, traductores, editores. ¡Cuánta gente dedicada a procurarme felicidad!
            Los lectores solemos ser caprichosos como niños o sultanes de oriente. A cada uno nos apetece un libro, que no es el mismo de un día para otro, en mi caso incluso de una hora para otra. Pero con frecuencia ni nosotros mismos sabemos lo que queremos leer. Si no preguntan “¿qué busca?, respondemos “lo sabré cuando lo encuentre”. Y así los editores arriesgan su dinero publicando miles y miles de títulos distintos, que los libreros no saben siquiera dónde colocar, solo para que nosotros, los lectores caprichosos, tengamos dónde escoger.
            Claro que los lectores menos inteligentes –también hay lectores poco inteligentes, por lo general profesores o críticos– se lamentan de que se publican demasiados libros, de que no se puede leer todo. ¿Pero qué verdadero lector puede querer leerlo todo? Sería como llegar a un mercado bien surtido y lamentarse de no poder comérselo todo.
            Lo que el lector quiere –lo que yo quiero– es tener siempre dónde escoger. Y gracias a los incansables y beneméritos editores, incluso a un lector tan inconstante como yo, que necesita libros nuevos cada día para leer el que más le apetece en cada momento, nunca le falta su droga favorita.
            Soy un privilegiado ya lo sé. Y por eso tengo mala conciencia. Cuántos apuros económicos pasan libreros y editores. Y yo, mientras tanto, tan feliz gracias a su esfuerzo.


Domingo, 1 de junio
ACANTO Y AZAHAR

¿Cuántas maravillas caben en un solo día? Como no hay que exagerar, esta mañana de domingo sevillano me conformo con dos. Primero, la Casa de Pilatos, Nápoles en Sevilla, con sus patios y jardines y su doble Pallas Atenea, una belicosa, armada de escudo, casco y lanza, y pacífica la otra, en la mano la égida rectora.
            Luego, muy cerca de donde nació Cernuda, el palacio de la condesa de Lebrija, obsesiva coleccionista de antigüedades romanas y de todo lo que se ponía a su alcance. En uno de los patios, se lee una hermosa inscripción: “Me senté en el jardín bajo el magnolio, mirando el salón de las columnas, con sus pareces almagras, adornadas con fragmentos de mosaicos, cerré los ojos y soñé que en esta casa tenía un idilio Roma con Sevilla, que una era la mitad de la otra. Roma los mosaicos, Sevilla los azulejos; Roma el laurel, Sevilla el jazmín; Roma la Venus de mármol, Sevilla la cerámica azul de Trian, Roma el rosa pompeyano, Sevilla el albero; Roma el ciprés, Sevilla el naranjo. Roma es de acanto, Sevilla de azahar”.


Lunes, 2 de junio
UN DÍA FELIZ

“Veo que hasta el rey te hace caso”, me escribe Rosa Navarro en un correo. Respondo con una interrogación. No entiendo nada. Pero me da por mirar el titular de El País en el teléfono y doy un salto en la silla. No me lo acabo de creer.
            Paso todo el día como flotando, extrañado de que la gente no se ponga a bailar en las calles. Y ahora, ya de noche, antes de irme a la cama, sonrío al recordar el primer artículo que escribí. ¡Cómo me avergonzaría si alguien tuviera la menor noticia de él! Afortunadamente se encuentra perdido en una revistilla escolar y además creo que lo firmaba José Luis García (más que un nombre propio, un nombre común), con lo que podría negar que fuera mío. Se titulaba “La monarquía como solución”. Acababan de nombrar a Juan Carlos sucesor de Franco con el título de Príncipe de España. Yo por entonces estudiaba Magisterio y, para obtener el título, teníamos que asistir a un campamento del Frente de Juventudes. Todos los rituales fascistas seguían en pie: se izaba la bandera, se cantaba el Cara al sol, se levantaba el brazo. El día que se dio a conocer al heredero, o a día siguiente, el profesor entró en clase muy alterado. En seguida comenzó a insultar a Franco, a llamarle traidor, a decir que a partir de ahora volvería la monarquía con sus condes del Real Agrado y Marqueses de la Real Bacinilla. Al principio, algún alumno se rió, pensando que era una broma, pero pronto quedamos todos callados y aterrados. Pensábamos que de un momento a otro iban a entrar los grises, a comenzar a dar mamporros y a llevarnos a todos detenidos. Quienes entraron fueron el director del curso y otro profesor, cogieron al borracho de un brazo y se lo llevaron, no sin explicarnos que se había puesto enfermo y que, por favor, no comentáramos nada. No volvimos a ver a ese profesor y, en voz baja, llegamos a comentar que quizá lo habían fusilado. El caso es que el príncipe y la monarquía no tenían precisamente buena prensa ni entre los franquistas ni entre los que se oponían al franquismo. Las anécdotas que sobre él se contaban nos lo presentaban como alguien medio tonto. Y fue en ese momento cuando yo, siempre movido por mi afán de llevar la contraria, escribí un artículo en el que defendía que la monarquía era la mejor solución para pasar sin traumas de un régimen dictatorial a otro democrático (no empleaba estas palabras, claro). En cuanto el príncipe fue rey, la oposición se fue diluyendo y el joven inexperto al que todos tenían por no muy espabilado se convirtió en el gran estadista que paraba golpes de Estado, paseaba el prestigio de España por Oriente y Occidente y mandaba callar a los Chaves de este mundo. Y durante décadas nos creímos el cuento, o fingimos creérnoslo, mirando para otro lado cuando hacía falta.
            Por unos días seguirá el viejo tinglado de la antigua farsa y los periódicos vendrán repletos de los vacuos elogios de costumbre. Pero solo por unos días. Luego se irán revelando cosas que a todos avergonzarán y que a algunos salpicarán, por directa complicidad o por haber mirado hacia otro lado. Y no me refiero a secretos de alcoba, los más disculpables.
            No creo que ninguno de los políticos que fueron algo en el juancarlismo –de derechas o de izquierdas– tenga nada que hacer en el nuevo tiempo. ¿Es la hora de la República? Todavía no. Un poco de paciencia. Las primeras medidas que tome Felipe de Borbón resultarán cruciales. Si convencen, si transmiten ilusión, la España del siglo XXI seguirá monárquica; si no, las próximas elecciones generales se convertirán en un referéndum y los partidos que lleven a la república en su programa podrán arrasar.


Martes, 3 de junio
PACIENCIA

Ahora resulta que todo irá más despacio de lo que yo pensaba, que antes de que la abdicación pueda ser efectiva hay que aprobar las leyes orgánicas que la regulan. ¿Y en cuarenta años los diputados no tuvieron tiempo para hacerlo? Parece que no. Y dicen que si el rey pierde su inviolabilidad, puede ser procesado por cualquier delito. Pero no de los que haya cometido con anterioridad. Tome nota el monarca: según nuestros catedráticos de derecho constitucional (que no según la constitución), aún le quedan unas semanitas con barra libre para delinquir sin que nadie le pueda acusar de nada.

Miércoles, 4 de junio
TOSER Y CANTAR

Al entrar hoy en la sala donde se reúne el jurado del premio Príncipe, encuentro al personal revuelto. Todo el mundo está muy indignado, especialmente Sergio Vila-San Juan. “¡Habíamos prometido no decir nada! ¡Y aquí aparecen los nombres de los finalistas!”, clama agitando La Nueva España. El año pasado, cuando me dirigía a efectuar la última votación, leí en el periódico de Anson el nombre del ganador. Entonces fui yo el que se puso hecho una furia. Ahora la historia se repite convertida en farsa. “¿Y qué problema hay en que den el nombre de los finalistas, siempre se ha hecho así?”, “¡Prometimos no decir nada!”, “Pues se los habrá comunicado el servicio de prensa, que para eso los pagan”, “¡He hablado con ellos y no han sido!”
            Rodríguez Lafuente calma los ánimos y comenzamos nuestro trabajo. Aunque callo, yo sé de sobra quien ha sido el filtrador. ¿Cómo no voy a saberlo si he sido yo? Pero me las arreglé para cumplir mi palabra y que la Fundación no hiciera el ridículo. El secretario del jurado nos pidió que la información a la prensa se la dejáramos a la Fundación. Muy bien. Todos de acuerdo, a ella remitiríamos al periodista que nos preguntara. Pero a mí, al salir de la reunión de la tarde, me llaman de un periódico asturiano, y luego del otro, preocupados porque tienen dos páginas reservadas, como todos los años, para comentar los finalistas y en la Fundación no quieren decirles nada. ¿Habéis insistido? Han insistido. Pienso en llamar a Teresa Sanjurjo para decirle que, informar de los finalistas no es solo algo que siempre se ha hecho, sino, además de un medio de ampliar el eco mediático de los premios, casi una obligación legal y más en estos tiempos en que se busca la transparencia. Pero no quiero molestar a Teresa, ahora ocupada en la más hermosa tarea del mundo, y se me ocurre, para no faltar a mi palabra y cumplir con las obligaciones informativas, una argucia jesuítica. Las periodistas dicen los nombres de los candidatos y yo, de vez en cuando, toso. Caminaba por Gil de Jaz cuando yo hacía de acatarrada garganta profunda y a mi lado iban, entre otros, Xuan Bello y Sergio Vila-San Juan, excelente director del suplemento cultural de La Vanguardia, pero no sé yo si muy dotado para el periodismo de investigación.




domingo, 1 de junio de 2014

A buen entendedor: Regalos, deudas, cumpleaños


Sábado, 24 de mayo
UNA CANCIÓN

Hay versos, aprendidos en los años escolares, que nos vienen una y otra vez a la memoria. “Quien tenga triste el corazón / venga a oír esta canción”, comienza el poema medieval. No sé yo qué canción sería esa, pero ahora me gustaría escucharla.


Domingo, 25 de mayo
EL TREN ELÉCTRICO

Me gustan los regalos del azar, lo he repetido muchas veces. Por gentileza de su cuñada Ana, que se acercó a mí mientras tomaba un café en Los Prados, Javier Almuzara y yo visitamos esta mañana el piso, ya medio desmantelado, de Luis Gómez Granda. “Era un gran aficionado a la música, especialmente la ópera, y también a la lectura. Le gustaría más que sus libros y sus discos fueran a parar a las manos de alguien capaz de apreciarlos”.
            Almuzara se dirige de inmediato a los montones de música, yo a los libros. Durante muchos años fueron para mí un bien escaso. Recuerdo que los maravillosos tomos de obras completas publicados por Aguilar se vendían a plazos, y ni aún así era yo capaz de comprarlos. ¡Cuántas veces soñé con aquellos volúmenes de miles y miles de páginas en papel biblia, tan manejables, tan acariciables, tan inagotables!
            Y ahora ahí tenía a Galdós, a Shakespeare, a Oscar Wilde. Y junto a ellos los heterogéneos, y no menos fascinantes, tomos de Maestros Italianos, Alemanes, Ingleses, Rusos, editados por Planeta en los años cincuenta.
            Ana me invita a llevarme todos los que quiera. Y entre los gruesos tomos, como un guiño que me hace de pronto más cercano al anciano doctor, cordial, solterón y bondadoso, aparece de pronto Mafalda, por primera vez publicada en España, allá por 1970. con la indicación –bien clara– de “solo para adultos”. Mafalda acaba de comenzar a ir a la escuela. “¿El jardín de infancia es una carrera, mamá?”, “¡No!¡Que va a ser una carrera!”, “Entonces cuando lo termine no tendré que… ¡Menos mal! ¡Te juro que, siendo tan chiquita no querría, mamá! ¡No querría! ¡Te lo juro!”, “¿No querrías qué?”, le pregunta la madre extrañada. “¡Tener que irme del país como todo el que termina una carrera!”
            Parece que no ha pasado el tiempo. Mafalda de una mano y las bolsas de libros en la otra, salgo de aquel piso, frente a la estación de Renfe, con la misma ilusión que el adulto que por fin se ha podido comprar el tren eléctrico con el que tantas veces soñó cuando niño.


Lunes, 26 de mayo
UNA ANTIGUA DEUDA

Me saluda muy efusivamente, hacía años, siglos, que no nos veíamos, y luego se pone a contarme una historia de la que yo no recuerdo nada, y no sé si atribuirlo a mi mala memoria o a su mucha fantasía. Deberíamos tener por entonces poco más de diez años e íbamos, como cada tarde de verano, a bañarnos al río, al charco del puente. Antes había que pasar junto a la plaza de toros. Una plaza, la de Aldeanueva del Camino, que tenia, que tiene, el albero y los toriles excavados en el suelo y a la que, cuando había función se superponían unas gradas portátiles de madera.
            Saltamos al ruedo, como a veces hacíamos para jugar un rato, y en un rincón, tumbado a la sombra, descubrimos un hombre que parecía dormido; a su lado había una mochila medio abierta que dejaba entrever lo que parecían fajos de billetes. Nos acercamos con cuidado. Una mancha de sangre nos indicó que no estaba dormido, sino herido, o quizá muerto. Mi amigo Santi, que era el más decidido de los dos, metió la mano en la mochila y cogió un buen fajo de billetes que se guardó en el pecho, debajo de la camisa. “Luego lo repartimos”, dice que dijo. Pero conmigo, si es que esos billetes existieron, no repartió nada. Aquella tarde no nos bañamos, volvimos en seguida a casa y estuvimos expectantes a ver que pasaba cuándo lo descubrieran. Pero no pasó nada. Y al día siguiente volvimos a ir a nadar y, al pasar junto a la plaza, nos asomamos a ella temerosos. No había ni rastro de aquel hombre herido o muerto ni, por supuesto, de la mochila.
            Poco después, terminado el veraneo, el largo veraneo de entonces, yo volví con mi familia a Avilés y me olvidé completamente del asunto. Tan completamente que ahora, cuando me lo cuenta Santi, me parece un cuento. “¿Realmente cogiste dinero? ¿Mucho dinero?”, le pregunto. “Mucho, mucho, más de lo que te puedes imaginar. Pero del hombre al que se lo robé no se volvió a saber nada. Luego, ya de mayor, he buscado incluso en los periódicos de la época. Y ninguno decía nada de un atracador muerto, de un botín parcialmente recuperado. Hubo un robo en un banco de Plasencia, pero las fechas no coinciden. ¿Y qué hice yo con el dinero? Pues la verdad es que no hice nada. No me pude gastar ni una peseta. Era un buen fajo de billetes, de billetes grandes, que no me habría sido fácil cambiar sin que me preguntaran muchas cosas. Tú regresaste a Asturias y yo poco después al seminario de Coria, un lugar frío e inhóspito del que no tengo buenos recuerdos. Pasábamos mucha hambre. Tenía miedo de que me encontraran aquel dinero, no me atrevía a decir nada en casa y decidí esconderlo. Lo metí en una caja de latón, de esas de guardar galletas, y lo escondí, bien escondido, bajo un árbol, en la Pedriza. Conté los pasos para no equivocarme de árbol, incluso dibujé un plano, el plano del tesoro, como en las novelas que leíamos entonces y que tanto nos gustaban, pero cuando volví, en las vacaciones siguientes, el dinero no estaba. Y no me había equivocado de sitio, no. El árbol era aquel y allí estaba la caja, exactamente donde yo la había dejado y la tierra no parecía removida, pero el dinero no estaba”.
            “¿Y no sería que el dinero no estuvo nunca, que enterraste la caja vacía, que todo fue una fantasía tuya?”, “Tú eres el único que no puede dudar de eso, porque lo viste y porque te quedaste, lo recuerdo bien, con un billete de cien pesetas”. “Ah, no, ese billete, lo recuerdo bien, lo encontré en la calle, no te lo quité a ti ni a ningún muerto”. Mi amigo Santi sonríe. “Siempre pensé que tú te habías quedado con todo. Yo enterré el dinero una tarde y tú regresaste a Asturias a la mañana siguiente. Creo que me seguiste y luego fuiste de noche y arramblaste con todo. Me mira de una manera extraña. ¿Qué hiciste con ese dinero, que era mío o por lo menos de los dos? Al cambio actual debían de ser, qué sé yo, unos diez mil o quince mil euros. Me debes la mitad”.
            Y yo bajo la cabeza avergonzado y finjo tener prisa y le doy mi número de teléfono y me despido apresuradamente. Le debo mucho, aunque lo del dinero sea una fantasía, fuimos los mejores amigos. Luego, cuando más me necesitaba, le di la espalda. Es lo que hago ahora, mañana ya ni me acordaré del encuentro. Para sobrevivir hace falta tener muy mala memoria.


Martes, 27 de mayo
NO SABE, NO CONTESTA

“Pero ¿no vas a decir nada de las elecciones ni antes ni después? Debes de ser el único español que no tiene nada que decir sobre lo que ha pasado?”
            “Pues la verdad es que no tengo nada que decir. Yo, en estas cuestiones, ya estoy curado de espantos. Después de que aquí en Asturias el electorado, cansado de lo que había, harto de los políticos de siempre, votara mayoritariamente a un señor llamado Álvarez-Cascos y a un partido improvisado de la noche a la mañana, nada me puede sorprender. Ya se sabe que, como diría Pascal, el electorado tiene razones que la razón no comprende. Y eso es lo más fascinante de los seres humanos –especie a la que, aunque a veces tenga mis dudas, yo también pertenezco–  que nunca sabes por dónde van a salir. Lo único sorprendente sería que no nos sorprendieran. La política, como la vida misma, ni es previsible ni es aburrida”.
            “¡Y yo que pensaba que arremeterías contra el nuevo partido como arremetiste contra el 15-M! ¿Y ni siquiera vas a lamentarte del descalabro socialista?”
            “Que espabilen, que buena falta nos hace”.

Miércoles, 28 de mayo
MIENTRAS TANTO

Se acerca el mes de junio, que es el mes en el que yo celebro mi cumpleaños (yo siempre lo festejo un mes, no un día), y comienzo a dar la tabarra a mis amigos con los muchos años que cumplo. Nada menos que sesenta y cuatro. Lo repito una y otra vez porque no acabo de creérmelo. Supongo que eso le pasa a todo el mundo. La mayoría de mis amigos tienen veinte, treinta o cuarenta años menos que yo, y yo no veo ninguna diferencia de edad, aunque me imagino que ellos sí.
            Los años, si uno tiene salud, son siempre un regalo. Yo al menos lo veo de esa manera. Durante un tiempo estuve obsesionado con que, a partir de los sesenta, se deja de aprender. Y, si hay suerte, en la mayoría de los casos es así. Si hay suerte, digo, porque muchos echan el cierre bastante antes. Yo, o al menos eso me parece (aunque quizá sea una ilusión mía), todavía aprendo, todavía soy capaz de admitir mis errores, e incluso de enmendarlos. Reconozco que me cuesta, pero eso no es cuestión de edad. Siempre he sido bastante bruto en ese aspecto, siempre me ha costado dar mi brazo a torcer.
            Se acerca el mes de mi cumpleaños y yo recuerdo la cita de Gabriel Miró que García Baena pone al frente de uno de sus libros: “Es la felicidad la que tiene tu olor, olor de mes de junio”.
            Hueles a mes de junio, hueles a felicidad. Voy a cumplir sesenta y cuatro años y hay un error que todavía no he aprendido a corregir, que no me gustaría nunca corregir, el de perder de vez en cuando la cabeza.
            Lo que haya de ser, será. Pero mientras tanto…


Jueves, 29 de mayo
YA NO SOY UN NIÑO

Cada día me parezco más a Pangloss, el personaje de Voltaire, todo lo veo desde el lado bueno, debe de ser cosa de la edad.
            Que el partido al que voto se da un batacazo en la urnas, pues muy bien, a ver si espabilan de una vez (aunque no dejo de reconocer que, en la dimensión de ese batacazo algo tuvo que ver, además de los propios errores, la irrupción de uno de esos ilusionados movimientos de ultraizquierda que siempre surgen en el momento oportuno para apuntalar a la derecha).
            Que en mi trabajo en la Universidad cada vez tiene menos parte la inteligencia y la creatividad y más el formalismo burocrático, pues muy bien, así evito la mala conciencia, ahora que tantos lo están pasando mal, de ser un privilegiado que cobra por hacer lo que le gusta.
             Que no ha pasado ni un mes desde que me rompieron por última vez el corazón y ya estoy dispuesto a dejar que me lo rompan de nuevo, pues muy bien, eso quiere decir que tengo un corazón a prueba de todo, lo que no está nada mal cuando se van a cumplir nada menos que sesenta y cuatro años.
            ¡Sesenta y cuatro años! Me temo que ya no soy un niño. Creo que va siendo hora de que deje vivir al día y empiece a sentar la cabeza.