Sábado, 20 de diciembre
PASEO NOCTURNO
Ocurren a veces cosas que no se sabe luego cómo
contar, o si contarlas siquiera, y que acaban borrosas y confundidas en el
desván de la memoria, sin estar uno mismo seguro de si fueron verdad o solo un
sueño. Paseaba yo por la orilla de la ría de Avilés, ya anochecido, antes de
regresar a Oviedo, bajo una lluvia leve que acentuaba la melancolía del
momento, cuando oí que una mujer me llamaba por mi nombre. Era joven, sonreía.
Me detuve con cierto recelo. Sin dejar de sonreír, y sin darme más
explicaciones, me invitó a acompañarla. Lo hice, no sé bien por qué, más
intrigado que preocupado. Cuando llegamos al pantalán, cerca de donde estaba la
antigua rula, al adivinar cuáles eran sus intenciones, busqué una excusa, tenía
algo de prisa, me esperaban en Oviedo. Ella entonces me cogió de la mano,
abrió, sin soltarme, el candado que impedía el paso, y me llevó hasta una de
las embarcaciones allí amarradas. Siempre me ha gustado navegar, pero ¿a dónde
íbamos a ir de noche bajo la lluvia? Me di cuenta entonces de que no estábamos
solos. Alguien puso en marcha el motor y, antes de que pudiera darme cuenta, ya
maniobrábamos para salir del embarcadero. “Es mi padre”, dijo ella y eso me
tranquilizó un poco. “¿A dónde vamos?”, pregunté. Las luces de una y otra
orilla se reflejaban en el agua; detrás de mí tenía al Niemeyer y a mi derecha
la antigua playa de Samalandrán, que tantos recuerdos de mi infancia traía, y
luego el promontorio del faro. Salimos al mar abierto, el piloto no decía ni
una palabra, mi compañera las menos posibles y yo terminé también por callar,
dejarme llevar y admirar el espectáculo. Navegamos un rato junto a la costa,
frente a las playas de San Juan y Salinas y luego nos adentramos mar adentro,
en la oscuridad sin estrellas. El mar, hasta entonces tranquilo, parecía
comenzar a alborotarse, pero yo seguía sin tener miedo. Me acordé del poema de
Cavafis, cuyos primeros versos había visto escritos esta misma tarde en el
plato de una taza de café: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el
camino sea largo, / que sean muchas las mañanas de verano / en que llegues con
placer y alegría / a puertos nunca vistos”. Pero habíamos iniciado la vuelta,
el viaje no iba a ser muy largo. Me dejaron en el puerto a tiempo justo para
tomar el último tren de regreso a Oviedo. El piloto, que tenía el rostro tópicamente
curtido y canosa la rala barba, se despidió dándome la mano y sin decir
palabra. La joven me besó por sorpresa en los labios y luego, en el dorso de mi
mano, con un rotulador de tinta roja escribió un número de teléfono y dibujó un
corazón.
Me
he lavado cuidadosamente las manos al llegar a casa, sin anotarlo en ninguna
parte. Fue una experiencia extraña, no diría yo que desagradable, una aventura
en una vida plana en la que cualquier cosa que se salga de la rutina es una
aventura. Pero no me gustaría repetirla. No me gustan las cosas que no
comprendo.
La
verdad es que todavía recuerdo de memoria el número que escribió en mi mano.
Pero no voy a llamar, por supuesto. O quizá sí. Pero solo para tratar de
encontrar una explicación a lo ocurrido.
Domingo, 21 de diciembre
ÁRBOL Y SILVIA
El otoño ha jugado a asustarnos disfrazado de
invierno y el invierno llega travestido de otoño. En el Campillín un árbol deja
caer la lluvia de oro de sus hojas alfombrando el suelo. Todo el que pasa por
su lado se detiene con admiración. Yo también y entonces suena el teléfono y es
una amiga a la que hacía tiempo que no veía y que me está buscando entre el
gentío dominical del mercadillo. Antes de que cuelgue el teléfono, ya está
junto a mí, bajo las ramas doradas. Mientras escucho las peripecias de su
aventuras allá en la selva colombiana noto que el árbol se acerca más e inclina
su copa, como no queriéndose perder ni una de las palabras de Silvia Ugidos.
Lunes, 22 de diciembre
PEDREA REPUBLICANA
“Aunque no juegues a la lotería, como
republicano parece que te ha tocado el gordo”, me dice un amigo.
“¿El
gordo? Sigue tranquilo en palacio atento a sus negocios”, replico yo siguiendo
la broma, pero sin bromear demasiado. “Apenas la pedrea, pero por algo se
empieza”.
Martes, 23 de diciembre
INVITACIÓN DE ÚLTIMA HORA
La soledad está llena de trampas. Por eso yo,
que vivo solo, detesto la soledad. El mundo se rige en ella por otras leyes.
Esta noche, como me ocurre a menudo, no tenía ganas de volver a casa, donde
nadie me espera y me fui a dar una vuelta por los locales habituales en busca
de compañía. No la encontré, o la encontré, pero no demasiado a mi gusto y
regresé solo, algo más tarde de lo habitual. Mientras esperaba en el
interminable semáforo de General Elorza y entretenía el tiempo componiendo un
haiku, como siempre hago (“La noche y yo / en la ciudad vacía / tan ateridos”),
un coche se detiene y una cara vagamente familiar, a la que no acabo de
reconocer, se asoma a la ventanilla.
–-¿Tan
pronto vuelves a casa? Vente conmigo.
No
estaba tan desesperado como para aceptar la invitación. Pero al llegar a casa,
a poco de abrir la puerta, me vino a la memoria quién era y lamenté no haberlo
acompañado a donde quiera que fuese. Quizá al infierno, porque llevaba cerca de
treinta años muerto.
Miércoles, 24 de diciembre
EL GUARDIÁN DE LOS SECRETOS
Abro al azar una
vieja edición de las máximas de La Rochefoucauld: "Exageraba sus defectos
para disimularlos mejor".
Sonrío. Es técnica que conozco bien
y que utilizo con frecuencia. Presumo de contarlo todo, de ser la persona más
indiscreta del mundo y pocos han dejado de caer en esa trampa. Siempre que en
un grupo se habla de cualquier cosa delante de mí, escucho la misma gracia:
"Cuidado que está García Martín y luego lo cuenta en su diario".
Siempre que algún amigo está a punto de hacerme cualquier tediosa confidencia,
oigo las mismas palabras: "Te lo cuento si me prometes que no vas a decir
luego nada en tu diario". Yo no le prometo nada, a ver si hay suerte, pero
me lo cuenta igual.
Como si yo no tuviera otra cosa que
hacer que andar por ahí tomando nota de las vacuas tonterías o triviales
miserias que escucho. Me divierte esa imagen de persona con el corazón al
desnudo y que dice siempre lo que piensa, le perjudique o no. La realidad es
más bien la contraria, pero no seré yo quien desmienta esa imagen. De lo que no
quiero hablar, o no me conviene, no hablo nunca.
Soy el mejor guardián de mis
secretos. Y de los ajenos, si creo que deben ser guardados. Cosa que rara vez
ocurre, por cierto, especialmente si afectan a las intrigas y escaramuzas del
medio literario y yo tengo constacia de su veracidad. Jamás divulgo bulos. Eso
lo dejo para El País y otros diarios
más o menos serios cuando afectan al independentismo catalán, Venezuela o los
líderes de Podemos.
Jueves, 25 de diciembre
NO HABLO DE POLÍTICA
Después de pasear
por el solitario parque de Ferrera, recién amanecido, subo hasta la torre del
palacio, a la que tantas veces soñé en asomarme cuando niño, y contemplo Avilés
desperezándose a mi alrededor. Me gusta está sensación de estar por encima de
los demás. No sé qué diría un psiconalista. ¿Afán de mando? La verdad es que
mandar me gusta tanto como obececer: nada. (Bueno, tampoco hay que pasarse de
hipócrita: lo cierto es que mandar me gusta un poco más).
Juego a hacerme una entrevista,
encaramado allí, como otros se hacen un selfie. Una entrevista agresiva, de las
que a mí me gustan.
---¿Qué hace un republicano como tú
adulando a Felipe de Borbón y participando, un año sí y otro también, de jurado
en lo premios Príncipe de Asturias?
---Siempre he dicho que Felipe de
Borbón sería un excelente presidente de la República; también podrá ser un buen
rey si hace limpieza en casa.
---¿Y tú crees que será capaz de
hacerla?
---Si los españoles ayudan y votan en
las próximas elecciones a los partidos que estén dispuestos a ello, desde
luego. Yo solo votaré a quienes vayan a seguir el ejemplo del parlamento
catalán y quieran una comisión de investigación sobre los negocios del anterior
jefe del Estado.
---¿Y no crees que esa comisión
pueda llevarse a tu admirado Felipe por delante? ¿No crees que acabe en un
proceso constituyente?
---Lo
primero no lo deseo, lo segundo lo espero. Felipe de Borbón no es todavía más
que un rey interino, lo será a todos los efectos cuando le avale una nueva
constitución votada por todos los españoles. Pero hoy es Navidad. ¿Te parece un
momento adecuado para hablar de estas cosas? Yo no hablo de política en estas
fechas ni, a ser posible, en ninguna otra.