Sábado, 21 de abril
EN UN CLARO DEL BOSQUE
Me paso la vida contando mi vida, pero hay cosas que todavía
no le he contado a nadie, y quizá nunca se las cuente. Lo que ocurrió aquella
noche de hace veinte años, por ejemplo.
Había
salido yo muy tocado de una mala historia de amor, o de casi amor, y un amigo
me prestó su casa, poco más que una cabaña (ahora es un alojamiento rural), en
los montes de Somiedo, para que descansara unos días y me lamiera las heridas.
Nunca me ha
gustado demasiado la naturaleza, si he de ser sincero, pero necesitaba estar
solo. Por el día vagaba por los alrededores, alguna vez bajaba hasta la villa,
volvía fatigado a casa. Me dormía pronto. Había recuperado el sueño, y aquello
era una buena señal.
La nueva
pareja de mi pareja, antes uno de mis mejores amigos, tuvo la desfachatez de
llamarme para ver cómo me encontraba. Y yo no le colgué el teléfono y me callé
lo que pensaba e intercambiamos un rato banalidades como si no hubiera ocurrido
nada.
Me dormía
pronto por lo general, ya digo, pero algunas noches tardaba en dormir y
entonces escuchaba un poco de música y luego me asomaba a la ventana a
contemplar la oscuridad agujereada de estrellas sobre las copas oscuras de los
árboles.
Fueron días raros en
la climatología de la zona aquellos, sin una nube. Una de esas noches vi una
estrella errante, o lo que me pareció una estrella errante. Cerré los ojos para
formular un deseo: que nunca más volviera a necesitar a nadie como se necesita
el aire que respiramos. Los abrí. Aquella luz que yo creía una estrella se
movía cada vez más lentamente hasta quedar inmóvil. Permaneció así un largo
rato, yo casi no acertaba a distinguirla de los otros astros. De pronto comenzó
a descender despacio, muy despacio, y desapareció en medio del bosque. Me vestí
–estaba ya listo para ir a la cama– y salí a buscarla. No sé por qué lo hice.
No parecía muy recomendable andar de noche por aquellos andurriales, podía
perderme. Pero no me perdí.
Una luz
verdosa que se filtraba entre los troncos de los árboles y los matorrales me
guió hasta ella. Estaba en un claro, parpadeante, sin hacer ningún ruido. Yo
debía sentirme asustado, pero no tenía ningún miedo.
Me acerqué
como si fuera la cosa más natural del mundo, buscando una puerta, alguna
ventana. No las había. Se trataba de un cilindro metálico, del tamaño de una
pequeña furgoneta, que despedía una fosforescencia extraña. Y fue entonces
cuando ocurrió lo que nunca le he contado a nadie ni creo que me atreva a
contarlo jamás.
Volví a
Oviedo tres días después, completamente recuperado. No he vuelto a enamorarme
desde entonces, aunque más de una vez fingiera estarlo porque uno escribe
versos y el tema del amor da mucho juego.
Mis amigos
dicen que no tengo corazón. Y yo sonrío y ni afirmo ni niego. Lo que pasó
aquella noche, en los montes de Somiedo, en un claro del bosque como el de los
cuentos de hadas y prodigios, no lo he contado nunca ni lo voy a contar ahora.
Domingo, 22 de abril
UN ERROR, DOS ERRORES
En mi cafetería habitual del Fontán. Una pareja joven en la
mesa de al lado. Hojean juntos el periódico. Observo de reojo, halagada mi
vanidad, que se han detenido en la página de mi diario semanal.
“Enamorarse
es un error; ser correspondido, dos errores”, lee él en voz alta. “¡Qué
tontería!”, dice ella antes de besarle en los labios.
“Dejad que
pase un poco de tiempo”, pienso yo.
Lunes, 23 de abril
CONTRA LOS RECITALES
Por mucho que a uno le gusten los dulces, si le obligan a
comerse dos docenas de pasteles lo más probable es que acabe detestándolos.
Para
conmemorar el día del libro, me enredan
en una lectura colectiva de León Felipe: cincuenta profesores y alumnos –en una
pequeña sala de juntas, donde apenas caben cincuenta personas– han de leer
cincuenta poemas suyos..
Yo solo
aguanté hasta el número veinte, por eso todavía no odio del todo a León Felipe.
Claro que
hay ocurrencias peores: la de la lectura colectiva del Quijote, por ejemplo.
Martes, 24 de abril
TENDRÉ QUE IR ACOSTUMBRÁNDOME
“Más de dos millones de ancianos viven solos en España”
escucho en la televisión. Hablan luego de que ese problema de soledad es uno de
los más graves de la sociedad contemporánea y de cómo tratan de resolverlo en
los distintos países.
Solo me doy
cuenta de que están hablando de mí cuando precisan que se refieren a personas
de más de 65 años.
Es la
primera vez me veo incluido en la categoría de ancianos. Tendré que ir
acostumbrándome. De momento, encuentro divertido que me califiquen de esa
manera.
Miércoles, 25 de abril
FARSA Y LICENCIA DE
LA PRESIDENTA CASTIZA
“¿Estarás contento? ¡Habéis conseguido que dimita antes que
Toni Cantó!”, me dice un amigo del PP, tan ingenuo que hasta se cree a Antonio
Hernando.
Pues no, no
estoy contento. El asuntillo ese, tan cutre, del hurto en el supermercado
(¡solo faltó que fuera, no de una empresa vasca, sino catalana!) me ha amargado
el día, un día para mí siempre feliz, recuerdo de aquel otro 25 de abril, cuando los
fusiles y los claveles.
Me consuelo
un poco imaginando la farsa en un acto para sombras y marionetas que escribiría
don Ramón del Valle-Inclán con este esperpento.
Acto único,
escena tercera. La ministra de Defensa, doña María Dolores de Cospedal,
marquesa del Finiquito, condesa del Diferido, con peineta y mantilla, rodeada
de espadones, el pecho deslumbrante de cruces y medallas, entra en el despacho
de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
––Ay, hija,
te traigo un ukase. Que dice el jefe que tienes que irte, que ni un minuto más,
que somos el hazmerreír del mundo.
––¿Irme yo
por haber tratado de robar en un supermercado? ¡Pero ese hombre esta loco! ¡El
que no lo haya hecho, o por lo menos intentado alguna vez, que tire la primera
piedra!
––-Quien
manda manda, querida. Tú di que dimites para que no lleguen los podemitas al
poder, que eso siempre nos da votos.
––Pues irme
me iré, pero que tenga cuidado nuestro querido presidente, que quien a video
mata a video muere. ¡Si lo del Eroski fue solo para comprobar cómo funcionaba
su seguridad, que ya me preparaba yo para ser delegada del gobierno en Madrid y
controlar a todas las fuerzas de seguridad! ¿Lo hice mal? ¿Puede alguien
decirme que lo hice mal? ¡Si hasta me dedicaban artículos elogiosos en El País!
Acto único,
escena séptima. Reunión del gabinete de crisis de la Marca España en el salón
Velázquez de la Casa de las Siete Chimeneas. Preside el ministro de Cultura,
con uniforme de gala. Antes de sentarse, entonan todos, con mucho sentimiento,
el himno de la legión: “Soy el novio de la muerte…”
––Tenemos
que hacerle un lavado de cara a la marca España, las infamias que los catalanes
han ido difundiendo por la culta Europa –que si nuestras universidades regalan
los títulos, que si nuestros políticos roban hasta en las tiendas de barrio– la han desprestigiado por completo. Propongo
cambiar el logos (vamos a encargarle a Mariscal algo con la querida cabra que
todos llevamos tan dentro del corazón), la banderita, algo chillona, e incluso
el nombre del país. ¿Qué os parecería Marca Hispánica?
––Formidable,
ministro. Y así matamos dos pájaros de un tiro. ¿Cómo van a querer los
independentistas separarse de la Marca Hispánica si ese fue el primer nombre
que tuvo Cataluña? ¡Chúpate esa, Puigdemont!
Jueves, 26 de abril
COSAS DE LA POLÍTICA
“Si no hay dinero, no hay dinero”, les dijo el presidente
del gobierno de un país todavía llamado España, muy en su papel de adalid del
sentido común, a los miles y miles de pensionistas que se manifestaban para
pedir la subida de las pensiones.
“Si no hay
dinero, se saca de debajo de las piedras, eso es de cajón”, le dijo el presidente
del gobierno a su ministro de Economía cuando se enteró de que el partido
nacionalista vasco exigía esa subida para votar afirmativamente en el debate de
los presupuestos y permitirle así seguir holgazaneando en la poltrona.
Viernes, 27 de abril
DE JUECES Y MANADAS
Oximoron: figura retórica que consiste en complementar una
palabra con otra que tiene un significado opuesto.
Ejemplos:
fuego helado, nieve ardiente (de la poesía clásica) o música militar, pensamiento navarro (del "humor" tradicional). ¿Habrá que añadir justicia
española?