Sábado,
24 de diciembre
LA
VISITA INESPERADA
Estaba en la cafetería Orígenes esperando a
que llegaran Enrique Bueres y Martín Bueres para entregarles el primer y el
último número de la revista Clarín, cuando un antiguo contertulio entra
a saludarme.
—¿Esta
noche no la pasas en Avilés, como de costumbre?
—La
reunión familiar la dejo para mañana.
—Yo
he pasado más de una Nochebuena solo y te aseguro que son las que menos
problemas dan. En una de ellas tuve inesperada compañía. Me acababa yo de
separar de mi primera mujer, a los niños les tocaba pasar con ella la Navidad y
mi estado de ánimo era como puedes figurarte. Varios amigos y familiares me
invitaron a cenar en Nochebuena, pero yo prefería no ver a nadie. Cargué el
maletero del coche con comida y bebida, más bebida que comida, y me fui a la
aldea de Belmonte. Desde que murió mi madre, allí no vivía nadie. Nuestra casa
estaba en bastante buen estado, incluso funcionaba la calefacción, y allí me
metí dispuesto a pasar la noche, y todas las noches que hiciera falta, sin más
compañía que la de algún oso o algún lobo que quisiera venir a
saludarme. Hacía bastante frío, el clima no era como ahora, y cuando salí de
Oviedo se anunciaba una tormenta de nieve. Llegué y me puse a beber, no te lo
aconsejo, beber solo es lo peor que hay, sobre todo si te ha dejado tu mujer y
estás en la casa en que fuiste feliz de niño. Ni siquiera saqué los alimentos
del coche, bebía y bebía y de pronto me acordé de que en algún lugar se
guardaba todavía la escopeta de caza de mi padre. “A lo mejor funciona”, pensé
y me puse a buscarla, no te diré con qué intención. Pero en ese momento me
pareció oír pasos y al poco sonaron unos golpes en la puerta. Fui a abrir,
extrañado. Había allí dos tipos, uno joven y otro de más edad, poco abrigados,
temblando de frío. “¿Podemos pasar?”, dijo uno de ellos. Me hice a un lado,
vieron sobre la mesa la botella y se les encendieron los ojos. “¿Un traguito
para entrar en calor?”, sugerí. A aquel trago siguió otro y otro. “¿No tendrá
algo que comer?”, dijo el más joven. “No hemos probado bocado en todo el día”.
“En el coche hay algo”. Sacaron todo lo que había, que era como para alimentar
un regimiento, y el mayor, que al parecer había trabajado de cocinero, preparó
un festín que ríete tú del festín de Babette. Conoces el cuento de Isak Dinesen,
¿no? Comimos, bebimos, cantamos, fue la mejor Nochebuena de mi vida, como si
Dios —yo no creo en Dios, pero eso no importa— hubiera enviado dos ángeles para
quitarme malas ideas de la cabeza. Uno era cocinero, pero el otro, el más
joven, resulta que sabía griego. Me dijo que había estudiado para cura. Ya
sabes que a mí, desde que tuve como profesor en el Instituto a Escudero, igual
que Almuzara, me interesan mucho la lengua y la filosofía griegas. Había
llevado conmigo un tomo con los diálogos de Platón. Traducimos los dos, mano a
mano y sin diccionario, el pasaje de la muerte de Sócrates. Acabamos llorando
los tres de la emoción y de la borrachera. No se me ocurrió preguntarles
quiénes eran, qué hacían por allí. Qué importa. Fue la mejor Nochebuena de mi
vida, mientras fuera caía la nieve, brillaba la luna y se oía aullar a los
lobos. Me desperté muy tarde al día siguiente y ni rastro de aquellos dos
viajeros. Si no fuera por el montón de botellas vacías y de cacharros sin fregar
pensaría que todo había sido un sueño. Pero
volvieron a llamar.. “Serán ellos que salieron a dar una vuelta”, pensé.
Pero era una pareja de la guardia civil que había recibido aviso de que habían
visto dirigirse hacia el lugar a unos fugitivos de la cárcel de Villabona.
Negué que por allí hubiera pasado nadie. “Avísenos de inmediato si los ve, son
peligrosos”. No volví a verlos, no supe más de ellos. Al parecer eran etarras.
A mí me salvaron la vida.
Domingo,
25 de diciembre
FERRATER
Y YO
La biografía de Gabriel Ferrater escrita por
Jordi Amat me ha llevado a hojear los muchos libros que tengo suyos, casi
todos de notas dispersas, y a releer su poesía, que ha seguido sin interesarme
demasiado, salvo el impactante “In memoriam”.
—Era
un personaje tan brillante como autodestructivo, le digo a un amigo que me
encuentra en uno de los rincones favoritos de mi biblioteca, el McDonald’s de
Los Prados.
—A
ti, en cambio, como no sabes conducir te sobra el auto.
Lunes,
26 de diciembre
ASOMBRO
Y MITO
Sin importarme los muchos peros que le ponen
los entendidos, voy a ver la segunda entrega de Avatar. Extraño un poco
al principio la artificiosidad de las imágenes, como de diorama de feria, en
tres dimensiones. Pero no tardo en dejarme seducir. Cameron nos devuelve a
aquel tiempo en que los mitos eran de verdad mitos y no materia de estudio. Me
dejo llevar por ese mundo otro, como los oyentes de aquellos bardos que iban
por los pueblos de Grecia recitando de memoria los versos de Homero, que aún no
habían sido escritos. Las magias, las astucias, los asombros de la Odisea están
aquí (y las hazañas bélicas de la Iliada en el combate final).
Olvidamos que esos venerados hexámetros, que hacen la delicia de los filólogos, antes de ser materia erudita, fueron luz y color, una explosión de maravillas en la mente virgen de los primeros oyentes. Como ellos, no racionalizo, no me pongo a cuestionar si el mensaje ecologista es demasiado simple, si el canto a la familia o el papel de la mujer demasiado tradicionales. Soy como un niño (“sois como niños” decían los egipcios de los griegos), abro los ojos asombrados tras las negras gafas y dejo deslizarse las tres horas como un sueño feliz.
Miércoles,
28 de diciembre
LO QUE
QUEDA DE AZÚA
“¿Qué te ha hecho Félix de Azúa? —me
preguntan de vez en cuando—. Le tomas por un muñeco de feria, siempre parece
que estás jugando con él al pin pan pun”.
No
me ha hecho nada la verdad, e incluso he leído con admiración y provecho algunas
de sus páginas ensayísticas. Pero el comentarista político es otra cosa. A su
lado, incluso Savater es un modelo de finura dialéctica. Ayer dio una
conferencia sobre estética en el Museo de Bellas Artes. Hoy le entrevistan en el
periódico. No dudo yo, faltaría más, de que en la conferencia dijera cosas de
interés sobre una materia que ha enseñado en la universidad durante treinta
años (aunque seguro que no se privaría de soltar perlas contra Podemos), pero
en la entrevista solo habla de sus obsesiones políticas.
“Ellos
aseguran que ahora Cataluña está mejor que antes de que llegasen al gobierno.
¿Usted cómo lo ve?”, pregunta el periodista.
Y
atención, mucha atención, que esto es lo que responde literalmente Azúa, no lo
invento yo para caricaturizarle: “Eso es como decir que el Congo está mejor
ahora que en tiempos de Leopoldo de Bélgica. Hombre, un poco mejor sí que
están, porque no se comen crudos a los misioneros. Pero es el mismo país: un
país totalitario. No tiene vuelta de hoja”. ¡La barbarie del Congo belga, una
explotación privada del rey, donde se esclavizaba, masacraba a la población
indígena, donde se exterminaban aldeas enteras, donde se cortaban las manos
como castigo; la barbarie que Conrad refleja en El corazón de las tinieblas,
uno de los mayores atentados contra la humanidad que ha habido nunca, reducida
a que “los negros se comían crudos a los misioneros”, como en la peor
literatura racista!
Azúa,
Azúa, no sé yo si el independentismo es bueno o malo para Cataluña; lo que sí
sé es que para tu inteligencia y sensibilidad moral ha sido como un arma de
destrucción masiva.
Jueves,
29 de diciembre
UN
TESORO
“Yo creo que el premio se lo deben dar a un
hombre, que ya está bien… Ya es hora de que los hombres nos emancipemos”. Este
es el deseo de los participantes en el premio Café Gijón, pero la mayoría
afirma —como
viene siendo costumbre en los premios importantes— que será para una mujer.
Leo
un tomo de El Español, que compré por cuatro euros en la librería Don
Quijote. Es de 1954, pero por las quejas de que las mujeres van copándolo todo
en el mundo literario y los artículos contra Rusia parece escrito ahora mismo.
Yo me salto la rusofobia y la francofilia y disfruto con todo lo demás. Las
entrevistas a Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Carmen Laforet, los
estrenos de López Rubio y Buero Vallejo, el relato de Aldecoa, el anecdotario
de Eugenio d’Ors y Cela, los escándalos de espionaje, la crónica de grandes
crímenes en Francia o Alemania.
A
Ana María Matute la corrige continuamente su marido. “¿Y por qué un muñeco se
llama Andrea?”, le preguntan. Ella: “Pues yo que sé; porque sí”. Y él: “El
artista es libre incluso para ponerle a sus muñecos los nombres que le da la
gana”. Luego le preguntan por otros novelistas, además de Baroja, al que
admira, y Mercedes Formica, de la que se siente muy afín, y responde: “Prefiero
no hablar”. Su marido sí lo hace, poniendo en solfa a los autores más conocidos:
“su voz, que parece bajar directamente del Sinaí después de una tormenta. Va sirviendo
de música de fondo al murmullo como de agua de manantial de la voz de Ana María”.
Toda la historia de ese matrimonio —del que la novelista tuvo que escapar
dejando atrás a su hijo— está ya en esta entrevista.
Sonreímos
cuando Cela, exitoso conferenciante en Londres, presume de ser el único
escritor español que no ha recibido ni aceptará jamás ningún premio.
Juan Aparicio sería nuestro Goebbels, según
dicen, pero la verdad es que en las revistas que él dirigió o promovió a la
literatura —y especialmente a la nueva literatura— se le dedicaba una atención
que no ha vuelto a recibir nunca más.
Viernes,
30 de diciembre
ME
PARECE QUE NO
Envejezco por fuera, como todo el mundo,
aunque sin prisa ninguna, pero por dentro me parece que no. Quizá solo sea una
ilusión mía