domingo, 29 de marzo de 2015

Nadie lo diría: Un minuto de silencio


Sábado, 21 de marzo
PÉRDIDA

“Dimidium animae meae” llamó Horacio a su amigo Virgilio. Así me siento yo hoy, como si hubiera perdido la mitad del alma mía.
            No encuentro el teléfono móvil.


Domingo, 22 de marzo
ME SIGUE SONRIENDO TODAVÍA

Pasa el tiempo y se entremezclan lo leído, lo vivido y lo soñado. Hace bastantes años viví una historia de amor, o algo similar, que me atormentó lo suyo y me hizo hacer bastante el ridículo. El dolor de entonces está bastante olvidado, pero las estupideces todavía me hacen ruborizarme. En vano me repito el poema de Álvaro de Campos que afirma que todas las cartas de amor son ridículas, pero al final solo son ridículos los que nunca han escrito cartas de amor ridículas. Yo hice algo más que escribirlas.
            Mientras veo la incómoda, desasosegante película El año más violento, de J. C. Chandor, no puedo dejar de pensar en aquella historia, y no porque lo que se nos cuenta en la pantalla tenga que ver con ella, aunque ambas transcurran en Nueva York, un Nueva York helado y sucio que en nada se parece al que encontraría más tarde, cambiada la ciudad, cambiado sobre todo mi estado de ánimo.
            Un anochecer de invierno, del más gélido invierno, encontré cerrada una puerta que siempre había estado abierta para mí. Recuerdo el vagabundeo posterior, el callejón oscuro, los mendigos, el golpe en la cabeza al doblar una esquina.
            Cuando abrí los ojos, alguien me sonreía. O eso quiero creer. A veces uno confunde lo leído, lo vivido y lo soñado.


Lunes, 23 de marzo
EL ESPÍRITU FEMENINO

Leo el almanaque literario que en 1935 publicaron Guillermo de Torre, Pérez Ferrero y Salazar Chapela (lo acaba de reeditar Renacimiento) y siento como si subiera a una máquina del tiempo y aterrizara en otro tiempo de esplendor, pero lleno de presagios.
            María Zambrano caracteriza el año universitario “por un considerable aumento de la violencia estudiantil”. Otro capítulo reseña el congreso celebrado en Wiesbaden por los médicos de lengua alemana. En la inauguración, uno de los mayores prestigios de la medicina aconseja “orientar las actividades y las investigaciones de los médicos en armonía con los ideales del nuevo Estado”. De herencia y raza se habla a continuación, de los Tribunales Eugenistas. Quizá eran aquellos tiempos buenos para la lírica (se incluyen varios poemas entonces inéditos de Lorca), pero solo para la lírica. A mí me llama la atención, entre tantos negros nubarrones de la tormenta que se avecinaba, las citas del diario de Amiel que hace Domenchina en su semblanza de Emilia Pardo Bazán. ¿Está a la altura de Leopoldo Alas, de Menéndez Pelayo, de Valera? No, su condición de mujer se lo impedía. Domenchina se basa en la autoridad de Amiel: “La mujer propende a la asimilación rápida y usurpadora. Convierte sin vacilaciones las reminiscencias en hallazgos personales. La necesidad crítica de indicar fuentes y reconocer deudas, citar a los prestadores y conceder a los otros su derecho no es propiamente femenina. El espíritu femenino absorbe las ideas del hombre, suponiendo haberlas extraído de la naturaleza”.
            Esto es lo que se pensaba de la mujer en una de las épocas más gloriosas de la cultura española. Esto es lo que pensaban, no solo Domenchina, también Ortega y Marañón. ¿Qué hirientes, ofensivas tonterías pensaremos ahora nosotros confundiendo una vez más razones con prejuicios?


Martes, 24 de marzo
MUERTE EN LOS ALPES

“Morir parece fácil” afirma Cernuda en un poema. Y lo es. De un instante para otro, cuando menos lo esperamos, se acaba la función. Pero nadie sabe dónde está el final de la suya. ¿En una región inhóspita de la alta montaña, entre las nieves que se funden al contacto con los restos del avión? Uno piensa en el dolor de tantas familias, dolor abstracto porque no conoce a ninguna, y de pronto ese dolor se hace más intenso porque me llama un amigo periodista para informarme que una de las víctimas del Airbus de la compañía Germanwings era de Avilés. Yo no la conocía, pero siento la tragedia mucho más cercana. Así de irracionales somos los humanos.


Miércoles, 25 de marzo
LO QUE CABE EN UN MINUTO

¿Cómo llenar un minuto de silencio? Para no pensar en la madre que iba a visitar a sus hijos a Alemania (eran descendientes de Luis Lumen, el poeta avilesino al que asesinaron en 1937 por fundar una biblioteca circulante, por poner los libros al alcance de todos); en los adolescentes que volvían junto con sus profesores de una feliz estancia en España (uno de ellos se olvidó sus documentos y hubo que traérselos a toda prisa, saltándose lo semáforos); en la cantante María Radner que, después de actuar en el Liceo, volvía a casa con su marido y su bebé; en el otro bebé, de siete meses, que había acompañado a su madre al funeral de un tío; en ese turista solitario, como yo las más de las veces; en tantos hombres de negocio que se levantaron temprano, dieron un beso a su esposa que preparaba ya el desayuno de los hijos y salieron de casa para un viaje rutinario más...
            Para no pensar en todas esas vidas, para que los ojos no se me llenen de lágrimas en este interminable minuto en el campus del Milán, recurro, como siempre, a la literatura y me acuerdo de un libro de Eugenio d’Ors, Cinco minutos de silencio, en el que nos cuenta cómo un grupo de escritores decidieron homenajear a Mallarmé sin discursos, con un acto sin acto, reuniéndose a las once en punto de la mañana en la puerta del Botánico que da sobre los puestos de libros. Allí estuvieron Alfonso Reyes y Ortega y Gasset, Díez-Canedo y Moreno Villa, José Bergamín y Mauricio Bacarisse, entre otros. Alguien gastó la broma de que Azorín, también invitado, no había acudido porque le habría sido imposible permanecer cinco minutos en silencio. Sonrío yo también al recordar al silente Azorín.
            Aquellos cinco minutos dieron para un libro. ¿Para cuántos daría este minuto que parece eterno? Recuerdo la novela de Thorton Wilder El puente de San Luis Rey. Pero en ella son solo cinco desconocidos los que reúne la muerte cuando cruzan a la vez un puente que súbitamente se derrumba. Aquí los personajes se multiplican exactamente por treinta. ¿Una novela o una sucesión de relatos todos con el mismo final? Habría vidas cruzadas y otras que solo coincidieron al subir al mismo avión. Recuerdo que Alonso Guerrero, el primer marido de la actual reina, publicó hace poco Un día sin comienzo, donde recrea las últimas horas de las víctimas del once de marzo.
            El libro más terrible no contaría todas esas vidas, llenas de trivialidad y maravilla, como todas las vidas, sino solo los ocho minutos finales, los que tardó el avión en abandonar su ruta y lentamente, muy lentamente, pero a toda velocidad, ir perdiendo altura hasta chocar con la montaña. ¿Qué pensó cada uno en esos minutos eternos? ¿Por qué los pilotos no hicieron ni dijeron nada, no respondieron a los avisos de los controladores? ¿Eran conscientes de que estaba cayendo el telón sobre sus vidas o solo pensaron que era un susto, un descenso demasiado abrupto antes de la remontada o del imprevisto aterrizaje? Me angustia pensar en esos minutos.
            Recuerdo unos versos de la “Epístola moral a Fabio”: “Oh muerte, ven callada / como sueles venir en la saeta, / no en la tonante máquina preñada / de fuego y de rumor...”
            Y de la epístola moral, por esas asociaciones de la memoria, paso a un soneto de Góngora: “Ayer naciste y morirás mañana. / ¿Para tan breve ser quién te dio vida?”
            Habla de la rosa, habla de cualquiera de nosotros. Nuestra vida es breve, pero un minuto puede durar toda una eternidad. Me concentro, para que los ojos no se me llenen de lágrimas, en tratar de imaginar lo que pasó en esos minutos, como si fuera el enigma de una novela de misterio, no una novela real. ¿Se despresurizó súbitamente la cabina y piloto y copiloto se desvanecieron a poco de inicial un descenso de emergencia, se volví loco uno de ellos, golpeó al otro y decidió voluntariamente estrellar el avión con todos sus pasajeros? Descabellada hipótesis, propia de la mala literatura.
            La decana anuncia por fin que el minuto ha terminado y cada uno vuelve, como en el poema de Miguel Hernández, de su corazón a sus asuntos.


Jueves, 26 de marzo
OTRO ENIGMA MAYOR

Parece que la más descabellada de las hipótesis, la que yo rechacé como propia de una mala novela, es la que más se acerca a la realidad. Pero todo fue más trivial, no hubo ataque de un tripulante a otro en la cabina del Airbus. Simplemente, el piloto salió un momento para ir al servicio. Eran las diez y media de la mañana, acaban de alcanzar la altura de crucero y de recibir la autorización del centro de control para seguir la ruta hasta el siguiente punto de control. Todo estaba en orden. El vuelo había partido con algo de retraso, pero ya había recuperado la rutina.
            El piloto va al baño, un bebé llora, una de las azafatas se acerca y le sonríe, los adolescentes alborotan en sus asientos o escuchan música... Bueno, estas son cosas que yo me imagino. Lo que parece cierto, lo que se deduce de la caja negra recuperada, es que el comandante sale de la cabina y, en ese mismo instante, el copiloto se levanta de un salto, echa el cerrojo de seguridad, toma los mandos del avión e inicia el descenso. Vuelve el piloto uno o dos minutos después, encuentra la puerta cerrada, llama, intenta abrir con su clave, no lo consigue, se da cuenta de que algo va mal, golpea una y otra vez la puerta, las azafatas se alarman, no saben qué hacer, el avión desciende más y más, los pasajeros, los últimos en enterarse, comienzan a gritar e inmediatamente el tremendo impacto contra la montaña pone fin a la historia.
            El copiloto, Andreas Lubitz, de 27 años, era un joven ejemplar, buen estudiante, enamorado de los aviones desde niño, vivía con sus padres, parece que nunca les había dado ningún motivo de preocupación.
            Al contrario que en las novelas de misterio que a mí me gusta leer, en la vida, cuando se aclara un enigma, aparece otro enigma mayor.




domingo, 22 de marzo de 2015

Nadie lo diría: Elemental, querido Watson


Sábado, 14 de marzo
UN REPROCHE

¿Seguiríamos siendo amigos de nuestros amigos si oyéramos lo que dicen cuando no estamos delante? Hojeo la nueva entrega de los diarios de Iñaki Uriarte: “No es muy fácil hablar con JLGM, porque tiende a hacerlo solo él y salta velozmente de un tema a otro”.
            A mí lo que me sorprende es que mis amigos sigan siendo amigos míos después de oír lo que digo cuando estoy delante de ellos.


Lunes, 16 de marzo
UNIVERSIDAD Y BANCA DE ANDORRA

Me quejo, siempre me estoy quejando, de mis problemas a la hora de obtener el certificado para la declaración de la renta: “Antes la Universidad te lo mandaba por correo, como hacen en todas partes. Ahora, no. Ahora primero te envían un correo diciéndote que en no sé qué pagina informativa, que cambia cada día, se ha indicado dónde puedes conseguirlo. Buscas esa página, no siempre fácil de encontrar, y te remiten al Portal del Empleado. Intentas descargarlo en ese portal. Llamas a un amigo informático y ni aún así. Consultas con la administración, y tampoco. Finalmente te explican que hay un filtro de seguridad y que los navegadores habituales no son capaces de sortearlo”.
            ----Exageras, Martín, como siempre.
            ----No exagero nada. De hecho, todavía, y llevo tiempo intentándolo, no he conseguido ese certificado. Ni siquiera los administrativos que trabajan en gerencia pueden imprimirlo y facilitármelo. Me han dicho que escriba una carta adjuntando el  DNI, y no sé si firma autentificada ante notario, para ver si así les permiten imprimirlo. Me explican que todas estas normas son para proteger la confidencialidad.
            ----¿La confidencialidad? ¡Pero si los sueldos de los empleados públicos son públicos, como su propio nombre indica! ¡Si cualquiera puede saber con que gana un catedrático o un profesor asociado! Por otra parte, ¿la confidencialidad no queda suficientemente garantizada enviándolos por correo? ¿No se fía tu Universidad de los encargados de su correo interno? Yo creo que no te has enterado de nada, Martín.
            ----Pues eso es lo que hay. La nueva gerencia protege tanto mi certificado para la declaración de la renta que convierte en una hazaña conseguirlo.
            ---Si las cosas son como dices (no acabo de creérmelo), solo cabe dos explicaciones: que antes trabajaba en la Banca de Andorra y ahora aplica a los sueldos de los funcionarios las mismas normas de confidencialidad que a la herencia de los Pujol o que en la Universidad de Oviedo hay sobresueldos y pagos en negro, como en el partido del gobierno, y entonces todas las precauciones son pocas.


Martes, 17 de marzo
ELOGIO DEL PESIMISMO

Ser pesimista tiene sus ventajas. Si ocurre lo que uno espera, nos encuentra preparados. Y en caso contrario, la sorpresa siempre es agradable.

Miércoles, 18 de marzo
EN EL MARÍA GUERRERO

Me cuenta el profesor Antonio Insuela su estancia en Madrid participando en una mesa redonda sobre Lauro Olmo. Tuvo lugar en el escenario del María Guerrero. Y yo de inmediato me imagino una obra de teatro en que los ponentes –un profesor universitario, un crítico de un diario importante, una actriz veterana que estrenó alguna pieza de Olmo, un antiguo militante comunista que luego fue secretario de Estado de cultura con un gobierno conservador-- comienzan elogiándose mutuamente y luego poco a poco van sacando a la luz viejos resquemores mutuos. En la primera fila del patio de butacas está la mujer de uno, que fue amante de otro. Algo como El arte de la entrevista de Juan Mayorga, que se inicia con una adolescente que tiene que entrevistar a su abuela para un trabajo escolar y luego, de manera no muy verosímil, los personajes acaban sacando a la luz los folletinesco secretos –de culebrón televisivo-- que habían guardado toda la vida. Mientras tomo un café, me entretengo haciendo un esquema de las diversas escenas. Lo borro todo al final, como hago siempre. Inventar se me da bien, pero me aburre llevar lo fantaseado al papel.
            La musa no es el encargo, al menos en mi caso, pero sin encargo todo se queda en las musarañas.
            Nada me habría gustado más que tener la obligación de escribir. Saber que hay una compañía de teatro esperando y que tengo que tener lista la comedia en quince días.     La obligación de escribir nunca la he tenido. Siempre me he ganado la vida de otra manera. No sé si lamentarlo.


Jueves, 19 de marzo
EL CRIMEN DEL HOTEL RUSSELL

Como tenemos nostalgia de determinados lugares, también de cierta lecturas. Pero estamos condenados, al volver a unos y a otras, a no encontrar ni remotamente la felicidad de entonces. En las noches sin sueño, recuerdo los asesinatos en el cuarto cerrado, los cadáveres en la biblioteca, todos los sospechosos reunidos en la gran mansión victoriana y al detective resolviendo el enigma tan limpia y elegantemente como si se tratara de una compleja ecuación matemática.
            Se reeditan ahora las novelas de Edmund Crispin, a quien no leí en su momento, y del que solo sé que estudió en Oxford ("allí todos éramos rematadamente listos", parece que dijo) y que fue amigo de Philip Larkin. Abro al azar El misterio de la mosca dorada y me las prometo muy felices. El protagonista es Gervase Fen, un profesor de literatura: "Como te digo siempre, Dick, el arte detectivesco y la crítica literaria son la misma cosa". La acción transcurre en Oxford, en un college y en un teatro, durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
            Me las prometo muy felices, ya digo: un cruce de Borges y Oscar Wilde con una gotas de Auguste Dupin. El primer capitulo presenta a los personajes en un tren. Buen comienzo. Pero muy pronto deja de interesarnos el artificioso misterio con su inspector caricaturesco, sus personajes de cartón piedra, su gratuita pedantería. Ya lo decía Borges: trescientas páginas para resolver un acertijo son demasiadas páginas. Yo aguanto hasta la doscientas preguntándome si, de haberla leído en su momento, me habría entusiasmado como lo hicieron otras novelas aún más rebuscadamente simplistas.
            Dejo el libro a un lado y, mientras el sueño llega, hago lo que suelo hacer en estos casos: escribo yo la novela que me gustaría leer. La sitúo en un hotel de Russell Square que siempre me ha fascinado con su amenazador aspecto de mansión victoriana. En la cercana universidad, se celebra un congreso con motivo del centenario de la segunda parte del Quijote. Buena parte de los congresistas, se alojan en el Russell Hotel. Yo también, aunque no participo en el congreso; estoy en Londres por otros motivos. Conozco a alguno de los participantes, como al profesor Martínez Mata, y suelo coincidir con ellos en el desayuno. La solemne sesión de clausura, como no podía ser de otra manera, corría a cargo del máximo cervantista, el profesor Francisco Rico. Pero ese día no baja a desayunar. A las diez tiene que comenzar su conferencia. A las diez y cuarto no ha aparecido. Lo encuentran, una hora después, muerto en su habitación, con un disparo en la sien y un pequeño revólver, casi de juguete, cerca del charco de sangre. Las apariencias son de suicidio y eso piensa la policía, pero sus colegas no acaban de creérselo. La muerte ocurrió hacia las doce de la noche. Cuando se leen los papeles del profesor Rico, un conocido hispanista británico se convierte de inmediato en sospechoso: la conferencia que tenía preparada era un hiriente análisis de su reciente edición del Quijote; el profesor Rico, en lo que parecía más un acto de sadismo que de cortesía, le había enviado anticipadamente por correo electrónico el texto de la conferencia al catedrático. Pero luego, como en las buenas novelas de Agatha Christie, se descubría que casi todos los participantes tenían algún buen motivo para odiar al afamado profesor, incluso los que se consideraban sus discípulos, y especialmente estos. Yo me reservé el papel de narrador, una especie de doctor Watson que cuenta lo que ve y lo que le cuentan sin entenderlo del todo. Para el papel de detective pensé en un primer momento en Pérez-Reverte, pero al final me decidí por uno de mis monstruos favoritos (lo de monstruo lo digo en el mejor sentido de la palabra): Juan Manuel de Prada, orondo como Chesterton y tan dado a las sutilezas teológicas como el padre Brown. Las indagaciones de la policía estaban estancadas, y en la novela no se habla mucho de ellas, lo que al narrador le interesa son las pesquisas del autor de Las máscaras de héroe. El capítulo final, como no podía ser de otra manera, reunía a todos los sospechosos en el bar del hotel, que tiene el literario nombre de Tempus y un reloj de arena como símbolo; allí asistimos pasmados a la resolución del enigma... No revelo el nombre del asesino, y no porque quiera guardar el misterio para el día en que me decida a escribir esa novela (sé que no lo haré), sino porque me quedé dormido, satisfecho y feliz, un momento antes de que Juan Manuel de Prada pronunciara su nombre. Sí puedo recordar que no era un asesino, sino una asesina, y que las razones del crimen tenían que ver con unas cartas de Santa Teresa y un discutido pasaje del Lazarillo de Tormes.



Viernes, 20 de marzo
ELOGIO DE LA DISCUSIÓN

¡Cuántas me veces se me ha reprochado mi afición a llevar la contraria! Basta que alguien diga A para que yo diga B. Pero a menudo no quiero sustituir una afirmación por otra, sino complementarla; la realidad no se rige por la lógica aristotélica: dos cosas pueden parecer opuestas y ser igualmente verdaderas.

            Me alegra encontrar apoyo en Eugenio d’Ors: “De la discusión nace el pensamiento. Cuando se piensa, se piensa contra algo, y sin ese ‘contra’, sin ese esfuerzo, el pensamiento no existiría. Quien nos contradice es nuestro mejor colaborador. No hay ciencia sin polémica. No hay verdad sin verdades enfrentadas”.


domingo, 15 de marzo de 2015

Nadie lo diría: Vivir como si nada


Sábado, 7 de marzo
LA REDONDEZ DE UN FRUTO

Hay imágenes que se quedan flotando en la memoria, desconectadas de todo, como aquel encuentro en el tren nocturno que me llevaba de Laussane a Ginebra. Iba yo distraído, hojeando un libro, cuando alguien me pidió permiso para sentarse frente a mí. Alcé la vista y contemplé extrañado a un frailecillo joven con el hábito blanco y la cabeza rapada. Iba descalzo y con una especie de zurrón que desentonaba del hábito. Traté de continuar leyendo, pero no podía dejar de seguir mirándole, avergonzándome un poco de mi curiosidad. Del zurrón sacó una manzana, que limpió con la manga y luego me ofreció. Yo la rechacé dándole las gracias y él comenzó a morderla con sonriente voluptuosidad, como de Eva en un paraíso gay.
            No creo que fuera un fraile verdadero, quizá viniera de una fiesta. Me levanté cuando el tren detenía su marcha al entrar en la estación de Cornavin y él entonces, sin que yo lo notara, debió de dejar otra manzana en la bolsa en que yo llevaba los libros. Me di cuenta ya en la habitación del hotel. La manzana la puse sobre el montón de libros que había ido comprando aquellos días y luego se quedó en la habitación. No me atreví a comerla, aunque brillaba tentadoramente, incluso, o sobre todo, cuando por la noche apagaba la luz.
            No sé por qué (o sí) me ha venido a la memoria esa historia al entrar esta tarde en una frutería. Esa historia y unos versos de Porfirio Barba-Jacob: “Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos / que nos depara en vano su carne la mujer; / tras de ceñir un talle y acariciar un seno, / la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer”.


Domingo, 8 de marzo
EL ACENTO DE PÉREZ-REVERTE

Reconozco que siento cierta debilidad por Pérez-Reverte. No por sus novelas, sin duda entretenidas (pero yo, como siempre digo en estos casos, conozco formas más agradables de perder el tiempo), sino por sus artículos y declaraciones, siempre muy en su papel de caballero andante sin pelos en la lengua. Hoy se fotografía delante de su biblioteca (que parece un decorado) y habla de la Academia con motivo de su nuevo libro, protagonizado por académicos: “Hay debates muy vivos y de mucha altura; igual se encuentran una autoridad lingüística y una autoridad práctica. Yo puedo defender la necesidad del acento en las palabras ‘sólo’, ‘éste’ o ‘aquél’ frente a un teórico que dice que hay que quitarlo. Yo trabajo todos los días con la lengua y sé que necesito el acento para trabajar. Ese debate entre la práctica y la teoría es muy frecuente”.
            ¡Necesita el acento para trabajar! ¡Qué cosas! ¿O sea que, cuando escribe “quiero aquel”, si no pone tilde en “aquel” no puede seguir escribiendo? ¿No será simplemente que la pone porque eso fue lo que le enseñaron en la escuela y, a cierta edad, cuesta modificar los hábitos adquiridos en la infancia?
            Yo le aconsejaría que dejara en paz a los colegas lingüistas de la Academia y siguiera escribiendo como aprendió de niño, sin meterse en berenjenales presuntamente teóricos. La adecuación ortográfica de su escritura ya la harán los correctores de la editorial, que para eso los pagan.

Lunes, 9 de marzo
ELOCUENTES SILENCIOS

No en lo que uno dice, sino en lo que calla, en lo que tenazmente calla, se encuentra su más preciso autorretrato.


Martes, 10 de marzo
MARÍAS MORALIZA

Mi debilidad por Pérez-Reverte solo tiene parangón con la que siento por Javier Marías. El otro día moralizaba en su sermón dominical y yo, aunque he tratado de resistirme no puedo dejar de poner los puntos sobre algunas calumniosas íes: “El cobro de 425.000 euros por parte de Monedero, dirigente de Podemos, y su posterior puesta al dia con Hacienda, han hecho correr ríos de tinta y saliva escandalizadas, sin que apenas nadie reparara en lo más turbio de ese asunto, a saber: que al parecer dicho político dispusiera de despacho en el Palacio de Hugo Chávez, un militar golpisa (es decir, como Franco, Videla o Pinochet), y que percibiera una porción de esos emolumentos sirviendo a un régimen cuasi dictatorial. No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser gente decente”.
            ¿Hugo Chávez un militar golpista como Franco, Videla o Pinochet? Cierto que en 1992, junto con otros militares, intentó un golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Fracasó y fue encarcelado. Salió de la cárcel dos años después, tras ser indultado por el presidente Rafael Caldera. En 1998 se presentó a las elecciones a Presidente de la República. Las ganó y desde comienzos del año siguiente fue Presidente de la República de Venezuela. En el 2002 un golpe de Estado (alentado por diversos países extranjeros, quizá por el de España) le derribó del poder, al que fue restituido a los pocos días. Sucesivas elecciones le mantuvieron en el gobierno hasta su muerte en 2013. A mitad de uno de sus mandatos, caso único en la historia de la democracia, organizó, a instancias de la oposición, un referendum revocatorio, que también ganó.
            Estos son los hechos. Los aciertos o desaciertos como gobernante de Hugo Chávez son otra cosa. Gobiernos dictatoriales, moralista Marías, no cuasi dictatoriales, los puedes encontrar en China y Arabia Saudí, y con ambos hacen negocios gente muy decente e incluso, en el segundo caso, con la eficaz y muy activa mediación, parece que desinteresada, del anterior Jefe del Estado.


Miércoles, 11 de marzo
LLORAR JUNTOS

Un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de aquel once de marzo. ¡Cuánto dice de la historia de España –o quizá de la condición humana?—que ni siquiera tantos años después sus familiares hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para llorarles juntos!


Jueves, 12 de marzo
DIGO VIVIR

Nunca he entendido a los que hablan de una dicotomía entre vivir y escribir o entre leer y vivir. No conozco a nadie que escribiera después de muerto.
            La verdad es que para vivir, se entienda lo que se entienda por vivir, yo siempre he tenido tiempo. La vida puede ser corta pero los días son demasiado largos. Todos tienen nada menos que veinticuatro horas y yo jamás he sido capaz de dedicar más de una a escribir y no más de tres o cuatro a leer. A veces me gusta, en las tardes en que no tengo nada que hacer, como esta tarde, como casi todas las tardes, apuntar cómo se distribuiría mi tiempo si yo pudiera distribuirlo a mi antojo.
            Me levantaría a las ocho. A las nueve me pondría ante el ordenador.  A las diez me iría a clase. A las doce tomaría un café hojeando el periódico, los libros que acabo de recibir, consultando el correo en el teléfono. A la una pasaría por el despacho de la Facultad, atendería al correo, recibiría a algún alumno, corregiría trabajos. Comería a las dos, por supuesto, escuchando las noticias de Radio Nacional (ya lo hacía en tiempos de aquel general). Luego me echaría un rato a descansar, no a dormir, sino a leer El País (lo hago siempre a esa hora desde 1976), volvería luego al despacho a quitarme de delante algún enredo burocrático y a las siete me iría a tomar café con nuevos libros (los de la mañana nunca me sirven para la tarde) que acabo de encontrar en la librería Ojanguren o en la de Valdés.
            Cuando aparece algún amigo o es día de tertulia, me dedico a mi deporte favorito: perorar y llevar la contraria sobre cualquier tema. Si por la tarde no he leído la dosis necesaria, lo hago por la noche, después de cenar; si he leído lo suficiente, hojeo distraído algún libro mientras veo la televisión.
            Suelo dormir bien, unas siete horas, salvo algunas noches que las carga el diablo (las más de las veces) o todo lo contrario (algunas pocas veces). Y de vez en cuando, sin razón ninguna, me gusta hacer lo mismo que hago en Oviedo en alguna de esas dos tres ciudades a las que siempre vuelvo. Detesto el campo, hacer deporte, no hacer nada, leer novelones, enamorarme y las personas que se empeñan, como yo, en tener siempre razón.


Viernes, 13 de marzo
EL RECHAZO DEL MUNDO

¿Era el rechazo del mundo por amor de Dios una patología a la que los psiquiatras ya han dado nombre? No lo sé. Hoy, después de leer a Miguel de Molinos, me identifico con los místicos que para ir al cielo tomaban a veces el atajo de las hogueras de la Inquisición.

También puede cansarnos la hermosura.
Cierro los ojos y es como si nada
de lo que ve la luz enamorada
manchara de la sombra la dulzura.

Ya estoy cansado de admirar Tu rastro:
el lago helado, el cerco de montañas,
la luna y los jardines, las extrañas
criaturas de oro y carne y alabastro.

No ver es ver, y ver del mejor modo:
no la hermosura que enamora y llena
de error el alma, el corazón de pena,

que nubla el claro rostro del gran Todo.
De la piedad de Dios espero un día
cegar por ver mejor su melodía.




domingo, 8 de marzo de 2015

Nadie lo diría: Diatribas y homenajes


Domingo, 1 de marzo
TODAVÍA

Todavía me levanto cada mañana como si fuera el primer día de la creación. ¿Por cuánto tiempo?

Lunes, 2 de marzo
TONTERÍAS VIRALES

Abro al azar el nuevo tomo de la poesía de José Emilio Pacheco y lo primero que me encuentro es su "Defensa de la eñe". Recuerdo bien el momento en que la eñe se convirtió en símbolo de las esencias patrias, como el toro de Osborne. Fue hace no muchos años. Resulta que la Unión Europea decidió que la prohibición que existía en España de vender ordenadores en cuyo teclado no figurara la letra eñe no se ajustaba a la legislación comunitaria. Esa noticia desencadenó casi un nuevo Dos de Mayo. "¡Europa nos quiere quitar la eñe!", gritaron al unísono todos los periódicos. "A partir de ahora vamos a tener que decir Espana y cono", proclamaron ingeniosos columnistas. Todavía no estaba generalizado Internet, pero ninguna tontería viral se difundió con tanta rapidez. En los programas de radio o televisión se preguntaba a gente de la calle o ilustres catedráticos: "¿Qué opina usted de que Europa nos prohíba usar la eñe?". Y todos respondían llenos de indignación sin pararse a averiguar lo que podía haber de verdad en esa disparatada noticia. A nadie se le ocurrió explicar que –dejando aparte de que lo que se pedía era que en España pudieran venderse ordenadores con el teclado inglés-- una cosa es la grafía "ñ" y otra el sonido o fonema correspondiente, que aunque se escribiera "nh" como en portugués, "gn" como en italiano o "ny" como en catalán, España seguiría diciéndose España y coño seguiría sonando igual de rotundo. Compruebo ahora que José Emilio Pacheco, un poeta al que admiré más que admiro, sigue confundiendo la casual grafía (una abreviatura de la doble ene) que el español adoptó para representar un sonido que no existía en latín con el propio sonido. Su poema dice: "Este animal que gruñe con eñe de uña / es por completo intraducible. / Perdería la ferocidad de su voz / y la elocuencia de sus garras / en cualquier lengua extranjera". Pues no, estimado poeta (ser poeta, diga lo que diga Gamoneda, no deber ser nunca una licencia para no pensar), ese animal gruñiría igual en multitud de lenguas extranjeras, lo único que cambiaría es que su gruñido no lo representaría una ene con sombrero que gracias a esta polémica (quién se lo iba a decir a los apresurados copistas que abreviaban así la doble ene) se convirtió nada menos que en símbolo del Cervantes y de la lengua española.


Martes, 3 de marzo
MÁS DE LO MISMO

Hacía veinte o treinta años que no nos veíamos. Tras contarme su vida en ese tiempo (dos matrimonios, la quiebra de un negocio, una enfermedad grave de la que salió con bien), se interesa por la mía.
            ----¿Sigues tomando café cada mañana en los Porches? ¿Sigues yendo los sábados a Avilés? ¿Sigues peleándote de vez en cuando con tus amigos Trapiello y Abelardo? ¿Sigues con tus clases? ¿Sigues recibiendo media docena de libros al día y reseñando uno cada semana? ¿Sigues con la tertulia de Oliver?
            ----Sigo. Y así me hago la ilusión de que no pasa el tiempo.
            ----Pues no debes escribir tu biografía, sería el libro más aburrido del mundo. Ni mucho menos llevar un diario; cada página parecería fotocopia de la anterior.


Miércoles, 4 de marzo
BREVIARIO POLÍTICO

(Mientras tomo un café, en la mesa del fondo un grupo de jóvenes discuten lo que parece el programa que van a llevar a las próximas elecciones. Yo hojeo el libro que acabo de encontrar en Valdés, el Breviario de política experimental del conde de Romanones, y anoto en el iPad algunas de las frases del viejo cacique. Creo que les vendría bien conocerlas a estos ilusos que confunden queremos y podemos. Hay cosas que nunca cambian, como bien sabía Maquiavelo.)
            El gobernante que no cree equivocarse nunca es el más funesto y peligroso.
            No digas a nadie a dónde te encaminas si quieres llegar a dónde te has propuesto.
            Economiza cuanto puedas consejos y amenazas; si te ves obligado a darlos, procura que no lo parezcan.
            No abras tu corazón a nadie.
            No prometas nada que no puedas cumplir y no olvides jamás una promesa; pero ten en cuenta que hay promesas que no deben cumplirse.
            Para un gobernante, como para un conductor, es necesario conocer la marcha atrás.
            En politica, quien carece de ambiciones no pasa de jefe de Negociado.
            No hay poder sin fuerza que lo sostenga.
            El camino más corto no siempre es el mejor, y casi nunca en política; con frecuencia hace falta dar rodeos para llegar a dónde se quiere ir.
            Los grandes hombres le deben más al odio del adversario que al afecto del amigo.
            A veces se debe perdonar y olvidar; otras, perdonar sin olvidar; algunas, ni perdonar ni olvidar.
            Quien es incapaz de odiar es incapaz de amar.
            No se puede gobernar contra la opinión pública, pero a menudo hay que hacerlo contra la opinión de la calle, mera y fácilmente cambiante vocinglería.
            Un hombre elocuente con inteligencia mediocre es una gran calamidad.
            Los viejos de hoy no son más que los jóvenes de ayer.
            No hay enemistad tan feroz como la de los enemigos íntimos que dejan de serlo.
            En política, todos los hombres son aprovechables; unos, por sus méritos; otros, por sus defectos.
            Para un político, mejor parecer honrado que serlo sin parecerlo.
            Hace falta conocer muy bien la ley para poder saltársela cuando sea necesario.
            En política, solo es fácil hacer profecías cuando se refieren al pasado.
            En política, tener razón no basta para tener razón.

   
Jueves, 5 de marzo
PESSOA Y YO

Han pasado un año y un siglo desde aquel día glorioso de marzo en que nació Alberto Caeiro, para quien ser poeta no era una ambición, sino su manera de estar solo. Nació ya adulto y de un tirón: en una sola tarde escribió treinta poemas de su primer libro. Eso es al menos lo que cuenta quien le sirvió de amanuense, un joven de veinticinco años que había recibido una educación bilingüe en Durban, coqueteaba con el espiritismo y con el futurismo y gustaba de perder su tiempo en los cafés de Lisboa. ¿Hemos de creerle? ¿Fueron así las cosas? Mixtificar, falsificar, crear personajes que se hacen pasar por verdaderos no lo inventó Pessoa. Se dio antes, se seguiría dando después, incluso en quienes nunca lo han leído. En 1975 --tenía yo la misma edad que Pessoa cuando Caeiro--, apareció el primer número de Jugar con fuego, una revista redactada íntegramente por diversos heterónimos: Bernardo Delgado, Alfonso Sanz Echevarría y otros cuyos nombres no recuerdo. Por entonces no había oído hablar de Fernando Pessoa (lo descubriría al año siguiente en el tomo de las poesías de Álvaro de Campos publicado por Ática) y me parecía una gran originalidad que esas ficciones mías escribieran no solo poemas, sino también crítica. Recuerdo que en el primer número Bernardo Delgado, que yo me había imaginado como un dogmático crítico marxista, reseñaba la poesía completa de Francisco Brines y le reprochaba su despreocupación burguesa ante la opresión franquista y la situación de los trabajadores. Mi intención era caricaturizar cierta crítica, pero Brines se tomó muy en serio esos reproches y nunca acabó de perdonármelos, como tampoco que en otro número de Jugar con fuego aparecieran dos presuntos poemas suyos, uno de los cuales, según me contó Bousoño, le había gustado mucho a Aleixandre. Hace tiempo que he abandonado juegos y fingimientos y ahora me irrito mucho cuando, en las redes sociales, me encuentro con quienes se escudan, no siempre para insultar, tras de uno o de varios avatares. A Bernardo Delgado, por cierto, todavía me lo encuentro en alguna erudita bibliografía. Cuando leí a Pessoa, lo que me sorprendió no fue lo que asombró a tantos, su desdoblamiento heteronímico, la convivencia en él de personajes contradictorios. Eso era común y estaba a mi alcance y al de cualquier cantamañanas que bravuconea en la red. Lo peculiar en Pessoa no era el juego de la identidad, tan común, sino el talento. Alberto Caeiro era un gran poeta, lo mismo que Ricardo Reis o Álvaro de Campos. Poetas distintos e igualmente verdaderos. Aunque fueran producto de una superchería eso no les restaba validez. Cuando descubrí a Pessoa me asombraron las muchas cosas que teníamos en común; al escribir su biografía, trazaba en realidad mi autorretrato. O eso pensaba. A los veinte años, incluso me creía un genio como él. Ahora en este día de marzo recuerdo al joven que fui y sonrío. Tampoco es que me avergüence mucho de mis ingenuidades y vanidades de entonces. Quien a los veinte años no se ha creído un genio capaz de cambiar la historia del mundo es que no ha tenido nunca veinte años.


Viernes, 6 de marzo
¿SABÉIS DE QUIÉN HABLO?

Antes de escuchar a María Payeras su conferencia sobre Ángel González, comento con Leopoldo Sánchez Torre no sé aspecto del cartel anunciador. “¿Ahora también das lecciones de diseño? –replica irritado--. ¡Tú es que sabes de todo!”. Ricardo Labra, que está a mi lado, se sorprende de la intemperancia. “Sus motivos tiene”, le respondo. Y luego recito el epigrama que, un poco en broma, un poco en serio, yo siempre digo –se lo dije incluso al autor—que Ángel González escribió pensando en mí: “No le juzguéis torcidamente. / De él se podrá decir lo que se quiera; puede equivocarse, puede incluso acertar. / Pero de lo que no hay duda es de sus intenciones: son siempre malas”.




domingo, 1 de marzo de 2015

Nadie lo diría: Algo cambia, todo sigue igual


Sábado, 21 de febrero
LA MEJOR MANERA

“Hacer confidencias es dar armas al enemigo --me repito a menudo--, y no guardar secretos la mejor manera de que no descubran nunca tus secretos”.
           
Domingo, 22 de febrero
CULTURETAS

Me divierten esas personas –todavía quedan algunas-- que presumen de no tener televisor o de no usar el teléfono móvil. Se creen seres superiores y lo que único que hacen es confesar su falta de voluntad. Son como los ludópatas que se inscriben en un registro para que no los dejen entrar en los casinos.


Lunes, 23 de febrero
CADÁVERES EN EL ARMARIO

Tuve una pesadilla. Después de ser un don Nadie toda la vida, al final me convertía en un hombre importante: me daban el premio Nobel o me nombraban papa (en el sueño ambas cosas se confundían) y todos los periódicos del mundo se dedicaron  a hablar de mí y a indagar sobre mi pasado. Aparecieron cosas tan vergonzosas que me retiraron el premio y tuve que dimitir del papado. Me desperté sudoroso y abochornado.
            “Qué sueño tan absurdo –pensé luego, ya más tranquilo--, ni me darán el Nobel ni me nombrarán Papa, ni siquiera seré dirigente de Podemos. La basura que guardo en el sótano seguirá ahí escondida por toda la eternidad”.


Martes, 24 de febrero
CAFFÈ FARNESE

A veces leyendo un libro ajeno se encuentra uno con historias propias que había olvidado. En uno de los capítulos de Las cosas que me gustan (Unas poucas cousas guapas es el título original), se refiere Xuan Bello a aquella tarde romana –él disfrutaba entonces de una beca en la Academia de España, yo estaba en la ciudad por asuntos que no vienen al caso-- en que quedamos en el café Farnese, en la plaza del mismo nombre. Llegó tarde a la cita, más tarde de lo habitual en él, y cuando llegó yo ya me había marchado. Todavía no se habían generalizado los teléfonos móviles así que no pudimos volver a vernos hasta el día siguiente. En el capítulo de su libro, recuerda nuestro demorado paseo por el jardín botánico creado por Cristina de Suecia. Hablamos de la poesía de Leopardi, de las razones del suicidio de Pavese y de otros asuntos más personales. No los menciona en su libro. Yo le escuché atentamente, pero sin atreverme a dar ningún consejo, que es lo mejor que se puede hacer en estos casos. Tampoco cuenta, no podía hacerlo porque la ignoraba, la razón por la que no le esperé aquella tarde en el café Farnese. Yo tampoco lo he contado nunca, no me siento muy orgulloso de esa historia. Afortunadamente soy bastante despistado y aquella tarde había salido con poco dinero y me había dejado las tarjetas de crédito en la habitación del hotel. Con Xuan Bello, paseando entre las sombras exóticas del jardín botánico, recordé las palabras finales del diario de Pavese: “No escribiré más. Un gesto”. Pero ni él ni yo somos hombres de gestos y sí de seguir escribiendo más, mucho más. La escritura interminable que disimula el sinsentido de vivir y tapa todas las humillaciones. ¿Las sacará algún día a la luz un erudito minucioso o un descerebrado cantamañanas? ¿Acabaré yo, como Jaime Gil de Biedma, sórdidamente embadurnado por algún Dalmau? Afortunadamente, he tomado la precaución de no ser importante.


Miércoles, 25 de febrero
DECÍAMOS AYER

¿Había muchas diferencias entre la España de 1972 y la de ahora? ¿Tantas como entre la de 1900 y 1943, que casi nada tenían en común? Hay quien dice que los cambios han sido incluso mayores, pero yo no acabo de creérmelo. Llego al colegio de Ventanielles cuando los niños alborotan todavía en el patio. En 1972 era yo quien les daba clase, ahora solo vengo a hacer una visita a los alumnos de magisterio en prácticas. Me da la impresión de que podría quedarme aquí dando clases como entonces. Ha pasado casi medio siglo, ha dado cien volteretas la historia del mundo, y yo tengo la impresión que que no he cambiado nada. Ni los alumnos, tan despiertos e inteligentes como entonces, tampoco.
            ¿No he cambiado nada? ¿Qué pensaría el maestro de 1972 de las pizarras digitales, de las clases en inglés, del niño marroquí o subsahariano que aprende lengua asturiana?
            He cambiado a la vez que cambiaba el mundo y por eso tengo la impresión de que nada ha cambiado, de que casi medio siglo después yo podría entrar en una de estas clases de primaria y ponerme a enseñar –“decíamos ayer”, repetiría con Fray Luis-- cualquiera de las cosas fundamentales que se enseñaban entonces y que se siguen enseñando todavía.


Jueves, 26 de febrero
ACELERANDO

"Ah, si yo fuera tan libre como tú...", se lamenta un amigo casado, con dos hijos y dos o tres semitrabajos. Siempre ajetreado, siempre con la lengua fuera, y sin embargo hay días en que soy yo quien envidia su suerte. Hoy, por ejemplo. Todo lo que tengo que hacer lo acabo antes de la diez de la mañana. A veces me siento como el guionista de una telecomedia que se emite las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Y menos mal que, a partir de la noche, el personaje al que yo le escribo el papel, suele meterse en la cama y así puedo descansar un poco. Pero poco antes de las ocho, a las siete y cincuenta y cinco ya está en pie, sea invierno o verano, laboral o festivo, y yo tengo que estrujarme el cerebro para tenerle ocupado. Las clases, el papeleo administrativo, las tertulias, le llevan algún tiempo, pero siempre, siempre, y no solo los domingos y durante las vacaciones, le sobra tiempo. Con la lectura le mantengo entretenido un tiempo, pero nunca lee más de una hora por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. También escribe, pero detesta las novelas. Si fuera un novelista, de esos que dedican la mañana y la tarde enteras a un libro durante varios años, no habría problemas. Pero escribe poemas y nunca es capaz de dedicar más de media hora a uno (en media hora puede escribir treinta haikus y cuarenta aforismos). Si empleara más tiempo, ¿saldrían mejor? Eso es lo que me dicen, pero yo no estoy tan seguro. Todo lo que tengo que hacer lo hago en la mitad de tiempo que emplearía cualquiera y no soporto no tener nada que hacer. Me da por pensar en cosas en las que prefiero no pensar. Me angustian los días que son como un cuaderno en blanco, sin renglones, sin señal de por dónde tirar. Me siento como si cada día me pusieran en la mano una fortuna –mil cuatrocientas cuarenta monedas de oro-- para que haga con ella lo que quiera, con la única condición de que no la malgaste, y al final del día tengo siempre la sensación de que eso es precisamente lo que he hecho: malgastarla.


Viernes, 27 de febrero
EL QUE PIERDE GANA

Como quienes juegan consigo mismo al ajedrez, yo todas las noches, antes de irme para la cama, me planteo un debate sobre algún tema que me interesa. Y lo bueno de debatir con uno mismo es que, aunque siempre pierda, siempre gano.
            ---¡Tan celoso de tu intimidad y luego resulta que estás todo el día navegando por Internet! Facebook y las compañías de telefonía móvil saben más de ti que tú mismo. Todo lo que cuelgas en la red queda ahí para siempre y cualquiera puede aprovecharlo y sacar partido de ello.
            A veces, cuando debato conmigo mismo, me lo pongo demasiado fácil. Primero hago como si me creyera los tópicos que circulan por ahí y luego me entretengo echándolos abajo.
            ----Yo no tengo problemas con mi intimidad. Lo que no quiero que nadie sepa no se lo cuento a nadie y menos que a nadie a un amigo, que para estas cosas es siempre de quien más se debe desconfiar. Ahora, el que me ofrezcan publicidad de hoteles en Roma, en Nueva York o en Nápoles porque una vez busqué alojamientos en esas localidades no es cosa que me moleste. Todo tiene un coste y lo que no cuesta nada hay que pagarlo con publicidad.
            ----Y el que otros se aprovechen comercialmente de las fotos y de los poemas que cuelgas en tu página de Facebook todos los días y sin fallar uno, ¿también te parece bien?
            ----No es que me parezca bien es que me parece un milagro que alguien pueda sacar provecho comercial de mis fotos y de mis poemas. Si conoces a alguien que lo haga, dímelo; me darás una gran alegría. Compartir es un placer. Lo malo es que, con frecuencia, lo que uno tiene para compartir no le interesa a nadie. Lo sé por experiencia propia.


Sábado, 28 de febrero
LA BUENA VIDA

No sé si la historia la leí en alguna parte o si la escuché en uno de esos programas de televisión que uno ve ya medio dormido: “Te levantas a las ocho. Te tomas tu zumo de naranja y tus vitaminas. Das un paseo con el perro antes del desayuno. Lees la prensa y el correo. Vas luego a la piscina hasta la hora de la comida. Comes en un agradable restaurante con algún amigo. Por la tarde hay también muchas cosas que hacer: la sesión de fitness, el tenis, otro rato en la piscina, el estreno de una película. Y nunca falta, después de la comida, una cabezadita. Y de pronto, el día menos pensado, cuando te despiertas de la siesta, resulta que tienes ochenta años”.