Domingo, 20 de junio
STAIRWAY
Me gusta la literatura que se enreda con la vida, la vida que se enreda con la literatura. Últimamente he pensado mucho, no sé por qué, en un cuadro de Hopper, Escalera, un cuadro pequeño y misterioso –eso dice Mark Strand— que yo vi por primera vez en febrero del 2002 en un museo neoyorquino. Me alojaba en el hotel Roger Smith y muy cerca, en el Waldorf Astoria se alojaban no sé cuántos políticos importantes que asistían a no sé que reunión que entonces se celebraba en Nueva York, la primera después del atentado contra las Torres Gemelas. Todo el entorno del hotel estaba cortado al tráfico, las calles ocupadas por el ejército, con camiones, tiendas de campaña, sacos de tierra: un escenario que algo tenía de pesadilla. El cuadro de Hopper me pareció una invitación, una puerta abierta a otro mundo menos amenazador, a un claro del bosque que aguardaba fuera, entre la espesura.
En estos días malos me viene una y otra vez a la cabeza y yo cruzo esa puerta, al final de la escalera, y me adentro entre la espesa arboleda y busco el castaño milenario en cuyo tronco me refugiaba cuando niño.
De pronto abro el último Cuadernos Hispanoamericanos y me encuentro con que la colaboración inicial, de Enrique Vila-Matas, se titula “The Roger Smith Hotel” y en ella, mientras en la radio del cuarto suena My Little Basquiat, de Cowboy Junkies, “que es una de esas bandas que hacen daño porque escarban en el fondo de tu alma para acabar de hundirte en el crepúsculo”, contempla el cuadro que tiene frente a la cama, una reproducción de Starway, de Edward Hopper.
A él esa imagen, de acuerdo con la interpretación de Mark Strand (“la puerta abierta no es un cándido pasaje entre el interior y el exterior, sino una invitación paradójicamente preparada para que nos quedemos donde estamos”), le impide salir de la habitación; a mí me señala el camino, al final de la escalera, hasta el árbol mágico y maternal que me protegía del mundo cuando niño.
Lunes, 21 de junio
PEDAGOGÍAS
Hay que enseñar al que sabe para que sepa más. Pero con el que no sabe no hay que perder el tiempo, porque no aprenderá nunca nada.
No discutas jamás de algo que sepas bien con quien sepa menos que tú. Te vencerá siempre. La prudencia de la sabiduría nada puede contra la testarudez de la ignorancia.
Más allá de los dos años, nadie aprende nada que valga la pena.
Aprende a fingir que eres feliz y acabarás siéndolo.
Mejor que estar vivo, fingir que se está vivo.
No te conformes con nada, salvo si no tienes más remedio que conformarte.
Martes, 22 de junio
MANO NEGRA
“Un libro publicado por la Fundación Alberti fue manipulado, según el autor”, dice el titular del periódico. Se trata de Los espacios habitados de Rafael Alberti, en su origen tesis doctoral del arquitecto Joan Carles Fogo. Del libro han desaparecido, sin su autorización, los nombres de Luis García Montero, Teresa Sánchez Alberti, Benjamín Prado, José Monleón, Almudena Grandes, etc. De las citas de García Montero se eliminan también las comillas, convirtiendo así al autor en plagiario sin saberlo.
Son los mismos nombres que desaparecieron de la última edición de La arboleda perdida publicada en vida del poeta. Gimferrer defiende esas supresiones: “No es el único caso, también Neruda eliminó en algún poema el nombre de Nicolás Guillén. Todo en las memorias de Alberti es obra suya, no consta que nada fuera dictado. La edición de Robert Marrast disipa las leyendas urbanas –cuando no leyendas negras— que a partir de cierto momento han envuelto la aparición y difusión de la obra”.
Pero Mario Muchnik, editor de La arboleda perdida en vida de Alberti (vida ya entonces meramente vegetativa), advirtió que en las últimas pruebas aparecían manuscritas recomendaciones, tachones y otras correcciones con una letra que no era la del poeta. Y ahora esa misma mano negra sigue con sus aficiones censorias. Será divertido ver lo que se le ocurre a Gimferrer para defenderla. Quizá que es el propio Alberti quien sale de su tumba para eliminar el nombre de cualquier familiar y amigo que no le sea grato a quien se ha convertido en legítima propietaria, no solo de su obra, sino también de su memoria.
María Asunción Mateo, según el periódico, respondió a las acusaciones con estas palabras: “Quien tenga algo que decir de mí que me denuncie. No tengo que aguantar lo que se le ocurra a cualquier cretino. El libro original era un desastre de mil páginas, y su autor es ruin y mentiroso”.
Miércoles, 23 de junio
LETRA Y MÚSICA
En no sé qué emisora de radio, a altas horas de la noche, cantan flamenco. Apago la radio, olvido la música, pero la letra no se me va de la cabeza.
Por otro la vi llorar / y yo que tanto la quiero / la tuve que consolar.
Ninguno hable mal del día / hasta que la noche llegue. / Yo he visto mañanas tristes / con las tardes muy alegres.
Qué pájaro será aquel / que canta en la verde oliva. / Anda y dile que se calle, / que su canto me lastima.
Yo soy como el árbol solo / que estaba al pie del camino / dándole sombra a los lobos.
Es tu querer como el viento / y el mío como la piedra / que no tiene movimiento.
Escucho cómo me llamas / allá a lo lejos, perdida, / y estás conmigo en la cama.
No me digas que te diga / lo que yo siento por ti, / porque hay cosas que se sienten / y no se pueden decir.
Si tú quieres que me muera, / yo me moriré por ti. / Pero si quieres que no te quiera, / has de matarme tú a mí.
Jueves, 24 de junio
LA FUNDACIÓN SIGUE
Comenta Benjamín Prado los treinta años que ha tardado en publicarse el último libro de Blas de Otero: “El libro estaba en las mejores manos, las de su auténtica viuda, Sabina de la Cruz, pero otras personas se las habían atado y se ha tardado once años en deshacer el nudo. ¿Cómo es posible que los herederos legales de un creador tengan el poder de prohibir que su producción se difunda?”.
Yo curándome en salud ya he declarado muchas veces que toda mi obra está libre de derechos, es de dominio público. Podrá no interesar (como ocurre con la de la mayoría de los escritores, todo hay que decirlo), pero siempre estará a disposición de los lectores interesados, nunca a merced de la legalizada arbitrariedad.
“Estuve ayer cenando con Susana Rivera –me escribe un amigo, respondiendo sin saberlo a mis preocupaciones de estos días—, que quiere seguir adelante con la Fundación Ángel González. Tiene la idea de hacerlo contando con gente de ahí, de Asturias, abriéndola en el futuro a que vuelvan quienes marcharon. Quiere poner en marcha algo que sirva para mantener presente el nombre del poeta y organizar actividades que lleven allá a gente de fuera, no solo a los habituales, abrirse a otras lenguas y a otras culturas. Tiene las ideas bastante claras y le gustaría contar contigo, pero no sabe si estarás por la labor, ya que vio lo que escribiste en el diario y lo que piensas de las viudas. Pero ten en cuenta que no todas son iguales”.
Viernes, 25 de junio
VIEJOS AMIGOS
Comienzo a leer el último libro (por el momento) de Luis Antonio de Villena, Nuevas semblanzas y generaciones, y me dejo llevar por la gracia oral de su estilo. Tenemos en común bastantes devociones, y yo le admiré mucho allá por los años setenta y primeros ochenta. ¿Por qué luego (no es la primera vez que me ocurre) los elogios con algún pequeño alfilerazo se cambiaron por estocadas con alguna pequeña alabanza? Creo que hubo varias razones. El cuidadoso estilista de los comienzos se fue convirtiendo en un grafómano cada vez más chapucero (aunque nunca le han faltado momentos brillantes) y cada vez más propenso al razonamiento algodonoso y fofo que caracteriza a ciertos poetas. Un ejemplo. En la semblanza de José María Álvarez escribe: “La igualazón democrática se ha hecho por abajo –muy por abajo— y siempre en detrimento de la excelencia. Por eso las humanidades caen y el público es cada día más ignorante. Se nos ha dicho: Todos tenéis derecho a lo peor. Y así se nos nivela. Pero ¿qué hacer cuándo lógicamente se esperaba lo mejor, lo más alto? José María fue uno de los primeros en percibir esa jugada torpe y no ha cesado de lamentarla”.
Hombre, la igualdad democrática puede garantizar a todos los españoles la educación gratuita hasta los dieciséis años, pero no impide a nadie llegar al grado de excelencia de que sea capaz. Lo que no puede hacer es igualarnos a todos como doctores en Harvard o lectores en el original griego de la Antología palatina.
Hay otra razón que me separa de Luis Antonio de Villena: su secreta homofobia, camuflada de todo lo contrario. No hay escritor que, si es homosexual, no salga ridiculizado y empequeñecido de una semblanza suya. El caso más patético es el de Aleixandre, al que hunde un poco más cada vez que habla de él, rescatando supuestas confidencias que dan vergüenza ajena: “¿No te lo tragas?, me dijo Federico. ¿No?, pues no sabes lo que te pierdes, porque sabe a rosas…”
En estos casos siempre cito la misma frase: “Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los mejores amigos”. Pero no, ni somos enemigos mortales ni fuimos nunca los mejores amigos. A Villena le recuerdo como un divertido interlocutor que podía ganarse la vida con sus imitaciones de escritores famosos. Lástima que le haya dado por escribir las anécdotas que antes se limitada a narrar y mimar con gracia.
Sábado, 26 de junio
NO VAYA A SER
Si te sientes completa y absolutamente feliz, y no tienes ninguna pena, ningún dolor, ningún deseo, ninguna necesidad, asústate un poquito: no vaya a ser que estés muerto y no lo sepas.
domingo, 27 de junio de 2010
domingo, 20 de junio de 2010
Línea roja: Flor y dinosaurio
Sábado, 12 de junio
LA VIDA ESCRITA
De la gente que nos gusta nos gusta saberlo todo. Leo Novela familiar, de Blas Matamoro, y quedo fascinado por esa inagotable sucesión de padres irregulares, excluidos, inventados, dimitentes; de madres adorables, siniestras, conflictivas… Docenas y docenas de biografías en miniatura, escritas bajo la sombra de Freud traducido al lunfardo. ¿Samuel Johnson? “Era feo, de aspecto grotesco, malhumorado y a veces violento. Le gustaban las lenguas clásicas, las juergas, las amistades ilustres. Tras la muerte de su padre, loco, se volvió depresivo y melancólico. Su mujer, con la que se unió casi en secreto, era asexuada, etílica y drogadicta”.
Como el hipocondríaco que lee un vademécum médico yo me voy identificando con cada uno de estos famosos desdichados. Con Samuel Johnson soy feo, grotesco, malhumorado y violento. Pero la miniatura continúa: “Los libros fueron la razón y el equilibrio en ese mundo dislocado donde aprendió nitidez clásica latina y escribió su diccionario. Ayudado por pensiones oficiales y amigos, se hizo director de tertulias donde mostró su afabilidad mechada de raptos frenéticos. Halló cierta tranquilidad adoptando a un negro jamaicano y viajando en compañía de James Boswell, que era lo contrario que él: joven, guapo, ambicioso, mujeriego, de origen noble”.
Anota André Gide en su diario: “El escritor debe contar su vida no tal como la ha vivido, sino vivirla tal como la contará. Dicho de otra manera: que su retrato, que será su vida, se identifique con el retrato ideal que desea”.
Invento mi verdad. Lo mejor de mi vida ha sido, antes que realidad, fantasiosa ensoñación. Todo lo que vivo lo he escrito antes. Pero escribo en colaboración. Y a mi colaborador favorito, el azar, le gusta añadir algunos manchones negros: cárcel, extravíos, muertes. No debo quejarme: lo hace solo para dar mayor interés al conjunto.
Domingo, 13 de junio
CANTOS RODADOS
A Juan Gil-Albert, con quien llegué a mantener correspondencia, le admiré mucho. Abro el tomo de sus aforismos, Cantos rodados, y picoteo acá y allá. El título me parece un acierto: el aforismo es como una piedra que ha sido pulida por el río de la tradición. Los buenos aforismos no son de nadie, quien figura como autor se ha limitado a dar la última mano a una intuición que lleva siglos rodando de una mente a otra.
Con frecuencia, para distraerme, hago ilegibles anotaciones en cualquier papel. Son ocurrencias momentáneas que suelen acabar en la papelera. Las que tienen algún interés me da la impresión de que las he leído no recuerdo dónde. La mayor parte de las frases que doy como mías son más o menos ajenas; en cambio, las que atribuyo a otros suelen ser mías. En el fondo todas, si valen la pena, son anónimas.
En este raro domingo sin cine, dejo a un lado los Cantos rodados de Gil-Albert y me entretengo haciendo rodar mis propias canicas:
No hay equipaje más pesado que una cartera vacía.
La poesía del viaje ha sido inventada por los sedentarios.
Soy de esas personas que para estar solas tienen necesidad de mucha gente.
Nadie hace tanto daño como algunas buenas personas.
Tener razón en lo que dices no te autoriza a decírmelo.
Cuando no tiene nada que decir, no hay quien le haga callar.
Hay que hablar con los seres humanos como el niño habla con el muñeco: sabe que no le entiende, pero finge ignorarlo.
El hombre nace flor y muere dinosaurio.
Lunes, 14 de junio
LOS NEGOCIOS DE LA REINA
Leo la historia de un aventurero norteamericano, Georges Francis Train, el hombre que dio la vuelta al mundo en 80 días dos años antes de que Julio Verne escribiera la novela famosa, y de pronto su historia se cruza curiosamente con la historia de España: “Desde hacía algunos años, Train tenía en mente la idea de construir una línea férrea en Norteamérica que conectase los estados del Este con los del Medio Oeste. En su opinión, la solución al problema se hallaba en convencer a la reina María Cristina de España para que financiase el proyecto. De la reina podía decirse que había vivido una turbulenta carrera, al haber perdido y recuperado el trono en varias ocasiones. Sin embargo, en el trono, o lejos de él, su riqueza era inmensa. Con motivo de la cesión española de Florida a Estados Unidos, Cristina, muy consciente de la inseguridad de su trono, había ingresado astutamente grandes sumas de dinero en el Banco de Estados Unidos, por si se presentaban tiempos difíciles”.
Hay algún error en esa nota. La reina regente María Cristina no perdió varias veces el trono de España, pero sí fue la mayor especuladora de su tiempo. La casaron con el repulsivo Fernando VII y ella convirtió ese matrimonio en el mejor negocio. Le dio dos hijas al rey, que tuvo la amabilidad de morir pronto, e hizo todo lo posible para asegurarle el trono a una de esas niñas, por lo menos el tiempo necesario para llenarse los bolsillos. Poco después o poco antes de que muriera su marido, se enamoró de un guapo escolta, el sargento Agustín Fernando Muñoz. Durante el tiempo que duró la Regencia, desde 1833 hasta 1840, en que Espartero la envió al exilio, además de iniciar varios lucrativos negocios se permitió el lujo de tener cinco hijos mientras aparecía oficialmente como viuda inconsolable. Qué fascinante novela la de esa mujer enamorada y sin escrúpulos que fue la regente María Cristina.
Miércoles, 16 de junio
NON OLET
“La UNESCO aplaza el premio Obiang por la presión internacional”, leo en el titular de un periódico. Al parecer, el dictador Teodoro Obiang Nguema decidió donar tres millones de dólares para crear un premio científico anual, la única condición que ponía era que llevara su nombre. Pero Amnistía Internacional y otras organizaciones denunciaron que el premio serviría “para mejorar la mala reputación de un déspota cruel y corrupto que ha acumulado su inmensa fortuna a base de apropiarse para su solo beneficio del petróleo que abunda en su país”.
Pero el dinero no huele, como ya sabían los romanos. Claros del bosque, de María Zambrano, lleva al frente la siguiente nota: “Quiero manifestar una vez más mi gratitud a la Fundación Fina Gómez –Caracas, París, Ginebra— por su constante colaboración en la posibilidad de este mi escribir”.
“Hace años –cuenta Iñaki Uriarte—, cuando leí esa nota, el corazón me dio un vuelco. Yo conocía a Fina Gómez, la mecenas de María Zambrano. Fina Gómez no podía ser otra que doña Josefina Gómez, aquella misteriosa señora mayor venezolana que vivía justo enfrente de mi casa, en la Avenida Infante don Juan, de San Sebastián, cuando yo era niño. Doña Josefina era muy rica y vivía sola en un enorme caserón de Ondarreta del que no salía sino para ir a misa. Cuando no lo hacía, se pasaba las horas en un balcón, siempre vestida de negro, acompañada a veces por un cura muy elegante, rezando el rosario, seguramente pidiendo perdón a Dios por los crímenes de su diabólico padre. Porque doña Josefina Gómez era la hija única reconocida, entre cientos de bastardas, y la única heredera, de Juan Vicente Gómez, el más cruel de los dictadores sudamericanos. La tenebrosa fortuna reunida por aquel tirano había hecho posible un libro tan precioso y puro como Claros del bosque”. Y los sucios dólares de Obiang acabarán premiando a quienes salvan vidas. Pecunia non olet.
Jueves, 17 de junio
BIBLIOTECAS
Hay libros que compramos solo por el título, como este, Bibliotecas llenas de fantasmas, de Jacques Bonnet, que luego vale bien poco.
Qué absurdo guardar todos los libros que uno lee, la mayoría de los cuales no releerá nunca. Es como coleccionar los periódicos de cada día.
Yo estoy orgulloso de mi biblioteca, pero los libros que guardo en casa son solo una pequeña parte. Mi biblioteca abarca el universo. Vaya donde vaya –claro que yo viajo de ciudad en ciudad, no frecuento selvas, glaciares ni desiertos— me encuentro con ella, sea en forma de Biblioteca Pública, como la maravillosa de la calle 42, en Nueva York, con libros accesibles para todo el mundo en todas las lenguas del mundo, o en un puesto callejero en cualquier mercadillo, sin desdeñar las espléndidas, ubicuas, fascinantes librerías, con la mesa de novedades siempre propicia al venturoso hallazgo.
Nací en una casa sin libros, necesité llenar de libros las paredes de mi casa para sentirme arropado, pero ahora podría regalarlos todos. Cada día me llegan a las manos, casi al azar, sin esfuerzo alguno, los libros que necesito cada día para ser feliz.
Viernes, 18 de junio
TRES MATASELLOS
Ayer fue mi cumpleaños, pero no tuve tiempo para celebrarlo, ocupado en urgentes menesteres. Hoy me llegan los regalos: cine, música, libros, dulces, cordial compañía. Me hacen especial ilusión Relatos de Siros, de Emmanuil Roidis, que me trae el recuerdo de los mágicos días en la capital de las Cícladas, a donde me llevó la gentileza de María Durán. Colecciono amaneceres, lo he repetido muchas veces, y pocos tan hermosos como el despertar de la bahía de Hermúpolis, con las aguas plácidas acariciadas por un madrugador y sigiloso barco de pesca.
Annete me regala una caligrafía veneciana de Daniel Bayón. Reconozco de inmediato el comienzo de Venecias, de Paul Morand: “Toda existencia es una carta expedida anónimamente. La mía lleva tres matasellos: París, Londres, Venecia. El destino me instaló allí, sin yo saberlo, pero desde luego no a la ligera”.
Mi existencia lleva también tres matasellos: Aldeanueva del Camino, Avilés, Oviedo. Ese ha sido, ese me parece que seguirá siendo, el centro de mi mundo. El resto no son más que alrededores por los que me gusta pasear, tomar un café, comprar un libro.
Sábado, 19 de junio
TRAS LA TORMENTA
Días negros estos días últimos, cuando las lluvias parecían que iban a arrasar definitivamente el paraíso. Pero hoy luce el sol. Y vuelvo a ser –aunque sea por poco tiempo— el rey del mundo.
LA VIDA ESCRITA
De la gente que nos gusta nos gusta saberlo todo. Leo Novela familiar, de Blas Matamoro, y quedo fascinado por esa inagotable sucesión de padres irregulares, excluidos, inventados, dimitentes; de madres adorables, siniestras, conflictivas… Docenas y docenas de biografías en miniatura, escritas bajo la sombra de Freud traducido al lunfardo. ¿Samuel Johnson? “Era feo, de aspecto grotesco, malhumorado y a veces violento. Le gustaban las lenguas clásicas, las juergas, las amistades ilustres. Tras la muerte de su padre, loco, se volvió depresivo y melancólico. Su mujer, con la que se unió casi en secreto, era asexuada, etílica y drogadicta”.
Como el hipocondríaco que lee un vademécum médico yo me voy identificando con cada uno de estos famosos desdichados. Con Samuel Johnson soy feo, grotesco, malhumorado y violento. Pero la miniatura continúa: “Los libros fueron la razón y el equilibrio en ese mundo dislocado donde aprendió nitidez clásica latina y escribió su diccionario. Ayudado por pensiones oficiales y amigos, se hizo director de tertulias donde mostró su afabilidad mechada de raptos frenéticos. Halló cierta tranquilidad adoptando a un negro jamaicano y viajando en compañía de James Boswell, que era lo contrario que él: joven, guapo, ambicioso, mujeriego, de origen noble”.
Anota André Gide en su diario: “El escritor debe contar su vida no tal como la ha vivido, sino vivirla tal como la contará. Dicho de otra manera: que su retrato, que será su vida, se identifique con el retrato ideal que desea”.
Invento mi verdad. Lo mejor de mi vida ha sido, antes que realidad, fantasiosa ensoñación. Todo lo que vivo lo he escrito antes. Pero escribo en colaboración. Y a mi colaborador favorito, el azar, le gusta añadir algunos manchones negros: cárcel, extravíos, muertes. No debo quejarme: lo hace solo para dar mayor interés al conjunto.
Domingo, 13 de junio
CANTOS RODADOS
A Juan Gil-Albert, con quien llegué a mantener correspondencia, le admiré mucho. Abro el tomo de sus aforismos, Cantos rodados, y picoteo acá y allá. El título me parece un acierto: el aforismo es como una piedra que ha sido pulida por el río de la tradición. Los buenos aforismos no son de nadie, quien figura como autor se ha limitado a dar la última mano a una intuición que lleva siglos rodando de una mente a otra.
Con frecuencia, para distraerme, hago ilegibles anotaciones en cualquier papel. Son ocurrencias momentáneas que suelen acabar en la papelera. Las que tienen algún interés me da la impresión de que las he leído no recuerdo dónde. La mayor parte de las frases que doy como mías son más o menos ajenas; en cambio, las que atribuyo a otros suelen ser mías. En el fondo todas, si valen la pena, son anónimas.
En este raro domingo sin cine, dejo a un lado los Cantos rodados de Gil-Albert y me entretengo haciendo rodar mis propias canicas:
No hay equipaje más pesado que una cartera vacía.
La poesía del viaje ha sido inventada por los sedentarios.
Soy de esas personas que para estar solas tienen necesidad de mucha gente.
Nadie hace tanto daño como algunas buenas personas.
Tener razón en lo que dices no te autoriza a decírmelo.
Cuando no tiene nada que decir, no hay quien le haga callar.
Hay que hablar con los seres humanos como el niño habla con el muñeco: sabe que no le entiende, pero finge ignorarlo.
El hombre nace flor y muere dinosaurio.
Lunes, 14 de junio
LOS NEGOCIOS DE LA REINA
Leo la historia de un aventurero norteamericano, Georges Francis Train, el hombre que dio la vuelta al mundo en 80 días dos años antes de que Julio Verne escribiera la novela famosa, y de pronto su historia se cruza curiosamente con la historia de España: “Desde hacía algunos años, Train tenía en mente la idea de construir una línea férrea en Norteamérica que conectase los estados del Este con los del Medio Oeste. En su opinión, la solución al problema se hallaba en convencer a la reina María Cristina de España para que financiase el proyecto. De la reina podía decirse que había vivido una turbulenta carrera, al haber perdido y recuperado el trono en varias ocasiones. Sin embargo, en el trono, o lejos de él, su riqueza era inmensa. Con motivo de la cesión española de Florida a Estados Unidos, Cristina, muy consciente de la inseguridad de su trono, había ingresado astutamente grandes sumas de dinero en el Banco de Estados Unidos, por si se presentaban tiempos difíciles”.
Hay algún error en esa nota. La reina regente María Cristina no perdió varias veces el trono de España, pero sí fue la mayor especuladora de su tiempo. La casaron con el repulsivo Fernando VII y ella convirtió ese matrimonio en el mejor negocio. Le dio dos hijas al rey, que tuvo la amabilidad de morir pronto, e hizo todo lo posible para asegurarle el trono a una de esas niñas, por lo menos el tiempo necesario para llenarse los bolsillos. Poco después o poco antes de que muriera su marido, se enamoró de un guapo escolta, el sargento Agustín Fernando Muñoz. Durante el tiempo que duró la Regencia, desde 1833 hasta 1840, en que Espartero la envió al exilio, además de iniciar varios lucrativos negocios se permitió el lujo de tener cinco hijos mientras aparecía oficialmente como viuda inconsolable. Qué fascinante novela la de esa mujer enamorada y sin escrúpulos que fue la regente María Cristina.
Miércoles, 16 de junio
NON OLET
“La UNESCO aplaza el premio Obiang por la presión internacional”, leo en el titular de un periódico. Al parecer, el dictador Teodoro Obiang Nguema decidió donar tres millones de dólares para crear un premio científico anual, la única condición que ponía era que llevara su nombre. Pero Amnistía Internacional y otras organizaciones denunciaron que el premio serviría “para mejorar la mala reputación de un déspota cruel y corrupto que ha acumulado su inmensa fortuna a base de apropiarse para su solo beneficio del petróleo que abunda en su país”.
Pero el dinero no huele, como ya sabían los romanos. Claros del bosque, de María Zambrano, lleva al frente la siguiente nota: “Quiero manifestar una vez más mi gratitud a la Fundación Fina Gómez –Caracas, París, Ginebra— por su constante colaboración en la posibilidad de este mi escribir”.
“Hace años –cuenta Iñaki Uriarte—, cuando leí esa nota, el corazón me dio un vuelco. Yo conocía a Fina Gómez, la mecenas de María Zambrano. Fina Gómez no podía ser otra que doña Josefina Gómez, aquella misteriosa señora mayor venezolana que vivía justo enfrente de mi casa, en la Avenida Infante don Juan, de San Sebastián, cuando yo era niño. Doña Josefina era muy rica y vivía sola en un enorme caserón de Ondarreta del que no salía sino para ir a misa. Cuando no lo hacía, se pasaba las horas en un balcón, siempre vestida de negro, acompañada a veces por un cura muy elegante, rezando el rosario, seguramente pidiendo perdón a Dios por los crímenes de su diabólico padre. Porque doña Josefina Gómez era la hija única reconocida, entre cientos de bastardas, y la única heredera, de Juan Vicente Gómez, el más cruel de los dictadores sudamericanos. La tenebrosa fortuna reunida por aquel tirano había hecho posible un libro tan precioso y puro como Claros del bosque”. Y los sucios dólares de Obiang acabarán premiando a quienes salvan vidas. Pecunia non olet.
Jueves, 17 de junio
BIBLIOTECAS
Hay libros que compramos solo por el título, como este, Bibliotecas llenas de fantasmas, de Jacques Bonnet, que luego vale bien poco.
Qué absurdo guardar todos los libros que uno lee, la mayoría de los cuales no releerá nunca. Es como coleccionar los periódicos de cada día.
Yo estoy orgulloso de mi biblioteca, pero los libros que guardo en casa son solo una pequeña parte. Mi biblioteca abarca el universo. Vaya donde vaya –claro que yo viajo de ciudad en ciudad, no frecuento selvas, glaciares ni desiertos— me encuentro con ella, sea en forma de Biblioteca Pública, como la maravillosa de la calle 42, en Nueva York, con libros accesibles para todo el mundo en todas las lenguas del mundo, o en un puesto callejero en cualquier mercadillo, sin desdeñar las espléndidas, ubicuas, fascinantes librerías, con la mesa de novedades siempre propicia al venturoso hallazgo.
Nací en una casa sin libros, necesité llenar de libros las paredes de mi casa para sentirme arropado, pero ahora podría regalarlos todos. Cada día me llegan a las manos, casi al azar, sin esfuerzo alguno, los libros que necesito cada día para ser feliz.
Viernes, 18 de junio
TRES MATASELLOS
Ayer fue mi cumpleaños, pero no tuve tiempo para celebrarlo, ocupado en urgentes menesteres. Hoy me llegan los regalos: cine, música, libros, dulces, cordial compañía. Me hacen especial ilusión Relatos de Siros, de Emmanuil Roidis, que me trae el recuerdo de los mágicos días en la capital de las Cícladas, a donde me llevó la gentileza de María Durán. Colecciono amaneceres, lo he repetido muchas veces, y pocos tan hermosos como el despertar de la bahía de Hermúpolis, con las aguas plácidas acariciadas por un madrugador y sigiloso barco de pesca.
Annete me regala una caligrafía veneciana de Daniel Bayón. Reconozco de inmediato el comienzo de Venecias, de Paul Morand: “Toda existencia es una carta expedida anónimamente. La mía lleva tres matasellos: París, Londres, Venecia. El destino me instaló allí, sin yo saberlo, pero desde luego no a la ligera”.
Mi existencia lleva también tres matasellos: Aldeanueva del Camino, Avilés, Oviedo. Ese ha sido, ese me parece que seguirá siendo, el centro de mi mundo. El resto no son más que alrededores por los que me gusta pasear, tomar un café, comprar un libro.
Sábado, 19 de junio
TRAS LA TORMENTA
Días negros estos días últimos, cuando las lluvias parecían que iban a arrasar definitivamente el paraíso. Pero hoy luce el sol. Y vuelvo a ser –aunque sea por poco tiempo— el rey del mundo.
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Diario,
Línea roja
domingo, 13 de junio de 2010
Línea roja: Ley de vida
Sábado, 5 de junio
VANIDAD
De joven no era vanidoso; era algo peor: orgulloso. En ese aspecto al menos creo que he mejorado bastante.
La vanidad no parece ser una de las cualidades más apreciadas. Todo el mundo reniega de ella. Yo no. No tengo inconveniente en aceptar el reproche de algunos amigos: cada día soy más infantilmente vanidoso.
A fin de cuentas, ¿qué quiere decir que soy vanidoso? Pues que me gusta gustar a los demás y que su opinión me importa.
Pero no soy enteramente tonto. Sé que el resto del mundo tiene cosas más importantes que hacer que ocuparse de mí. Por eso llevo bastante bien el que, por lo general, no se me haga ningún caso. Yo mismo, si no fuera yo, maldito el caso que me haría.
Soy vanidoso y soy calculador. Durante un tiempo anoté todos los elogios que recibía, por escrito o de viva voz, sinceros o meramente corteses (los vanidosos procuramos no entrar en demasiados distingos), y la media no era baja, exactamente 4,76 a la semana. Queda lejos, sin embargo, de mi necesidad de halago: por lo menos tres al día.
Pero como soy de buen conformar, estoy contento con los admiradores que tengo. No necesito más. Lo malo es que duran poco: a los tres meses y diez días suelen empezar a pensar que me repito y que siempre estoy hablando de lo mismo. De momento, el problema no es grave porque van surgiendo otros.
Llegará un momento en que no serán sustituidos, ya lo sé. Creo que podré soportarlo. En realidad soy tan vanidoso que agradezco cualquier elogio, pero no lo necesito. La única admiración que no soportaría perder es la mía.
Domingo, 6 de junio
SEÑALES
“Vamos por la vida como un tren que avanza velozmente en la oscuridad hacia un destino desconocido”. “Es un símil bastante bueno, pero ha olvidado usted las señales: verde cuando hay vía libre y roja para indicar peligro”.
Hojeo al azar una manoseada novela policíaca en un puesto del Fontán y veo que habla de mí, como todas las novelas. Se ha encendido una señal roja. Un tren se acerca a la estación final y no hay manera de escapar del peligro.
Lunes, 7 de junio
ANTESALA
Era de esas personas que necesitan siempre alguien que las necesite.
Envejecer es eso: comprobar que cada vez eres menos necesario.
También tiene su gracia, su maldita gracia, esto de quedarse solo.
A quien siempre ha estado solo, quedarse solo se le hace más llevadero.
Nunca me he emborrachado, salvo de melancolía.
“No es lo que hay después de la muerte lo que me preocupa –decía Ángel González—, sino lo que hay antes”.
Martes, 8 de junio
RITOS
Se habla de Ana María Matute como posible premio Príncipe de Asturias y yo recuerdo la vez que coincidí con ella como jurado de estos mismos premios. Fue hace más de diez años, me parece que el año en que se lo concedieron a Günter Grass. Durante las deliberaciones, no dijo nada. Le costaba moverse. Antes de la comida, en lugar de ir a dar una vuelta por Oviedo, se sentó en el hall del hotel y allí se quedó a esperar el tiempo que faltaba. Jon Juaristi y yo la vimos solitaria y decidimos hacerle compañía. Fue una buena decisión. Comenzó a hablar y nos convirtió en niños asombrados desde las primeras palabras. Todo lo que decía lo convertía en cuento, en un mágico y trágico cuento de hadas. Entre otras cosas, nos contó la historia de un amigo de su primer marido, el ogro malo de los cuentos, que solo se arrepentía de un asesinato que no había cometido. No sé si esa historia la habrá contado por escrito alguna vez. Ya no recuerdo los detalles, solo el admirado y aterrorizado silencio con que la escuchamos Juaristi y yo.
Me gustan los ritos, y el reencuentro con los miembros del jurado de los premios Príncipe es uno de ellos. Yo juego a ser poco diplomático, al buen salvaje que dice lo que piensa, y nada me divierte más que ver la habilidad de algunos para nadar y guardar la ropa. A mi lado se sienta Fernando Sánchez Dragó, que no se cuenta precisamente entre mis mayores admiraciones y del que he dicho cosas poco agradables. Pero no es un hombre rencoroso y después de dudar un momento decide saludarme y charlar como si no hubiera pasado nada. Andrés Amorós, respondiendo a no sé quién, afirma que el escritor español vivo que más admira es Miguel de Cervantes, y yo me burlo un poco de esa diplomática manera, muy en su estilo, de salirse por la tangente. Sánchez Dragó interviene entonces: “Pues el escritor vivo que más admiro yo, incluso me atrevería a afirmar que el mejor escritor español de hoy, es Andrés Trapiello. No sé si tú estarás de acuerdo, pero yo creo que no hay obra que supere al Salón de los pasos perdidos”. “Si hablas en número de páginas, estoy completamente de acuerdo”, le respondo. “Ya sé que tú le has puesto no sé qué reparos a Las armas y las letras, que si cita o no fuentes, que si no pone notas a pie de página. Pero es que Trapiello es un escritor, un gran escritor, no un historiador. Hay que leer su libro sobre la guerra civil como se lee una buena novela, como se lee Guerra y Paz. Si fuera candidato a este premio, yo no tendría ninguna duda de a quién votar”.
Yo tampoco.
Miércoles, 9 de junio
SABER CONTAR
Estábamos conversando durante la comida, cada uno de sus cosas con el compañero de al lado. Yo le elogiaba a Rosa Navarro Durán su libro La verdad sobre el caso del Lazarillo de Tormes, nueva aportación a un tema del que nunca se cansa y con el que nunca cansa. De pronto, en una esquina de la mesa, se escucha lo siguiente: “Una vez, en Argelia, tuve que elegir entre ser violada por un árabe o por un grupo de árabes; solo tuve unos instantes para tomar la decisión”.
Inmediatamente se hace el silencio y todas las caras se vuelven hacia Milagros del Corral, que se marchó de la Biblioteca Nacional dando un portazo. No sé si esa decisión fue muy elegante, pero sí que lo fue un poquito más que la de quien la había colocado allí, César Antonio Molina. El otro día contaba en una entrevista que Zapatero le había llamado para explicarle las razones por las que le cesaba y que a él no le convencieron. “¡Cómo se me puede hacer esto a mí, que soy uno de los más importantes intelectuales europeos de todos los tiempos!”, clamaba en el despacho y luego en el periódico gallego. “A mí, una personalidad a la que solo en Azaña se puede encontrar equivalente”.
Milagros del Corral, antes de que la nombraran directora de la Biblioteca Nacional, fue durante muchos años enviada especial de la UNESCO en los más raros países. Ha escrito una novela, y piensa escribir otras. Tiene mucho que contar. Y a juzgar cómo sabe atraer la atención con solo una frase, no cabe duda de que sabe contar.
----Se había retrasado el vuelo, un error en las fechas hizo que nadie me estuviera esperando, los pocos taxis desaparecieron en un momento, las luces del aeropuerto comenzaron a apagarse, yo estaba sola, con mi maleta al lado, sin saber qué hacer. Encendí un cigarrillo y en ese mismo momento un sigiloso automóvil se detuvo frente a mí…
Jueves, 10 de junio
AUNQUE ES DE NOCHE
La falta de ambiciones, algo de sabio egoísmo y bastante suerte me han ido convirtiendo en un hombre contento con su destino, razonablemente feliz: me gusta tanto mi trabajo que tengo que hacer un esfuerzo para considerarlo trabajo; no hay día que no me sobre tiempo para perder el tiempo; nunca ha faltado el amor en mi vida. Y sin embargo…
Esta noche, en mi casa de Avilés, mientras cuido a quien siempre ha cuidado de mí, me vienen una y otra vez a la cabeza los versos más tristes: “Dichoso el árbol apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vida consciente…”
Sí, hay momentos en la vida en que el hombre más feliz envidia al árbol y a la piedra… Pero reconforta, y ayuda a mantenerse entero, esforzarse en ser de alguna ayuda a quien no ha tenido otro empeño en su vida que ayudar a los demás.
Viernes, 11 de junio
EL AZUL DEL CIELO
Pensaba celebrar mi cumpleaños en Ginebra, donde me iba a reunir con algunos amigos. No podrá ser. Todavía, en estos pocos días que me quedan para los sesenta años, tengo que aprender algunas cosas importantes, que todo el mundo sabe desde hace tiempo. Yo no las sabía, yo sigo siendo, en muchas cosas, un adolescente irresponsable que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, que nunca ha querido responsabilidades de ningún tipo.
En Ginebra habría vuelto a visitar la tumba de Leo Ferrero, muy cerca de la de Borges, protegida por la de su padre, el historiador Guglielmo Ferrero y la de su madre, Gina Lombroso. Murió en Santa Fe, Nuevo México, a los treinta años, en accidente de automóvil. Preparaba un largo viaje a Oriente. Emprendió un viaje más largo del que se imaginaba.
Gina Lombroso reunió los escritos íntimos de su hijo en un libro que tituló Désespoirs: “Estoy cerca de ti, Leo: tus cartas y tus manuscritos están sobre mi mesa; y a mi lado, sobre un banco, está tu pipa, las canciones que recogiste en México, las fotos de los paisajes que viste; están tus poemas, tus cuadernos llenos hasta la última página y una gran Agenda, enteramente vacía, que tú adquiriste la víspera de tu partida…”
Leo las anotaciones, los versos, las desesperaciones de este joven genial y desdichado, al que encontré por primera vez protegido para siempre por sus padres, que le sobrevivieron. Su plegaria de los días de dolor termina con estos versos: “Nunca creas, aunque me veas sonreír / que me he olvidado de ti. / El azul del cielo se refleja en la arena húmeda / cuando la ola se retira”.
VANIDAD
De joven no era vanidoso; era algo peor: orgulloso. En ese aspecto al menos creo que he mejorado bastante.
La vanidad no parece ser una de las cualidades más apreciadas. Todo el mundo reniega de ella. Yo no. No tengo inconveniente en aceptar el reproche de algunos amigos: cada día soy más infantilmente vanidoso.
A fin de cuentas, ¿qué quiere decir que soy vanidoso? Pues que me gusta gustar a los demás y que su opinión me importa.
Pero no soy enteramente tonto. Sé que el resto del mundo tiene cosas más importantes que hacer que ocuparse de mí. Por eso llevo bastante bien el que, por lo general, no se me haga ningún caso. Yo mismo, si no fuera yo, maldito el caso que me haría.
Soy vanidoso y soy calculador. Durante un tiempo anoté todos los elogios que recibía, por escrito o de viva voz, sinceros o meramente corteses (los vanidosos procuramos no entrar en demasiados distingos), y la media no era baja, exactamente 4,76 a la semana. Queda lejos, sin embargo, de mi necesidad de halago: por lo menos tres al día.
Pero como soy de buen conformar, estoy contento con los admiradores que tengo. No necesito más. Lo malo es que duran poco: a los tres meses y diez días suelen empezar a pensar que me repito y que siempre estoy hablando de lo mismo. De momento, el problema no es grave porque van surgiendo otros.
Llegará un momento en que no serán sustituidos, ya lo sé. Creo que podré soportarlo. En realidad soy tan vanidoso que agradezco cualquier elogio, pero no lo necesito. La única admiración que no soportaría perder es la mía.
Domingo, 6 de junio
SEÑALES
“Vamos por la vida como un tren que avanza velozmente en la oscuridad hacia un destino desconocido”. “Es un símil bastante bueno, pero ha olvidado usted las señales: verde cuando hay vía libre y roja para indicar peligro”.
Hojeo al azar una manoseada novela policíaca en un puesto del Fontán y veo que habla de mí, como todas las novelas. Se ha encendido una señal roja. Un tren se acerca a la estación final y no hay manera de escapar del peligro.
Lunes, 7 de junio
ANTESALA
Era de esas personas que necesitan siempre alguien que las necesite.
Envejecer es eso: comprobar que cada vez eres menos necesario.
También tiene su gracia, su maldita gracia, esto de quedarse solo.
A quien siempre ha estado solo, quedarse solo se le hace más llevadero.
Nunca me he emborrachado, salvo de melancolía.
“No es lo que hay después de la muerte lo que me preocupa –decía Ángel González—, sino lo que hay antes”.
Martes, 8 de junio
RITOS
Se habla de Ana María Matute como posible premio Príncipe de Asturias y yo recuerdo la vez que coincidí con ella como jurado de estos mismos premios. Fue hace más de diez años, me parece que el año en que se lo concedieron a Günter Grass. Durante las deliberaciones, no dijo nada. Le costaba moverse. Antes de la comida, en lugar de ir a dar una vuelta por Oviedo, se sentó en el hall del hotel y allí se quedó a esperar el tiempo que faltaba. Jon Juaristi y yo la vimos solitaria y decidimos hacerle compañía. Fue una buena decisión. Comenzó a hablar y nos convirtió en niños asombrados desde las primeras palabras. Todo lo que decía lo convertía en cuento, en un mágico y trágico cuento de hadas. Entre otras cosas, nos contó la historia de un amigo de su primer marido, el ogro malo de los cuentos, que solo se arrepentía de un asesinato que no había cometido. No sé si esa historia la habrá contado por escrito alguna vez. Ya no recuerdo los detalles, solo el admirado y aterrorizado silencio con que la escuchamos Juaristi y yo.
Me gustan los ritos, y el reencuentro con los miembros del jurado de los premios Príncipe es uno de ellos. Yo juego a ser poco diplomático, al buen salvaje que dice lo que piensa, y nada me divierte más que ver la habilidad de algunos para nadar y guardar la ropa. A mi lado se sienta Fernando Sánchez Dragó, que no se cuenta precisamente entre mis mayores admiraciones y del que he dicho cosas poco agradables. Pero no es un hombre rencoroso y después de dudar un momento decide saludarme y charlar como si no hubiera pasado nada. Andrés Amorós, respondiendo a no sé quién, afirma que el escritor español vivo que más admira es Miguel de Cervantes, y yo me burlo un poco de esa diplomática manera, muy en su estilo, de salirse por la tangente. Sánchez Dragó interviene entonces: “Pues el escritor vivo que más admiro yo, incluso me atrevería a afirmar que el mejor escritor español de hoy, es Andrés Trapiello. No sé si tú estarás de acuerdo, pero yo creo que no hay obra que supere al Salón de los pasos perdidos”. “Si hablas en número de páginas, estoy completamente de acuerdo”, le respondo. “Ya sé que tú le has puesto no sé qué reparos a Las armas y las letras, que si cita o no fuentes, que si no pone notas a pie de página. Pero es que Trapiello es un escritor, un gran escritor, no un historiador. Hay que leer su libro sobre la guerra civil como se lee una buena novela, como se lee Guerra y Paz. Si fuera candidato a este premio, yo no tendría ninguna duda de a quién votar”.
Yo tampoco.
Miércoles, 9 de junio
SABER CONTAR
Estábamos conversando durante la comida, cada uno de sus cosas con el compañero de al lado. Yo le elogiaba a Rosa Navarro Durán su libro La verdad sobre el caso del Lazarillo de Tormes, nueva aportación a un tema del que nunca se cansa y con el que nunca cansa. De pronto, en una esquina de la mesa, se escucha lo siguiente: “Una vez, en Argelia, tuve que elegir entre ser violada por un árabe o por un grupo de árabes; solo tuve unos instantes para tomar la decisión”.
Inmediatamente se hace el silencio y todas las caras se vuelven hacia Milagros del Corral, que se marchó de la Biblioteca Nacional dando un portazo. No sé si esa decisión fue muy elegante, pero sí que lo fue un poquito más que la de quien la había colocado allí, César Antonio Molina. El otro día contaba en una entrevista que Zapatero le había llamado para explicarle las razones por las que le cesaba y que a él no le convencieron. “¡Cómo se me puede hacer esto a mí, que soy uno de los más importantes intelectuales europeos de todos los tiempos!”, clamaba en el despacho y luego en el periódico gallego. “A mí, una personalidad a la que solo en Azaña se puede encontrar equivalente”.
Milagros del Corral, antes de que la nombraran directora de la Biblioteca Nacional, fue durante muchos años enviada especial de la UNESCO en los más raros países. Ha escrito una novela, y piensa escribir otras. Tiene mucho que contar. Y a juzgar cómo sabe atraer la atención con solo una frase, no cabe duda de que sabe contar.
----Se había retrasado el vuelo, un error en las fechas hizo que nadie me estuviera esperando, los pocos taxis desaparecieron en un momento, las luces del aeropuerto comenzaron a apagarse, yo estaba sola, con mi maleta al lado, sin saber qué hacer. Encendí un cigarrillo y en ese mismo momento un sigiloso automóvil se detuvo frente a mí…
Jueves, 10 de junio
AUNQUE ES DE NOCHE
La falta de ambiciones, algo de sabio egoísmo y bastante suerte me han ido convirtiendo en un hombre contento con su destino, razonablemente feliz: me gusta tanto mi trabajo que tengo que hacer un esfuerzo para considerarlo trabajo; no hay día que no me sobre tiempo para perder el tiempo; nunca ha faltado el amor en mi vida. Y sin embargo…
Esta noche, en mi casa de Avilés, mientras cuido a quien siempre ha cuidado de mí, me vienen una y otra vez a la cabeza los versos más tristes: “Dichoso el árbol apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vida consciente…”
Sí, hay momentos en la vida en que el hombre más feliz envidia al árbol y a la piedra… Pero reconforta, y ayuda a mantenerse entero, esforzarse en ser de alguna ayuda a quien no ha tenido otro empeño en su vida que ayudar a los demás.
Viernes, 11 de junio
EL AZUL DEL CIELO
Pensaba celebrar mi cumpleaños en Ginebra, donde me iba a reunir con algunos amigos. No podrá ser. Todavía, en estos pocos días que me quedan para los sesenta años, tengo que aprender algunas cosas importantes, que todo el mundo sabe desde hace tiempo. Yo no las sabía, yo sigo siendo, en muchas cosas, un adolescente irresponsable que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, que nunca ha querido responsabilidades de ningún tipo.
En Ginebra habría vuelto a visitar la tumba de Leo Ferrero, muy cerca de la de Borges, protegida por la de su padre, el historiador Guglielmo Ferrero y la de su madre, Gina Lombroso. Murió en Santa Fe, Nuevo México, a los treinta años, en accidente de automóvil. Preparaba un largo viaje a Oriente. Emprendió un viaje más largo del que se imaginaba.
Gina Lombroso reunió los escritos íntimos de su hijo en un libro que tituló Désespoirs: “Estoy cerca de ti, Leo: tus cartas y tus manuscritos están sobre mi mesa; y a mi lado, sobre un banco, está tu pipa, las canciones que recogiste en México, las fotos de los paisajes que viste; están tus poemas, tus cuadernos llenos hasta la última página y una gran Agenda, enteramente vacía, que tú adquiriste la víspera de tu partida…”
Leo las anotaciones, los versos, las desesperaciones de este joven genial y desdichado, al que encontré por primera vez protegido para siempre por sus padres, que le sobrevivieron. Su plegaria de los días de dolor termina con estos versos: “Nunca creas, aunque me veas sonreír / que me he olvidado de ti. / El azul del cielo se refleja en la arena húmeda / cuando la ola se retira”.
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Línea roja
domingo, 6 de junio de 2010
Línea roja: El coleccionista
Sábado, 29 de mayo
BALADAS PERDIDAS
Llega como cada año, y como primer regalo de cumpleaños, la feria del libro viejo al parque de Las Meanas. Es poca cosa, cada vez menos, pero para mí esta feria avilesina tiene el encanto de esos juguetes pobres y desvencijados que nos hicieron felices cuando niños. Y ella me quiere bien y suele reservarme alguna sorpresa. Hoy son las Canciones del suburbio, de Pío Baroja, con prólogo de Azorín. Y entre sus páginas, como propina, un quebradizo recorte de periódico que habla de cómo “en las marineras galerías de Coruña remansa el ala de una luz boreal y, entonces se ofrece a los ojos deslumbrados del viajero una luz que es, al tiempo, agua, fuego, cristal y aire”. El admirador de Baroja lo era también de Cunqueiro.
Mucho antes de leer estos versos leí la feroz reseña que le dedicó Pedro Salinas. El comedido profesor perdió los nervios: aquello no solo era un mal libro, era un despropósito, un insulto a la poesía. No había tenido nunca en las manos la primera edición, que aparece imprevistamente entre mustias novelerías.
Azorín encuentra en estos versos un anhelo que no podemos definir, “anhelo que es, a la par, acíbar y dulzura, esperanza y decepción, leticia y melancolía”. Más certeras me parecen las amables palabras del amigo que los improperios del comedido poeta y profesor. Suena una música de organillo y vuelve el Madrid de fin de siglo, se escuchan luego los verlainianos violines del otoño en el jardín del Luxemburgo y comienza el desfile de tipos entrañables y grotestos. Qué importa que los versos rechinen, que abunde el ripio: todo lo salva el encanto. Cuando alguien nos cae bien, nos parece bien todo lo que hace: “La sabia naturaleza / me dio un cerebro tan malo, / que yo sospecho, en verdad, / que hizo la compra en el Rastro”. Una vez más, Baroja me salva el día.
Lunes, 31 de mayo
UN RINCÓN CERCANO
No hay más que un sol, y para todos el mismo –leo en La conquista del horizonte, de Fernández Flórez—. Pero cada país tiene su manera de lucirlo. Hay a quien le agrada crudo e hiriente, en un cielo sin adornos. Cuando Galicia vio ese sol bárbaro y primitivo colgado allá arriba, dio un grito de susto.
---Qué ordinariez. Estropearía con su luz excesiva los tiernos colores, cegaría los ojos, que no podrían recrearse en el paisaje… Es preciso atenuar ese derroche.
Y se dio prisa a elaborar la seda de sus nieblas y a bordar el cielo con nubes rojas, doradas, violetas, grises, blancas. La luz se hizo amable. Y así es Galicia para el mundo lo que para nuestra casa ese rincón cerca de la chimenea donde la lámpara de pie deja caer su luz discreta y dulce sobre nuestras cabezas, sobre nuestros sueños…
Martes, 1 de junio
FANTASMAS EN EL PAZO
Para mí Galicia antes de ser realidad fue literatura, que es quizá la manera mejor de ser realidad. Ayer volvía a Galicia de la mano de uno de esos escritores a los que vuelvo siempre, y hoy paseo solitario por los jardines y salones del Pazo de Mariñán como por una página de las Sonatas.
A la entrada me reciben gigantescos y amables guardianes: los primeros eucaliptos que de Australia llegaron a Galicia, plátanos de sombra, castaños de indias. Camino luego por la Prazoliña da Capela, entre las dos alas del palacio, hasta la historiada escalera donde me aguardan, con la llave en la mano, hechos piedra, los servidores del palacio. Solo se escucha el rumor de la fuente. Los rayos del sol se cuelan entre los árboles y hacen brillar el húmedo verdor de la hierba. Vuelvo luego sobre mis pasos y, dando la vuelta a la capilla, llego hasta el geométrico capricho del jardín francés. Recuerdo a Góngora —“donde no hay artificio todo lo corrompe la naturaleza”— y a ese tiempo de duques pastores y tiernos galanes “cuando entre sonrisas y perlas y flores / iban las casacas de los chambelanes”.
Las camelias se asoman, se esconden y se deshojan por todas partes, como damiselas en una fiesta rococó. Y ni siquiera falta la pomposa rosa Pompadour, que sedujo a Rubén Darío. A mí me gusta acercarme a los tejos centenarios, a los mirtos arborescentes, al grácil pelotón de los bambúes. Y ver brillar entre los árboles “a mariña”, la cinta plateada y verdinosa de la ría.
Luego, a la noche, en un salón del pazo, entre historiados espejos y grandes retratos de la reina Isabel y de su hijo Alfonso, se charla plácidamente como en las tertulias de antaño. Antes se hablaba de la guerra carlista o de la herética audacia de Garibaldi, ahora de la barbarie de Israel. Miguel-Anxo Murado, que ha vivido allí largos años, desgrana con ejemplar minucia todas las peculiaridades de aquella sociedad teocrática que se cree David enfrentado al Goliat árabe y que en realidad es el monstruo que ha engendrado nuestra mala conciencia y al que nadie sabe cómo contener en su insaciable necesidad de tierra santa, sangre y destrucción.
También se habla, cómo no, de fantasmas y unos pocos nos atrevemos a recorrer, iluminados solo por la luz de la luna, el ala clausurada del palacio: el salón azul y el salón verde, el comedor con su larga mesa en la que cabe medio centenar de comensales, la biblioteca, la capilla de San Roque… Unos sigilosos pasos siguen los nuestros. “Es el eco”, oigo decir. Una sombra parece escapar cuando nos asomamos a la capilla. “Si es un fantasma, nos tiene miedo”, sonrío yo. Tras la ventana, en la Prazoliña, sigue incansable el cuento susurrado de la fuente. Pero si hay un fantasma en estos encuentros literarios que organiza la fundación Carlos Casares, es un fantasma amable, el del propio escritor, al que tantas noches escuché en Verines contar costumbristas fantasmagorías y que ahora, como un regalo más en el mes de mi cumpleaños, me ha convertido en personaje de una de sus historias.
Miércoles, 2 de junio
TODA LA SABIDURÍA DEL MUNDO
Qué ingenuidad la de los hermanos García Naveira. No se contentaron, como todos los indianos enriquecidos, con construir una escuela o un lavadero. Ellos quisieron hacer algo más, y atentos al precepto horaciano de instruir deleitando imaginaron un parque que fuera a la vez una enciclopedia. Un mural representa a la entrada el árbol genealógico del capital. Por un lado se unen “entendimiento” y “voluntad” para dar origen al “trabajo”; por el otro, “carácter” y “rectitud” tienen como consecuencia a la “firmeza”. Luego el trabajo aliado a la economía da lugar al ahorro y la firmeza unida al honor desemboca en la constancia. Finalmente “constancia” y “ahorro” engendran el capital.
Juan y Jesús García Naveira caminan juntos en la plaza mayor de Betanzos, frente a la iglesia de Santo Domingo, desde la que cada año se eleva el globo más grande el mundo. Uno de los hermanos señala algo, y el otro, sordo, se lleva al oído una trompetilla. Enternecedora manera de posar para la eternidad.
Pienso en estos dos generosos hermanos mientras recorro las terrazas del parque, me adentro en sus grutas, contemplo las pirámides de Egipto, los usos horarios, los escudos de las repúblicas americanas, un inmenso león que lo vigila todo… Algo me recuerda este desconchado recinto la quinta de A Regaleira, en Cintra, pero lo que allí son símbolos masónicos, sabiduría iniciática, alegorías wagnerianas, aquí es divulgación escolar, benemérita charanga, ilustraciones de la enciclopedia Álvarez que yo tuve en mis manos de niño. Quizá por eso me resulta tan conmovedor este recinto donde dos hombres buenos quisieron compendiar, como la mejor herencia que podían dejar a sus paisanos, todo lo que habían aprendido.
Jueves, 3 de junio
TRES ENIGMAS
Colecciono amaneceres, y no tengo ninguno repetido. Qué privilegio asistir al despertar de este rincón junto al Mandeo, ver cómo el sol espanta poco a poco la niebla que se eleva sobre la ría, escuchar el gorjeo de los pájaros burlones que no entienden mi asombro ante lo que ellos ven todos los días. Un poco más tarde se unen a ellos los rítmicos tijeretazos con que los jardineros le hacen la manicura al jardín francés, un elegante petimetre que requiere una legión de servidores. Entre alfombras de coloreados pétalos, me llego hasta la puerta del embarcadero. Hay en ella una inscripción enigmática: “La nada aquí”. Sigo caminando por la orilla de la ría. De pronto, todo se ensombrece: estoy en “a fraga”, el bosque primordial, el temeroso recinto de los mitos. Camino bajo la bóveda oscura de los árboles, fuera del mapa y del calendario. Presiento que alguien va a salir a mi encuentro, me hará tres preguntas y me salvaré o condenaré para siempre.
Camino muy despacio, alerta a todo, y pronto encuentro el primer enigma: un gran bloque de mármol al que le han crecido orejas para escuchar los sonidos del bosque. Sonrío. La alegoría es transparente. Yo le susurro algo al oído: “Todo lo que fue volverá a ser”. No sé si habré acertado con la respuesta. Más allá sorprendo, bajo un tendejón, a un campesino dormido. La cabeza reposa sobre varios edificios. ¿La ciudad a la que se dirige? ¿Las casas que piensa construir cuando regrese de las Américas? Sigo caminando y llego hasta un círculo de piedra que protege un manantial. El mármol que escucha, el hombre que sueña, el borbotón de agua clara que brota de las entrañas de la tierra. Bien sé que todo es símbolo y alegoría, que el azar me ha traído hasta aquí para que aprenda una lección. No sé cuál. Quizá solo que envejecer es no tratar de explicar el mundo, sino dejar que el mundo se explique.
Viernes, 4 de junio
PATRIA MÍA
Los escritores gallegos han practicado con insistencia en Mariñán su deporte favorito: el victimismo. Yo traté de aplicar mi nueva política de oír, callar, nunca discutir. Ni siquiera dije nada cuando uno de ellos se pasó hora y media hablando parsimoniosamente de sí mismo y diciendo que él no daba biografías, no asistía a actos literarios, lo importante eran sus novelas. La letra era vanidosamente contradictoria, pero la música de la lengua dialogaba con el rumor de la fuente que se colaba por la ventana abierta.
Luego, ya en Oviedo, escuché a Fernández Flórez, jugando a charlatán de feria, hacerme el elogio del país: “Exportamos crías de fiordos a Escandinavia; verdor a Suiza; agua a Holanda; montañas floridas al Japón; las nubes más hermosas se forman aquí, y las lanzamos al aire como en otros sitios pompas de jabón. Cada mañana, sacamos brillo a los campos y cada tarde estrena el cielo una puesta de sol; la noche coloca una estrella en cada aguja y cuelga la luna de la rama más grande de los pinos”.
No hace falta que insistas, amigo Wenceslao, hablas a un convencido. También colecciono patrias, y Galicia ocupa un lugar de honor en mi colección.
BALADAS PERDIDAS
Llega como cada año, y como primer regalo de cumpleaños, la feria del libro viejo al parque de Las Meanas. Es poca cosa, cada vez menos, pero para mí esta feria avilesina tiene el encanto de esos juguetes pobres y desvencijados que nos hicieron felices cuando niños. Y ella me quiere bien y suele reservarme alguna sorpresa. Hoy son las Canciones del suburbio, de Pío Baroja, con prólogo de Azorín. Y entre sus páginas, como propina, un quebradizo recorte de periódico que habla de cómo “en las marineras galerías de Coruña remansa el ala de una luz boreal y, entonces se ofrece a los ojos deslumbrados del viajero una luz que es, al tiempo, agua, fuego, cristal y aire”. El admirador de Baroja lo era también de Cunqueiro.
Mucho antes de leer estos versos leí la feroz reseña que le dedicó Pedro Salinas. El comedido profesor perdió los nervios: aquello no solo era un mal libro, era un despropósito, un insulto a la poesía. No había tenido nunca en las manos la primera edición, que aparece imprevistamente entre mustias novelerías.
Azorín encuentra en estos versos un anhelo que no podemos definir, “anhelo que es, a la par, acíbar y dulzura, esperanza y decepción, leticia y melancolía”. Más certeras me parecen las amables palabras del amigo que los improperios del comedido poeta y profesor. Suena una música de organillo y vuelve el Madrid de fin de siglo, se escuchan luego los verlainianos violines del otoño en el jardín del Luxemburgo y comienza el desfile de tipos entrañables y grotestos. Qué importa que los versos rechinen, que abunde el ripio: todo lo salva el encanto. Cuando alguien nos cae bien, nos parece bien todo lo que hace: “La sabia naturaleza / me dio un cerebro tan malo, / que yo sospecho, en verdad, / que hizo la compra en el Rastro”. Una vez más, Baroja me salva el día.
Lunes, 31 de mayo
UN RINCÓN CERCANO
No hay más que un sol, y para todos el mismo –leo en La conquista del horizonte, de Fernández Flórez—. Pero cada país tiene su manera de lucirlo. Hay a quien le agrada crudo e hiriente, en un cielo sin adornos. Cuando Galicia vio ese sol bárbaro y primitivo colgado allá arriba, dio un grito de susto.
---Qué ordinariez. Estropearía con su luz excesiva los tiernos colores, cegaría los ojos, que no podrían recrearse en el paisaje… Es preciso atenuar ese derroche.
Y se dio prisa a elaborar la seda de sus nieblas y a bordar el cielo con nubes rojas, doradas, violetas, grises, blancas. La luz se hizo amable. Y así es Galicia para el mundo lo que para nuestra casa ese rincón cerca de la chimenea donde la lámpara de pie deja caer su luz discreta y dulce sobre nuestras cabezas, sobre nuestros sueños…
Martes, 1 de junio
FANTASMAS EN EL PAZO
Para mí Galicia antes de ser realidad fue literatura, que es quizá la manera mejor de ser realidad. Ayer volvía a Galicia de la mano de uno de esos escritores a los que vuelvo siempre, y hoy paseo solitario por los jardines y salones del Pazo de Mariñán como por una página de las Sonatas.
A la entrada me reciben gigantescos y amables guardianes: los primeros eucaliptos que de Australia llegaron a Galicia, plátanos de sombra, castaños de indias. Camino luego por la Prazoliña da Capela, entre las dos alas del palacio, hasta la historiada escalera donde me aguardan, con la llave en la mano, hechos piedra, los servidores del palacio. Solo se escucha el rumor de la fuente. Los rayos del sol se cuelan entre los árboles y hacen brillar el húmedo verdor de la hierba. Vuelvo luego sobre mis pasos y, dando la vuelta a la capilla, llego hasta el geométrico capricho del jardín francés. Recuerdo a Góngora —“donde no hay artificio todo lo corrompe la naturaleza”— y a ese tiempo de duques pastores y tiernos galanes “cuando entre sonrisas y perlas y flores / iban las casacas de los chambelanes”.
Las camelias se asoman, se esconden y se deshojan por todas partes, como damiselas en una fiesta rococó. Y ni siquiera falta la pomposa rosa Pompadour, que sedujo a Rubén Darío. A mí me gusta acercarme a los tejos centenarios, a los mirtos arborescentes, al grácil pelotón de los bambúes. Y ver brillar entre los árboles “a mariña”, la cinta plateada y verdinosa de la ría.
Luego, a la noche, en un salón del pazo, entre historiados espejos y grandes retratos de la reina Isabel y de su hijo Alfonso, se charla plácidamente como en las tertulias de antaño. Antes se hablaba de la guerra carlista o de la herética audacia de Garibaldi, ahora de la barbarie de Israel. Miguel-Anxo Murado, que ha vivido allí largos años, desgrana con ejemplar minucia todas las peculiaridades de aquella sociedad teocrática que se cree David enfrentado al Goliat árabe y que en realidad es el monstruo que ha engendrado nuestra mala conciencia y al que nadie sabe cómo contener en su insaciable necesidad de tierra santa, sangre y destrucción.
También se habla, cómo no, de fantasmas y unos pocos nos atrevemos a recorrer, iluminados solo por la luz de la luna, el ala clausurada del palacio: el salón azul y el salón verde, el comedor con su larga mesa en la que cabe medio centenar de comensales, la biblioteca, la capilla de San Roque… Unos sigilosos pasos siguen los nuestros. “Es el eco”, oigo decir. Una sombra parece escapar cuando nos asomamos a la capilla. “Si es un fantasma, nos tiene miedo”, sonrío yo. Tras la ventana, en la Prazoliña, sigue incansable el cuento susurrado de la fuente. Pero si hay un fantasma en estos encuentros literarios que organiza la fundación Carlos Casares, es un fantasma amable, el del propio escritor, al que tantas noches escuché en Verines contar costumbristas fantasmagorías y que ahora, como un regalo más en el mes de mi cumpleaños, me ha convertido en personaje de una de sus historias.
Miércoles, 2 de junio
TODA LA SABIDURÍA DEL MUNDO
Qué ingenuidad la de los hermanos García Naveira. No se contentaron, como todos los indianos enriquecidos, con construir una escuela o un lavadero. Ellos quisieron hacer algo más, y atentos al precepto horaciano de instruir deleitando imaginaron un parque que fuera a la vez una enciclopedia. Un mural representa a la entrada el árbol genealógico del capital. Por un lado se unen “entendimiento” y “voluntad” para dar origen al “trabajo”; por el otro, “carácter” y “rectitud” tienen como consecuencia a la “firmeza”. Luego el trabajo aliado a la economía da lugar al ahorro y la firmeza unida al honor desemboca en la constancia. Finalmente “constancia” y “ahorro” engendran el capital.
Juan y Jesús García Naveira caminan juntos en la plaza mayor de Betanzos, frente a la iglesia de Santo Domingo, desde la que cada año se eleva el globo más grande el mundo. Uno de los hermanos señala algo, y el otro, sordo, se lleva al oído una trompetilla. Enternecedora manera de posar para la eternidad.
Pienso en estos dos generosos hermanos mientras recorro las terrazas del parque, me adentro en sus grutas, contemplo las pirámides de Egipto, los usos horarios, los escudos de las repúblicas americanas, un inmenso león que lo vigila todo… Algo me recuerda este desconchado recinto la quinta de A Regaleira, en Cintra, pero lo que allí son símbolos masónicos, sabiduría iniciática, alegorías wagnerianas, aquí es divulgación escolar, benemérita charanga, ilustraciones de la enciclopedia Álvarez que yo tuve en mis manos de niño. Quizá por eso me resulta tan conmovedor este recinto donde dos hombres buenos quisieron compendiar, como la mejor herencia que podían dejar a sus paisanos, todo lo que habían aprendido.
Jueves, 3 de junio
TRES ENIGMAS
Colecciono amaneceres, y no tengo ninguno repetido. Qué privilegio asistir al despertar de este rincón junto al Mandeo, ver cómo el sol espanta poco a poco la niebla que se eleva sobre la ría, escuchar el gorjeo de los pájaros burlones que no entienden mi asombro ante lo que ellos ven todos los días. Un poco más tarde se unen a ellos los rítmicos tijeretazos con que los jardineros le hacen la manicura al jardín francés, un elegante petimetre que requiere una legión de servidores. Entre alfombras de coloreados pétalos, me llego hasta la puerta del embarcadero. Hay en ella una inscripción enigmática: “La nada aquí”. Sigo caminando por la orilla de la ría. De pronto, todo se ensombrece: estoy en “a fraga”, el bosque primordial, el temeroso recinto de los mitos. Camino bajo la bóveda oscura de los árboles, fuera del mapa y del calendario. Presiento que alguien va a salir a mi encuentro, me hará tres preguntas y me salvaré o condenaré para siempre.
Camino muy despacio, alerta a todo, y pronto encuentro el primer enigma: un gran bloque de mármol al que le han crecido orejas para escuchar los sonidos del bosque. Sonrío. La alegoría es transparente. Yo le susurro algo al oído: “Todo lo que fue volverá a ser”. No sé si habré acertado con la respuesta. Más allá sorprendo, bajo un tendejón, a un campesino dormido. La cabeza reposa sobre varios edificios. ¿La ciudad a la que se dirige? ¿Las casas que piensa construir cuando regrese de las Américas? Sigo caminando y llego hasta un círculo de piedra que protege un manantial. El mármol que escucha, el hombre que sueña, el borbotón de agua clara que brota de las entrañas de la tierra. Bien sé que todo es símbolo y alegoría, que el azar me ha traído hasta aquí para que aprenda una lección. No sé cuál. Quizá solo que envejecer es no tratar de explicar el mundo, sino dejar que el mundo se explique.
Viernes, 4 de junio
PATRIA MÍA
Los escritores gallegos han practicado con insistencia en Mariñán su deporte favorito: el victimismo. Yo traté de aplicar mi nueva política de oír, callar, nunca discutir. Ni siquiera dije nada cuando uno de ellos se pasó hora y media hablando parsimoniosamente de sí mismo y diciendo que él no daba biografías, no asistía a actos literarios, lo importante eran sus novelas. La letra era vanidosamente contradictoria, pero la música de la lengua dialogaba con el rumor de la fuente que se colaba por la ventana abierta.
Luego, ya en Oviedo, escuché a Fernández Flórez, jugando a charlatán de feria, hacerme el elogio del país: “Exportamos crías de fiordos a Escandinavia; verdor a Suiza; agua a Holanda; montañas floridas al Japón; las nubes más hermosas se forman aquí, y las lanzamos al aire como en otros sitios pompas de jabón. Cada mañana, sacamos brillo a los campos y cada tarde estrena el cielo una puesta de sol; la noche coloca una estrella en cada aguja y cuelga la luna de la rama más grande de los pinos”.
No hace falta que insistas, amigo Wenceslao, hablas a un convencido. También colecciono patrias, y Galicia ocupa un lugar de honor en mi colección.
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