Sábado, 21 de septiembre
NO MENTIRÁS
Detesto tanto las bodas que he tomado la precaución de no
casarme para no tener que asistir ni siquiera a la mía. Po eso, cuando me
invitó una amiga avilesina a su boda, que se celebra mañana, me inventé un
viaje a Sevilla.
Pero las
mentiras se pagan. Este sábado no puedo ir a Avilés, como todos los sábados,
para que no me vean y descubra que era una excusa.
Soporto
mal los cambios. Cualquier alteración de la rutina se convierte para mí en un
problema. Llego a la estación de autobuses a la hora de costumbre y en lugar de
subirme al autobús de Avilés, hago un esfuerzo y me subo al de Gijón.
Aprovecho
para visitar la exposición de Federico Granell, una serie de postales de Italia
que me llevan de nuevo por los lugares del Grand Tour, y la del fotógrafo
Antoni Arissa –juegos de sombras– en el Antiguo Instituto. También para pasear
por la playa de San Lorenzo, que se doraba de melancolía con la luz última del
verano, y para discutir de política con mi editor, Carlos González Espina, que
nunca discute con nadie.
Cuando
regreso a Oviedo, pienso que estar tan lleno de rutinas también tiene ventajas:
el más mínimo cambio se convierte en una prodigiosa aventura.
Pero he
aprendido que las mentiras se pagan. No volveré a mentir.
Domingo, 22 de septiembre
AD ASTRA CON PAOLO COELHO
Mientras veo la pretenciosa y tediosa Ad Astra (una vacuidad así no la salva ni Brad Pitt) me dedico a
pensar en mis cosas.
Con la
situación política, estoy ilusionado. Me gusta que nada esté decidido, que la
pelota esté en nuestro tejado (el de los votantes), que de mí dependa, aunque
sea en pequeña medida, que el resultado acabe decantándose hacia un lado u otro
del tablero.
En lo
personal, me siento a gusto con mi vida. No soy un triunfador, pero como si lo
fuera. Lo importante no es cómo te vean los demás, sino cómo te veas a ti
mismo. Y yo me veo en el sitio en que siempre quise estar.
Pero hay
una pequeña sombra. No hay nadie que me conozca que no me tenga por un egoísta,
por alguien que solo se preocupa de sí mismo. Y me gusta presumir de ello.
La
realidad, sin embargo, es algo distinta. Siempre he tenido, en mayor o menor
medida, personas a mi cargo. Siempre he tratado de hacer el bien (procurando
que no se notara, claro), pero no siempre lo he hecho bien. A veces, rematadamente mal.
Y ahora
asisto al fracaso de uno de los proyectos en que había puesto buena parte de lo
mejor de mí mismo.
En estas
cosas pienso mientras veo a Brad Pitt esforzándose porque no notemos lo
ridículo de todo el engendro. Cuando al final suelta una moraleja a lo Paulo
Coelho (“a partir de ahora procuraré
vivir y amar más”), yo concluyo mis cogitaciones con otra: “A partir de ahora,
procuraré no encariñarme demasiado con nadie. A partir de ahora, seré menos
Quijote y más Sancho”.
Pero antes
de salir de la sala, ya he cambiado de opinión: “A partir de ahora, seguiré
como hasta ahora. Y si vuelvo a fracasar y vuelven a darme de palos, aprender
de los errores y seguir intentándolo”.
Lunes, 23 de septiembre
UN IMPOSIBLE HOMENAJE
“Vete preparando para el homenaje que te va a hacer la
Cátedra por tu jubilación”, me dice una amiga por teléfono.
Lo que
comienzo a preparar son las excusas para evitarlo, aunque sé cómo se las gasta
mi amiga Josefina Martínez, acostumbrada desde hace décadas a hacer su santa
voluntad, con razón, sin razón o contra ella.
Y no
rechazo ese homenaje porque yo sea muy modesto, que de vanidad nunca he andado
escaso.
Me
gustan los homenajes, aunque los haya
probado poco. Pero no de cualquier tipo: que le dieran mi nombre a un premio
literario lo consideraría una ofensa; que se sienten en el Aula Magna a hablar
de mí un escritor, un decano o vicedecano y hasta algún concejal lo
consideraría un castigo. Ni sabría qué cara poner ni podría dedicarme a
escribir haikus, como en tantas tediosas conferencias.
El homenaje
que yo preferiría es otro: que le den mi nombre a una biblioteca, por ejemplo,
o que las dos editoriales en que publico habitualmente, Impronta y
Renacimiento, se ponga de acuerdo para editar un libro en el que varios autores
se ocupen de los diversos aspectos de mi trabajo: los diarios, la poesía (sin
olvidar los apócrifos: una labor detectivesca), las antologías de poesía joven,
los recopilaciones críticas, la prosa viajera, los aforismos reunidos en
volumen o dispersos por la red, las revistas que he dirigido o patrocinado.
Me divierte
buscar nombres que podrían ocuparse de cada uno de esos capítulos. ¿Juan
Bonilla? Ni pensarlo. ¿Andrés Trapiello? A saber por dónde saldría. ¿Anna
Caballé? De ninguna manera, insistiría en que mis diarios no son verdaderos
diarios porque no entro en detalles de mi vida sexual. ¿Luis Alberto de Cuenca?
En este caso, el abrazo estaría asegurado y el recuento de las primeras
ediciones de mis libros que tiene en su biblioteca. ¿Miguel d’Ors? Por favor,
que no tengo vocación de mártir.
¿Lorenzo Oliván? ¿Martín López-Vega? ¿Xuan Bello? No sé, no
sé. Creo que es mejor seguir con mi lema: “Las pompas fúnebres y los homenajes
póstumos”.
Martes, 24 de septiembre
CADENA DE FAVORES
Siempre impaciente, aunque no tenga ninguna prisa, me desespero
en la caja del Alimerka cuando veo que el anciano que me precede –más o menos
de mí edad– saca un puñado de menudas monedas y se lo entrega a la cajera para
que compruebe si son suficientes. La cajera las va introduciendo, una a una y
con parsimonia, por una ranura. Y al final dice: “Faltan diez céntimos”.
A la
memoria me viene una escena olvidada. Ocurrió en Nueva York, hace casi treinta
años. Por entonces no se utilizaban las tarjetas y el autobús había que pagarlo
con el importe exacto en monedas que se introducían en un pequeño cajetín
situado junto al conductor (algo semejante ocurre todavía en el peaje de
ciertas autopistas francesas). Yo voy introduciendo moneda a moneda y de pronto
descubro que me faltan unos céntimos. Entonces quien venía detrás los introdujo
él mismo y con un gesto impaciente me indicó que avanzara.
Le paso yo
los diez céntimos a la cajera del Alimerka. “Muchas gracias, le debo una”, me
dice el comprador.
No me debía
nada. El favor me lo había hecho él a mí. Me había permitido saldar una vieja
deuda olvidada. Y comprender que aquel samaritano no me había ayudado por amabilidad,
sino por impaciencia.
Miércoles, 25 de septiembre
MÁS IZQUIERDA
Soy de los que se alegran con la aparición de un nuevo
partido, el de Íñigo Errejón. Añade emoción al juego. Ahora va a resultar más
difícil que el señor Iglesias vuelva a repetir su jugada.
––¿Y no
temes la división de la izquierda?
––Esa
división es un hecho, como la de la derecha. Un hecho natural, no un castigo
divino. Lo que hace falta es que pueda expresarse políticamente. Yo me siento
representado por el PSOE de Pedro Sánchez
y Adriana Lastra; otros se sienten bien representados por Unidas Podemos. Pero
existen muchos votantes de izquierda que tiene viejos rencores con los
socialistas (y los comprendo, es también el partido de los Fernández Villa),
pero que tampoco se sienten a gusto votando a un señor que antepone su ambición
de ser vicepresidente a pactar un programa progresista que beneficie a los
ciudadanos. Hasta ayer mismo estaban condenados a la abstención. Ahora pueden
seguir votando a la izquierda.
––¡Otra
muleta del PSOE!
––O de
Unidas Podemos si los españoles deciden que sea el partido mayoritario de la
izquierda. Que ese es el camino si se quieren tener responsabilidades de
gobierno, no el chantaje de o yo vicepresidente (o mi señora si me siento
generoso) o repetición de elecciones las veces que haga falta hasta que gane la
derecha.
Jueves, 26 de septiembre
YO, ERRE QUE ERRE
Aunque no lo parezca, soy una persona bastante autocrítica.
En una hoja de un viejo calendario que encuentro amarillenta en un libro de Azorín,
leo: “Solo quien no sabe nada se cree capacitado para hablar de todo”.
Y yo tengo opinión
sobre todo: el Brexit, el presunto asesinato de Nisman, la “maldad” de las
redes sociales… Y casi siempre contraria al tópico generalizado y bien
alimentado por presuntos expertos.
¿Indica eso
que no sé nada? Hombre, algo sé, por ejemplo que según la interpretación
habitual de la Constitución Española, uno de los máximos genocidas de la
historia, el rey Leopoldo II de Bélgica, el verdugo del Congo, habría podido en
la España de hoy enriquecerse de tan sucia manera sin ningún impedimento por
parte de la justicia. Los jueces y fiscales (con el beneplácito de los
catedráticos de Derecho Constitucional) se habrían negado a investigar aunque
las evidencias agonizaran delante de los juzgados.
Afortunadamente
la Constitución Española no ampara delincuentes ni siquiera en la Jefatura del
Estado. Y esto, que ahora solo lo digo yo, algún día será una obviedad. Los
españoles del mañana se avergonzarán de los españoles de hoy.
Confío en
que no de mí, al menos por esa cuestión.
Viernes, 27 de septiembre
MALAS HIERBAS
“En el jardín del alma también crecen malas hierbas que
conviene arrancar”.
Arrancar,
¿por qué? Mejor reconocerlas y aprovechar sus virtudes salutíferas, que también
las tienen. Yo he convertido la envidia, de tan mala fama, en una inequívoca señal
de excelencia.
Como solo
envidio a quien vale más que yo –el éxito me gusta, pero no lo necesito–, en
cuanto la noto sé que quien proyecta sobre mí esa sombra molesta es un ser
excepcional. Y no me cuesta demasiado convertirla en admiración.