Sábado,
17 de diciembre
MEJOR
ASÍ
—Qué sabrás tú de la vida en pareja si nunca
has convivido con nadie más que tres o cuatro días.
—Hombre,
tampoco hay que exagerar —bromeo yo—, algunas veces hasta casi una semana.
La
verdad es que me gusta pontificar sobre cualquier asunto, especialmente sobre
los que no soy demasiado experto. Pero de las parejas algo sé: me he pasado la
vida observándolas —en el buen sentido de la palabra— y las novelas y los
versos apenas hablan de otra cosa.
Siempre
he tenido un poco de envidia de mis amigos felizmente casados. ¿Quién no ha
deseado alguna vez cambiar libertad por seguridad? Yo, muy a menudo. Que alguien
decida por mí, que me diga en cada momento lo que tengo que hacer, que se ocupe
de toda la intendencia. La esclavitud voluntaria puede ser uno de los mejores
estados del hombre. Lo que me gustaría menos es que siguiera decidiendo después
de muerto sobre mi obra literaria. “Ese libro no se reedita porque a mí no me
da la gana”, “Que me pida disculpas Sabina si quieren darle el nombre de Ángel
González a un premio literario”. Pero para evitar eso ya he tomado
precauciones: todo lo que yo escribo es, desde el momento en que se publica, de
dominio público, como si lo hubiera escrito Garcilaso, Cervantes o Antonio
Machado.
Perder
la voluntad por amor parece un estado casi místico. Aquellas palabras de
“hágase en mí según tu voluntad”, ¿no son un ejemplo a seguir?
No
por mí, ciertamente. La verdad es que la envidia de esos felices borreguitos llevados
de la mano de su dueño me dura poco. Si yo viviera en pareja, me temo que sería
siempre el que lleva de la mano, no el que se deja llevar.
—Parece
que no concibes otra relación entre dos personas que la de amo y esclavo.
—Tampoco
hay que exagerar, digamos que no concibo una relación en la que uno de los dos
no lleve la voz cantante. Y me costaría bastante dejar que la llevara otro. Así
que mejor así. Cada uno en su casa y la libertad en la de todos
Domingo,
18 de diciembre
DE LA
VIDA LITERARIA
Por muy conocido que sea un escritor, siempre
son muchos más los que no le conocen.
La
fama ya no es lo que era.
Son
muy endebles las fronteras entre la admiración y el acoso.
Para
ser un triunfador, basta con creerse un triunfador.
Si
escribes y publicas lo que quieres, ¿qué más quieres?
Ser
apreciado por quien aprecias, ese es el mayor premio.
No
todos los fracasos son inmerecidos.
Qué
tranquilidad da saber que un día seremos olvidados por completo.
Antes
de publicar un nuevo libro, deja un poco de tiempo para que sea leído el
anterior.
Me
arrepiento de algunas de las cosas que he escrito y de muchas de las que he
leído.
Lunes,
19 de diciembre
FINAL
Pocas veces un hecho tan dramático se ha contado con menos énfasis. Leo Vencer el miedo, de Jordi Amat, una biografía de Gabriel Ferrater con pocas concesiones a la novelización, llena de pequeños detalles exactos. Otro autor se extendería en la crónica de esa muerte anunciada que convirtió al autor en mito. A Jordi Amat le basta un párrafo, el último del libro, para dar cuenta de ella y de los hechos triviales que la precedieron: “El jueves 27 come con unos estudiantes en el Mesón. Se quedan allí hasta bien entrada la tarde. Del Mesón a la Rambla de Ribatallada, caminando, hay unos veinte minutos. Sube la escalera hasta el cuarto piso porque el edificio no tiene ascensor. Puede ir a las dos habitaciones con luz exterior y balconcillo. Al comedor que hace de sala de estar o al dormitorio. También puede ir al estudio donde tiene estantes con pocos libros y el escritorio que le regaló José María Valverde. Allí tiene todos sus papeles. No puede encender la televisión porque no tiene. No puede llamar a nadie porque no tiene teléfono. No hay que alargarlo más. Se hunde. Ha perdido el miedo a la sombra espesa. Ha leído que este método es rápido. Incluso lo ha comentado alguna vez. Quizás bebe. Quizás toma las pastillas para dormir. Se pone la bolsa en la cabeza, la ata con una cinta. Se asfixia”.
Martes,
20 de diciembre
SORPRESA,
SORPRESA
Comentamos en la tertulia virtual una revista
joven de poesía que acaba de aparecer, Centauros, de gusto un tanto
continuista. Los nuevos poetas se agrupan bajo tres maestros, a los que piden
colaboración. Nos acompaña uno de los directores, Alejando Bellido, y yo
aprovecho para someterle al tercer grado, según es práctica habitual.
—¿Te
parece que esos viejos poetas de los setenta han envejecido bien? ¿No crees que
siguen dando a la manivela para engordar una obra que hace tiempo que ha dejado
de crecer? Se salva quizá Miguel d’Ors porque es un buen artesano y siempre
sabe aliñar la emoción del poema con un toque de ingenio y cuidar el detalle
expresivo. Pero Villena… Sin comentarios. Y Luis Alberto de Cuenca con su
cansina versiprosa erudita: “Heródoto nos cuenta cómo el revestimiento exterior
de las grandes pirámides de Guiza, lo mismo que los célebres colosos de Memnón,
se encontraban entonces cubiertos de graffiti, pintados por los griegos que
viajaban a Egipto en busca de respuestas que los grandes filósofos de Grecia no
sabían dar a sus compatriotas” . Inverosímil la anécdota, por otra parte. ¿Cómo
va a hacer alguien un graffiti —él, tan puntilloso, escribe graffito— de más de
veinte “perfectos hexámetros” en la pierna de uno de los Colosos de Memnón?
Sigo
triturando el poema —“La trituradora” se titula una de las secciones de la
tertulia— y el bueno de Alejandro, que no quiere quedar a mal con nadie, acaba
dándome la razón.
—Bueno,
sí, no es uno de los mejores poemas de Luis Alberto. En su último libro, y en
los anteriores, hay poemas que son poca cosa, como un simple apunte. También me
ocurrió con el último de Sánchez Rosillo. Yo creo que lo mejor de estos autores
está en lo que escribieron entre los treinta y los cincuenta años, después se
repiten y decaen.
Y
entonces aparece una nueva ventana en la pantalla del ordenador en la que se
lee el nombre del recién incorporado: “Luis Alberto de Cuenca”. Está en negro,
no tiene conectado el micrófono, pero en el chat escribe: “Me has decepcionado,
Alejandro”.
El joven poeta palidece. La voz del fantasma de Hamlet no le habría provocado otra conmoción mayor.
Miércoles,
21 de diciembre
CANTO Y
CUENTO
Escucho a Amancio Prada en el Campoamor —dos
horas y media sin que él ni el público se cansara— y las
canciones unas me gustan más y otras algo menos (mejor el humor de Chicho
Sánchez Ferlosio que la melopea del becqueriano “qué solos se quedan los
muertos”), pero los intermedios narrativos me fascinan siempre. Canta bien,
pero cuenta mejor. Y cómo domina el arte del silencio.
Jueves,
22 de diciembre
NUNCA
DIGAS NUNCA JAMÁS
Nunca digas nunca jamás. Después de que pasara
lo que pasó, los negros días de la dictadura pseudosanitaria, juré y perjuré
que nunca más volvería a votar a Pedro Sánchez ni a ninguno de los políticos
que tuvieron responsabilidad en aquel desaguisado. Pero ahora me lo estoy
pensando. ¡Viva Bolívar!
Me
llega la nueva edición de Parva memoria, un sabio y experimentado libro
de Francisco Pérez de los Cobos: “El hombre no soporta que Dios le trate como a
cualquier otra criatura”. En la escueta nota biográfica se dice que ha sido
“magistrado y presidente del Tribunal Constitucional”. Al paso que vamos, y
como ese tribunal siga haciendo de las suyas, quienes han formado parte de él
tendrán que ocultarlo como un desdoro.
Viernes,
23 de diciembre
A LO
QUE NO ME ACOSTUMBRO
No me molesta que los demás no sean perfectos; a lo que no me acabo de acostumbrar es a no serlo yo.
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