Domingo, 21 de septiembre
ELOGIO DEL PERIÓDICO
“¿Cuándo comienza de nuevo su diario?”, me pregunta cada día
algún desconocido que se acerca a mi mesa en la cafetería o me para en la
calle. “Ya ha comenzado, se publica cada semana en mi blog”, contesto. “Digo
que cuándo comienza de verdad, en el periódico; a mí no me va el Facebook ni
cosas de esas”.
Leer el
periódico es una costumbre, una buena costumbre que todavía tiene mucha gente.
Y el aroma del café, el tacto del papel, el rumor de la cafetería, el demorado
cigarrillo, el frescor de la mañana en el parque forman parte de ese
placer.
En estos
prodigiosos tiempos en que vivimos se han multiplicado las maneras en que la
información y la literatura lleguen a los lectores. Pero esas maneras no son
intercambiables, cada uno tiene sus favoritas o su amante exclusiva.
Algunos no
podemos prescindir del periódico nuestro de cada día, que no solo nos trae,
bien ordenadas, las noticias, sino muchas cosas más para satisfacer el capricho
de cada lector. Pocas veces nos dan tanto por tan poco como cuando compramos el
periódico en el quiosco.
Lunes, 22 de septiembre
BREVE HISTORIA
¿Qué distingue al lenguaje humano del lenguaje animal? La
capacidad de chismorrear, la de hablar de cosas que no existen. Leo De animales a dioses, la “breve historia
de la humanidad” que ha escrito Yuval Noah Harari y voy de asombro en asombro,
como quien escucha un cuento fascinante. ¿Cuál fue el mayor descubrimiento del
hombre, el que permitió el avance prodigioso de los últimos siglos? El
descubrimiento de la ignorancia.
Como las
buenas paradojas, las de Yuval Noah Harari despiertan en primer lugar nuestra
incredulidad. ¿El chismorreo nos hace humanos? ¿Disfrutar con Sálvame y otros programas por el estilo
no es entonces un vicio inconfesable? Una abeja puede transmitir a otra
sofisticada información: en qué dirección y a qué distancia se encuentran unas
determinadas flores. Lo que no puede es comentar la vida privada de otra abeja
ni criticar a un zangano. El chismorreo contribuyó a la configuración de los
primeros grupos humanos más allá de la relación del macho con la hembra y de la
hembra, o de ambos, con la prole. Y la posibilidad de hablar de cosas que no
existen –espíritus, dioses, patrias–, la capacidad de inventar cuentos y de
creerse los cuentos que inventaba puso en marcha la historia, nos permitió
llegar a lo que somos hoy.
Hasta el
Renacimiento había ignorantes, pero no había ignorancia en sentido estricto:
todas las preguntas tenían respuesta en algún libro sagrado (o en las obras de
Aristóteles). Dios había revelado a la humanidad cuando la humanidad necesitaba
saber. La ciencia moderna comenzó en el momento en que el hombre se dio cuenta
de que no lo sabía todo, de que nunca llegaría a saberlo todo.
Martes, 23 de septiembre
LOS AMAÑOS DE LA CASTA
Como soy un pesado, de vez en cuando vuelvo sobre el mismo
asunto, para mí incomprensible: “La Universidad no tiene dinero para pagar los
gastos corrientes, como la luz o la calefacción, pero se gasta cientos de miles
de euros al mes para que un numeroso grupo de profesores se quede en su casa en
lugar de dar clases”.
“Eso es
legal, se ha hecho en multitud de empresas”, me responde un admirado poeta y
dirigente de Izquierda Unida.
“Supongo
que tan legal como los sueldos millonarios de los ejecutivos de los bancos en
crisis. Legalidades así justifican a Podemos”.
“¿También
tú estás ahora en Podemos?”, se escandaliza el poeta.
“Me lo
estoy pensando. Ciertas cosas que parecían normales deben dejar de parecernos
normales”.
Miércoles, 24 de septiembre
UN PREMIO DE POESÍA
Tengo una cierta fama de indiscreto, no sé si del todo
inmerecida. Pero yo jamás suelo contar ninguna de las cosas que me cuentan, y
no por qué haya prometido guardar el secreto (mi relación con las promesas se
parece a la de los políticos), sino porque carecen de interés. Han pasado unas
horas y ya me he olvidado de todas las íntimas trivialidades sobre este o aquel
más o menos ilustre poeta que amenizaron mesa y sobremesa durante la concesión
hoy del premio Alarcos.
Entre mis
cinco favoritos (aunque no era mi favorito), estaba el libro que se llevó
finalmente el premio, Saber de grillos.
En mis notas había escrito: “Mejoraría con una selección; brevedad e intensidad
a ratos; en algunos casos, nadería”. Cuando las votaciones dejaron fuera a mi
candidato, ya me daba igual que ganara ese libro o Destilaciones, el otro finalista, del que había apuntado: “Necesita
una buena selección; mejora a medida que avanza; excelente poema el último”. En
el debate entre un libro y otro, leí en voz alta un poema de Saber de grillos, “Vocación de amor”:
“La flor que sin un nombre / estalla en la cuneta / y nos pone perdidos de luz
rara; / el sueño laborioso de la hormiga / que nos encuentra niños,
boquiabiertos. / Todo este desafuero en el que bullen / como carbón los ojos, /
no hace falta decirlo, aunque nos haga / tanta falta que suene”. Luego comenté:
“Parece de un buen discípulo de Vicente Gallego”. Al abrirse la plica resulta
que era de Vicente Gallego. No supe ni alegrarme o no. Parecía un amaño más de
la factoría Visor, pero en este caso perfectamente legal, no como la otra vez
que quisieron darle el premio y yo lo impedí. Ese año, antes de la reunión del
jurado, me llamó Ángel González: “Me ha dicho Luis que entre los
preseleccionados no está un libro de Vicente y que él tiene constancia de que
ese libro se ha presentado; cree que debemos pedir que se añada, y a mí me
parece bien”.
“Pues a mí no, va contra las bases”.
“El jurado
puede añadir cualquier libro, la preselección es solo una ayuda”.
El libro
apareció sobre la mesa; yo me negué a tomarlo en cuenta. La discusión fue
larga.
“Es lo que
se hace siempre –repetía una y otra vez Luis García Montero–, casi ninguno de
los premiados en el Loewe estaba preseleccionado”.
“Claro –le
repliqué yo, teniendo buena prueba de ello–, porque en varias de las ocasiones,
comenzando por cuando ganó Juan Luis Panero, el libro fue presentado fuera de
plazo y no pudo pasar por la preselección”.
Al final, y
gracias a la ayuda del funcionario que hacía de secretario, logré que el libro
no se admitiera. Mis razones: “El jurado puede añadir cualquier libro, pero
para ello ha de seleccionarlo de entre los presentados, no pedirlo directamente.
Todos los concursantes deben ser tratados de la misma manera, no puede tener
preferencia ningún amigo. O los leemos todos o nos fiamos de los
preseleccionadores”.
Esta vez se
han cumplido rigurosamente todos los requisitos legales. Y yo estoy muy contento
del resultado, aunque me parece que Vicente Gallego, uno de los poetas que yo
más admiro, no debería rodar por concursos. “Prestigio no necesita –me responde
García Montero–, se lo aporta él al premio. Pero la crisis no perdona a nadie,
y menos que a nadie a los poetas que no tienen la suerte, como tú y como yo, de
ser funcionarios”.
Jueves, 25 de septiembre
TENORIO VIRTUAL
Sonrío al recordar la afirmación de Manuel Machado: “¿Las
mujeres? Sin ser un Tenorio –eso no–, tengo una que me quiere y otra a la que
quiero yo”.
Mi caso no
sé si es más o menos afortunado. Tengo muchas que me quieren –o eso me dicen en
el Messenger– y ninguna a la que quiera yo.
O casi
ninguna. Pero de estas cosas no habla un caballero.
Viernes, 26 de septiembre
EDIPO Y LOS SOLDADOS
Subo hacia la redacción de La Nueva España para dejarle a la directora, como regalo de
despedida, mi último libro (a partir del domingo comienzo a colaborar en otro
diario), y de pronto me encuentro una calle llena de soldados.
Me distrae
cualquier espectáculo callejero, así que me detengo a ver qué pasa. Se trata de
un homenaje a Luis Noval Ferrao, soldado español muerto el año 1909 en
Marruecos y nacido en esta ciudad, el cabo Noval que da nombre al Regimiento de
Infantería acuartelado en Oviedo.
De sobra sé
lo que hay tras esa historia. Poco antes había ocurrido la Semana Trágica en
Barcelona, los jóvenes españoles de las clases más humildes estaban hartos de
servir de carne de cañón para las ambiciones de los militares africanistas, que
en Marruecos ganaban medallas y hacían lucrativos negocios (en las minas del
Rif tenía acciones el propio Alfonso XIII). Hacía falta crear un mito
patriótico para que siguieran dejándose humillar, maltratar y matar en aquellas
tierras del norte de África.
Capturado
por los rebeldes rifeños, el cabo Noval fue obligado a llevarles hasta la
entrada del campamento español. Los centinelas abren las puertas al reconocerlo,
pero entonces el cabo grita: “Disparad, soldados. Aquí están los moros”. Y él
es el primero en morir en la refriega que se desencadena a continuación.
¿Merecía
ese acto los homenajes que vinieron a continuación, la estatua que se encarga a
Mariano Benlliure y que se coloca en la Plaza de Oriente? Quizá no, pero había
que crear un mito, deslumbrar a los soldados con la gloria que les esperaba si
morían en combate.
Yo sabía de
sobra todo eso y, sin embargo, no puedo dejar de sentirme emocionado al
escuchar el himno de infantería, al contemplar el ritual ballet de las banderas
y los fusiles. El cabo Noval –escucho decir– representa a todos los que dieron
su vida por la patria. Pero a menudo la patria no es más que una patraña
interesada –como ahora nos dicen de Cataluña– para defender intereses
particulares de la casta militar, determinados empresarios, ciertos políticos.
Pero los que murieron, aunque murieran engañados, murieron de verdad por algo
en lo que creían . Por eso yo también les rindo mi homenaje. Y aplaudo al final
a estos soldados, buenos profesionales, que nada tienen que ver con los jóvenes
secuestrados en la mili de mi juventud.
Por la
mañana, aplaudo al ejército español; por la tarde, gracias a los privilegios de
Internet, asisto en directo a la intervención de Jordi Pujol en el parlamento
catalán. Como español que se precia de serlo, nada catalán me es ajeno y soy el
primero en defender el derecho que tienen, en democracia, a decidir su destino.
Pero en seguida dejo de lado mis simpatías políticas, mi indignación ante los
corruptos, sean del partido que sean (y muy especialmente si son del mío) y me
dejo seducir por la fuerza dramática del espectáculo. Pocas veces he asistido a
una obra teatral tan apasionante. A
ratos me daba la impresión de estar asistiendo a una nueva versión de la
tragedia de Edipo, el rey de Tebas que encarga al adivino Tiresias que averigüe
cuál es la causa de los males de su pueblo y descubre que es él mismo. Abandona
el trono, se arranca los ojos y se aleja de la ciudad a mendigar por los
caminos. Jordi Pujol, que lo fue todo, como Edipo; que lo perdió todo, como
Edipo, a causa de un antiguo conflicto con el padre; que él mismo, como Edipo,
buscó su ruina haciendo una confesión que nadie le pedía, tiene a ratos la grandeza
de un personaje trágico (ya lo fue cómico, en alguna farsa de Boadella). Y
tiene, como Edipo, siete hijos. Los siete
contra Tebas se titula la continuación de su historia.
Pero yo hoy
no quiero entrar en política ni en polémicas. No hay día que no nos traiga una
sorpresa, un regalo inesperado. El de este viernes ha sido doble: el desfile
militar y su emoción patriótica; la sesión del parlamento catalán y su emoción
trágica, su aristotélica catarsis. Al final, en un caso y en otro, tenía los
ojos húmedos. De la actualidad se puede decir cualquier cosa, salvo que es
aburrida. No conozco nada más apasionante.