Sábado, 20 de marzo
LA OFENSA
Rosa Navarro Durán
me envía un número de la revista El
ciervo, de marzo de 1983,con un
homenaje a Jorge Guillén, que por entonces cumplía noventa años, en el que
participo. No conservaba yo esa revista ni recordaba mi texto, pero sí lo mal
que le sentó al homenajeado. Escribió a todos los participantes agradeciéndoles
su colaboración, menos a mí. Como era un caballero a la antigua, le pareció que
esa era la manera más contundente de mostrarme su indignación. A Jorge Guillén le
había admirado mucho y le seguía admirando, pero menos. Entre los colaboradores
–José Manuel Blecua, Carlos Bousoño, Francisco Brines, Ricardo Gullón--, me
encuentro con Gerardo Diego, todavía vivo y activo. ¿Había razón para que
Guillén se enfadara conmigo o era solo un caso, como en Miguel d’Ors, de exceso
de susceptibilidad? Sospecho que la había. Mi colaboración consta de tres
párrafos. En el primero, doy cuenta de mi deslumbramiento adolescente al
descubrir el inicial Cántico, el de 1928, en la biblioteca de Avilés, y
selecciono el poema que comienza “Oh luna, cuánto abril” (el homenaje consiste
en una breve antología comentada); en el tercero, reproduzco un poema dedicado
a la muerte de Marco Aurelio. El párrafo central podía habérmelo ahorrado. Lo
leo ahora con rubor y cierta sonrisa. Soy yo de cuerpo entero, aunque los años
creo que me han enseñado a ser un poco menos sincero. Tras las muestras de
admiración, añado: “Pero el amor es exigente. Mi adoración no le podía permitir
a Guillén las frecuentes caídas que él se permitía a sí mismo. La calderilla
manuscrita dispersa en tantas revistas, los obesos volúmenes que no desdeñaban
recoger los ripios circunstanciales (“Asomante”, “El abanico de Solita”, toda
esa profusa contribución guilleniana a las mil peores poesías de la lengua
española) fueron recibidos por mí como inesperadas e incomprensibles
traiciones. El resentimiento del amante engañado explica mis frecuentes
referencias desdeñosas a la poesía de Guillén”.
Ahí queda eso. Le digo en un homenaje que es el autor de algunas de las mil peores poesías de la lengua española y, por si alguien lo duda, pongo ejemplos. Unos años antes, un caballero no se habría limitado a mostrarme su desprecio con el silencio; me habría enviado a sus padrinos y a un representante (ya no estaba en edad de hacerlo por sí mismo) para lavar la ofensa con un duelo a primera sangre.
Domingo, 21 de marzo
MONK
Debo de ser la
única persona del mundo, entre los que más o menos se las dan de intelectuales,
que nunca ha hablado mal de la televisión. En sus desganadas y disparatadas Notas para unas memorias que nunca
escribiré, Juan Marsé no se priva
de hacerlo reiteradamente: “El problema de la televisión es que los diversos
canales compiten no para ser mejores, sino para ofrecer más y mejor basura,
pues sabe que la audiencia quiere eso, basura”. No ofrecerán más que basura,
tosco Marsé, pero hay tantas infinitas formas de basura que uno acaba
encontrando siempre la de su gusto, como en la basura informativa de cada día.
Yo solo veo la televisión, después de cenar, como distracción que me ayuda a desconectar y a dormir luego como un bebé, que es como suelo dormir a pesar de que ya no soy precisamente un bebé. Prefiero las viejas series, capítulo a capítulo, como quien escucha una reiterada nana. Ahora le toca el turno a Monk, que repesco en una rara cadena de la que no había oído hablar. Cuando la vi por primera vez, hace más de una década, el protagonista, que padece un trastorno obsesivo-compulsivo, era un enfermo con muchas dificultades para la relación social que podía resolver los crímenes más intrincados gracias a su prodigiosa inteligencia. Ahora le veo pedir una toallita húmeda cada vez que no puede evitar que alguien le dé la mano y compruebo que se ha convertido en una persona de lo más normal. Los raros, los extraterrestres, son el resto de los personajes de la serie, esas personas que se abrazan cuando se encuentran, que se dan un beso de despedida, que se cruzan por la calle sin apartarse unos de otros, que no se pringan las manos con gel antes, durante y después de tocar cualquier cosa. Ahora todos somos Adrian Monk (sin su inteligencia, claro está).
Lunes, 22 de marzo
OTRO HOMENAJE
Me llega hoy un nuevo número de El Ciervo, correspondiente también a marzo, como el dedicado a Guillén, pero de 38 años después, y en él se homenajea a otro poeta, Francisco Brines, en este caso no con motivo de los noventa años, cerca le anda, sino del Cervantes. Colaboran buenos poetas y buenos amigos míos, como Susana Benet y Abelardo Linares, pero naturalmente yo, que fui uno de sus grandes admiradores, no fui invitado. Seguro que Brines insistió especialmente ello, quizá no había olvidado –él también participaba-- lo que dije de Guillén. Se lo comentó horrorizado a Fernando Ortiz, muy amigo mío por entonces. Pero no tenía nada que temer. Yo ahora he aprendido a ser más diplomático. Podría redactar vacuas vaguedades elogiosas, de esas que no interesan a nadie, tan bien como cualquiera. Y además Brines, muy elegantemente, con la edad ha decidido escribir cada vez menos, no cada vez más, al contrario que Guillén.
Martes, 23 de marzo
EN LA CIUDAD PROHIBIDA
Gijón lo tengo al
lado, a media hora de autobús, pero como unas veces no me dejaban salir de
Oviedo y otras no me dejaban entrar en él, hacía tiempo que no me acercaba
hasta allí. Esta mañana soleada, anticipándome a los futuros cierres con motivo
de la Semana Santa, he recorrido el paseo del Muro y luego he seguido por la
Providencia. No hay mal que por bien no venga, dice la sabiduría popular. Y
estos días lejos del familiar Gijón, estos días raros que serán tan difíciles
de entender dentro de unos años, estos días en que para “proteger” nuestra
salud se nos prohibía pasear a solas a la orilla del mar (resulta increíble,
lectores del futuro, pero es rigurosamente exacto, una inverosímil verdad, no
una fábula kafkiana), me hacen redescubrirlo. Primero me siento como en la
Promenade des Anglais, luego en Biarritz o en Arcachon. Toda la mañana, todo el
mar y todo el sol para mi solo.
Por las noches, antes de dormirme, sueño con viajar lejos mientras veo la cadena Viajar. “San Diego es como un Los Ángeles más compacto, sin autopistas de por medio”, le escucho decir a Michael Portillo, Y yo la añado de inmediato a las ciudades en las que me gustaría vivir. Tampoco está mal Gijón, pienso esta mañana de un tiempo raro en que la ciudad de al lado puede convertirse de pronto en otra Ciudad Prohibida, como la de Pekín, y en el más exótico de los destinos, si el Adrian Monk que hace y deshace en Asturias se levanta con el pie cambiado. Habrá que estar atento a sus próximos coletazos porque a principios de mayo parece que se le acaban los superpoderes y querrá disfrutar de ellos hasta el último minuto.
Miércoles, 24 de marzo
DESTRUIR REJUVENECE
“No hay mal que por bien no venga”, me repito. Cada día me gustan más las tertulias digitales a las que hemos tenido que recurrir obligados por las circunstancias. Desde las siete hasta las diez y media, me lo paso pontificando, interrumpiendo, debatiendo, comentando, destrozando poemas propios y ajenos. Y de momento –llevamos ya unos cuantos meses-- los contertulios no se han cansado de mí y son capaces de llevarme razonadamente la contraria, o de intentarlo, que no siempre resulta fácil. Sometemos a los poemas a una prueba de resistencia, les buscamos todos sus fallos, no les perdonamos una. Ese es mi deporte favorito –no solo con los poemas-- y creo que no se me da nada mal. Pero tengo que contenerme un poco, que aprender diplomacia, sobre todo si el autor está presente, para que no se aceleren las deserciones y acabe convirtiéndose en un juego solitario.
Jueves, 25 de marzo
UNA Y NO MÁS
Soñé que acababa el mundo y que Dios suspiraba
aliviado. “Una y no más, Santo Tomás”, dijo santiguándose.
Viernes, 26 de marzo
NI CUBA NI VENEZUELA
¿En qué país fue
posible que un jefe del Estado, que había jurado “cumplir y hacer cumplir la
Constitución y las leyes”, se dedicara durante cuarenta años a incumplir la
Constitución y las leyes, no ya sin que nadie le llamara al orden, sino con la
complicidad del gobierno, la fiscalía, la prensa? Doy una pista: no se trata de
Venezuela, tampoco de Cuba.
Si ya ha adivinado el nombre del
país (tampoco es tan difícil), pero no se explica cómo pudo ser posible, le
aconsejo que vaya a la librería más próxima y compre el libro de Ana Pardo,
Albert Calatrava y Eider Hurtado La
armadura del rey. La justicia
española, espoleada y avergonzada por la Suiza, ha comenzado a indagar, muy
poquito a poco para no enfadarle, en las andanzas del gran trapisondista, pero
con sus cómplices por acción u omisión todavía no se atreve. Y no se atreverá
nunca, me temo, pero este libro ayudará a sacarles a muchos, no solo a los
compinches, los colores. A mí el primero, que voté una y otra vez al peor de
todos.