Viernes, 12 de diciembre
AMATEUR, SIEMPRE AMATEUR
“¿Vives de lo que escribes, Martín? ¿No crees
los escritores deberían tener derecho a vivir de su oficio como cualquier otro
trabajador?”
Pues
no, yo no vivo de lo que escribo, aunque viva de mi trabajo. Podría repetir los
versos de Machado: “Y al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito. / A mi
trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que
habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
Podría
repetirlo si no fuera porque a mí nadie me debe nada. Todo lo contrario.
No
vivo de lo que escribo y por eso escribo lo que debo, no lo que conviene.
Sábado, 13 de diciembre
EL NIÑO QUE NO QUISO SER ENFERMERO
¡Qué tiempos aquellos en que los teléfonos
móviles servían solo para hablar1 Durante la Gala de Danza Borja Villa, en Pola
de Siero, no dejan de cegarnos un momento con sus pantallazos. Claro que
también hay quien hace fotos con flash, a la antigua. He venido hasta aquí,
alterando mi costumbre de los sábados, invitado por Marisa Fanjul, que estrena
“Love remenber”, una pieza con música de Anton Coppola inspirada en la historia
de Drácula.
Cuesta
concentrarse en el escenario, parece que estamos en una función de fin de
curso, con la sala llena de padres, niños y abuelos. Pero al final disfruto
como uno más, me dejo ganar por la música y por las esforzada o grácil
caligrafía de los bailarines. Luego, al final del espectáculo, me presentan al
padre del protagonista que pasea feliz recibiendo la enhorabuena de familiares
y amigos. Resulta que Borja Villa, que iba para enfermero, descubrió tardíamente
la vocación de bailarín tras ver la película Billy Elliot y quiere compartir su pasión por la danza a los vecinos
de la Pola. Por eso organiza estas galas, que son danza y algo más, una
celebración de la voluntad. Y yo me entretengo, mientras tomo un vino y veo a
la gente feliz, en este sábado lluvioso haciendo cola para una foto con los
bailarines, imaginando el guión para un musical con enfermeros, panaderos y
cajeras del supermercado que ensayan incansables en sus horas libres.
Domingo, 14 de diciembre
WOODY ALLEN Y AZORÍN
Todos los críticos hablan mal de la última
película de Woody Allen, pero yo sabía que me iba a gustar. Magia a la luz de la luna me ha
recordado a las novelas crepusculares de Azorín, a María Fontán, por ejemplo, a la que el propio autor califica de
“novela rosa”. También al teatro de evasión de los años cuarenta y cincuenta, a
Ruiz Iriarte, López Rubio o Casona. No es más que una ensoñación, un cuento de
hadas, una caricia para olvidar por un rato las inclemencias del tiempo.
Como
en la adolescencia, me he sentido completamente identificado con el
protagonista, ese Stanley Crawford (Colin Firth) al que se define como “gruñón
y arrogante, con el ego por las nubes”. También es un racionalista a ultranza.
Como yo, ya no es joven (pasa de los cuarenta años), lleva una vida
perfectamente ordenada y se cree más listo que nadie. Es insoportable. Insoportable
y encantador (en esto último ya no estoy yo tan seguro de que coincidamos,
tendré que preguntar).
La
Costa Azul, los años veinte, hermosas casas con jardín, un observatorio en el
que refugiarse para contemplar las estrellas tras una noche de tormenta… Y
Sophie Baker (Emma Stone), la vidente capaz de hacer perder la cabeza al hombre
más equilibrado. Un juguete, una frágil pompa de jabón, solo eso, pero lleno de
encanto.
Al
llegar a casa, para continuar la magia, releo a Azorin: “Como la condesa de
Hortel quisiera conocer punto por punto la vida de María Fontán, yo tuve mucho
gusto en referírsela, varias tardes, en el jardín de su casa de la calle
Serrano, reunida la condesa con algunos amigos. El estilo es llano: el de una
conversación particular”.
Lunes, 15 de diciembre
MIRÁNDOSE AL ESPEJO
Qué pequeña cosa es un hombre, cualquier
hombre, y sin embargo en su cabeza cabe el universo entero, el sol y todas las
estrellas, Dios y su cohorte de ángeles y arcángeles.
Miércoles, 17 de diciembre
DELFINA, UNAMUNO Y YO
Cuentan que un día, tras escuchar
a Unamuno hablar mal de Rubén Darío, Valle-Inclán le replicó: “Rubén tiene los
defectos de la carne: es glotón, es bebedor, es mujeriego, es holgazán. Pero
posee, en cambio, todas las virtudes del espíritu: es bueno, es generoso, es
sencillo, es humilde. En cambio usted almacena todas las virtudes de la carne:
es usted frugal, es usted abstemio, es usted casto, es usted infatigable. Y tiene
todos los vicios del espíritu: es usted soberbio, ególatra, rencoroso”.
Me
temo que yo me parezco más a Unamuno que a Rubén. También soy frugal, abstemio
e infatigable. Y como él tengo mis Delfinas. Encuentro la definición del caso
en un prólogo de Paloma Castañeda: “A Delfina se la conoce por la enamorada de Unamuno, pero Delfina no
amaba realmente a don Miguel, lo que sufría era un trastorno mental conocido por
el nombre de Síndrome de Clarembault. Los síntomas de esta enfermedad, que se
da mayoritariamente en las mujeres y es de difícil curación, son: un
enamoramiento de hombres famosos, de un nivel superior a ellas; creen, en su
delirio, recibir pruebas y mensajes de amor en hechos insignificantes, que les
envía su amado, por eso les
persiguen, les acosan con correspondencia, llamadas telefónicas, etc”.
Pero
no hace falta ser famoso para convertirse en blanco de semejante obsesión. Hace
ya casi treinta años que yo recibo, dos o tres veces a la semana, y sin faltar
una, cartas de la misma persona, cartas que rompo nada más ver la letra, sin
abrir. Hubo un tiempo en que también había llamadas telefónicas, y eso era
peor, pero afortunadamente, con trucos varios, logré que las llamadas cesaran.
Las cartas siguen llegando.
Jueves, 18 de diciembre
VADE RETRO, MARIAME
El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la
misma puesta en escena. Tras padecer el destrozo de Agripina, la ópera de Haendel, había jurado por mi honor no asistir
jamás a ningún espectáculo en el que pusiera sus manos Mariame Clément. Traté
de regalar mi entrada para Il barbiere di
Siviglia, ya representado en su versión hace pocos años, pero no encontré a
ningún amigo con ganas de aguantar los disparates de Mariame, a pesar de la
música de Rossini. Por no desperdiciar el abono, decidí darle otra oportunidad.
Pero la segunda vez el disparate parece aún mayor: el doctor Bartolo es
dentista, los clientes hacen cola de noche a la espera de que abra la clínica,
al final hasta duermen en ella, Fígaro se pone a mear contra una pared y el
conde de Almaviva se acerca a hablar con él sin esperar a que termine, para
rondar a Rosina se esconden en los cubos de basura… Yo trataba de concentrarme
en la música y los cantantes, pero resultaba imposible. Era como tratar de
escuchar la ópera mientras en el escenario se representa una versión de Sopa de ganso, de los hermanos Marx,
pero con menos gracia. Y encima tenía en la memoria el reciente Barbero de Sevilla del Met, con la
seductora Isabel Leonard como Rosina, una Rosina que no mascaba chicle, ni se
depilaba ni recibía al barbero despatarrada en la cama con su osito de peluche.
En el
descanso, cuando una conocida, que parecía entusiasmada, me preguntó mi opinión
y le mencioné que me había gustado más la versión del Metropolitan, exclamó: “¡En
Nueva York son unos rancios! Todavía no se han enterado de que estamos en el
siglo XXI. Les aterra lo moderno, al contrario que aquí en Oviedo”.
Viernes, 19 diciembre 2014
REALISMO Y POESÍA
Abro al azar un libro de Bukowski que acabo de recibir, Toca el piano borracho como un instrumento
de percusión hasta que los dedos te empiecen a sangran un poco (sic), y leo
el comienzo de un poema: “bajaba la calle a comerme un / sándwich / cuando un
tipo que salía de aparcamiento / del Instituto de Educación Sexual / casi me
pasa por encima de los pies / con su moto; / tenía barba morena sucia / ojos de
pianista ruso / y aliento de puta de Kansas City Este”.
No sigo
leyendo. Si pasó a toda velocidad junto a él en su moto, ¿cómo pudo olerle el
aliento? La única explicación es que confundiera la boca con el tubo de escape…
Pero seguro que Mariame Clément lee mucho a Bukowski. Seguro que aprendió en él
a confundir el culo con las témporas.
Si, Martín, dígalo quien lo diga (y también hay críticas encomiásticas) "Magia la luz de la luna" es un buena película, casi diría que una encantadora película... En esta ocasión (en otras probablemente también) Allen cuida el color de modo exquisito; hay en el film tomas de jardines esplendorosas en las que las flores apabullan por su fastuosidad; todo tiene una pátina dorada propia del gran mundo, pelín decadente, que refleja la película. El excelente actor que es Colin Firth (en opinión mía) borda uno de los mejores papeles de su filmografía. Si bien es cierto que los directores parecen haber encasillado un poco al actor en papeles de amante alicaído, pero que siempre llega un hada que le hace remontar el vuelo y que lo deposita en brazos de la amada.
ResponderEliminarFirth tiene en la fisonomía una gama de registros inaudita, que solo la mesura de la escuela británica hace menos evidente. A mi mujer la tiene cautivada este elegante intérprete, y a mi no me queda más remedio que aceptarlo porque es de justicia.
Feliz Navidad, Martín.
Me alegra coincidir Especialmente porque yo a mí mismo me veo como ese Colin Frth escéptico y racionalista a ultranza.
EliminarJLGM
Tienes que ver "Mr. Turner", Martín.
ResponderEliminarEn los versos reproducidos no se dice que el motorista saliera del aparcamiento "a toda velocidad"; es posible llevar, saliendo de un aparcamiento, una velocidad lo bastante moderada como para que no sea imposible lo que se cuenta. Otra cosa es que mi opinión personal sea, por lo que de él conozco, que las relaciones de Burrowski (perdón: Bukowski, cómo habré podido equivocarme así) con la poesía sean tan problemáticas como lejanas. Pero el ejemplo no me parece muy bien escogido.
ResponderEliminarHay que acercarse mucho para oler el aliento, algo imposible a quien va en una moto en marcha (una moto, al contrario que un coche, no puede ir muy despacio si quiere conservar el equilibrio).
EliminarJLGM
No discutiré sobre si la escena es imaginable o no; a mí sí me lo parece. Y, desde luego, para estar a punto de "pasar por encima de los pies" de uno, hay que acercarse bastante, ¿no cree?
ResponderEliminarQué pesadez. Cuando una moto en marcha pasa casi por encima de nuestros pies no podemos olerle el aliento al motorista (y lo instintivo es echarse hacía atrás, no acercarse para oler el aliento). Haga la prueba si lo duda.
EliminarJLGM
(La verdad es que dar estas explicaciones resulta un tanto ridículo, pero uno tiene vocación didáctica, no puede evitarlo).
Veo que, por despiste, he firmado como "Anónimo". Debí hacerlo, según lo prometido en su día, como "Segundo Anónimo". Pido disculpas.
ResponderEliminarSea, pues. Lo acepto, sin necesidad de hacer la prueba (mi deseo de que estén a punto de aplastarme los pies no es especialmente grande). Gracias por la atención y la paciencia, y felices fiestas.
ResponderEliminarLa figura del director de escena ha sido terrible para algunas obras de teatro y no pocas óperas. Aún recuerdo asombrado el incesto que se sugería en una obra de Haendel y un hincha del Barcelona drogadicto cantando a Mozart, mientras recuerdo admirado la puesta en escena de La coronación de Poppea de Monteverdi- dirigida musicalmente por René Jacobs- o una versión minimalista de la Ifigenia en Táuride de Gluck, por citar sólo unos pocos ejemplos.
ResponderEliminarEs que algunos creen que para ser director de escena basta con la audacia, prescindiendo del talento.
EliminarJLGM
Aprende Nueva York, un título inmejorable. Y esas cualidades del alma con las que algunos excusan sus defectos o vicios, personajes que no caben en sus propios zapatos. Más ridículos que sublimes.
ResponderEliminarMejor siga usted frugal y lúcido, olvidándose de las alcantarillas donde cazan y se alimentan palurdos y palurdas strictu senso.
Feliz Año.