sábado, 3 de diciembre de 2022

En la retaguardia: Por encima del hombro

  

Sábado, 26  de noviembre
NO, PERO SÍ

En las noches de insomnio, a uno le da por pensar que su vida podía haber sido otra, que quizá escogió el camino equivocado, pero al despertar me doy cuenta de que no vale la pena pensar en eso. Escogiera el camino que escogiera, ahora ya estaría en la pista de salida.

            ¿En pareja la soledad es más llevadera? No estoy yo tan seguro. En política, ¿cuánto dura el poder, el máximo poder? Dos o tres legislaturas. La verdad es que añoro las dos cosas, el amor, el dulce amor para dormir al lado, y el poder —el poder político o el poder económico, más importante— para mejorar un poco el mundo, o creer que lo mejoro. Lo primero queda bien decirlo, lo segundo jamás lo confesaría en público, por supuesto.

            En las noches de insomnio, uno piensa cosas raras. “Si nunca te has arrepentido de haberte casado, es que nunca has estado casado”, es una frase que me gusta repetir. Y la frustración de no haber tenido nadie a mis órdenes se compensa con la de no haber tenido nunca que obedecer a nadie, salvo a mí mismo.

            Salgo de casa, luce el sol, olvido las tinieblas de la noche y pienso que mi vida podía haber sido distinta, pero no sé yo si mejor. No ha sido perfecta, ninguna lo es, cuántos tropiezos, cuántos errores, pero también cuántos instantes de felicidad, como este habitual paseo sabatino por el parque de Ferrera, solo y en la mejor compañía.

Domingo, 27 de noviembre
EL MISTERIO DE LA FELICIDAD

Dudo entre entrar a ver As bestas, la aclamada película de Sorogoyen, o la nueva entrega de Puñales por la espalda, que no parece ser más que un divertido juego. Me inclino por la segunda, y no solo porque únicamente estará en las salas de cine una semana (luego pasa a Netflix). No me apetece nada ver un dramón rural, cuyo argumento me trae a la memoria los versos de Antonio Machado: “Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, / capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, / que bajo el tosco sayo esconde un alma fea, / esclava de los siete pecados capitales”. Prefiero volver al pasmo de la adolescencia con El misterio de Glass Onion, que lo que me trae a la memoria son las buenas horas de la adolescencia que pasé siguiendo las andanzas de Sherlock o Poirot. Es solo un juguete, ya lo sé, pero qué fascinante esa isla griega, ese solitario todopoderoso que ha de comprar a sus amigos, el detective todo ridiculez e inteligencia, el truco de contar la misma historia dos veces, las continuas parodias de la pretenciosa cultureta… En el cine, lo siento mucho, no me interesa nada que sea deprimente y aburrido, aunque se trate de aclamadas obras maestras. Voy al cine como de niño iba al circo, para pasar un rato feliz y fuera del mundo de todos los días.  

Lunes, 28 de noviembre
SIEMPRE OCURRE LO INESPERADO

La última vez que comimos juntos en el Atrio, por donde suelo pasar todos los sábados, le dije a Eugenio Bueno: “Tienes que cuidarte mucho porque los amigos de Jueves Literarios van desapareciendo uno tras otro, y por estricto orden cronológico. Primero fue José Manuel Feito, del 34; luego, Marian Suárez, del 40. Tú naciste en el 42 y después vengo yo”. Eso era unos días antes de la complicada operación que le esperaba. La operación fue un éxito y el Centro Médico así lo proclamó en sus redes sociales; era la primera vez que no sé qué nueva técnica se aplicaba en España. La operación fue un éxito, ciertamente, pero hoy, cuando menos lo esperaban, me comunican que Eugenio Bueno ha muerto. Recuerdo la broma con una sonrisa triste. No me da ningún miedo quedarme al borde del precipicio (todos lo estamos, y no importa la edad), sino este golpetazo brutal al que no terminamos de acostumbrarnos, aunque cada vez se repita con más frecuencia. Luego vendrá el consuelo de que, a los ochenta años, no es muy grato lo que nos espera y mejor decir adiós con la cabeza clara, pero hoy no hay consuelo. La muerte, tan cotidiana, nunca deja de asombrarnos como si siempre fuera la primera vez. Nos sabemos mortales, pero nos sentimos inmortales. Y por eso podemos seguir viviendo como si tal cosa.

Martes, 29 de noviembre
CLARÍN Y YO

Pasa por Los Porches mi amigo Francisco Trinidad a dejarme un ejemplar de la biografía que ha dedicado a la mujer de Clarín. Lo hojeo con curiosidad y lo que más me llama la atención son las cartas inéditas que se reproducen en el apéndice. La primera de ellas termina con las siguientes líneas: “Polín dice que mandes algo que lo entienda él, que tienes tan mala letra que no puede leer nada de tus cartas.”

            Polín es Leopoldo Alas Argüelles, que entonces tenía nueve años, y que sería asesinado, tras una farsa judicial, por el delito de ser hijo de quien era.

            Sabía yo que Clarín escribía con una letra casi ilegible que era la desesperación de los cajistas (cobraban una paga extra los que tenían que encargarse de sus artículos), pero me conmueve que su propio hijo tuviera que decirle que escribiera más claro para que pudiera entender lo que decía.

            A mí tampoco se me entiende nada cuando escribo a mano —eso, y cierta mala fama, tengo en común con Clarín—, pero afortunadamente ahora hay ordenadores y antes máquinas de escribir.

Miércoles, 30 de noviembre
JUEGOS DE GUERRA

Había oído contar la historia de que Javier Marías había amenazado a Francisco Rico en la Academia con una pistola. Por supuesto, creí que se trataba de una leyenda urbana. Ahora puedo comprobar que era rigurosamente cierta. Lo cuenta Pérez Reverte: “Un día, en la Rae, le llevé una Luger, esa pistola alemana que le gustaba mucho porque era de las que salían en la Hazañas bélicas. Es una pistola de mecanismo complicado y allí, en la Sala de Pastas, donde esperamos los Jueves antes del Pleno, yo le explicaba cómo funciona y él, con la pistola en la mano, probaba y gesticulaba allí, rodeados de un montón de venerables académicos que nos miraban. Javier apuntaba, y apuntaba sobre todo a uno, que era Francisco Rico. De modo que yo he visto a Javier apuntar con una pistola a Francisco Rico: no todo el mundo puede presumir de ello”.

            Arturo Pérez Reverte, en el homenaje que la revista El Ciervo le dedica a Javier Marías, presume de eso y de cosas peores: “Una Navidad le llevé a su casa una ametralladora Sten de comando británico, escondida bajo la gabardina”. Me imagino el susto de los que ese día se cruzaron con Pérez Reverte. Tuvo suerte de que ninguno avisara a la policía. Pero su intención no era, por supuesto, ni atracar un banco ni crear una alarma terrorista. Simplemente quería darle el gusto a Marías de que pudiera jugar a los soldaditos con armas de verdad: “Estuvimos un buen rato, él corriendo por la casa simulando los disparos: ta-ta-ta-ta…”

            Son como niños, pero como niños a los que sus padres no han tenido la precaución de advertirles de que con esas cosas no se juega.

Jueves, 1 de diciembre
TESTIGOS DE LA HISTORIA

Hay libros que nos atraen por el título. Este, de Luis de Tapia, en su tiempo famoso poeta que glosaba los sucesos del día en la primera página de un periódico, es uno de ellos: Un mes en París, un día en Reims, una hora en Madrid. El mes pasado en París fue el de abril de 1918, “el mes de la angustia, de la gran ofensiva, de los ‘Berthas’, de los bombardeos aéreos”; la hora pasada en Madrid, las once de la mañana del once de noviembre de ese mismo año, cuando se conoció la noticia del armisticio y “la ciudad muerta seguía su vida habitual sin la menor muestra de júbilo”.

            Los libros ligados a la actualidad, los libros periodísticos (Tapia reúne crónicas publicadas en El Imparcial) pierden pronto actualidad, son como periódicos de hace unos días. Pero pasa el tiempo y se convierten en fascinantes documentos históricos, llenos de pequeños detalles exactos que no están en ninguna otra parte.

            Qué bien envejece lo que no es novela, poemario o especulación más o menos teórica sobre la posmodernidad y el poshumanismo. Espero que a lo que yo escribo —tan ligado al día a día— le ocurra lo mismo.

Viernes, 2 de diciembre
POR ESO MISMO

“¿Cómo piensas ser un escritor de éxito —me reprocha un amigo que me conoce bien— si cada día está más claro tu poco aprecio por el vulgo municipal y espeso? Miras a los demás por encima del hombro de tu supuesta superior inteligencia y encima quieres que te lean y compren tus libros. ¿Para qué? ¿Para que sean conscientes de que fueron engañados y maltratados como chinos con eso de las restricciones pandémicas o de que solo les cuentan de la misa la media de lo que pasa en Ucrania? “



 

2 comentarios:

  1. Anota José Luna Borge en su Diario¹, el jueves 27 de junio de 1996: «En el suplemento 'La Esfera', del viernes, responde Ramón Gaya al cuestionario de la sección fija "Cinelandia". A la pregunta: "Algo especial que le sucedió en un cine", contesta algo que parecerá obvio pero que de ninguna manera lo es: "Que me guste la película". Esta seca, escueta y contundente respuesta contiene más miga y dinamita de lo que a primera vista aparenta. Viene a ser la crítica cinematográfica más inteligente y más corta que he leído en mi vida. Hoy lo raro, rarísimo, es ir al cine y ver una película que merezca la pena. Esto, tan obvio, se ha convertido en una cosa especial y hasta excepcional. De ahí que la respuesta de Gaya ponga tan lúcidamente el dedo en la llaga. Lo raro, como en tantas otras cosas, es ver una película que te guste. Lo que antes era habitual y hasta casi evidente, ahora ha pasado a ser un milagro». Me ha hecho gracia —otra vez— comprobar cómo, por una suerte de vasos comunicantes, mi lectura del momento y este acudir puntual a tu cita coinciden en algún punto nuevamente. Salud (y condolencias).

    Alejandro Lérida



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    ¹ 'Pasos en el agua', Libros del Pexe, Gijón, 2007, pág. 73.

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  2. Lo del "vulgo municipal y espeso" es una cita de un soneto de Rubén Darío dedicado a Valle-Inclán, ya convertida casi en proverbio.

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