sábado, 27 de marzo de 2021

Después y todavía: Una adivinanza

 

Sábado, 20 de marzo
LA OFENSA

Rosa Navarro Durán me envía un número de la revista El ciervo, de marzo de 1983,con un homenaje a Jorge Guillén, que por entonces cumplía noventa años, en el que participo. No conservaba yo esa revista ni recordaba mi texto, pero sí lo mal que le sentó al homenajeado. Escribió a todos los participantes agradeciéndoles su colaboración, menos a mí. Como era un caballero a la antigua, le pareció que esa era la manera más contundente de mostrarme su indignación. A Jorge Guillén le había admirado mucho y le seguía admirando, pero menos. Entre los colaboradores –José Manuel Blecua, Carlos Bousoño, Francisco Brines, Ricardo Gullón--, me encuentro con Gerardo Diego, todavía vivo y activo. ¿Había razón para que Guillén se enfadara conmigo o era solo un caso, como en Miguel d’Ors, de exceso de susceptibilidad? Sospecho que la había. Mi colaboración consta de tres párrafos. En el primero, doy cuenta de mi deslumbramiento adolescente al descubrir el inicial Cántico, el de 1928, en la biblioteca de Avilés, y selecciono el poema que comienza “Oh luna, cuánto abril” (el homenaje consiste en una breve antología comentada); en el tercero, reproduzco un poema dedicado a la muerte de Marco Aurelio. El párrafo central podía habérmelo ahorrado. Lo leo ahora con rubor y cierta sonrisa. Soy yo de cuerpo entero, aunque los años creo que me han enseñado a ser un poco menos sincero. Tras las muestras de admiración, añado: “Pero el amor es exigente. Mi adoración no le podía permitir a Guillén las frecuentes caídas que él se permitía a sí mismo. La calderilla manuscrita dispersa en tantas revistas, los obesos volúmenes que no desdeñaban recoger los ripios circunstanciales (“Asomante”, “El abanico de Solita”, toda esa profusa contribución guilleniana a las mil peores poesías de la lengua española) fueron recibidos por mí como inesperadas e incomprensibles traiciones. El resentimiento del amante engañado explica mis frecuentes referencias desdeñosas a la poesía de Guillén”.

            Ahí queda eso. Le digo en un homenaje que es el autor de algunas de las mil peores poesías de la lengua española y, por si alguien lo duda, pongo ejemplos. Unos años antes, un caballero no se habría limitado a mostrarme su desprecio con el silencio; me habría enviado a sus padrinos y a un representante (ya no estaba en edad de hacerlo por sí mismo) para lavar la ofensa con un duelo a primera sangre.

Domingo, 21 de marzo
MONK

Debo de ser la única persona del mundo, entre los que más o menos se las dan de intelectuales, que nunca ha hablado mal de la televisión. En sus desganadas y disparatadas Notas para unas memorias que nunca escribiré, Juan Marsé no se priva de hacerlo reiteradamente: “El problema de la televisión es que los diversos canales compiten no para ser mejores, sino para ofrecer más y mejor basura, pues sabe que la audiencia quiere eso, basura”. No ofrecerán más que basura, tosco Marsé, pero hay tantas infinitas formas de basura que uno acaba encontrando siempre la de su gusto, como en la basura informativa de cada día.

Yo solo veo la televisión, después de cenar, como distracción que me ayuda a desconectar y a dormir luego como un bebé, que es como suelo dormir a pesar de que ya no soy precisamente un bebé. Prefiero las viejas series, capítulo a capítulo, como quien escucha una reiterada nana. Ahora le toca el turno a Monk, que repesco en una rara cadena de la que no había oído hablar. Cuando la vi por primera vez, hace más de una década, el protagonista, que padece un trastorno obsesivo-compulsivo, era un enfermo con muchas dificultades para la relación social que podía resolver los crímenes más intrincados gracias a su prodigiosa inteligencia. Ahora le veo pedir una toallita húmeda cada vez que no puede evitar que alguien le dé la mano y compruebo que se ha convertido en una persona de lo más normal. Los raros, los extraterrestres, son el resto de los personajes de la serie, esas personas que se abrazan cuando se encuentran, que se dan un beso de despedida, que se cruzan por la calle sin apartarse unos de otros, que no se pringan las manos con gel antes, durante y después de tocar cualquier cosa. Ahora todos somos Adrian Monk (sin su inteligencia, claro está).

Lunes, 22 de marzo
OTRO HOMENAJE

Me llega hoy un nuevo número de El Ciervo, correspondiente también a marzo, como el dedicado a Guillén, pero de 38 años después, y en él se homenajea a otro poeta, Francisco Brines, en este caso no con motivo de los noventa años, cerca le anda, sino del Cervantes. Colaboran buenos poetas y buenos amigos míos, como Susana Benet y Abelardo Linares, pero naturalmente yo, que fui uno de sus grandes admiradores, no fui invitado. Seguro que Brines insistió especialmente ello, quizá no había olvidado –él también participaba-- lo que dije de Guillén. Se lo comentó horrorizado a Fernando Ortiz, muy amigo mío por entonces. Pero no tenía nada que temer. Yo ahora he aprendido a ser más diplomático. Podría redactar vacuas vaguedades elogiosas, de esas que no interesan a nadie, tan bien como cualquiera. Y además Brines, muy elegantemente, con la edad ha decidido escribir cada vez menos, no cada vez más, al contrario que Guillén.

Martes, 23 de marzo
EN LA CIUDAD PROHIBIDA

Gijón lo tengo al lado, a media hora de autobús, pero como unas veces no me dejaban salir de Oviedo y otras no me dejaban entrar en él, hacía tiempo que no me acercaba hasta allí. Esta mañana soleada, anticipándome a los futuros cierres con motivo de la Semana Santa, he recorrido el paseo del Muro y luego he seguido por la Providencia. No hay mal que por bien no venga, dice la sabiduría popular. Y estos días lejos del familiar Gijón, estos días raros que serán tan difíciles de entender dentro de unos años, estos días en que para “proteger” nuestra salud se nos prohibía pasear a solas a la orilla del mar (resulta increíble, lectores del futuro, pero es rigurosamente exacto, una inverosímil verdad, no una fábula kafkiana), me hacen redescubrirlo. Primero me siento como en la Promenade des Anglais, luego en Biarritz o en Arcachon. Toda la mañana, todo el mar y todo el sol para mi solo.

Por las noches, antes de dormirme, sueño con viajar lejos mientras veo la cadena Viajar. “San Diego es como un Los Ángeles más compacto, sin autopistas de por medio”, le escucho decir a Michael Portillo, Y yo la añado de inmediato a las ciudades en las que me gustaría vivir. Tampoco está mal Gijón, pienso esta mañana de un tiempo raro en que la ciudad de al lado puede convertirse de pronto en otra Ciudad Prohibida, como la de Pekín, y en el más exótico de los destinos, si el Adrian Monk que hace y deshace en Asturias se levanta con el pie cambiado. Habrá que estar atento a sus próximos coletazos porque a principios de mayo parece que se le acaban los superpoderes y querrá disfrutar de ellos hasta el último minuto.

Miércoles, 24 de marzo
DESTRUIR REJUVENECE

“No hay mal que por bien no venga”, me repito. Cada día me gustan más las tertulias digitales a las que hemos tenido que recurrir obligados por las circunstancias. Desde las siete hasta las diez y media, me lo paso pontificando, interrumpiendo, debatiendo, comentando, destrozando poemas propios y ajenos. Y de momento –llevamos ya unos cuantos meses-- los contertulios no se han cansado de mí y son capaces de llevarme razonadamente la contraria, o de intentarlo, que no siempre resulta fácil. Sometemos a los poemas a una prueba de resistencia, les buscamos todos sus fallos, no les perdonamos una. Ese es mi deporte favorito –no solo con los poemas-- y creo que no se me da nada mal. Pero tengo que contenerme un poco, que aprender diplomacia, sobre todo si el autor está presente, para que no se aceleren las deserciones y acabe convirtiéndose en un juego solitario.

Jueves, 25 de marzo
UNA Y NO MÁS

 Soñé que acababa el mundo y que Dios suspiraba aliviado. “Una y no más, Santo Tomás”, dijo santiguándose.

Viernes, 26 de marzo
NI CUBA NI VENEZUELA

¿En qué país fue posible que un jefe del Estado, que había jurado “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes”, se dedicara durante cuarenta años a incumplir la Constitución y las leyes, no ya sin que nadie le llamara al orden, sino con la complicidad del gobierno, la fiscalía, la prensa? Doy una pista: no se trata de Venezuela, tampoco de Cuba.

            Si ya ha adivinado el nombre del país (tampoco es tan difícil), pero no se explica cómo pudo ser posible, le aconsejo que vaya a la librería más próxima y compre el libro de Ana Pardo, Albert Calatrava y Eider Hurtado La armadura del rey. La justicia española, espoleada y avergonzada por la Suiza, ha comenzado a indagar, muy poquito a poco para no enfadarle, en las andanzas del gran trapisondista, pero con sus cómplices por acción u omisión todavía no se atreve. Y no se atreverá nunca, me temo, pero este libro ayudará a sacarles a muchos, no solo a los compinches, los colores. A mí el primero, que voté una y otra vez al peor de todos.



 

sábado, 20 de marzo de 2021

Después y todavía: Lances entre caballeros

 

Sábado, 13 de marzo
FRUSTRADO ESPADACHÍN

¿Qué habría pasado si yo, en lugar de comenzar a reseñar libros en torno a 1975, comenzara un siglo antes, como Clarín? Pues que habría tenido que dedicar buena parte de mi tiempo a practicar la esgrima y el tiro de pistola. El Código de Honor del marqués de Cabriñana dice así en su primer punto: “Toda acción u omisión que denota descortesía, burla o menosprecio hacia una persona o colectividad honrada, se considera ofensa si se realiza con intención de perjudicar la buena opinión y fama del que se sienta ofendido”. ¿Y cuáles son las ofensas por omisión? Pues “las abstenciones o negligencias intencionadas realizadas con ánimo de molestar al negar el saludo a un caballero, al retirar la mano que un antiguo amigo nos ofrece, al volvernos de espaldas cuando alguien nos dirige la palabra o al abandonar en masa los escaños del salón de sesiones del Congreso en el momento de pedir un diputado la palabra”. Clarín, por las chocarrerías hirientes de sus paliques, tuvo que batirse más de una vez. Recuerdo ahora su enfrentamiento con un antiguo admirador e imitador, Emilio Bobadilla, Fray Candil, en el que resultó herido.  A Fray Candil se le escuchó con chulería mientras curaban al escritor: “Afirmaba Clarín que iba a ser cosa de coser y cantar y acertó: yo canto y a él le cosen la cara”.

            El duelo estuvo siempre –salvo en tiempos medievales-- prohibido por la ley, pero era obligatorio para quien se consideraba un hombre de honor y quería que los demás siguieran considerándolo así. Se reedita ahora el libro del marqués de Cabriñana Lances entre caballeros y yo lo leo con asombro. Durante todo el siglo XIX, y hasta bien entrado el siglo XX, el duelo era frecuente y no escandalizaba a nadie. Blasco Ibáñez estuvo a punto de morir en 1904. Tras una manifestación disuelta por la fuerza frente al Congreso, escribió: “Lo de ayer fue una canallada y hay que llamarlo por su nombre. Los guardias empezaron a repartir sablazos y yo, que estaba hablando con un correligionario, recibí el sablazo de un tenientillo, digno discípulo de los señores ministro de Gobernación y gobernador de Madrid”. La palabra “tenientillo” fue entendida como una ofensa al ejército. Al ser los militares los ofendidos, podían elegir el arma y escogieron la pistola de combate, la más letal. Para defender su honor eligieron al teniente Alestuey, campeón de tiro. Blasco, totalmente inexperto en el uso de la pistola, se salvó de milagro: el segundo disparo del “tenientillo” le impactó de lleno, el escritor dio un salto en redondo y cayó al suelo, pero resulta que no había sangre, sino solo un gran hematoma en el vientre: la bala había sido detenida por la hebilla del cinturón.

            ¿Cuántos ofendidos he dejado yo atrás en casi cinco décadas de comentar libros y casi otras tantas de escribir y publicar diarios? Seguro que, de vivir en aquel tiempo, sería ya el más experto espadachín y un campeón de tiro o estaría en el otro mundo.

            La hipocresía de las leyes –los mismos magistrados que debían aplicarlas recurrían al duelo para reparar ofensas-- no fue capaz de acabar con esa costumbre. Hizo falta un cambio de mentalidad. Todavía en la posguerra, Millán Astray se sintió ofendido por Santiago Bernabéu que, al parecer, le hizo un mal gesto mientras asistían a un partido de fútbol, y quiso retarle a duelo.  Desde el Pardo le llegó la advertencia de que se dejara de tonterías.

Domingo, 14 de marzo
SOY COMO SOY

----Eres arrogante, despectivo, te empeñas en que la razón está siempre de tu parte…

            Algo bueno tienen las riñas de pareja (o similar), que te enteras de lo que hubieras preferido no enterarte: lo que de verdad piensan de ti quienes creías que te querían bien.

 

Lunes, 15 de marzo
GIRO DE GUION

La noticia me la da Jose, el camarero de Los Porches: “¿Se ha enterado? Dimite Pablo Iglesias para presentarse como candidato en Madrid”. “Primera victoria de Isabel Díaz Ayuso. Como esto siga así, antes de que nos demos cuenta la vamos a ver en la Moncloa”. “¿Y por qué dimitiría? Aunque ganara la izquierda, él no pasaría de ser vicepresidente de la Comunidad; es raro que aspire a un puesto menor que el que tiene, y si no gana la izquierda ¿qué hace de diputado en una comunidad autónoma?”, “Parece que la pandemia nos ha vuelto tontos a todos, amigo Jose, pero algo bueno tiene este ‘bombazo informativo’, por unos días nos quitarán las estadísticas de fallecidos y contagiados de la portada de diarios y telediarios”.

Martes, 16 de marzo
MEA CULPA

“Soy despectivo, arrogante, me empeño en tener siempre razón… ¿Qué tendría que hacer para ser mejor?”, le digo a mi psicoanalista.

            “¿Para ser mejor o para ser el mejor? No es lo mismo, sino más bien todo lo contrario”, me responde desde el confesionario.

Miércoles, 17 de marzo
LAS RAZONES OCULTAS

Como cada vez entiendo menos lo que pasa en el mundo (cosas de la edad, aunque yo llevo no entendiendo ciertas cosas desde los veinte años), pues voy a acabar creyéndome las más disparatadas teorías conspiratorias. Adolfo Suárez dimitió para tratar de evitar un golpe de Estado. ¿Para qué dimite Pablo Iglesias? ¿Para mortificar su vanidad convirtiéndose en un diputado al frente de una minoría inoperante en la comunidad de Madrid? ¿Para darle una alegría a su principal rival política? “España, me debes una”, tuiteó Ayuso ante el aplauso de media España (o de cuarto y mitad). Parece que a Pedro Sánchez le mandó un mensaje privado similar: “Pedro, me debes una; te he quitado una piedra del zapato”. La explicación más inverosímil va a acabar siendo la única posible: un chantaje en el que intervienen la mafia rusa, cuatro o cinco banqueros y un inviolable.

Jueves, 18 de marzo
GRACIAS, MARQUÉS

En el prólogo a Lances de caballeros, el libro del marqués de Cabriñana que he estado leyendo estos días, cuenta su sobrino nieto Juan de Urbina una anécdota que pone una nota de humanidad en la guerra civil. Julio de Urbina, marqués de Cabriñana, fue un personaje fascinante que destacó en todos los deportes de su tiempo: “gimnasia, equitación, esgrima y ciclismo”. Teórico del duelo, al que intentó regular con un Código de Honor, también fue un activo participante: “Cuando la efervescencia de los procesos municipales, allá por los años 1895 y 96, salía a dos o tres mensuales”. Esos “procesos municipales” se refieren a su denuncia, como activo periodista que también era, “de que en el Ayuntamiento de Madrid se estaban realizando por algunos concejales graves actos inmorales e injustos, con terrenos y calificaciones urbanísticas, en beneficio propio y serio perjuicio de madrileños de condición económica modesta”. Los artículos del marqués denunciando la corrupción llevaron finalmente a la dimisión del alcalde, pero él se vio retado por algunos ofendidos e incluso sufrió atentados personales. En julio de 1936, viudo y con dos hijas, se encontraba enfermo en su casa de la Carrera de San Jerónimo. Un día llamó a la puerta una patrulla anarquista que pretendía hacer un registro. Les abrió su hija Josefina. Quien llevaba la voz cantante se fijó en un retrato enmarcado. “¿Por qué está esa fotografía ahí?”, preguntó. “Porque es la del dueño de esta casa, que no ha salido a saludarles a ustedes porque no puede; está enfermo en la cama”. El jefe del destacamento cambió de actitud al oírla: “Perdone, señora, no lo sabía. Mi padre me dijo muchas veces, cuando yo era niño, enseñándome la fotografía del suyo: ‘si alguna vez te encuentras con este hombre, ponte a sus órdenes y ayúdale en lo que te pida. Porque él fue el único que en un asunto muy grave defendió al pueblo de Madrid, jugándose incluso el pellejo”. Dio inmediatamente la orden de retirarse y durante toda la guerra –o eso se contaba en la familia-- una pareja de anarquistas vigiló la casa del marques de Cabriñana para que nada le ocurriera a él ni a sus hijas.

Viernes, 19 de marzo
PARA UN MANUAL DEL RESISTENTE

            Dóblate como un junco cuando sople el vendaval, pero recobra tu postura en cuanto pase de largo.

Finge sumisión.

            No presentes batalla hasta que no estés seguro de que vas a ganarla.


 

sábado, 13 de marzo de 2021

Después y todavía: Tiempos de confusión

 

Sábado, 6 de marzo
SOBRE LA AMISTAD

En el Atrio avilesino, recién recuperado y tan desangelado como todo en estos días, mientras espero la llegada de unos amigos, respondo a un cuestionario sobre la amistad que desde Albacete me envían los alumnos de un instituto.

            ----¿Podría vivir sin amigos?

            ----No, pero sospecho que mis amigos podrían vivir perfectamente sin mí.

            ----¿Conserva los amigos de la infancia?

            ----No, ni siquiera los del Instituto. A veces se me acerca algún condiscípulo de entonces y yo casi siempre tengo que fingir que le reconozco. Conservo amigos de la universidad, sobre todo los que han seguido escribiendo, como José Luna Borge o Manuel Neila.

            ----¿Qué es para usted un amigo?

            ----Una persona que está ahí siempre que la necesitamos, aunque solemos llamar amigo a un simple conocido que nos cae bien. Alguien que aguanta nuestros momentos de mal humor aunque nosotros no soportemos los suyos.

            Termino de contestar a las ingenuas preguntas de los escolares y se me ocurre pensar que soy un hombre de pocos amigos. La amistad exige complicidad y, de niño y adolescente, lo que a mí me interesaba no le interesaba a mis compañeros. Luego, ya adulto, fui incapaz del compadrazgo que necesita la amistad entre escritores. No soy benévolo con los libros de los amigos, más bien todo lo contrario. Para que no me acusen de parcialidad, a veces me excedo en subrayar los aspectos negativos. Claro que peor lo llevan aquellos que no reseño. Es fácil ser amigo de un escritor si admiras su obra. En caso contrario, por mucho que intentes disimularlo, acabará notándolo y se acabó el buen rollo. Amigos en cuyo hombro llorar creo que no tengo ninguno, pero tampoco los echo en falta. Me eduqué en esa época en que los hombres no lloraban, o al menos no lo hacían delante de nadie. ¿He traicionado a algunos amigos? Traicionar es una palabra demasiado solemne, pero defraudar probablemente sí. Y he sido innecesariamente cruel al comentar ciertos libros, la tesis sobre Ángel González de este (a la que dedicó media vida) o la torpona edición de los aforismos de Juan Ramón Jiménez de aquel. También me ha defraudado algún amigo, pero no en asuntos que tengan que ver con la vanidad literaria. En ese aspecto, nadie puede hacerme más que rasguños. Yo sé quién soy, y el éxito me gusta tanto como cualquiera, pero lo necesito menos que nadie. Otras cosas necesito más, pero he aprendido a vivir sin ellas.

Lunes, 8 de marzo
BACALAO CON TOMATE

Nada más contrarrevolucionario que la estupidez. Y nada más contrario a la salud pública, por cierto (pero no quiero volver a esa historia). Leo La insurrección revolucionaria del sargento Sopena, una monografía de Antonio Molina Campos sobre los acontecimientos de Villanueva de la Serena en diciembre de 1933. Acababan de ganar las elecciones las derechas, gracias, entre otras causas, a la eficaz ayuda de la CNT y de la FAI. Esta fue su propaganda: “A los hombres libertarios, a las mujeres que aspiran a vivir una vida mejor, a los ciudadanos que pugnan por una España libre, a todos los seres, en fin, de humanos sentimientos, les decimos: ¡No votéis!”. Las derechas, en cambio, hasta sacaron a las monjas de clausura de sus conventos (era la primera vez que las mujeres votaban) para no desperdiciar ni un solo voto. Los libertarios pedían no votar y practicar la “gimnasia revolucionaria”: armarse, ocupar ayuntamientos, enfrentarse a las fuerzas del orden. El sargento Pío Sopena, con poco más de media docena de exaltados y descerebrados, ocupó por sorpresa la Caja de Reclutas de Villanueva. Ya sé que es fácil criticar desde hoy los errores de ayer, pero resulta difícil no hacerlo. Yo prefiero quedarme con los pequeños detalles de aquella historia. Cuando el sargento Sopena salió de casa por última vez, su mujer estaba preparando un guiso de bacalao con tomate y él cogió un pedazo y salió saboreándolo; esa anécdota –fue la última vez que le vio-- la oiría contar su hija, informante del historiador, infinitas veces. Al ocupar la Caja de Reclutas encerraron en el calabozo a los soldados que allí se encontraban, y que no quisieron sumarse a la rebelión, pero a uno de ellos, Ángel Chamizo Tapias, le encargó Sopena que fuera a comprar café para los sublevados al café de enfrente. Naturalmente lo que hizo fue ir a informar al cuartel de la Guardia Civil, que de ese modo se enteraron de lo sucedido. Murieron todos los sublevados menos uno, Luis Mejías Guisado, que salió con los brazos en alto y quiso entregarse. Fue de inmediato abatido. Se acercaron a él un número y un teniente de asalto, según cuenta el diario El Socialista. El guardia quiso rematarlo de un tiro, pero el teniente le dijo: “No maltrates la munición con un fiambre”. Con motivo del disparo de un cañón, hubo una avería en los cables eléctricos y se apagó la luz. Al volver a encenderse, el cadáver había desaparecido. Moriría de verdad Luis Mejías otro día de diciembre de cinco años después. Fue detenido cuando las tropas franquistas ocuparon Villanueva. El día de su fusilamiento, al llevarle su mujer comida, le dijeron: “Allí donde va tu marido, no la va a necesitar”. A Pío Sopena, convertido en héroe para los suyos, le dedicaría un poema una adolescente muerta trágicamente menos de un año después: “Pío Sopena, sargento de la Infantería roja. / Seis eran los suyos, seis armados con seis pistolas, / siete contra setecientos y siete ametralladoras. / Os tiró la casa encima la Artillería facciosa. / Entierro de terremoto. Funeral de cien mil bombas. / Ni siquiera te encontraron entre las tapias ruinosas. / Pensaron que habías huido y estabas muerto y con losa”. No sabía yo que Aida Lafuente, la Rosa Roja de la Revolución del 34, era también poeta. Cuánta sangre estúpidamente derramada y con la mejor de las intenciones.

Martes, 9 de marzo
LULA, LULA

Con alegría me entero de que han sido revocadas las condenas contra Lula da Silva, un político que siempre he admirado, y que podrá presentarse de nuevo a las elecciones en Brasil. Pero leo sus declaraciones y mi admiración disminuye un tanto. Acusa a Bolsonaro de retrasarse en la vacunación y eso –dice textualmente—es “casi un genocidio”. Pero unas páginas más allá, en el mismo diario que publica sus declaraciones, me entero de que en Japón no hay ni un solo vacunado todavía, la vacunación comenzará en abril. ¿Pedirá Lula que se lleve al emperador del Japón al tribunal de la Haya por genocida?

            ----¿Te vas a vacunar o no, Martín?, me pregunta insistentemente mi amigo José Luis Piquero, deseoso de ponerme la etiqueta de terraplanista antivacunas y colocarme en la picota, como a Bosé y a Victoria Abril.

            ----Por supuesto. Yo, si me apuntan con una pistola o me amenazan con una multa (si Núñez Feijoo quiere que sea de seiscientos mil euros, seguro que aquí llegan al millón); soy capaz de cualquier cosa.

            ---¿O sea que voluntariamente no lo harías?

            ----Correcto. Pero será más fácil librarse de la enfermedad que de los presuntos remedios contra la enfermedad. Esas vacunas experimentales (qué bien hacen en Japón es esperar a ver qué pasa) son un negocio más lucrativo que el de la droga, y encima casi enteramente legal. Su capacidad de comprar políticos, médicos, epidemiólogos y medios de comunicación deja chiquito al de Pablo Escobar.

            ---¡Eres un conspiranoico!

            ---Pero no un héroe. Si me obligan, pongo el brazo (o lo que sea). Pero tienen que obligarme, no firmaré ningún consentimiento. Cornudo y apaleado, de ninguna manera.

Miércoles, 10 de marzo
PARA UN HOMENAJE

“Llega un momento en que el tiempo nos alcanza”, escribió Cernuda. ¿Me ha alcanzado ya a mí? Mi impresión es que no, que todavía corro más deprisa que él, pero quizá sea una falsa impresión. Me he pasado la vida hablando de los libros de los demás y me he acostumbrado a que de los míos no se hablara. Lo he sentido por los editores, faltos de la publicidad gratuita (¿Gratuita? Que se lo pregunten a los editores de Cercas, ellos saben cuánto les ha costado cada adjetivo elogioso a Independencia) que proporcionan los Babelias y otros suplementos más o menos culturales, pero esta tarde se presentaba Leer la vida y no era un libro mío ni un libro mío sobre otros autores, sino un libro sobre mí. Afortunadamente, como se trataba de una presentación digital, podía desactivar el vídeo y escuchar sin que se viera mi cara en la pantalla. Recordé aquel congreso en Oporto sobre Eugénio de Andrade en el que este asistió a todas las sesiones y sonreía y asentía complacido ante la sucesión de rituales elogios. Yo me defiendo muy bien ante los ataques, pero ante los elogios, sean sinceros o mera cortesía, nunca sé qué cara poner. Y no por modestia, que no es mi fuerte, ni falsa ni verdadera, sino por superstición: pienso que, después de un homenaje, lo único que le queda a uno es molestar lo menos posible y morirse pronto. Yo no tengo ninguna gana de lo primero ni ninguna prisa de lo segundo, la verdad. Espero seguir dando guerra y fastidiando a unos y a otros, a los Vilas y a los amigos, para que no incurran en el error de considerarme una gloria local que ya va siendo hora de que deje el sitio libre.

Jueves, 11 de marzo
DEJADME SALIR

Anda revuelto el ruedo ibérico con la última pirueta de Ciudadanos. Políticamente estoy en el extremo opuesto de Díaz Ayuso, pero en el fondo –aunque esto no lo reconocería jamás ante nadie-- me gustaría que arrasara. Así se demostraría que encerrar, maltratar, humillar a los ciudadanos, aunque sea con pretexto sanitario, no da votos. A ver si hay suerte y, gracias a ella (¡quién lo diría!), vuelve la cordura y nos vuelven a dejar vivir en libertad.



 

 

 

 

 

sábado, 6 de marzo de 2021

Después y todavía: Molesto moscardón

 

Sábado, 27 de febrero
ASÍ FUIMOS 

Cambian los tiempos, y no siempre para peor. Leo un libro de entrevistas publicado en 1974. Lo inicia un Vargas Llosa que aún no se había distanciado del castrismo: “Creo que el lastimoso caso Padilla era algo que perjudicaba a la revolución cubana y por eso lo critiqué y lo censuré. Fue una actitud de solidaridad con la revolución cubana”. Antes había afirmado con rotundidad: “Tengo una posición que creo revolucionaria respecto a los problemas de mi país y de América Latina. Creo que la única solución válida para esos países es la revolucionaria”.

            Augusto Valera Casas, publicó las entrevistas que reúne en Diálogo abierto en un diario barcelonés de dieciochesco título, El noticiero universal, y leerlas es viajar a un país remoto, a la vez esperanzado y siniestro, en el que yo también he residido más de un tercio de mi vida, aunque ahora me resulte difícil creerlo. En la solapa, se lee que el libro “enmarca toda la escala social, desde un ministro a un analfabeto, desde un príncipe hasta un subnormal”.

            Nos frotamos los ojos. ¿Un subnormal? Sí, y esa condición se proclama como un título. Debajo del nombre de cada entrevistado se indica su profesión o el cargo que ocupa –Ramón Castroviejo, oftalmólogo; José María Gironella, escritor; José María de Porcioles, alcalde-- y tras “Arturo Rubinstein, concertista”, aparece “Marcelino Torrebadella, subnormal”.

            Leemos la entrevista con un nudo en el corazón: “¿Cuántos años tienes?”, “Trece”, “¿Cuántos años hace que vienes al colegio”, “Ocho años”, “¿Qué es lo que más te gusta del colegio?”. “Estudiar y hacer dibujos”. Son las preguntas que les harían a cualquier niño, pero de pronto, como un puñetazo:  “Tus hermanos son normales, ¿sabes tú que eres diferente de ellos? ¿Te preocupa?”, “Yo soy subnormal y mi papá no me deja casarme con Conchita. Dice que los subnormales no se casan”. Conchita, explica el entrevistador, “es una niña muy mona que estudia también en el colegio Santos Inocentes y ‘son novios’. Dicen que cuando sean mayores se casarán. Pero estos niños nunca se hacen mayores, ahí radica uno de los más graves problemas”.  Toma luego la palabra el padre: “Para nosotros la palabra subnormal es corriente. Hace ya cuatro años que le dijimos a Marcelino que él es diferente de los otros niños, él lo sabe por sus dos hermanos. Él y todos lo saben, y se conforma”.

            “Marcelino –escribe el entrevistador--, que está muy interesado por mi magnetófono, se comporta con una educación y un respeto que muchos normales no tienen. Marcelino es atento, reflexivo y muy cariñoso”.

            Yo no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas.

Domingo, 28 de febrero
SI YO FUERA RICO
 

Si yo fuera rico, rico de verdad, claro, si yo tuviera unos miles o al menos unos cientos de millones de euros, no cambiaría de casa, ni de modo de vida, simplemente trataría de convertirme en accionista mayoritario de un importante grupo de comunicación –un diario de alcance nacional, varios regionales, dos o tres canales de televisión--, contrataría luego a los mejores y no sé si seríamos los mejores, pero de lo que estoy seguro es de que jamás, jamás, jamás, los medios de los que yo sería responsablemente propietario participarían del pacto del silencio sobre los delitos de nadie, ocupara el cargo que ocupara, y muy especialmente si ese cargo es el del jefe del Estado.

            El anterior pacto del silencio –sabían, periodistas y ministros, que el rey y su nueva pareja iban por ahí utilizando su cargo para hacer negocios dudosamente legales y éticamente siempre reprobables-- duró cuarenta años, tantos como la pasada dictadura; el actual --tan dañino para para la salud pública-- esperemos que no dure tanto, aunque quién sabe.

Lunes, 1 de marzo
ME NIEGAN EL SALUDO

Soñé que en uno de esos besamanos del Palacio Real a los que alguna vez asistí (yo fui de los que creyeron que el joven Felipe, nuevo Hércules, iba a ser capaz de limpiar los pestilentes establos de Augias), la reina Letizia me negaba el saludo.

            Me desperté extrañado. Siempre creí que lo que ella piensa sobre determinado personaje, de cuyo nombre no quiero acordarme, es más o menos lo que pienso yo y lo que acabarán por pensar –aún hay muchos intereses creados-- todos los españoles decentes, incluida la fiscal general del Estado.

 

Martes, 2 de marzo
MIS JÓVENES AMIGOS

¿Cómo se las puede arreglar para sobrevivir en un mundo como este, en el que no hay nada seguro, una persona como yo que se angustia cuando le falla la rutina, que necesita hacer todos los días lo mismo y a la misma hora? Pues teniendo una rutina de repuesto, o dos o tres. Todas las tardes tomo un café en torno a las siete y estoy un rato de charla con algún amigo. Por si los amigos no aparecen, llevo conmigo algún libro recién llegado. Y si no hay libros nuevos, recurro a tres contertulios que nunca fallan: Goethe, Napoleón o Berenson. Un tomo de las Conversaciones con Goethe, de Eckermann, publicadas por la Colección Universal en 1920, o del Diario de Santa-Helena, del conde de Las Casas, en la edición de 1826 que compré en Bilbao, o los Coloquios con Berenson, de Umberto Morra, publicados en el Fondo de Cultura Económica. Abiertos por cualquier página, me permiten tener a mi lado al mejor interlocutor. Hoy –en el solitario Vetusta: estamos la dueña y yo-- le toca el turno a Berenson, generoso anfitrión en su villa Tatti de las afueras de Florencia, en las colinas de Settignano: “El padre de T. murió a los noventa años y todos le habían faltado antes: se había quedado en el desierto. Es necesario prepararse amigos jóvenes para la vejez y transferir el placer de la vida de uno mismo hacia ellos”. Sonrío: yo siempre he tenido amigos jóvenes, pero el placer de la vida de momento no tengo intención de transferírselo a nadie; prefiero disfrutarlo por mi cuenta.

 

Miércoles, 3 de marzo
HE AQUÍ EL TINGLADO

¿Cómo es posible que tantos callaran y que solo se atrevieran a hablar, y a investigar un poquito, cuando la justicia suiza le sacó los colores a la justicia española y se puso a investigar las cuentas de a quien, como a Al Capone, parece que solo le van a pillar por los delitos con Hacienda? La respuesta está en Los intereses creados, esa obra de Benavente que yo puedo recitar casi entera de memoria: “He aquí el tinglado de la antigua farsa…”. El pícaro Crispín enuncia al final la moraleja: “Para triunfar, mejor que crear afectos es crear intereses”. Todos acaban sabiendo que Leandro y Crispín son un par de redomados estafadores, pero, si los denuncian, los poderosos de la ciudad que han creído en ellos perderán su dinero; mejor callar, dejar que Leandro se case con la hija del rico Polichinela y así podrá devolverles lo prestado. Con el silencio, con no denunciar a la justicia, todos saldrán ganando. Mejor dejar que Crispín y Leandra campen a sus anchas –se dijeron los González--, no se nos vaya a venir abajo todo el tinglado.

            Si yo fuera fiscal general del Estado –no duraría ni un segundo en el cargo--, ahora mismo mandaría investigar a quienes han “prestado” dinero para que el anterior jefe del Estado pague unos millones de euros a Hacienda. Seguro que no tardaría en encontrar el rastro de negocios raros y cuentas opacas.

            ¿La justicia es igual para todos? Yo me conformaría con que a la hora de investigar la fortuna de cierta familia, cuyo nombre callo, se pusiera la mitad del empeño que se puso en investigar a los Pujol.

 

Jueves, 4 de marzo
SALAMANCA, 1937

Unos libros tiran de otros y me gusta seguir ese hilo azaroso en mis lecturas. Diálogo abierto no solo me muestra sorprendentes detalles de época. En el Liceo barcelonés, se entraba y salía y se charlaba durante la representación de las óperas. “¿No es posible acabar con esa mala costumbre?”, le pregunta el entrevistador al empresario del teatro. “Cuando se ha intentado establecer un poco de orden, nos encontramos con inconvenientes tremendos”. Más de un espectador respondía de malos modos: “Oiga, que yo también soy propietario y entro y salgo cuando me da la gana”. A Ramón Serrano Suñer le pregunta: “¿Qué opina sobre el libro Testimonio, de Manuel Hedilla?”. La respuesta es evasiva e intrigante: “No opino, ha opinado sobre él quien fundamentalmente es su autor, el historiador García Venero. Con relación a Hedilla, pese a sus actitudes conmigo, recuerdo, naturalmente con satisfacción, haber sido el primero que en los día de Salamanca me opuse a su ejecución”. Poco después de leer esas palabras, paso por la librería que el Centro Reto ha abierto cerca de mi casa y el primer libro en que me fijo es el Testimonio de Hedilla. Al principio se da cuenta del enfrentamiento entre el protagonista y el redactor del volumen, que vendió el original sin su autorización a Ruedo Ibérico. Comienzo a leerlo con creciente interés durante el primer café de la mañana en Noor. No sabía nada de la conspiración para quitar a Hedilla de la jefatura de Falange. Ni que una de las razones para ello era que sus discursos se los tenían que escribir otros. Si esa fuera una razón, habría que cesar a todos los políticos. No sabía que los falangistas, en la Salamanca de 1937, iban a visitarse unos a otros no solo bien armados sino provistos de bombas. Daniel López Puertas, “fundador y jefe local, en un tiempo, de la JONS de Mataporquera”, y José María Alonso Goya, deciden intermediar para que Sancho Dávila, jefe de la facción contraria, acepte entrevistarse con Hedilla. Entran en su cuarto, tras enfrentarse a los guardaespaldas, que no querían dejarlos pasar, y se lo encuentran acostado y a un guardaespaldas, apellidado Peral, en otra cama junto a la suya. “Cordialmente –cuenta años después Daniel López Puertas-- expuso Goya a Dávila el motivo de la visita y le incitó a que se entrevistara con Hedilla, en el lugar que prefiriese, dándole palabra de que no se quería cometer ninguna violencia. La respuesta de Dávila fue hablar duramente contra Hedilla y pedir a Goya que abandonara al jefe de la Junta y se pasara al lado del triunvirato. En esto, se oyó una explosión dentro de la casa. Goya se dispuso a salir de la habitación, y apenas se hubo vuelto Peral le disparó un tiro en la nuca, matándole. El arma estaba, pues, montada. Yo saqué mi pistola y disparé contra Peral, quien fue tocado. Pero se me encasquilló el arma, lo que aprovechó Dávila para abalanzarse sobre mí y morderme ferozmente. Para que me soltara, con una mano saqué una bomba y le dije: Si no me sueltas, la tiro”. Entraron entonces otros falangistas –Fernando Ruiz de la Prada, Aureliano Gutiérrez Llano y Santiago Carral-- en el dormitorio y se encontraron a su compañero muerto: “Tenía un tiro mortal con entrada por el occipucio y salida por el ojo derecho. Junto a la pared, en camiseta y calzoncillos, estaban Dávila, un jefe de bandera de su escolta y Peral, sangrando y que se iba escurriendo lentamente”. 

Viernes, 5 de marzo
DE UN MANOTAZO
 

“Mi reino no es de este mundo”, afirmaba Jesucristo. “Mi mundo no es de este reino”, parafraseaba Bergamín. El mío también lo es cada vez menos. Pero aún no doy la batalla por perdida, aún no ha llegado la hora de que me encierre en mi biblioteca y me dedique a cultivar mi jardín, aún pienso seguir dando guerra, aunque me temo que el único papel que me queda es el de molesto moscardón con el que en cualquier momento se puede acabar de un manotazo.