Domingo, 20 de noviembre
UN HOMENAJE
En uno de los puestos del Campillín, me sorprende un número doble de la Revista de Occidente dedicado a Nietzsche. Un número espléndido: ahí están sus poemas venecianos, analizados junto a los de Platen y otros autores coetáneos; un conjunto de textos autobiográficos que terminan con el certificado del médico que lo examinó en Turín y con los estremecedores diarios clínicos de Basilea y Jena. Incluye también una antología de su repercusión en España. La selección comienza con un artículo de Joan Maragall, de 1893, y termina con Blas de Otero: “Escucho a Nietzsche. Por las noches leo / un trozo vivo de Sils-Maria. Suena / a mar en sombra. Mas ¡qué buen mareo, / qué sombra tan espléndida, tan llena!”
En la presentación, Andrés Sánchez Pascual, escribe: “Juntamente con Marx y Freud constituye Nietzsche el tercero de los resortes que mantienen en tensión el pensamiento de nuestros días. Sería simpleza dejar la aseveración anterior tal como está, y no añadir: Nietzsche, Freud y Marx, y todo lo que con ellos se relaciona: lo que ellos asumieron en sí, lo que ellos son, y lo que de ellos está brotando”.
Por esas mismas fechas, en 1973, Inés Illán nos dijo antes de comenzar una de las largas huelgas de entonces: “Aprovechad estos días sin clase. Leed, leed sobre todo a Marx, a Freud y a Nietzsche, que son más importantes que Horacio y que Virgilio”.
Todos abrimos los ojos asombrados al escuchar esas palabras de nuestra profesora de latín. Parece que tan peculiares recomendaciones no eran solo suyas.
Marx y Freud hace tiempo que están en el desván de los trastos viejos, pero Nietzsche, el loco Nietzsche, sigue vivo, inquietante, sigue siendo uno de los resortes que nos mantiene en tensión.
Martes, 22 de noviembre
CASA DE LOS TIROS
Mientras leo mis versos en la Casa de los Tiros me viene a la memoria una de las Crónicas de Al-Andalus, de Fernando Quiñones, en la que nos cuenta la lectura que allí hizo Lorca de su nueva tragedia, “la historia de una mujer / herida por la esterilidad”. Quiñones juega al anacronismo y entre los oyentes coloca, junto a Emilio García Gómez, a al-Mutamid. Yo leo mis versos con un tono distanciado, como si no fueran míos. Disfruto más en el coloquio, disparatando y disparando contra este y aquel para hacer honor al nombre de la casa. Hablo de las guerras literarias de los años ochenta, que en Granada libraron algunas de sus principales batallas. Hablo también de algunos de mis monstruos favoritos, como Antonio Rodríguez Jiménez, el ideólogo de los poetas no clónicos, y del famoso artículo de Pedro J. de la Peña en el que afirmaba que la poesía de la experiencia la inventó Felipe González en la Bodeguiya. O de otro artículo de otro profesor, Domingo F. Faílde creo que se llamaba, en el que me acusaba de hacerme rico con mis antologías a costa del trabajo ajeno. Y del desconcierto que cundió entre los llamados poetas de la diferencia cuando, en 1996, acabada para siempre la “dictadura perfecta” de los socialistas y los de la experiencia, el nuevo presidente apareció en el congreso nada menos que con Habitaciones separadas, de Luis García Montero.
Yo ante el público procuro ponerme sublime lo menos posible; los poemas, al menos los míos, se escriben a solas para ser leídos a solas. Y nada me divierte más que hablar de las pequeñas anécdotas de la vida literaria. Pero sé que estoy en la cainita Granada, me acuerdo de Lorca, y procuro no dar nombres de poetas locales. Uno de ellos me envió un libro dedicado con las siguientes palabras: “A José Luis García Martín, para que lea verdadera poesía y no la de Benítez Reyes, Trapiello, García Montero, d’Ors y los otros poetastros que admira”. No dije el nombre del poeta, pero sí el título del libro, Mediterráneo, y ahí fue ella: un señor de la primera fila comenzó a protestar airadamente y a arremeter contra mí. Temí que fuera el propio poeta. No es la primera vez que meto la pata de esa manera. Recuerdo que hace años, en el Ateneo de Madrid, empecé a ponerle reparos y más reparos a la poesía de Carlos Bousoño y de pronto me doy cuenta de que, en la primera fila, estaba sentado el propio Bousoño junto a Francisco Brines. Pero esta vez no era el poeta de la dedicatoria quien estaba en la primera fila, sino algún admirador suyo, que tras replicarme airadamente abandonó la sala. Cuando salí a la noche granadina, desapaciblemente siberiana, creía ver la sombra de algún resentido poetilla acechándome en cada esquina.
Miércoles, 23 de noviembre
ALFOMBRA MÁGICA
Tras la escaramuza de ayer —finalmente la tinta no llegó al río—, este raro día en que, como en el romance de Lope, “a mis soledades voy / de mis soledades vengo”, comienza, muy de mañana, subiendo por la Cuesta de Gomérez. Pronto me encuentro con el rumor del agua a uno y otro lado del camino. Todavía no han llegado los turistas, camino solo entre los altos árboles con todos los colores del otoño. Solitario cruzo la Puerta de la Justicia y luego la del Vino, con sus gatos y su inscripción que homenajea a Debussy. Hace sol, pero sopla el viento de Sierra Nevada. A un lado se desparrama el Albaycín; al otro, el sólido palacio de Carlos V. Durante un tiempo —una eternidad— gozo de tanta hermosura para mí solo. Fue el primero de los regalos del día, inmerecido como todos los verdaderos regalos. Cuando vi aparecer el primer grupo de turistas, decidí abandonar aquella maravilla que, por primera vez, había querido tener conmigo una cita de enamorados, sin testigos incómodos.
Luego tres horas de tren, con pocos pasajeros, sin teléfonos, sin abrir un libro, con la caricia del paisaje que se desliza tras la ventanilla mientras el rítmico traqueteo se convierte en octosílabos: “Parece que viajo solo / y llevo un buen compañero / que a manos llenas me entrega / el oro de su silencio. / Entre Granada y Sevilla, / soy el viajero más lento / en un tren que a don Antonio / quizá llevó en otro tiempo. / Olivos y más olivos / y montañas a lo lejos / y un cielo sin una nube: / eso es todo cuanto veo”. Eso es todo cuanto veo, eso es todo cuanto tengo. ¿Y qué más necesito?
Antes de ofrecerme los lugares de siempre, disfruto de estas dos caricias inéditas que buena parte de los sevillanos desdeñan porque se deben a políticos de ideología distinta de la suya. Todos, en el fondo, somos como aquel personaje de una viñeta de Mingote. “¿Qué le parece a usted la nueva fuente que han puesto en la plaza?”, le pregunta el lugareño al visitante. “Espere usted a que me entere a qué partido político pertenece el alcalde”, responde este.
Jueves, 24 de noviembre
DOBLE RACIÓN
Hace cuarenta años, en septiembre de 1971, publiqué mi primer poema. Yo vivía entonces en Avilés, no conocía a nadie. La revista Poesía española, la única que se podía comprar en las librerías de Oviedo, daba noticia de otras revistas literarias. Les escribí a todas pidiendo información y, a ser posible, un ejemplar. Luego mandaba mis poemas. El primero apareció en una revista de Málaga, Caracola, por entonces ya en decadencia, pero en la que habían colaborado Juan Ramón Jiménez y Cernuda. Cuarenta años después de aquel primer regalo, vuelvo a Andalucía para presentar dos de los cuatro libros que este año he editado en Sevilla y en Granada.
En la presentación sevillana, también acabo soliviantando a alguno de los pocos asistentes. Una señora que me pregunta por la diferencia entre realidad y ficción, entre verdad y mentira –nada menos—, pero que cuando voy a responderle me dice: “Déjame hablar a mí, que tú ya has hablado demasiado”. Temo que se marche airada, como el detractor granadino, pero se queda hasta el final, y en la calle todavía tiene tiempo para decirme: “Nunca me he encontrado con nadie más narciso y más ególatra”. La verdad es que yo, si leo poemas o doy alguna conferencia, lo hago solo como pretexto para el coloquio final. Nada me divierte más que polemizar en público.
Hoy tengo ración doble, así que no me puedo quejar. Tras la presentación, el generoso e inverosímil editor, Javier Sánchez Menéndez, nos invita a cenar en la biblioteca de las Casas del Rey de Baeza. Diez personas, escritores y sin embargo amigos, y entre ellos mi contradictor mejor, Abelardo Linares, que nos cuenta mil y una anécdotas de sus andanzas como editor (yo le animo a escribirlas, pero sé que nunca lo hará) y de su relación con Borges (comieron juntos varias veces, compusieron algunos haikus en colaboración). Yo, que soy experto en sacar a la gente de sus casillas, esta vez me contengo y solo hago alguna observación amable. Él intenta picarme: “Bueno, ahora tienes aquí dos editores, danos una de tus habituales lecciones sobre cómo debe ser un editor”. Ganas me entran, pero me contengo. Y luego, exultante con el reciente triunfo: “Estoy deseando saber si todavía piensas que Zapatero es un gran estadista, como afirmaste alguna vez”. José Luna Borge apostilla: “¡Nos ha llevado a la ruina!”. Yo sonrío y no entro al trapo: “Todavía lo sigo pensando. Pero no voy a convencer a nadie. La historia, más pronto que tarde, le pondrá en su sitio. Yo creo que tuvimos suerte de contar, en los peores momentos, con un buen capitán. A ver si el que llega ahora sabe estar a la altura. Me alegraría. Soy ajeno a cualquier pasión partidista”, digo tratando de practicar esa cualidad tan necesaria para triunfar en la vida que es la hipocresía (y que cada vez se me da mejor, para qué negarlo).
Viernes, 25 de noviembre
OTRO HOMENAJE
Con Juan Lamillar, mi guía favorito, deambulo por Sevilla esta dorada mañana de otoño. El compás de un convento becqueriano, un Zurbarán escondido, la ventana de un palacio, un jardín entrevisto, un poco de historia en cada rincón, y, como fin de fiesta, la feria del libro antiguo en la Plaza Nueva. El paseo real se prolonga con el “Paseo por las librerías de viejo”, de Juan Bonilla, que me regalan en uno de los puestos.
Recuerdo que en una reunión con poetas jóvenes le dije, en broma, a Luis Antonio de Villena: “Ya vamos siendo viejas glorias”. Él me miró por encima de hombro y apostilló: “Viejas somos todas; glorias, solo algunas”. Pues yo, altivo Luis Antonio, no cambiaría por ninguna otra gloria este homenaje que el que el azar ha querido hacerme a los cuarenta años de la publicación de mi primer poema.