sábado, 30 de abril de 2022

Elogio de la cordura: Orgullo y melancolía

  

Sábado, 23 de abril
VAYA SEMANITA

El miércoles comí con Luis García Montero, Jon Juaristi y Darío Villanueva; el jueves, con los reyes y con un centenar de políticos, poetas, novelistas y pintorescas estrellas mediáticas, como Paz Padilla; hoy sábado acompaño en La Corte ovetense a Luis Alberto de Cuenca. Una semanita entretenida, ciertamente.

            A Luis Alberto de Cuenca le conozco desde hace medio siglo. Al principio formaba pareja —literaria se entiende— con Luis Antonio de Villena y ambos eran los dos poetas jóvenes que desde Madrid se incorporaban a la nómina novísima de Castellet. En un principio, a mí me interesaba más el segundo que el primero, que me parecía en exceso libresco y pedantesco. Pero luego, más o menos a mediados de los ochenta, Villena dejó de entusiasmarme y mi admiración se desplazó hacia Luis Alberto. En 1988, vino por primera vez a Oviedo y leyó sus versos en la Biblioteca del Fontán en un acto organizado por Eduardo Errasti, de tan errática y desdichada peripecia vital. He coincidido con él muchas veces y en muchos sitios (recuerdo, especialmente, un encuentro en Sofía) y he hablado bien y mal de sus libros. Él se lo ha tomado todo con su caballerosidad habitual y ha seguido siendo buen amigo mío, como lo es de todo el mundo. Yo admiro en él todo aquello en lo que no se parece a mí.

Como los anfitriones ovetenses le han dejado a su aire, sin hotel en el que cobijarse en este día lluvioso, me acompaña a casa. Le advierto de que es más revuelta leonera de estudiante, con libros amontonados por todas partes, hasta en la cocina que lugar para recibir visitas. “¡Cuánto has escrito! —me dice al ver la media docena de estanterías con mis publicaciones—¡Más que yo, pero no tanto como Trapiello!”

            Pasamos un rato divertido entremezclando a Calímaco con Colinas, a Alfonso de Valdés con Alfonso López Gradolí, hasta que nos llega la hora de acudir al palacio del Conde de Toreno, aquel prócer al que tan poco quería Espronceda, para hablar de la poesía de Emilio Alarcos. Intervenían también, además de su hijo Miguel, Ricardo Labra y Javier Almuzara. El primero todavía no me ha perdonado los reparos que puse a su obra magna sobre Ángel González (tampoco era para tanto, teniendo en cuenta que yo le pongo peros al lucero del alba); le regalé un ejemplar de mi libro Casual, en un intento de hacer las paces; no dijo ni gracias, pero por lo menos se lo quedó (a lo mejor lo tiró al salir a la papelera, como hizo García Montero con las obras completas de no sé qué vate local). Almuzara estuvo tan brillante como de costumbre y ya parece haber aprendido a callarse a tiempo y no alargarse con propinas que acaban fatigando. Al final del acto, se le acercó una de las asistentes. “Ha sido el mejor de todos”, le dijo en voz muy alta de manera que nos enteráramos todos. Y tenía razón

Domingo, 24 de abril
CARTA Y PARÁBOLAS

En un número de la revista El hogar, “ilustración semanal argentina para la mujer, la casa y el niño”, correspondiente a mayo de 1940, encuentro un texto desconocido de Borges —o eso me parece: no lleva firma— y “Una carta del doctor Fritz Thysssen, miembro del Reichstag, a Hitler”. La carta está fechada en Locarno el 28 de diciembre de 1939, poco después de conocer que le han desposeído de todos sus bienes: “Mi conciencia está limpia. Me siento libre de toda culpa. Mi único error ha sido el de haber creído en usted, el Führer Adolfo Hitler, y en el movimiento dirigido por usted, en el que creí con el corazón ardiente de un alemán apasionado. Desde el año 1923 me he empeñado con los mayores sacrificios por el movimiento nacionalsocialista, he hecho prosélitos y he luchado por usted, sin desear o pedir nada para mí, animado exclusivamente por la esperanza de ayudar con ello a nuestro desgraciado pueblo alemán”.

            Parece que Thyssen y Hitler, antes de ser enemigos mortales, fueron los mejores amigos. Leo esa carta, hoy un documento histórico, como cuando era un arma de combate. Hitler en 1940 era el futuro; estar con él era estar con los vencedores. Las viejas revistas son el mejor modo de viajar en el tiempo, volver a un pasado que el presente siempre simplifica. Y la propina, en este número de El hogar, una revista para la mujer que no trataba a la mujer como si fuera menor de edad intelectual, de tres parábolas arameas, que a mí me gusta pensar que Borges escribió o reescribió.

            Un leopardo encontró a una oveja muerta de frío. “Ven —le dijo— que yo te arroparé con mi piel”. Y la arropó tan bien en su interior que la oveja no volvió a sentir frío.

            Un oso hambriento se acercó a un rebaño de corderos. “Si me entregáis uno, os dejaré en paz”. Le dieron al más débil y le gustó tanto que a partir de entonces  volvió todos los días a por otro hasta que no quedó ninguno.

            El dios sol, cansado de rodar por el cielo, se hizo hombre y se enamoró de una pastora. Tuvieron siete hijos como siete soles.

Lunes, 25 de abril
PARTE DE MI VIDA

No me había dado cuenta del día que era hoy hasta que, inesperadamente, me llegó un intenso aroma de felicidad. El 25 de abril, nunca del todo ajados los claveles, no es solo una fiesta institucional portuguesa, es también un episodio de mi biografía. Me enteré confusamente, cuando iba a tomar un tren esa mañana, y al principio creí que los militares se sublevaban para reforzar la dictadura y evitar la supuesta apertura de Marcelo Caetano. No hacía mucho que Pinochet había hecho de las suyas en Chile. Pronto supe la verdad. La revolución podía ser como una fiesta.

Cuando unos meses después me detuvieron, los policías se llevaron de mi casa todos los libros en portugués, aunque fueran Os Lusiadas, convertidos de pronto en materia subversiva y las cartas de un poeta de Braga con el que había iniciado correspondencia tras la publicación de Marineros perdidos en los puertos. Por breve tiempo, Portugal fue un país familiar y utópico. Recuerdo aquel puente de hierro tembloroso sobre el Miño, la primera frontera que crucé. Y todavía, cuando llega esta fecha, siento que queda algo de la fragancia de aquellos claveles en el fondo del vaso.

Martes, 26 de abril
NO SIMPLIFIQUÉIS

“Cómo te gusta llevar la contraria”, me reprochan. Y tienen toda la razón. Las unanimidades siempre me han resultado sospechosas. Basta que todos digan blanco para que yo diga negro, y no porque crea que es negro, sino para llamar la atención de que nada es tan blanco como parece.

            “El que no está conmigo está contra mí”, dicen los enemigos de la equidistancia, del escuchar a ambas partes antes de tomar partido. Y, al menos en mi caso, tienen razón. Yo estoy en contra de todos los que piensan así.

Miércoles, 27 de abril
PARA NO REPETIR

Para no repetir lo que otros habían dicho, decidió leer todos los libros antes de escribir alguno. Y no escribió ninguno.

Sus poemas eran tan buenos que no le parecían suyos y, en efecto, no lo eran.

Aquel autor de best seller hasta que no publicó un libro que vendió solo media docena de ejemplares no se creyó un escritor de verdad.

Era un poeta tan hermético que sus libros se vendían con un abrelatas.

Solo publicaba primeros versos, esos que dicen que son regalos de los dioses.

Era tan elegante que, para tomar partido, siempre esperaba a que estuviera claro quién iba a ser el perdedor.

No entender lo que no se quiere entender, aunque se entienda, es todo un arte.

Se enamoraba siempre de la misma mujer, aunque cada vez se enamorara de una mujer distinta.

¿Todo libro contiene algo bueno? En ciertos casos, la palabra fin.

Hay libros de un solo uso.

La retórica es el arte de decir bien lo que queremos decir y de callar mejor lo que no queremos decir.

El dolor hecho arte duele menos, pero emociona más.

Callar a tiempo y hablar en el momento justo, en eso radica el arte de la conversación.

Las novelas son para los que se aburren con la vida.           

Jueves, 28 de abril
UN PEQUEÑO PASO

Esta mañana di mis últimas clases. Las primeras, lo recuerdo bien, tuvieron lugar en marzo de 1972. “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, dijo Neil Armstrong al pisar la luna. En mi caso, es insignificante para la humanidad, pero nada desdeñable para un hombre. Algo de orgullo se mezcla con la melancolía propia de la ocasión.

Viernes, 29 de abril
SER Y NO SER

No hay un día en que al despertar no me asombre de la existencia del mundo.

Hay muchas maneras de existir y Dios ha escogido la más cómoda.



sábado, 23 de abril de 2022

Elogio de la cordura: A cara descubierta

  

Sábado, 16 de abril
CÓMO DEFENDER LA DEMOCRACIA

París, agosto de 2014. Las casas ocupadas por alemanes son devastadas, saqueadas. Las fábricas, los talleres alemanes arrasados, destruidos de arriba abajo. Todas las sucursales de la lechería Maggi han sufrido la misma suerte. Había en París un número enorme. La gente se reunía, penetraba en las tiendas después de hundir las puertas y empezaba por llevarse, regodeándose, la manteca, los huevos, la leche; luego, las sillas. Lo que no podía ser llevado con facilidad se arrojaba al fuego. Se destrozaba el mostrador, se hacían añicos los vidrios y cuanto colgaba de la pared era arrancado. No se dejaba ni un clavo, ni siquiera los goznes de las puertas. Mientras unos demolían, hiriéndose las manos, cortándose con pedazos de vidrio en su furia destructora, otros, en la calle, prendían fuego a los objetos saqueados. Me acerqué alguna vez y pregunté el objeto de tanta destrucción: “Pero, señor, ¿no sabe usted que es una compañía boche y que han puesto gérmenes en la leche? Esta mañana murieron catorce niños en el barrio y cuarenta en el de Avron. ¡Envenenan la leche para matar a los franceses, señor!”

            La estupidez y la brutalidad populares se habían monstruosamente hipertrofiado. Los periódicos hablaban de espías, de casas enemigas con armas, con sistemas de comunicación. Se empezó a defender la patria cazando a los espías. ¿A los espías solamente? A los alemanes, a las alemanas, aunque tuvieran niños en brazos. Los han matado en plena calle, a patadas, a puñetazos y bastonazos, a paraguazos, con alfileres de sombrero. Se veían espías por todas partes. La menor palabra contra la guerra, la menor descortesía real o supuesta bastaba para lanzar la acusación y en el acto los transeúntes, electrizados, se lanzaban sobre el acusado, sin darle tiempo a defenderse.

            No sabía yo quién era Gastón Leval cuando comencé a leer El prófugo. No pude dejarlo hasta terminar. El autor tenía dieciocho años en 1914, venía de una infancia difícil, militaba en el anarquismo, vio cómo todos los que se oponían a la guerra acabaron partiendo hacia ella alborozados. Él no, él pasó clandestinamente a España, luego a Argentina. En el prólogo de esta verdadera historia —se publicó en Valencia en 1935— declara orgulloso: “Hasta ahora tenemos un gran número de relatos escritos por soldados convertidos al pacifismo después de haber asesinado copiosamente en la guerra. Pero no conozco nada de los que no quisieron ir por convicción, obedeciendo a un ideal superior a los intereses y a las tradiciones criminales, motores activos de ese degüello de naciones. En este libro, veraz y sincero, en lo bueno y en lo malo, está reflejada la existencia de los pocos que pueden considerar, sin vano orgullo, pero con todo derecho, haber salvado ante la Historia la conciencia moral de la Humanidad”.

Domingo, 17 de abril
EL ÍNDICE DE VIDA INTELIGENTE
 

—Esto no se lo digas a nadie, Marcos, que no quiero resultar más antipático de lo que ya soy, pero cuanto más conozco a la gente más me alegro de ser un escritor con pocos lectores.

            —Tú eres capaz de hacer una prueba para seleccionar lectores.

            —No la necesito. Ya la tengo. ¿Sabes cómo calculo yo el índice de vida inteligente que hay actualmente en España? Pues cuento las personas que caminan solas o hacen deporte al aire libre y llevan mascarilla. Y suele ser un sesenta por ciento; o sea que la vida inteligente, al menos entre los asturianos, está en un cuarenta por ciento, no llega ni al aprobado.

            —¿Y qué harías tú si ves a un solitario sentado en un banco del parque y leyendo un libro tuyo?

            —“Perdone usted, caballero —le diría—, ¿me permite que le cambie ese libro que está leyendo por otro de Rosa Montero o de Javier Marías? Seguro que va a disfrutar más”.

Lunes, 18 de abril
MI TERROR FAVORITO
 

“El amor es para muchos / lo mismo que una epidemia, / los que más miedo le tienen / son los que primero enferman”.

            En la librería Don Quijote encuentro el libro Nuevos cantares, de Narciso Díaz de Escovar, que lleva el subtítulo de “Colección de malagueñas, peteneras, soleares, seguidillas, granadinas, percheleras, gitanerías, etc”. Lleva prólogos de Benavente y Salvador Rueda y la cubierta es de Julio Romero de Torres. Lo abro al azar y no puedo por menos de sonreír: “Los que más miedo le tienen / son los que primero enferman”.

            Me gusta juguetear con el amor, un tema literario que no se agota nunca, pero me aterra enamorarme de verdad, perder la cabeza, perder la libertad.

            Me aterra tanto que en mi vida no he hecho otra cosa que tropezar con esa piedra una y otra vez.

            Pero la enfermedad, si grave, nunca fue mortal. Tuve la suerte de no ser correspondido, que entonces es cuando no hay escapatoria.

Martes, 19 de abril
UN CANTAR

Las coplas de Díaz de Escovar me inspiraron una que no me atrevo a firmar con mi nombre (dice demasiado de mí). Nada me gustaría más que el que circulara por ahí como anónima y algún cantaor se atreviera con ella: “Era feliz sin saberlo / cuando no te conocía; / ahora me muero de pena, / pero bendigo aquel día”.

Miércoles, 20 de abril
SI YO FUERA RICO

Lo he dicho muchas veces. Si yo fuera rico, si yo anduviera metido en negocios de esos que te dejan tres o cuatro millones de euros de beneficio, no me compraría yates, ni coches de lujo, ni viajaría a paradisíacos rincones en avión privado, ni daría fiestas a lo Gran Gastby. Yo crearía un club de debate. Cada semana invitaría —pagándole espléndidamente, por supuesto— a uno de los principales investigadores de los diversas disciplinas para que debatiera conmigo sobre un tema que elegiríamos previamente y que tendríamos siete días para preparar. Habría un anónimo jurado de expertos, bien remunerados también, que elegirían al ganador. Y los debates serían públicos, abiertos a todo el interesado presencial o virtualmente. ¿Perdería yo siempre dado que me enfrentaría a los Einstein y a los Heidegger actuales? Aunque así fuera, acabaría convertido en el hombre más sabio del mundo. Y no estoy seguro de que perdiera porque buena parte de los especialistas son como un pez en el agua fuera de su especialidad. Y los temas no serían minucias que requieren largos cálculos y copiosa bibliografía, sino los dogmas y los axiomas de cualquier ciencia, los pies de barro que a veces sostienen las evidencias.

            Como ese sueño mío no parece que se vaya a cumplir nunca, me conformo con debatir sobre los temas que me interesan con cualquiera que se ponga a tiro y me dé algo de confianza. Últimamente le saco mucho jugo a Jon Juaristi, que no solo es un bien remunerado ariete contra el nacionalismo vasco, como yo creía, sino una mezcla de Julio Caro Baroja, Ramón Menéndez Pidal y Pedro Muñoz Seca. Hoy hemos tenido doble ración de debate: en la comida, tras la mesa redonda con motivo del centenario de Emilio Alarcos (participaba Gamoneda, que se durmió después de hablar; a mí me habría gustado hacer lo mismo) y luego, ya él de regreso a Madrid, en la tertulia virtual. ¡Más de seis horas de discusión con alguien inteligente! Es mi placer favorito. Y si al final queda claro que el más inteligente soy yo (no siempre sucede), miel sobre hojuelas.

Jueves, 21 de abril
GRACIAS, ISABEL

Le estrecho la mano al rey, luego a la reina, les miro después a los ojos sonrientes (los suyos y los míos) y les digo: “¡Qué placer poder saludarles a cara descubierta!”

            A cara descubierta, sin mantener la distancia de seguridad, sin pringarse previamente las manos, uno tras otro el centenar de invitados a esta comida en honor de Cristina Peri Rossi, que no puede asistir, va saludando a los reyes antes de entrar en el comedor de gala. En las breves palabras previas de homenaje, el rey no puede dejar de expresar su alegría de que por fin podamos reunirnos y vernos de nuevo las caras.

            Yo pensé que eso es así con el voto en contra del presidente del Principado de Asturias. Si por él fuera, los asturianos llevaríamos mascarilla de la cuna a la sepultura por los siglos de los siglos, amén. Y buena parte de los asturianos —a la vista está— tan contentos. Al contrario que al rey, a los asturianos les gusta más la mascarilla, en interiores, en exteriores, en el monte y en la playa, que a un niño un caramelo. Me imagino que los psiquiatras tendrán algo que decir al respecto, que no todo puede ser culpa de que nos hayan tocado un presidente y un consejero de Salud como los que tenemos.

            Aproveché el encuentro en el Palacio Real para hacerme una foto con Isabel Díaz Ayuso y mostrarle mi gratitud: “Presidenta, quiero agradecerle lo mucho que ha hecho en estos últimos malos tiempos para que no se salieran con la suya quienes todo lo arreglaban con abrir y cerrar bares, imponer absurdos toques de queda, ridículos cierres perimetrales. Nos trataron a los ciudadanos como los sargentos chusqueros de la antigua mili trataban a los pobres reclutas. Muchas gracias, presidenta, por defender nuestra libertad y confiar en nuestra responsabilidad”.



 

 

sábado, 16 de abril de 2022

Elogio de la cordura: Dublín bombardeado

  

Sábado, 9 de abril
DE RANAS Y PRISMAS ÓPTICOS

Refiere Siri Hustvedt en su último libro, Los espejismos de la certeza, un curioso experimento. A varias personas se les colocan prismas ópticos que, literalmente, volvían sus mundos del revés. “Tras varios días de visión confusa, los ojos se les adaptaron y empezaron a ver de nuevo con normalidad. A las pocas horas de retirarles los prismas, volvieron a ver del derecho”. No ocurre así en el caso de las ranas. Y ello se debería a que estas, al igual que el resto de los mamíferos de sangre fría, “están más programadas que las personas”.

            Cómo puede saber John Dowling, autor del experimento, si las ranas con unos prismas ópticos ven del derecho o del revés no parece preocuparle a Siri Hustvedt. Tampoco de qué manera se deduce de ese hecho el que estén más “programadas” que las personas. Es un experimento “científico” y eso le basta. A mí me basta para dejar de leer su libro.

            “Hay que hacer caso de la ciencia y no de los bulos que circulan por Internet”, nos decían cuando encerraron a los niños durante meses —un caso claro de maltrato infantil—  basándose precisamente en bulos y no en ninguna evidencia científica.

Domingo, 10 de abril
MALO MALÍSIMO

“Te buscas enemigos, Martín, y a los enemigos no hay que buscarlos, vienen solos. Dedica tu esfuerzo a conseguir amigos, que buena falta te hacen, o te van a hacer”.

            Agradezco el consejo, pero tampoco tengo tantos enemigos y suelen ser enemigos cómodos, de los que viven lejos y pueden hacerte poco daño, todo lo más no invitarte a algún acto literario, no votarte en algún concurso (e intrigar para que no te voten), vetarte en sus periódicos, no citarte nunca.

            Nada que no pueda soportar con facilidad. Andar por ahí haciendo bolos, poco o nada pagados, divierte al principio, pero luego es una lata; lo de los concursos lo llevo todavía mejor, porque soy demasiado orgulloso como para someterme al juicio de nadie, si puedo evitarlo; algo más me fastidia que no hablen de mí en los medios de más difusión, sobre todo por los editores, que pierden la publicidad gratuita, y lo último no es enteramente cierto. “Vaya donde vaya, todo el mundo me habla mal de ti”, me dicen los amigos cuando vuelven de algún sarao más o menos literario.

            Si no buscas el éxito inmediato y fácil, esas cosas divierten. A fin de cuentas, en cualquier película el papel de malo malísimo suele ser el más agradecido.

Lunes, 11 de abril
SOY UN EGOISTA

Casi todas las personas que cuentan algo en este mundo —reyes, presidentes, escritores, actores— se han vacunado cuantas veces ordena la autoridad más o menos sanitaria y más o menos competente; han dado positivo en esa enfermedad que justifica desatender o mal atender todas las otras enfermedades y han tenido que pasar cuarentenas varias. Yo no. Soy un egoísta que se preocupa solo de su salud y no de las conveniencias electorales o de los intereses farmacéuticos.

Martes, 12 de abril
ES MI NATURALEZA

Sabía desde hace algún tiempo que Ricardo Álamo, uno de los pocos admiradores con los que cuento, estaba preparando un magno libro sobre el tema del plagio, los apócrifos y otras supercherías literarias. Lo recibí por fin hace unos días y comencé a leerlo de inmediato. Qué decepción. No es más que un batiburrillo sin criterio alguno ordenado en forma de diccionario.

Ya sé que lo que debía hacer, por el autor (al que aprecio y estoy agradecido) y por el editor, que ha invertido dinero en este tocho, es callarme en público y dedicarle vagos elogios en privado. Pero no puedo evitar escribir una reseña subrayando errores e insuficiencias conceptuales. Es mi naturaleza. Ya me habría gustado a mí ser un Luis Alberto de Cuenca.

Mi artículo, que debería haberse publicado el fin de semana, aparece en Internet antes de tiempo y hoy mismo, poco antes de irme a dormir, me llega un correo del autor de Plagiarios. No me atrevo a leerlo. Todo lo que diga contra mí estará más que justificado.

Miércoles, 13 de abril
REGAÑINA REAL

“¿Vas a ir a la comida con motivo del Cervantes al palacio real?”, le pregunto a Jon Juaristi en la tertulia de los miércoles, que ha acabado convirtiéndose en un ejercicio de esgrima entre los dos. “Hace tiempo que no voy a esos saraos, yo no soy un cortesano como tú”. Sonrío. La verdad es que resulta un tanto raro, ahora que cada vez me siento más ajeno al sistema, ahora que no encuentro ningún partido al que votar, que cuando me llamaron de Protocolo para invitarme a esa comida, que vuelve a celebrarse tras dos años de parón, dijera que sí sin pensarlo un momento. Siempre vuelvo con algo que contar.

Te lo preguntaba, Jon, porque me gustaría que, si asiste la presidenta de la Comunidad de Madrid, me la presentaras. Me gustaría saludarla y hacerme una foto con ella. Luego la publicaría en Facebook con un breve texto:” Gracias, Isabel”.

¡Quién te ha visto y quién te ve!

En lo político, estoy en las antípodas, pero fue la única que defendió a los ciudadanos cuando las arbitrarias, dañinas, y a menudo simplemente estúpidas, restricciones presuntamente sanitarias.

—Si quieres te organizo una entrevista con ella para que puedas adularla todo lo que creas conveniente. Con el anterior jefe del Estado, tuve yo un curioso tête à tête. Resulta que, estando yo en Pamplona, me preguntó un periodista que por qué no iba a ir a una manifestación de “Basta ya”. Les dije que allí había muchas ikurriñas y ninguna bandera nacional. Y luego me explayé en consideraciones poco amables sobre esa enseña nacionalista. Lo reprodujeron en primera página los periódicos. Toda la oposición exigió en el congreso que dimitiera. Yo llamé a Aznar. “¿Lo que has dicho es cierto?”, “Sí, presidente”, “Pues entonces no dimitas”. Y no dimití, pero el rey me llamó a la Zarzuela. Me tuvo dos horas esperando en un pequeño cuarto ante su despacho. Colgada en la pared había una carta de Unamuno a Alfonso XIII en la que le pedía una entrevista. Era lo único que tenía allí para leer, así que me la aprendí de memoria. El rey, cuando creyó que ya me había macerado bastante, me mandó pasar. Me recibió con cara de pocos amigos. Yo, para romper el hielo, le hablé de la carta de Unamuno. “¿Qué carta?”, me preguntó extrañado. Nunca había oído hablar de la carta que tenía allí al lado ni quizá del tal Unamuno.

            Juaristi era por entonces, en los primeros años del corriente siglo, director del Cervantes. Su escenificación de la entrevista con el anterior monarca tiene mucha gracia, pero yo no me atrevo a contarla: todavía contiene material explosivo. Por algo los que se entrevistaban con el anterior jefe del Estado se comprometían a no repetir sus palabras. Es una de las muchas diferencias con el actual, que no dice en una audiencia privada nada que no pueda repetirse en público.

            La paciencia no es mi virtud, Jon. Yo, al contrario que tú, a la media hora me levantaría y me largaría y que me llame otra vez si tiene algo que decirme. Y si me cesan, pues que me cesen.

            Claro que esto lo digo porque nunca he tenido ninguna prebenda gubernamental, que a saber lo que haría si la tuviera. Es muy fácil presumir de no haberse nunca vendido cuando nunca le ha querido nadie comprar a uno.

Jueves, 14 de abril
 ME CONFORMO

Un largo paseo matinal en este día de hermoso azul, como recién creado. Al volver a casa, en una ventana me encuentro con la bandera de la República. Lleva el escudo, cosa poco frecuente. La corona de ese escudo, la corona de Castilla, le salvó de desaparecer en más de un edificio oficial. La ilusión de aquel otro 14 de abril, que no viví, pero del que leí tanto, y con el que soñé tanto que es como si lo hubiera vivido, vuelve a mí, aunque sea solo por unos instantes.

            Sigo soñando con la república, pero ahora me conformo —monarquía o república— con tener un jefe del Estado que no se dedique a acumular dinero negro, que no nos avergüence. 

Viernes, 15 de abril
SIN COMENTARIOS

Es la impactante noticia que abre todos los telediarios: la fuerza aérea británica bombardea Dublín y, simultáneamente, comienza la invasión de la isla. Desde que llegó al poder el partido Irlanda Una, Grande y Libre, cuyo primer objetivo es la liberación de toda la isla, los ataques al Úlster han sido continuos. Después de varios intentos de acuerdo, el gobierno británico —que tuvo más paciencia que con las Malvinas— se ha decidido a intervenir. Las represalias de la Unión Europea contra la potencia que la humilló con el Brexit han sido inmediatas: se suspende cualquier intercambio comercial, se incautan los bienes de los ingleses residentes en el extranjero, se prohíbe la BBC, se cierran los centros del Instituto Británico, se cancelan las representaciones de Shakespeare, se retiran los libro de Dickens y Agatha Christie. A Irlanda comienza a llegar ayuda humanitaria de todas partes, especialmente en forma de armamento de última generación y de dinero para contratar mercenarios.

            Este es el argumento de la novela que estoy planeando, una distopía que deje entrever lo que pienso y no me atrevo a decir sobre el actual conflicto bélico.