Viernes, 30 de marzo
SOY UN DESAGRADECIDO
¿Se
puede ser especialista en un tema y no tener ideas muy claras sobre el mismo?
Difícil parece, pero Anna Caballé se esfuerza en demostrar que no resulta
imposible.
El do de pecho que dio con la reseña
de El último pirata del Mediterráneo,
el libro maldito de Manuel D. Benavides sobre Juan March, trata de superarlo
hoy con el Diario de los Goncourt. No
lo consigue, pero casi.
De sus despectivas líneas sobre el
libro de Benavides no pude decir nada porque yo soy el autor de la edición y
parecería que respiraba por la herida. Coincidimos en Sevilla poco después y sobre
la herida no quise echar sal. Quizá aquel desliz se debía a presiones de la
todopoderosa Fundación March (otro habría sido el destino de Pablo Escobar si
hubiera buscado buenos asesores y la hubiera tomado como modelo). Además había elogiado
mucho El arte de quedarse solo y ya
se sabe que, como dijo Oscar Wilde, para un escritor solo hay dos clases de críticos:
los malos y los que te elogian. Me pareció además una persona culta y
encantadora.
La edición de El último pirata no parecía haberla hojeado siquiera (y, si lo
había hecho, el caso era aún más grave). Le reprochaba –a una feroz diatriba
publicada en 1934, cuando el contrabandista acababa de fugarse de la cárcel
sobornando al director– no ser una biografía objetiva, como las que se estilan
en Europa y no adivinar la trayectoria futura del prohombre. Al hecho de que se
rescatara la edición definitiva del libro –publicada en 1937 y desconocida–, en
la que aparecían los verdaderos nombres de los personajes no le dedicaba ni una
línea; tampoco a que se incluyera una breve e impactante autobiografía de
Benavides. No le dije en Sevilla lo que pensaba: que yo a quien me escribiera
una reseña así para Clarín no le
volvería a encargar ninguna más, pero parece que en Babelia son menos escrupulosos en lo que se refiere al rigor y al
respeto a los lectores.
Claro que estas cosas no las puedo
decir en público porque yo soy el afectado y parecerían pataleta de autor. Por
eso me froto hoy las manos: de su comentario al Diario de los Goncourt sí puedo hablar.
Descalifica la más extensa de las
traducciones realizadas hasta la fecha en español porque no traduce las tres
mil quinientas páginas de la edición de 1956, la primera completa. Ni siquiera
parece darse cuenta de que esta entrega abarca hasta 1870 y que el diario acaba
en 1895.
No se refiere, quizá lo ignore, a que
desde 1887 Edmond de Goncourt fue publicando diversos tomos –hasta un total de
nueve– y que fueron esos volúmenes, no la tardía edición completa, los que
influyeron en Amiel y en el resto de los diaristas contemporáneos. Los nombres
omitidos entonces –y ciertas expresiones consideradas obscenas– se incorporan a
esta edición, hecha con excelente criterio. Termina la primera entrega
precisamente cuando concluye el diario de Jules y Edmond de Goncourt; los más
de veinte años siguientes serán solo el diario de Edmond, aunque por fidelidad
fraternal su autor quisiera firmarlo con el nombre de los dos hermanos.
“La historia de la traducción del
diario al castellano es desdichada”, se lamenta Anna Caballé, no sin razón. Lo
esperable sería que se alegrara de que comience a ponerse remedio con este
volumen, acompañado de precisas notas informativas y con útil índice onomástico
final. Pero eso a ella no le importa; lo que ella querría son las tres mil
quinientas páginas de la edición de Ricatte. Lo curioso es que esa traducción completa no
existe en ninguna lengua ni probablemente existirá nunca: tiene más interés
para los estudiosos de la vida literaria francesa que para los lectores. Dice
que esa edición es “la única que puede hacer justicia a la obra”, desdeñando la
labor de Edmond con sus nueve impactantes y polémicas entregas. Y dando a
entender que hasta 1956 –cuando ya los Goncourt eran solo el nombre de una
academia– nadie había podido leer adecuadamente su diario (más cierto parece
que nadie leyó –solo hojeó– esa edición exhaustiva de apuntes y borradores).
Habrá quien diga que todo esto son
opiniones. Pues no, no lo son. “Desde 1925, fecha de la primera y breve
antología se han hecho varias tentativas que no logran captar el espíritu de
aquella mordaz escritura: hay demasiada diferencia entre el volumen de texto
real y el seleccionado”. Error, error, error. No en 1925, sino en 1932 se
publicó en Ediciones Jasón una selección del diario; la traducción era
apresurada y anónima, con numerosos errores; a pesar de ello se reprodujo facsimilarmente
en 1988 y de ella se sacaron los capítulos para la monumental Antología de diarios íntimos publicada
por la editorial Labor en 1963. Aparte de esa edición, solo tenemos la
traducción de un año, el 1863, publicada en México en 2016.
Podríamos seguir destrozando el
comentario de Anna Caballé –se lo pone fácil a cualquiera que conozca la obra
de los Goncourt y haya leído, dudo que ella lo haya hecho, la edición que
reseña–, pero lo dejaremos aquí.
¡Uf! Qué tranquilo se queda uno
cuando por fin puede decir lo que la amabilidad y el agradecimiento le
obligaría a callar. Pero yo soy como Chus Lampreave en aquella película de
Almodóvar: incapaz de mentir.
¡Ya me gustaría poder hacerlo como
cualquier persona bien educada!
Domingo, 1 de abril
SOY UN FRACASADO
He fracasado, lo reconozco. Aunque parezco una persona
humilde y sin ambiciones (soy bastante bueno disimulando), en realidad siempre
he preferido la admiración o el temor al afecto. Y cuando me acerco a la edad
de los homenajes, las sopitas y el buen vino, compruebo que no he conseguido lo
primero y apenas lo segundo, pero que hay más gente que me quiere de la que yo
pensaba. He fracasado por completo. Cómo me alegro.
Martes, 3 de abril
ACEPTO UN BUEN CONSEJO
Comento con Abelardo Linares, el editor del Diario de los Goncourt seleccionado y
traducido por José Havel, mi opinión sobre Anna Caballé. Sus palabras están
llenas de buen sentido.
––Probablemente
tienes razón. Yo no he leído su reseña. Lo que te aconsejaría es que lo dejaras
pasar y no aludieras a ello públicamente. Ya sabes lo que decía Lara, que era
el editor que más sabía de estas cosas: lo que importa es el espacio que
dedican a un libro o a un autor, si lleva foto o no, si el titular es adecuado;
eso es en lo que se fijan la mayoría de los lectores; lo que diga el crítico
importa poco. Que a uno le dediquen dos columnas en Babelia es una publicidad gratuita que no se puede despreciar. Solo
ahora, después de cuarenta años editando, han comenzado a ocuparse un poco de
Renacimiento. No me lo eches tú a perder arremetiendo contra Anna Caballé, por
otra parte la única persona que en ese periódico ha hablado bien de ti.
Mi amigo
Abelardo, como siempre, tiene toda la razón. Lo mejor es encogerse de hombros y
dejarlo pasar.
–¡Y cuántas
injusticias no habrás cometido tú con libros valiosos!
Miércoles, 4 de abril
EL MEJOR TEATRO
Me entretengo viendo en el teléfono, más como una pieza
teatral que como un debate político, la comparecencia de Cristina Cifuentes en
la Asamblea de Madrid. Qué espléndidas intervenciones la suya y la de Lorena
Ruiz-Huerta. Dos Españas frente a frente, la que se resiste a desaparecer y la
que no acaba de nacer.
Sobre el
famoso máster de la Universidad Rey Juan Carlos (¡vaya nombre para una
Universidad!) ya, en el momento del debate, lo sabemos todo: que la presidenta
lo obtuvo fraudulentamente, pero que es completamente legal (en apariencia)
porque quienes cometieron el fraude fueron profesores y funcionarios de esa Universidad.
Y de la presteza con que el rector salió a defenderlos podemos deducir que no
se trata de un caso aislado, sino de una práctica habitual.
Cristina
Cifuentes saltó al ruedo dispuesta a llevarse a todos por delante. Qué
magnífica chulería, qué gran actriz haría falta para darle la réplica en el
teatro o el cine. “No fui a clase, ¿y qué? No me examiné de ninguna asignatura,
¿y qué? Tenía el permiso de los profesores. Me matriculé tarde, ¿y qué? Nadie
puso ninguna pega. No encuentro mi trabajo de fin de máster, ¿y qué? Me he
cambiado tres veces de casa y ya se sabe que eso implica deshacerse de mucho
papel inútil”.
Uno la
escucha, tan segura de sí misma, tan segura de que así se han hecho siempre las
cosas en España y de que siempre se harán así, que no puede por menos de sentir
admiración. Solo le faltó decir: “Me regalaron un máster, ¿iba yo a rechazarlo?
Si alguien ha cometido una irregularidad, será la Universidad, allá ellos”.
Tendría que
ser otra Bette Davis quien interpretara a esta fascinante mujer en la pantalla.
A Lorena
Ruiz-Huerta no hace falta que nadie le regale ningún máster. Entre Shakespeare
y Cicerón, un rosario de datos demoledores. La España que representa Lorena
Ruiz-Huerta es la España en la que a uno le apetece vivir, de la que me siento
orgulloso.
Pero yo
ahora no hablo de política, sino de teatro. Pocas piezas he visto más fascinantes.
Ángel Gabilondo era el abuelito bueno, lleno de sentido común, pero sin garra.
Al representante de Ciudadanos, Ignacio Aguado, le tocaba representar el
papelón más ingrato, el de nadar y guardar la ropa. Parecía dejar a Cristina
Cifuentes a los pies de los caballos –ellos lavan más blanco que nadie–, pero
luego, en lugar de mandarla a casa a hacer los deberes del dichoso máster, le
ponía de penitencia tres padrenuestros.
Ver la
política como un juego de estrategia, ese es uno de mis entretenimientos
favoritos últimamente. Ya me he hecho cargo de que, como me repiten mis amigos,
yo no valgo para político: voy siempre por derecho, caiga quien caiga, en
defensa de lo que considero justo. Esta tarde acabo enamorado de Cristina
Cifuentes. Una obra vale lo que valga el malo de la función. Y no me imagino a
ningún villano, por villano que sea, capaz de mentir con tanta seguridad y
tanto encanto –para los que gustan del cuero y la fusta– como ella.
Jueves, 5 de abril
PORQUE SÍ
“Entre nosotros –leo en Vargas Vila, un modernista
justamente olvidado–, la Crítica Literaria no es una Ciencia, sino una
Industria; el único oficio que les queda a los mediocres inservibles; el único
consuelo posible a los fracasados de las letras”.
En mi caso,
no será una ciencia, pero mucho menos una industria. Y tengo yo mis dudas de
que haya más mediocres inservibles en la crítica que en la novela o en la
poesía. “¿Y por qué sigues escribiendo
reseñas, esa actividad tan mal pagada como poco agradecida?”, me preguntan a
veces. Y yo siempre respondo: porque sí y porque sé. O sea por lo mismo por lo
que no hablo nunca de política.
Menos mal que no hablas de política, porque si hablaras...
ResponderEliminarGracias por su sinceridad. En estos tiempos en que los suplementos culturales se han convertido en instrumentos propagandísticos y laudatorios al servicio de las editoriales, parece Vd. ser el único crítico sincero, confiable e intelectualmente honesto al que puede acudirse. Y esto aunque a veces una pueda discrepar de sus opiniones, sobre todo cuando no escribe de literatura.
ResponderEliminarPues yo creo que JLGM (y me imagino que él no está de acuerdo) es -aun- mejor cronista político que reseñista literario
EliminarQuienes no están de acuerdo son mis lectores, Benito. A mí jamás se me ocurriría rechazar ningún elogio, que es como suplicar que lo repitan.
ResponderEliminarCon respecto a lo que se comentaba la semana pasada sobre independentismos, añadir que, cuando el estado es un banco, normal que haya quienes quieran asaltarlo y quienes no deseen compartir su parte del botín. Por eso dudo mucho que en Estados Unidos surjan movimientos así, porque allí tienen perfectamente clara la diferencia entre un banco y un gobierno (y God).
ResponderEliminarMaría, todos los Estados son un banco, incluso el sueco. Casi, casi, por definición. Lo que pasa es que los bancos pueden ser de buena y mala calidad. El Estado/Banco español es tramposo y estafador. Incumple la propia normativa que él mismo ha dictado.
ResponderEliminarFelicitaciones por el éxito quirúrgico y por la gran nitidez visual que habrá logrado con su nueva LIO -así abreviaban cuando fue mi turno.
ResponderEliminarY cierto que Cifuentes alcanza a Bette Davis en performance, una actuación que eleva el fraude a niveles sublimes. Entienda que son años de entrenamiento en un partido y un gobierno que adoptaron hace mucho el embuste como praxis (empezando por su triunfo electoral cuestionable, por irregularmente financiado). El rostro de Cifuentes, perdonavidas y burlón, entre impasible y momificado, expresa infinito desdén al ciudadano, al que viene a decir Yo estoy por encima del Bien y del Mal, de la Ley y del Reglamento Universitario. Hago lo que quiero. Soy Cifuentes y los míos me apoyan.
Que aún esté en su puesto demuestra el firme compromiso del gobierno español actual con la más cutre obsolescencia. Yo les diría: Miren, no la ecuen por corrupta, ni por arrogante, ni por insultante. Pero échenla por feudal y por antigualla.
Los españoles, y otros, permanecen como desde hace demasiado tiempo, con expresión de pasmo y ojos desorbitados, repitiendo Y NO PASA NADA!
(Entre ellos, me consta, también muchos adinerados que costean carísimos másters para sus delfines, futuros capitanes de la empresa o las finanzas).