sábado, 26 de septiembre de 2020

Después y todavía: Por qué soy tan insoportable

 

Sábado, 19  de septiembre. FELICIDADES

 Soy muy celoso de mi privacidad, pero comparto gustoso mi intimidad. La distinción entre ambas –en el lenguaje común suelen considerarse sinónimos-- la tomo de Castilla del Pino. Lo privado puede hacerse público sin nuestro consentimiento: fotos robadas, audios de Villarejo, una exnovia o exnovio que cuenta nuestro comportamiento en la cama; pero en la intimidad, en el secreto de la conciencia, no entra nadie. De mis sueños solo se sabe lo que yo quiero contar, de las secretas fantasías eróticas lo que no nos avergüenza referir (son los “malos pensamientos” que el catecismo obligaba a confesar). De mi vida privada como padre, hijo, amante o amigo, participan otras personas; de mi vida íntima, solo yo: nadie puede desmentir lo que cuento –los fantasmas de mi cerebro-- ni saber más de lo que yo le cuento. Pero las reglas están para incumplirlas y, con los años, uno se siente cada vez más tentado a mostrar parte de su intimidad, a hablar de algo más que de desastres públicos e ilusiones perdidas.

“Cuéntame un cuento, padrino”, me dice Martín cuando se cansa de corretear en bici, jugar con los colegas del colegio o a solas con el agua de la fuente, de buscar caracoles o saltamontes, coger moras o arrancar ramitas de hierbabuena que crecen cerca de las ortigas. “¿De dragones o de dinosaurios?”, le pregunto. “¡De la rata vieja!”, suele responder. La rata vieja es un personaje que él ha inventado, que asoma la nariz por las alcantarillas y que le fascina desde que era pequeñito. “Ya soy grande”, proclama esta mañana orgulloso mientras desenvuelve impaciente los regalos que encuentra en mi casa: un microscopio y un telescopio. “Para ver los bichitos que andan dentro de una gota de agua y los dragones de la luna”, me dice. Hoy Martín cumple cuatro años. Y ya sé que estas cosas no deberían decirse en público, pero yo soy feliz viéndole cada día más listo. También la abuelidad se inventa, que diría Antonio Machado.

Domingo, 20 de septiembre. SOFÍA Y TÚNEZ

 Poco antes de entrar en el cine a ver Un diván en Túnez, de Manèle Labidi, termino de leer (en mi recuperado rincón del McDonald’s de Los Prados), Una calle sin nombre, de Kapka Kassabova. La película se ve con una sonrisa, los recuerdos búlgaros de Kassabova con un creciente desasosiego. Ambas autoras hablan de su país de origen con algún menosprecio y como quien se avergüenza de él. El tono de Manèle Labidi es más amable porque el imposible Túnez es el país de sus padres, no el suyo: ella nació en Francia, al contrario que el personaje que protagoniza su película. Por eso puede mirarlo todo con una condescendiente superioridad, por eso se burla sin rencor ninguno. Kappa Kassabova nació y creció en Sofía. Cuando el régimen comunista se derrumbó, tenía dieciséis años. Vivió luego en Nueva Zelanda y en otros países hasta recalar en Escocia. “Infancia y otras desventuras búlgaras” se subtitula su libro. Pocas veces una infancia ha sido recreada con más verdad y menos concesiones a la nostalgia. No recarga las tintas, no es necesario, para que esta precisa recreación de una época nos duela como un puñetazo. Vuelve luego la autora, ya adulta, a recorrer un país que es y no es el suyo. Al comunismo le ha sucedido la más despiadada versión del capitalismo. El libro de memorias se convierte en un libro de viajes, en el que hay lugar para el encuentro con personajes inolvidables y para recrear los mitos nacionales de un país que desde su tardía independencia a finales del XIX ha ido de desastre en desastre.

            Qué distinta la dolorosa Bulgaria de Kapka Kasabova, que ella odia y ama (ama a su pesar) de la que yo he entrevisto en mis estancias allí. La primera en 2005, con Luis Alberto de Cuenca y Paulina Cervero, para hablar de Cervantes y de Víctor Botas. Desde ese viaje inicial me enamoré de Plovdiv (iba a decir en Plovdiv, pero esa es otra historia) y ahora el Maritsa es uno de mis ríos y las empinadas callejuelas de la ciudad antigua uno de mis escenarios favoritos para estar solo o en buena compañía. Qué distinto un país, para los que lo llevan dentro como una herida que no acaba de cicatrizar y para los que no tienen allí raíces, están siempre de paso y lo convierten en inagotable escenario de sus mejores sueños.

Martes, 22 de septiembre. TAMPOCO ES PARA TANTO

 ¿Soy una mala persona? Muchos así lo creen y yo estoy comenzando a pensarlo. Paso por la librería Cervantes y en la mesa de novedades me encuentro con un libro de atrayente título: Para un teoría del aforismo. Cuando me fijo en el nombre del autor, Javier Sánchez Menéndez, sé que no debería ni siquiera hojearlo. Y no porque tenga alguna animadversión al poeta y editor Sánchez Menéndez. Todo lo contrario: ha editado tres o cuatro libros míos, me ha invitado a Sevilla a presentar alguno, he charlado cordialmente con él más de una vez. El problema es que he tenido la debilidad de leerle y que es el rey del sinsentido y del pretencioso disparate. Me imagino cómo serán sus elucubraciones sobre el aforismo, género del que es cultivador asiduo y uno de los más prolíficos editores. Mejor no hojear siquiera el volumen, que luego acabaré comentándolo y para qué quiero un enemigo más. Pero lo compro y me entretiene durante el café en la terraza de la sidrería Mieres que, cerrado Los Porches de siempre, se ha convertido en el rincón favorito de mi biblioteca al aire libre. No me defrauda el bueno de Sánchez Menéndez. Los disparates comienzan en el primer párrafo y siguen in crescendo hasta el final. Hasta cita mal el célebre apotegma de Gracián. “Lo breve, si bueno, dos veces bueno”, escribe. ¿Y si malo? Entonces será también bueno, aunque solo una vez. ¡Cuántas maravillas para una antología del humor involuntario! “El futuro del aforismo” titula una de las partes del prólogo. Comienza así: “El verdadero aforista siempre ha sido un ángel, un ángel que desprende lucidez, inteligencia y logos, y que realiza su transmisión con la destreza de la brevedad. El aforista debe ser un ángel con la habilidad suficiente para transmitir el conocimiento”.

            ¿Soy una mala persona? Probablemente sí, pero cuando alguien hace el ridículo en público no soy capaz de reírme solo en privado. Paso revista a mis malas acciones, esas que han hecho que me odie tanta buena gente: lamenté en unas líneas de mi diario la separación de un poeta que había hecho del canto a la esposa y a la vida familiar uno de sus temas principales; dije “no seas facha”, en una charla que yo creía amical, a un librero cuando hablábamos no sé ya si de Cataluña o de la emigración; en la reseña a una antología de los aforismos de Juan Ramón Jiménez señalé errores de principiante; discrepé de algunos puntos, muy razonadamente por supuesto, cuando se publicó una tesis doctoral sobre Ángel González, a la que un apreciado amigo había dedicado muchos años… Busco y rebusco y todas las maldades que encuentro son del mismo tipo: haber herido los sentimientos de alguien, sin ser consciente de ello (a veces, siéndolo), o no haber admirado lo suficiente a algún colega escritor que decía admirarme (y no era verdad: solo un préstamo que debía ser devuelto con intereses).

            ¿Soy una mala persona? Es posible. Quien lo dude que pida informes sobre mí a Miguel d’Ors, José Manuel Valdés, José Luis Morante, Ricardo Labra y tantos otros damnificados. Pero seguro que hay peores personas que yo. El mundo sería bastante mejor si no fuera así.

Miércoles, 23 de septiembre. SE ME OCURRE PENSAR 

Paso de una cadena de televisión a otra, para desconectar antes de ir a la cama, y siempre acabo deteniéndome en algún programa sobre platillos volantes y extraterrestres. Mi favorito es Ancient Aliens. Me gusta cómo salta de un lugar arqueológico a otro, siempre con seductoras imágenes, y me fascinan los “expertos” que aparecen, capaces de defender sin sonrojo los mayores disparates. Mi favorito es Giorgio Tsoukalos. ¿Habrá gente que se crea que los dioses griegos eran en realidad alienígenas, que la virgen de Fátima no era la virgen María, sino un alienígena? Claro que, bien mirado, tan absurdo como creer que era un alienígena es creer que era una buena mujer que vivió hace muchos siglos en Galilea y que, como en el cielo no tiene cosa mejor que hacer, de tarde en tarde se aparece a algún pastorcillo para convertir un lugar cualquiera en un concurrido lugar turístico.

            Nos reímos de los que creen en platillos volantes y no nos reímos –por la cuenta que nos tiene-- de quienes creen en resurrecciones y dioses extraterrestres, cada uno de ellos el único Dios verdadero. ¿Qué tienen en común el archimandrita de Jerusalén, el papa Francisco y el infatigable perseguido de alienígenas ancestrales Giorgio Tsoukalos? Que todos ellos viven, y en algún caso muy bien, de la credulidad ajena. Baja la audiencia, desciende el número de creyentes, y comienza a peligrar el negocio.

 

Jueves, 24 de septiembre. EN EL SUEÑO

 No podía dormir y salí a dar una vuelta por el parque de San Julián, al lado mismo de mi casa. Lo hago con cierta frecuencia. Unas cuantas vueltas a buen paso y luego duermo como un bebé. No suelo encontrarme con nadie a esas horas y tengo todo el parque para mí solo. Ayer ocurrió algo extraño. Había estado viendo unos minutos mi programa sobre ovnis favorito y elucubraba sobre que la creencia en esos fenómenos no es sino otra forma, la más divertida y menos dañina, del pensamiento religioso, cuando de pronto se apagaron las luces y las estrellas brillaron en todo su esplendor. “Si esto fuera una película, ahora es el momento en que se me aparezca una nave y yo sea abducido”, pensé burlón. Pero no era una película y no se me apareció ningún platillo volante y  las farolas se volvieron a encender tras lo que había sido una eternidad y solo unos minutos de reloj. Volví a casa asustado y con extraños temblores. “A ver si ahora me voy a poner enfermo”, pensé. Había sentido junto a mí, durante esa fugaz eternidad, una presencia, no sé si humana o divina. “Tonterías”, me dije. Pero tardé en dormirme y cuando me dormí soñé con ella y en el sueño tenía rostro y me había querido mucho.

 

Viernes, 25 de septiembre. LA ZORRA Y LAS UVAS

 Cuanto tengo algo, pienso en las ventajas de tenerlo; cuando no lo tengo, en las ventajas de no tenerlo. Estar enamorado, me pone alas, como Red Bull; no estarlo, me quita una losa de encima.

            En eso me comporto como si fuera tan inteligente como me gusta creer que soy. En eso y en pocas cosas más.


sábado, 19 de septiembre de 2020

Después y todavía: El mercader de vísceras

 

Sábado, 12 de septiembre MEJOR ME CALLO

             En toda vida, incluso en una vida tan aburridamente previsible como la mía, hay algún secreto que nos avergüenza y que daríamos cualquier cosa porque no saliera a la luz. Hace unos días celebraba el cumpleaños de una amiga en una terraza cuando uno de los transeúntes se detuvo ante mí, blandió un dedo amenazador y gritó: “García Martín, como vuelvas a mencionar mi nombre, te rompo la cara a hostias. Ni Graciano ni nada, como vuelvas a mencionar mi nombre, te rompo la cara a hostias”. Los ocupantes de las mesas vecinas comenzaron a mirar extrañados, la camarera cogió el teléfono, quizá para llamar a la policía. Yo me limité a decir: “No se preocupe usted que eso ni ha ocurrido ni ocurrirá”. A poco el exaltado siguió su camino. Los cuatro ocupantes de la mesa nos miramos extrañados sin saber si había sido realidad o una pintoresca alucinación compartida. "¿No has tenido miedo, Martín?", me dijo Marcos. "Mira cómo tiemblo", le respondí. Y levanté la taza, llena hasta el borde, y bebí un trago sin derramar ni una gota. Solo una vez tuve una pelea a puñetazos, como en las películas. Fue hace bastantes años y esa tarde recordé de pronto todos los detalles. Por un momento, pensé contarlo a mis amigos, pero finalmente no dije nada. Lo que uno no quiere que nadie sepa mejor no decírselo a nadie. Ocurrió allá por 1974, en una de los agujeros negros de mi monótona biografía. Tras el recuento en el patio, subíamos por las estrechas escaleras de la séptima galería, en fila india, cada uno a su chamizo. Un tipo mal encarado, que venía tras de mí, me dio un empujón y dijo: “Quítate de delante, comunista de mierda”. Me di la vuelta y a punto estuvimos de llegar a las manos. “Aquí no, si no queréis pasaros quince días en celdas, mañana en el tigre a primera hora”, dijeron los buenos samaritanos que nos separaron.  Pasé la noche como el personaje de “El sur”, el cuento de Borges, sabiendo que llevaba todas las de perder en aquel enfrentamiento, pero que no podía echarme atrás si quería seguir siendo respetado en aquella jungla regida por sus propias leyes. Un alma caritativa me habló del individuo al que debería enfrentarme: “Está medio loco, dicen que en un atraco mató a un guardia civil”. No podía echarme atrás, aunque estaba muerto de miedo. Lo disimulé como pude. Cuando tras el desayuno nos desparramamos por el patio, me dirigí hacia el corredor de la muerte, quiero decir hacia el “tigre”, hacia los servicios, el único lugar donde nunca asomaba ningún funcionario, seguido de unos cuantos curiosos. Mi contrincante llegó poco después, solo. Yo le esperaba aparentemente tranquilo (siempre he sabido disimular bien mis emociones). Se formó un corro alrededor. Un amigo de los que en pocos días se hacen en situaciones extremas me pidió que le pasara las gafas. Iba a quitármelas, pero no llegué a hacerlo. Un tremendo puñetazo, que afortunadamente acerté en gran parte a esquivar (siempre he tenido buenos reflejos, contra lo que pudiera parecer) las arrojó por los aires. Afortunadamente, alguien las recogió antes de que llegaran al suelo y se rompieran. Yo me lancé contra el agresor, pero ni siquiera llegué a tocarle. Entre nosotros se interpusieron varios de los presos. Al parecer en aquella jungla que era la séptima galería de Carabanchel también regían ciertas normas. Y una de ellas era que, en una pelea acordada para resolver ciertas diferencias, había que aguardar a que se diera la señal del comienzo y, además, no se podía golpear a alguien con gafas. Debía esperarse a que se las quitara. El caso es que, tras aquel combate, en el que yo podía haber acabado bastante maltrecho, aumentó el prestigio que ya tenía –mi acusación era la más grave de todas-- y siempre paseaba acompañado de algunos voluntarios guardaespaldas, a los que invitaba cuando tratábamos de completar la pobre dieta alimenticia en la cantina, por si el loco insultante, que alguna vez me amenazó de lejos, tenía la tentación de volver a intentarlo. Pero estas son viejas y aburridas batallitas que mejor no contarle a nadie.

 Domingo, 13 de septiembre LA VERDAD DE LAS MENTIRAS

Compro Sucedió en la URSS en el mercadillo del Campillín. Me llaman la atención los dos nombres que figuran en primer lugar y en letra destacada entre los autores: André Gide y Ángel Pestaña. ¿Qué tendrán en común el escritor francés y el anarquista español? En seguida lo adivino: los dos viajaron a la Unión Soviética y a ninguno le gustó lo que pudo ver o entrever. Otros testimonios (“Un danés en la URSS”, “Una rumana en la URSS”, “Un norteamericano en la URSS”) completan el volumen, editado en 1945 y al que pone epílogo un delirante alegato anticomunista de Mauricio Karl. Cuando apareció, muchos lo considerarían un panfleto. Hace años que sabemos de sobra que en la propaganda anticomunista –por mucho de detrás anduviera la CIA-- había más verdad que en la comunista, al menos en lo que se refiere a las condiciones de vida en la Unión Soviética y países allegados. Mentiría si dijera que yo nunca fui engañado, pero mi paraíso en los años de la dictadura nunca fue la Rusia de Brézhnev, sino Francia, donde todavía en 1976 o 1977 se compraban libros que debían entrar clandestinamente en España, o Italia, que cambiaba de gobierno casi cada mes, con todas sus luces y sus sombras.

Lunes, 14 de septiembre ANOTACIONES

No sé si nunca he sido niño o si nunca he dejado de serlo.

            No soporto vivir solo y no sé vivir de otra manera.

            Si hablas bien del amor, es que lo has probado poco.

Martes, 15 de septiembre IRSE PREPARANDO 

Los admiradores tienen fecha de caducidad, como los yogures, y con frecuencia mucho más próxima. ¿A cuánta gente, que ahora me interesa poco o nada, admiré yo un tiempo? De las devociones juveniles, Aleixandre fue el primero en dejar de interesarme. Varias veces he intentado volver a él, pero me sigue pareciendo palabrero y falso. Curiosamente, me sigo sabiendo de memoria uno de los pocos sonetos que escribió: “Pensamiento apagado, alma sombría, / ¿quién aquí tú que largamente beso, / alma o bulto sin luz o letal hueso / que inmóvil consumió la fiebre mía?”.  Poco después de Aleixandre, cayó Bousoño, primero el de las vacuas elucubraciones teóricas que siguieron a Teoría de la expresión poética y luego el poeta de Las monedas contra la losa, un libro que leía con entusiasmo en años setenta. A veces, para mantener la admiración por un poeta, lo mejor es no releerlo. Es lo que me pasa con Francisco Brines. Si así me comporto yo, con total irreverencia, ¿cómo va a sorprenderme que otros hagan lo mismo conmigo? Lo malo es cuando los admiradores que se pierden, como los cabellos que se caen, no son sustituidos por otros. Conviene irse preparando.

Miércoles, 16 de septiembre MALA COSA

Mala cosa que no te queden amigos, pero peor todavía que no te queden enemigos. Es entonces cuando te das cuenta de que ya es como si no estuvieras sobre la tierra.

Viernes, 18 de septiembre DE FERIA EN FERIA

Más de una vez, y no siempre involuntariamente, he sido cruel. Recuerdo siempre con pesar que llamé “mercader de vísceras” a un excelente poeta. Había coincidido con él en una lectura. Se levantó de la mesa y, adelantándose como si estuviera en un escenario, recitó sin ahorrar efectos patéticos algunos de los poemas que hablaban de un penoso asunto familiar. Arrancó lágrimas y muchos aplausos. El dolor personal se hace poesía, confidencia susurrada a los lectores, pero no puede convertirse en espectáculo. Ángel González decía que sus poemas más íntimos era incapaz de leerlos en voz alta. A mí me pasa lo mismo. Pero a veces, incluso al dejar solo sugerido mi dolor sobre el papel, al alcance solo de un puñado de confidenciales lectores, me siento como el mendigo que muestra sus llagas para obtener más limosnas. O como quien convierte en oficio exhibir su monstruosidad –vean, vean al hombre elefante-- de feria en feria, o de libro en libro.



 

 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Después y todavía: El ruedo ibérico



Domingo, 6 de septiembre
CRIMEN PERFECTO

“Estamos en Madrid y en septiembre de 1971. Los obreros de la construcción han decidido iniciar una huelga pidiendo mejoras económicas y laborales. Un hombre joven y dos muchachos salen de un edificio en construcción llevando en la mano unas octavillas. Un piquete de la guardia civil ve salir a los tres amigos y les da el alto. Ellos, en vez de detenerse, intentan escapar, y los bien entrenados y eficacísimos defensores del orden público, sin más advertencias, hacen fuego de repetición. El hombre cae acribillado con seis tiros en la espalda, los muchachos también resultan heridos. La calzada se cubre de octavillas –algunas manchadas de sangre-- en las que se pide seguridad en el puesto del trabajo, mejoras en las condiciones laborales. La gente acelera el paso al llegar a la altura de los cuerpos. A los que tienen intención de detenerse, el cabo les dice agitando el cañón del fusil ametrallador: circulen, circulen. Diez minutos después, una camioneta de la guardia civil se lleva discretamente a las fuerzas del orden y a sus víctimas. Pedro Patiño, casado, dos hijos, obrero de la construcción, ha muerto. Antes del mediodía un carrito de la limpieza ha recogido las octavillas y barrido la acera y la calzada. Ya no hay huellas ni rastro. El asesinato ha sido perfecto.”
            Inicia esta estremecedora viñeta el número triple de Cuadernos de Ruedo Ibérico correspondiente a octubre de 1971 y marzo de 1972, fechas que para mí son historia personal: en marzo de 1972, comencé el trabajo que acabo de dejar por estas fechas. Mis amigos más jóvenes se imaginan esos años como si España fuera una especie de cárcel vigilada por el ejército y las fuerzas del orden. Mi recuerdo es muy diferente: la inmensa mayoría aplaudía la situación y se indignaba con los cuatro revoltosos que intentaban alterarla.
            En 1971, como en 1823, 1923 o 2020, la mayoría de los españoles acatan sumisos lo que deciden las autoridades con razón, sin razón o contra ella: educados desde siempre por la Santa Madre Iglesia, sienten alergia a “la funesta manía de pensar”.



Lunes, 7 de septiembre
UNA SENTADA

Cuando la cabecera de la manifestación llegó al Palacio Regional, hicimos una sentada. No me imaginaba yo que acabaría sentado en medio de la calle Uría, muy cerca de donde los grises me dieron palos por primera vez allá por 1968, alzando las dos manos, aplaudiendo luego y gritando “basta ya”.
            Lo malo es que ya no tengo los años que tenía en 1968, que el amigo que me había acompañado a la manifestación había tenido que dejarla, que soy un aprensivo. “¿Y si no soy capaz de levantarme por mí solo? ¿Y si tengo que pedir que me ayude un desconocido dándome la mano?”, me dio por pensar. “Eso va contra todas las normas, ahora solo se puede dar el codo, me arriesgo a que me multen por insolidario y me acusen del aumento de positivos en Madrid o en Peñamellera?”
            Afortunadamente, aún puedo levantarme sin necesidad de un punto de apoyo.
“¿Y qué haces tú defendiendo el ocio nocturno si en tu vida has estado fuera de casa más allá de las once de la noche, y eso cuando asistías a la ópera?”, me pregunta un amigo tras disolverse la manifestación en la plaza de la catedral,
            “Yo defiendo a los ciudadanos de la arbitrariedad de las autoridades que, como no saben qué hacer para que la pandemia no les reste votos, cierran locales al buen tuntún a ver si hay suerte y las cifras bajan. Y me divertirá leer mañana, si los periódicos hablan de la protesta, que los que estábamos aquí éramos antivacunas, de extrema derecha y hasta terraplanistas, que es lo último que se les ha ocurrido para desprestigiar a quienes piden más racionalidad y menos palos de ciego”.
           


Martes, 8 de septiembre
UN DESGRACIADO

“Mi mayor éxito forense ocurrió cuando defendí de oficio a un desgraciado que había asesinado a su mujer. Un crimen por celos. En la conducta de la mujer existían ciertas zonas oscuras que se prestaban al equívoco. Con gran asombro del jurado, yo dirigí toda mi prueba a demostrar que aquella mujer era absolutamente intachable. Dediqué toda la primera parte de mi discurso a cantar las excelencias de aquella admirable esposa. Ya estaban los jurados en el colmo de su asombro cuando yo les hice ver que matar a una mujer por celos verdaderos era una bárbara acción, pero, precisamente, matarla por celos imaginarios era un acto de ceguera irresponsable”.
            Quien habla es José María Pemán, el admirado escritor, dueño y señor de los escenarios españoles y de la Tercera del ABC durante largas décadas, entrevistado por César González-Ruano. Todo su orgullo como abogado está en haber conseguido que “un pobre desgraciado” saliera sin mayor pena de “un acto de ceguera irresponsable” en que le dio por matar a su mujer, una mujer por cierto “en cuya conducta existían ciertas zonas oscuras que se prestaban al equívoco”. El desgraciado que la asesinó seguro que era un ciudadano ejemplar.
            De ahí venimos. En esas estamos.


Miércoles, 9 de septiembre
ADULA QUE ALGO QUEDA

Algo bueno tiene la anómala situación en que vivimos, las tertulias de los miércoles a través de la plataforma Zoom. Ya no necesitamos estar todos juntos en una cafetería de Oviedo para charlar, podemos hacerlo desde Nueva York y Buenos Aires, Oslo y Barcelona, Cádiz o León.
Hoy hemos hablado de los consejos que habría que darle a un joven que se adentra en el camino de la literatura. El talento se le supone, el gusto por la lectura también, aunque todo ello sea mucho suponer. A la hora de promocionarse y de buscar un sitio, hay cosas que han cambiado desde los tiempos en que Marino Gómez-Santos o Francisco Umbral llegaron al Café Gijón, pero otras no.
Lo primero que necesita es buscar afines de la misma edad, alguien con quien compartir admiraciones y rechazos, a quien comentarle minuciosamente sus poemas y que nos comente los nuestros. De ese grupo inicial, saldrán amigos y enemigos para toda la vida.
Luego acercarse a los autores ya consolidados que admira. Unos son más cercanos que otros, pero todos tienen la misma puerta de acceso: la que utilizó la zorra para hacerse con el queso que el cuervo posado en una alta rama tenia en el pico. La adulación abre todas las puertas, aunque puede cerrarlas de golpe si el afán de  promocionarse asoma la patita demasiado pronto.


Jueves, 10 de septiembre
COSAS QUE NUNCA CAMBIAN

El número de Cuadernos de Ruedo Ibérico encontrado en un mercadillo lleva la firma de Turiel, sin duda Gerardo Turiel, bien conocido abogado y catedrático. Pasó de ser profesor de Formación del Espíritu Nacional a militante del Partido Comunista. Al final se hizo famoso por defender a uno de los participantes en los atentados del 11-M. Cuando estuve abonado a la temporada de ópera en el Campoamor me senté en la butaca que había sido la suya y charlé muchas veces con su viuda.
            En este número de Cuadernos, hay un cómic, “Una saga del príncipe Bormanus y de la princesa Creuteboba o el carismático Francoráculo”, sospecho que impublicable también en la España de hoy. Las cosas han cambiado mucho para que todo siga igual.


Viernes, 11 de septiembre
EL JUEGO DEL ESCONDITE

Un amigo, que pasará este curso de Erasmus en Italia, me escribe desde Catania: “Aquí no se usa la mascarilla por la calle ni en espacios abiertos, de hecho, cuando entras con la mascarilla en algún local te miran con extrañeza, incluso muchos de los camareros no la lleva puesta. Abundan las librerías de viejo”. Otro rincón en el que podría exiliarme.
            “¡Siempre queriendo tener la razón contra todos!”, me dice un amigo.
            “También se pasaron décadas diciendo que si Luis Roldán, en lugar de ser director de la Guardia Civil, hubiera sido jefe del Estado habría podido robar todo lo que quisiera protegido por la Constitución. Ya están empezando a pensar lo contrario y, de momento y por si acaso, el rey honorífico ha tenido que esconderse, si no en Lagos, en los Emiratos Árabes”.




domingo, 6 de septiembre de 2020

Después y todavía: Para qué caemos



Martes, 1 de septiembre
UN AMOR CORRESPONDIDO

Hay tres maneras de enamorarse. Existe el amor a primera vista, el que va apareciendo con el trato y el que llamaban los trovadores “amor de lejos”: enamorarse por un retrato, por referencias.
            Mi amor por Nápoles es de este último tipo. Antes de poner por primera vez el pie en el caos de Piazza Garibaldi, ya me había seducido: era la capital del siglo de Oro español, más que Sevilla, era del héroe trágico Masaniello, de los mármoles prodigiosos de Winckelmann y de Pompeya, era la ciudad del Grand Tour.
            Mientras ando a vueltas con la idea de irme a vivir allí si España sigue volviéndose irrespirable, un amigo me habla de la serie televisiva Los bastardos de Pizzofalcone.        
            Conozco el barrio, muy cerca de la plaza del Plebiscito, sobre una colina en la que estuvo la primitiva ciudad griega, Parténope o Paleópolis, con un gran cuartel y una iglesia de alta y esbelta cúpula, Santa Maria degli Angeli.
            Veo un episodio de la serie y quedo fascinado por el Nápoles que me muestra, que es el que me sedujo, con sus patios de monumentales escaleras, su palacios entre la cochambre, sus callejones, sus pasadizos subterráneos y el azul prodigioso del golfo sonriendo, allá al fondo, desde cualquier esquina.
            La trama me interesa menos, pero tampoco está mal, al menos en el único episodio que he visto, Misericordia, de titulo galdosiano y con un cura como protagonista que algo recuerda a Nazarín.
            El Nápoles de Gomorra es verdad, pero también lo es este otro, donde se superponen las capas de la historia y bulle en toda su grandeza y su miseria la comedia humana, el Nápoles del que yo me enamoré desde antes de conocerlo y para siempre.



Miércoles, 2 de septiembre
PESADILLA EN MURILLO STREET

Me senté cerca de la puerta abierta en la cafetería. De la mañana a la tarde había bajado la temperatura, yo iba muy veranego y pille un buen resfriado. Pasé la noche tosiendo, estornudando y creo que con fiebre. Tardé en dormirme y, cuando lo hice, tuve pesadillas.
Un vecino, cansado de oírme toser, llama avisando que hay un sospechoso de Covid. Llega una ambulancia, salen enfermeros disfrazados de extraterrestres, ponen en cuarentena el edificio y me llevan al hospital. Al día siguiente –en mis sueños soy famoso-- informan los periódicos y arden la redes: “Cae el Miguel Bosé de Aldenueva”, “Negacionista contagiado”.
“Una vez, desde mi ventana, le vi pasear sin mascarilla al amanecer, cuando todavía no había ni un alma en la calle, por el parque de Santullano”, comenta una vecina en las noticas de la TPA.
 “Lleva siempre libros consigo libros que probablemente no habían pasado en cuarentena los catorce días preceptivos”, dice Rosario N., funcionaria de la biblioteca municipal.
“Una vez le vi pedir una servilleta de papel en una cafetería, algo rigurosamente prohibido, es un insolidario, podía limpiarse con el dorso de la mano si no tenía pañuelos, por gente así mueren los ancianos en las residencias”.
Como era un sueño, en el sueño pude oír a Don No me Temblará el Pulso, el presidente tuitero, mientras se paseaba por su despacho: “Je, je, je. Ríe mejor quien ríe el último”.
            Me desperté aterrado, pero bastante mejorado. Mis defensas funcionaron y el cielo era de transparente azul.
Desperté del sueño, pero no salí de la pesadilla. Don No me Temblará el Pulso retrasa el inicio del curso escolar hasta final de mes. Y parece que, si siguen aumentando los contagios, no le temblará el pulso para retrasarlo otro mes. Y gracias que no lo anula entero de un plumazo, que también lo está pensando: “Si la salud está antes que la economía, ¿cómo no va a estar antes que la educación?”, tuitea. (Él llama “salud” a que desaparezca la famosa Covid, que da y quita votos, por lo demás la gente puede enfermar y morir desatendida o mal atendida de cualquier otra cosa.)
            A Don No me Temblará el Pulso no se le puede caricaturizar, es su propia caricatura. Se dice que está pensando en entregarle a cada recién nacido, como regalo de bienvenida, un juego de mascarillas: “Siempre serán más útiles que ese libro que la alcaldesa de Gijón regalaba. Conviene que se vayan acostumbrando a un salvavidas que les acompañará toda la vida”.
Es solo un rumor ridiculizante, pero como llegue a sus oídos seguro que le parece una excelente idea y de inmediato ordena que se disponga la partida presupuestaria correspondiente.
           

Jueves, 3 de septiembre
SANTO ADRIANO

Aunque no soy especialmente aventurero, más bien todo lo contrario, he viajado solo, y sin conocer allí a nadie, a México DF y a Buenos Aires, y con cierta frecuencia a Nápoles, pero para ir a Santo Adriano, a pocos kilómetros de Oviedo, necesito la benevolencia de algún amigo. Son los inconvenientes de no tener coche: todas las ciudades del mundo están a mi alcance, pero la vida rural me está vedada. La naturaleza requiere de mucho artificio.
            Santo Adriano es el concejo más pequeño de Asturias, según creo, y Villanueva, su capital, la villa más pequeña del mundo, de eso estoy seguro. Paseo por la orilla del río y me encuentro con un castaño de inmenso tronco, seguramente habitado por algún personaje de cuento, y luego, tras el lavadero, un puente romano que me recuerda al puente sobre charco del río en el que yo me bañaba cuando niño. Al otro lado, está la iglesia de San Román, tan diminuta como el cementerio que se acurruca cerca. Sentado junto a un umbroso remanso, olvidadas por un momento las locuras del mundo, jugué a tirar piedras al agua.
            Recuerdo a menudo la frase de Baudelaire, o de quien sea, que afirma que el genio es la infancia recobrada a voluntad. Yo vuelvo a ser niño cada vez con más frecuencia, pero eso no sé yo si indica que soy un genio o que ya soy un viejo.
            Al entrever algo antes a la osa Paca, indiferente a la expectación que despierta, me acordé del otro oso con el que tuve el honor de encontrarme. Ocurrió en Rumanía, en un hotel de alta montaña. Un cartel colocado en el ascensor avisaba de los riesgos de salir a pasear después de anochecer porque era frecuente tropezarse con osos. Como soy algo temerario, salí a pasear y me encontré con uno, pero en actitud poco gallarda y eso debió de humillarle algo. Estaba rebuscando en la basura y alzó la cabeza para mirarme, como avergonzado. “Que yo, el gran señor de los bosques, tenga que alimentarme de esta manera”, parecía pensar. Nos miramos un rato, a debida distancia por supuesto y, aunque yo quería decirle que no importa, que todos sabemos a dónde conduce la necesidad, él se dio la vuelta y se perdió en la oscura arboleda con paso lento y triste.
            Por Proaza y Santo Adriano descubrí hontanares, vadeé arroyos (a punto estuve de darme un baño involuntario en uno de ellos), observe la pequeña fauna en la que nadie se fija, salvo el pequeño Martín, mi inagotable guía, dejé que a árboles y plantas les prestara su voz Google para que me dijeran su nombre, vi planear majestuosa una solitaria ave de presa en el azul del cielo. Y escuché al silencio, al maravilloso silencio, perfumado y fresco.
            Y todo gracias a la generosidad de unos amigos. Da un poco de vergüenza confesarlo, pero yo, si me sacan de mis libros, dependo por completo de la benevolencia de los demás.



Viernes, 4 de septiembre
PRESIDENTA

Fantaseábamos en la tertulia con esa república que podría venir, podrida desde la mismísima raíz la monarquía que la dictadura nos dejó en herencia, y que no vendrá.
            ----¿Tú crees que se salvará de la quema tu admirado Felipe, Martín?
            ----Se salvará, y quizá sea lo mejor. Si se hace justicia, más de uno debería acompañar al anterior rey perjuro –nada de emérito-- ante los tribunales.
            ----Pero vamos a suponer –soñemos, alma, soñemos-- que se hace justicia, que nos deshacemos de todo lo podrido, que hay referéndum, que el pueblo español vota mayoritariamente República. ¿Tú qué candidatura defenderías para la presidencia?
            ----Yo lo tengo muy claro, la de Amelia Valcárcel, que tiene empaque, carácter e inteligencia más que suficientes. Ha desempeñado cargos públicos, es una pensadora excepcional y, además, catedrática de Ética, algo que, visto lo visto, no nos vendría mal en la jefatura del Estado. Sería una primera presidenta de la Tercera República realmente excepcional.



Sábado, 5 de septiembre
TODAVÍA APRENDO

Siempre, en los malos momentos, recuerdo aquella sabia respuesta del padre al niño que luego sería  Batman: “¿Para qué caemos? Para aprender a levantarnos”.