domingo, 27 de septiembre de 2015

El arte de quedarse solo: La mayor de las mentiras


Viernes, 18 de septiembre
UNA CONFESIÓN

Nunca me he emborrachado, nunca me he enamorado, pero lo segundo he tenido ocasión de fingirlo bastantes veces y creo que lo hago bastante bien.


Sábado, 19 de septiembre
CRÍMENES DE ANTOLOGÍA

–-¡Cuántas tonterías escriben a veces los grandes autores!, digo en la tertulia..
            –-¿Vas a contarnos otra vez lo de aquel poema de Claudio Rodríguez que comienza “Me la están refregando” o lo de aquel otro en que lamenta no poder ser hostia para darse?
            ––No, no, esta vez se trata de un cuento de Charles Dickens.
            ––¿También vas a meterte con Dickens?
            ––No voy a meterme con Dickens, que a veces dormitaba y roncaba como dormitaba Homero, sino con Juan Antonio Molina Foix, el antólogo y traductor de El cuerpo del delito, una antología de relatos policíacos clásicos publicada por Siruela.. En la contraportada –donde, como en los programas políticos, es lícito exagerar, pero no mentir– se afirma haberse tenido “siempre presente la máxima exigencia literaria”. Vamos a ver si es así. El inspector Wield cuenta la historia de “Un par de guantes”. Una hermosa joven aparece con el cuello cortado en su dormitorio. Debajo de la almohada encuentra un par de guantes de caballero marcados con unas iniciales. Al olerlos  descubre que han sido limpiados en seco. Son pocos los lugares de Londres que al parecer se dedican a ello. Al inspector le resulta fácil encontrar el lugar en que han sido limpiados y localizar al propietario. Pero tras “un interrogatorio a puertas cerradas” se descubrió que aquel joven conocía a una prima de la víctima, había ido a verla pocos días antes y se dejó los guantes encima de la mesa. Poco después llegó la joven que sería asesinada. El final no tiene desperdicio. Os lo leo: “¿De quién son estos guantes?, dijo. Son de Mr. Trinkle, dijo su prima. ¡Vaya!, están muy sucios y no creo que le sirvan. Me los llevaré para que mi criada limpie las estufas. Y se los guardó en el bolsillo. La criada los había usado para limpiar las estufas y, no me cabe la menor duda, los había dejado en el dormitorio, encima de la repisa, o en la gaveta, o en algún sitio; y su señora, cuando inspeccionó la habitación para ver si estaba en orden, los había cogido y guardado debajo de la almohada, donde yo los encontré”. Y ahí termina la historia de este crimen sin resolver. El crimen literario me parece aún mayor que la degollación de una joven inocente. Alguien se olvida unos guantes en una casa ajena y otra visita se los lleva “para que la criada limpie las estufas” y cuando están bien cochambrosos, llenos de pringue y hollín, no se le ocurre otra cosa que guardarlos bajo la almohada de su dormitorio. Qué cosas.
            ––Y además parece que esos guantes tan sucios conservaban el olor de los productos que se utilizan para limpiarlos en seco. Persistente olor, sin duda.
            ––¿No será una parodia de los relatos policíacos? Una burla como aquella anécdota apócrifa que se contaba de Conan Doyle y que él mismo refirió en sus memorias. Resulta que, al llegar a París, tomó un taxi para dirigirse al hotel. “Doctor Doyle –le dijo el taxista en cuanto subió al vehículo–, por su aspecto veo que ha estado usted recientemente en Constantinopla. Tengo motivos para pensar que también en Budapest y me atrevería también a afirmar que no ha andado lejos de Milán”. “Exacto –respondió el escritor–.. Le doy cinco francos si me dice cómo lo ha adivinado”. “Me he fijado en las etiquetas de su equipaje”, respondió el taxista.
            ––No parece una parodia, sino un ejemplo de la torpeza de Dickens para el relato policial –disculpable, él se dedicaba a otras cosas, eso lo dejaba para su amigo Wilkie Collins– y de lo poco fiable, y eso no resulta disculpable, que resulta Molina Foix como antólogo. Es frecuente que un estudioso, o un traductor, pierda el gusto literario y le sepa lo mismo una obra maestra que una olvidable nadería.

Domingo, 20 de septiembre
MI EVOLUCIÓN POLÍTICA

Antes era radicalmente moderado, ahora soy moderadamente radical. Creo que he ganado en moderación.


Lunes, 21 de septiembre
LENGUA SIN MANOS

Esconder el cadáver es la primera preocupación del asesino. Sin cadáver no hay delito. Pero esconder millón y medio de cadáveres resulta imposible. El gobierno turco sigue empeñado en hacerlo. Hace cien años, por estas fechas, el exterminio del pueblo armenio estaba en su apogeo. Las matanzas indiscriminadas durarían aún hasta septiembre de 1916. Todo el mundo lo sabía. Nadie hizo nada por impedirlo. Unos porque no pudieron, otros porque no quisieron. Me encuentro hoy con ese episodio atroz, ¿quién lo iba a decir?, en el libro de un humorista, Julio Camba.
            Se acaban de recopilar en libros los artículos que escribió desde Constantinopla, su primer destino como corresponsal. La espléndida edición, a cargo de José Miguel González Soriano, incluye también otros artículos posteriores de tema turca, entre ellos dos, publicados en 1915 en el conservador y germanófilo ABC, dedicados a las matanzas de Armenia.
            Comienzan con una frase del sultán Abdul Hamid; “Para acabar con la cuestión Armenia, lo mejor es acabar con los armenios”. También hay lugar para el humor negro en esta escueta enumeración de barbaries que hace Camba: “En Bitlis, los armenios fueron obligados a cavarse ellos mismos sus sepulturas. Hay quien dice que los turcos les impusieron esa obligación como un suplicio más; pero tal vez se tratase, únicamente, de una medida higiénica. Higiénica para los turcos, claro está, y no para los armenios… Así no hay ahora en la Armenia turca tantos cadáveres infestando el aire”.
            Ha pasado un siglo y para Turquia el genocidio nunca existió, incluso es un delito hablar de él. Si la Alemania nazi hubiera ganado la guerra, tampoco habría existido el holocausto: sería solo un insidioso rumor propalado por los judíos. Para que sea posible la barbarie de unos, siempre es necesario que los demás miren hacia otro lado.
            Espléndido Camba. Sus dos artículos de ABC nos estremecen todavía hoy. Pero no sirvieron de nada.
            Miseria del periodismo, inutilidad de la literatura: lengua sin manos.

Martes, 22 de septiembre
COSAS DE LAS QUE NUNCA ME CANSO

De mí, de ti, del resto del mundo.


Miércoles, 23 de septiembre
MATEMÁTICO  FRUSTRADO

Hace más de cuarenta años, en 1973, publiqué un artículo en la revista Cuadernos Hispanoamericanos en el que trataba de demostrar “la imposibilidad de la biblioteca de Babel”, esto es, que no es posible una biblioteca que contenga todos los libros porque, al contrario de lo que Borges afirma “todas las posibles combinaciones de los veinticinco símbolos ortográficos” no constituyen “un número, aunque vastísimo, no infinito”. Pero no hay biblioteca, por vastísima que sea, capaz de contener todo lo que se ha escrito y todo lo que es posible escribir.
            Esta tarde he tenido ocasión de discutirlo, en el salón de actos de la Facultad de Ciencias, con un joven matemático que opinaba como Borges. Y entre el público, al contrario que cuando lo hicimos en la tertulia, había personas que sabían de qué hablábamos.
            Disfruté como un niño en un parque de atracciones. La verdad es que mi deporte favorito es eso que tan antipático resulta a todo el mundo: demostrar que tengo razón. Que la tengo, no que creo que la tengo.
            En los debates, parece que no escucho porque tiendo a empezar mi réplica antes de que el contrario termine de hablar. Pero eso es solo porque ya he captado su argumento. Y si es razonable en seguida lo asumo como mío.
            Siempre he sentido alergia al pensamiento algodonoso de poetas y estudiosos de la literatura; nada soporto menos que las vaguedades sobre la posmodernidad o el pensamiento líquido, que las divagaciones sobre el fin de la historia, la muerte de Dios o de la novela o de la literatura (“los muertos que vos matáis / gozan de buena salud”, habría que decirles a algunos).
            Una de mis frustraciones es no haber estudiado física o matemáticas. Me interesa poco ese mundo en el que cada uno tiene su verdad y en el que todas las opiniones, incluso las mayores tonterías, son respetables. A mí me gusta repetir con Antonio Machado: “¿Tu verdad? No. La verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
            Me refiero claro a las verdades con minúscula, y siempre sujetas a posible refutación, de la ciencia; no a la Verdad con mayúscula, que suele ser la mayor de las mentiras.


Jueves, 24 de septiembre
HOMBRES SOLO

Abro el libro de poemas que acabo de recibir y tropiezo con la primera frase del prólogo: “Un poema es un camino de soledad que recorren dos hombres: el autor, cuando lo escribe, y el lector cuando lo reinventa y hace suyo”.
            ¿Y nunca lo recorren dos mujeres? ¿O un hombre y una mujer? Digan lo que digan las gramáticas, amigo Alejandro Duque Amusco, en el español de hoy un hombre es un hombre, nunca una mujer (dejemos a un lado travestismos varios) y dos hombres son dos hombres, nunca un hombre y una mujer.

Viernes, 25 de septiembre
MI PARADOJA FAVORITA

No sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo.




domingo, 20 de septiembre de 2015

El arte de quedarse solo: Permítanme que insista


Sábado, 12 de septiembre
SERENDIPIA

Paso el viernes pasado, como cada mañana, por delante de la librería Cervantes y en el centro del escaparate encuentro un libro que estaba buscando para mi edición de La guerra en Sudáfrica. Acaba de aparecer, acaba de llegar a la librería un único ejemplar, acaban de ponerlo en el escaparate.
            Sabía yo que el título, que siempre me ha fascinado, El arte de quedarse solo lo utilizó por primera vez Guillermo Díaz-Plaja, pero no recordaba dónde. Entro hoy en una librería de viejo y lo primero que encuentro es un número de Cruz y Raya (enero de 1934) que incluye un ensayo suyo con ese título y en él una cita de fray Jerónimo Gracián: “La soledad es un fuego que se enciende en la leña del amor, es ausencia, deseo, ímpetu, impaciencia, ternura, esperanza y temor. De todas esas navajas se fabrica la rueda que, con una sola vuelta, hace mil pedazos el corazón”.


Domingo, 13 de septiembre
TRES CASAS

Me avisan de que se ha muerto Juan Benito y recuerdo los versos de Jorge Guillén que hablan del “muro cano” que impone su ley, no su accidente, y los tres escenarios en que le vi ejerciendo de perfecto anfitrión..
            Cuando Ángel González venía a Oviedo, Juan Benito organizaba una cena en su piso de la calle Independencia a la que yo solía acudir con algún joven poeta amigo. Recuerdo aquella vez en que yo me fui a la hora moderada de costumbre y el encuentro continuó luego por los bares del Oviedo antiguo. Al día siguiente, a la hora de la tertulia, me llamó Lola Lucio para preguntarme si sabía algo de Ángel González. José Luis Piquero, que solía ser su más resistente acompañante, me dijo que había estado con él hasta la madrugada y que, cuando le dejó, Ángel todavía buscaba un lugar para tomar la última copa. Quedamos todos muy preocupados. Por fin había aparecido el poeta. Él mismo nos contaría luego su peripecia. Por la mañana, después de la larga noche, aún no sabe por qué razón, quizá por un repentino recuerdo clariniano, entró en la catedral. Allí se quedó profundamente dormido sobre uno de los bancos últimos. Nadie reparó en él. Le despertaron unos cánticos extraños: estaban diciendo misa. Por un instante pensó que se había muerto y que aquel era su funeral.
            La otra casa que ahora me viene a la memoria estaba encaramada en una de las laderas de Valdediós. Desde su terraza se veía el prodigioso valle, el monasterio y el conventín, y también un cementerio. Me gustaba especialmente ese memento mori en medio de tanta belleza. Allí recuerdo haber coincidido con José Agustín Goytisolo y escuchado recitar los poemas de Jaime Gil de Biedma: “Amor más poderoso que la vida: / perdido y encontrado. / Encontrado, perdido”.
            La tercera casa, la última que visité, está en Lastres. Desde las ventanas altas se veía el mar sobre los tejados. Lo que más recuerdo de aquella visita es un jardín que descendía sobre la ladera hasta el puerto y que parecía sacado de La invención de Morel, la novela de Bioy Casares. La costa, desde lo alto, tenía un aire italiano (¿Capri, Sorrento?), un aura de indolencia y felicidad. Al ático de aquella casa, con entrada independiente, a Juan Benito le gustaba invitar a escritores amigos. Los dejaba a su aire, para que pudieran escribir y soñar con tranquilidad.
            Juan Benito estaba siempre allí como un dios tutelar, pero apenas hablaba. Le conocí por su sobrino, Juan Manuel Pendás, compañero en el instituto Carreño Miranda, mi más pertinaz admirador y detractor.
            Se ha muerto Juan Benito y yo pienso en sus alrededores. El piso de la calle Independencia, la villa saltimbanqui de Valdediós, la casona italiana, y tan asturiana, de Lastres, todas ellas rebosantes de poesía y cordialidad, se han quedado sin alma. Eso pienso, pero pronto rectifico.  Han perdido solo la mitad de su alma. La otra mitad –o las otras dos mitades, que el alma no sabe de matemáticas–, sigue ahí y se llama Lola Lucio.


Lunes, 14 de septiembre
UN SILOGISMO

“¡No me hables de Cataluña, estoy harto de Cataluña!”, me dice un amigo. Y yo cambio de tema y no menciono un curioso silogismo que se me ocurrió mientras ayer escuchaba a Ana Pastor tratando de hacer mella en un blindado Artur Mas. Para que Cataluña quede fuera de la Unión Europea, no basta con que declare bilateralmente su independencia: hace falta además que esta sea reconocida oficialmente por España. Si España no la reconoce, los catalanes, aunque se declaren independientes, sigues siendo oficialmente españoles, y por tanto ciudadanos de la Unión Europea. Solo cuando sean un nuevo Estado reconocido como tal por la comunidad internacional es cuando podrán pedir el reingreso, el ingreso más bien, no solo en la Unión Europea sino también en la ONU. Lo que se plantea como una amenaza –quedar fuera de la Unión Europea– es en realidad la condición previa, aunque solo dure días, para poder formar parte de ella como un nuevo Estado.


Martes, 15 de septiembre
NO ME VOY A ENTERAR

Siempre he estado obsesionado con la posteridad. Mientras comento un poema con los alumnos (“No sé de quién recuerdo mi pasado…”), se me ocurre pensar que, cuando ellos tengan la edad que tengo ahora, yo andaré por los ciento diez años, si es que sigo vivo, que no lo creo. Me divierte imaginar que uno de ellos se encuentra en una librería de viejo un apolillado libro firmado por mí, le suena vagamente el nombre y se queda pensando si no se tratará de aquel oscuro profesor que a veces daba la impresión de creerse un genio y del que ya nadie se acuerda
            Me gusta tomarme a broma mi vanidad, una de las pocas cosas que tengo en común con el resto del mundo. De sobra sé que la regla general es que a un escritor, después de muerto, le harán todavía menos caso que cuando estaba vivo.
            Pero toda regla tiene sus excepciones. Y yo confío en ser una de ellas. Aunque si me equivoco, tampoco pasa nada. No me voy ni a enterar.


Miércoles, 16 de septiembre
CÓMO ME IMAGINO YO EL PARAÍSO

Nadie es capaz de ser sublime sin interrupción. Y Wagner menos que nadie, como diría mi amigo Almuzara. En los intervalos en que me desentiendo de Siegmund y de Sieglinde, de Wotan y de Fricke o del alboroto de las valkirias –cinco horas dan para mucho– me entretengo respondiendo al cuestionario de Auden.
            “Paisaje”. Los tejados de una vieja ciudad con secretas terrazas, campanarios, cúpulas doradas y el manchón verde de algún jardín.
            “Clima”. Otoño en primavera y primavera en otoño.
            “Religión”. Un ateísmo que da gran  importancia a la pompa litúrgica.
            “Dimensiones de la capital”. Las del centro histórico de cualquier ciudad europea.
            “Forma de gobierno”. Monarquía electiva. El rey y la reina se eligen cada año entre los mayores de veinte años y los menores de treinta.
            “Actividades económicas”. Agricultura, pesca, lectura y escritura.
            “Medios de transporte”. Caballo, tren, veleros, bicicletas.
            “Arquitectura”. O muy antigua o muy moderna. Penumbrosos palacios y catedrales en ruinas alternando con deslumbrantes centros comerciales. Un mezcla de París y Palermo, de Nueva York y Venecia.
            “Diversiones públicas”. Bailar, contar historias, no hacer ruido, hacerse fotos.
            “Centros de enseñanza”. En los gimnasios y al aire libre. Profesores y alumnos intercambian su papel cada año.
            “Literatura”. Las novelas están prohibidas, pero no los cuentos de hadas. 
            “Bibliotecas”. No hay. Los libros brotan de los árboles de manera natural, entre las manzanas, las granadas y los albaricoques.
            “Enfermedades”. No se aceptan, pero sí largos períodos de convalecencia.
            “Muerte”. Voluntaria, pero no antes de los noventa años
            “Amor”.  Se admite la promiscuidad, pero los amores eternos han de ser sucesivos.
            “Infancia”. No se termina nunca.
            “Adolescencia”. Dura toda la vida
            “Madurez”. Nunca se alcanza
            “Tiempo”. Pasa muy deprisa, pero sin ninguna prisa.
            “Amigos”. Desaparecen cuando no los necesitas.
            “Amigas”. Nunca aspiran a casarse con uno.
            “Poetas”. Todos son grandes y todos están muertos.
            “Trabajo”. Sano, abundante y variado, Se cobra en especie
            “Resurrección”. Está permitida, pero conviene no abusar.
            “Dioses”. Varios, todos el único verdadero. A veces se pelean y la gente se arremolina en torno a ellos, divertida.


Jueves, 17 de septiembre
EXPERTOS QUE METEN MIEDO

El amigo que está harto de oírme hablar de Cataluña me restriega hoy la portada de El País con su llamativo titular: “Informe sobre los efectos de la independencia: Cataluña dejaría todos los organismos internacionales”. Y luego me muestra otro amenazador titularr: “Cataluña no podría volver a ingresar en la UE tras una decisión unilateral”.
            Me froto las manos. Nada me gusta más que contradecir a presuntos expertos, como Diego López Garrido y no sé cuántos catedráticos más. Repito mi tesis para que quede constancia de que, al menos un español no consideraba incompatible el amor a su país con el respeto a la verdad: la proclamación unilateral de independencia carece de efecto en el derecho internacional; mientras España no acepte esa independencia, los catalanes siguen siendo formalmente españoles y Cataluña sigue formando parte de la UE y de la ONU; cuando España la acepte (y con ella el resto de los países), aparece un nuevo Estado que, al no existir antes, no podía formar parte de la UE ni de la ONU y que por tanto deberá solicitar el ingreso. Eso es todo.




domingo, 13 de septiembre de 2015

El arte de quedarse solo: Los enemigos de la razón


Sábado, 5 de septiembre
ME BASTA CON POCO

––¿Sabes por qué acaban enfadándose contigo todos tus amigos?
            Como supongo que se trata de una pregunta retórica, no respondo nada. Antes me ha preguntado, al encontrarme cerca del Campillín, si vengo de la librería de Valdés. Le he dicho que ya no voy por allí  
            ––Porque la amistad es una relación entre iguales y tú lo que buscas es alguien que te admire, te ría las gracias y que no te lleve nunca la contraria, aunque tú se la lleves a él continuamente.
            ––Pues ahora que lo dices... Pero la verdad es que a mí, que me conformo con poco, para encontrarme a gusto con una persona, me basta con la primera de esas tres condiciones.


Domingo, 6 de septiembre
EL MAYOR DE LOS MILAGROS

Como todo lo convierto en rutina, ahora he añadido un libro a la película de los domingos. Antes de Un día perfecto, de Fernando León de Aranoa, le toca el turno a Complosphère, de Raphaël Josset, que lleva el subtítulo de “L’esprit conspirationniste à l’ère des réseaux”. Las teorías conspirativas, en la era de las Redes, gozan de buena salud, como todo el mundo sabe. Josset se remonta más atrás y habla de la conspiración de los Illuminaten contra el oscurantismo y de los masones y del Protocolo de los Sabios de Sion y de las sectas satánicas y de Aleister Crowley, el viejo amigo de Pessoa al que ciertos cantantes de rock pusieron de moda.
            Interntet no cambia nada, solo ayuda a la difusión instantánea de las paranoias, y a su temprano olvido, sustituidas por otras. Cuenta Josset que, a propósito del atentado a la revista Charlie Hebdo, se habló de la implicación de los servicios secretos franceses, de órdenes venidas de Washington, de  manchas de sangre que no se correspondían con el impacto de las balas, de fotos  trucadas…
            Pero esas hipótesis, tan provechosas para la literatura y el cine, solo llegan a los periódicos serios cuando se cruza la pasión política. Es lo que ocurrió con la muerte del fiscal argentino Nisman, utilizada como arma arrojadiza contra el gobierno de Cristina Fernández. Todavía periódicos como Clarín y El País siguen sacando a relucir en sus titulares nuevas pruebas que confirmarían el asesinato, pero basta leer sus propias informaciones para darse cuenta de que no son tales. Apareció en su cuarto de baño, recostado contra la puerta, muerto con un disparo de la pistola que le había prestado un día antes su asistente y amigo Diego Lagomarsino (que tenía acceso, por cierto, a las cuentas clandestinas en el extranjero del fiscal), nadie forzó las puertas ni las ventanas del piso, el portero no vio subir a nadie extraño, las cámaras de seguridad no recogieron nada, el informe acusatorio contra la Presidente, supuesta razón del asesinato, no había sido destruido… Y sin embargo hasta mi amigo el poeta Pablo Anadón da pábulo a la teoría del crimen de Estado.
            Como “un animal absurdo que necesita lógica” definió Antonio Machado al ser humano. No sé si esa definición vale para todos, yo creo que su característica es más bien la alergia al pensamiento racional. Por eso, que exista la ciencia y no todo sea religión y magia me parece el mayor de los milagros.

Lunes, 7 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN INMODESTO

La modestia, si es verdadera, nunca se nota; todo lo demás es falsa modestia.


Martes, de septiembre
TEMO ACABAR COMO ELLOS

¿La pasión política nos vuelve enteramente idiotas? Como yo soy más apasionada que nadie y tengo ideas muy firmes sobre determinados asuntos controvertidos, temo estar incurriendo, sin darme cuenta, en ello.
            Pero por mucho que la pasión política me ciegue el entendimiento, no creo que llegue nunca al extremo de los editorialistas de mi periódico favorito, El País.
            En respuesta a un artículo de Felipe González, publicó el pasado domingo otro firmado por Artus Mas y algunos destacados catalanistas. Temiendo, sin duda, que sus lectores se dejaran convencer, lo demonizó con un editorial en el que afirmaba, entre otras lindezas, que “su argumentación –que reproducimos literalmente– no resiste el más ligero análisis razonado o una crítica literaria por benévola que sea”.
            Curioso que nos indique que un artículo de réplica a otro “lo reproduce literalmente”; suponíamos que era su obligación. Pasemos lo de que “su argumentación no resiste el más ligero análisis razonado” (yo pensé lo mismo de la de González), pero lo de que tampoco resiste “una crítica literaria por benévola que sea”, eso ya se le atraganta a cualquier lector por benévolo y patriota que sea.
            No a Pedro Álvarez de Miranda, madrileño, de quien hoy se publica una carta al director. Da por sentado los incumplimientos anteriores y añade que tampoco cumple “la mínima corrección (cuando no calidad) lingüística”, ya que contiene “tres gruesos errores de acentuación”.
            Esos errores (“ésta búsqueda”, “naturalídad”) antes solían llamarse erratas y se achacaban al periódico (cada vez ahorran más en correctores), pero ahora parece que sirven para deslegitimar ideas políticas.
            Me aterra pensar que algún día pueda yo acabar disparatando obsesivamente como el anónimo editorialista o como el benemérito lector que lo apoya. Claro que a lo mejor ya he acabado así, como piensa la única lectora fiel que tengo en Cataluña, mi admirada Rosa Navarro Durán.


Miércoles, 9 de septiembre
LOS PASOS CONTADOS

Soy una de esas personas (seguro que psicólogos y psiquiatras tienen algo que decir al respecto) a las que les gusta contarlo todo: el número de escalones que hay hasta el cuarto piso en que vivo, el número de pasos, siempre el mismo número de pasos, que llevan desde mi casa hasta las Salesas, donde tomo un café cada mañana, o hasta la librería en que suelo comprar un libro cada tarde.
            Por eso, lo primero que pienso al entrar en clase esta primera mañana del nuevo curso es en el número de veces que he repetido en mi vida ese acto, en apariencia trivial, pero para mí siempre emocionante. No son muchas: exactamente cuarenta y cuatro.
            Pero las que me quedan son todavía menos: solo cuatro, y eso en el mejor de los casos.
            El reencuentro con los alumnos se nubla de melancolía: “Si para todo hay término y hay tasa / y última vez y nunca más y olvido, ¿quién nos dirán de quién, en esta casa, / sin saberlo nos hemos despedido?”


Jueves, 10 de septiembre
EN MI RINCÓN DE TRABAJO

“¿Cuál es su lugar de trabajo favorito?”, me preguntan en una de esas entrevistas que luego no aparecen en ninguna parte.
            Primero tengo que decidir cuál es mi trabajo, que no lo tengo muy claro. Suponiendo que sea escribir, tengo un lugar preferido para la mañana y otro para las tardes. El de la mañana es en casa, en lo que yo llamo la biblioteca (aunque toda la casa está llena de libros y más que una biblioteca parece una librería de viejo). Tras el desayuno, enciendo el ordenador y escribo más o menos durante una hora todos los días, antes de ir a clase si tengo clase. Por las tardes, mi escritorio está en  Il caffè di Roma del centro comercial Los prados (en él tecleo ahora estas líneas, tras haber pergeñado un posible poema). Me gusta esta esquina extrema de la cristalera, este no estar ni dentro de un local ni al aire libre; no me importan las conversaciones ajenas ni el ruido de los niños que corretean: me distraen menos que los muchos libros que me rodean en casa con su continua tentación..
            ¿Un trabajo que te ocupa dos horas escasas al día es propiamente un trabajo? Lo dudo mucho. A veces pienso que me gustaría ser un escritor de verdad, de los que pasan horas y horas ante el ordenador, cavilando sobre el ritmo de una frase o el adjetivo adecuado.
            En realidad, yo solo escribo cuando no escribo, cuando duermo, fantaseo o discuto con los amigos. Lo complicado es que a uno se le ocurra algo interesante que decir, eso me angustia a menudo. Escribirlo nunca me ha supuesto ningún problema.

      
Viernes, 11 de septiembre
LA CLÁUSULA ETCÉTERA

Leo en un viejo número de la Revista de Occidente la “colección de instrucciones” de Aaron Cicourel, afamado sociólogo, fundador en los años sesenta de la Sociología Cognitiva o de la Etnometodología, sobre el enamoramiento.
            Una de esas instrucciones recibe este enigmático nombre: "la cláusula etcétera". La explicación que da de ella es la siguiente: “Cumple la importante función de hacer aceptables aspectos implícitos, vagos, cuya ambigüedad es interpretada como un indicador de redes de significación de mayor amplitud”.
            Esta visto que no hay como el rigor de la ciencia para aclarar los misterios del comportamiento humano.




domingo, 6 de septiembre de 2015

El arte de quedarse solo: Noticia de la vida



Sábado, 29 de agosto
ACERCA DEL PARAÍSO

Dedicar, de vez en cuando, una mañana entera a no hacer nada es una buena costumbre que yo practico poco. Quizá porque me recuerda al amenazador futuro, a los inminentes días de la jubilación –ya solo faltan cinco cursos– en que tendré todas las mañanas del mundo para esa pronto cansina ocupación.
            Esta mañana me he levantado tarde, he tomado el autobús hasta la plaza de las Naciones Unidas y luego me he acercado hasta el Jardín Botánico. Un cartel advierte a la entrada que aquel es un espacio reservado para los peatones, que los ciclistas “mettent pied à terre”. Debería abundar más ese cartel para evitar que calles y parques se vuelvan imposibles para el viandante.
            Apenas si me cruzo con nadie en este jardín de senderos que se bifurcan. Una exposición sobre las plantas sagradas. Quizá Dios lo que hizo a su imagen y semejanza no fue al hombre ni a la mujer, sino a este árbol inmenso a cuya sombra ahora me cobijo. O a ese macizo de flores sobre el que revolotean las abejas.
            Si fue verdad el paraíso, debería parecerse a este lugar. Un paraíso que continúa fuera. Salgo a la orilla del lago. Solo algún solitario pescador y, sobre el azul del agua y del cielo, el leve blanco de veleros y nubes. Al otro lado, la crestería de los Alpes, con la cabeza siempre cana del Mont-Blanc; a este, neoclásicas villas con estatuas sobre las verdes colinas. En la fachada de la Perle-du-Lac, leo: “Heureux celui qui sur ces bords peut logntemps se reposer”. 
            Dichoso yo que puedo pasear sin prisa por estas orillas, teniendo la mañana entera y tanta calma belleza para mí solo. “Me quedaría aquí toda la vida”, pienso mientras el Jet d’eau se despereza y juega con los rayos del sol a formar el arco iris.
            Pero sé que es mentira. Que para mí “longtemps se reposer” en cualquier lugar es poder hacerlo una hora o dos, un día o dos. Saber que esta tarde, como cada tarde de sábado, me tomaré mi café en Los Prados acentúa el placer de la indolente mañana.


Domingo, 30 de agosto
SHERLOCK, MARILYN Y YO

Desde niño, desde que a los diez o doce años, leí por primera vez Estudio en escarlata, he admirado a Sherlock Holmes, he soñado con ser como él, pura inteligencia en acción. Me sé al dedillo las sesenta aventuras del canon y no me pierdo ninguna de sus secuelas. Le reconozco en cualquier época, bajo cualquier disfraz, incluso bajo el de Sheldon Cooper en The Big Band Theory, el avatar con el que más me identifico.
            Este domingo fue sherlockiano por partida doble. Primero leí No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes, de Daniel Tubau, y luego fui a ver Mr. Holmes, la película de Bill Condon protagonizada por Ian McKellen. Es una algo edulcorada fábula sobre la vejez y la amistad, pero yo la vi como una película de terror. Sherlock ha cumplido 93 años y está perdiendo la memoria y sus capacidades intelectuales.
            Salí del cine  recordando el verso de Jaime Gil de Biedma: “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”. Pero mientras atravesaba el parque de Los Prados para regresar a casa recordé un pasaje del libro de Tubau que no me había acabado de convencer. Lo releí nada más llegar. Y de inmediato me cambió el humor.
            En “El problema de Monty Hall” distingue Tubau entre la manera de pensar de Sherlock y la de Watson, esto es, entre el razonamiento inteligente y el que se deja llevar por las primeras impresiones y confunde intuición con prejuicio. Utiliza para ello un antiguo programa de la televisión en el que a un concursante se le presentan tres puertas, tras dos de las cuales hay una cabra y tras la otra un automóvil. El concursante elige una de esas puertas, el presentador abre otra y tras ella encuentra una cabra. Pregunta entonces al concursante si se queda con esa puerta o prefiere cambiarla. La mayoría opta por quedarse con ella, pero el sentido común nos dice que las probabilidades de acertar son las mismas –un cincuenta por ciento– cambie o no.
            Esta era la opinión mayoritaria hasta que, en 1990, intervino “la persona más inteligente del planeta”, si hemos de creer a Tubau y al Guinness: Marilyn Vos Sarvant, para quien era mejor cambiar de puerta, ya que si se hace hay un 66% de posibilidades de ganar el coche, mientras que si no se hace solo hay un 33%.  Este ejemplo lo utiliza Tubau en sus clases de creatividad  para demostrar a sus alumnos que no deben fiarse de la intuición.
            Veamos cómo explica Tubau el razonamiento de Marilyn (una de mis fantasías favoritas es haber sido profesor de literatura de la otra Marilyn, aunque tampoco me importaría haberlo sido de Letizia Ortiz): “La razón es que, cuando elegimos entre tres puertas, tenemos un tercio de posibilidades (33 %) de acertar y, por lo tanto, las dos puertas que no hemos elegido reúnen los dos tercios restantes (66 %). Cuando Monty Hall abre una puerta y nos muestra una cabra, nosotros seguimos con nuestro 33 %, pero la puerta restante tiene ahora aquel 66 % que tenían las dos puertas no elegidas”. Ingenuamente añade: “Sospecho que la mayoría de los lectores sigue sin verlo claro. Es razonable que así sea. Nos pasa a todos”.
            ¡Y tan razonable! ¿Qué es eso de que cuando las tres puertas se reducen a dos una se queda como estaba y la otra suma a sus posibilidades las de la que se ha eliminado? Si detrás de una puerta hay un coche y detrás de la otra una cabra, las posibilidades de acertar son exactamente el 50 %, independientemente de que el experimento se comenzara con solo esas dos puertas o con mil (según el razonamiento de Tubau en ese caso, al cambiar de puerta, tendríamos un 99 % más de posibilidades de acertar con el coche).
            Habría que decirle al avispado Tubau (se vende muy bien en la Red) que, si no quiere y prefieres seguir el argumento de autoridad, debería buscarse una autoridad mejor que la de Marilyn. Claro que también ofrece una comprobación experimental: escribir en Google “Monty Hall online New York Time” y luego jugar, unas veces cambiando de puerta, y otras no. Según él, siempre se gana más veces cambiando de puerta. Otros piensan que sale más veces el seis soplando en la mano antes de lanzarlo, y a veces es así. Esa es la gracia del juego. Pero las posibilidades de cada cara (si el dado no está trucado) son similares.
            Me voy a la cama sonriente y feliz. Estaré envejeciendo, no seré nunca como Sherlock, pero al menos no me dejo engañar como Tubau por la persona con el mayor índice de inteligencia del mundo, según el Libro Guinness de los récords.



Lunes, 31 de agosto
MI  INTERLOCUTOR FAVORITO

A veces irritante, siempre estimulante.


Martes, 1 de septiembre
EL POETA SOCIAL

Ningún periódico da noticia de la muerte el pasado viernes del poeta Carlos Sahagún. Había conseguido plenamente su intención de borrarse, de desaparecer en vida. Fue una de las primeras víctimas del conflicto catalán. En 1981, profesor de Lengua y Literatura españolas en Barcelona, firmó, junto con Jiménez Losantos, el manifiesto de los dos mil contra la política lingüística de la Generalitat. La sustitución del español por el catalán, como lengua vehicular de la enseñanza, le dejó mudo literalmente: sufrió una depresión que le provocó afasia. Pidió pronto el traslado a “lo que quedaba de España”,
            La última vez que le vi, se me acercó, se presentó (no le había reconocido) y me dijo: “Te tengo fichado”. Ante mi extrañeza, aclaró: “Sí, os tengo apuntados a todos los que votasteis a favor de la OTAN”. Recordé que yo había escrito un artículo apoyando el sí en el referéndum. “Voté a favor para no votar lo mismo que Manuel Fraga”, le dije tomándome el asunto a broma. En realidad, voté sí porque lo que se votaba era menos a favor o en contra de la OTAN que de Felipe González, del político que hoy entretiene su jubilación enredando con Venezuela o dando paternales consejos a los catalanes. Qué distante lo siento ahora (aunque no tanto como al Alfonso Guerra abanderado del más belicoso nacionalismo). No sé si han cambiado ellos o he cambiado yo. Seguramente ambos. Sobre Cataluña, lo más sensato que un político español ha dicho lo dijo Zapatero: “Cataluña será lo que quieran los catalanes”. Como debe ser.
            La noticia de la muerte de Carlos Sahagún me ha llevado a pensar en estas cosas. Al poeta lo tenía un tanto olvidado. Le había sustituido el personaje, desengañado de la literatura, pero no de los libros: era un habitual frecuentador de las librerías de viejo; muchas mañanas de domingo se cruzó en el Rastro con Andrés Trapiello, quien lo caricaturiza reiteradamente en sus diarios.
            Abro sus libros y compruebo que por su precisa desolación, por su música triste, no ha pasado el tiempo: “Una vez más nos vemos desamados, / desasistidos, solos, / y aún esperamos al pie del camino / la más leve noticia de la vida”.
            A veces es necesario que muera el hombre para que resucite el poeta.


Miércoles, 2 de septiembre
FILOSOFÍA DE CALENDARIO

Las ofensas que nos hacen, por pequeñas que sean, no las olvidamos nunca; las que hacemos, por grandes que sean, las borramos pronto de la memoria.


Jueves, 3 de septiembre
RUBÉN Y LA REVOLUCIÓN

En La Noceda, la nueva librería de viejo ovetense, me encuentro un libro de Rubén Darío que no conocía, El salmo de la pluma, y en él un soneto al Dios de la revolución. “La sangre, las matanzas, / vienen como una triste y aterradora ley”, afirma. Y concluye: “Sí, Dios lo quiere a veces, y envía el cataclismo: / hace brotar del lodo siniestro del abismo, / las lívidas borrascas, la negra tempestad, / para que surja en medio de la ardua noche trágica, / tu nimbo constelado de luz, oh Libertad”.
            “No sé yo si Dios lo quiere a veces, no conozco a ese señor –me diría Carlos Sahagún–, pero esa OTAN que tú has votado sí que propicia la sangre y las matanzas por el mundo para que surja en todas partes, constelada con luces de neón,  la libertad de mercado para sus monopolios”.


Viernes, 4 de septiembre
MI WATERLOO

Llego a la tertulia, pavoneándome como de costumbre, y cuento que he leído un libro de Daniel Tubau y que he encontrado en él, como en el relato de Borges “La biblioteca de Babel”, un error al hablar del cálculo de probabilidades que me he apresurado a rectificar. Cuento que, a la hora de distinguir lo que él llama el pensamiento Holmes del pensamiento Watson, alude a un concurso televisivo en el que se presentan tres puertas, tras de las cuales…
            ––¿Te refieres al dilema de Monty Hall?--me interrumpe Saúl Fernández. o Saúl Borel, como firma en Anáfora un artículo en el que en vano trata de refutar mi refutación de Borges.
            ––Sí. ¿Lo conoces?
            ––En ese caso, hay más posibilidades de ganar el coche si se cambia de puerta.
            ––Eso es lo que dice Tubau, pero yo puedo demostrar que no es así. Cuando quedan dos puertas, cada una tiene el cincuenta por ciento de posibilidades de esconder un coche o una cabra, independientemente de que al principio hubiera tres o trescientas puertas.
            ––Cierto si la elección se hace cuando quedan solo dos puertas, no si se hace antes. Si yo escojo una de las tres puertas, tengo un 33 % de haber acertado con el coche y un 66 % de haber dado con una cabra. Y se escogiera entre trescientas (tras de las cuales hay un coche y 299 cabras), tendría solo un 0.33% de haber acertado con el coche. Es obvio, por tanto, que, en el primer caso, si cambio de puerta, tengo el doble de posibilidades de acertar y en el otro caso el 99,67 % de posibilidades.
            Muy a mi pesar he de darle la razón. Me siento como Napoleón después de Waterloo. Vuelvo a casa deprimido y humillado, como volvería Sherlock después de haber sido derrotado por un Moriarty de poco más de veinte años.