domingo, 27 de diciembre de 2015

El arte de quedarse solo: Corregir al que yerra


Jueves, 17 de diciembre
HISTORIA NEGRA

Se alza el telón y el escenario aparece dividido en dos partes. En la superior, un grupo de soldados, vestidos con uniformes negros vagamente nazis, cantan: “Viva la Spagna, evviva iluso re!”; en la inferior, desolados ciudadanos recogen los cadáveres mientras murmuran: “Sia Spagna maladetta e il suo re. / Ovunque il terror l’accompagna, / rischiaran i roghi sua fe! / Morte alla Spagna, morte al suo re!”
            ¡Muerte a España, muerte a su rey!, repiten. Cerca de mí, una espectadora indignada exclama en voz alta: “¡Otra vez la maldita leyenda negra!”
            Cuentan que cuando se estrenó el Don Carlo de Verdi en París, la emperatriz Eugenia de Montijo, para dejar constancia de que se sentía ofendida en su españolismo, volvió la silla del palco de espaldas al escenario. Nadie hace hoy lo mismo en Il duca d’Alba, la ópera de Donizetti que terminó Matteo Salvi, pero una cierta incomodidad recorre al público del Campoamor. No a todos: bastantes de los abonados habituales han preferido quedarse en casa y su lugar lo ocupan espectadores adolescentes. Algunos asisten a una ópera por primera vez y se divierten con los aparatosos guerreros en escena, las armas escondidas en los barriles y el canto a la cerveza: “Liquor che inganna, / del vin l’ebbrezza, / pien di tristezza / ci lascia il cor. / I sensi afana / e d’ogni lite / ê della vite / causa l’umor! / Viva la birra!”
            Yo, a la vez que disfruto con la música, las maravillosas voces y la melodramática peripecia que se entremezcla a la lucha por la libertad, pienso en ese curioso sentimiento que se llama patriotismo, cuando es propio, y nacionalismo, cuando ajeno.
            Si un alemán no se siente en la obligación de salir a defender a Himmler  al oír enumerar sus crímenes al frente de la Gestapo, ¿por qué los españoles apelamos a la leyenda negra cuando se habla de la actuación del tercer duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, en los Paises Bajos? Hubo días en que ordenó quinientas ejecuciones. Incluso el Estado Islámico se vería con dificultades para superarlo. Y mataba, como ellos, para defender su fe.
            ¿Leyenda negra? Historia negra, de la que ningún país se salva.


Viernes, 18 de diciembre
APLICADO APRENDIZ

Se acerca a la tertulia Avelino Fierro, fiscal de menores en León, y me deja el nuevo tomo de su diario, Ciudad de sombra, recién editado. En la solapa, tras un elogio de Félix de Azúa, aparece otro mío: los dos somos amigos suyos. Y es que Avelino Fierro domina el arte de ser amigo de todo el mundo. Le envidio por eso, además de por su curiosidad infinita y su inteligente bonhomía. Yo soy maestro en otro arte: el de ser enemigo de todo el mundo. ¿Maestro? Exagero. En eso, como en todo, no paso de aplicado aprendiz.


Sábado, 19 de diciembre
JORNADA DE REFLEXIÓN

La paso leyendo Une génération perdue. Les poètes guerriers dans l’Europe des années 1930, de Maruzio Serra, escuchando a Mozart y escribiendo haikus.

Lo que habrá visto
la luna y nunca a nadie
le dice nada.

Sabes de sobra
que lo poco que sabes
también te sobra.
           
Cómo echo en falta
todo aquello que aún
tengo conmigo.


Domingo, 20 de diciembre
CUENTAS Y CUENTOS

Parezco humilde y errante, como Baroja, pero en el fondo soy de esas personas a las que nada les gusta más que sentirse diferentes y, si es posible, superiores a los demás. O sea, que soy como todo el mundo.
            Mientras me acerco a votar, pienso que pocos españoles tendrán más experiencia en esto que yo. Voté las dos veces que ganó Suárez, las cuatro veces de Felipe González, las dos de Aznar, las dos de Zapatero y la de Rajoy. Voté también en los varios referéndums: el de la reforma política, el de la constitución y el de la OTAN. Sin duda, hay otros españoles que igualan mi récord, pero que lo superen no lo creo: tendrían que tener más de cien años para haber votado en las elecciones de febrero del 36 y no haberse abstenido luego nunca.
            Como soy algo Sheldon Cooper, el insoportable y tierno protagonista de Big Bang Theory, mientras tomo el habitual café de los domingos les planteo a mis amigos cuestiones al estilo de  “Diversión con banderas”: ¿Quién fue presidente del gobierno de España sin haber ganado nunca unas elecciones a la presidencia del gobierno? Calvo Sotelo. ¿Quién fue el único presidente del gobierno de España que no perdió antes ninguna elección? Rodríguez Zapatero.
            Irse haciendo viejo también tiene su gracia. Ya puede uno contar parte de la historia de España desde un punto de vista estrictamente autobiográfico. No todos podemos ser protagonistas de nuestro tiempo (ya me habría gustado a mí, ya), pero todos podemos ser testigos: para eso basta con no morirse demasiado pronto y vivir con los ojos abiertos.


Lunes, 21 de diciembre
AL BUEN CALLAR LLAMAN SANCHO

Me preguntan mi opinión sobre el resultado electoral. Prefiero no darla. Ya hay demasiadas opiniones, una para el gusto de cada votante. A mí no me gusta hablar de política. Es difícil hacerlo sin que se enfade alguien. Siempre que hablo de Cataluña se irritan mis amigos catalanes, que son todos, voten a izquierda o a derecha, de los de España una por la gracia de Dios, o de la Constitución. En realidad, en política (como en todo quizá) solo hay dos clases de opinión: la equivocada y la que coincide con la nuestra. Ya se sabe que el mejor analista político, a juicio de cada cual, es el que encuentra convincentes razones para justificar nuestros prejuicios.
            ––Pues a mí también me gustaría conocer tu opinión – me dice mi amigo Marcos–. No vas a enfadar a nadie porque yo no la voy a repetir. ¿Qué opinas del resultado de Ciudadanos?
            ––Te voy a contestar con refranes, como haría Sancho Panza, y el que quiera entender que entienda. ¿Ciudadanos? Lo que viene fácil, fácil se va.
            ––Podemos.
            ––Mucho ruido y pocas nueces.
            ––Partido Popular.
            ––A cada cerdo le llega su San Martín.
            ––Izquierda Unida.
            ––Quien tiene boca, se equivoca.
            ––Socialistas.
            ––A mal tiempo, buena cara.
            ––Por el partido de tu amigo Andrés Trapiello y tu admirado Savater no te pregunto. Ya sé lo que me vas a contestar: menos es nada.


Martes, 22 de diciembre
NO CERVANTES, SINO CERBANTES

Anuncian una nueva edición del Quijote (Reino de Cordelia) con la peculiaridad de “respetar la voluntad de Cerbantes, que siempre firmó con b”. Sonrío imaginándome lo nerviosos que va a poner a los talibanes de la ortografía, esos que creen que el olvido de una hache en un mensaje telefónico socava los cimientos de la civilización occidental. Y recuerdo una anécdota, quizá apócrifa, de Francisco Rico. Visitaba con otro académico, popular novelista, una exposición cervantina y este, al salir, le dijo muy serio: “Queda claro que Cervantes era un ingenio lego, ni siquiera sabía escribir correctamente su nombre”. Luego le preguntaron a Rico que puntuación se daba a sí mismo como académico. “Un cuatro”, respondió. Y la periodista: “¡Qué modesto!”. Y él: “¿Modesto? Usted no sabe la puntuación que doy a mis colegas”.


Miércoles, 23 de diciembre
MIS OBRAS DE MISERICORDIA  FAVORITAS

Ya no están de moda las obras de misericordia, pero yo practico dos todos los días: corregir al que yerra y dar consejo al que lo ha de menester (e incluso al que no, soy así de generoso). Puedo asegurar que no es una actividad que despierte demasiadas simpatías.


Jueves, 24 de diciembre
HOY COMAMOS Y BEBAMOS

Día propicio para el recuento y la melancolía. Mejor comer hasta hartarse, beber hasta emborracharse y cantar hasta enronquecer alegres villancicos: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”.
            Y no volveremos más.





domingo, 20 de diciembre de 2015

El arte de quedarse solo: Lejos y en casa


Viernes, 11 de diciembre
RETORNO A PLOVDIV

¿Qué nos hace enamorarnos de una ciudad? Lo mismo que de una persona: menos lo que vemos que lo que entrevemos o creemos entrever.
            Cuesta llegar hasta el viejo Plovdiv, aunque solo poco más de un centenar de kilómetros de buena carretera le separan de Sofía. Una vez más, en el veterano vehículo de mis amigos Iván y Rada, damos vueltas y más vueltas por los barrios impersonales que protegen la ciudad a la que el padre de Alejandro Magno le dio su nombre: Filipópolis. Preguntamos y cada vez nos indican una dirección, pero por fin logramos aparcar muy cerca de Hissar Kapia, una de las puertas de la muralla que cerraba Trimontium, la ciudad de las tres colinas, otro de los nombre de Plovdiv. Y nada más salir del coche ya me convierto yo en el guía de aquel laberinto. Resuenan nuestros pasos en el adoquinado de las empinadas calles sobre las que se alzan las casonas de los mercaderes que se hicieron ricos durante el imperio turco. Frontones y columnas neoclásicas alternan con los arabescos de las maderas pintadas. Varias están dedicadas a algún pintor, Plovdiv es la ciudad de los pintores, y una de ellas, en la que vivió Lamartine en su paso por Bulgaria en 1833, es residencia de escritores.
            A mí más que estas mansiones restauradas y museísticas me fascinan las otras, en ruinas, con sus fachadas cubiertas de enredaderas y sus jardines abandonados. Y los gatos, que me miran pasar con la misma mirada con que miraron a tracios y romanos, a rusos y otomanos.
            Me acerco, como siempre, hasta el gran teatro. Desde lo alto, se ve la ciudad como poniéndose de puntillas para asomarse al escenario. Me gusta probar la acústica ante el inmenso graderío sin nadie: Siempre recurro al comienzo de Los intereses creados “¡Gran ciudad ha de ser esta, Crispín!”) o a Calderón: “¿Qué ley, justicia o razón / negar a los hombres sabe / privilegio tan suave, / excepción tan principal / que Dios le ha dado a un cristal, / a un pez, a un bruto y a un ave?”
            Recorro luego la zona peatonal, visito el estadio romano y el foro, me acerco a saludar al río Maritsa y finalmente, antes de marchar, me descalzo y entro en la mezquita Jumaia. Del siglo XIV, es quizá la más antigua de los Balcanes y, sin duda, la más hermosa. Entro poco antes de que se llene para el rezo. Estoy solo en el amplio espacio. A solas conmigo y con el misterio. Me tranquiliza este lugar, tan lleno de paz, mientras no muy lejos de aquí los hombres matan y mueren en nombre de este Dios.


            Ya en Sofía, durante la cena posterior con el embajador de España, nos enteramos de que hay un policía herido en la embajada de Kabul. “Parece que solo es una efecto colateral, que el atentado era contra otro edificio cercano”. Lorenzo Silva no se lo acaba de creer: “¿A pocos días de las elecciones? Yo no creo en las casualidades”.
            Mientras tomamos un aburrido café, tras el protocolario encuentro, veo sobre una mesa un libro dedicado al escultor Mateo Hernández: “Es de Béjar”, digo. Y el embajador: “Yo también”. “Pues yo soy de Aldeanueva del Camino; de niño iba mucho a Béjar. Era la ciudad más cercana”. “Conozco Aldeanueva, claro Estuve en ella bastantes veces”.
            Nos pasamos un buen rato hablando del Castañar y del río Cuerpo de Hombre y del Casino Obrero, donde leyó sus versos Unamuno. “Mi abuelo, que era maestro –me dice el embajador– tenía su título firmado precisamente por Unamuno”. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a encontrar en Sofía a alguien con quien hablar de Béjar y Aldenueva? Eso me hace sentirme como en casa.
            Sobre una novela de Lorenzo Silva, La flaqueza del bolchevique, escribió hace años José Luis Piquero una reseña feroz. Le cuento lo que le sorprendió al poeta recibir poco después una carta de agradecimiento. “Y además la ha colgado en su página web”, me dijo. Le comento al novelista que es el único escritor que conozco que ha reaccionado así. Sonríe. “Siempre hay que agradecer que hablen de uno. Sobre esa obra todo fueron elogios y de pronto esa andanada. Era terrible, verdaderamente terrible”. Y se pone a recitar alguna de las frases más contundentes. Se sabe de memoria la reseña casi entera. Perdona, es un santo varón, pero hay cosas que la vanidad de un escritor nunca olvida.


Sábado, 12 de diciembre
UNA CIUDAD ES UN MUNDO

Me levanto temprano, apenas sale el sol, y a pesar del frío inicio mi paseo solitario por la ciudad. Dejo que el azar me guíe, pero no me aparto un paso de los lugares familiares. Primero el bulevard Vitosha, ahora enteramente peatonalizado. Al fondo, la iglesia de Sveta Nedelya, con su cúpula dorada. Luego la plaza en la que se alza la estatua dorada de Sofía, en obras por nuevos descubrimientos arqueológicos. Todo comenzó aquí, aquí están la iglesia de San Jorge y la ruinas romanas y la mezquita y los baños y el aparatoso edificio que tenía en lo alto una estrella (¿o era una hoz y un martillo?) y la residencia del presidente de la República, que comparte espacio con el hotel Hilton. Cerca, un mercado muy de mi gusto y la sinagoga paradójicamente neomorisca. Sigo luego por el bulevard del zar Osvoboditel, mi favorito, con sus dorados adoquines. En el que fue palacio real, ahora museo, hay una exposición de Picasso: La búsqueda incesante. “Yo no busco, encuentro”, dijo una vez. Yo no tampoco busco nada y encuentro la iglesia rusa, verde, dorada y blanca, rodeada de jardines otoñales con la estatua de Puskin mirando al infinito. Entre los árboles ya se entreve Alexander Nenski. Pero yo sigo por Osvoboditel: el neoclásico casino militar, las embajadas de Italia y Austria en seductores palacetes, como de opereta vienesa, y luego al dar la vuelta a una esquina, al fondo, la catedral, minuciosamente acariciada por la luz de otoño.. El Dios que aquí se venera es otro que el de la mezquita de Plovdiv. Durante siglos no se han llevado bien. Se disputaron a espada y puñetazos este territorio. A mí los dos me quieren bien, aunque ninguno de los dos exista. El hombre necesita ídolos para soportarse a sí mismo o para hacer en su nombre las barbaridades que no se atreve a hacer en nombre propio.
            Más sobria y más antigua, al lado, la iglesia de Santa Sofía, que da nombre a la ciudad, con su león que se aburre custodiando la tumba del soldado desconocido. Y el edificio coronado de pájaros que vuelan, copiado de otro en Viena, y que me recuerda la malla metálica de la fundación Tapies. La plaza circular con el grisáceo monumento a Vasil Lenski, el patriota ahorcado en este mismo lugar. La columnata de la Biblioteca Nacional y Cirilo y Metodio abrazados frente a ella. Detrás, el Doctor Park, con su sobrio monumento a los doctores rusos y los restos arqueológicos esparcidos entre la hierba.


            Es curioso que una ciudad en la que he estado tan pocas veces tenga para mí tantos lugares familiares. En la biblioteca nacional, con motivo de la inauguración de una exposición cervantina, recité un poema de Rubén Darío que a menudo me viene a la memoria: “Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad. Pero Cervantes / es buen amigo…”
            Y contemplando este parque un amanecer de otoño desde los ventanales de Crystal Palace, donde me alojaba entonces, escribí unos versos que luego rompí, como hago a menudo, pero que no desaparecieron del todo y ahora me vienen fragmentariamente a la memoria: “Nada en el mundo tengo que pueda llamar mío / y sin embargo siento que no me falta nada”.
            Que no me falta nada, me repito, aunque sepa que no es verdad. Aquí está la universidad de San Clemente de Ohrid, donde una vez hablé de Pedro Salinas y del fin de un amor. Un poco más, cruzando la avenida por un paso lleno de libros, el aparatoso monumento a los soldados rusos, con el héroe alzando el fusil en lo alto de la columna. Me fascinan los belicosos frisos de ambos lados y los dos grupos escultóricos al frente que celebran la paz. En Bulgaria los rusos no fueron invasores, sino liberadores y por eso hay la estatua de un zar a caballo en una de las plazas principales. Media Bulgaria los ama y otra la otra media los odia. Hay quienes quieres destruir ese monumento a la era soviética. A mí me gusta su estética. Me recuerda los tebeos de “Hazañas bélicas” que leía en mi infancia.
            Camino luego por el boulevard Vasil Levski  hasta el Palacio Nacional de Cultura, donde se celebra la feria del libro y el encuentro literario al que he sido invitado.
            Una ciudad no son solo sus monumentos; también los carteles que se amontonan en las paredes, los escaparates de las viejas tiendas, esa máquina de escribir que anuncia a un redactor de escritos oficiales o de cartas de amor. Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes, como escribió Lawrence Durrell. O cuando hemos vivido en ella un amor eterno, aunque sea de los que solo duran una noche (que son los que yo prefiero).


Domingo, 13 de diciembre
CENA EN PRI  TOSHO

Cena en Pri Tosho, un restaurante popular del barrio en que vive mi traductora, Rada Panchovska, invitados por ella para que conozcamos “la verdadera Bulgaria”. Actúa Gueorgui, un cantante serbio.  A Liliana Tabakova,  mi otra amiga búlgara, no le entusiasma la idea. Nos acompaña su madre, viuda de Orlin Vasilev, destacado escritor de la época comunista, y durante décadas una de las más populares periodistas del país. Tiene ya ochenta años, pero conserva buena parte de la belleza y toda la energía. Nada más entrar en el local, echa una mirada en torno, vuelve la cara hacia mí y exclama: “Mamma mia”. Todas las mesas están reservadas y creemos que eso nos salva, pero Rada consigue que el dueño junte a varios comensales en una mesa y nos haga sitio. La viuda de Orlin Vasilev mira de vez en cuando por la ventana. “Comprueba si por aqui pasan taxis”, me dice su hija. “Lleva toda la vida viviendo en Sofía e ignoraba que existieran lugares así”. “Pero ¿no era periodista?”. Traslada la pregunta a la madre y luego me traduce la respuesta: “¡Periodista cultural, no etnográfica!”


            Liliana nos cuenta historias de la época comunista. Su madre fue la primera conductora de un Volga, el automóvil de lujo de la época soviética, con la carrocería de un Mercedes y el motor renqueante de un tanque ruso. Eran vehículos muy escasos y solo los tenían los jerarcas del partido y algunos escritores privilegiados (el gobierno comunista de Bulgaria mimaba a sus escritores). Le concedieron uno a Orlin Vasilev, que no sabía conducir. Las llaves se las entregaron a su mujer, advirtiéndola que cuidara bien del escritor, “una gloria nacional”. A punto estuvieron de tener un percance el primer día. Fueron en el Volga hasta su casa de campo en la montaña. Los caminos eran estrechos y llenos de curvas, había niebla, bordeaban precipicios. En el maletero llevaban periódicos viejos y el ilustre escritor tuvo que bajarse, hacer una antorcha con ellos e ir iluminando el camino. Emplearon casi todo el fin de semana en llegar a paso de tortuga a su destino. Tan lujoso vehículo no cabía en las carreteras búlgaras.
            Luego nos contó historias de Baba Vanga, la famosa adivina ciega que asesoraba al jefe del Estado y a la que visitaban gentes de todo el mundo. Murió en 1996, pero sus profecías al parecer se siguen cumpliendo. Una de ellas advierte que en 2016 habrá guerra entre Europa y el Estado Islámico. Liliana fue testigo de una de sus aciertos. Se acercó al remoto lugar en que vivía un famoso pintor y escritor peruano, Teodoro Núñez Ureta, y al advertir su presencia le dijo que volviera de inmediato a Sofia. Nada más llegar, le dio un infarto; se salvó por estar cerca del hospital. “Puro realismo mágico”, concluye.







domingo, 13 de diciembre de 2015

El arte de quedarse solo: La vida una conspiración en marcha


Viernes, 4 de diciembre
UN HIJO MÁS

Un joven poeta amigo acaba de publicar su primer libro de poemas, Permiso de residencia, y en los agradecimientos finales aparezco yo por un motivo que me sorprende y alegra: haberle aceptado “como un hijo más”.
            De pronto me veo convertido en padre, y de familia numerosa. Una frustración menos.


Sábado, 5 de diciembre
AQUEL CIGARRILLO

¿Qué se puede saber de nuevo sobre la muerte de Lorca? Parece que ya están claros todos los detalles del crimen, salvo el lugar donde arrojaron su cadáver. Y sin embargo…
            Hojeo distraído el libro de Eduardo Molina Fajardo, Los últimos días de García Lorca, que me pasa mi vecino de despacho en el Milán, Antonio Fernández Insuela, y de inmediato quedo fascinado con la serie de entrevistas que contiene. Se hicieron en los años del franquismo, pero no pudieron publicarse hasta mucho después, ya muerto el autor.
            El 22 de enero de 1970 entrevista a Francisco Murillo Gámiz, chófer de la familia García Lorca. Un día de julio de 1936, a las once de la noche, fue a recoger al poeta en su casa de la Huerta de San Vicente para llevarlo a casa de los Rosales, donde creían que estaría más seguro. El vehículo era un Nash de siete plazas, azul marino oscuro, matrícula 1346 de Sevilla. El poeta iba solo, sin maleta ni bolsa alguna, con una especie de hatillo de vagabundo: “En la blusa del pijama, hecho un lío, la ropa que llevara él allí. Con las mangas del pijama, un nudo. Por cierto que el pijama tenía unas rayas anchas blancas y azules. Aquello no pesaba… Pesar no pesaba mucho. Un liíllo de ropa interior”.
            Bien ligero de equipaje, más que Antonio Machado, partió el poeta hacia la muerte. Y otro detalle, otro “pequeño detalle exacto”, de los que tanto le gustaban a Stendhal, el del cigarrillo Lucky. Así lo cuenta el chófer.
            –-El día en que lo habían fusilado, aunque entonces no lo sabíamos, fui yo a llevarle tabaco al padre. Estaba en su casa cuando llamaron a la puerta. Abrió la señora, doña Vicenta. “Mire usted, que traemos este papel”. Era una hoja de una libretilla y decía: “Papá, harás el favor de darle al dador dos mil pesetas”. Yo estaba a un lado, mirando. El jefe de los que traían la nota abrió la puerta del todo y me vio. Hizo ademán de saludarme. “¿Conoce usted a Paco?”, preguntó la señora. Fui yo quien respondió: “Y yo también le conozco a él”. Eran tres. Habían venido en un Buick cinco plazas de ocho cilindros, un coche de mucha potencia. Al día siguiente, cuando yo estaba en la parada con mi taxi, el Buick se detiene frente a mí. “Paco, sube, que tenemos que hablar”. Subí con ellos lleno de susto, enfilamos la calle Elvira y paramos en el bar Americano. Me preguntan qué quiero tomar. Digo que no tengo ganas de nada. Ellos mi miran con malos ojos y luego el que hacía de jefe de la escuadra dice: “Que no se te vaya a escapar ni una palabra del papelillo que has visto”. Entonces otro de ellos, el Chato, me dice: “Toma un cigarro”. Y me alarga un Lucky que todavía tengo en casa guardado. Luego dijo: “Le hemos pegado cuatro tiros ayer por la mañana y este paquete se lo hemos cogido del bolsillo. Así que de eso que has visto tú, del papelillo y las dos mil pesetas no se te ocurra decir nada”. Volví andando, no quise subir de vuelta al coche con ellos. Aquel cigarrillo Lucky todavía lo tengo guardado”.


Domingo, 6 de diciembre
CUALQUIER CANALLADA

No siempre ocurre lo inesperado. A veces las previsiones se cumplen y eso es para mí un doble placer. Sabía que me iba a gustar El puente de los espías, la última película de Spielberg, y no me ha defraudado. Un hermoso cuento con final feliz, con buenos y malos, como debe ser, con el contraste entre el paraíso americano de relucientes colores y el siniestro Berlín oriental donde siempre es de noche y nieva y pululan bandas de ladronzuelos. Pero este cuento de hadas, tan bien contado, está lleno de alfileres. En la guerra, fría o caliente, el fin justifica los medios. Si es por el bien de la patria, cualquier canallada está permitida.
            ¿Héroe o criminal de guerra? Todo depende de si está en el bando correcto o en el equivocado. Y no hay ninguna duda de cuál es el correcto: el que finalmente gana, aunque pueda perder alguna batalla.
            Y qué fascinante personaje el espía soviético. Al emperador Marco Aurelio le habría encantado. Va a ser condenado a la silla eléctrica. “No parece que le preocupe mucho”, le dice su abogado. “¿Ayudaría?”, responde él.
            Cómo quisiera yo mantenerme así de firme ante al adversidad. Un héroe trágico, como los de Sófocles o Esquilo.


Lunes, 7 de diciembre
UNA CONVERSACIÓN

Mientras, en esta especie de domingo repetido, tomo café en el Fontán, me llama Abelardo Linares, un editor al que le gusta discutir tanto como a mí. Llevamos repitiendo la misma conversación, con un pretexto u otro, desde hace más de treinta años. Ahora le ha dado por reprocharme lo mal que trato a los amigos en mis reseñas. “Insistes siempre en los errores, aunque la obra te guste. Del último libro de Miguel d’Ors apenas se han vendido ejemplares y eso es culpa tuya y de tus críticas”.
            Aunque sepa lo que va a decir, me lo ha repetido infinitas veces, a mí siempre me divierten estas conversaciones. Cuando termina la charla, como la mañana festiva es muy larga y no tengo nada mejor que hacer, me entretengo anotando algunas de mis frases. Sospecho que, como yo las suyas, ya me las ha escuchado más de una vez.
            Lo difícil no es tener una opinión sobre cualquier asunto. Lo difícil es conseguir que a los demás les interese tu opinión.
            Escribiendo de política es fácil tener seguidores; solo tienes que decir lo que ellos quieren escuchar.
            Gente bien informada, inteligente y que no piensa como yo. Esos son mis interlocutores favoritos. Lo malo es que yo no soy el de ellos.
            Para que haya buen periodismo lo primero que tiene que haber son lectores capaces de diferenciarlo del mal periodismo.
            Las librerías existen no porque exista la gran literatura, sino porque se publica mucha basura, que es lo que los lectores prefieren.
            ¿Mejor ser cínico que hipócrita? Eso va en gustos, Los hipócritas son más amables, pero lo cínicos resultan más divertidos.
            El buen cocinero prueba su comida, pero no se la come. Yo también pruebo lo que escribo para ver si consigo el sabor justo, pero jamás se me ha ocurrido leer un libro mío después de publicado.
            Rectificar me resulta muy fácil. Lo que me resulta verdaderamente difícil es reconocer que me he equivocado.
            A los críticos complacientes, como a mi amigo José Luis Morante, me gusta repetirles una vieja obviedad: si te gusta todo, no te gusta nada.
            Con mis amigos estoy en desacuerdo en casi todo, solo estoy de acuerdo con ellos en una cosa: en lo fundamental.
            A mucha gente que vive de la literatura le aburre la literatura.
            Creía que tenía una voz potente, pero era solo que estaba cerca el altavoz.
            Hay quienes temen tanto equivocarse que no aciertan nunca.


Martes, 8 de diciembre
HAY COSAS QUE NUNCA CAMBIAN

Cuando aprendan que no solo existe la disyuntiva "o" sino también la copulativa "y", la mayoría de los habituales agoreros articulistas se quedarán sin tema.
            Qué sorpresa la suya si, antes de escribir la habitual diatriba contra las redes sociales, observarán lo que pasa a su alrededor. Comprobarían que, aunque se tengan mil y un amigos en Facebook, la gente sigue saliendo a tomar copas con los amigos de siempre y que los adolescentes enamorados, además de mandarse imágenes eróticas por Internet, se siguen despidiendo con interminables besos, con besos de los de siempre, de los de labios y lengua, en el portal de casa.


Miércoles, 9 de diciembre
ALGUNAS NOCHES

Al dejar de estar enamorados descubrimos que nunca estuvimos enamorados, que solo creíamos estarlo.
            Si solo te has casado una vez, es como si no te hubieras casado ninguna.
            Enamorarse es perder la cabeza y no echarla de menos.
            Solo algunas noches de verano, durmiendo al raso, con las estrellas mirando divertidas cómo me acariciaba la luna, me he sentido el rey del mundo.


Jueves, 10 de diciembre
LA CONSPIRACIÓN

En el vuelo de Munich a Sofía, atando cabos de lo que había oído acá y allá, se me ocurrió de pronto la idea de la conspiración. Quieren hacer de Albert Rivera el nuevo Suárez, eso ya es sabido, pero no que a Pablo Iglesias le corresponde hacer el papel que en la primera transición tuvo Carrillo: domesticar a los que tienen la tentación de irse por las afueras del sistema. Se trata de conseguir que Ciudadanos sea el segundo partido más votado, que el primero no consiga en el Congreso los suficientes apoyos para formar gobierno y que, finalmente, aludiendo a los Bárcenas y a los Eres, subrayando los muchos puntos que tienen en común en la lucha contra la corrupción, Podemos dé sus votos a Rivera para que sea presidente del Gobierno. Una segunda transición, con reforma constitucional que otorgue nuevos poderes al Jefe del Estado. Porque los conspiradores, los que han hinchado el globo de Ciudadanos, han dejado correr el bulo de que cuentan con la simpatía del Jefe del Estado.

            Paranoicas sospechas las mías. El próximo día veinte espero comprobar con alivio que estaba equivocado. Otro Suárez supuestamente manipulable no, por favor. Aunque luego acaben dando su nombre a un aeropuerto.


domingo, 6 de diciembre de 2015

El arte de quedarse solo: Elogios y malentendidos


Viernes, 27 de noviembre
LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN

Me gusta hacer números. Con suerte (con mucha suerte), me quedan veinte años por vivir, veinte libros por escribir, veinte o treinta amigos por perder, tres o cuatro mil libros por leer, tres o cuatro amores eternos por vivir.
            ¿Y después qué? Bueno, la verdad es que el después definitivo no es algo que me inquiete: siempre me ha gustado dormir a pierna suelta, como un tronco, sin incómodos sueños. Es mi deporte favorito, y lo sigo practicando a pesar de la edad.


Sábado, 28 de noviembre
EN EL METRO, CON ELVIRA E HILARIO

Compruebo de nuevo que es cierto. Si uno se deja el teléfono en casa, se siente como si se hubiera olvidado de parte de sí mismo. A mí solo me había ocurrido una vez. Esta de hoy es la segunda. Y estoy en Los Prados, a diez minutos a pie de donde vivo. Pero no volveré a buscarlo. Me dedico a analizar por qué lo echo tanto en falta, si no tengo que llamar a nadie, si no espero que nadie me llame, si puedo responder a las llamadas, si las hubiera, en cuanto vuelva.
            Pero me entretiene, cuando hago un alto en la lectura, o incluso en la escritura de un poema,  mirar el correo, enredar en Facebook, consultar alguna duda que me surge de pronto ("Dios me libre / de inventar cosas cuando estoy cantando", ¿es de Neruda o de Celaya?), fotografiar de inmediato un paisaje o pasaje curioso y enviárselo al amigo al que pueda interesar.
            Como estas líneas en el diario neoyorquino de Elvira Lindo sobre su afición a las fotografías robadas que también podría firmar Hilario Barrero: “A mi me gusta capturar un instante de actividad diaria en la vida de cualquiera, o de ensimismamiento, o de conversación. Una chica que se pinta en el metro, una mujer que lee una carta, una anciana que habla sola. Todos ellos interpretándose con naturalidad a sí mismos, ignorantes de la mirada ajena que los observa, los ama, los admira en ese momento, y aprieta el clic con la mera intención de narrar en imágenes aquellos que con palabras se diluiría. Un diario paralelo a este otro diario que cuenta lo que el escritor ve mientras vagabundea”.
            Me imagino a Elvira Lindo y a Hilario Barrero coincidiendo alguna vez en un vagón del metro, local o exprés, Una señora elegante, de aspecto distraído, un caballero de cierta edad, con aspecto de serio profesor, que fijan la mirada distraídamente en cualquier parte, que sacan el móvil, miran la pantalla con ojos de miope, muy concentrados, con el gesto de quien no ve bien un mensaje que le acaban de mandar, sacan una foto de esa mujercilla frágil que lleva una rosa blanca en la mano, como en el poema de Juan Ramón, o de ese mocetón, un dios helénico recién salido de un salón de tatuaje, que escucha música y marca el ritmo con el pie. Y luego guardan el móvil y siguen aparentemente abstraídos en sus preocupaciones, en realidad atentos a todos los prodigios y los inesperados azares de la cotidianidad.


Domingo, 29 de noviembre
BAGATELAS DE OTOÑO

La sensación de estar sujeto con hilos fragilísimos a los demás y que esos hilos pueden romperse en cualquier momento.
            Esos amigos que uno va dejando atrás ¿alguna vez fueron verdaderos amigos? Lo fueron, pero no de ti sino del que ellos creían que tú eras.
            Dudé mucho entre un camino y otro, pero ahora tengo la sospecha de que cualquiera me habría llevado a este mismo lugar.
            En las fotografías, envejezco más lentamente que en la realidad. Por eso me gustan tanto.
            Vivir veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año parece demasiado. Menos mal que no padezco de insomnio y así todos los días me libro de algunas horas, pero deberíamos poder también saltar algunas semanas, algunos meses.


Lunes, 30 de noviembre
UN ANIVERSARIO

Hace ochenta años que murió Fernando Pessoa, hace treinta años que participé yo en un congreso en Lisboa con motivo del medio siglo de su muerte. Allí estaba su hermana, a quien tuve ocasión de saludar, lo mismo que al presidente de la república, Ramalho Eanes, el hombre tranquilo que había reconducido la revolución. Muchos amigos de Pessoa aún vivían. También Joao Gaspar Simoes, su primer biógrafo, con el que la familia se había enfadado por publicar una fotografía (enviada por Pessoa a Ophelia) en la que se veía bebiendo en una bar, “en flagrante delitro”, según escribió al dorso. Allí conocí a Ángel Crespo, con el que hablé mucho de Eugénio de Andrade, y entreví, o creí entrever, a la propia Ophelia Queirós, la novia dos veces rechazada por el poeta. Me asusta un poco pensar que casi hace ya tantos años de aquel encuentro lisboeta en la fundación Gulbenkian como hacía entonces que murió Pessoa. Qué rápidamente amarillea el tiempo sobre nuestras vidas.


Martes, 1 de diciembre
ELOGIO DEL AMANECER

Nunca he podido soportar en casa un atardecer. Necesito estar fuera, en un lugar muy iluminado, entre la gente. De ahí mi preferencia por los bares ruidosos, los centros comerciales. El silencio me asusta, sobre todo cuando se pone el sol.
            Cómo me gusta, en cambio, ver amanecer. Sobre todo si estoy en una ciudad nueva a la que he llegado tarde en la noche. Cuántas promesas en los rosados dedos de la aurora acariciando las torres y las cúpulas. Como si se inaugurara para mí el mundo.


Miércoles, 2 de diciembre
UN MALENTENDIDO

“¿Mejor esta presentación que la de Madrid?”, me preguntan durante el coloquio en la librería Santa Teresa con motivo de la presentación de Nadie lo diría.
            Creo que Andrés Trapiello, mi presentador de entonces, escribió algo al respecto lleno de indignación. No lo he leído. La verdad es que durante su desahogo madrileño me divertí bastante. En cuando me di cuenta de que no me iba a dejar intervenir, de que iba a consumir él todo el tiempo tratando de trazar un retrato mío poco favorecedor y poco parecido, puse una expresión beatífica y aproveché para improvisar un haiku, que es lo que siempre hago en estos casos.
            Incluso intercambiamos luego corteses e hipócritas correos, yo dándole las gracias, él asegurando que presentarme no había sido ninguna molestia, sino un placer. Lo malo vino después, cuando leyó mi diario en El comercio al domingo siguiente. Repetía ahí la broma que me había dicho un amigo: “La librería Alberti es un sitio demasiado pequeño como para que quepan en él dos egos tan grandes”. No hubo problema: yo me achiqué todo lo que pude para dejar todo el espacio al ego de mi presentador (fingir modestia siempre me ha resultado fácil). Pero también repetía lo que había dicho en la reseña a su versión del Quijote: que una cosa es poner en español actual las partes que le plantean dificultades al lector común y otra no respetar el personal estilo de Cervantes trasladando toda su escritura, sea hoy inteligible o no, al chato español estándar. Leer de nuevo esa obviedad era más de lo que podía soportar. Me escribió una serie de correos indignados en las que me reprochaba incluso que le tratara así después de haber cruzado todo Madrid en taxi para hablar de mí durante casi una hora. Me dieron ganas de pedirle que me indicara el importe del taxi para que se lo abonáramos yo o el editor.
            Ahora pienso que, si no toda, algo de razón tenía al indignarse. La literatura para Andrés Trapiello no es exactamente lo mismo que para mí. Para él, además de un arte, es un negocio, un modo de ganarse la vida. Para mí, además de un intento de sobrevivir, es solo un juego. Quiero decir que el se habla bien o mal de mis libros, o el que no se hable (según la buena costumbre de los suplementos literarios), afecta únicamente a mi vanidad, nunca a mi bolsillo. El dinero que me da la literatura, se lo devuelvo de inmediato a la literatura, y a veces algo acrecentado, ayudando a financiar una revista literaria o la edición de un libro excelente y poco comercial. Nunca un euro que ganara con la literatura ha ido a mi propio bolsillo: sería como cobrarle a una dama (o a un caballero) después de haber pasado una agradable velada juntos. Por eso me resulta tan difícil ponerme en la situación de los verdaderos profesionales de la literatura, donde yo no soy más que un pertinaz intruso.
            Un verdadero profesional ha de saber con quién tiene que llevarse bien y con quien puede pelearse. No se le ocurrirá reseñar negativamente una novela de la coordinadora de Babelia o un libro de poemas de cualquiera de sus críticos habituales. Tampoco la obra de un escritor que publica en el mismo grupo editorial (sobre todo si es el omnipotente Planeta) en que él publica. Y si elogia la obra de un colega espera de él los mismos elogios.
            Esas son las reglas no escritas que todos respetan, salvo algún despistado como yo. Las ofensas a la vanidad son difíciles de perdonar, pero se perdonan; las ofensas al bolsillo son imperdonables.
            Si tienes un restaurante y un amigo come en él, no esperas que luego cuente en su diario, no ya que la comida era un asco, sino ni siquiera que un plato no estaba exactamente en su punto. Y eso es lo que yo me he dedicado a hacer toda la vida. O sea que finalmente comprendo que Andrés Trapiello, que siempre ha hablado bien de mis libros (incluso sin leerlos, le basta hojearlos por encima) y ha editado además maravillosamente algunos de ellos, se enfade cuando pongo reparos a los suyos.
            A mí, en cambio, puede ponerme todos los reparos que quiera. Solo afectarán a mi vanidad, que ya está más que acostumbrada a eso. Lo paso peor cuando se me elogia públicamente, como es habitual en las presentaciones: uno no sabe qué cara poner. Me gusta que se metan conmigo para tener ocasión de replicar, desbaratar los argumentos del contrario, entrar a matar, dar jaque mate. Ese es mi deporte favorito. Cada vez me quedan menos amigos escritores con los que practicarlo.


Jueves, 3 de diciembre
JARDINES DE LA RODRIGA

Las doradas monedas del otoño. Cómo brillan un momento en el aire antes de caer al suelo y perder su brillo para siempre en el invierno de la edad.