sábado, 31 de diciembre de 2022

En la retaguardia: Todavía aprendo

  

Sábado, 24 de diciembre
LA VISITA INESPERADA

Estaba en la cafetería Orígenes esperando a que llegaran Enrique Bueres y Martín Bueres para entregarles el primer y el último número de la revista Clarín, cuando un antiguo contertulio entra a saludarme.

            —¿Esta noche no la pasas en Avilés, como de costumbre?

            —La reunión familiar la dejo para mañana.

            —Yo he pasado más de una Nochebuena solo y te aseguro que son las que menos problemas dan. En una de ellas tuve inesperada compañía. Me acababa yo de separar de mi primera mujer, a los niños les tocaba pasar con ella la Navidad y mi estado de ánimo era como puedes figurarte. Varios amigos y familiares me invitaron a cenar en Nochebuena, pero yo prefería no ver a nadie. Cargué el maletero del coche con comida y bebida, más bebida que comida, y me fui a la aldea de Belmonte. Desde que murió mi madre, allí no vivía nadie. Nuestra casa estaba en bastante buen estado, incluso funcionaba la calefacción, y allí me metí dispuesto a pasar la noche, y todas las noches que hiciera falta, sin más compañía que la de algún oso o algún lobo que quisiera venir a saludarme. Hacía bastante frío, el clima no era como ahora, y cuando salí de Oviedo se anunciaba una tormenta de nieve. Llegué y me puse a beber, no te lo aconsejo, beber solo es lo peor que hay, sobre todo si te ha dejado tu mujer y estás en la casa en que fuiste feliz de niño. Ni siquiera saqué los alimentos del coche, bebía y bebía y de pronto me acordé de que en algún lugar se guardaba todavía la escopeta de caza de mi padre. “A lo mejor funciona”, pensé y me puse a buscarla, no te diré con qué intención. Pero en ese momento me pareció oír pasos y al poco sonaron unos golpes en la puerta. Fui a abrir, extrañado. Había allí dos tipos, uno joven y otro de más edad, poco abrigados, temblando de frío. “¿Podemos pasar?”, dijo uno de ellos. Me hice a un lado, vieron sobre la mesa la botella y se les encendieron los ojos. “¿Un traguito para entrar en calor?”, sugerí. A aquel trago siguió otro y otro. “¿No tendrá algo que comer?”, dijo el más joven. “No hemos probado bocado en todo el día”. “En el coche hay algo”. Sacaron todo lo que había, que era como para alimentar un regimiento, y el mayor, que al parecer había trabajado de cocinero, preparó un festín que ríete tú del festín de Babette. Conoces el cuento de Isak Dinesen, ¿no? Comimos, bebimos, cantamos, fue la mejor Nochebuena de mi vida, como si Dios —yo no creo en Dios, pero eso no importa— hubiera enviado dos ángeles para quitarme malas ideas de la cabeza. Uno era cocinero, pero el otro, el más joven, resulta que sabía griego. Me dijo que había estudiado para cura. Ya sabes que a mí, desde que tuve como profesor en el Instituto a Escudero, igual que Almuzara, me interesan mucho la lengua y la filosofía griegas. Había llevado conmigo un tomo con los diálogos de Platón. Traducimos los dos, mano a mano y sin diccionario, el pasaje de la muerte de Sócrates. Acabamos llorando los tres de la emoción y de la borrachera. No se me ocurrió preguntarles quiénes eran, qué hacían por allí. Qué importa. Fue la mejor Nochebuena de mi vida, mientras fuera caía la nieve, brillaba la luna y se oía aullar a los lobos. Me desperté muy tarde al día siguiente y ni rastro de aquellos dos viajeros. Si no fuera por el montón de botellas vacías y de cacharros sin fregar pensaría que todo había sido un sueño. Pero  volvieron a llamar.. “Serán ellos que salieron a dar una vuelta”, pensé. Pero era una pareja de la guardia civil que había recibido aviso de que habían visto dirigirse hacia el lugar a unos fugitivos de la cárcel de Villabona. Negué que por allí hubiera pasado nadie. “Avísenos de inmediato si los ve, son peligrosos”. No volví a verlos, no supe más de ellos. Al parecer eran etarras. A mí me salvaron la vida.

Domingo, 25 de diciembre
FERRATER Y YO

La biografía de Gabriel Ferrater escrita por Jordi Amat me ha llevado a hojear los muchos libros que tengo suyos, casi todos de notas dispersas, y a releer su poesía, que ha seguido sin interesarme demasiado, salvo el impactante “In memoriam”.

            —Era un personaje tan brillante como autodestructivo, le digo a un amigo que me encuentra en uno de los rincones favoritos de mi biblioteca, el McDonald’s de Los Prados.

            —A ti, en cambio, como no sabes conducir te sobra el auto. 

Lunes, 26 de diciembre
ASOMBRO Y MITO

Sin importarme los muchos peros que le ponen los entendidos, voy a ver la segunda entrega de Avatar. Extraño un poco al principio la artificiosidad de las imágenes, como de diorama de feria, en tres dimensiones. Pero no tardo en dejarme seducir. Cameron nos devuelve a aquel tiempo en que los mitos eran de verdad mitos y no materia de estudio. Me dejo llevar por ese mundo otro, como los oyentes de aquellos bardos que iban por los pueblos de Grecia recitando de memoria los versos de Homero, que aún no habían sido escritos. Las magias, las astucias, los asombros de la Odisea están aquí (y las hazañas bélicas de la Iliada en el combate final).

Olvidamos que esos venerados hexámetros, que hacen la delicia de los filólogos, antes de ser materia erudita, fueron luz y color, una explosión de maravillas en la mente virgen de los primeros oyentes. Como ellos, no racionalizo, no me pongo a cuestionar si el mensaje ecologista es demasiado simple, si el canto a la familia o el papel de la mujer demasiado tradicionales. Soy como un niño (“sois como niños” decían los egipcios de los griegos), abro los ojos asombrados tras las negras gafas y dejo deslizarse las tres horas como un sueño feliz.

Miércoles, 28 de diciembre
LO QUE QUEDA DE AZÚA

“¿Qué te ha hecho Félix de Azúa? —me preguntan de vez en cuando—. Le tomas por un muñeco de feria, siempre parece que estás jugando con él al pin pan pun”.

            No me ha hecho nada la verdad, e incluso he leído con admiración y provecho algunas de sus páginas ensayísticas. Pero el comentarista político es otra cosa. A su lado, incluso Savater es un modelo de finura dialéctica. Ayer dio una conferencia sobre estética en el Museo de Bellas Artes. Hoy le entrevistan en el periódico. No dudo yo, faltaría más, de que en la conferencia dijera cosas de interés sobre una materia que ha enseñado en la universidad durante treinta años (aunque seguro que no se privaría de soltar perlas contra Podemos), pero en la entrevista solo habla de sus obsesiones políticas.

            “Ellos aseguran que ahora Cataluña está mejor que antes de que llegasen al gobierno. ¿Usted cómo lo ve?”, pregunta el periodista.

            Y atención, mucha atención, que esto es lo que responde literalmente Azúa, no lo invento yo para caricaturizarle: “Eso es como decir que el Congo está mejor ahora que en tiempos de Leopoldo de Bélgica. Hombre, un poco mejor sí que están, porque no se comen crudos a los misioneros. Pero es el mismo país: un país totalitario. No tiene vuelta de hoja”. ¡La barbarie del Congo belga, una explotación privada del rey, donde se esclavizaba, masacraba a la población indígena, donde se exterminaban aldeas enteras, donde se cortaban las manos como castigo; la barbarie que Conrad refleja en El corazón de las tinieblas, uno de los mayores atentados contra la humanidad que ha habido nunca, reducida a que “los negros se comían crudos a los misioneros”, como en la peor literatura racista!

            Azúa, Azúa, no sé yo si el independentismo es bueno o malo para Cataluña; lo que sí sé es que para tu inteligencia y sensibilidad moral ha sido como un arma de destrucción masiva.

Jueves, 29 de diciembre
UN TESORO

“Yo creo que el premio se lo deben dar a un hombre, que ya está bien… Ya es hora de que los hombres nos emancipemos”. Este es el deseo de los participantes en el premio Café Gijón, pero la mayoría afirma —como viene siendo costumbre en los premios importantes— que será para una mujer.

            Leo un tomo de El Español, que compré por cuatro euros en la librería Don Quijote. Es de 1954, pero por las quejas de que las mujeres van copándolo todo en el mundo literario y los artículos contra Rusia parece escrito ahora mismo. Yo me salto la rusofobia y la francofilia y disfruto con todo lo demás. Las entrevistas a Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Carmen Laforet, los estrenos de López Rubio y Buero Vallejo, el relato de Aldecoa, el anecdotario de Eugenio d’Ors y Cela, los escándalos de espionaje, la crónica de grandes crímenes en Francia o Alemania.

            A Ana María Matute la corrige continuamente su marido. “¿Y por qué un muñeco se llama Andrea?”, le preguntan. Ella: “Pues yo que sé; porque sí”. Y él: “El artista es libre incluso para ponerle a sus muñecos los nombres que le da la gana”. Luego le preguntan por otros novelistas, además de Baroja, al que admira, y Mercedes Formica, de la que se siente muy afín, y responde: “Prefiero no hablar”. Su marido sí lo hace, poniendo en solfa a los autores más conocidos: “su voz, que parece bajar directamente del Sinaí después de una tormenta. Va sirviendo de música de fondo al murmullo como de agua de manantial de la voz de Ana María”. Toda la historia de ese matrimonio —del que la novelista tuvo que escapar dejando atrás a su hijo— está ya en esta entrevista.

            Sonreímos cuando Cela, exitoso conferenciante en Londres, presume de ser el único escritor español que no ha recibido ni aceptará jamás ningún premio.

Juan Aparicio sería nuestro Goebbels, según dicen, pero la verdad es que en las revistas que él dirigió o promovió a la literatura —y especialmente a la nueva literatura— se le dedicaba una atención que no ha vuelto a recibir nunca más.

Viernes, 30 de diciembre
ME PARECE QUE NO

Envejezco por fuera, como todo el mundo, aunque sin prisa ninguna, pero por dentro me parece que no. Quizá solo sea una ilusión mía


 

sábado, 24 de diciembre de 2022

En la retaguardia: No acaba aquí la historia

 

Sábado, 17 de diciembre
MEJOR ASÍ

—Qué sabrás tú de la vida en pareja si nunca has convivido con nadie más que tres o cuatro días.

            —Hombre, tampoco hay que exagerar —bromeo yo—, algunas veces hasta casi una semana.

            La verdad es que me gusta pontificar sobre cualquier asunto, especialmente sobre los que no soy demasiado experto. Pero de las parejas algo sé: me he pasado la vida observándolas —en el buen sentido de la palabra— y las novelas y los versos apenas hablan de otra cosa.

            Siempre he tenido un poco de envidia de mis amigos felizmente casados. ¿Quién no ha deseado alguna vez cambiar libertad por seguridad? Yo, muy a menudo. Que alguien decida por mí, que me diga en cada momento lo que tengo que hacer, que se ocupe de toda la intendencia. La esclavitud voluntaria puede ser uno de los mejores estados del hombre. Lo que me gustaría menos es que siguiera decidiendo después de muerto sobre mi obra literaria. “Ese libro no se reedita porque a mí no me da la gana”, “Que me pida disculpas Sabina si quieren darle el nombre de Ángel González a un premio literario”. Pero para evitar eso ya he tomado precauciones: todo lo que yo escribo es, desde el momento en que se publica, de dominio público, como si lo hubiera escrito Garcilaso, Cervantes o Antonio Machado.

            Perder la voluntad por amor parece un estado casi místico. Aquellas palabras de “hágase en mí según tu voluntad”, ¿no son un ejemplo a seguir?

            No por mí, ciertamente. La verdad es que la envidia de esos felices borreguitos llevados de la mano de su dueño me dura poco. Si yo viviera en pareja, me temo que sería siempre el que lleva de la mano, no el que se deja llevar.

            —Parece que no concibes otra relación entre dos personas que la de amo y esclavo.

            —Tampoco hay que exagerar, digamos que no concibo una relación en la que uno de los dos no lleve la voz cantante. Y me costaría bastante dejar que la llevara otro. Así que mejor así. Cada uno en su casa y la libertad en la de todos

 

Domingo, 18 de diciembre
DE LA VIDA LITERARIA

Por muy conocido que sea un escritor, siempre son muchos más los que no le conocen.

            La fama ya no es lo que era.

            Son muy endebles las fronteras entre la admiración y el acoso.

            Para ser un triunfador, basta con creerse un triunfador.

            Si escribes y publicas lo que quieres, ¿qué más quieres?

            Ser apreciado por quien aprecias, ese es el mayor premio.

            No todos los fracasos son inmerecidos.

            Qué tranquilidad da saber que un día seremos olvidados por completo.

            Antes de publicar un nuevo libro, deja un poco de tiempo para que sea leído el anterior.

            Me arrepiento de algunas de las cosas que he escrito y de muchas de las que he leído.

Lunes, 19 de diciembre
FINAL

Pocas veces un hecho tan dramático se ha contado con menos énfasis. Leo Vencer el miedo, de Jordi Amat, una biografía de Gabriel Ferrater con pocas concesiones a la novelización, llena de pequeños detalles exactos. Otro autor se extendería en la crónica de esa muerte anunciada que convirtió al autor en mito. A Jordi Amat le basta un párrafo, el último del libro, para dar cuenta de ella y de los hechos triviales que la precedieron: “El jueves 27 come con unos estudiantes en el Mesón. Se quedan allí hasta bien entrada la tarde. Del Mesón a la Rambla de Ribatallada, caminando, hay unos veinte minutos. Sube la escalera hasta el cuarto piso porque el edificio no tiene ascensor. Puede ir a las dos habitaciones con luz exterior y balconcillo. Al comedor que hace de sala de estar o al dormitorio. También puede ir al estudio donde tiene estantes con pocos libros y el escritorio que le regaló José María Valverde. Allí tiene todos sus papeles. No puede encender la televisión porque no tiene. No puede llamar a nadie porque no tiene teléfono. No hay que alargarlo más. Se hunde. Ha perdido el miedo a la sombra espesa. Ha leído que este método es rápido. Incluso lo ha comentado alguna vez. Quizás bebe. Quizás toma las pastillas para dormir. Se pone la bolsa en la cabeza, la ata con una cinta. Se asfixia”.

Martes, 20 de diciembre
SORPRESA, SORPRESA

Comentamos en la tertulia virtual una revista joven de poesía que acaba de aparecer, Centauros, de gusto un tanto continuista. Los nuevos poetas se agrupan bajo tres maestros, a los que piden colaboración. Nos acompaña uno de los directores, Alejando Bellido, y yo aprovecho para someterle al tercer grado, según es práctica habitual.

            —¿Te parece que esos viejos poetas de los setenta han envejecido bien? ¿No crees que siguen dando a la manivela para engordar una obra que hace tiempo que ha dejado de crecer? Se salva quizá Miguel d’Ors porque es un buen artesano y siempre sabe aliñar la emoción del poema con un toque de ingenio y cuidar el detalle expresivo. Pero Villena… Sin comentarios. Y Luis Alberto de Cuenca con su cansina versiprosa erudita: “Heródoto nos cuenta cómo el revestimiento exterior de las grandes pirámides de Guiza, lo mismo que los célebres colosos de Memnón, se encontraban entonces cubiertos de graffiti, pintados por los griegos que viajaban a Egipto en busca de respuestas que los grandes filósofos de Grecia no sabían dar a sus compatriotas” . Inverosímil la anécdota, por otra parte. ¿Cómo va a hacer alguien un graffiti —él, tan puntilloso, escribe graffito— de más de veinte “perfectos hexámetros” en la pierna de uno de los Colosos de Memnón?

            Sigo triturando el poema —“La trituradora” se titula una de las secciones de la tertulia— y el bueno de Alejandro, que no quiere quedar a mal con nadie, acaba dándome la razón.

            —Bueno, sí, no es uno de los mejores poemas de Luis Alberto. En su último libro, y en los anteriores, hay poemas que son poca cosa, como un simple apunte. También me ocurrió con el último de Sánchez Rosillo. Yo creo que lo mejor de estos autores está en lo que escribieron entre los treinta y los cincuenta años, después se repiten y decaen.

            Y entonces aparece una nueva ventana en la pantalla del ordenador en la que se lee el nombre del recién incorporado: “Luis Alberto de Cuenca”. Está en negro, no tiene conectado el micrófono, pero en el chat escribe: “Me has decepcionado, Alejandro”.

            El joven poeta palidece. La voz del fantasma de Hamlet no le habría provocado otra conmoción mayor.

Miércoles, 21 de diciembre
CANTO Y CUENTO

Escucho a Amancio Prada en el Campoamor —dos horas y media sin que él ni el público se cansara— y las canciones unas me gustan más y otras algo menos (mejor el humor de Chicho Sánchez Ferlosio que la melopea del becqueriano “qué solos se quedan los muertos”), pero los intermedios narrativos me fascinan siempre. Canta bien, pero cuenta mejor. Y cómo domina el arte del silencio.


Jueves, 22 de diciembre
NUNCA DIGAS NUNCA JAMÁS

Nunca digas nunca jamás. Después de que pasara lo que pasó, los negros días de la dictadura pseudosanitaria, juré y perjuré que nunca más volvería a votar a Pedro Sánchez ni a ninguno de los políticos que tuvieron responsabilidad en aquel desaguisado. Pero ahora me lo estoy pensando. ¡Viva Bolívar!

            Me llega la nueva edición de Parva memoria, un sabio y experimentado libro de Francisco Pérez de los Cobos: “El hombre no soporta que Dios le trate como a cualquier otra criatura”. En la escueta nota biográfica se dice que ha sido “magistrado y presidente del Tribunal Constitucional”. Al paso que vamos, y como ese tribunal siga haciendo de las suyas, quienes han formado parte de él tendrán que ocultarlo como un desdoro.

Viernes, 23 de diciembre
A LO QUE NO ME ACOSTUMBRO

No me molesta que los demás no sean perfectos; a lo que no me acabo de acostumbrar es a no serlo yo.


viernes, 16 de diciembre de 2022

En la retaguardia: Destino manifiesto

  

Jueves, 8 de diciembre
OLIVO Y LUNA

El azar es el mejor guía, como dijo Paul Morand y a mí me gusta repetir. Salgo del hotel y lo primero que me encuentro es un olivo que parece una caricatura de olivo: bajo y rechoncho, con un corto ramaje como crespa cabellera. Me acerco y en una placa leo su edad: unos ochocientos años. Ya estaba aquí en el siglo XIII, cuando los bárbaros de la Cuarta Cruzada arrasaron, saquearon Constantinopla y crearon el Imperio Latino. Y, por supuesto, fue testigo de los hechos aciagos de aquellos días de mayo de 1453, cuando un eclipse de luna anunció la caída de una ciudad que había durado más de mil años y resistido docenas de asedios. Miro a mi derecha: ahí están las murallas que la defendieron, las murallas de Teodosio, un prodigio de arquitectura militar, con sus tres anillos y sus altas torres. Por aquí, o muy cerca de aquí, entraron los otomanos, siguiendo el cauce del río Lycus. Y aquí, o muy cerca de aquí, murió luchando bravamente Constantino XI, el último emperador (otros, en cambio, dicen que lo mataron cerca del Cuerno de Oro, cuando buscaba un navío para huir). Cuánto podría contarme este olivo de aquellos días. A la memoria me vienen las palabras de uno de los últimos defensores, según las recuerda Juan Luis Panero: “Escucho griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías, eructos de borrachos. Aún podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Pero ahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin. Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos, humo pestilente. En la hoja, con gotas de sangre, de un afilado alfanje, miro, tercamente, por última vez, el rostro de este pobre pecador abandonado”.

Sobre las murallas, una media luna en la roja bandera y otra, rodeada de estrellas, en el alto cielo.

Viernes, 9 de diciembre
ESE OTRO LIBRO

Paso la mañana en Kadiköy, frente al mar de Mármara. Antes he cruzado en metro hasta la zona asiática de Estambul. Siento una emoción casi infantil en este paso de Europa a Asia, aunque en este punto no haya diferencias entre una y otra. Desde la terraza del Starbucks, diviso las siluetas de la Mezquita Azul y de santa Sofía y, abajo, el ir y venir de la gente en este cruce de calles, junto al puerto. A un lado, el monumento a un Atatürk convertido en profesor que, ante una pizarra, enseña el nuevo alfabeto. Muy cerca, bajo los porches, se suceden las librerías de viejo. Hay un hondo pasaje que me atrae especialmente. Me pasaría en él la mañana descubriendo maravillas. Si supiera turco, claro, porque apenas hay títulos en un idioma que me resulte familiar. Pero temo que son solo nostalgias de otro tiempo. Ya, cuando viajo, apenas compro libros (nunca he sido coleccionista). Ahora —si estoy lejos de casa— prefiero trastear por la biblioteca de la memoria y leer el libro de la naturaleza y el de las calles y las gentes.

Sábado, 10 de diciembre
LA RELIGIÓN VERDADERA

Tras recorrer el Gran Bazar y el pequeño bazar de los libros, otro paraíso vedado para mí como el de Kadiköy, me descalzo y entro en la mezquita cercana. Hay unos pocos fieles meditando al fondo y soy el único infiel curioso. Trato de no pensar en nada, de dejarme acariciar por esta paz. Pero me fijo en un estante con folletos que se ofrecen gratis a los visitantes. Se trata de una Breve guía ilustrada para entender el islam en varios idiomas. Hojeo la versión española y lo primero que me encuentro es un dicho de Mahoma: “Los creyentes con la mejor fe son aquellos con mejor carácter. Y los mejores de entre ellos son aquellos que mejor tratan a sus esposas”. Luego doy con un cuentecillo: “Un hombre que caminaba por un sendero se sintió muy sediento. Al llegar a un pozo, descendió por él. Bebió hasta saciarse y después salió. Entonces vio a un perro con la lengua colgando y jadeante, tratando de lamer el barro para saciar su sed. El hombre se dijo: Este perro está sintiendo la misma sed que yo sentía. Entonces volvió a descender al pozo, llenó su zapato con agua y ascendió para dárselo al can. Dios mismo se lo agradeció. Alguien le preguntó al profeta: ¿Acaso somos recompensados por tener bondad con los animales? Y él respondió: Existe recompensa para quien tiene benevolencia hacia cualquier criatura viviente”. Y me explico entonces que esta ciudad esté llena de perros y gatos callejeros (yo soy especialmente amigo de los segundos).

            Pero luego leo el folleto completo y veo que dedica la mayor parte de sus páginas a demostrar “científicamente” que el Corán es verdadera palabra de Dios. Y lo hace con una ingenuidad candorosa, como los Testigos de Jehová cuando explican la verdad de la Biblia.

            Yo creo que todas las religiones —respuestas a preguntas que no tienen respuesta— son verdaderas si nos ayudan a ser mejores, y falsas en caso contrario.  

Domingo, 11 de diciembre
LA PEOR PESADILLA

El sultán que tomó Constantinopla, animó a sus soldados prometiéndoles tres días en que podrían saquear libremente. Pero hubo saqueos peores, antes y después, aunque alguno piadosamente quiera ser borrado de la memoria. Paseo por la calle Istiklal, la antigua Grand Rue de Pera, entro en el rincón veneciano que preside la iglesia de San Antonio de Padua, tan semejante a Madonna dell’Orto, con su estatua a Juan XXIII, “amigo del pueblo turco”, y de pronto, al salir, en una rara alucinación, veo la calzada llena de objetos —lavadoras, vajillas, juguetes, muebles— destrozados minuciosamente. En septiembre de 1955, cuando los ingleses abandonaron Chipre y Grecia quería anexionarse la isla, hubo un supuesto atentado contra la casa en que había nacido Atatürk en Salónica. Los periódicos alentaron el afán de venganza y durante dos días ningún no musulmán —pero especialmente los rumíes, los descendientes de la antigua población bizantina— pudo tener su vida segura. Lo cuenta Orhan Pamuk, en su libro sobre la ciudad, que he estado releyendo estos días: “Mucho más tarde se supo que para poner en marcha a aquellos asaltantes que aterrorizaron la ciudad y que convirtieron Estambul en un sitio más infernal que la peor pesadilla orientalista de los cristianos y los occidentales en general, miembros de ciertas organizaciones apoyadas por el Estado les habían dicho que podían saquear con entera libertad”.

Lunes, 12 de diciembre
VIEJOS VERSOS

En 1972 publiqué mi primer libro, Marineros perdidos en los puertos, del que pronto me arrepentí, y que no he vuelto a releer. Sin embargo, cuando asoman en una de las orillas las torres del castillo de Rumeli, construido por el sultán Mehmed para facilitar la toma de Constantinopla, me vieneN a la memoria algunos de sus versos: “Vivir en un castillo junto al Bósforo, / viendo pasar los barcos y la historia”. Los barcos siguen yendo y viniendo como en aquel poema de hace medio siglo, y la historia sigue pasando por aquí.

Martes, 13 de diciembre
NO, GRACIAS

Vuelvo a casa y me encuentro con que José María Mohedano —un veterano comunista, luego socialista— me envía un manifiesto para evitar de nuevo que se rompa España. “Antes roja que rota”, leí en un cartel falangista de los años setenta. “Antes facha que rota”, gritan hoy antiguos adalides de la izquierda. Pues lo siento mucho pero para mí, si se rompe España, es como si se rompe la comunidad castellanoleonesa. Si los leoneses se alzan en armas contra Valladolid y crean una comunidad propia por la fuerza, me parecería mal. Si votan a partidos que desean esa separación y esta se logra por decisión libre de los ciudadanos, me parecería muy bien. Si los catalanes crean un ejército clandestino, como en Argelia, y buscan la independencia por la fuerza de las armas, entonces sí tendríamos un gravísimo problema, pero si deciden votar a partidos independentistas y estos alcanzan una mayoría suficiente, lo que hay que hacer es negociar con ellos, lo mismo que Castilla con León, para que ninguna de las partes salga perjudicada. ¿Que España no es una artificiosa comunidad autónoma, sino otra cosa, una unidad de destino en lo universal, con unas inmutables fronteras trazadas por el dedo de Dios al comienzo de los tiempos? Habrá quien crea en esos cuentos, pero yo hace tiempo que tengo uso de razón. En una democracia son los ciudadanos quienes deciden con sus votos la organización política de su país, los que hacen las constituciones y los que las reforman o las cambian. ¿Encarcelar a los que desean con la sola fuerza de los votos conseguir la independencia? Eso sí que me parece un grave delito, por el momento impune.

Miércoles, 14 de diciembre
LA PROFECÍA

“Cuídate de la gente que quieres, es la que más daño puede hacerte”, me dijo una vez una adivina a la que alargué la mano por broma en una caseta de feria. Y desde entonces su profecía no ha dejado de cumplirse.

 

martes, 6 de diciembre de 2022

En la retaguardia: César, Nazim, Antonio, Vladimiro

 

 

Sábado, 3 de diciembre
POBRE ANDRÉS

Los sábados, de siete a ocho (más o menos, tampoco soy tan maniático: puede ser de siete y cinco a ocho y cinco o incluso seis), paso un rato de felicidad hojeando los suplementos semanales y leyendo algún libro en el McDonald’s de los Prados, frente a las salas de cine. No me molesta estar rodeado de familias con niños, ni siquiera cuando celebran un cumpleaños. El rumor de la vida cotidiana, a mí tan solitario, que vivo en una casa en la que todo es silencio,  me resulta confortable, me abriga como una bufanda una tarde de invierno. Por ese lugar, no acostumbran a pasar amigos, así que no suele haber interrupciones. Hoy me saluda un conocido cuando termino el suplemento de El Mundo. Como lo tengo abierto por la última página, donde va su artículo, me pregunta por Trapiello.

            —¿Cómo van sus relaciones con Trapiello? Ya le leído la rabieta que pilló a propósito de su reseña de Madrid 1945.

            —Pues menos mal que no puede leer el pensamiento, porque si supiera lo que yo he pensado leyendo este artículo, “Pobre Celaya”, me odiaría para siempre.

            —¿Tan malo es?

            —Tan malo. Como escrito dejándose llevar por los prejuicios, pura escritura automática.

            —-La tiene tomada con él. ¿No será un poco de envidia? Trapiello es un escritor de éxito y a usted no parece que le conozca nadie.

            —-Puede ser. Pero leo el primer párrafo y la primera en la frente: “He aquí una prueba de la superioridad de las librerías de viejo sobre las de nuevo: las mejores librerías de nuevo, diciéndose ‘librerías de fondo’ tratan de parecerse a las de viejo, en las que todo es fondo, limo que el Nilo de la literatura ha ido sedimentando en sus lejas”. Puro bla bla bla. Las librerías de viejo no son ni mejores ni peores que las de nuevo, son distintas. Otra cosa es que te gusten más unas que otras. Y ambas pueden ser buenas, o limitarse a ofrecer los libros más promocionados, en el caso de las primeras, o novedades, a veces robadas, a menor precio o saldos que ya no interesan a nadie, en el de las segundas. Eso de que solo en las librerías de viejo puede encontrarse algún prodigio lo dice alguien que probablemente no frecuenta las librerías de nuevo desde la remota adolescencia. Que se dé una vuelta por cualquier buena librería de Madrid (a mí me basta frecuentar Cervantes, aquí en Oviedo) y ya me dirá si no encuentra cada semana más maravillas de las que puede leer en un año, muchas de las cuales, por cierto, son reediciones, mejoradas, de libros que a veces se encuentran en librerías de viejo, o traducciones de obras hasta ahora no publicadas en castellano. En la librerías de nuevo, hay algo más que Pérez Reverte, alegatos feministas y similares. Pero, en fin, todo viene a cuento de que en una librería de viejo, él ha encontrado dos rarezas: Cantata en Aleixandre de Celaya y la separata de un soneto de Blas de Otero publicado en Papeles de Son Armadans. Cita unos versos del soneto y otros de la Cantata en los que se enumeran nombres de poetas admirados y se pregunta qué ha quedado de ellos. Y luego añade, asomando la patita ideológica: “A vueltas siempre con la pólvora, como si no se hubieran resignado a haber perdido la guerra civil en la que habían intervenido. Pobre Celaya, pobre la poesía que escribieron. Nada explica mejor aquel régimen de Franco, triste y frío, que la helada y triste poesía que trató de combatirlo con ‘armas cargadas de futuro’ y ‘tiros únicos’. Y Franco no solo murió en la cama, sino que además los humilló, permitiendo que esos libros se publicaran en la España franquista, haciéndoles famosos con ¡esos! libros”. Horror, horror, Andrés, ¿pero tú crees que en un artículo de periódico cabe todo? Esos textos que a ti te sirven para calificar y descalificar de un plumazo a toda la poesía no franquista y alrededores son un soneto, “Escrito en Formentor”, luego titulado “Coral a Nicolai Vaptzrov”, que se incluyó en el libro En castellano y que no es en absoluto desdeñable, aunque cite a Mao entre los poetas admirados (también Marcela de Juan lo incluyó en su Antología de poesía china junto a Li Po y Tu Fu), los tercetos de un soneto, mejor dicho, y un título muy menor de Celaya. En cualquier librería de nuevo, no te sería difícil encontrar libros de Blas de Otero y de Celaya, buenas antologías o incluso obras completas, que permitirían, después de leerlas, claro, un juicio más ponderado sobre su poesía. Ah, y por cierto, libros de Celaya y de Blas de Otero fueron prohibidos y mutilados por la censura, tardaron en aparecer completos. Y no sé yo si se puede decir que Blas de Otero perdió la guerra civil porque le tocó incorporarse a las tropas de Franco. En fin, qué rica, matizada y llena de sorpresas es la realidad y cómo se empobrece y falsea cuando se mira a través del cristal de una ideología.

            (La verdad es que al conocido que me encontré esta tarde en Los Prados solo le dije “Puede ser”. El resto de la parrafada solo lo pensé.)

Domingo, 4 de diciembre
LOS LÍOS DEL PRESIDENTE

A Ángel de la Calle, director de la Semana Negra de Gijón, que fue quien me encargó e ilustró un remoto libro juvenil, La trama de Argel, le piden unas páginas sobre su biblioteca y él, después de hablar de las tres estanterías en que guarda sus libros seleccionados y de las montañas de volúmenes pasajeros que van llenando todos los rincones de la casa, añade: “Ahora bien, como me dijo un expresidente de Comunidad Autónoma, se puede vivir con veinticinco libros. Mi informante descubrió ese secreto el día en que, al enterarse de su lío con otra señora, la que sería su exmujer le puso la maleta delante de la puerta de casa y le dijo: Largo”.

            No sé por qué, mientras veo la película de Cesc Gay Historias para no contar recuerdo esa historia; podía haber servido de punto de partida para uno de sus burbujeantes, tiernos y a ratos descacharrantes episodios.

Lunes, 5 de diciembre
EN EL FONDO

“Tú en el fondo lo que estás deseando es que en esta guerra gane Rusia, confiésalo”, me dice un amigo. “Yo lo que estoy deseando es que en esta guerra nadie pierda, o solo pierdan el gobierno los que la azuzan, ellos sabrán por qué, desde la retaguardia”.

Martes, 6 de diciembre
AQUEL MITIN

Como soy un poquito obsesivo, sigo dándole vueltas al artículo de Trapiello y a los versos de Otero y Celaya. Lo de que estaban obsesionados con la pólvora y que trataban de liquidar el franquismo con “tiros únicos” es una maldad sin fundamento. Los “tiros únicos”, que en esa cita aislada parecen evocar los tiros de gracia o los atentados terroristas, tienen en el contexto un sentido diferente: “Todos los nombres que llevé en las manos / —César, Nâzim, Antonio, Vladimiro, / Paul, Gabriel, Pablo, Nicolás, Miguel, / Aragón, Rafael y Mao—, humanos / mástiles, fulgen, suenan como un tiro / único, abierto en paz sobre el papel”. Es un tiro “abierto en paz” la palabra de los poetas, amigo Trapiello, algo muy distinto de esa pólvora y esos tiros únicos de gentes obsesionadas por la guerra civil. Por cierto, en esas fechas, segunda mitad de los cincuenta, fueron precisamente los comunistas los primeros en buscar la concordia entre los españoles, pedir amnistía para los de un lado y los del otro, y crear un frente amplio democrático para acabar con la dictadura. Que no lo consiguieran es otra cosa. O que no lo consiguieron entonces, porque eso fue lo que ocurrió en 1978, gracias en buena parte a los comunistas, que los socialistas todavía andaban con la bandera republicana cuando Santiago Carrillo —lo recuerdo bien, estaba yo allí— comenzó a enarbolar la bandera rojigualda entre los abucheos de una parte de los asistentes a aquel mitin en la plaza de toros de Gijón.

Miércoles, 7 de diciembre
ESTO ES LO QUE HAY

Razonaba como una apisonadora: trituraba los errores ajenos y a veces se llevaba por delante al que los sostenía.

            Meter la pata está al alcance de cualquiera; sacarla con elegancia y sin daño al de unos pocos, y me temo que yo no soy uno de ellos.

            La felicidad que se consigue con esfuerzo no sabe tan bien como la que sin motivo se nos regala.

El ingenio vale como aperitivo, pero no se puede utilizar como plato principal de la inteligencia.

            ¿No hay una especialidad médica que se ocupe de los escritores incontinentes?

            Hablaba poco para no tener que arrepentirse de lo que había dicho, pero acababa arrepintiéndose de lo que había callado.

Presumía de inteligencia y era implacable con los amigos y benévolo con los enemigos.

            No había cambiado nada: a los 72 años de su vida pensaba, como a los 22, que lo mejor estaba por venir.