sábado, 25 de febrero de 2023

En la retaguardia: El elefante blanco

 

Sábado, 18 de febrero
BURDEOS, 1940

Un amigo me trae como regalo a la comida avilesina de los sábados unos ejemplares de la revista Semana publicados en 1943. Para un aficionado a los entresijos de la historia, no hay regalo mejor. “La División Azul rechaza los ataques rusos cerca de San Petersburgo”, leo en la portada del 26 de enero; en la contraportada, sonríe el piloto de Hitler, “un hombre risueño” que posee “una energía alegre y clara”. Lo que más me llama la atención son las “Revelaciones sensacionales” de las dos páginas siguientes, dedicadas a “las angustiosas jornadas del armisticio en Burdeos”. Siempre me han interesado esos días de junio de 1940 en que Francia aceptó la derrota y se puso de lado de quienes la había humillado. Asisto ahora a la caída de Reynaud, jefe de gobierno; al nombramiento de su sucesor, Petain; a las intrigas de Laval; a las dudas del presidente de la República, Albert Lebrun, sobre si marchar o no a África para continuar la lucha; a las escenas de pánico. El 21 de junio, a la entrada del Puente de Piedra, que une el centro de la ciudad con la estación, aparece un motorista alemán. Resulta evidente que es un enlace confundido: pregunta el nombre de la ciudad, desdobla un mapa y comprueba que se ha equivocado. Inmediatamente da media vuelta y marcha a toda velocidad. Pero la noticia se propaga de inmediato: “¡Los alemanes llegan, los alemanes ya están aquí! ¡En el puente se ha detenido una sección motorizada! ¡La estación ha sido ocupada! ¡Una división motorizada entera avanza sobre la ciudad!”. En pocos minutos, la Prefectura se ve invadida por diputados y senadores que pretenden partir inmediatamente. Exigen que se les facilite cuanto antes un medio de locomoción. Son también subsecretarios y exministros que se abren paso a gritos y que consideran que su petición debe tener preferencia sobre la de cualquier otro.  Les piden tranquilidad, les dicen que se trata de un error. Pero no se calman, creen que el gobierno no se ocupa de ellos y se lanzan, con las maletas en la mano, en busca del primer taxi, al que ofrecen sumas fabulosas para que los lleve hasta la costa donde puedan tomar el buque salvador.

            ¿Cómo extrañarse entonces que Petain y Laval, los firmantes del armisticio en el que hizo de intermediario Lequerica, embajador de España, fueran aplaudidos como salvadores de la patria? Así eran vistos todavía en 1943 cuando Semana nos permite asistir entre bastidores a aquellos acontecimientos. 

Domingo, 19 de febrero
SECRETOS DE FAMILIA

Nunca es tarde para pedir perdón. Spielberg ha rodado Los Fabelman, después de muchos años de duda, para pedírselo a su madre. A los dieciséis años, descubrió, si no la relación, al menos la cercanía espiritual entre ella y el mejor amigo de la familia, el que los acompañaba a todas partes como uno más. En la película, lo hace al revisar las grabaciones domésticas. Parece poco verosímil que fuera así en la realidad. ¿Su enfado es por el engaño al padre o porque él mismo se siente traicionado? Curiosamente, en esta autobiografía sobre uno de los más importantes directores de cine, lo que sobra, o lo que parece más innecesario, es precisamente el cine, todas esas películas iniciales del protagonista que se recrean para la ocasión. Y la impactante visita a John Ford, que cierra la película, funciona más como un corto independiente, que como verdadero cierre.

            Una de las cosas que más me llama la atención en esta irregular historia de familia es esa escena antisemita, muy común en la culta Europa del primer tercio del siglo XX, pero no nos imaginaríamos en el Estados Unidos de los sesenta. Los compañeros del instituto acosan a uno por ser judío y le exigen que pida perdón por haber matado a Jesucristo, como en la católica España de nuestra infancia.

Lunes, 20 de febrero
VUELVO A LA PLAZA

Cuando niño, acompañé muchas veces a mi madre a la Plaza, el mercado de los lunes en Avilés. Luego, antes de venirme a vivir a Oviedo, también lo visité algunas veces en busca de libros viejos. Recuerdo que allí compré la primera edición de La hija del capitán, uno de los esperpentos de Valle-Inclán. Hace más de cuarenta años que dejé de vivir en Avilés, pero desde entonces vuelvo los fines de semana. Y sin embargo, en todo ese tiempo, no había vuelto a visitar el mercado, aunque en la hermosa plaza de los hermanos Orbón, con sus blancas galerías y sus soportales de hierro, tome un café todos los sábados.

Qué emoción, al entrar de nuevo este lunes, en su multicolor bullicio. La familiaridad se mezcla con la extrañeza. Vuelvo a ser el que fui en este mágico escenario y a la vez lo contemplo como algo ajeno. No soy de los que miran hacia atrás con nostalgia. Si alguna nostalgia siento, no es del pasado, sino del futuro que imaginaba entonces.

Martes, 21 de febrero
VIRGINIA

En el intermedio de Pan y toros —me han invitado al ensayo general—, escucho a un adolescente decirle a otro: “Es como ahora pan y fútbol”. Sonrío. Uno de esos directores de escena que tanto se esfuerzan en acercar la ópera, o la zarzuela, al público de hoy, para que nos diéramos cuenta de eso, habría vestido de futbolistas a los toreros Pepe Hillo, Pedro Romero y Costillares. Juan Echanove se limita a añadirle a la acción un ballet basado en las pinturas negras de Goya, quizá innecesario, pero que no estorba.

Folletín dieciochesco, precursor de los Episodios nacionales y de cierto Buero Vallejo, este colorista Pan y toros en que el salvador de España es nada menos que Jovellanos. No puedo dejar de pensar en Víctor de la Concha, con maliciosa sonrisa, mientras asisto a la intrigas del Abate Ciruela, tan felizmente encarnado por Enrique Viana.

La invitación es a un lateral de platea, tan lateral que solo veo la mitad del escenario, pero en cambio puedo asistir a otro espectáculo, el de Virginia Martínez dirigiendo. Me fascina verla vocalizar, el preciso ballet de sus manos. Me acuerdo de Lydia Tár, la exigente protagonista de la película de Todd Field.

Miércoles, 22 de febrero
DEFIÉNDEME DE MÍ

En Viejas canciones rusas, el impactante libro de Pablo Anadón que anticipamos en Clarín, hay un poema que no se me va de la memoria: “Nunca quise tener un arma en casa. / Conocía muy bien, y le temía, / a mi mayor enemigo”.

Jueves, 23 de febrero
EL RUEDO IBÉRICO

Estábamos hablando ayer en la tertulia sobre si en un poema donde la mayoría de los versos son endecasílabos puede aparecer o no un decasílabo, cuando José Cereijo nos da la noticia: “El lunes presenta Vox su moción de censura. Con Tamames de candidato”.   

            —Vaya —digo yo—, al final falló el elefante blanco.

            —¿No me dirás que en realidad quería presentar a Ayuso?

            —Llegaron a pensarlo, pero era muy arriesgado que dejara la presidencia de la Comunidad de Madrid, como hizo Pablo Iglesias con la vicepresidencia del gobierno, y al final se quedara compuesta y sin novio. Otro era el elefante blanco.

            —¿No nos irás a decir que era Garcia Montero? ¡Vaya fiasco el tuyo con eso de adelantar que iba a ser candidato del PSOE para la alcaldía de Madrid!

            —Iba a ser alguien con más posibilidades. Aparte de los votos de Vox, contaría con los del PP y con buena parte de los socialistas. Los que tenían que saberlo ya lo sabían y habían garantizado el voto de los gregarios. Pensaron incluso anunciarlo el 23-F en recuerdo de Armada quien fracasó, cuando todo estaba atado y bien atado, porque se opuso Tejero. Si este hubiera aceptado, el verdadero golpe, astutamente constitucional (los diputados forman un gobierno de concentración con un presidente que no es diputado ni senador), habría salido adelante. Quien lo hizo fracasar no fue el rey, sino Tejero. Otro habría aceptado la propuesta de Armada. Se habrían retirado los ocupantes del congreso, todos regresarían a casa y al día siguiente se habría votado su nombramiento como jefe del gobierno. Y el rey y la reina habrían descorchado las botellas de champagne que guardaban para la ocasión. ¡Por fin, España en buenas manos!

            —Desvarías. Ahora haría falta un hecho como la ocupación del congreso.

            —¿Y te parece poco grave que los violadores salgan de las cárceles y les baste decir que son mujeres para entrar en los conventos y en los vestuarios femeninos y forzar a toda la que se les ponga por delante? Esto es lo que se ha hecho creer a la gente de bien. Hasta Sánchez ha picado en que la ley del solo sí es sí tiene fallos porque el mínimo para ciertas condenas es de cuatro años y no de seis años, cuando todo depende de los agravantes y atenuantes y ningún juez está obligado a condenar a cuatro años, o a reducir la condena a cuatro años, si cree que se merece una pena mayor.

            —No pretendas darnos ahora una clase de derecho penal y dinos quién era ese elefante blanco que los de Abascal pensaban presentar en lugar de Tamames.

            —Según mis fuentes, Alfonso Guerra, que mantuvo sus dudas hasta el final y por eso se retrasó la moción.

 

 

sábado, 18 de febrero de 2023

En la retaguardia: El gran dictador

  

 

Sábado, 11 de febrero
VENGANZA

Me temo que soy peor persona de lo que parezco. ¿Por qué si no me he divertido tanto con el primer capitulo del libro de Villena sobre Brines que leo en Calle del Aire? El libro aparecerá pronto en Renacimiento. Como no hace ningún favor al poeta y el editor, Abelardo Linares, fue muy amigo suyo, me extrañó que se decidiera a publicarlo. "Es respetuoso y no cuenta nada que yo no supiera", dijo. Con la boca pequeña traté de convencerle de que no lo hiciera, seguro —le conozco bien— de que no solo no me iba a hacer ningún caso sino de que así adelantaría su publicación.

Este primer capítulo es un buen aperitivo. No tiene más de tres páginas, pero ya se nos anticipa que Brines era rico y tacaño, además de muy lujurioso, y que con los años se fue forjando una imagen ideal: gran poeta, sencillo, abierto, cordial, franco, una persona perfecta, un caballero "en el revuelto mundo de las letras con tantas trampas y deslealtades y gente de baja condición". Pero esa imagen no se correspondía del todo con la realidad. Y para eso escribe su libro, para sacar a la luz la cara oculta del poeta, la que solo mostraba "a cercanos amigos que fueran gays o perfecta y probadamente cercanos a ello". De sobra sabe Villena que Brines nunca quiso que se contara salvo en su círculo más íntimo lo que él va a contar. No le importa. Que todo el mundo sepa no ya que Brines era rico, tacaño y homosexual, sino también todos los detalles de su vida erótica: cómo, cuándo, con quién y cuántas veces.

¿Y por qué me alegra algo que debería más bien hacerme sentir vergüenza ajena? Por venganza, solo por venganza, porque nunca le he perdonado del todo a Francisco Brines la escena que me montó en Avilés allá por 1986. Creo que venía de jurado en el premio Ana de Valle y luego daba en Oviedo una lectura organizada por Tribuna Ciudadana. Nada más llegar, una mano amiga le pasó el último número de Cuadernos del Norte en el que yo reseñaba su libro Poemas a D. K. Yo había hablado de todos sus libros, le iba a presentar, Manuel Aragón me había encargado un volumen sobre él para la colección "Los poetas", donde había publicado ya un Fernando Pessoa. La lectura era por la tarde, quedamos citados en la cafetería del hotel por la mañana. No nos habían servido el café cuando ya comenzó a recriminarme lo que había hecho. Tardé en entender cuál era mi delito. Resulta que uno de los poemas a D. K. se había publicado en Palabras a la oscuridad dedicado a Detlef Klugkist y yo hacía esa referencia que aclaraba las iniciales del título. ¡Ni que hubiera descubierto un secreto de Estado! Más de una hora duraron sus recriminaciones. Lo más benévolo que me dijo fue que era un indiscreto, un cotilla, que no se me podía contar nada. Pero él no me había contado nada personal, ni me lo contaría nunca. Tiempo después nos vimos algunas veces, siempre eran reuniones formales en algún congreso o jurado literario; el trato fue de mera cortesía. Con lo de las iniciales, y con tantos otros detalles, demostré solo que era un atento lector de su obra. Tuve que prometerle, para que se calmara, que renunciaba a escribir el libro para Júcar, que iba a proponer que lo hiciera Alejandro Amusco. Eso le tranquilizó algo. Sospecho que eso que temía que yo contara —y que no podía contar porque lo ignoraba por completo— es lo que ahora cuenta, con pelos y señales, Luis Antonio de Villena. Y lo publica —justicia poética— otro de sus mejores amigos, Abelardo Linares.

Pero esta venganza me deja un sabor agridulce. En realidad, yo ya le había perdonado hace tiempo, aunque finja lo contrario: cada uno es hijo de su época y de sus traumas. Y me duele que en los últimos tiempos tuviera siempre sobre la cabeza la espada de este libro que le desnudaba en público. "Por lo menos —parece que llegó a decir—, que no lo publique mientras yo viva".

Menos mal que yo no soy importante y así no corro el riesgo de que ningún buen amigo —con la complicidad de un editor también amigo— quiera lucirse contando mis intimidades. 

Domingo, 12 de febrero
DESEO

A veces, antes de dormirme, me pregunto: "A estas alturas de la vida, ¿qué es lo que más deseas? ¿Encontrar al fin el amor verdadero? ¿Que te den el Cervantes? ¿Hacerte rico? Confiésalo, ahora que nos escucha nadie". Y me respondo: "Amor y dinero, no gracias, me basta con lo que tengo. ¿Premios? Ni el gafe del Cervantes que solo se da a quienes están en el geriátrico o a punto de morir, ni el Nobel ni mucho menos el ridículo en no sé qué academia con un espadín y el patrón emérito de los corruptos al lado. Yo no sé si tengo más o menos reconocimiento literario del que merezco, pero lo que sí sé es que tengo todo el que necesito. Aspiro a otra cosa, he descubierto —tardíamente— que me gusta mandar. Debería haberme dedicado a la política. Tener poder, poder de verdad, no estar supeditado a pactos y componendas. Si todos pierden la cabeza, como durante la pasada pandemia, mantenerla en su sitio y no convertirla en tontemia, o en algo peor, sacrificando a niños y ancianos; si hay guerra en Ucrania, no agravarla favoreciendo a uno de los bandos, sino propiciando el acuerdo entre ellos; y en la histeria actual con la ley del "solo sí es sí", no perder los nervios por miedo a perder votos y decir la verdad: si a algún condenado se le rebaja la pena, y los jueces actúan adecuadamente, es porque la pena era excesiva, sin que eso suponga —ni mucho menos— atenuar la gravedad del delito, que no todos merecen largos años de reclusión. ¿Qué peligro supone para la sociedad que a quien le condenaron a veinte años de reclusión —y que puede estar más que arrepentido y rehabilitado-- se le rebaje la pena a solo diecinueve?".

En estas cosas me entretengo mientras llega el sueño, pero jamás las diría en voz alta por miedo a que me linchen.

Lunes, 13 de febrero
LO CONTRARIO

Parece lo mismo levantarse y caer, levantarse y caer, levantarse y caer que caer y levantarse, caer y levantarse, caer y levantarse, pero es exactamente lo contrario.

Martes, 14 de febrero
FLORES

Desde hace no sé cuántos años, diez o más, recibo en esta fecha un anónimo ramo de flores en mi despacho del Milán. Esta curso es el primero que no tengo despacho, pero me llaman para decirme que han recibido un ramo de flores a mi nombre. Paso a recogerlo con una sonrisa. Sigo sin saber quién es ese secreto admirador o admiradora (más bien lo segundo), y no sé si me apetece mucho o poco averiguarlo (más bien poco), pero me alegran estas flores un día en el que no tengo —o parece que no tengo— nada que celebrar.  

Miércoles, 15 de febrero
BENET

Leo Vida y exilio, las memorias de José Fernández Sánchez, uno de los niños que salieron de España hacia la URSS en 1937, y compruebo que también hay gradaciones en el desastre: la Cuba de los primeros años sesenta, en la que estuvo como intérprete de los consejeros soviéticos, era casi un paraíso tropical comparada con la Rusia de entonces, como lo era la España franquista de 1971, que fue el año en que volvió, comparada con lo que dejaba atrás. Al final de este nutrido volumen, que da cuenta de una vida que parece abarcar muchas vidas, nos encontramos con una referencia a la polémica entre Solzhenitsyn y Juan Benet. Fue en marzo de 1976, cuando ya había muerto Franco, pero aún no había terminado su régimen. "Vosotros no sabéis lo que es una verdadera dictadura —dijo en televisión—. Ningún español está atado a su lugar de residencia, el ciudadano soviético no puede irse a otro lugar sin permiso. Podéis salir libremente al extranjero. En los kioscos se encuentra prensa de otros países. Aquí cualquiera puede hacer una fotocopia, en Rusia el que hace una sin permiso es arrestado por contrarrevolucionario". Esa referencia a la libertad de hacer fotocopias fue lo que más indignó a Benet, que respondió con unas palabras que pueden figurar en cualquier historia universal de la infamia: "Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexander Solzhenitsyn perdurarán, y deben perdurar, los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados, a fin de que personas como él, en tanto no adquieran un poco de educación, no puedan salir a la calle".

Jueves, 16 de febrero
SUEÑOS PROHIBIDOS

"Fidel se comportaba con Cuba como el niño con un hermoso juguete para él solo", subrayo en Vida y exilio. No hay dictadores buenos, me digo. Pero yo sigo soñando con ser, no un Castro, ni siquiera un Chaves, sino un Atatürk.

Viernes 17 de febrero
NO ME DEJES

¿Y qué importa que ya no te guste si yo sigo gustándome por los dos?



 

sábado, 11 de febrero de 2023

En la retaguardia. Encuentros y cuentos de terror

 

Domingo, 5 de febrero
ENCUENTROS

No sé por qué me llena de melancolía encontrarme en un puesto del Fontán, entre el batiburrillo de libros desportillados, con uno que lleva el sello de “Biblioteca de José M. Martínez Cachero” y en el centro, escrito a mano, la fecha: 1969. Es un tomo de las obras de Enrique Díez-Canedo dedicado a sus artículos de crítica teatral. En el índice figuran Unamuno, Valle-Inclán, Azorín, Gómez de la Serna, Azaña, Lorca, Casona y unos pocos nombres que el tiempo ha borrado. Entre ellos podía figurar Alejandro MacKinlay, cuya obra El que no puede amar, editada por La Farsa, encuentro al lado. Martínez Cachero fue mi profesor y era un laborioso y meritorio erudito a la antigua. Le llenaría de tristeza ver rodar por los mercadillos los libros que con tanto amor juntó. Pero ir de unas manos que los aman a otras es el mejor destino de los libros. De MacKinlay recuerdo una anécdota que parece sacada de una antología del humor negro.. Murió por su devoción monárquica y unas almorranas. Era un ricachón de origen escocés que tuvo una corte de hampones en la España de los años veinte. Como escritor valía poco, pero todos le adulaban para sacarle algún dinero. El que no puede amar se estrenó en 1928 y es un intento de renovación teatral: cada acto cuenta la misma historia, o una muy parecida, ambientada en épocas distintas. El libro de Díez-Canedo ya lo había leído, sacado de alguna biblioteca, y esta tarde, antes del cine, releo algunos de los capítulos. Vuelvo a reírme con el dedicado al estreno de Brandy, mucho brandy de Azorín. Se trata de un diálogo a la manera de los que yo me invento a menudo, y recuerda a los que el propio Azorín escribió por entonces y se reunieron luego en Escena y sala (se leen con más gusto que sus obras de teatro). Alejandro McKinlay es uno de los mil y un personajes que pululan por la memorias de González-Ruano. En los años treinta coincidieron en Roma, donde Ruano era corresponsal del ABC. MacKinlay tenía dos obsesiones: una figurar como escritor, otra ser amigo del rey en el exilio. A una y a otra le ayudaron los buenos oficios de Ruano. MacKinlay había alquilado un palacio romano, el Campitelli, y además unas habitaciones en el Gran Hotel para estar más cerca del monarca exiliado. MacKinlay acababa de comprar un yate cuando, en el bar del hotel, oyó al infante don Juan que le gustaría hacer un viaje por las islas griegas. De inmediato le ofreció su yate. El viaje quedó acordado para el 10 de junio, en que le recogerían en Palermo. Pero poco antes MacKinlay sufrió una inoportunas almorranas y en lugar de aplazar la excusión y esperar a que pasaran, tratándolas por los medios normales, decidió operarse. La mañana del día 8 llegó el doctor al hotel (Ruano no deja de indicar que era “un judío alemán”, algo bastante raro dada la fecha: 1938). Entró en la alcoba de MacKinlay (“con gran aparado de enfermeras y de estuches, sin duda a efectos de la cuenta”, dice Ruano; no olvidemos que se trata de un judío). Cuando todo estaba listo, mandó salir a los acompañantes y no habían pasado cinco minutos cuando salió él mismo, con el rostro demudado, y afirmando: “Este señor se muere”. Y efectivamente se murió a poco. “¿Pero ese señor era alcohólico?”, preguntó el médico. Al parecer el narcótico que le dio como anestesia era incompatible con el alcohol. “¡Desde hace cuarenta años!”, respondió Ruano. “Fue un crimen de lesa estupidez”, añade. Don Juan se quedó compuesto y sin yate en Palermo y MacKinlay tuvo el consuelo de morir —otra víctima, pensaría Ruano, del judaísmo internacional—.en el mismo hotel en que, pocos después, lo haría Alfonso XIII.

Lunes, 6 de febrero
 ADIÓS

Camino de Las Salesas, junto al semáforo para cruzar General Elorza, me encuentro con la viuda y la hija de Rafael García Domínguez. No había tenido ocasión de darles el pésame. A Rafael le veía por allí paseando con su cigarrillo en la mano casi todos los días. Me daba una sensación de tranquilidad, de que todo seguía en su sitio. Había asistido mucho a la tertulia, allá por los años ochenta, cuando era profesor de literatura en el instituto Alfonso II, invitaba a sus mejores alumnos a asistir. Alumnos suyos fueron Pelayo Fueyo, José Luis Piquero, Javier Almuzara, Marcos Tramón. En el 86, publicó una antología de la nueva poesía asturiana, y ahí está Víctor Botas y ahí estoy yo con una imagen en la que no me reconozco y con una poética en la que tampoco: critico el “aldeanismo nacionalista al uso” y “la fácil demagogia populista”, como un Azúa cualquiera. En el ejemplar que yo tengo de esa antología, titulada Trece poetas, hay una dedicatoria, pero no es del autor, sino uno de los antologados, Eduardo Errasti: “Para Martín / de quien aprendo / constantemente / el misterio de la palabra”. Errasti se enfadó pronto conmigo y siguió su camino hasta el desdichado final. Yo no apreciaba mucho su poesía y creo que eso le dolió. Valdés, el librero, me reprochaba siempre una reseña poco amable que le dediqué. Me temo que fui algo cruel. Rafael no se me parecía, era un hombre bueno y sin recovecos, ayudaba a amar la literatura. No tuvo un mal final y eso me consuela. Un martes se sintió indispuesto, le ingresaron y lo que más lamentaba era no poder fumar; el sábado dijo: “A ver si pronto me dejan salir a tomar un vino y echar un pitillo”. Murió esa noche, sin enterarse. Iba a cumplir ochenta y cuatro años. Mejor esa despedida que la de otra querida amiga a la que su hijo —lo ha contado él mismo en un artículo— le dijo días antes que se iba a morir, que no tenía remedio. Qué estúpida crueldad. Para Rafael no existió la muerte y seguirá para siempre en nuestra memoria fumándose un tranquilo cigarrillo y alentando a los poetas jóvenes.

Martes, 7 de febrero
SACRIFICIO

¿Cómo no acordarse de la desasosegante película Llaman a la puerta, esa nueva versión del sacrificio de Isaac, al leer las noticias del terremoto turco? Lo de que Dios te ordene sacrificar a tu hijo no pasa de ser una antigua leyenda, ¿pero qué ocurriría si tuvieras que sacrificarlo para salvar a la humanidad? Night Shyamalan nos hace creíble ese dilema y no solo durante el tiempo que estamos en la sala de cine. A la niña que atrapa saltamontes en los alrededores del paraíso, se le acerca un ogro como en cualquier cuento. Pero es un ogro bueno que trae una mala noticia.

Ha comenzado el fin del mundo y solo tú puedes detenerlo asesinando a quien más quieres. ¿A qué omnipotente psicópata se le puede ocurrir algo así? Al Dios de los cristianos, por ejemplo. Menos mal que sobre los que no lo somos no tiene jurisdicción. O eso quiero creer. 

Miércoles, 8 de febrero
ESPERA

Mientras espero, hago anotaciones en el cuaderno que suelo llevar conmigo:

Hay tardes en que todos los que soy me dejan solo.

El futuro solo existe en la imaginación.

Lo que se pierde, solo se pierde de verdad cuando olvidamos que lo hemos perdido.

Me da un poco de miedo la gente que se me parece demasiado.

Entre entusiasmo y entusiasmo, para saborearlos mejor, conviene aburrirse un poco.

No sé escuchar música sin ponerle letra.

Era tan amable que hasta le pedía perdón al pedrusco con el que había tropezado.

Acercarse cada vez más a la cima, pero no llegar nunca a ella.

A veces nos olvidamos de agradecer los favores que hacemos.

Jueves, 9 de febrero
TERROR

Paso el día paseando y charlando de literatura con amigos en una ciudad a la vez familiar y ajena y termino en un microrrelato de terror. Los amigos son José Luna Borge, Antonio Manilla y Avelino Fierro, ese fiscal que sabe que no hay justicia sin benevolencia; la ciudad es León, soleada, dorada y apacible a pesar del sol de invierno. Termina la jornada en la estación de autobuses. He venido para hablar de Clarín, la revista que termina para no terminar nunca (podría reimprimirse desde el primer número, tan actual hoy como en 1996: magia de la literatura).

La estación de autobuses se ha transformado en un onírico escenario. ¿Estoy en León o en una devastada ciudad ucrania? Tendejones abiertos a la intemperie, ni un rincón donde resguardarse del frío, pálidas sombras dispersas que parecen esperar la nave de Caronte. Una estufa al aire libre —que no funciona— rodeada de sucios asientos de plástico: eso es la sala de espera.

Fieles amigos han venido a acompañarme a este rincón de fin del mundo. Sus bromas lo convierten en solo una estación en obras. En obra de teatro del absurdo, algo así como Esperando a Godot. Llega el último autobús, mi autobús a Asturias, y los amigos se despiden. Baja el conductor, le enseño mi billete en el móvil y la maquinita que lleva le dice que no es correcto. Lo intenta una y otra vez y con el mismo resultado. Yo me veo abandonado y solo en aquel escenario de la desolación y me dan ganas de llorar y gritar socorro. Cuando por fin me deja subir al autobús (mi billete era correcto, la maquinita estaba estropeada), me siento como un pasajero del Titanic que logra alcanzar la última balsa salvavidas. 

Viernes, 10 de febrero
PRECAUCIÒN

Teme, más que a quien te odia, a quien te quiere demasiado.



 

sábado, 4 de febrero de 2023

Nadie me quiere

 

 

Sábado, 28 de enero
TODO SE EXPLICA

Lo he contado muchas veces. La primera carta que recibí, tras la publicación de mi primer libro, fue de Vicente Aleixandre. Inmediatamente llegaron otras de algunos de los más destacados escritores de entonces, entre ellos José Camón Aznar y Dionisio Ridruejo. También fue pronto reseñado en La Estafeta Literaria, en La Vanguardia y en otros medios. ¿A qué se debía ese eco, que no ha vuelto a tener ninguno de mis libros? Siempre fue para mí un misterio: al autor no lo conocía nadie y no practicaba entonces ni practicó después la adulación o el “do ut des” en las relaciones literarias; los poemas no valían gran cosa (los excluí de las recopilaciones posteriores); el premio se convocaba por primera vez, y no sé si se volvería a convocar, y lo organizaba una minoritaria revista de Burgos, Artesa, que pronto se especializaría en poesía experimental. He tardado medio siglo en resolver el misterio. Resulta que el director de la revista, Antonio L. Bouza, era un militar, compañero y confidente del entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón. En 2007 publicó un libro, El rey y yo, que al parecer no sentó bien en La Zarzuela. En Los hombres de Felipe VI, que acabo de leer y reseñar, lo citan ampliamente. Antonio L. Bouza, en 1972, estaba cerca, muy cerca, del poder. O de quien pronto lo tendría. Quienes mimaron mis Marineros perdidos en los puertos no era a esos perdidos marineros a quien mimaban.

Domingo, 29 de enero
DESGARROS DEL CORAZÓN

Como soy tan impaciente, si no viera el cine en las salas de cine, no lo vería en ninguna parte. O la película me atrapa a los pocos minutos o me pongo a leer un libro. No habría pasado de las primeras secuencias de Tár, por ejemplo, que comienza con la interminable sucesión de los títulos de crédito en blanco y negro (creo que no falta ni el nombre de la ayudante de la peluquera de Cate Blanchett), esa tabarra que suele aparecer al final cuando el público va abandonando la sala. Luego hay una entrevista a la famosa directora de orquesta Lydia Tár que parece va a durar lo que dura cualquier entrevista. Pero me alegro de haberme quedado a pesar de la pretenciosidad de Todd Field. Nada tiene que ver conmigo esa exitosa directora que se aprovecha de su poder, o quizá sí: su pareja rompe con ella y se lleva a la hija, a la que quizá no vuelva a ver más; se enamora de una joven rusa que solo busca escalar. Incluso el guionista, como si me conociera, copia una escena que me ha pasado a mí. “¿Nos vemos luego para cenar?”, pregunta Lydia a la violinista al llegar al hotel. “Estoy cansada, voy a dormir toda la noche, debe ser el jet lag”, le responde. Pero poco después tiene que bajar un momento a recepción y la ve, al fondo del pasillo, en elegante traje de noche, esperando el ascensor.  Ese perder la cabeza, ese ser consciente de que vamos hacia el abismo y, como en una pesadilla, no poder volver atrás, qué bien lo conozco, lo mismo que otros más íntimos desgarros del corazón. Tár parece hablar de cosas muy distintas, muy a la moda, muy a lo Plácido Domingo o Harvey Weinstein, pero a mí es de eso de lo que me habla.

Lunes, 30 de enero
COMO POMPAS DE JABÓN

Una amiga me regala el libro Juegos de los niños, publicado en 1847 (se trata de una edición facsímil), que lleva el subtítulo de “traducidos de los mejores manuales acabados de publicar en París”. Lo abro al azar, como siempre hago, y con lo primero que me encuentro es con “las bolas o globos de jabón”, las irisadas pompas con las que tanto jugué de niño y con las que tanto he visto jugar a Martín. “Este juego infantil ha producido más reflexiones filosóficas que un voluminoso tratado de moral, porque el aspecto de esas bolas tan brillantes y tan frágiles nos recuerda lo ilusorias que suelen ser nuestras esperanzas”. ¿Cómo no recordar a Machado? “Nunca perseguí la gloria, / ni dejar en la memoria / de los hombres mi canción. / Yo amo los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles / como pompas de jabón…” 

Martes, 31 de enero
LAS COSAS CLARAS

—Te jactas de ser más listo que nadie y de decir sobre cualquier asunto de actualidad algo obvio y que nadie ha dicho. Pues a ver si nos dices algo nuevo, y que ponga las cosas en su sitio, sobre la tan traída y llevada ley del “solo sí es sí”.

            —Muy fácil me lo pones. El que se rebaje la pena a algunos condenados por delitos sexuales —que siguen siendo personas: odia el delito y compadece al delincuente, pedía Concepción Arenal— solo quiere decir que ese mismo delito, cometido hoy, tendría una pena menor que la que se le impuso en su momento. Y si es así y no se debe a triquiñuelas de los jueces para arrimar el ascua a su conservadora sardina, hay que aplaudir, no denostar. Sacan a la calle a quien no debería estar en la cárcel porque ya ha cumplido con la pena que corresponde a su delito.

Miércoles, 1 de febrero
CÓMO RECONOCER A UN MAL POETA

—Martín, te pasas. ¿Así que te crees capaz de reconocer un mal poeta sin siquiera haberlo leído?

            —Por supuesto. Me basta con preguntarle por sus lecturas, por los poetas que admira.

            —Pues menos mal que no te basta con ver cómo se peina.

            —Y si quieres un recurso infalible --lo acabo de comprobar hace un rato en la tertulia---, pídele que seleccione tres poemas que le parezcan excelentes de poetas actuales. Si te trae tres naderías o tres bodrios más o menos pretenciosos, no hay nada más que añadir. Lo primero para ser buen poeta es ser buen lector, distinguir la buena poesía del mero desahogo o la mediocridad pintada de purpurina.

Jueves, 2 de febrero
MIS PROBLEMAS

Sonriendo, rebuscó en su bolso, y me alargó una piedrecilla de las que uno suele recoger en la playa. “Es un talismán, tiene poderes mágicos. Ya sé que tú no crees en esas cosas, pero lo puedes comprobar cuando quieras”. Se parecía a la ancianita de los cuentos, con su pelo blanco, su cara arrugada y su voz dulce, una voz que a uno le gustaría poder escuchar en las noches de insomnio cantándole una nana. No debía tener muchos más años que yo, diez a lo sumo, pero era mucho mayor, no sabría explicarlo.

—Gracias, Inés. Buena falta me hace a mí un talismán.

—¿Problemas de dinero?

—De momento, no. Con lo que tengo me apaño.

—¿Problemas de salud?

—De momento, no. Cruzo los dedos.

—¿Problemas de pareja?

—De momento, no. El domingo fui, como de costumbre, a ver una película a Los Prados y aprendí una palabra nueva. “Tú no eres misógino —le dice la protagonista a uno de los personajes—. Tú eres misógamo”. Eso es lo que yo soy, misógamo, contrario al matrimonio, o sea a cualquier relación de pareja que dure, si no más de una noche, tampoco hay que exagerar, más de un fin de semana.

—Pues ya me dirás, hijo mío, cuáles son tus problemas. Vas a tener que devolverme el talismán. No te hace ninguna falta.

—Mis problemas son los de la gente que quiero, Inés. Déjeme, déjame el talismán, que yo sé bien a quien regalárselo.

Viernes, 3 de febrero
APRENDIZ DE DICTADOR

Me gusta la política, como me gusta la teología, pero no debería hablar de esas cuestiones con quien tiene firmes creencias contrarias. Me llama Abelardo Linares para comentarme el feo que le ha hecho el rey de Marruecos a Pedro Sánchez, ese dictador en ciernes que acepta los votos de quienes tienen las manos manchadas de sangre. “Hombre, Abelardo, esas cosas coméntalas con Trapiello o con Azúa, no conmigo, que soy puro sentido común. Pedro Sánchez no es jefe de Estado, no tenía que recibirle el rey, aunque hubiera estado bien. Marruecos nos tiene cogidos por los… Lugones, quiero decir, Ceuta y Melilla. O le hacemos caso o deja pasar a los inmigrantes y allí tenemos o una invasión diaria o una carnicería”. “¿ Y por qué vamos a devolverles Ceuta y Melilla si nunca fueron marroquíes?”, se exalta. “Que no se trata de eso, sino del problema que suponen”. Inútil razonar. Trato en vano de cambiar de conversación. Acaba enfadado y acusándome de ser un dogmático que siempre quiere tener razón. Pero yo sospecho que si le caigo mal a tanta gente no es por querer tener siempre razón, sino por tenerla demasiado a menudo.