sábado, 28 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: En la perfecta edad

 

 

Sábado, 21 de diciembre
EL CIELO, ESE INFIERNO

Cuando era niño, trataban de aterrarme con los castigos del infierno. A mi edad, me parece más siniestra la promesa del cielo. ¿Cómo podría yo ser feliz en la otra vida contemplando las desdichas de la gente que quiero sin poder ayudarles? No me imagino tormento mayor. 

Domingo, 22 de diciembre
LOS PEQUEÑOS DETALLES

En un nutrido montón de libros a un euro, me sorprende Crónica del crimen, de Luis Jiménez de Asúa. Publicado en 1929, lleva el sello de la librería Martínez, o sea que lo compraron aquí cerca, en la misma librería, ahora con otro nombre, que frecuentaba Clarín y frecuento yo.

            Me siento en una cafetería y comienzo a leer de inmediato. Ya las primeras líneas del prólogo retratan a un personaje ejemplar en un tiempo sombrío: “Un hombre sin fortuna personal y sin vocación de tránsfuga, si a mayor abundamiento es rebelde, no solo halla dificultades para sobrevivir en medios de Dictadura, sino que su cargo oficial de Catedrático está en continuo riesgo”. Tuvo que renunciar cuando “los agravios inferidos por un sedicente gobierno” lo hicieron “incompatible con la dignidad”. Era en la época del destierro de Unamuno, del que Asúa fue uno de los primeros defensores. Tuvo entonces que ganarse la vida demostrando en la prensa que sus doctos estudios de penalista resultaban válidos para comentar la realidad cotidiana.

Comienzo estas crónicas de sucesos por la titulada “Un crimen misterioso (La muerte de Pablo Casado)”, que no habla del defenestrado dirigente de cierto partido político, por supuesto, sino del hallazgo de un cadáver en un cajón facturado desde Barcelona y que nadie pasó a recoger en la estación de Atocha. Lo habían descuartizado y no habían incluido la cabeza.

Hoy el misterio de ese crimen se puede aclarar con una consulta a Internet (incluso se dramatiza en una serie televisiva). Más interesante resulta lo que escribe a propósito de la supuesta homosexualidad de la víctima, sugerida por su “atildamiento”. El catedrático no está de acuerdo: “Lejos de mí hacerme secuaz de la aldeana creencia que recela de todo hombre pulcro, afeitado y cuidadoso de su físico. Gregorio Marañón puso en guardia al reportero del Heraldo contra esas suspicacias, relatando una anécdota acaecida en la cárcel, cuando ambos estuvimos detenidos en julio de 1926. Unos ladrones profesionales que pasaban por nuestra galería con rumbo a la oficina identificadora, al vernos de mañana envueltos en batas de baño, o cubiertos con pijamas, nos tomaron por una ‘partida’ de invertidos, cuando estábamos allí, precisamente, por ser muy hombres”.

            Parece que las cárceles de aquella dictadura no eran como la que conocí yo en la siguiente y que Asúa, pese a su mentalidad avanzada, creía que el valor y la dignidad eran cualidades propias de varones heterosexuales.

            De los viejos libros, lo que más me interesa son los pequeños detalles que ayudan a reconstruir una época, ya tan distante, pero que también fue la mía.

Lunes, 23 de diciembre
VIVIR CON MIEDO

El miedo a perder la felicidad me impide ser feliz incluso cuando más feliz soy. 

Martes, 24 de diciembre
ACERCA DE LA AMISTAD

¿Es posible la amistad entre escritores? Parece que sí. Pero los escritores son amigos, como el resto de los seres humanos, cuando sus intereses confluyen. Cuando resultan contrarios, la amistad salta por los aires.

            Alfonso García Morales escribe en la revista Mediodía sobre la peculiar amistad que unió a dos escritores modernistas, y yo me doy por aludido: “Las implicaciones profundas de la relación que unió a Darío y Gómez Carrillo son muy difíciles de dilucidar, pero de lo que no hay duda es de que fue una relación extraña, problemática, seguramente enfermiza, hoy diríamos tóxica, menos basada en el compañerismo que en la dependencia y en la rivalidad. Es cierto que Darío quiso por momentos romper con esa ‘amistad’, pero también que no dejó de entrar continuamente en un juego del que solía salir escaldado, pues era Carrillo, falto de escrúpulos y violento, quien parece dominar la situación, complaciéndose en lanzar más que ‘chinitas’, como él las llamaba, ataques malévolos y amenazas directas que terminaban por amedrantar o desestabilizar al poeta”.

            De mis relaciones literarias, la que de manera más triste para mí ha acabado es la que tuve con Felipe Benítez Reyes, uno de los escritores con más talento, en la prosa y en el verso, de su generación. Como soy mayor que él, le conozco desde sus primeros escritos y le he ido siguiendo a lo largo de los años. He reseñado casi todos sus libros y me temo que a veces, según mi estilo, poniendo más énfasis en los reparos que en los elogios. Los segundos pronto los dio por consabidos y los primeros fue tolerándolos cada vez peor. Desde hace tiempo, en cualquier mínima referencia veía segundas y malas intenciones. Yo nunca entraba al trapo y prodigaba disculpas. Él parecía aceptarlas, pero en seguida cambiaba de opinión y volvía con sus reproches.

Acabó prohibiéndome que mencionara siquiera su nombre y amenazándome, si lo hacía, con que publicaría un escrito contra mí que nada tendría que ver con las habituales polémicas literarias que divierten al personal. ¿Qué terribles secretos sabría de mí? Me asusté tanto que decidí dejar de disculparme y echar el cierre definitivo a esa relación. Se había convertido en una relación tóxica, como fue, según Alfonso García Morales, la que existió entre Rubén Darío y Gómez Carrillo.

Rubén, el gran Rubén, es naturalmente Benítez Reyes. ¿Pero soy yo Gómez Carrillo? No estoy tan seguro. Puede que me dedique de vez en cuando a lanzar “chinitas” contra quienes, si no siempre valen más que yo, siempre valen al menos tanto como yo (con los otros, no me meto), pero no tengo su capacidad de influencia en los medios literarios. No soy alguien al que convenga adular interesadamente. Carezco de cualquier poder, y no sé si lo lamento o solo finjo (con mi habitual hipocresía) que lo lamento.

Miércoles, 25 de diciembre
EL MEJOR REGALO

No me gustan los cuentos de Navidad, demasiado sensibleros, pero me temo que me ha tocado vivir uno de ellos. Ayer, inesperadamente, apareció por casa un amigo que se ha quedado sin casa, que había estado bebiendo y que me pedía una manta para pasar esa noche de Nochebuena en la calle. Se marchó sin despedirse, antes de que se me ocurriera cómo ayudarle, y le vi desde la terraza perderse tambaleante entre las sombras.

Mal dormí tratando de pensar que no era asunto mío, que ya había hecho todo lo posible en estos últimos años, que cada uno es dueño de su destino. Me llama hoy, inesperadamente, una asistenta social: le habían recogido de la calle, en el HUCA, no quería que avisaran a su familia, había dado mi teléfono. “Ya está bien, ha pasado la crisis, pero el médico necesita que venga alguien a recogerlo para darle el alta”.

Fui hasta el inmenso hospital, en el que solo había estado antes para saludar a un recién llegado al mundo, y el médico no acababa de llegar para firmar el alta. Y yo me puse nervioso porque hoy teníamos la tertulia virtual y yo tenía que iniciarla. No era capaz de hacerlo desde el teléfono. Decidí volver a casa y regresar lo más rápido posible. Pero al buscar la salida desde el box 10 en que estaba amigo tan impaciente como yo, me perdí en un laberinto de pasillos sin nadie. Esa es una pesadilla que me persigue desde hace años y que por fin se hacía realidad. Estuve dando vueltas cada vez más nervioso, hasta que encontré a quien preguntar, durante una eternidad, aunque quizá solo fueron cinco minutos

Regresé poco después, recogí a mi amigo, que volvía a ser el de sus mejores días, no el espectro de ayer. Luego le busqué un hotel para que pasara la noche, y pude por fin participar –nada me tranquiliza más que la rutina-- en la tertulia de los miércoles, que no se suspende ni siquiera por Navidad.

            Un amigo es alguien con quien podemos contar en la salud y en la enfermedad. No sé si yo soy un buen amigo (casi todos los escritores que me conocen afirman lo contrario), pero hay quien me considera así. Y eso me parece el mejor regalo de Navidad. 

Jueves, 26 de diciembre
AÚN NO

Existe una edad, y no me parece mala edad, en que con salud, con el poco dinero que uno necesita, sin ambición ninguna, los únicos problemas que uno tiene son los de la gente que quiere. Y qué alegría cuando puede solucionarlos y qué angustia cuando no se nos ocurre cómo.

Pero el tiempo, que ni vuelve ni tropieza, no se detiene ahí y pronto, quien no tiene más problemas que los problemas de quien quiere se convierte en un problema, y cada vez más engorroso, para los que le quieren.



 

sábado, 21 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Vanidad de vanidades

 

Sábado, 14 de diciembre
PARA MATAR EL TIEMPO

Tras la presentación del libro de José Manuel Feito Para tus claros árboles, en la iglesia parroquial de Miranda, me quedo a escuchar, qué remedio, a los coros que cantan villancicos. Me entretengo conversando conmigo mismo.

            ---¿Crees en Dios?

            ---Del mismo modo que en los extraterrestres. Son fantasías muy extendidas en la cultura popular.

            ---¿No crees entonces que haya vida inteligente fuera del planeta tierra?

            ---De momento, no ha dado señales de vida.

            ---Pero Dios sí ha dado señales de vida  Hasta dicen que murió por nosotros.

            ---Hablemos de otra cosa, que hay que tener respeto a las creencias ajenas. Por precaución, sobre todo. A Dios nunca hará daño, pero sí a lo que pueda hacer un creyente airado.

            ---¿No crees en la inmortalidad del alma? ¿No crees que tu amigo Feito está en alguna parte y te agradece lo que has hecho para publicar su poesía?

            ---Está en alguna parte, cierto. Está en el corazón de los que le recordamos. Y ahí sé que me sonríe agradecido. Tenía en mucho aprecio sus versos y nada sentiría más que el que fueran olvidados.

            ---El olvido nos llega a todos, pero confiemos en que no tenga demasiada prisa. Yo hablo mucho de la posteridad, de ser leído dentro de dos o tres siglos. Hablo en broma, por supuesto. Nunca sabré si me leerán o no entonces. Ni lo sabrá nadie que me haya conocido. La posteridad de verdad es la inmediata. Que nos sigan apreciando literariamente, que nos sigan queriendo, los que nos conocieron en vida.

            ---¡En qué elucubraciones pierdes el tiempo por no escuchar los villancicos!

            ---Sí los escucho. Y me gustan. Ya no soy el mister Scrooge que odiaba la navidad. Cada día que pasa me parezco más a todo el mundo.

            ---Siempre te has parecido más de lo que crees. Y eres mejor persona de lo que das a entender.

            ---Todos tenemos nuestras debilidades, pero yo me esfuerzo en que no se noten.

Domingo, 15 de diciembre
HA NACIDO UNA ESTRELLA

Si no quieres villancicos, toma dos tazas. Me llama mi amiga Catarina para recordarme que esta tarde tengo que entregar los premios del concurso Palabras Positivas, que ella organiza en Laviana, y de cuyo jurado formo parte. Creí que con dar mi voto por correo, había cumplido, pero parece que no. “Vamos a buscarte y, en cuanto leas el fallo del jurado, te llevamos de nuevo a Oviedo”, me dice. Y voy solo por cumplir un compromiso.

            Pero cómo me alegro luego de haber ido. El ganador del concurso tiene ocho años y está con su padre, que es profesor de literatura y fue alumno mío.

            ---El cuento es muy bueno. ¿De verdad lo has escrito tú?

            ---Lo escribió mi madre.

            ---No digas eso, que te van a quitar el premio.

            ---Lo escribió mi madre, pero se lo dicté yo.

            Y luego, cuando lee “Las tres pruebas mágicas”, con una dicción perfecta, con las pausas y la entonación adecuadas, compruebo que es así.

Solo por haber conocido a Juan, que más tarde volvió al escenario a cantar invitado por Tina Gutiérrez, valió la pena ir hasta Laviana en esta fría noche de diciembre.

Lunes, 16 de diciembre
CELEBRACIÓN Y ELEGÍA

Ni el café de la mañana ni el de la tarde saben lo mismo sin un libro nuevo que hojear. Al de las siete, más como curiosidad que como otra cosa, llevo Lo propio y lo ajeno, donde Enrique Bueres recopila algunas de sus crónicas culturales de hace más de veinte años. Yo le aconsejé que reuniera sus entrevistas de entonces, tan personales, pero no me hizo caso.

Como no es el libro que yo quería que publicara, sospecho que no valdrá demasiado la pena. Pero lo abro, comienzo a leer, y enseguida quedo fascinado por su humor gamberro, por su gusto por el detalle realista y la observación disparatada. Lo leo entero de un tirón, en lo que dura el café de la tarde, y me digo que ojalá tuviéramos hoy un cronista así de presentaciones, mesas redondas y congresos literarios. Las páginas culturales se leerían con tanto interés como las páginas deportivas. Claro que no duraría mucho en ninguna parte. Tendría que decirle adiós a culturales y babelias y conformarse con algún blog marginal.

Tampoco es mala solución. Me dan ganas de llamar a Bueres y proponerle que siga con su tarea de provocador cultural. Pero en seguida me doy cuenta de que el Bueres que escribió estas páginas ya no existe. Ahora es solo vacunas, cordialidad, buenas palabras, el amigo de todos (incluso es amigo mío), el admirador de casi todos (la excepción, por lo que yo sé, Elvira Sastre).

            ¿La receta para ser un buen cronista cultural? Mucha curiosidad, buena información, suficiente talento, un chorrito de humor y unas gotas de mala leche. Enrique Bueres tuvo todo eso y lo perdió en un recodo del camino. Ahora es un santo varón al que me gustaría parecerme cuando sea viejo. Pero como un regalo navideño nos entrega este libro para que añoremos lo que fue, lo que debió haber seguido siendo..

Jueves, 19 de diciembre
POETA EN EL PARAÍSO

Las cafeterías que frecuento, siempre las mismas y a las mismas horas, son rincones de mi biblioteca. Siempre llevo lectura, cada día un libro distinto, y el de la mañana no suele ser el de la tarde.

Hoy le toca el turno a El gato y su cubanía, una investigación académica, en el buen y en el mal sentido de la palabra, sobre José Agustín Goytisolo y su relación con Cuba. Me temo que no sale demasiado bien parado, a pesar de las buenas intenciones de su autora, Fernanda Bustamante Escalona. Su defensa de la Revolución hasta el último momento, sin que le hiciera mella el caso Padilla ni ningún otro percance posterior, no parece que fuera enteramente desinteresada. Castro sabía de sobra que los intelectuales se venden por un plato de alcohólicas o eróticas lentejas y por un puñado de adulación. Hoy no podemos leer sin un cierto rubor algunas de las cartas que la autora publica, como la que dirige a Fernández Retamar en 1968. “Hace unos días escribí a Marcia y a alguna otra de las chicas de tu harén en esa santa casa. Diles a las chicas que las amo, mi mujer lo sabe, comprende y se conforma”.

¿Era meramente poético y platónico el amor de Goytisolo por las jóvenes que trabajaban en la Casa de las Américas? Uno de sus estudiosos, García Mateos, señala que “allí, el mimoso José Agustín Goytisolo hallaría la antesala del paraíso, entre libros y discos y con el cuidado dulce y atento de las mujeres que, mayoritariamente, dirigían el buen rumbo del centro”. Título del artículo en que incluye esas palabras: “Entre las piernas de una mulata que le dicen Pepa. José Agustín Goytisolo y Cuba”.

Platónicas o no, resulta dudoso que las jóvenes trabajadoras de la Casa de las Américas tuvieran la opción de rechazar las atenciones de tan ilustre (y tan frecuente) invitado oficial.

Pero dejemos esos delicados temas y vayamos a lo político. Rescata la autora palabras que mejor habrían quedado en misericordioso olvido. En una charla pronunciada en Valencia el año 1971, elogió Goytisolo la capacidad de Fidel Castro para reconocer sus errores y rectificar. Cierto –afirma-- que en los sesenta hubo una etapa de dogmatismo, cuando la dirección del Partido estaba en manos de Aníbal Escalante, pero hoy ese exdirigente se encuentra en la cárcel “con una condena de treinta años por actividades ultradogmáticas y microfaccionales”. Curiosa manera de alabar un régimen político.

Viernes, 20 de diciembre
DISIMULO

Llego a esa edad en que la mayoría de los escritores viven amargados por su falta de éxito y su ansia de reconocimiento. Son muy pocos los que alcanzan la cima de los reconocimientos institucionales o venden tanto, a lo Pérez Reverte, que no les importan demasiado. Lo más frecuente es que éxito y reconocimientos, cuando los hay, duren menos que la vida, a poco larga que sea.

¿Me pasa a mí lo mismo? Pues si es así lo disimulo bastante bien. Algo bueno ha de tener el ser tan vanidoso como yo soy: que no necesito los elogios ajenos, me bastan los míos.

 “Las pompas fúnebres y los homenajes póstumos”, es mi lema. Pero de sobra sé que, si no te hacen caso ahora, menos te van a hacer cuando ya no estés. Pero tampoco estaría mal tener tan poco éxito póstumo como en vida, así ningún aplicado estudioso sacará a relucir mis posibles aplausos a regímenes que condenan a treinta años de cárcel por actividades ultradogmáticas y microfaccionales. Claro que yo, si me equivoqué elogiando a este o a aquel, nunca fue a cambio de generosas invitaciones oficiales.


 

 

sábado, 14 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Quién habla de victorias

 

Viernes, 6 de diciembre
CANTO Y CUENTO

Canta Amancio Prada en La Laboral, esa fascinante ciudadela que nunca se acaba de descubrir y que por fin parece haber superado su franquista pecado original. Canta y cuenta. Vestido de negro, solo en el escenario ante la inmensa sala, parece estar susurrando historias para un puñado de amigos reunidos en torno a una hoguera, una noche de invierno, o en la terraza de cualquier bar con unas cervezas o unos vasos de vino. De vez en cuando, entre historias campesinas de su infancia o andanzas por el París del 68, una canción, y siempre enmarcada en precisas palabras. De pronto, en mitad de la actuación, lo más inesperado para mí: “Ahora voy a cantar unos versos de un poeta de Aldeanueva del Camino”.

Últimamente pienso mucho en mi pueblo porque estoy preparando un libro que lleva ese título, Aldeanueva del Camino, y en el que reúno una parte de lo mucho que he escrito sobre él y que, en gran medida, ni siquiera recordaba haberlo escrito.  Por eso me sorprende y a la vez no me sorprende escuchar su nombre, como una continuación de mis pensamientos, donde menos lo esperaba. Continúa Amancio: “Pronto se vino a vivir a Avilés este poeta asturiano. Él dice que estas coplas que voy a cantar, en las que no falta algún toque irónico, son anónimas. A eso aspiramos todos, a escribir versos anónimos, a cantar canciones que son de todos y de nadie, como dice una de estas coplas, y que siguen resonando cuando ya no se recuerden nuestros nombres”.

            Había olvidado esas coplas que él canta con una melodía que se parece mucho a la que yo les habría puesto si supiera componer. Para mí son ya verdaderamente anónimas, y una de ellas (me moriría de vergüenza si alguien me viera) me llena los ojos de lágrimas: “Oyó a su madre cantar / allá en el fondo del sueño / y no quiso despertar”. Otra, la última, me parece una prodigiosa nadería que parece venir del fondo de los siglos y que quizá ya se la escuchó cantar Garcilaso a un campesino cuando paseaba por las orillas del Ambroz, allá en Abadía, huésped del duque de Alba: “Las cosas que más importan / son de todos y de nadie, / la luz del amanecer y esa estrellita en la tarde”. 

Domingo, 8 de diciembre
PERO FUNCIONA

¿Cómo pudieron imaginarse los productores a los que se presentó el proyecto que este cóctel tan disparatado iba a funcionar? El jefe de un cartel mexicano de la droga, casado felizmente y con dos hijos, se siente mujer y contrata a una abogada para le ayude a llevar discretamente los trámites del cambio de sexo.

La película es un musical: todo el mundo, cuando menos se espera, comienza a cantar, hasta los médicos cuando están operando. Y no es una comedia. Y tiene mucho de documental que denuncia el drama de los desaparecidos en el enfrentamiento entre los distintos clanes del narcotráfico, ante la indiferencia, o con la colaboración, de la policía.

            Y sin embargo Emilia Pérez, la película de Jacques Audiard, funciona. Tiene la lógica de los cuentos tradicionales: el ogro Manitas se convierte, por arte de birlibirloque, en la hermosa y poderosa Emilia que trata de remediar el daño que aquel ha provocado, sin renunciar por eso al dinero que aquellas malas artes le han proporcionado.

            No dejo de notar las inverisimilitudes, pero no me molestan, al contrario que en el infatuado Almodóvar. ¿Cómo es posible que ese padre amantísimo, para proteger mejor su cambio de identidad, deje de ver durante cuatro años a sus hijos? “No analices, muchacho, no analices”, me digo con Bartrina. Mejor dejarse llevar por la emoción durante el entierro de Emilia Pérez, una impactante Karla Sofía Gascón. 

Lunes, 9 de diciembre
GRACIAS, GRACIAS

Hojeo las novedades literarias, como casi cada mañana, en la librería Cervantes, y el azar, que me quiere bien, me pone la sonrisa en los labios. Abro El arpa y el viento, de José Luis Rey, un poeta cordobés muy valorado por Pere Gimferrer, a quien dedicó su tesis doctoral, y lo primero que leo es el relato de un viaje a Oviedo. Vino invitado a no sé qué encuentro literario y comienza agradeciéndoselo a sus anfitriones, “poetas que viven al margen de García Martín”. Vaya elogio involuntario. Es como cuando en México se indicaba que un escritor era poco conocido porque “vivía al margen de Octavio Paz”. El bueno de José Luis Rey, fiándose de sus amigos asturianos, me da una importancia que yo no diría que no merezco, pero de la que sin duda carezco.

            Y al lado del libro de Rey está el voluminoso tomo 7 de la Historia de la literatura española, que coordinan Jordi Gracia y Domingo Ródenas y que acaba de ser reeditado. ¿Habrán suprimido la paginita que me dedicaban y que me hizo tanta gracia? No, ahí sigue y se me continúa calificando de chismoso, intrigante, maledicente, impúdico, delator, y cito solo algunas de las flores que me dedican. Mucho deben valorar como escritor a esa prenda para creerte obligado a incluirla en una historia de la literatura española. Ni Quevedo era tan mala persona.

            Benditos detractores los míos, que aún no han aprendido que la mejor venganza contra un autor detestado es silenciar su nombre, como hicieron en El Cultural cuando los dejé. Los romanos sabían bien que la damnatio memoriae es el más cruel de los castigos.

            Gracias, Rey; gracias, Gracia; gracias, Ródenas. Me habéis alegrado el día.

Miércoles, 11 de diciembre
REMIENDOS POÉTICOS

Comentamos en la tertulia un soneto de Francisco Brines, el único que publicó, que sigue el esquema tradicional, pero en el que rima singular con plural: losa, hermosa, rosas, cosas. El texto es el de la primera edición de Ensayo de una despedida, de 1974, un libro que yo comenté en el primer número de Jugar con fuego. José Cereijo, siempre tan atento al detalle, nos dice que en la versión que aparece en Internet no hay ninguna irregularidad en la rima. Busco la edición de 1997 y compruebo que el poema ha sido retocado, y no precisamente para mejor. El verso inicial, “¿Quién yace aquí, debajo de esta losa?”, se convierte en “¿Quién yace aquí debajo de estas losas?”. Y el que concluye el cuarteto, “la humana luz, ni su pasión hermosa”; en “la humana luz ni su pasión, hermosas”.

Harto, sin duda, de que sus amigos le tomaran el pelo (“Hombre, Paco, para un soneto que escribiste ni siquiera fuiste capaz de utilizar adecuadamente la rima”, le diría más de una vez Bousoño), decidió enmendar los desperfectos.

             Pero vaya remiendo más ripioso. El muerto yace debajo de una losa, no de unas losas (salvo que sea el cadáver de un asesinado oculto bajo las losas de un patio). Y luego ese “hermosas” puesto como un piropo al final del verso.

            Habría sido mejor tachar el soneto, que vale poco y que disuena en el conjunto de su poesía.

Estas inseguridades y torpezas me hacen más simpático a Brines, un poeta al que admiré mucho, pero del que luego me distancié –pero no de su obra-- por motivos personales. 

Jueves, 12 de diciembre
MI FRACASO MAYOR

Al psicoanalista le cuenta uno cosas que no se contaría ni a sí mismo. Me tiendo en el diván y no necesita decirme nada para que yo comience con la confesión.

            ---He cortado amarras, he hecho lo que tenía que hacer. Es imposible salvar a quien no quiere ser salvado. Debería haberlo hecho mucho antes, tengo la conciencia tranquila. ¿Por qué, entonces, me siento tan mal? Porque en este asunto, aparte de la piedad peligrosa, de la que hablaba Stefan Zweig, estaba en juego mi vanidad. ¿Cómo yo, tan inteligente, tan perseverante, no voy a ser capaz de enderezar esta vida, de salvarla del abismo? Dediqué a ello tiempo y dinero durante años, pero Doctor Jeckyll y mister Hyde no es un relato fantástico, sino literatura hiperrealista. Aunque sientas amistad y compasión por el bueno de Jeckyll, tienes que romper con él si no quieres que el agresivo e insultante Hyde te lleve por delante. Sus víctimas preferidas son quiénes le muestran algún aprecio. He hecho lo que tenía que hacer y he retirado la mano y le dejo deslizarse hacia el abismo tan temido, tan querido por él, o solo por una parte de él que es la que manda. He hecho lo que cualquiera habría hecho hace bastante tiempo. Pero me siento mal y lo que peor me hace sentir es darme cuenta de que si ayudé tanto o más de lo que nadie haría no fue quizá por bondad, sino por vanidad. ¿Cómo voy a fracasar yo, que soy tan listo, en resolver este problema? Me hace sentir a disgusto conmigo mismo que esa sensación de fracaso sea para mí tan penosa como ver al amigo, ciego por voluntad y por destino, adentrarse en el infierno.

            ---Nadie es tan buena persona ni tan listo como se cree.

            ---Y yo menos que nadie.


 

 

 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Honoris causa

 

Sábado, 30 de noviembre 
DEUDAS

“Cuando se murió, era tan pobre que ni siquiera tenía deudas”, leo en un libro de Chesterton.

            Me temo que de mí no se podrá decir lo mismo: estoy lleno de deudas que no podré pagar jamás, aunque ninguna tiene que ver con el dinero. 

Domingo, 1 de diciembre
DENUESTO Y ELEGÍA

Como mi amigo Abelardo Linares, tengo algo de Quijote de la crítica literaria. A él le ha dado por defender a autores desvalidos, como José Luis Parra, y por arremeter contra molinos de viento como un tal Raúl Zurita, al parecer muy valorado en las universidades del mundo y candidato al Nobel, o Araceli Iravedra, aplicada entomóloga de tendencias poéticas. A mí me gusta rescatar a autores menospreciados por su ideología, como Joaquín de Entrambasaguas, el malo de la película en la erudición de posguerra. Dámaso Alonso le odió siempre porque, según dicen (aunque parece que no es verdad) le birló la cátedra de Literatura, y Entrambasaguas sintió siempre celos del prestigio poético que tenía su rival. A Hijos de la ira, recibido con tanto bombo por los enemigos del régimen, quiso contraponer su libro Voz de este mundo, del que nadie hizo el menor caso y que ha desaparecido en los sumideros del olvido.

Tenía yo ganas de leerlo y hoy, en mi rastreo habitual de los domingos, me lo encuentro en el puesto de Iván. Es un libro amplio, con extensos  poemas escritos en versículos, parece una obra ambiciosa. Pero lo primero que me llama la atención es la dedicatoria: “Para el fino poeta José María Martínez Cachero, con el afecto de su admirador”.

            ¿” Fino poeta” Martínez Cachero? Fue mi profesor de literatura, dirigió mi tesis doctoral, fuimos luego compañeros en la Universidad y, durante algunos años, en el jurado de los premios Príncipe de Asturias. Siempre me pareció un minucioso erudito a la manera decimonónica sin demasiada sensibilidad literaria. “Martínez Fichero” le llamaban algunos maliciosamente.

En 1946 –cuando apareció Voz de este mundo-- tenía veintidós años, había publicado algunos versos en la revista Espadaña y en otros lugares. Luego la lucha feroz por hacerse un sitio en el escalafón universitario ahogó al poeta. ¿Seguiría escribiendo versos como su colega Emilio Alarcos? ¿Estarán esos versos en alguna parte? Quizá me los encuentre un día en el mercadillo del Fontán, como sus libros y sus fichas.

            De sobra sé que los libros que uno tiene en su biblioteca están solo de paso, que cuando uno ya no pueda hacer uso de ellos echarán a volar e irán a parar a las manos de quien los quiera bien. Pero conviene, si son de un nombre conocido, que no vuelen demasiado pronto o que busquen resguardo en una biblioteca pública. Lo contrario indica poco amor por parte de los herederos.

            Quizá soy algo injusto: libros dedicados a mí, y no en pequeña cantidad, andan rodando por las librerías de viejo. Se fueron en montón porque no cabían en casa y son de autores que literariamente aprecio poco. Ya sé que debería arrancar la dedicatoria para evitar odios mortales. O hacer daño a algún buen amigo no demasiado dotado para el verso.

Martínez Cachero conservó toda su vida este libro de su colega Entrambasaguas que le recordaba el tiempo en que él aspiraba a ser poeta. Y tuvo una hija, también profesora de literatura, que heredó su despacho en la universidad y su inmensa biblioteca. Pero no, por lo que parece, su aprecio por los libros. Es mi amiga, así que no diré más.

            Qué diferencia con el caso de Emilio Alarcos, todos los días en candelero gracias a la inagotable energía de Josefina Martínez. En 2022 fue su centenario y en su inacabable celebración participó muy activamente la hija de Martínez Cachero. Este 2024 es su centenario y no parece que nadie se haya acordado de él.

            ¿Se acordará alguien de mí en el 2050? ¿Encontrará alguno de los jóvenes que ahora pasan por la tertulia, y que entonces tendrán mi edad, un libro dedicado a mí y se llenarán, como yo hoy, de melancolía?

            La meta es el olvido, ya lo sabemos, Borges, no hace falta que nos lo repitas, pero a nadie le hace gracia llegar demasiado pronto.

Lunes, 2 de diciembre
GUERRA Y PAZ

Ya antes de que el esclavo Hanno revelara su verdadera identidad ante los emperadores Geta y Caracalla recitando a Virgilio, supe yo que no era quien parecía ser, un bárbaro norteafricano. A poco de comenzar la película, le escucho citar a Tácito (ubi solitudinem faciunt pacem apellant), y poco después a Epicuro, al alentar a sus partidarios para que no teman la muerte: “cuando nosotros estamos, ella no está; cuando ella está, nosotros no estamos”.

            Disfruto con este nuevo Gladiator como con las películas de romanos que veía cuando era niño. Y a la vez recuerdo aquellos tiempos en que trabajosamente traducía en clase el canto VI de la Eneida, el de la visita a la Sibila y el descenso a los infiernos (del que solo recuerdo un verso famoso: ibant oscuri sola sub nocte per umbram), y en que la profesora de latín, mi querida Inés Illán, nos dijo, antes de comenzar una de las interminables huelgas de entonces (primeros años setenta, los amenes del franquismo) que aprovecháramos para leer a Marx y a Freud que eran más importantes que Horacio y que Virgilio.

Le di muchas vueltas a la frase de Tácito (que ahora parece ser el lema de Netanyahu), no era capaz de traducirla adecuadamente. “A la destrucción la llaman paz”, dice Hanno o Lucio Vero en la película.

Hay –entonces y ahora-- quienes no conciben la paz sin el exterminio total del contrario: el mejor palestino es el palestino muerto o exiliado bien lejos de nuestras fronteras.

Si criticar crímenes de guerra o un hipócrita genocidio es ser antisemita, pronto esa palabra, hasta ahora execrable, se convertirá en un timbre de honor.

Martes, 3 de diciembre
COSAS DEL PLANETA

Leo el primer tomo de las memorias de Rafael Borrás, lleno de nombres y de anécdotas no siempre memorables. Una semana antes de que le den el Planeta, visita a Jorge Semprún en París. Autobiografía de Federico Sánchez, que no tiene nada de novela, aunque ganara un premio de novela, lleva la siguiente dedicatoria: “a Rafael Borrás, que inventó este libro, nivola o engendro, y que (tal vez) lo haya escrito por medios hipnóticos”. En la obra se habla de la manifestación del once de septiembre de 1977. “Esas páginas –aclara Borrás--  debió de escribirlas al corregir galeradas, pues el plazo de admisión había finalizado en junio”.

Más preciso sería decir que el libro –quizá un encargo para la colección Espejo de España-- se terminó de escribir después del plazo y hasta es posible que después de la concesión del premio.

¿Un engaño menor? No sería el único. Para hacer dinero, mucho dinero, editando libros hace falta no tener demasiados escrúpulos. Este Rafael Borrás fue el mismo que “estafó” a Andrés Trapiello prometiendo un premio para Las armas y las letras que luego le dieron a otro por cambios en la dirección editorial. Lo cuenta con todo detalle en sus diarios y es un supuesto latrocinio que tardó en perdonarle.

Jueves, 5 de diciembre
EL MEJOR PREMIO

Paso las mañanas estos días haciendo de abuelo. “¿Es Yara, la hermana de Martín?”, me pregunta un amigo que nos encuentra en el parque. “No, es Sofía, su prima, unos meses menor. No tiene plaza en la guardería y yo me ocupo a veces de ella mientras su madre está ocupada”. “Pues vaya trabajo que te ha caído encima”.  “¿Trabajo? Lo considero un premio, el mejor que podría recibir. Es una niña listísima. Aprendo mucho con ella. Una hora a su lado vale más que una semana en cualquier máster”.

Si me dan a escoger entre ser doctor honoris causa, aunque sea por Harvard (¿qué se me habrá perdido a mí en Harvard?), y ser abuelo honoris causa, prefiero con mucho lo segundo.

Pocos trabajos tan gratificantes como acompañar a un niño pequeño en su descubrimiento del mundo. Es como regresar al Paraíso, cuando todo estaba recién creado y había que ir dándole nombre a las cosas.

Tiene también sus inconvenientes, pero esos corren a cargo de los padres. Parecía que para ser abuelo era inevitable pasar por el trabajoso trance de ser padre, pero yo he conseguido evitar ese trámite, ¿cómo no voy a sentirme feliz?  Esa fue siempre mi única ambición.

La fama, la Academia y la mucha venta para quien se las trabaje. No digo, que si por ventura llegasen, me fastidiarían. En absoluto. Si me toca la lotería, pues qué bien, invito a los amigos. Pero molestarme en comprar un billete, va a ser que no. A tanto no llega mi interés.

--Cuidado, Sofía, no corras tanto, no te vayas a caer.




 

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