sábado, 24 de febrero de 2024

Coraje y alegría: Fruta del tiempo

 

Sábado, 17 de febrero
RECTIFICO

No todos los libros se leen de la misma manera, aunque la mayor parte de la gente tenga una sola manera de leer. Los libros requieren su entorno y su momento, especialmente los libros de poesía. Claro que, en mi caso, la mayor parte se quedan en el estante de la librería tras un ligero hojeo o van al montón de los desechables si me han llegado espontáneamente.

A veces me equivoco, y es lo que ocurrió con el último cuaderno –la mayor parte de los libros de poesía no suelen ser otra cosa-- de Gabriel Insausti. Tuve la mala puntería de abrir por un soneto poco afortunado: "Todavía lo veo con el ceño / fruncido sobre un libro –Benavente, / Maeztu, la Revista de Occidente-- / en aquel frío caserón porteño". ¿Y por qué leía con el ceño fruncido?, me pregunto yo. ¿No le gustaba nada de lo que leía? ¿Y es la Revista de Occidente un libro? ¿No leería más bien Acción ¿Española si era lector de Maeztu? Así de puntilloso soy yo. Más adelante tropiezo de nuevo: "Vivió siempre en lo eterno. Supo un día / que el tiempo es un error...". ¿En qué quedamos? ¿Vivió siempre en lo eterno o desde el día en que descubrió que el tiempo es un error?

           A Unamuno le irritaban los lectores como yo, que en realidad son muy escasos entre los lectores de poesía que suelen ser de razonamiento vagamente algodonoso y para los que todo vale. Parece que está pensando en mí cuando, en nota a uno de los poemas de Teresa, a propósito de los versos "y yo temblé porque un dedo invisible / vi que al morir el sol te acariciaba", señala que es posible que alguien exclame: "Si era invisible el dedo, ¿cómo lo pudo ver?". Su respuesta no puede ser más desdeñosa: "A la cerrazón crítica que supondría tal comentario, no hay sino oír y pasar de largo. Eso se le podrá ocurrir a un literato, un letrado, pero no a un poeta".

Pues cosas así se me ocurren a mí continuamente, don Miguel. Pero en esos versos suyos, o de su heterónimo, la contradicción es solo aparente: ese dedo invisible, el dedo de Dios, el dedo del destino, por un instante se hizo, o pareció hacerse, visible.

            Javier Almuzara me comentó ayer en la tertulia que el libro de Insausti Si es en tus ojos podía tener mejorables borradores (él le sugirió una variante a un haiku), pero que abundaba en aciertos memorables. Lo saqué del montón desdeñado, lo leí demoradamente en el primer café de la mañana, y puedo confirmarlo. Me gusta rectificar.

Domingo, 18 de febrero
NO LO CREO

Curiosa pesadilla la de esta noche. Resulta que el otro día, hojeando un libro, Letras de médicos, me llamó la atención una frase a propósito de Somerset Maugham: "Sus biógrafos relatan que llegó a ser muy cruel, incluso con las personas que lo querían, lo que explica la soledad en que vivió su ancianidad".

En mi pesadilla, estaba en la librería Cervantes, abría un grueso libro y leía esa frase. Pero no era la biografía del escritor inglés sino de un tal José Luis García Martín. Sonreí al despertar. "Hasta en sueños eres vanidoso", me dije. "¿Tú crees que alguien va a escribir tu biografía?"

            No, no lo creo. Algo bueno había de tener ser un escritor sin éxito. Nadie va a excavar en la "red de triviales miserias", como dijo Borges, que es mi vida, cualquier vida.

Lunes, 19 de febrero
METO LA PATA

La noticia de la muerte de Fernando Delgado, a quien me presentó Villena allá por el año 79, cuando yo preparaba la antología Las voces y los ecos, me trae a la memoria una de esas meteduras de pata en las que suelo incurrir con cierta frecuencia.

Fue en una comida con motivo de los premios Príncipe de Asturias, un año en que los dos participábamos como jurado. Alguien defendía la candidatura de Juan Marsé y como argumento adicional indicaba que no tenía premios. "Tiene el Planeta", dijo alguien. Y yo, de inmediato, solté mi ocurrencia: "Pero eso, más que un galardón, es un baldón".

El comensal de mi derecha y el de mi izquierda me miraron con cara de pocos amigos. Eran Fernando Sánchez Dragó y Fernando Delgado. Tardé en comprender las razones de su enfado: los dos eran premios Planeta (yo ni siquiera recordaba que fueran novelistas). También es mala suerte la mía: contar el chistecito sobre el Planeta la única vez en mi vida que he comido con un Planeta a cada lado.

Martes, 20 de febrero
TAMBIÉN YO

---¡Cada vez se habla más de política en todas partes y tú cada vez hablas menos! Está visto que lo tuyo es llevar la contraria. Claro, no te apetece comentar el batacazo que os habéis llevado en Galicia.

           ---No, no me apetece. También yo, si fuera gallego, habría votado a Ana Pontón.

Miércoles, 21 de febrero
RARO

Algunos de los mejores sonetos de Borges, los del cuaderno Cinco poemas, publicado en Mendoza en 1986, el año de su muerte, no sabemos quién los escribió, solo sabemos que no fue Borges, a pesar de Héctor Abad Faciolince llega a la opinión contraria en su apasionante quest "Un poema en el bolsillo", incluida en el libro Traiciones de la memoria.

            Los vamos analizando hoy en la tertulia virtual, de la que Jon Juaristi se fue entre amenazas ("¡Se te va a caer el pelo!") y a la que anda repitiendo por ahí que no piensa volver. Suerte la mía. A lo mejor así, el pelo no se me cae del todo.

El mejor de los poemas de Borges que no hijo de Borges, sin duda, uno de los grandes sonetos de la literatura española es el que el doctor Héctor Abad, el padre del escritor, llevaba en el bolsillo cuando lo asesinaron: "Ya somos el olvido que seremos". Pero todos nos parecen espléndidos. Hay uno dedicado a la biblioteca de la que fue director: "Nadie en La vasta casa. Ni siquiera / el eco de una luz en los cristales, / ni desde la penumbra los casuales / pasos de vaga gente por la acera".

             Es raro que el autor de esas maravillas no reivindicara su autoría. Solo por esos versos merecería pasar a la pequeña historia de la literatura.

Jueves, 22 de febrero
TODO SE SABE

---Me gustaría contarte lo que me han contado, pero no sabes guardar un secreto.

---Los míos los guardo bastante bien. Y los de los demás, cuando no interesan a nadie, que es en la mayoría de los casos. Cuenta, cuenta.

---Yo no soy como tú. Te quedarás sin saber lo que me dijeron de ti el otro día en una cena.

---Nada bueno, me imagino.

---Que tus poemas no los escribías tú, sino los poetas jóvenes que van a tu tertulia, de los que te aprovechas miserablemente, que tu mejor libro, Principios y finales, lo escribieron a medias Javier Almuzara y Martín López-Vega. Y las Fábulas que acabas de publicar, José Luis Piquero.

Viernes, 23 de febrero
ASÍ ES LA VIDA

No me pierdo la ocasión de asistir a la representación en el Campoamor de Adiós a la bohemia, de Baroja y Sorozábal, pero antes tengo que escuchar una Gran Vía trufada de alusiones a la actualidad, que si una amnistía a medida, que si los políticos catalanes, que si la coalición de los partidos de izquierda es un callejón sin salida, que si "me gusta la fruta" repetido una y otra vez por una ciclista que cruza el escenario. Pero la obra conserva parte de su encanto antiguo (parece que Nietzsche se escandalizó con sus burlas a la autoridad) y ayuda a soportar el chaparrón.

Llega luego Baroja y estamos en otro mundo. Despedida de dos amantes. "No se apure usted, don Ramón", le dice el camarero al hombre que se ha quedado solo. "Cuando una mujer se va, otra viene". Y la respuesta: "Es que no es una mujer la que se va, Antonio. Es la juventud, y esa no vuelve". "Así es la vida, y hay que tener paciencia... porque todo pasa, y bien pronto, no crea usted".

El protagonista, que tiene treinta años cuando se despide de la juventud, abandona el café y se va a dar un paseo "largo, muy largo". Yo también doy un paseo, antes de regresar casa, y con música de Sorozábal voy canturreando los versos de despedida que escribió Baroja a mi edad: "Si tenía alguna suerte, / la tiré por la ventana; / si tenía algún talento, / se lo ha llevado la trampa, / que ya nada me preocupa, / ni el dinero ni la fama, / y solo aspiro a dar fin / con decencia a la jornada".


sábado, 17 de febrero de 2024

Coraje y alegría: Flores de otro mundo

 

Sábado, 10 de febrero
MEJOR DE LO QUE MEREZCO

El amor dice mucho de quien ama, poco de quien se ama. Durante cerca de veinte años, por San Valentín, he venido recibiendo anónimamente un ramo de flores. Me lo enviaban a mi despacho del Milán y el año pasado, cuando había dejado la Universidad, allí siguió llegando. O sea, que es de alguien que me conoce poco, que no está muy al tanto de mis circunstancias personales. También me lee poco, porque quien lo hace sabe todo de mí, desde la hora en que me levanto hasta dónde tomo café cada mañana y cada tarde y dónde paso los sábados. Al principio, tomaba un poco a broma esos ramos de flores, pero luego me fui acostumbrando y, si este miércoles no me llega, me sentiré un poco triste. ¿Se habrá cansado de mí? ¿Me conocerá mejor y habrá dejado de quererme, como suele ser habitual?

             También el odio suele ser sin razones, aunque en mi caso haya más razones que para el amor. He escrito sobre muchos libros y casi siempre pongo el dedo en la llaga. Tengo esa maldita puntería. Recuerdo aquella vez que fui a Madrid con Víctor Botas que acababa de publicar su primer libro, y con Paulina. Quedamos a comer con Francisco Brines, al que yo entonces admiraba bastante. Luego le admiré menos, pero esa es otra historia. "¿Y a qué te dedicas? ¿Eres también profesor?", le preguntó amablemente el autor de Insistencias en Luzbel (era entonces su último libro) al de Las cosas que me acechan. Y a mí, siempre tan oportuno, se me ocurrió decir: "No se dedica a nada. Vive de las rentas". Brines tomó aquella broma como una ofensa personal: "¿Cómo que no se dedica a nada? ¿Escribir poemas no es un trabajo? ¿Acaso piensas como Fidel Castro que a los poetas hay que enviarlos a cortar caña para que hagan algo útil?". Y por ese estilo estuvo perorando largo rato. Paulina, Botas y yo nos mirábamos sin entender nada. Lo entendimos más tarde cuando supimos por Villena –entonces amigo nuestro-- que Brines ni necesitaba trabajar ni trabajó nunca y que sin duda eso le creó cierta mala conciencia en los tiempos del compromiso y la poesía social. Pero Brines no me odiaba, era incapaz de ello, solo que no le caía bien. Los que odian suelen ser poetas sin éxito, o con menos éxito del que les gustaría.

No les tengo miedo a los que te hacen ver que no te quieren bien, sino a los otros, a los hipócritas, o a los que ni siquiera conoces. Tampoco debería quejarme mucho. De haber vivido hace cien años, cuando Clarín, ya habría tenido que batirme en duelo media docena de veces por lo menos y habría sufrido alguna agresión. Llevo comentando un libro todas las semanas desde 1988. Si mis cálculos no fallan, son unos mil setecientos cincuenta libros, o sea que habré puesto reparos, calculando por lo bajo, a unos trescientos escritores españoles contemporáneos. He tenido suerte, no he dado con ninguno particularmente agresivo. Y hay quien me envía –o me enviaba-- flores por San Valentín. La verdad es que no me puedo quejar. La vida me trata mejor de lo que merezco.

Domingo, 11 de febrero
SIN ARGUMENTOS

"A partir de cierta edad, la vida deja de tener argumento", escucho decir a alguien mientras vuelvo del cine. Me encojo de hombros. Yo desde siempre he tenido que inventarle argumentos a la mía. Y no se me da del todo mal.

Lunes, 12 de febrero
MILAGROS DE BOLSILLO

Voy camino de la cafetería Noor, como cada mañana, y de pronto me fijo en una placa que no había visto antes: "Ministerio de Trabajo / esta casa está acogida a los / beneficios de la Ley de Paro / de 25 de junio de 1935".

Quedo extrañado ante esa pervivencia republicana. ¿Qué ley es esa? ¿Por qué el franquismo no hizo desaparecer la placa? Antes de diez minutos, como por arte de magia, ya lo sé todo sobre el asunto. He consultado la ley en la Gaceta de Madrid; me he enterado de la triste historia de Federico Salmón Amorín, el ministro que la promulgó (solo fue ministro durante unos pocos meses y con dos presidentes, Lerroux y Chapaprieta), asesinado en Paracuellos a los 36 años; he visto imágenes de algunos de los edificios que se construyeron al amparo de esa ley (fueron cerca de tres mil), las llamadas casas Salmón, todas con un elegante estilo racionalista, y lo que más me ha sorprendido es que esa placa no se colocó durante la República, no hubo tiempo y el gobierno del Frente Popular tenía otros intereses, sino que ordenó colocarlas en 1941 otro ministro de trabajo, José Antonio Girón de Velasco. No me imaginaba yo al franquismo homenajeando una ley republicana, aunque fuera de la República buena, la que muchos de los que se sublevaron apoyaban, al menos en los primeros días de la guerra.

De todo esto me entero gracias a ese prodigio cotidiano, el teléfono móvil, tan denostado. ¡Reduce nuestra capacidad de atención!, dicen psicólogos y docentes. Reducirá la tuya, les respondo. Yo, después de este paseo por la historia, me concentro perfectamente en el libro que estoy leyendo, una novela de Luis García Jambrina que convierte a Unamuno en émulo de Sherlock Holmes. Y no salen malparados ni el autor ni su criatura.

Miércoles, 14 de febrero
TODAS LAS CARTAS DE AMOR

Me llaman de la Facultad para decirme que acaba de llegar un ramo de flores a mi nombre. Me alegra la noticia. Temía que el anónimo admirador se hubiera olvidado de mí. ¿Quién será? Sigue sin enterarse de que ya no voy por el Milán, no lee mi diario.

         ---¿No será aquella poeta que pasaba por la tertulia y que te escribía tantas cartas y te llamaba tanto?

          ---¡Pero si ya se ha muerto!

          ---A lo mejor lo dejó dispuesto en su testamento. Amor constante más allá de la muerte.

          Y yo pienso con tristeza en aquella mujer, algo mayor que yo, que se obsesionó conmigo. Una vez –el correo era todavía el correo postal-- me llegaron al buzón unas declaraciones anónimas amorosas. Lo comenté en la tertulia. Ella me llamó a los pocos días para decirme que no era la autora, pero al final de la conversación añadió: "Rómpelos, por favor, que me da mucha vergüenza".

Durante años, me escribió largas cartas, que yo no leía, y que siempre llegaban por correo urgente. Más tarde fueron las llamadas telefónicas. Por la tertulia seguía apareciendo de vez en cuando. Venía en taxi desde Gijón y cuando ya tenía dificultades para caminar con una acompañante. Entonces me pareció solo una historia un poco ridícula, ahora me parece una historia triste. No siempre fui amable con ella. Lo que más me irritaba era verme reflejado, aunque mis obsesiones quiero creer que nunca llegaron a tanto. Como Unamuno, al que me divierte ver ahora convertido en detective, yo también tuve mi Delfina Molina.

           ¿Se seguirá acordando de mí después de muerta? Supongo que este ramo de flores, puntual por San Valentín, tendrá otra explicación más racional, pero a mí no se me ocurre.

"Todas las cartas de amor son ridículas", escribió Álvaro de Campos. "Pero al final solo es ridículo el que nunca ha escrito cartas de amor". Todas las historias de amor son ridículas, diría yo. Y las mías –que no contaré nunca-- no menos que las de mi Delfina.

Jueves, 15 de febrero
HOMENAJE

Hablo con Paulina del homenaje a Víctor Botas que propone el grupo socialista del Ayuntamiento. Lo de crear una cátedra, como las dedicadas a Alarcos o a Ángel González, no parece que tenga mucho sentido. Mejor una placa en la casa en que nació, aunque mejor redactada que las de Gamoneda o García Nieto.

           ---Por cierto, ese edificio en la esquina de Uría con Milicias Nacionales lo construyó el abuelo de Víctor en los primeros años de la República. Era todo de la familia. Fue el abuelo que le regaló el áureo de Vespasiano, una de las piezas más valiosas de su colección de monedas, que algún día te enseñaré. Como aquellos tiempos eran revueltos, decidieron hacer un hueco en una columna para esconder las joyas. Cuando quisieron recuperarlas después, no se acordaban de cuál era la columna. A punto estuvieron de provocar un derrumbe cavando en una y en otra. Lo de la plaça me parece una idea perfecta. Tendría que ser una inscripción sencilla.

A mí se me ocurre que podría ser algo así: "En esta casa / nació el poeta / Víctor Botas / (1945-1994) / que iluminó la vida cotidiana / con la luz del clasicismo". 

Viernes, 16 de febrero
ACERTAR LO PRINCIPAL

Decía Luis Rosales, en un poema muy citado, que jamás se había equivocado en nada, "salvo en las cosas que más quería". Yo me he equivocado mucho, me equivoco todos los días, pero pocas veces en las cosas que de verdad me importan.


viernes, 9 de febrero de 2024

Coraje y alegría: Menos mal

 

 

Sábado, 3 de febrero
ELLOS SE LO PIERDEN

Abelardo Linares, que de vez en cuando me llama para contarme con todo detalle los artículos que piensa escribir, y que no escribirá nunca, me dice de pronto:

            ---Nosotros no pasaremos a la historia de la literatura.

            ---Por culpa de Juan José Lanz y Araceli Iravedra, seguro.

            ---No te burles, aunque algo de culpa tienen con sus recuentos en los que todo vale. A mí no me importa. Más que poeta, soy editor y librero de viejo.

            ---Pues a mí me quita el sueño, como te podrás imaginar. Sé que no soy precisamente un triunfador. No he hecho dinero, me jubilé en el último puesto del escalafón, me he pasado la vida hablando de otros, pero nadie ha hablado de mí…

            ---Eso no es cierto. De ti se habrá escrito poco, pero hablar se ha hablado mucho… y mal. Y se seguirá hablando. Los poetas que te odian tardarán en olvidarte.

            ---O sea, que tengo un cierto futuro garantizado. Algo es algo. Objetivamente seré un fracasado, un mindundi, no me conocen ni los concejales del ayuntamiento de mi pueblo, pero yo no me siento así, qué le vamos a hacer, de algo debe servir ser tan vanidoso. Soy más o menos lo que siempre quise ser: alguien que dice lo que piensa (después de pensarlo bien, claro), que nunca se ha visto en la necesidad de adular a nadie, que escribe lo que le da la gana, pero jamás ha escrito ni una línea por dinero, y que además publica todo lo que escribe.

            ---Pero no vendes ni te lee nadie.

            ---Casi nadie, que no es lo mismo. Y como no estoy de moda no pasaré de moda y, al igual que ahora, siempre habrá unos pocos que me seguirán leyendo por toda la eternidad. Y si no, ellos se lo pierden.

Domingo, 4 de febrero
UNA EXCURSIÓN

Recientemente se reeditó una novela corta de Francisco Umbral, Días sin escuela, con ilustraciones de Avelino Fierro, el fiscal leonés que escribe un diario lleno de amigos, libros y asombros.

Hoy encuentro el número de la revista Tierras de León en que apareció por primera vez. Umbral había ganado el premio Provincia de León de literatura; Juan Antonio Villacañas el de poesía, ambos dotados con diez mil pesetas (al de poesía se añadía una Flor Natural). La entrega tuvo lugar el 12 de septiembre de 1965 en Villablino. La minuciosa crónica de los actos está llena de mayúsculas y encanto antiguo: “Las Jornadas del V Día Provincial terminaron con una cena, seguida de baile, en los salones del Casino, que tan destacada colaboración prestó al mayor relieve de las fiestas, en homenaje a la encantadora Reina María García Valcárcel y de sus bellas Damas. Bien, maravillosamente bien, habían sabido representar a la mujer de aquellas Comarcas, cumpliendo incomparablemente el delicado papel que se les había encomendado y poniendo siempre, en los diversos actos celebrados, las mejores notas de belleza y distinción”.

En una de las fotografías se ve al “Sr. Umbral”, con aspecto de oscuro funcionario, recibiendo el premio de mano de una de las bellas damas ataviadas.

La novela corta se lee con gusto, muestra ya su característico ingenio y lirismo, no ha envejecido, como tampoco las sugerentes ilustraciones de Llamas Gil. Pero no es lo único de interés. Mientras tomo el café de la mañana del domingo en el lugar de siempre, hago una excursión al León de mediados de los sesenta y juego a encontrar las huellas de un tiempo perdido.

Lunes. 5 de febrero
PERDER Y GANAR

Ya no cruzo el parque de Santullano cada mañana. Han derribado el puente que cruzaba la autovía. Ahora para llegar a la cafetería Noor he de dar un rodeo. Al principio me fastidiaba un poco, pero ya he encontrado una nueva rutina: tienen su encanto los viejos chalets de la antigua fábrica de armas, llenos de maleza y de fantasmas, y los locales de la Tenderina Alta en los que no me había fijado antes: el Candil, el Bar Madrid, con sus escasos clientes matinales que parecen estar allí desde toda la eternidad.

            Como su concha al crustáceo, la costumbre me protege de las esquirlas de la realidad. Si pierdo una, puedo segregar otra y seguir tirando. Tengo la suerte, como los niños, de que cualquier cosa me distrae y entretiene.

Martes, 6 de febrero
QUE NO LO SEPA NADIE

De vez en cuando me relaja acudir al psicoanalista y contarle lo que no soy capaz de contarle a nadie. Me tiendo en el sofá, entrecierro los ojos, y comienzo a hablar.

            ---Siempre me he creído inteligente, generoso, buena persona, pero comienzo a pensar que quizá mis enemigos literarios –fuera de la literatura, he tenido pocos— tienen razón y ni soy tan inteligente como me creo ni tan generoso ni tan buena persona. A veces pienso que nunca he querido de verdad a nadie, salvo a mí mismo. Y que mi rechazo visceral a premios y reconocimientos es solo una muestra de vanidosa soberbia: si no puedo tener todos los importantes, mejor no tener ninguno. Y de amor ¿qué le voy a contar que no le haya dicho ya? Me enamoré muchas veces y nunca fui correspondido, al menos esa es la historia oficial. Pero ahora me atrevo a confesar que no es cierta. Lo fui una vez, o quizá dos o tres, pero escapé tan pronto como me di cuenta. Me lamento de vivir solo. ¿Pero me lamento de verdad? No estoy muy seguro. Solo cuando tengo un poco de fiebre y no me apetece levantarme, raras veces, echo de menos a alguien junto a mí. Cuando estoy bien, nada me gusta más que, después de andar por esos mundos, volver a casa y encontrármela toda entera para mí solo. En el fondo, sospecho que nunca he querido a nadie salvo a mí mismo. A mí si me han querido y yo he salido corriendo. Comienzo a arrepentirme.

            El psicoanalista toma notas sin decir nada. Nunca dice nada, escucha en silencio. Me gusta hablar mal de mí mismo, pero no que nadie sepa esos momentos de debilidad. Por eso se lo cuento todo a mi psicoanalista, que es tan discreto que ni siquiera existe.   

Miércoles, 7 de febrero
LA MÁQUINA DE TROVAR

Animada tertulia, como de costumbre. Yo contra todos (que no es lo mismo que todos contra mí), como me gusta. Se debatía la peregrina idea de que Antonio Machado fue uno de los precursores de la Inteligencia Artificial con la “Máquina de trovar” que atribuye a Jorge Meneses y que este explica así: “Mi artificio no registra en cifras, no traduce a lenguaje cuantitativo la lírica ambiente, sino que nos da su expresión objetiva, completamente desindividualizada, en un soneto, madrigal, jácara o letrilla que el aparato compone y recita con asombro y aplauso de la concurrencia”. Hasta aquí todo muy bien. Lo malo es que no explica su mecanismo (“es mi secreto”, dice) y que cuando nos muestra su funcionamiento resulta un tanto ridículo. La concurrencia ha de escoger, por votación, un nombre que considera esencial, luego se busca su contrario, luego se le introduce en el aparato que solo tiene el verbo “ser”, en sus tres formas: ser, no ser, poder ser. El resultado es una copla bien conocida: “Dicen que el hombre no es hombre / mientras que no oye su nombre / en labios de una mujer. / Puede ser”. 

            Pero esas ocurrencias de Machado, que inventaba un poeta (Juan de Mairena) que inventaba otro (Jorge Meneses) que inventaba una máquina de trovar que parece uno de los inventos del TBO no están en el origen de la Inteligencia Artificial, sino en el de “la otra sentimentalidad”, el grupo poético granadino que aspiraba acabar de una vez por todas con la lírica burguesa y que acabó siendo otro invento del TBO.

Jueves, 8 de febrero
EL POETA CANTA POR TODOS

Sueño que le doy a la manivela de la máquina de Jorge Meneses y cuando me despierto traigo en la memoria estas coplillas:

“Me engañaba / cuando dije quererte /más que a mi vida”.

“Nunca me miento, / pero me engaño a veces /  más de la cuenta”.

            “El amor no salva / del desastre del mundo, / pero entretiene”.

            ---Me gustan –dijo Juan de Mairena--, la máquina le ha dado la vuelta al decir convencional. “Me engañaba” en lugar de “te engañaba” y “no salva” en lugar de “nos salva”.

            Ya despierto, escribo unos versos que podría haber escrito cualquiera, que expresan un sentimiento común: “Patio de casa. / Después de tanta ausencia, / rincón del cielo”.

            Hay una poesía impersonal. Esa es la que me gustaría saber escribir a mí.

Viernes, 9 de febrero
QUÉ PAÍS

“¿Te has enterado –me dice un amigo tras leer lo que dice no sé qué juez-- que los catalanes fueron a votar en el referéndum ilegal porque se lo mandó Putin?”

            No me había enterado. Qué país. Menos mal que nos queda Pedro Sánchez.




 

 

 

viernes, 2 de febrero de 2024

Coraje y alegría: Un engaño menor

 

Sábado, 27 de enero
LO QUE ME SOBRA

Me imagino que no soy el único, pero a pocos les he oído decir lo que yo me repito a menudo: mi problema es que tengo demasiado tiempo libre.

Apenas si pasan de tres o cuatro las horas ocupadas al día y el resto he de ingeniármelas para llenarlas con algo. Escribo, sí, y a juzgar por la opinión de mis amigos, que no leen ni con mucho todo lo que publico, demasiado. Leo, y no falta quien diga que bastante. Pero nunca escribo más de una hora ni leo más que hora y media por la mañana (en dos cafeterías) y hora y media por la tarde (en casa y en otra cafetería).

Envidio a los novelistas. Un tocho de seiscientas páginas necesita muchas horas al día y durante muchos días. Los novelistas son los funcionarios de la literatura. Yo la mayor parte del día la dedico a aburrirme y a no hacer nada, a esperar que llegue algún amigo para charlar un rato, a mirar las nubes que pasan y a fotografiar flores silvestres o la luz entre las ramas de los árboles, como el protagonista de Perfect Days.

La mayoría de las personas que conozco se lamentan de no tener tiempo para nada. Yo tengo tiempo para todo lo que me interesa y me sobra tiempo. La conclusión es un poco deprimente: si no he escrito una obra maestra, es solo por falta de talento.

            Me quejo del tiempo que me sobra, pero de sobra sé que soy injusto. No es cierto que no haga nada cuando no hago nada. Se necesitan muchas horas de ensoñación, vagueo y musarañas para luego escribir un poema en media hora, que es lo máximo que tardo yo en escribir un poema.

Domingo, 28 de enero
CARNE GOBERNADA

---¿A que vienes del cine, Martín? ¿Y a que has ido a ver Pobres criaturas, la película de Yorgos Lanthimos? ¡Qué previsible eres!

            ---Si de mí dependiera, lo sería todavía más. Pero en la vida hay muchos factores que uno no puede controlar.

            ---Ya lo dijiste en un verso que creo que te define muy bien: “Aspiro a lo imposible: a la monotonía”. ¿Y qué te ha parecido la película?

            ---Divertidamente hipnótica, como un cuento de hadas para adultos. ¡Y qué fascinante esa Lisboa o ese París de un final del siglo XIX tal como se lo imaginaban en 1800! Solo hay una cosa que me ha desagradado un poco, tantas escenas de sexo explícito.

            ---¡Siempre tan puritano! ¿No acabas de decir que es un cuento de hadas para adultos?

            ---Exacto. Los adultos, cuando una pareja entra en el dormitorio, no se esconden tras las cortinas o se dedican a mirar por la cerradura, se van a dar una vuelta. La protagonista se hace prostituta en París. Resulta muy divertido el desfile de clientes, pero no hacía falta sentarse a observar a cada uno de ellos hasta el final. Es como lo que cuenta Fernando Savater en su último libro a propósito de la luna de miel para “cachondos maduritos” (son sus palabras, y añade: “en mi caso, muy madurito”) que pasó en Hendaya. Lo de los “escandalosos gemidos” podía habérselo ahorrado. Ya decía Somerset Maugham que es correcto que un caballero, después de los sesenta años, tenga vida sexual; lo que no le parecía correcto es que hablara de ella, y menos con desconocidos.

            ---¿Has leído ya Carne gobernada, el último libro de Savater, el que provocó su expulsión de El País? ¡Cómo lo vas a poner! ¡Cómo te vas a poner!

            ---Lo estoy leyendo, pero aún no sé si le dedicaré o no una reseña. Probablemente sí. Pero yo no soy el anónimo jerezano de las vengativas gracietas que se ocupó de Ideas al vuelo en Calle del Aire. Yo leeré el libro atentamente y lo que diga estará bien fundado, no te preocupes. Además soy uno de los destinatarios. En el prólogo, dice no creer que sus intimidades interesen a cualquier lector, que escribe solo “para amigos curiosos y enemigos biliosos” y yo me incluyo en las dos categorías: en la de los curiosos y en la de los enemigos.

Lunes, 29 de enero
EL TIEMPO PASA

No recordaba este libro, Ángel González en la generación del 50. Diálogos con los poetas de la experiencia, que encuentro en la librería Don Quijote. Lo publicó Tribuna Ciudadana en 1998 y recoge las actas del encuentro celebrado los días 7 y 8 de noviembre del año anterior. Yo fui uno de los participantes, no de los organizadores, y estuve muy a la contra de lo que allí se dijo, según me viene ahora a la memoria.

Bastantes de los participantes ya son historia, como el propio Ángel González: Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Emilio Alarcos, Alberto Vega. Hojeo el volumen, con muchas fotografías, y me sorprenden unos jovencísimos José Luis Piquero y Javier Almuzara. También algún poeta, entonces admirado y amigo, y luego convertido en todo lo contrario.

            El tiempo pasa y a mí siempre me sorprende que lo haga. Ángel González, que entonces me parecía un anciano venerable, tenía muchos menos años de los que yo tengo ahora. Me veo en una mesa redonda junto a Leopoldo Sánchez Torre y el pasado viernes estuve en otra junto a su hijo, que ya tiene la edad que él tenía entonces. Me froto los ojos. Tengo la absurda impresión de que el tiempo pasa para los demás, no para mí. Supongo que eso nos pasa a todos. O solo a los que no envejecemos por dentro, solo por fuera.

Martes, 30 de enero
EL RUEDO IBÉRICO

Si se mira desde cierta altura, desde las que miraba Valle-Inclán el Ruedo Ibérico, no deja de ser divertido el juego del gato y el ratón que se traen ciertos jueces con el poder legislativo. Antes el congreso aprobaba las leyes y los jueces las aplicaban, ahora se creen con derecho a boicotearlas antes de que se aprueben si no son de su gusto. Y nadie se escandaliza demasiado.

Siempre que se informa de alguna decisión del Tribunal Supremo venezolano se añade la coletilla de “controlado por el chavismo”. ¿Y quién controla aquí a los jueces que han perdido toda apariencia de imparcialidad? Seguro que no es el chavismo.

Miércoles, 31 de enero
OTRA VÍCTIMA

José Cereijo interrumpe, contra su costumbre, el debate de la tertulia virtual para informarnos de que Azúa abandona El País en solidaridad con Savater.

            ---¡Qué buena noticia! --digo yo--. Ya ha encontrado pretexto para irse como víctima. Sus últimos artículos valían poco, ni siquiera eran insultantes. Se limitaba a elogiar, después de hojearlo, el libro que acababa de recibir. Siempre de algún amigo: Juaristi, Vargas Llosa, Trapiello, gente de su cuerda. Mucha hipérbole y ningún fundamento. Estaba resentido porque le había quitado de la página final y pasado sus colaboraciones semanales a quincenales. Pobre. Las viejas glorias dan un poco de pena.

Jueves, 1 de febrero
PADRE Y MAESTRO

Voy a la sede del Colegio de Abogados a escuchar a Chus Neira hablar de literatura y periodismo. Los diarios, las revistas, no solo como contenedores de literatura –cuentos, poemas, ensayos--  con el mismo derecho que el libro, sino también como espacios donde hizo su aparición un género literario propio.

Le presenta David Orihuela y recuerdo que los dos, cuando tenían veinte años, pasaron por la tertulia Óliver y publicaron en la revista que editábamos entonces, Reloj de Arena. Me siento como un viajero en el tiempo, como si siguiera en la tertulia de la Avenida de Galicia y pudiera ver lo que ocurre treinta años después.

Pero no es esa la única sorpresa de la tarde. La máquina del tiempo se detiene de pronto en 1968. Chus Neira habla de su padre, Jesús Neira, que fue mi profesor, la persona más machadiana que yo haya conocido nunca. También, en ese mismo curso, nos daba clase Charo Piñeiro, la madre de Chus Neira. Por entonces eran solo compañeros en la Escuela de Magisterio. El tardío matrimonio vino después. Chus Neira nos cuenta que su padre, como Borges, fue perdiendo progresivamente la vista y él, desde que tenía ocho años, debía leerle los periódicos, especialmente El País; sabía lo que le gustaba y lo que no le gustaba. Le leía a Manuel Vicent, a Vázquez Montalbán, a Rosa Montero… Y desde muy pronto, desde los cinco o seis años, él y su hermana, la poeta Rosario Neira, tenían que escribir cada semana una redacción de tema libre. “Así que, cuando empecé en el periodismo, ya tenía alguna práctica de escribir”, dice sonriendo. Y yo sonrío también imaginándome, sentado en las butacas y escuchándole orgulloso, al profesor que nos enseñó, además de gramática, humildad (fui un pésimo alumno) y a pensar por cuenta propia (eso creo que lo aprendí pronto y bien).

Recuerdo los versos de Borges: “Pienso también en esa compañera / que me esperaba y que quizá me espera”. En su caso, llegó a tiempo y le trajo inmensa felicidad. En el mío, puede seguir esperando.