Sábado,
3 de diciembre
POBRE
ANDRÉS
Los sábados, de siete a ocho (más o menos,
tampoco soy tan maniático: puede ser de siete y cinco a ocho y cinco o incluso
seis), paso un rato de felicidad hojeando los suplementos semanales y leyendo
algún libro en el McDonald’s de los Prados, frente a las salas de cine. No me
molesta estar rodeado de familias con niños, ni siquiera cuando celebran un
cumpleaños. El rumor de la vida cotidiana, a mí tan solitario, que vivo en una
casa en la que todo es silencio, me
resulta confortable, me abriga como una bufanda una tarde de invierno. Por ese
lugar, no acostumbran a pasar amigos, así que no suele haber interrupciones.
Hoy me saluda un conocido cuando termino el suplemento de El Mundo. Como
lo tengo abierto por la última página, donde va su artículo, me pregunta por
Trapiello.
—¿Cómo
van sus relaciones con Trapiello? Ya le leído la rabieta que pilló a propósito
de su reseña de Madrid 1945.
—Pues
menos mal que no puede leer el pensamiento, porque si supiera lo que yo he
pensado leyendo este artículo, “Pobre Celaya”, me odiaría para siempre.
—¿Tan
malo es?
—Tan
malo. Como escrito dejándose llevar por los prejuicios, pura escritura automática.
—-La
tiene tomada con él. ¿No será un poco de envidia? Trapiello es un escritor de
éxito y a usted no parece que le conozca nadie.
—-Puede
ser. Pero leo el primer párrafo y la primera en la frente: “He aquí una prueba de
la superioridad de las librerías de viejo sobre las de nuevo: las mejores
librerías de nuevo, diciéndose ‘librerías de fondo’ tratan de parecerse a las
de viejo, en las que todo es fondo, limo que el Nilo de la literatura ha ido
sedimentando en sus lejas”. Puro bla bla bla. Las librerías de viejo no son ni
mejores ni peores que las de nuevo, son distintas. Otra cosa es que te gusten
más unas que otras. Y ambas pueden ser buenas, o limitarse a ofrecer los libros
más promocionados, en el caso de las primeras, o novedades, a veces robadas, a
menor precio o saldos que ya no interesan a nadie, en el de las segundas. Eso
de que solo en las librerías de viejo puede encontrarse algún prodigio lo dice
alguien que probablemente no frecuenta las librerías de nuevo desde la remota
adolescencia. Que se dé una vuelta por cualquier buena librería de Madrid (a mí
me basta frecuentar Cervantes, aquí en Oviedo) y ya me dirá si no encuentra
cada semana más maravillas de las que puede leer en un año, muchas de las
cuales, por cierto, son reediciones, mejoradas, de libros que a veces se
encuentran en librerías de viejo, o traducciones de obras hasta ahora no publicadas
en castellano. En la librerías de nuevo, hay algo más que Pérez Reverte, alegatos
feministas y similares. Pero, en fin, todo viene a cuento de que en una
librería de viejo, él ha encontrado dos rarezas: Cantata en Aleixandre de
Celaya y la separata de un soneto de Blas de Otero publicado en Papeles de
Son Armadans. Cita unos versos del soneto y otros de la Cantata en
los que se enumeran nombres de poetas admirados y se pregunta qué ha quedado de
ellos. Y luego añade, asomando la patita ideológica: “A vueltas siempre con la
pólvora, como si no se hubieran resignado a haber perdido la guerra civil en la
que habían intervenido. Pobre Celaya, pobre la poesía que escribieron. Nada
explica mejor aquel régimen de Franco, triste y frío, que la helada y triste
poesía que trató de combatirlo con ‘armas cargadas de futuro’ y ‘tiros únicos’.
Y Franco no solo murió en la cama, sino que además los humilló, permitiendo que
esos libros se publicaran en la España franquista, haciéndoles famosos con
¡esos! libros”. Horror, horror, Andrés, ¿pero tú crees que en un artículo de
periódico cabe todo? Esos textos que a ti te sirven para calificar y
descalificar de un plumazo a toda la poesía no franquista y alrededores son un
soneto, “Escrito en Formentor”, luego titulado “Coral a Nicolai Vaptzrov”, que
se incluyó en el libro En castellano y que no es en absoluto desdeñable,
aunque cite a Mao entre los poetas admirados (también Marcela de Juan lo
incluyó en su Antología de poesía china junto a Li Po y Tu Fu), los
tercetos de un soneto, mejor dicho, y un título muy menor de Celaya. En
cualquier librería de nuevo, no te sería difícil encontrar libros de Blas de
Otero y de Celaya, buenas antologías o incluso obras completas, que
permitirían, después de leerlas, claro, un juicio más ponderado sobre su
poesía. Ah, y por cierto, libros de Celaya y de Blas de Otero fueron prohibidos
y mutilados por la censura, tardaron en aparecer completos. Y no sé yo si se
puede decir que Blas de Otero perdió la guerra civil porque le tocó
incorporarse a las tropas de Franco. En fin, qué rica, matizada y llena de sorpresas
es la realidad y cómo se empobrece y falsea cuando se mira a través del cristal
de una ideología.
(La
verdad es que al conocido que me encontré esta tarde en Los Prados solo le dije
“Puede ser”. El resto de la parrafada solo lo pensé.)
Domingo,
4 de diciembre
LOS
LÍOS DEL PRESIDENTE
A Ángel de la Calle, director de la Semana
Negra de Gijón, que fue quien me encargó e ilustró un remoto libro juvenil, La
trama de Argel, le piden unas páginas sobre su biblioteca y él, después de
hablar de las tres estanterías en que guarda sus libros seleccionados y de las
montañas de volúmenes pasajeros que van llenando todos los rincones de la casa,
añade: “Ahora bien, como me dijo un expresidente de Comunidad Autónoma, se
puede vivir con veinticinco libros. Mi informante descubrió ese secreto el día
en que, al enterarse de su lío con otra señora, la que sería su exmujer le puso
la maleta delante de la puerta de casa y le dijo: Largo”.
No sé por qué, mientras veo la película de Cesc Gay Historias para no contar recuerdo esa historia; podía haber servido de punto de partida para uno de sus burbujeantes, tiernos y a ratos descacharrantes episodios.
Lunes,
5 de diciembre
EN EL
FONDO
“Tú en el fondo lo que estás deseando es que
en esta guerra gane Rusia, confiésalo”, me dice un amigo. “Yo lo que estoy
deseando es que en esta guerra nadie pierda, o solo pierdan el gobierno los que
la azuzan, ellos sabrán por qué, desde la retaguardia”.
Martes,
6 de diciembre
AQUEL
MITIN
Como soy un poquito obsesivo, sigo dándole
vueltas al artículo de Trapiello y a los versos de Otero y Celaya. Lo de que
estaban obsesionados con la pólvora y que trataban de liquidar el franquismo
con “tiros únicos” es una maldad sin fundamento. Los “tiros únicos”, que en esa
cita aislada parecen evocar los tiros de gracia o los atentados terroristas,
tienen en el contexto un sentido diferente: “Todos los nombres que llevé en las
manos / —César,
Nâzim, Antonio, Vladimiro, / Paul, Gabriel, Pablo, Nicolás, Miguel, / Aragón,
Rafael y Mao—, humanos / mástiles, fulgen, suenan como un tiro / único, abierto
en paz sobre el papel”. Es un tiro “abierto en paz” la palabra de los poetas,
amigo Trapiello, algo muy distinto de esa pólvora y esos tiros únicos de gentes
obsesionadas por la guerra civil. Por cierto, en esas fechas, segunda mitad de
los cincuenta, fueron precisamente los comunistas los primeros en buscar la
concordia entre los españoles, pedir amnistía para los de un lado y los del
otro, y crear un frente amplio democrático para acabar con la dictadura. Que no
lo consiguieran es otra cosa. O que no lo consiguieron entonces, porque eso fue
lo que ocurrió en 1978, gracias en buena parte a los comunistas, que los
socialistas todavía andaban con la bandera republicana cuando Santiago Carrillo
—lo recuerdo bien, estaba yo allí— comenzó a enarbolar la bandera rojigualda
entre los abucheos de una parte de los asistentes a aquel mitin en la plaza de
toros de Gijón.
Miércoles,
7 de diciembre
ESTO ES
LO QUE HAY
Razonaba como una apisonadora: trituraba los
errores ajenos y a veces se llevaba por delante al que los sostenía.
Meter
la pata está al alcance de cualquiera; sacarla con elegancia y sin daño al de
unos pocos, y me temo que yo no soy uno de ellos.
La
felicidad que se consigue con esfuerzo no sabe tan bien como la que sin motivo
se nos regala.
El ingenio vale como aperitivo, pero no se
puede utilizar como plato principal de la inteligencia.
¿No
hay una especialidad médica que se ocupe de los escritores incontinentes?
Hablaba
poco para no tener que arrepentirse de lo que había dicho, pero acababa
arrepintiéndose de lo que había callado.
Presumía de inteligencia y era implacable con
los amigos y benévolo con los enemigos.
No
había cambiado nada: a los 72 años de su vida pensaba, como a los 22, que lo
mejor estaba por venir.
Por una vez estamos de acuerdo, José Luis. Nadie quiere que Rusia pierda salvo, al parecer, Putin y su cohorte de silovikis (vulgo criminales de estado). Su última fechoría, una vez constatada que la amenaza nuclear era un farol desesperado propio de un asesino acorralado, es prolongar los enfrentamientos el tiempo que sea posible, según el principio terrorista de cuanto peor mejor; descuidando, a mi juicio, de manera absolutamente suicida (para Rusia y especialmente para la persona de Putin), que los únicos paises que por el momento van ganando la contienda, y sin necesidad de pegar un tiro, son India y China, también conocidos como la “farmacia” y los “talleres” del mundo, respectivamente.
ResponderEliminarCui bono?
PD: Lo del médico para incontinentes literatos, ¿es para Trapiello o para usted?