Sábado, 20 de octubre
AQUÍ NO PASA
El periodismo miente, pero no engaña. Leo –Margot Cottens en
la portada– una revista popular en la España de Franco, Ondas. Es de abril de 1957 y comienza con un reportaje
sensacionalista.
“Se venden
hijos a precios populares. El mercado negro de niños en Estados Unidos”, leemos
en el titular. Y en la entradilla: “Este deshonesto comercio, desdichadamente
bastante difundido en América, produce sumas enormes: por un niño de ojos
azules, se llegan a pagar hasta siete millones de liras”.
Al autor
del reportaje, lo que le preocupa de ese comercio es que los compradores puedan
ser estafados: “En treinta y cuatro Estados no es ir contra la ley vender a un
niño. Tan solo en estos últimos años, las autoridades americanas han empezado a
tomar en consideración proyectos de ley con penas muy duras para los que hacen
esta clase de comercio. Los riesgos, en esta transición, están todos de parte
del que compra: un recién nacido, por ejemplo, puede estar tarado por un mal
hereditario, puede ser ciego y epiléptico, se han dado muchos casos, y no hay
ninguna ley que pueda obligar al vendedor a restituir el dinero por fraude en
el negocio”.
Estas cosas
escribía un periodista italiano, Guino Gullace, hablando de la adopción de
niños, en una revista española. Claro que semejante comercio sin garantías solo
podía ocurrir en las decadentes democracias. Aquí la situación era muy distinta.
Y por si alguien no había caído en la cuenta, se inserta la fotografía de una
niña abrazando a un osito de peluche con el siguiente pie: “En España no ocurre
el grandioso drama del mercado negro de niños. En nuestros centros benéficos,
los niños son atendidos maravillosamente y, claro está, son felices”.
En España
no se vendían niños (aunque también se vendieran), solo se robaban a las malas
madres (rojas o solteras) para dárselos a las buenas familias que vivían de
acuerdo con las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia.
El periodismo
miente, el de entonces y el de ahora, pero no engaña –como ese troll parlamentario que atiende al
nombre de Pablo Casado– más que a quien quiere dejarse engañar.
Domingo, 21 de octubre
TRES ERRORES
“Día en que no cometes al menos tres errores es día perdido”,
leo en un viejo cuaderno chino.
Pues, si
eso es así, muy pocos de mis días pueden considerarse días perdidos.
Martes, 23 de octubre
BRAVO, ERDOGAN
La denostada Turquía, el país que no cumple los estándares
democráticos que le permitan formar parte de la exquisita Unión Europea, la
república laica que se está islamizando a marchas forzadas, nos ha dado una
lección.
¿Qué habría
ocurrido si el asesinato de Jamal Khashoggi hubiera ocurrido, no en el
consulado de Estambul, sino en la embajada saudí en Madrid, Londres, París,
Roma o Berlín? Pues que nos habríamos creído –habríamos fingido creernos– las
explicaciones de Arabia Saudí: el periodista, tras salir por su propio pie del
recinto diplomático, estaría en paradero desconocido.
Pero Erdogan,
el denostado Erdogan, vio desde el primer momento que esta era la ocasión de
lavar su imagen, de dar una lección de democracia y respeto a los derechos
humanos a quienes se pasan la vida
dándole lecciones a él.
Ahora la
Unión Europea no puede mirar para otro lado y dedicarse a su deporte favorito,
practicar el bullying con Venezuela
mientras hace buenos negocios con la venta de armas a sanguinosas dictaduras.
–-Nada
nuevo, Martín, nada nuevo. Cuando Churchill y Roosevelt tomaban el té, comían caviar
y con Stalin se repartían Europa en Yalta, ya habían ocurrido las más feroces
purgas y millones de rusos se pudrían en el gulag.
––Pero lo
de esta vez es demasiado. Ha habido un exceso de confianza en las tragaderas
democráticas de occidente. Yo creo que o el príncipe ensangrentado se retira o
peligran los buenos negocios del país.
––Qué
ingenuo eres, Martín. Otros buenos negocios son los que peligran, no los suyos.
¿Recuerdas quién hizo de intermediario en todos los intercambios comerciales
entre España y Arabia, incluido el mayor de todos, el del Ave a la Meca?
Exacto, el amante de Corina, según contaban laudatoriamente todos los
periódicos. Pero no es necesario que el príncipe descuartizador amenace con
tirar de la manta en ese asunto. En España, los trabajadores de Navantia le
sacarán las castañas del fuego al principito. Y en los demás países, razones de Estado semejantes. En pocos meses
se habrá olvidado todo y veremos al benemérito Mohamed ben Salmán paseándose
por las capitales del mundo, siendo recibido por jefes de Estado y de gobierno,
incluso aspirando quizá –cuando acabe con los yemeníes gracias a esas bombas
cuya milimétrica precisión láser fue alababa por el ministro Borrell– al premio
Nobel de la Paz. El dinero no huele, pecunia
non olet, como decía el emperador Vespasiano a quienes criticaban su impuesto
sobre las cloacas. La sangre dejará rastro en las paredes del consulado donde descuartizaron
al periodista (hay quien dice que retransmitieron la ejecución en directo),
pero ni el más sofisticado instrumental podrá encontrar la menor salpicadura en
los dólares que los negocios saudíes permiten ganar a unos pocos privilegiados
(y con los que se pagan tantos sueldos de currantes anónimos).
––¿Y no
podemos hacer nada? Es como si Pablo Escobar creara la Fundación Escobar, a la
manera de la fundación March, y por eso tuviéramos que perdonarle todos sus
crímenes.
–-No
podemos hacer nada, nada, nada. Y tú ten cuidado con lo que escribes, no vayas
a molestar al principito o a los que hacen negocios con él, que ya sabes cómo
se las gastan.
Miércoles, 24 de octubre
BATALLITAS
Los viejos siempre andan contando batallitas de cuando eran
jóvenes. Yo he comenzado a hacerlo, señal de que la edad no perdona a nadie.
¿Cómo era la iniciación en la vida literaria antes de Internet?, me preguntan
en la presentación gijonesa de Anáfora.
Y yo
recuerdo los tiempos de Poesía española,
la revista que dirigía José García Nieto, y que yo compraba, a principios de los
setenta, en la librería Santa Teresa. En los márgenes, de distinto color,
publicaba críticas de libros y noticia de las otras revistas de poesía que se
publicaban en España. Yo les pedía un número de muestra contra reembolso,
muchas me lo enviaban gratis, y luego me suscribía a las más interesantes. Solo
después de conocer la revista me atrevía a mandar mi colaboración. Recuerdo
bien que el primer poema apareció en Caracola,
de Málaga, allá por 1971. Y me hizo ilusión saber luego –cuando leí el estudio
de Fanny Rubio sobre las revistas de posguerra– que en ella habían colaborado
Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda y que en el grupo inicial de los fundadores
estaba María Victoria Atencia.
También
publiqué en Álamo, la elegante
revista salmantina que dirigía Juan Ruiz Peña, un poeta jerezano, becqueriano y
juanramoniano que cultivaba también el aforismo y había creado un heterónimo,
Verecundo Abisbal. Casi nunca firmaba entonces como José Luis García Martín,
que más que un nombre propio me parecía un nombre común.
Ya me
dedico a contar batallitas, como la gente de mi edad. Mala cosa. Pero aún no me
considero un superviviente de otros tiempos en un mundo que no acabo de
entender. No soy de esas personas para las que el siglo pasado sigue siendo el
siglo XIX.
No soy el
que fui en aquellos heroicos setenta y aturdidos ochenta, soy solo su heredero.
Y me escucho evocar viejos tiempos con curiosidad (siempre me ha interesado la
historia), pero me aburro pronto. Mi tiempo sigue siendo este tiempo, el
tenebroso, fascinante, adolescente siglo XXI.
La
historia, la mía y la del mundo, es una novela por entregas llena de intriga y
de golpes de efecto y cuyo último capítulo es siempre el más apasionante.
Jueves, 25 de octubre
HEREJES
Asisto a la presentación que Xaime Martínez hace de Fruela
Fernández en la librería Cervantes. Los dos comenzaron a ir por la tertulia
cuando tenían dieciséis o diecisiete años y los dos me parecieron geniales.
Fruela dejó
de ir pronto, porque se fue a estudiar fuera y porque en seguida, tras la
publicación de su primer libro, Círculos,
que yo presenté en 2001, creyó encontrar mejores apoyos en Manuel Borrás,
el editor de Pre-Textos, en Luis Antonio de Villena, que lo incluyó en sus
antologías, o en los poetas que organizaban ese macrofestival cordobés (siempre
con algún Nobel incluido) que se llama Cosmopoética.
Aunque no
volvió a publicar ningún libro hasta 2013 (sí espléndidas traducciones), en
todos los recuentos de poesía joven figuraba su nombre. Tardó en volver a la
poesía y cuando volvió lo hizo con una poesía áspera en la que entrevera el
español y el asturiano, que a mí me interesó muy poco.
Escucho
ahora sus divagaciones político-poéticas y la lectura de los poemas de La familia socialista y sigo sin
encontrarle demasiado interés a una especie de memorias de infancia en una
familia socialista de las Cuencas, escritas en un verso entrecortado y
pedregoso.
¿Soy justo
al pensar así? Probablemente no. Tras un espléndido y prometedor primer libro,
Fruela Fernández calló poéticamente (aunque siguió figurando literariamente) y
luego prefirió seguir una poética con la que yo no sintonizo.
Quizá sea
así, pero yo no puedo dejar de pensar que abandonó demasiado pronto la nave
nodriza, que si hubiera seguido un poco más de tiempo en la tertulia habría
salido al ancho mundo algo mejor pertrechado conceptualmente.
Al salir de
la librería, como sé que no le va a molestar demasiado –él piensa que quien se
quedó anquilosado en una estética provinciana soy yo–, le digo: “Tú ya no
tienes remedio, pero para Xaime todavía hay salvación”.
Tengo mis
dudas. Entre un fervor asturiano mal entendido, la perorata a lo Manuel Vilas y
la cátedra Feijoo, puede acabar igualmente estrellado. Y eso me preocupa, soy
así de paternalista.
Viernes, 26 de octubre
UNA IMAGEN
Para la historia universal de la infamia quede la imagen que
han publicado en primera página casi todos los diarios: con gesto serio, un
adolescente da la mano al hombre que ha mandado asesinar a su padre.
Vive en
Arabia Saudí, el país preferido por los inversores para hacer buenos negocios, y
allí se andan con pocas bromas: o acudía a la audiencia con el rey y el
príncipe heredero para recibir el pésame o a él y al resto de su familia le
ocurriría lo que al periodista díscolo.
¿Podrá
alguna vez contar lo que sentía cuando apretaba su mano esa otra mano
chorreante de vísceras y sangre?