domingo, 27 de marzo de 2016

El arte de quedarse solo: Pascua florida



 Sábado, 19 de marzo
UNA VIEJA HISTORIA

No nos habíamos visto desde hacía no sé cuántos años y nunca habíamos sido demasiado amigos. Yo ni recordaba su nombre, pero él en cuanto me divisó a lo lejos se acercó sonriente, la mano tendida y mi nombre en los labios. Debo reconocer que me alegró encontrar una cara conocida, aunque vagamente, aquel atardecer melancólico en que comenzaban a hacerme mella los largos días de soledad.
            El viaje lo había planeado con mi pareja de entonces, pero las cosas comenzaron a no ir bien y preferimos tomarnos unas vacaciones cada uno por su cuenta. El remedio no dio demasiado buen resultado, pero esa es otra historia. Juan, por fin recordé su nombre, al saber que estaba solo me invitó aquella misma noche a cenar en su casa. "Ninguna molestia", respondió ante mis intentos de rechazo. "Mi mujer estará encantada de conocerte; le he hablado tanto de ti que ya eres como de la familia".
            ¿Le había hablado tanto de mí? Pero si apenas nos conocíamos… A su mujer, en cambio, la había conocido yo demasiado bien. Vivían, y eso fue lo primero que me sorprendió, en una villa casi palaciega de las orillas del Brenta.
            "No te van mal las cosas, por lo que parece", dije cuando el coche comenzó a acercarse. "No me puedo quejar".
            A Marisa los años la habían tratado con benevolencia. Parecía exactamente la misma que cuando asistíamos juntos a las clases de Gustavo Bueno en el convento de San Vicente junto a la estatua pensativa de Feijoo. A ella le entusiasmaba el filósofo marxista (entonces lo era, o eso creíamos nosotros); a mí, bastante menos.
            "¡Cuánto tiempo!", dijo por todo recibimiento. En seguida encontró una excusa para dejarnos solos. Me pareció que no le había hecho demasiada gracia aquella visita inesperada. Y encima, tras la cena, en la que apenas me habló ni me miró (su marido llevó todo el gasto de la conversación), no tuve más remedio que quedarme a dormir allí. Se había hecho tarde, mi amigo Juan había bebido un poco y se empeñaron en que no pidiera un taxi.
            "Por la mañana tengo que estar en la oficina temprano, te llevo si no te importa madrugar. La casa es grande. Ni molestarás ni te molestaremos".
            La casa era grande, ciertamente, y a mí me alojaron en una especie de torreón desde el que se adivinaban, lo sabría en cuanto amaneciera, unas vistas espléndidas. Estaba a punto de dormirme cuando sentí pasos en la escalera de madera. Pensé que era mi amigo, que había olvidado decirme algo, aunque había estado charlando por los codos hasta el último momento. Pero era su mujer, Marisa, con la que tantos apuntes había intercambiado a lo largo de la carrera.
            Sin decirme nada, se quitó la bata, lo único que llevaba, y se metió conmigo bajo las sábanas. Intenté rechazarla.
            "¿Qué haces? Nos puede oír tu marido".
            "Me manda él", replicó.
            No tardé en darme cuenta de que hacía lo que hacía sin demasiado entusiasmo. No nos entretuvimos mucho. Luego ella se fue, con el gesto adusto, como quien ha cumplido una obligación. Yo quedé bastante desconcertado.
            A la mañana siguiente, mi amigo me llevó en su coche hasta el Piazzale Roma; trabajaba en las oficinas de no sé qué naviera. Quedamos en vernos, pero no le llamé ni me llamó. Con Marisa, después de ser tan amigos, había acabado mal, ya ni recuerdo bien por qué.  O no quiero recordarlo, hay cosas de las que uno no se siente demasiado orgulloso y prefiere no hablar de ellas por mucho tiempo que haya pasado.
            Regresé a España y no pensé más en ello hasta que me llegaron por correo electrónico unas imágenes en las que yo aparecía en actitud poco elegante en aquella villa del Brenta junto a mi antigua compañera de estudios. No pedían dinero a cambio. Me sentí un poco avergonzado al verme: no era la mía precisamente una bella figura.
            En alguna de las tomas, aparecía al fondo, oculto a medias, el marido mirándonos, muy serio. Sentí entonces un poco de miedo retrospectivo. Borré de inmediato el video, que duraba solo unos pocos minutos.  No volvieron a llegar más.     
            Sigo sin entender la razón de todo aquello. Pero no le doy demasiadas vueltas. La vida, al menos la mía, está llena de cosas que no tienen explicación ninguna. Ya me voy acostumbrando.


Domingo, 20 de marzo
ES UN ERROR

Es un error, que yo cometo con cierta frecuencia, considerar a los demás tan inteligentes como uno mismo. A menudo lo son mucho más.

Lunes, 21 de marzo
ESTANDO YO EN LA MI CHOZA

“¿Usted se sabe algún poema de memoria?”, me preguntan de una emisora de radio porque hoy al parecer se celebra el día de la poesía. “Algunos”, respondo. “¿Y se acuerda de cuál fue el primero que aprendió? ¿Podría recitárnoslo?”. “Me acuerdo. Podría”. Y recito: “Estando yo en la mi choza, / pintando la mi cayada, / vide venir siete lobos / por una oscura majada…”
            El romance de la loba parda lo cantaba mi abuela y lo escuchaba yo con la boca abierta, sentado junto al fuego, en aquellas noches de invierno en las que la nieve y el frío eran aún medievales. Como sus palabras.
            Todavía algunas noches sueños con esos siete lobos que se acercan hasta mi casa por una oscura majada. Y ya no hay nadie que pueda espantarlos con su voz



Martes, 22 de marzo
UNA PIADOSA LEYENDA

Los muertos se amontonan. Hace unos días, vuelca un autobús lleno de estudiantes que volvían a unas horas imposibles de pasar un día de juerga, hoy estallan las bombas en el aeropuerto y en una estación del metro de Bruselas. Las condenas, los minutos de silencio, la impotencia de siempre, como cuando hace un año un psicópata estrelló un avión con ciento cincuenta personas a bordo.
            Mi táctica, en estos casos, es la del avestruz. La conmoción inicial, la comprobación de que no le ha tocado la china a nadie que conozca, y luego tratar de no pensar en ello.
            La inconsciencia nos mantiene vivos. ¿Cómo podríamos resistir si no fuéramos capaces de olvidar todo el dolor que está ocurriendo en este mismo momento, todo el dolor que nos acecha?
            No envidio a Dios. Consciente de todo, no puede olvidar nada. Pero él es fuerte, puede resistir cualquier cosa, tiene un corazón más duro que el nuestro. O quizá no. Hay teólogos que afirman que la muerte en la Cruz fue en realidad un suicidio. Y la presunta Resurrección una piadosa leyenda.



Miércoles, 23 de marzo
INCONVENIENTES DE LA EDAD

Noto, con un cierto susto, que los años van acentuando todos mis defectos. O tal vez no. Acaso es solo que antes sabía disimularlos mejor. Cada día me resulta más difícil fingir cualidades tan necesarias para la convivencia –pero de las que yo he andado siempre algo escaso– como la falsa modestia o la cortés hipocresía. Así no hay manera de llegar a nada en la vida.
            Nunca he envidiado el éxito, aunque tampoco me molestaría tenerlo. Nunca me ha preocupado que triunfen gentes que valen menos que yo. Lo que me fastidia un poco, si he de ser sincero, es que además de tener más éxito tengan más talento. Eso ya me parece demasiado.
            Si la vida estuviera bien hecha –me repito a menudo–, todos los escritores mejores que yo deberían vivir a muchos kilómetros de distancia, a ser posible en otro país; ser de más edad o, preferiblemente, estar ya muertos, como Borges y Pessoa.
            Pero la vida es lo que es. Y yo tengo que acostumbrarme a que los escritores mejores que yo sean cada vez más jóvenes y no solo vivan cerca sino que a veces hasta asistan a mi misma tertulia.


Jueves, 24 de marzo
LA REVISTA EL BOLLO

“Próximo a ser un centenario, creo que ha llegado la hora de despedirme de las páginas de la revista El Bollo. Nací en Avilés el 23 de abril de 1916…”
            Hojeo como cada año la revista de las fiestas avilesinas, de un grosor enciclopédico, y lo primero que me encuentro son las páginas en las que José Ramón Ovies, a punto de cumplir cien años, cuenta su vida. Termina indicando que le parece ha llegado el momento de retirarse con su familia “siendo mi mayor contento poder dejarles un palacete de indianos, sin ir a América, diseñado por Bustelo, lleno de recuerdos y cientos de libros, todo ello fruto de un trabajo inteligente y entregado”.
            Quién pudiera, allá por el 2050, cuando Benjamín Lebrato vuelva a pedirme una colaboración, escribir algo así. Pero me temo que yo no dejaré ningún palacete ni nada que valga la pena. Quizá por eso he tomado la precaución de no tener descendencia. 
            Luego aparecen los profesores del Instituto Carreño Miranda, a mediados de los sesenta (cuando yo estudiaba en él), posando para la eternidad en un mural de José María Pérez-Lozao. Reconozco de inmediato a Sara Suárez Solís, que fue mi profesora de Lengua y Literatura. Más de una vez he referido la historia de aquel dictado (“¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade?”) que se me quedó en la memoria para siempre  y que, veinte o treinta años después, descubrí que era un poema de Li Po traducido por Marcela de Juan.
            Lo local y lo universal, las eruditas indagaciones y las evocaciones personales del tiempo perdido, los buenos y menos buenos poemas, todo tiene igual encanto –hay una excepción, la abominable página 93– en este colorista y entrañable mamotreto que nos recuerda cada año que “la primavera se viene / la primavera se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Salvo a las páginas de El Bollo en una amarillenta fotografía gracias a los desvelos de algún erudito local.



Viernes, 25 de marzo
UNA HISTORIA INOLVIDABLE

Siempre me ha sorprendido lo rápido que somos capaces de olvidar una historia inolvidable.
            Dejar de amar es quitarse un peso de encima.
            Las historias demasiado verosímiles nunca son verdaderas.


domingo, 20 de marzo de 2016

El arte de quedarse solo: Secretos, embelecos, disparates


Viernes, 11 de marzo
UNA NOVELA EN CLAVE

––¿Y no tienes miedo de que algún día se desvelen tus secretos más inconfesables, como los de Aleixandre y Bousoño en la biografía que acaba de publicar Emilio Calderón?, me preguntan en la tertulia.
            –-¡Un secreto a voces el suyo! Ya García Nieto dedicó un divertido soneto a una pareja que se cogía de la mano tiernamente en un cine y todo el mundo reconoció al futuro Nobel y a su joven estudioso. También Umbral, en El Giocondo, su novela en clave obre el mundo gay que le costó alguna bofetada, hizo aparecer a Bousoño en un grupo en el que también podía reconocerse a Antonio Gala (“sinuoso, delgado, ceceante, procaz”) y a Fernando Quiñones (“otro andaluz ceceante, con cara de pescado, con ojos muy abiertos y hablar ensalivado”). De Bousoño, al que llama Bisoño, dice que “tiene el perfil judío, la cabeza prematuramente calva, las manos finas y la voz entre sardónica y juvenil”. Es profesor “y hay quien dice que no perdona a sus alumnos”. Según otras versiones, añade Umbral, “no se da igualmente a todos sus alumnos, sino que elige uno cada curso y el romance le dura lo que dura el año escolar”. Con Ángel Córdoba, que es como llama a la contrafigura de Gala, “forman una pareja cínica, viciosa, divertida, juvenil”. La novela vale poco y no hizo ninguna gracia, con su gracia chabacana y sus transparencias, en un mundo que aún vivía, era 1970, en la clandestinidad. “A mí, curiosamente –confesaba Brines–, no me sacó y eso que yo salía por entonces en el mismo grupo; en mi lugar puso a Quiñones, al que creo que llama la Piñones, que no era gay, pero con el que había tenido no sé qué enfrentamientos. La novela, por cierto, tiene mucho de autobiográfico. El Giocondo es el mismo Paco, que de jovencito parece no le hacía ascos a nada que pudiera ayudarle a triunfar”.
            ––No has contestado a la pregunta. ¿No le tienes miedo, no ya a que un poeta vengativo te haga aparecer en una novela en clave sino a que un biógrafo serio publique tus cartas íntimas?
            ––No, yo no le tengo miedo a que se aireen mis secretos. He tomado todas las precauciones posibles para que eso no ocurra, ni siquiera en el improbable caso de que un biógrafo minucioso quisiera escribir mi biografía.
            –-Eso crees tú. Si salen a la luz los secretos del espionaje norteamericano, ¿no van a salir los tuyos?
            ––Mi seguridad es mucho mejor que la suya, no hay Assange ni Snowden que se la salte: por un lado, he procurado no ser importante y, por otro, mi caja fuerte está vacía, no guardo en ella ningún secreto.


Sábado, 12 de marzo
OTRO SECRETO

No dejó que nadie notara nunca que no era feliz.


Domingo, 13 de marzo
CONTRA LOS FILÓSOFOS

Digan lo que digan Zenón y Heráclito, Aquiles alcanza de dos zancadas a la tortuga y cualquiera puede bañarse dos veces en el mismo río, aunque con distinta agua.


Lunes, 14 de marzo
NI COMUNISTA NI FASCISTA

Lo reconozco, siento cierta debilidad por Félix de Azúa. Ha desbancado a mis dos antiguos favoritos: Juan Manuel de Prada y Javier Marías. No hay artículo suyo que no nos regale una perla. Alguno de sus admiradores, me dicen que se trata de rasgos de humor. Pero no hay humor ninguno en la mayoría de sus contundentes afirmaciones. Habla en serio. Con la seriedad del Académico en que acaba de convertirse.
            “Una niña” titula su columna de hoy en El País. Esa niña es Celia, la protagonista de la novela póstuma de Elena Fortún que reedita Renacimiento. Por supuesto, está de acuerdo con el prólogo en que Andrés Trapiello saca a pasear una vez más su teoría de la tercera España, pero le da otra vuelta de tuerca al absurdo: “¿Y cómo ha tardado 70 años en publicarse un documento tan interesante sobre la Guerra Civil?” Pues porque la autora, “aunque leal a la República, no era ni comunista ni fascista y eso entonces te costaba la vida”.
            Vayamos por parte. Ya sé que aplicar algo de sensatez a la cabeza de Azúa resulta imposible, pero a lo mejor no a la de sus distraídos lectores. “Entonces” puede referirse a los años de la guerra civil, en los que no ser comunista ni fascista podía costarte la vida, aunque lo que te la costaba seguro era ser comunista o fascista en el lado equivocado. Puede referirse “entonces” a los años del franquismo, en los que ser comunista en España te costaba la vida o la libertad, pero ser fascista fuera solo que te silbaran en alguna conferencia (como le ocurrió a Rosales y Panero), mientras que no ser ni una cosa ni otra estaba bastante bien visto. O puede referirse a los setenta años que han pasado desde que se escribió la novela hasta que hoy la reedita un editor valiente (valiente, sobre todo, porque no teme perder dinero, la razón fundamental por la que no se ha editado antes).
            Ni comunista ni fascista fue Jorge Guillén y le dieron el primer Cervantes, ni comunista ni fascista era Ramón J. Sender cuando volvió triunfal a España. Y en los años de la guerra, ¿era comunista o fascista Indalecio Prieto? Y ya sabemos que comunista no era, pero ¿era fascista Miguel Delibes, tan leído en los años del franquismo?
            La desfachatez intelectual, de la que habla Ignacio Sánchez-Cuenca en un reciente libro, la practica Félix de Azúa con más desparpajo que nadie. Vive de eso, sin necesidad de pensar ni esforzarse, poniendo su “prestigio” al servicio del rentable anticatalanismo. Pero a mí lo que más me intriga son sus lectores. ¿A nadie le extraña que la mayor parte de sus rotundas afirmaciones puedan ser desmentidas de inmediato por cualquier escolar y sin necesidad de que sea demasiado aplicado?



Miércoles, 16 de marzo
MENUDA BROMA

¿Y si todo fue una broma y lo primero que oímos al morirnos son las carcajadas diabólicas de Dios?


Jueves, 17 de marzo
PROVECHOSOS DISPARATES

Hablamos mi amigo José Havel y yo de la película que vi el domingo, Tres colores: Rojo, de Kieslowski. Recuerdo cuando la vi por primera vez, hace más de veinte años, en unos minicines, los Clarín, que hace tiempo que son historia antigua. Al salir la comenté con mi amigo Víctor Botas. Él me recordó entonces unos versos de Machado: “¿Y esto qué es / otro embeleco francés?”. Ahora estoy bastante cerca de esa opinión.
            ––Tú no sabes ver cine, Martín –me dice José Havel–. A todo le pides lógica, coherencia, y el cine no es eso. ¿Qué fallos de guión has encontrado esta vez?
            –Cuando la protagonista atropella a un perro, comprueba que lleva un collar con su nombre y la dirección del dueño: Carouge, un barrio de Ginebra que creo conocer bien. Pero, al dirigirse hasta allí, el coche avanza por la orilla del lago y luego asciende una empinada ladera. “Vaya, se ha equivocado de ruta, por ahí no se va a Carouge, sino a Cologny”, pensé yo. Y en una de las villas de Cologny se encuentra la casa, llena de libros, del juez Kern, que entretiene sus ocios de jubilado espiando a los vecinos.
            –Es una película, no un documental. Qué más dará que la casa esté en un barrio o en otro.
            –Pues entonces que no lo llame Carouge. Luego resulta que Irêne Jacob tiene un novio en Londres y quiere ir a verle. El juez, del que ha acabado haciéndose amiga, le sugiere que no vaya en avión sino en ferry. Y ella acepta, saca un billete del ferry y se lo enseña. Pero resulta que para coger el ferry tendrá que atravesar antes toda Francia en coche o ir en tren en un viaje que dura casi un día (diecisiete horas y cincuenta minutos, lo miré después, el que menos tarda en la actualidad). Muy poca prisa parece esa para alguien que está impaciente por ver a su novio. ¿Y por qué razón era inevitable que tuviera que tomar el ferry? Porque al director (también guionista, claro) se le había ocurrido un naufragio para terminar la trilogía y, seguramente, cuando escribió el guión la acción pasaba en París (a fin de cuentas los colores del título son los de la bandera francesa); luego la financiación suiza hizo que la acción tuviera que trasladarse a Ginebra. ¿Y para qué cambiar los detalles del guión si los espectadores de cine de autor, como los lectores de Azúa, se tragan cualquier cosa?
            Pero yo, como hago siempre en estos casos, en seguida me distraje del absurdo enredo y me imaginé otra película, esta sí en Carouge, en torno a la Place du Marché y la iglesia de la Santa Cruz. En ella, encontré un cuaderno, como los que aparecen en las exposiciones, en el que los fieles escriben sus deseos. Había algunos en francés, pero la mayoría estaban en español y en portugués. Aquellos mensajes hablaban de salir bien de un  examen, de encontrar trabajo, de una operación y había uno que incluso pedía que alguien se muriera pronto. Yo anoté: “Que se cumplan todos los deseos que aquí están escritos”. Pero luego rectifiqué: “Que se cumplan solo los buenos deseos”.
            Mientras veía Tres colores: Rojo se me ocurrió una película coral en torno a ese cuaderno y a esa plaza. La última vez que pasé por allí, tomaba un helado en la terraza frente a la iglesia y en otra de las mesas, casi todas desocupadas, se sentó una pareja joven. No se miraron. Ella tenía aspecto de haber llorado. Él, fornido, llevaba tatuados los brazos. Pidieron algo, pero antes de que los sirvieran, el hombre se levantó bruscamente y se marchó sin decir nada. En la mesa. quedó la joven desconsolada, ante la que colocaron los dos vasos. Cuando me marché, seguían intactos. Con esa escena podía comenzar la otra película que yo comenzaba a rodar en mi cabeza mientras veía a los maravillosos Irène Jacob y Jean-Louis Trintignant en las vacuas ocurrencias de Kieslowski sobre el seguro azar y la azarosa predestinación.


Viernes, 18 de marzo
VARIACIONES SOBRE NARCISO

A veces se enfadaba consigo mismo y pasaba días enteros sin hablarse y semanas sin hacerse el amor.
            "Me tengo demasiado visto" dijo antes de suicidarse arrojándose al estanque en el que se miraba.
            También para el amor propio debería existir el divorcio.








domingo, 13 de marzo de 2016

El arte de quedarse solo: Meterse en un jardín


Sábado, 5 de marzo
SEA USTED PREMIO NOBEL PARA ESTO

Recuerda Vargas Llosa su última conversación con la más famosa agente literaria de todos los tiempos: “Carmen, te advierto que lo que no voy a permitir es que aproveches mi relación con Isabel para promocionar mi novela”. Pero la página del periódico en que recuerda esa advertencia reproduce una fotografía suya: “Mario Vargas Llosa en el despacho de su pareja, Isabel Preysler”. O sea que la frase real no parece que fuera como nos quiere hacer creer el gran novelista, sino algo así como: “Carmen, no te preocupes que aprovecharé al máximo mi relación con la ex de Julio Iglesias para vender mejor mi novela y, si lo crees necesario, en la próxima la cambio por Belén Esteban, que también tiene mucho tirón mediático”.
            (El despacho lleno de libros de Isabel Preysler parece más bien el de Miguel Boyer y la casa que utiliza Vargas Llosa para promocionar su libro aquella con infinitos cuartos de baño que sirvió de munición contra los socialistas en la primera legislatura de Felipe González. Pero esa es otra historia.)


Domingo, 6 de marzo
MANOS ARRIBA

Aunque no soy de esos listillos que, cuando van al cine, se entretienen en ir descubriendo los fallos del guión como los malos lectores las erratas de un libro, me sorprende uno al comienzo de Cien años de perdón, la película de Daniel Calparsoro. Cuando se están cerrando las puertas del banco con los atracadores dentro, un cliente tratar de entrar y uno de los atracadores le dice algo así como que pase si quiere pero mejor que se largue. A la vista del panorama, escapa corriendo. Poco después, ya las puertas cerradas, uno de los empleados aprieta el timbre de alarma. Los atracadores lo advierten, le golpean, gritan: “Ahora tendremos a la policía rodeándonos”. Pero ¿es que pensaban que el cliente al que dejaron marchar no se lo iba a contar a nadie?
            Hay otros descosidos, pero no importan demasiado porque la historia resulta eficaz. El que se sitúe en Valencia y se entremezcle con la corrupción política actual (hay un alter ego de Bárcenas y una especie de  Rajoy femenino) es un punto a su favor.
            No gustan las películas que solo nos hagan pasar un buen rato. Algo de trascendentalismo o un poco de denuncia siempre vienen bien.
            Los ladrones somos gente honrada, vendría a ser la moraleja a lo Jardiel; al contrario que banqueros o políticos, no engañamos sobre nuestras intenciones.



Lunes, 7 de marzo
RIDÍCULA COSTUMBRE

 Habla Fernando Pessoa, en La educación del estoico, de esa ridícula costumbre de convertir en tragedias del universo las comedias tristes de la propia intimidad.
            No sé si darme por aludido.



Martes, 8 de marzo
UN PERRO VIEJO Y ALGUNOS TONTOS ÚTILES

Me preguntan, primero Ana Vega y luego Inés Illán, en la grata penumbra del Vetusta, que cómo veo la situación política. “Prefiero no hablar de ello. Ahora nos queda medio año de parálisis y de marear la perdiz”.
            Mi desánimo es total. Trataré de dedicarme, en estos largos meses de interregno, a cuidar mi jardín, como el personaje de Voltaire. Tanto burlarnos de la inteligencia de Rajoy y resulta que es al que mejor le ha salido la jugada. Se ocupó de tener aprobado los presupuestos del 2016 (sabía que no iba a ser fácil formar gobierno), al no aceptar el encargo del rey consiguió así retrasar las siguientes elecciones… Por muy bien que vayan las cosas, nadie nos libra de tenerle un año en funciones. Y él sabe, es perro viejo, que la opinión pública tiene memoria de pez. Los casos de corrupción de su partido pronto serán historia antigua. A finales de este año, o a comienzos del siguiente, tendremos un nuevo gobierno, con o sin Rajoy, pero del Partido Popular y quizá con nueva mayoría absoluta.
            Claro que nada de eso habría sido posible sin contar con la entusiasta participación de Podemos. Fue el único que supo ver lo que se podía esperar de ellos. En el 2011, el afamado 15-M, desalentando al electorado de izquierdas y enardeciendo al de derecha, le dio la mayoría absoluta que le permitió hacer de su capa un sayo durante cuatro interminables años; ahora, los herederos de aquellos indignados, le sostienen hasta que la corrupción se olvide y los votantes vuelvan al redil.
            Mis amigos de Podemos, no Ana ni Inés, se irritan cuando les cuento esto: “¡Rajoy se iría si Pedro Sánchez abandona la amistad peligrosa de Rivera y forma un gobierno de izquierdas!”
            Menos mal que esa opción no es posible (necesitan a los independentistas que han decidido no participar en el gobierno de España), pienso yo. Un gobierno de izquierdas con Pablo Iglesias dedicándose a hacer sus gracietas en el Parlamente y a meterle el dedo en el ojo a su socio, no solo tendría los días contados sino que sería la mejor garantía para una vuelta de las derechas con mayoría absoluta.
            En fin, que para no desesperar, no hablaré más del tema. Me dedicaré a cultivar mi jardín, ya dije. Lo mismo tendrá que hacer el jefe del Estado. Me imagino que no estará muy contento por tener que empezar de esta manera, en punto muerto, su reinado. El puntapié a Arias, con que comenzó el anterior, ahora ya no es posible.


Miércoles, 9 de marzo
LECTOR Y AMANTES

Hojeaba distraído una revista de moda masculina, cuando de pronto me sorprende el rincón de una librería que conozco bien. Un joven que luce jeans de Jacob Cohën hace como que lee junto a la puerta que da al canal
            Habíamos quedado a media tarde en el campo de Santa Maria Formosa. "Te voy a enseñar una librería que no conoces", me dijiste. "Se anuncia como la más hermosa del mundo, pero yo creo que es solo la más pintoresca".
            Caminamos por la Calle Lunga S. M. Formosa, larga y estrecha, y en seguida dimos con ella en un recodo a la izquierda. Sobre los puestos de libros y postales de la entrada, sesteaban varios gatos. En cuanto yo me puse a hojear una vieja guía, uno de ello se acercó y clavó sus grandes ojos verdes en mí. "Vigila para que no te vayas sin pagar", dijiste tú. Yo le llamé el guardián de los libros y él se acercaba en seguida a saludarme, ya sin temor a que robara nada, cada vez que me acercaba por allí. Lo hacía siempre que volvía a la ciudad porque aquel lugar me traía buenos recuerdos. Casi nunca encontré ningún libro interesante, pero me gustaba pasearme por aquel laberinto, rodear la góndola cargada de libros, pasar al patio donde viejas enciclopedias que se habían fundido por la humedad en un único bloque formaban una especie de escalera que permitía asomarse al muro, y me gustaba sobre todo aquella salida de incendios abierta espectacularmente sobre el canal cuyas aguas oscuras en ocasiones parecían querer pasearse por la tienda como un cliente más.
            Cuando entramos la primera vez, éramos solo amigos; al salir... Es curioso como de pronto se enciende una luz y como vuelve a apagarse de la misma rápida manera. La última vez que estuve en la librería Alta Acqua, me extrañó no ver a mi amigo, el guardián de los libros. Tuve un presentimiento, que un cartel escrito a mano y pegado en la pared confirmó de inmediato: había desaparecido y se ofrecía una recompensa a quien diera noticias de él. Había desaparecido el gato y algo más con él.
            Nunca conté esta historia en la que una vez más hice lo que mejor sé hacer: el ridículo. En la última carta tuya, me invitabas a tu boda. Me excusé, por supuesto, muy educadamente. No me podía quejar: fui yo quien de inmediato levantó espinosas defensas para que las cosas no fueran demasiado lejos. Y no fueron.
            A la librería no volví, por si acaso seguía deambulando por allí tu fantasma. Vuelvo ahora por la puerta del canal que me abre un joven lector en las páginas de una revista de moda masculina.


Jueves, 10 de marzo
COMO EN LA ANTIGUA UNIÓN SOVIÉTICA

Caricaturiza Miguel d’Ors, en su último libro, la conferencia de un teólogo progresista y termina con la siguiente afirmación: “Tengo clarísimo que con esta clase de personas no merece la pena ponerse a discutir. Ha elaborado durante años un sistema propio de pensamiento y se les ha cerrado hasta tal punto que no tiene salida”.
            Pero es exactamente lo que yo pienso de él y quizá lo que muchos otros piensan de mí. En Todavía más virutas de taller, notas de varia lección escritas entre 2009 y 2014, insiste Miguel d’Ors en lo que estamos cansados de oír en ciertas tertulias: la maldad intrínseca de los nacionalismos, los desvaríos de la memoria histórica, las estupideces de la corrección política, la propensión al ridículo de los progres… No me indigna leerle (estoy acostumbrado), solo me deprime. ¿Seré yo un Miguel d’Ors de izquierdas? ¿Estaré yo viendo el mundo con el mismo simplismo ideológico, aunque de sentido contrario? A fin de cuentas, los dos estamos igualmente convencidos de tener más razón que nadie.
            Pero leo alguno de sus comentarios y suspiro aliviado: “Fijémonos en la situación de la España actual; el César de este momento, de apellido Rodríguez, impone a todos los niños el aprendizaje del uso del preservativo y el de todas las modalidades de la sexualidad según las distintas ‘opciones’; trata de forzar a médicos y enfermeras a provocar abortos…”
            Suspiro aliviado, ya dije. Algo se diferencia mi sistema de pensamiento del de Miguel d’Ors: a mí no me lleva todavía a incurrir, o eso espero, en la desinformada calumnia. Y si lo hago sin darme cuenta, que me lo adviertan, para rectificar de inmediato.
            Como soy tan vanidoso –al contrario que él, humilde por naturaleza, según nos aclara–, lo que más me ha divertido es mi aparición estelar. “El Malvado, como viene siendo habitual en él, reseña mi último libro”. Comienza el capitulillo que me dedica.
            ¡El Malvado con mayúscula, el malvado por antonomasia! Creo que, aparte de mi, solo Hitler, Stalin y quizá Bin Laden han merecido tal honor. “Ese individuo –o sea yo– primero da la coz que le pide el cuerpo y luego busca motivos para haberla dado”. ¿Y en qué consiste en ese caso la coz? Pues nada menos que en haberle puesto algún reparo a un poema en el que rima “degustar” con “Aznar”, “coplero” con “Zapatero” y “mirlo blanco” con “Franco”.
            Con el Malvado, que se permite tales objeciones, todo razonamiento resulta inútil. “En casos así –concluye– es la Psiquiatría la que debe tener las competencias”. Como en la antigua Unión Soviética, añado yo.






sábado, 5 de marzo de 2016

El arte de quedarse solo: España en funciones o el secreto de Rajoy


Sábado, 27 de febrero
DE LA VIDA DE LOS GRANDES SABIOS

La historia es conocida. Yo la encontré por primera vez en un libro de vidas ejemplares, vidas de sabios, que leíamos en la escuela. El padre de Pascal tenía un rígido plan para la educación de su hijo: hasta los diez años, estudiaría lenguas; luego, matemáticas. Y como la curiosidad del niño no se atenía a lo prescrito lo encerró en una habitación sin más libros que la gramática latina. Al entrar a visitarle su hermana, se lo encontró dibujando en el suelo con tiza complicadas figuras: Pascal solo con su inteligencia había vuelto a inventar la geometría, encontrando más de la mitad de las proposiciones de Euclides.
            Cuando yo era niño, soñaba con ser como Pascal, como Pasteur, como Newton, como aquellos sabios que evocaba un tal Xenius en su Flos Sophorum, el libro que el maestro de Valliniello nos hacía leer en la escuela.
            Leo ahora Conversaciones con Arthur Schopenhauer, que Luis Fernando Moreno Claros hace preceder de una ejemplar y sintética biografía, y no puedo evitar compararme con el filósofo. Ciertamente, tenemos muchas cosas en común. En más de una ocasión, cuando Moreno Claros habla de Schopenhauer parece que está hablando de mí. Un ejemplo: “Siempre quería llevar la voz cantante en las discusiones, pretendía en todo lance tener razón, ser admirado”. Otro: “Si alguien esperaba encontrar en él a un interlocutor parecido al humilde Sócrates, a alguien que confesase no saber nada de esto o de aquello, se llevaba un gran chasco. Era como el reverso del gran ateniense: en vez de demostrar a los contertulios que la más elevada sabiduría es la que confiesa su ignorancia, les demostraba que él sabía todo y ellos bastante menos que él”.
            En algo me parezco a los grandes sabios, como quería de niño, aunque me temo que no precisamente en lo que les hace grandes ni en lo que les hace sabios.


Domingo, 28 de febrero
UNA TARANTINADA

Como mañana le van a dar no sé cuántos Oscars a El renacido, la película de Iñárritu, me creo en la obligación de verla. No me defrauda: sabía que iba a pasar un mal rato y lo paso. Me entretengo con los paisajes (me gustan sobre todo esos bosques nevados vistos una y otra vez a contraluz) y pensando en mis cosas. No sé si le darán el Oscar a Leonardo di Caprio, pero se lo merece, el pobre, por lo mal que lo pasa él también.


Lunes, 29 de febrero
LIBROS LIBRES

Por fin parece que he encontrado la manera de hacer habitable mi casa y transitable el despacho en la Facultad. Cada semana viene el librero de La Noceda y se lleva más o menos el doble de los libros que han entrado esa semana. Yo necesito libros nuevos cada día y no puedo almacenarlos todos. Regalo algunos a mis amigos, pero regalar libros es un asunto delicado: puede ser solo pasar un peso muerto de unas manos a otras.
            Donde mejor están los libros que uno no puede tener en su casa, es en una librería de viejo, a la espera del lector interesado. Me ha costado dar con la adecuada. Los libreros de viejo son gente muy suya (en eso se parecen al resto de los humanos) y no acabé de la mejor manera con los dos anteriores, sin duda por culpa mía.
            Los libros, como todo en este mundo, no son de quien los compra, sino de quien los necesita. ¿Qué es una biblioteca llena de volúmenes que no volveremos a leer o que quizá no leeremos nunca? Solo una cárcel. Yo he encontrado de ir dándoles la libertad a mis libros y ellos y yo estamos igual de contentos. 


Martes, 1 de marzo
LOS MARINEROS DE ULISES

Quiere el azar que lo que estoy leyendo en este día del discurso de investidura son los cuadernos robados del diario de Manuel Azaña. Se discute en las Cortes la ley Agraria. Hubo varios discursos en contra y luego se levantó a hablar Azaña: “He contestado a todos y obtenido un éxito resonante. La mayoría, puesta en pie, vociferaba de entusiasmo. En aquel momento hubiera podido obtener de las Cortes cuanto se les pidiera. El espectáculo era imponente. Martínez Barrio y algunos pocos radicales más me aplaudieron. Ossorio y Alba no tuvieron nada que añadir. Se aprobó la propuesta. Los diputados han quedado contentísimos de la jornada. El discurso ha producido fuerte impresión. Al salir de la sesión me ha dicho Largo Caballero: Nos deja usted a la derecha. Si esas cosas las dijésemos nosotros, se alarmarían todos. Las dice usted y nadie se asusta”.
            Era octubre de 1932, todavía la etapa dulce de Manuel Azaña, el héroe que había sofocado sin inmutarse la rebelión del 10 de agosto. Luego vendría el calvario de Casas Viejas, del que no acabó nunca de recuperarse. Era octubre de 1932 y eran otros tiempos, cuando todavía un buen discurso era capaz de cambiar el voto de algunos diputados. 
            Pedro Sánchez podría ser mucho más convincente de lo que ha sido, una mezcla de Demóstenes y Castelar, de Churchill y Obama, y ni uno solo de los ocasionales aliados del Partido Popular habría cambiado el sentido de su voto. Los diputados de Podemos (con los que coincido en tantas cosas) son como los marineros de Ulises: antes de escuchar al candidato a la investidura se taponan bien los oídos con la cera de los prejuicios para evitar que les convenzan sus cantos de sirena.


Miércoles, 2 de marzo
SOY UN INGENUO

La verdad es que comienzo a pensar que como analista político valgo poco. Siempre creí que, a pesar de las palabras hirientes y faltosas de Pablo Iglesias, al final Podemos iba abstenerse para impedir que la derecha siguiera en el poder. Me equivoqué. Solo una cosa me consuela en este día para mí triste: hasta el último momento dudé entre votar a los socialistas o a Podemos, pero finalmente me decidí por los primero; si hubiera votado a los otros, hoy se me caería la cara de vergüenza.


Jueves, 3 de marzo
ALGO HEMOS AVANZADO

Para olvidarme de la historia de ayer, vuelvo a los entresijos de la Segunda República. He de escribir un prologuillo a la reedición del libro de Benavides sobre Juan March. Como siempre, una lectura me lleva a otra y paso un tiempo entretenido, que es de lo que se trata. Hoy leo los Testimonios y recuerdos, de Pedro Sainz Rodríguez: “Se editaba entonces en Madrid un diario titulado La Tierra, periódico extremista de izquierda, que en el asunto de Casas Viejas atacó ferozmente al Gobierno. Esa campaña –se sabe ahora porque yo creo conveniente revelarlo– fue impulsada por las derechas. Yo, personalmente, redacté algunos de los artículos que se publicaron en La Tierra, y el señor Cánovas Cervantes, director y propietario del periódico se citaba conmigo en una rinconada del callejón del Arenal y allí recibía un sobre en el que iban las directrices de la campaña, textos redactados por nosotros y una muestra pecuniaria de nuestro agradecimiento”.
            Me parece estar escuchando a Pablo Iglesias referirse a Felipe González cuando leo el texto, redactado por Sainz Rodríguez, que un día sí y otro también publicaba La Tierra: “Todos los republicanos honrados tienen que recordar siempre que, bajo el gobierno de Azaña y los socialistas, fueron fusilados en Casas Viejas dieciséis campesinos sin formación de causa”.
            Algo hemos avanzado. Ahora la izquierda presuntamente más izquierda que nadie, para hacerle el juego a la derecha, no necesita recibir dinero ni instrucciones clandestinas. Ahora ese trabajo sucio lo hace gratis y está orgullosa de ello.


Viernes, 4 de marzo
UNA SINECURA A PERPETUIDAD

Llevo bastantes días dándole vueltas al asunto. Todo tiene su por qué. Y yo por fin creo que he encontrado el gran secreto de Mariano Rajoy, el motivo de su inexplicable comportamiento desde que se conoció el resultado de las últimas elecciones.
            Ya se sabe que presumo de ser una especie de Sherlock Holmes y que a veces (demasiadas veces) me paso de listo. No ocurrió así en el famoso caso del fiscal argentino Nisman, reavivado con motivo del cambio de gobierno. Todavía ayer El País volvía a insistir en la tesis del asesinato y, como siempre desde hace más de un año, la información desmentía el titular. Las nuevas pruebas de que fue un crimen, y no un suicidio, serían que, según aseguró el abogado de una de las hijas del fiscal, el exespía Antonio Stiuso declaró que la muerte de Nisman beneficiaba a Cristina Kirchner. ¿Pero aclara algo eso el misterio de una muerte en una habitación cerrada? Una y otra vez los interesados en que fue un asesinato repiten que fue un asesinato (y los malos periodistas lo repiten) y nadie formula la más mínima hipótesis de, en tal caso, cómo pudo llevarse a cabo.
            Cuando Mariano Rajoy califica de farsa la actual investidura, cuando habla de engaño al jefe del Estado porque Sánchez no tenía asegurados los votos suficientes, parece que ignora la Constitución, que ni se ha molestado en leerla ni tiene asesores que se la expliquen.
            Pero yo creo (aunque todo es posible), que la conoce, al menos en lo que le interesa. Sabe que para que se repitan las elecciones tiene que haber una o varias investiduras fallidas. Pero si él, que tiene más derecho que nadie, puesto que fue el candidato más votado (no el que ganó las elecciones, como repite), no se presenta a la investidura, nadie más debería presentarse. Y así él continuaría como presidente en funciones tanto tiempo como le apeteciera. Podría perpetuarse en el poder (el sueño de los Daniel Ortega y las Cristina Fernández) sin necesidad de cambiar la Constitución. Y sería además presidente en funciones, sin apenas nada más que hacer que rascarse la barriga y dar de vez en cuando alguna entrevista para despotricar contra esos niñatos como Pedro Sánchez o Albert Rivera, que quieren cambiar las cosas, que creen que gobernar es hacer algo para mejorar la vida de la gente. Ilusos. Ilusos. Llegar al gobierno habría sido así para Mariano Rajoy (ese era su sueño, del que Pedro Sánchez y el rey han venido a despertarle, de ahí su irritación contra uno y otro) como ganar unas buenas oposiciones: una sinecura a perpetuidad.