domingo, 29 de mayo de 2011

Al otro lado: Un poco de autocrítica

Sábado, 21 de mayo
APRENDER A MIRAR

 “¡Siempre comparando una cosa con otra!”, me dice Martín Caicoya. “A las cosas hay que aprender a verlas en sí mismas”. Pues si es así a mí me queda todavía mucho por aprender. Llego hasta la playa de Gulpiyuri, que juega al escondite con el mar, y de inmediato pienso en la Fontana de Trevi. Un prodigioso telón escultórico y el agua que brota en fresco borbotón entre las rocas; delante, un pequeño semicírculo de plácidas aguas. Claro que no hay monedas en el fondo, ni está Anita Ekberg, ni se apretuja en torno el caserío romano. Pero eso son detalles menores. Las esquilas de las vacas, el canto de los pájaros. Desciendo hasta la limpia arena y me dejo asustar por el wagneriano y espumeante rumor del agua. Hay diferencias, claro, entre el artificioso Bernini y la refinada naturalidad del autor de Gulpiyuri, que aunque tenga miles de años ha sido capaz de hacer una instalación rigurosamente contemporánea.


Nunca veo solo una cosa cuando veo una cosa sola, cuando estoy en un lugar nunca estoy en un solo lugar. Camino sobre los acantilados del cabo de San Emeterio, en el oriente de Asturias, casi ya en Cantabria, y el bosque mediterráneo, el azul del mar, la transparencia de la luz me devuelven a la bahía de Nápoles, a Ischia y Prócida, o a los alrededores de Sorrento. “No se parecen en nada”, me dice Martín. Pero yo sigo con mis asociaciones y un peñasco clavado en las aguas y con tupida cabellera arbórea me trae a la memoria, no la Sicilia real, donde no he estado nunca, sino la del poema de Góngora que canta el amor de Acis y la furia de Polifemo. “Ese peñasco parece el que arrojó el cíclope para aplastar a los amantes”. Pero no: parece el mismo cíclope que se adentra en las aguas para alcanzarlos.
            ----Debes aprender a mirar. Recuerda el poema de Miguel d’Ors: “Maldito Baudelaire, malditos Goethe y Borges / que ahora que contemplo / la luna no me dejan ver / la luna”. Las telarañas de tus lecturas no te dejan ver el mundo.
Pero lo que yo recuerdo es la réplica de Víctor Botas: “Benditos Baudelaire, benditos Goethe y Borges / que ahora que contemplo / la luna, me permiten ver / en ella / cosas que no verá ningún astrónomo”.
La Fontana de Trevi no me impide ver la playa de Gulpiyuri; la ilumina para mí con una luz distinta, la vuelve aún más prodigiosa. Tampoco me tapan el mundo, sino que acentúan su hermosura, los versos que me vienen a la memoria, cuando, tras dejar la cueva del Pindal, paseo por el borde  de los acantilados: “De este, pues, formidable de la tierra / bostezo, el melancólico vacío / a Polifemo, horror de aquella sierra, / bárbara choza es, albergue umbrío”.




Domingo, 22 de mayo
UN MUNDO MEJOR

El mundo sería mejor si abundara más el egoísmo inteligente y menos la bondadosa bobería. “Quieres decir si hubiera más gente como tú y menos como yo”, se burla una. amiga.


Lunes, 23 de mayo
LA FLOR AZUL

¿Por qué habrá más tontos en la izquierda que en la derecha? ¿Por qué el deporte favorito de la gente que se dice de izquierdas será tirar piedras contra su propio tejado, meter goles en la propia portería? Digiero como puedo el desastre de ayer en la tertulia del Colonial.  “Más ingenuos sí que hay, más gente que se preocupa menos de su propio interés que de cambiar el mundo”. “Pues deberían preocuparse un poquito más de lo que les conviene sobre todo cuando hay elecciones”. “A ti, que eres un hombre del sistema, lo que te fastidia es que haya muchos, sobre todo jóvenes, pero no solo, que están contra los políticos en general, que creen que otro mundo es posible”. “A mí lo que me fastidia es que los que están contra los políticos en general, contra los de izquierdas y los de derechas, sean todos de izquierda”. “Pero no me negarás que resulta ilusionante ver a todos esos jóvenes sentados en las plazas luchando por un mundo mejor. Aunque no consigan nada”. “Ya han conseguido algo, que la victoria de la derecha sea aún más arrolladora de lo que se temía”.


Trato de pensar en otra cosa. En la flor azul, por ejemplo, que un amigo me señaló en el suelo mientras caminábamos cerca de las ruinas del Monasterio de Tina. Era la flor azul que crece en un lugar inaccesible y que el héroe de los cuentos de hadas ha de encontrar tras largas penalidades. Allí la tenía, a mi alcance, exactamente igual que como tantas veces la había soñado. Y allí la dejé. Si la hubiera traído conmigo, si fuera de verdad mágica, si pudiera concederme tres deseos, ¿qué le pediría?
Para no pensar en lo que se avecina ni en las plazas llenas de tontos útiles, me entretengo en pensar en lo que le pediría si de verdad fuera la flor mágica de los cuentos. Me atengo a la sabiduría popular: salud, dinero y amor. De momento, lo primero y lo segundo no necesito pedirlo (lo segundo, que nadie se enfade, no porque tenga mucho sino porque me basta con poco). ¿Y lo tercero? Me paso la vida hablando de mis amores, pero creo que nunca me he enamorado de verdad (salvo de mí mismo). Hice bien en no cortar la flor que encontré en el bosque porque también en el amor lo que más deseo es lo que ya tengo: muchos pequeños amores que me dejen algo que contar y ningún gran amor. En las relaciones de pareja he tenido poca suerte. De cuánta felicidad librado. Y sin necesidad de ninguna flor azul.


Martes, 24 de mayo
HAGO TRAMPA

Me ha costado, pero al fin lo he conseguido. No todo han de ser malas noticias. La fiera literaria, ese panfleto a la antigua usanza, fotocopiado y grapado, que arremete con zafio humor contra todos los escritores que venden mucho o tienen talento, por fin ha vuelto a arremeter contra mí. Al principio me atacaban, pero luego dejaron de hacerlo. Y eso me deprimía bastante. ¿Habrán descubierto que, aparte de no vender ni mucho ni poco, tampoco tengo talento? Acaba de llegarme el artículo que publicarán en un próximo número, y por fin puedo respirar aliviado. Me llaman: “pobre tuerto que reina en un entorno de ciegos”, “cateto sin ideas, con mentalidad provinciana, sensibilidad culera y formación de bodrioteca”, “¡so lila!”, “enano”, “jilipuertado”, “insignificante plumilla del norte”, “cenutrio”, “tonto del culo”… No me puedo creer tanta maravilla. El resentido termómetro de La fiera no se equivoca nunca. ¡Vuelvo a estar entre las personas de talento! Claro que para conseguir esa arremetida, que tanto me levanta el ánimo en estos malos días, he tenido que hacer trampa. Les he criticado públicamente (nadie lo hace, para no darles cancha), y hasta he citado algunos de sus párrafos (no cabe mayor descrédito). Y ellos reaccionan a la estocada. No sé yo si eso valdrá como demostración de talento. Pero si no lo tengo, sería la primera vez que insultan a alguien que ni vende mucho, como Marías, ni tiene talento, como Muñoz Molina.


Miércoles, 25 de mayo
TRISTÁN

Del monasterio de San Antolín de Bedón se cuentan muchas historias de fantasmas. Yo también tengo la mía. En la tarde gris, ya casi oscurecido, en ruinas y comido por las malas yerbas, entre alisos y abedules, cerca del río y la playa, era la imagen misma de la melancolía. Primero dejó de ser monasterio benedictino, luego dejó de ser iglesia parroquial; la desamortización lo puso en manos privadas y el tiempo lo ha dejado en manos de nadie.


Doy vuelta a los muros, me asomo a las ventanas rotas, trato de escuchar algunas de las misteriosas voces que otros han escuchado, pero solo se oye el ronroneo de la cercana autovía y, si se aguza el oído, el calmo murmullo del mar. Una yegua y un potrillo, que pastan junto a sus muros, son lo único vivo. El potrillo, nada más sentirme, alza la cabeza, me mira un instante y en seguida viene trotando hacia mí, como si me conociera. Yo también creo que le reconozco e instintivamente me llevo la mano al bolsillo en busca de terrones de azúcar. Era yo muy niño cuando me hice amigo del potro más joven de la yeguada de unos vecinos. Guardaba siempre los terrones sobrantes cuando mis padres tomaban café en alguna cafetería. Nada le gustaba más a aquel animal sobre el que yo cabalgué alguna vez. Lo tenía olvidado. Ni siquiera recuerdo su nombre. Ahora lo vuelvo a encontrar. Le acaricio el cuello, le doy palmadas en el lomo. Tan feliz él como yo de volver a estar juntos.


Pero tengo que irme. Los amigos que me han traído tienen prisa, han de llegar a tiempo a Oviedo para escuchar un concierto. El caballito me sigue y cuando ve el coche se queda quieto mirándome tristemente. Entonces se me ocurre un nombre: Tristán. Quieto, con sus grandes ojos fijos en mí, me ve alejarme, subir al automóvil. ¿Quién me iba a decir a mí que en estas ruinas en las que no había estado nunca iba a encontrar a uno de los más queridos amigos de mi infancia? Y lo he vuelto a abandonar, pero él no me abandonará ya nunca.


Jueves, 26 de mayo
UN TÍPICO ESPAÑOL ATÍPICO

“Tú no sabes conversar, tú solo sabes lanzar cuchilladas contra el punto más débil de tu interlocutor”, me reprocha un amigo. Sonrío. En el libro que acabo de comprar, La diplomacia del ingenio, de Marc Fumaroli, he subrayado, poco antes de que él llegara, una cita de Huarte de San Juan: “Cuando habla, el español lanza agudos dardos que en el momento preciso hieren indefectiblemente al adversario en su punto más débil”.
Carezco, como Otelo, “del don de las blandas frases apacibles”, pero por eso mismo parece que podría presumir, si me diera por ahí, de ser muy español (aunque no lo parezca: me caen bien los catalanes  y aún mejor los vascos).




Viernes, 27 de mayo
EN OTRA PARTE

A veces, como al Cándido de Voltaire, me dan ganas de desentenderme de todo y retirarme a cultivar mi huerto. He de hablar con Jorgelina, la guardesa de la finca y el palacio del conde de Vega del Sella, para ver si necesitan un ayudante de jardinero. Cuando el otro día, con los amigos del Círculo de Valdediós, paseaba entre los camelios y los magnolios, admiraba las hayas rojas y las araucarias de Chile, los raros alerces o los robles australianos, las gigantescas azaleas o esa especie de Laoconte expresionista que es el Myoporus Laetum (me resisto a llamarle por su feo nombre vulgar), pensaba que ese era el único lugar del mundo en que yo podría vivir encerrado entre altos muros y ser feliz. Pero ¿en qué le podría ser útil a la gentil Jorgelina? Seguro que, después de causar algún estropicio, me mandaba sentarme en uno de los bancos que sombrea la araucaria de Norfolk y escribir versos: “Miro a lo lejos / las laderas brumosas…”. Pero yo sé que, incluso en el paraíso, pronto querría estar en otra parte.


domingo, 22 de mayo de 2011

Al otro lado: Soy un conservador

Sábado, 14 de mayo
WAGNER EN LOS PRADOS

“La inmensidad nos lleva en su seno. Habitamos el todo lejano”. En medio del barullo del centro comercial, leo a André Comte-Sponville, que habla del alma del ateísmo y de una espiritualidad sin Dios: “Es lo que todo el mundo puede experimentar, por la noche, al mirar las estrellas. Solo es necesario un poco de atención y silencio. Basta con que la noche sea negra y clara, que no encontremos en el campo, que levantemos la cabeza, que nos tomemos tiempo para mirar, para contemplar, para quedarnos callados… La oscuridad, que nos aleja de lo más próximo, nos abre a lo más lejano. No podemos ver a cien pasos. Y sin embargo vemos, a simple vista, lo que se encuentra a miles de millones de kilómetros”.
            Estoy en el Caffè di Roma, como todos los sábados y como a mí me gusta estar, solo entre la gente, pero acabo de escuchar a Eva Maria Westbroek y a Jonas Kaufmann, a los gemelos Siglinda y Sigmundo, que descubren su amor y tras arrancar la mágica espada Nothung se adentran en el bosque primaveral. He llorado, escuchándolos, de felicidad. El amor que ellos tienen yo también lo tuve y lo he perdido. ¿Lo he perdido? La música me lo trae de nuevo y yo me dejo acariciar por ella. Ahora, mientras espero que comience el segundo acto de Die Walküre, que James Levine dirige en Nueva York, leo El alma del ateísmo, de André Comte-Sponville: “¿Que se trata de una experiencia banal, una experiencia familiar? Sí, pero no menos turbadora cuando consentimos sumergirnos, abandonarnos y perdernos en ella. El mundo es nuestro lugar; el cielo, nuestro horizonte, y la eternidad, nuestro presente. Esto me hace sentir más emoción que la Biblia o el Corán. Y me sorprende más que los milagros, si creyera en ellos. Andar sobre las aguas, ¡qué fruslería al lado del universo!”. O al lado de este simple café que me tomo en Los Prados en medio del barullo familiar y suburbial del fin de semana, a la espera de que el telón se alce de nuevo en el Lincoln Center y yo esté allí, sin dejar de estar aquí, mudo testigo del prodigio.


           
Domingo, 15 de mayo
DESEO SIN POSESIÓN

Salgo del cine, después de ver Midnight in Paris, impaciente por llegar a casa, encender el ordenador y comprarme unos billetes de avión. La última película de Woody Allen no pasa de ser una agradable nadería, pero como spot publicitario no tiene precio. No me extraña que todas las ciudades quieran que ruede en ellas. ¡Cuánta nostalgia de París, ya en la inicial colección de postales!
Nunca he vivido en París, solo he pasado por ella. Quizá por eso nunca me defrauda. Leo  “El París que yo viví”, de Alfredo Bryce Echenique, en el último Cuadernos Hispanoamericanos: “Cuando a fines de octubre de 1980, abandoné París rumbo a una pequeña ciudad del sur de Francia, al cabo de casi tres lustros de Ciudad Luz, sentí que había logrado realizar el sueño de muchos, muchísimos parisinos”. Y recuerda una canción: “Pobre gente de París, / que no vive muy feliz…”
            Nunca he vivido más que unos pocos días en ninguno de los lugares que más amo, nunca he vivido con quien quiero, con quienes he querido, más que unos pocos días, a veces unas horas. Como cantaba un cantante cubano, citando a Campoamor, es mejor deseo sin posesión que posesión sin deseo. Me gusta de vez en cuando, muy de vez en cuando, pasar unos días contigo en París o en Pontevedra (si es contigo –siempre igual, aunque siempre diferente— cualquier lugar es el paraíso). Pero también me gusta ir solo y dejarme mimar por la ciudad y fantasear con que al final me ocurra lo mismo que al protagonista de la película de Woody Allen, esa grata ensoñación de un cineasta que alguna vez tuvo talento y que ahora alquila al mejor postor los restos de su inteligencia.

  

Lunes, 16 de mayo
MEA CULPA

En un suplemento dominical encuentro un artículo de divulgación sobre el arte de discrepar sin discutir: “La  clave está en el impacto emocional de nuestras palabras, no en su contenido. No es el desacuerdo lo que nos hace discutir. Es el sentirnos ofendidos, atacados, menospreciados, o cualquier otro sentimiento que se desprenda de la manera en que nos hablan”.
            Sonrío algo avergonzado al recordar el incidente del jueves en la galería de Guillermina Caicoya. Me convocaron para una mesa redonda en torno a “El cuerpo” y yo acepté porque uno de los participantes iba a ser una persona “cuyo cuerpo es su instrumento de trabajo”, una prostituta, y sentía cierta morbosa curiosidad. Pero, con muy buen criterio, decidió no acudir y yo tuve que aburrirme escuchando el interminable currículum de un presunto artista que también trabaja con su cuerpo y que practica el arte de la provocación. Al final, en el coloquio, dije no sé que banalidad y él lo tomó como un insulto. Ahora me doy cuenta de que tenía toda la razón al sentirse ofendido. El tono le hizo adivinar lo que yo pensaba: que sus tediosas, y a ratos asquerosas, provocaciones tenían con el arte la misma relación que los bufones con la pintura de Velázquez. En mi intervención me había limitado a leer tres maravillosos poemas de Esto es mi cuerpo, el libro de González Iglesias. El presunto artista me gritó: “Pues yo también podría decir que con esos poemas tuyos me limpio el culo”. Yo ponía cara de ingenuo y de no saber a qué venían aquellos exabruptos en respuesta a unas palabras banales (claro que también ayudó el lenguaje no verbal: cuando llevaba media hora glosando su currículum, abrí un libro y fingí concentrar en él toda mi atención). Qué hipócrita soy. En realidad, había conseguido exactamente lo que pretendía.
            Sigo leyendo: “Quienes tienen dominio sobre la palabra adecuada no ofenden a nadie. Y no obstante dicen la verdad. Sus palabras son claras pero nunca violentas… Dicen lo que quieren decir evitando siempre humillar al interlocutor”. Es exactamente mi caso. Yo siempre procuro no ofender a nadie, salvo que quiera hacerlo.



Miércoles, 18 de mayo
CUIDAR AL PERSONAJE

Mientras espero, en la librería Cervantes, que llegue la hora de presentar Campo de los patos, la revista de Antón García, hojeo las novedades. Por primera vez, leo en una contraportada, se publican los Cuentos completos de Borges en un único volumen. ¿Los cuentos completos? Basta ver el índice para darse cuenta de que faltan “La intrusa”, “El evangelio según Marcos”, todos los que incluye El informe de Brodie, salvo el que da título al conjunto. No pocos –como se dice en el prólogo, que también falta, a propósito de los relatos juveniles de Kipling —“son lacónicas obras maestras”. Y añade: “Alguna vez pensé que lo que ha concebido y ejecutado un muchacho genial puede ser imitado sin inmodestia por un hombre en las lindes de la vejez, que conoce el oficio”.
            Naturalmente los amigos que me acompañan quedan admirados de mi erudición. “Pues Manuel Rodríguez Rivero, al mencionar este libro el sábado pasado no aludió a que faltara nada”, me dice uno. “No me extraña –le respondo yo—, con tantos libros cada semana no es que no tenga tiempo de leerlos (y eso explica que elogiara tanto la última novela de Marías), sino que a veces ni siquiera tiene tiempo de hojearlos, como les ha ocurrido a los editores de Lumen”.
            Me callo que hace días que he recibido estos Cuentos completos  y los he comparado con El informe de Brodie y que, poco antes de venir, he releído el prólogo a esa recopilación. Mi alarde de erudición estaba minuciosamente preparado. Hay que cuidar el personaje.



Jueves, 19 de mayo
LA REVOLUCIÓN, JA, JA

Cuando llego a la cafetería de costumbre, me dice la camarera: “Su amiga Elena ha pasado por aquí y le espera en la plaza de la Escandalera”. “Pues que espere sentada”, pienso yo. Anda ahora muy entusiasmada con eso del 15-M y la democracia real. “¡Vamos a hacer aquí una revolución, como en Túnez!”, repite. Yo, que soy menos ingenuo y más pragmático, pienso que al perro flaco todo se le vuelven pulgas y que este botellón sin botellón era lo que nos faltaba para que la derecha que se avecina pueda proclamar dentro de poco una vez más aquello de “desarmado y cautivo el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos”.
            --Tú lo que eres es un conservador, aunque te dices de izquierda.
            --Un conservador, sí, pero solo de lo que merece ser conservado.
            --Tú defiendes esta democracia de pacotilla al servicio de los mercados.
            --Pues ya me dirás en qué época de la historia de España o en qué país hubo o hay una democracia que fuera menos de pacotilla.
            --¡Yo no estoy dispuesta a que nos bajen el sueldo o a que nos suban la edad de jubilación solo porque lo pidan los mercados!
            --Pues yo sí, si la alternativa es que los intereses de la deuda suban tanto que no podamos pagarlos, el país vaya a la bancarrota y en consecuencia no se baje el sueldo a los funcionarios y no se congelen las pensiones, sino que deje de pagar a funcionarios y pensionistas.
            --¡Nosotros queremos que las cosas sean de otra manera! ¡Que la Universidad sea gratuita! ¡Que haya trabajo de calidad para todos y que ningún licenciado tenga que ganarse la vida como camarero!
            --Quieres que la Universidad sea gratuita. Muy bien. Eso quiere decir que los profesores no cobrarían sueldo, las limpiadoras tampoco, ni por supuesto los arquitectos ni los trabajadores que construyen los edificios, ni la compañía eléctrica ni…
            --¿Qué tonterías dices? Claro que todos cobrarían, y un sueldo digno.
            --Entonces tú no quieres que la Universidad sea gratuita, lo que quiere es que su coste, cada vez más elevado, no lo asuman, ni en todo ni en parte, quienes se matriculan en ella, sino todos los contribuyentes. Que la cajera del supermercado ceda una parte de su sueldo para que los hijos de los banqueros y de los especuladores inmobiliarios puedan estudiar gratis si les da por ir a una universidad pública.
            --¡Tú no conoces la vida real! ¡Yo quiero una democracia que me garantice trabajo para todos y no cualquier trabajo!
            --¿Y quién no quiere eso? Lo que está en cuestión es el método para conseguirlo. Si conoces alguno, si los de la democracia real (más bien deberían llamarse “democracia ideal”, la real, con todas las imperfecciones de la realidad, es la que tenemos) conocen alguno que nos lo expliquen. Seguro que ganan el Nobel de economía del próximo año.
            --¿Y tú qué pretendes que, estando como estamos, no hagamos nada?
            --Que cada uno haga lo que crea conveniente, ir a votar o no, manifestarse o no, pedir la luna o no. Pero que tenga en cuenta el fundamente básico de cualquier teoría política: “Si las cosas están mal, lo primero que hay que hacer es procurar no ponerlas peor, aunque sea con la mejor intención del mundo”.


domingo, 15 de mayo de 2011

Al otro lado: En el camino

Sábado, 7 de mayo
JUGADOR DE AJEDREZ

Aunque no sé jugar al ajedrez, soy un buen jugador de ajedrez. Tengo en cuenta todas las opciones. Soy un calculador nato, un experto en planes alternativos para salirme siempre con la mía. “Vamos, que eres como la izquierda abertzale”, se burla un amigo. “Hoy precisamente el Gara habla de ti”, “¿Habla de mí?”, “Sí, mira lo que escribe Ramón Sola: Los partidos vascos han respirado con alivio, pero también las mentes más lúcidas del Estado español, que sabían que vetar a Bildu alimentaba el independentismo en dos ámbitos claves, la búsqueda de mayorías sociales en Euskal Herria y la implicación de la comunidad internacional”, “Estoy de acuerdo, pero ¿dónde habla de mí?”, “En lo de las mentes más lúcidas”, por supuesto.
Acepto la broma, bien merecida. Siempre me creo más listo que nadie y siempre acabo como el burlador burlado. Planifico mi vida como una jugada de ajedrez, ya lo dije. Pero a veces alguien hace un movimiento inesperado y toda mi cuidadosa estrategia se derrumba. Nada en mi futuro será ya como yo esperaba. Tenía minuciosamente pensados los próximos capítulos de mi vida y ahora he de prescindir del principal protagonista.


En estos casos, cuando no sé qué hacer, siempre hago lo mismo. Me pongo en camino. La primera parada, en este sábado triste, es en Bilbao, que hoy se parece, lluvioso y desangelado, al alma mía. Subo al ascensor de Begoña (nada me gusta más que los ascensores urbanos, a no ser los funiculares) y contemplo el negro caserío. Recuerdo a Unamuno, a Blas de Otero, a Gabriel Aresti: “Cuánto Bilbao en la memoria”. Siempre me he sentido bien aquí y ahora también me siento menos mal, menos desamparado. A cada poco parece que va a aclarar el día, pero en seguida vuelve la lluvia intermitente. Recuerdo la vieja broma del imperio austrohúngaro: “La situación es desesperada, pero no seria”. Trato de reírme un poco de mí mismo. ¿Cuántas veces me habrán roto el corazón, no ya en los últimos años, sino en los últimos meses? Incontables, demasiadas para que mi desesperación pueda ser tomada en serio, ya lo sé. Pero no por eso mi angustia es menor.


Cuando no sé qué hacer, siempre hago lo mismo: me pongo en camino. La siguiente parada es en Orthez, que alguna vez fue capital del reino protestante de Béarn. Desolado y vacío, provinciano y muerto, hoy también se parece a mi alma. Antes que nada, como siempre que llego a una ciudad por primera vez, subo al punto más alto, en este caso la torre del castillo Moncade. En la terraza, a la que llego por empinadas escaleras, el viento agita la bucólica bandera del condado: dos vacas rojas sobre un fondo amarillo. Y yo tengo a mis pies toda la ciudad y allá al fondo la muralla azul de los Pirineos. Cierro los ojos y dejo que me acaricie la aspereza del viento. Desde aquí arriba, cómo se va volviendo pequeñito, casi insignificante, quien llegué a creer mi vida entera.


Mi vida: un castillo de naipes que al menor soplo se viene abajo. Pero yo resisto bastante bien el vendaval. Y siempre empiezo de nuevo. Desciendo por la Rue Moncade, visito la casa de Jeanne d’Albret, escucho el silencio en el diminuto jardín, busco el Hotel de la Luna, donde se hospedan los peregrinos de Santiago, escondido tras un portal cualquiera de la calle del Reloj, atravieso un paso a nivel y me llego hasta el Puente Viejo. Las aguas del río son de un verde atormentado. Colecciono puentes, lo he dicho muchas veces. Atravieso este, con su torre medieval en medio y llego hasta una empedrada calle de otro tiempo. Hay un portón que se abre a un jardín inmenso, o eso parece visto desde la calle. Se escucha el rumor de una fuente, un canto medieval, el solitario trino de algún pájaro. No me atrevo a entrar. Sé que ahí me estás esperando tú, tú a quien no he visto nunca y a quien no puedo dejar de ver todos los días. Tú, que no existes y sin embargo das verdad a mi vida.


Domingo, 8 de mayo
PLACE ROYAL

Tarda el día en sonreír, pero lo hace finalmente. Recorro el Boulevard des Pyrénées, a un lado el castillo de Enrique IV, al otro el Palais Beaumont. Lamartine decía que era la más bella vista desde la tierra, como Nápoles la más bella vista desde el mar. Ahora es un gris paseo cualquiera, con las altas montañas resguardadas tras su bufanda de nubes. Pau parece que me vuelve la espalda. Y en la Place Clemenceau, una placa sujeta a un árbol añade sombra a la sombra. Dice así: “A la memoire / de notre camarade / J. Loustalet / Prisonnier de Guerre / Torturé Fusillé et Pendu / a cet Arbre par les / Allemands le 14 Juin 1944”. Los transeúntes pasan indiferentes y unos niños juegan junto al árbol del ahorcado; yo no puedo apartar de mis ojos el cuerpo torturado, el extraño fruto que alguna vez colgó de sus ramas. En el parque de Beaumont hay otro árbol con una placa, pero este trae recuerdos más felices. Dice que lo plantó el rey Oscar, en memoria de su abuelo Bernadotte, mariscal de Francia, el 8 de abril de 1899. Yo sé de dónde venía cuando plantó este árbol. Después de visitar San Juan de Luz se acercó hasta Hendaya y Fuenterrabía; al pisar suelo español gritó: “Vive l’Espagne!”. De ese grito se hizo eco Rubén Darío en uno de sus Cantos de vida y esperanza: “Así, Sire, en el aire de la Francia nos llega / la paloma de plata de Suecia y de Noruega, / que trae en vez de olivo una rosa de fuego. / Que a los reinos boreales el patrio viento lleve / otra rosa de sangre y de luz españolas, / pues sobre la sublime hermandad de las olas, / al brotar tu palabra, un saludo le envía / al sol de medianoche el sol de Mediodía”.
Llevo conmigo toda la pesadumbre de Sísifo; una vez más, ha rodado montaña abajo y sabe que no le queda más remedio que, cargar al hombro la pesada piedra e iniciar una vez más la ascensión. Afortunadamente también me acompaña la biblioteca de la memoria: la situación es seria, pero no desesperada.


De pronto, en el callejeo sin rumbo, al doblar una esquina, me encuentro con la aguja de la iglesia de San Martín convertida en filigrana de oro por el sol que en el último momento ha conseguido asomar entre las nubes. La contemplo asombrado, deslumbrado, y un poco más allá, en la Place Royal, veo por fin los Pirineos, entre nubes y claros, subrayados por un tenue y remoto arco iris.


Lunes, 9 de mayo
HOMENAJES

En la luminosa mañana de domingo recorro la solitaria carretera que lleva de Pau a Tarves. Discurre paralela a los Pirineos, que se alzan soberbios tras los verdes prados y los dispersos caseríos. A la memoria me vienen unos versos de Juan Ramón Jiménez que aprendí cuando niño: “Pastor, toca un aire dulce / y quejumbroso en tu flauta, / llora en estos valles llenos / de languidez y añoranza; / llora la hierba del suelo, / llora el diamante del agua, / llora el ensueño del sol / y los ocasos del alma. / Que todo el valle se inunde / con el llanto de tu flauta; / al otro lado del monte / están los campos de España”.


En Tarves me recibió un redoble de tambor y un grupo de soldados que recorría marcialmente la calle principal. Iban a rendir homenaje al soldado desconocido. El 8 de mayo de 1945 tuvo lugar la rendición, sin condiciones, de Alemania. Asistí a la ceremonia, escuché cantar la Marsellesa y grité emocionado “Vive la France, vive la liberté!”. Un grupo de jóvenes marineros fueron condecorados. No me parecieron muy marciales. Dos de ellos se desmayaron, y otro tenía a su madre enfrente que continuamente le hacía gestos para que se colocara bien el uniforme o para que respirara hondo. Fue esa madre la que avisó de que uno comenzaba a tambalearse y así pudieron sujetarle antes de que cayera al suelo.  


Mientras los prohombres del departamento de los Altos Pirineos y algún anciano superviviente depositaban repetidas coronas florales, recordé, siempre tengo versos a mano, un poema de Jesús Munárriz: “¿Desconocido? El padre / del que me enterró aquí, debajo de la llama, / será el desconocido. / A mí me conocía todo el mundo en mi pueblo, / y eso que no es pequeño. / Me querían, también. Y me han llorado / al darme por perdido. / Desconocidos los que me llamaron a filas, / me sacaron de casa, me vistieron de caqui, / me endilgaron un arma / y pretendieron que matara gente / disfrazada también, aunque de otro color”.
Pacifista, antimilitarista, yo también le haría decir al soldado desconocido lo que le hace decir Munárriz: “Apaguen ese fuego, por favor; / arranquen de mi polvo esas letras de bronce. / Más leve es de civil la eternidad”.
Y sin embargo, uno es así de contradictorio, me emocionan los ritos, los desfiles, los vivas a la patria, a cualquier patria, aunque de sobra sepa que a menudo son solo coartada de canallas.
La mañana de domingo termina en el mercadillo de la Place Mercadieu, con su aparatosa fuente de los cuatro valles y una iglesia en el dintel de cuya puerta principal figuraban palabras españolas: “Todo se pasa, Dios no se muda. Quien a Dios tiene, nada le falta”. Me alegra encontrar en estas tierras a mi animosa amiga Teresa de Cepeda.”Al otro lado del monte / están las tierras de España”, me digo con Juan Ramón. Unos montes que cruzó en globo, como un personaje de Julio Verne, Jesús Fernández Duro. Una placa le recuerda en el funicular de Pau. Soportó tempestades de lluvia y de nieve a tres mil quinientos metros de altitud y a dieciocho grados bajo cero. No sabía yo nada de este héroe de los aires que había nacido en La Felguera en 1878 y que murió en 1906, pocos meses después de culminar su hazaña a bordo de “El Cierzo”.


Martes, 10 de mayo
MALA MEMORIA

Sigo siendo todos los que fui: el adolescente enamoradizo al que no pasa día sin que le rompan el corazón, el niño que colecciona cromos y al que cualquier cosa distrae. De este último paseo por el sur de Francia me he traído muchos cromos para mi colección. La ciudad fortificada de Navarrenx es el que yo prefiero.


Qué bien se siente uno, protegido por sus fuertes muros, comiendo a la sombra de los árboles en la Place des Casernes, junto a la puerta de San Antonio. Hay horas fuera del tiempo y las que pasé en Navarrenx fueron de esa clase. Si alguna vez me pierdo, que me busquen en el Hotel du Commerce, solo conmigo, con esta placidez amurallada y con la biblioteca de mi memoria. De Navarrenx, que no hubiera querido dejar nunca, me fui hasta Sauveterre-de-Béarn. La terraza que rodea la iglesia, allá en lo alto, le deja a uno tópicamente sin palabras. Al fondo, majestuosos y en marcial formación, los gigantes que me han hecho guardia durante el todo viaje, los Pirineos que nos separan de Francia según la letanía escolar, pero antes de llegar a ellos qué prodigioso espectáculo el castillo y las laderas floridas, la curva perezosa del río, la isla y el puente de la leyenda…


Aunque la sal no es lo mejor para las heridas, me fui a la cercana Salies-de-Béarn para que sus aguas termales me devolvieran el sosiego. Pero mientras tomaba un café en el fantasioso hall de vidrio y madera del Hôtel du Parc, tras cruzar los jardines que hacían soñar en encorsetadas rimas a Paul-Jean Toulet, me di cuenta de que ya ni siquiera recordaba qué era lo que había venido a olvidar.


domingo, 8 de mayo de 2011

Al otro lado: Llámalo X

Sábado, 30 de abril
TODAVÍA APRENDE

“¿Para cuándo la reseña del nuevo diario de tu amigo Trapiello? Yo creo que ya es una tradición, como la publicación anual de esos tomazos. Me divierte mucho ver cómo compensas cada elogio con dos o tres pataditas en los tobillos”.
“Ya no es mi amigo. Y no voy a hacer la reseña”.
“¿Y eso por qué? Si no es tu amigo, aprovecha para arrearle más fuerte”.
“Eso es lo que pensaba hacer. Pero resulta que Apenas sensitivo es todavía mejor que los tomos anteriores. Ha pasado por la clínica de adelgazamiento y vuelve mucho más esbelto y seductor. Cierto que mi examigo Andrés sigue poniéndose estupendo alguna que otra vez, como cuando divaga sobre si su diario es diario o novela (trascendental asunto), nos cuenta cómo se enfrenta a alcaldes o tutea a príncipes, o arremete, nuevo Prada, contra la izquierda porque aún no se ha dado cuenta de que Queipo de Llano y la Pasionaria son la misma cosa sanguinaria sin más diferencia que el cambio de sexo. O cuando lloriquea su humildad y su marginación del mundo literario mientras salta de sarao en sarao y de galardón en gallardón. Pero yo creo que se agradecen esas caídas de tono porque sin ellas sería casi insoportable la intensidad y el asombro de tantas páginas. Buena parte del libro se dedica a la promoción de su novela Los amigos del crimen perfecto. Esa crónica modélica podría formar un libro en sí misma; en ella hay lugar para el esperpento, para la amistad (qué maravilloso retrato el que hace de su acompañante, el joven editor Malcon Barral), para los relatos viajeros… ¿Cuántas veces nos habrá hablado Trapiello de Lisboa? Pues vuelve a hacerlo y de su mano paseamos por esa ciudad como si lo hiciéramos por primera vez”.


“O sea, que el libro te ha gustado. Pues deberías escribir la reseña”.
“No, porque tendría que ser elogiosa y yo no pienso elogiar más a Trapiello en público. Que lo haga Jordi Gracia, que lo mismo vale para un roto que para un descosido y que es el crítico que se merece. La verdad es que me ha sorprendido desagradablemente en este tomo. Yo pensaba que, a su edad y con su soberbia, ya no haría más que de ir acentuando sus defectos hasta estrellarse por completo. Pero no. Ha sido capaz de tomar las riendas y de un tirón enderezar la prosa autosuficiente que iba cuesta abajo. Incluso cambia de opinión sobre las librerías. Se ha pasado la vida denostando las novedades y ahora afirma que hoy todo el que frecuenta las librerías de viejo sabe que los libros que se pueden leer están en las librerías de nuevo, al contrario de lo que ocurría años atrás. ¡Vivir para ver! Cualquier día hasta sustituye las molestas X por los nombres de las personas a las que se refiere. Bousoño y señora, por ejemplo, que asistieron a una surrealista cena en Oviedo tras la conferencia de Tribuna Ciudadana. Yo también estuve allí y puedo asegurar que no carga las tintas. Es más inteligente de lo que yo creía. No lo hace de inmediato, para que no se note, pero tiene muy en cuenta las opiniones ajenas. Domina la prosa como nadie: sabe emocionarnos con la muerte de un perro, hacernos reír con las tonterías propias y ajenas, aspirar el perfume de un jardín como el del Carmen de la Victoria, en Granada, o el de Muñoz Rojas en su conventual y romana finca de Antequera… Yo creo que con este diario lo he pasado mejor que con ningún otro. Todo era consabido y todo sabía a nuevo. Lamentaba que me fueran quedando cada vez menos páginas para disfrutar”.
“Pues si es así yo creo que estás obligado a escribir la reseña”.
“De ninguna manera. No pienso volver a elogiar a Andrés Trapillo en público. Y a ponerle reparos, mucho menos, que luego va y aprende, y eso le sirve para aumentar aún más la distancia que nos saca a los que nos dedicamos al mismo oficio”.




Domingo, 1 de mayo
ENCONTRADO, PERDIDO

Me acompañó hasta el portal de casa, muy sonriente, pero se negó a seguir más allá. “No, no subo porque acabaría acostándome contigo y no quiero desilusionarte”. “No te preocupes, le dije, en esos asuntos suelo ser yo el que desilusiono”.


Lunes, 2 de mayo
TARDE DE FIESTA

¿Podrías vivir sin que nadie te quiera?, me pregunto. Podría. Pero no podría hacerlo sin nadie a quien querer.
Y me paso la aburrida tarde de fiesta con un café y dos o tres libros y dándole vueltas en la cabeza a mi historia con X, igual a tantas otras y tan distinta a todas.




Martes, 3 de mayo
COSECHA

José María Prieto, catedrático de psicología y poeta, me envía un artículo sobre “el sijo coreano”, una estrofa poética de tres versos y cuarenta y cinco sílabas de la que ni había oído hablar. Cuanto termino de leerlo, me entretengo cultivando el sijo (pero sin contar las sílabas, eso se lo dejo para mis amigos Olay y Almuzara).
           
La brisa de la primavera derrite la nieve en las colinas. / ¿No podría igualmente hacer desaparecer la nieve que los años / han ido acumulando sobre  mi corazón?

A solas sentado en la orilla de la alberca / descubro un monje sonriente que me mira. / Yo le hablo y él me habla, pero solo se oyen mis palabras

Los infantes de marina lo inundan todo de blanca espuma, / el navío de guerra ha quedado en el puerto / como una gran botella de champán vacía.

Cuando tengo hambre, un plato de legumbres, / una taza de té verde cuando tengo sed / y arriba todo el cielo y en torno el universo.

En la estrecha cama duermo solo. / La gran luna de agosto entra por la ventana / y sonriente se tiende sobre mí.

De noche, en el río otoñal, lanzo y lanzo el anzuelo. / No pica ningún pez, pero regreso / con la barca hasta los topes de luz de luna.

Cuando me abandonaste, tomé la decisión de irme contigo. / ¿Qué tenía yo que hacer en esta vida? / Pero me acordé de un libro aún no acabado de leer…




Jueves, 5 de mayo
EN EL ANTIGUO INSTITUTO

La única manera que tengo de estar callado durante una hora escuchando a alguien sin interrumpirle, es ponerme a hacer algo. Mientras Luis García Montero nos lee los poemas de su último libro y nos los explica con didáctica minuciosidad, yo aprovecho para escribir tonterías mientras finjo tomar notas de la charla.

Envidio a la gente que no tiene tiempo para nada. Yo tengo tiempo para todo y luego no sé que hacer con el tiempo que me sobra.

Me he pasado el tiempo en la sala de espera esperando al amor sin darse cuenta de que hacía tiempo que lo tenía sentado a mi lado.

Se me da muy bien fingir que estoy enamorado.

Que terminen es lo que más me gusta de todos los sueños, especialmente de los que sueño despierto.

Solo me quiero a mí mismo, pero en ese mí mismo incluyo a mucha gente.

Trato siempre de no ser demasiado feliz, trae demasiados problemas.

Qué aburrida es la buena gente.

Nunca quiero saberlo todo de quien quiero; me gusta imaginar que guarda secretos inconfesables.

Me gusta ponerle zancadillas a la gente que admiro.

Gracias a estas y otras ocurrencias que voy anotando logro estar callado durante una hora y cuarto (mi récord hasta la fecha), pero al final el didactismo adquiere tintes más o menos mitineros y yo no puedo menos de intervenir. Ahora me ha dado por defender a los políticos, que por malos que sean no me parecen peores que la media de sus votantes (más bien un poquito superiores). Pero García Montero es un hombre paciente y, a pesar de la discusión final, y de que me burle un poco de su educada demagogia, creo que sigue siendo amigo mío.




Viernes, 6 de mayo
BRINES Y YO

“¿Has visto cómo te maltrata Trapiello en su último diario? Me imagino que le replicarás”, me dice el amigo que nunca se olvida de hacerme el favor de señalarme dónde se meten conmigo (cada vez en menos sitios).
“Lo he visto, pero está en medio de páginas tan hermosas, las dedicadas a Ronda y a Antequera, que lo pasé rápidamente sin prestarle mayor atención”.
“Pues te recuerdo cómo comienza: Al almuerzo acudimos los ponentes, cinco en total. El amigo X en presencia del amigo X está tenso. El amigo X está harto de que cada vez que está con el amigo X, este le hable de la raíz religiosa de sus poemas, pues el amigo X se ha considerado toda la vida un pagano. Sabiendo que el amigo X molesta al amigo X con ello, cada vez que se ven, cosa que el amigo X procura evitar, X le vuelve a sacar el asunto de la poesía religiosa para fastidiarle. Al amigo X, que lleva el escrutinio de todo y de todos, también le incomoda e irrita que en estos libros de uno se utilicen de modo tan indiscriminado las X. Al amigo X le irritan mis X, pero no las suyas, cuando las utiliza él. Las X de X son, pues, muy suyas”.


“¡Qué maravilla de párrafo! ¡El peor Trapiello en estado puro! ¿Ves cómo hago bien en no escribir una reseña? Si la escribiera, ¿en qué crees que me detendría? Pues en ese párrafo de las X, que probablemente solo entenderán dos personas en el mundo, Brines y yo. Y las cosas no son exactamente así. Nada de que yo saque siempre el asunto de la poesía religiosa para fastidiar a mi admirado Francisco Brines (si quiero, que a veces quiero, fastidiarle tengo otros muchos temas). Lo que ocurre es exactamente lo contrario. En un artículo de 1975, firmado por uno de mis heterónimos de entonces, se afirma de pasada que hay un cierto componente religioso en la poesía de Brines. Cuando lo encontré por primera vez, se dedicó a explicarme que su poesía no era religiosa. Empleó en ello exactamente cuatro horas. Y durante los veinte años siguientes, las veces que nos encontrábamos nunca empleó menos de dos horas en explicarme que no era un poeta religioso. Y en cuanto a las X, pues claro que yo las empleo a veces… Cualquier aprendiz de Casanova, sabe que el éxito en estos asuntos depende mucho de la discreción. Pero por lo general, en lugar de esa letra que se abre de piernas y alza los brazos al cielo, prefiero las perífrasis que lo dicen todo sin decir nada, o que no dicen nada pareciendo decirlo todo. Por otra parte, como todo el mundo sabe, yo miento mucho. Los amantes pueden ser reales, pero el amor del que tanto presumo es por completo imaginario”.


domingo, 1 de mayo de 2011

Al otro lado: Honra sin barcos

Sábado, 23 de abril
REDFORD SQUARE

Nunca confundo lo leído o lo soñado con lo vivido, pero a menudo lo recuerdo con más nitidez. Por eso, si pienso en la primera vez que estuve en esta ciudad, a la memoria me vienen las páginas de una novela de Pío Baroja: “La niebla y el humo iban espesándose a medida que nos acercábamos a Londres, y en la atmósfera, opaca y turbia, apenas si se distinguían ya los edificios de las dos orillas. Lloviznaba. Las grandes chimeneas de las fábricas vomitaban humo denso y negro; el río, amarillo, manchado de velas oscuras, arrastraba al impulso de la marea tablas, corchos, papeles y haces de paja”. Qué diferencia con la ciudad radiante y nítida de estos días primaverales. Para mí, sin embargo, tan llena de fantasmas como cualquier otro lugar en que he sido feliz y desdichado. Vuelvo, antes de regresar, a Bedford Square y acaricio la puerta de un jardín del que una vez tuve la llave. Dentro, sentados en la hierba, un corro de jóvenes conversa ajeno a mi melancolía.


Mi amigo John, al que conocí en Coimbra, me dejó su apartamento en una de las casas georgianas de la plaza y con él la llave que permitía entrar en los arbolados y frondosos jardines del centro del square, reservados solo a los residentes. Recuerdo una calurosa noche de verano, con la luna y todas las estrellas asomándose entre las ramas de cedros y castaños, en que estuvimos charlando hasta casi la madrugada. Se hablaba de amor y fantasmas, lo recuerdo bien. Y recuerdo también que alguien recitó unos versos de la Ilíada, cuando Héctor se despide de Andrómaca para ir a morir a manos de Aquiles, y ella le dice: “Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mis hermanos, / pero sobre todas las cosas eres el amor que florece”. Los dijo primero en inglés y luego en griego, mirando fijamente unos ojos que no eran los míos. Recuerdo también una de las historias que entonces se contaron. La mujer, separada y con dos hijos pequeños, que se va a vivir a un barrio de la ciudad en que no conoce a nadie. Solo la vecina de la casa de al lado se ha acercado a saludarla y a ofrecerle un pequeño pastel de bienvenida. Un día en que se retrasa la muchacha que cuida de los niños y ha de marchar al trabajo le pide a la vecina, por favor, que se encargue de ellos. En el trabajo, horas después, recibe una llamada de la muchacha, disculpándose. Ha tenido un pequeño accidente, siente las molestias. “No importa, dice la mujer, la vecina de la casa de al lado se ha encargado de los niños”. “¿La vecina? ¿Qué vecina? Pero si en esa casa hace tiempo que no vive nadie. La última vecina se volvió loca cuando la dejó su marido y asesinó a sus dos hijos pequeños”. Recuerdo esa historia ante la verja, ya siempre cerrada para mí, de Redford Square, y el final de un poema: “Los amigos se fueron, cada uno a su sueño, / y tú te fuiste más lejos que ninguno…”.
Más lejos, muy lejos, pero ni un solo paso has dado fuera de mi corazón.


Domingo, 24 de abril
EL RUISEÑOR CANTABA

Qué extraña resonancia tienen los versos cuando los oímos en la sala del cine. Christian, un adolescente, recita ante el ataúd de su madre el poema que ella le solía leer antes de dormirse. Le vemos de espaldas y frente a él los asistentes al funeral; en primera fila su padre, cuyos ojos se van llenando de lágrimas: “El ruiseñor cantaba. / Cantaba en el jardín de la iglesia, / donde las rosas blancas, / donde las flores perfuman el aire, / donde la hierba siempre es verde, / humedecida por las lágrimas de los vivos”.
Había tardado en decidirme a ver En un mundo mejor, la película de Susanne Bier. Sabía que hablaba de violencia y crueldad y maltrato infantil; no quería pasar un mal rato. Ahora escucho los versos de Christian, resonantes en el silencio de la sala, y me siento como quien participa en un rito iniciático:
La muerte interrumpió su trabajo / para escuchar al ruiseñor. / Salió por la ventana / para escucharlo más de cerca. / Una niebla gris y fría / abandonó con ella la estancia / donde agonizaba el emperador. / “Gracias, gracias”, dijo. / “Pájaro de los cielos, / me has salvado la vida, / aunque antaño te desterré. / ¿Cómo puedo pagarte ?”. / “Ya me has recompensado”, dijo el ruiseñor. / “Tus ojos se llenaron de lágrimas / cuando canté por ti. / Para el corazón de un cantante / son más preciosas / que cualquier piedra preciosa. / Duerme ahora / y hazte fuerte mientras canto”. / Y el ruiseñor siguió cantando / hasta que el emperador quedó / plácidamente dormido / como el niño que escucha / la voz de su madre.
Reescribo el poema, de memoria, al llegar a casa. “El arte cura de las heridas de la realidad”, dijo Novalis. No, no las cura, pero ayuda a hacerlas más soportables.



Lunes, 25 de abril
AJADAS UTOPÍAS

Qué remoto ya el veinticinco de abril de hace no sé cuántos siglos, tantos, que yo tenía solo veintitrés años. Pero el perfume de aquellos claveles, ajados, pisoteados, maltratados por una realidad que no condesciende con los sueños, todavía se niega a desaparecer del todo, y hoy Inés Illán me lo hace llegar con las notas de una canción: “Grândola, vila morena, / terra da fraternidade…”
Sí, hubo un tiempo en que yo también creí que era posible lo que quizá es mejor que no haya sido posible.



Martes, 26 de abril
JUEGAS

Juegas a irritarme, a llevarme la contraria, a pincharme en cuanto me descuido, como el niño travieso que no quiere dejar en paz a su hermano pequeño. Cuando estoy a punto de perder los nervios y ponerme a gritar, sonríes. Y entonces recuerdo el más breve poema de amor que haya leído nunca: “Me gustas tanto, / que hasta lo que no me gusta de ti / me gusta”.



Miércoles, 27 de abril
UN MUNDO SIN ARISTAS

No siempre tiene uno el ánimo para lecturas trascendentales. Hoy, después de un día entretenidamente fatigoso, ya solo en casa, enciendo el televisor, le quito la voz, y abro El caso de los suicidios constantes, de John Dickson Carr. Los ingredientes no pueden ser más apetitosos: hay un viaje en tren, un encuentro imprevisto, un castillo en Escocia, discusiones eruditas (“ninguna controversia suele ser más violenta, más amarga y, para el observador imparcial más divertida, que la que sostienen dos profesores muy doctos sobre algún punto oscuro que solo les interesa a ellos”), un crimen en una habitación cerrada… Todo lo que yo necesito para olvidarme de todo y dejarme mecer en un mundo sin aristas hasta que llega el sueño.



Jueves, 28 de abril
PIERDO OTRA OCASIÓN DE ESTAR CALLADO

Soy la persona más modesta del mundo, como es bien sabido. Carezco por completo de vanidad, así que resulta imposible que haya dicho lo que mi amigo Xuan Bello me hace decir en el titular de una entrevista: “La literatura soy yo”. Esas cosas uno puede pensarlas, pero jamás decirlas. Recuerdo que hace algún tiempo pasaba por la tertulia un esforzado aprendiz de escritor al que se le resistía denodadamente la sintaxis; yo rechazaba lo más educadamente que podía sus intentos de colaborar en Clarín. Un día trajo consigo a su hija, que no tenía más que seis o siete años. Se me quedó mirando fijamente, mientras yo hablaba con el padre (“sobre ese libro ya tenemos una reseña”, “el siguiente número está completo”), y de pronto me dijo: “¿Y tú quién eres? ¿El amo de la literatura?”.
Nunca diría “la literatura soy yo”, por supuesto, pero es curioso lo antipáticamente seguro de mí mismo que he sido siempre en ese aspecto: no he pedido consejos a nadie y siempre he opinado de lo que hacían los demás con dogmática contundencia. Recuerdo –no estoy orgulloso de ello— que, muy al final de su vida, le hicieron un homenaje a Jorge Guillén en la revista El Ciervo y yo escribí que era autor de algunos de los mejores poemas de la lengua española (y puse un ejemplo) y de bastantes de los peores (y copié dos manifiestamente prescindibles). Murió poco después, pero aún tuvo tiempo de escribir una carta de agradecimiento –era un caballero— a todos los colaboradores, salvo a mí, claro. Qué buena ocasión de haberme callado.
Pero yo siempre desaprovecho las ocasiones de estar callado. Ahora, por ejemplo, no debería decir que soporto bastante bien la falta de éxito porque, en literatura, la única opinión que de verdad valoro es la mía, y tengo la suerte de que no siempre me es desfavorable.
O sea que la literatura no soy yo, amigo Xuan Bello. Pero como si lo fuera.


Viernes, 29 de abril
AMIGO ZAPATERO

“Nada puede mostrarnos la tierra más hermoso…”. Releo el soneto de Wordsworth “compuesto sobre el puente de Westminster” y a la memoria me vienen recientes imágenes: “Lleva ahora la ciudad el espléndido traje / de la hora matutina, y bajo el cielo añil, / los barcos, torres, cúpulas, teatros, templos, puentes, / reposan en la tierra lustrales, refulgentes… / Todo brilla en el aire purísimo y sutil”. Pero miro la fecha, 1802, y caigo en la cuenta de que el perfil que admiro –con el edificio del Parlamento en primer término— no pudo haberlo visto Wordsworth. Las ciudades cambian, como cambian las personas, y es de ayer lo que nos parece de siempre.


Argentina fue una vez España y Cuba y Portugal. Y nadie perdió nada, sino que todos ganamos, cuando dejaron de serlo. Yo tampoco querría formar parte de un Estado que pone a sus abogados y a sus jueces a buscar la mejor manera de dar apariencia más o menos legal a la decisión previa de negar sus derechos democráticos básicos a una parte de los ciudadanos. Al presidente de mi país, le recordaría una frase de Méndez Núñez: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”.
Redondea tu perfil de estadista, amigo Zapatero, ahora que estás a punto de entrar en la historia, y da un puñetazo en la mesa declarando que todos los españoles –incluidos los vascos— son iguales ante la ley y que más vale honra sin gobierno que gobierno sin honra. Deja de ser rehén de la extrema derecha, quítate del cuello la soga del pacto antiterrorista. Di, alto y claro: Español soy y nada vasco me es ajeno; quien maltrata a Euskadi, me maltrata a mí.