Domingo, 17 de febrero
ÚNICO AMOR
Mientras tomo un café antes de entrar en el cine, no puedo
evitar escuchar lo que alguien cuenta en la mesa de al lado: “Cuando yo tenía
nueve o diez años, vine con mis padres a Oviedo a no sé qué asuntos. Al pasar
por una calle del casco antiguo, una niña más o menos de mi edad se asomó al
balcón. Yo me quedé mirándola asombrado: era la cosa más bonita que había visto
nunca. Ella también me miró y, sin duda, notó lo mucho que me gustaba y sonrió
complacida. De pronto alguien la llamó: ¡Lupe! Ese nombre lo recuerdo bien, no
lo olvidaré nunca. Y ella entonces entró
en casa y no la volví a ver más”. (Una pausa, y luego una apostilla en voz algo
más baja). “Fue el único amor con final feliz que he tenido en mi vida”.
Lunes, 18 de febrero
PERSONAJES
De vez en cuando tengo días negros, me imagino que como
cualquiera. Hoy fue uno de ellos. Me desperté cansado, malhumorado, harto de
todo sin razón ninguna. Cumplí con esfuerzo mis obligaciones del día, siempre
temeroso de algo, no sabía qué, como si se hubieran abierto grietas en el suelo
firme de la realidad y yo en cualquier momento pudiera precipitarme por una de
ellas.
Y acabé
precipitándome, por supuesto. Basta que temamos mucho algo para que ocurra. En
la librería Personajes, de la calle Río San Pedro, por la que no paso casi
nunca, mientras hojeaba un libro de Alfonso Reyes, Tertulia de Madrid, publicado en la colección Austral, me tropecé
con el diablo.
Dicho así
suena ridículo, incluso a mí me suena ridículo ahora que lo escribo. No era un
diablo de opereta, con olor a azufre, cuernos y rabo, por supuesto. Era un
caballero elegante, aunque de elegancia un tanto anticuada, de unos cincuenta
años, con el pelo blanco. Le pedí disculpas y él sonrió. Dejó sobre una de las
mesas el libro que estaba hojeando y me dijo: “Me conoce usted, ¿verdad? No
hace falta que me presente”. No, no hacía falta. Pagué el libro de Alfonso
Reyes, que ya había leído, pero me gustaba tener, y salimos juntos. Fuimos
hasta la estación de tren y subimos a la Losa.
En todo ese trayecto no me dijo una palabra. Yo iba lleno de
curiosidad, disipada la nube de plomo que ese día pesaba sobre mí.
Dos o tres veces me he encontrado
con el diablo y nunca me ha defraudado. Esta no iba a ser la primera vez. “Si
pudiera pedir tres deseos, y estuviera seguro de que se iban a cumplir, ¿qué
tres deseos pediría?”. Sonreí, siguiéndole la broma, que yo sabía que no era
una broma: “¿Y a cambio tengo que darte mi alma?”. Sonrió él también: “No me
vas a dar tu cuerpo… Demasiado viejo para que tenga algún interés”. Tres
deseos. “El primero, estar siempre enamorado, y no ser nunca correspondido, o
no ser demasiado correspondido. El segundo…”. Cerré los ojos un momento. “Que
nunca pueda decir, como Mallarmé, que la carne es triste y he leído todos los
libros”. Mi acompañante sonreía cada vez más: “Qué fácil me lo pones. Para
concederte esas cosas ni siquiera hace falta ser el diablo. ¿Cuál es el tercer
deseo?”. No se me ocurría nada. “La tercera República”, dije por decir algo.
“Ese es el más fácil de todos”, respondió.
Fuimos
luego a tomar algo. Aquel desconocido, por supuesto, era el diablo. Pero se
portó como si no lo fuera, como si solo fuera alguien a quien le gustara hacer
diabluras. Me dormí tarde, relajado y feliz.
Martes, 19 de febrero
UN TITULAR Y TRES COMENTARIOS
Titular: “El juez no ve argumentos para llamar a declarar a
la infanta Cristina”. El primer comentario es de Echegaray: “Todo el mundo los
veía, / todo el mundo menos él”. El segundo, de Calderón de la Barca : “¿Por no molestar al
rey / dejar de cumplir la ley?”. El tercero, un desahogo personal: “¡Qué falta
nos haces, Garzón! ¡Qué falta nos haces!”
Miércoles, 20 de
febrero
NO ODAS
Nada detesto más que la lectura obligatoria, ese oxímoron.
La gozosa lectura literaria, quiero decir. Otra cosa son las lecturas de
trabajo: los ejercicios de los alumnos, los libros presentados a un concurso
del que eres jurado.
Particular
alergia tengo a los textos inéditos que me envían conocidos o desconocidos para
que dé mi “sincera” opinión. Ahora, con el correo electrónico, te pueden mandar
un “poemario” (detestable neologismo) de dos mil versos o una novela de
quinientas páginas sin más esfuerzo que apretar una tecla. Y quien lo hace, por
lo general, son personas que jamás han leído ni leerán un libro tuyo; solo les
suena tu nombre.
No leo,
pero hojeo todo lo que me llega impreso. Los amorfos disparates se detectan al
instante. ¿Una opinión sincera a los autores? Es un error en el que caí alguna
vez cuando era más joven, pero del que ya hace tiempo que me he librado.
Los correos
que algunos mandan a todos sus contactos con el artículo que acaban de publicar
o la entrevista que les han hecho ni los abro. Los borro como “spam”, como
correo basura. Los correos institucionales pueden ser colectivos (para avisar
de una reunión, por ejemplo). Los personales, nunca. A los conocidos se les
escribe de uno en uno.
Una de las
cosas más divertidas de Facebook, al menos para mí, son esos avisos en los que
alguien te invita a poner “me gusta” en su página. Eso es lo que te piden
quienes te envían sus versos y sus prosas no solicitados. Una opinión sincera a
un poeta, joven o viejo, si no es elogiosa, mejor que te la calles.
Y yo me la
callo casi siempre. Salvo que el libro esté publicado y a mí me apetezca, con
las mejores razones de que soy capaz, elogiarlo o destrozarlo por escrito.
En público
todavía no he aprendido a mentir por
amabilidad. Me parecería una descortesía para con los lectores.
Jueves, 21 de febrero
FALSO PROFETA
“¿Y qué crees tú que va a pasar? ¿Cómo va a acabar todo
esto?”, me pregunta muy preocupada una amiga de cierta edad, o sea, casi de mi
edad.
Y le
respondo que no lo sé, que nadie lo sabe. Pero de lo que no hay duda es de que
estamos en el fin de una época, que nada va ser como antes. Dicen que el siglo
XX no empezó hasta 1914, con el estallido de la gran guerra. Pues es posible
que el siglo XXI, en España, comience cien años después, con una asamblea constituyente
que dé paso a un nuevo régimen, probablemente republicano.
“¿Tú
crees?”, exclama asustada.
“Ni creo ni
dejo de creer, pero el reinado de Juan Carlos de hecho ya ha terminado, y en el
mayor de los desprestigios. Muchos españoles tienen la sensación de que han
sido engañados y que todos, derechas e izquierdas, periódicos serios y no
serios, colaboraron en el engaño. El rey de España no era la figura que nos
hicieron creer que era. Era otra cosa bien distinta, que muchos sospechaban
pero nadie se atrevía a decir en voz alta. Ahora comienzan a atreverse y eso es
muy difícil de parar”.
“¿Abdicar
en el príncipe sería la solución?”
“Puede,
pero quizá ya sea demasiado tarde. Lo más probable es que las próximas
elecciones, que quizá no tarden tres años, las ganará el partido que lleve en
su programa una profunda reforma constitucional, un cambio de todo el sistema
político, y esa reforma incluirá un referéndum sobre la monarquía, el que se
nos hurtó cuando murió Franco. Y hoy por hoy los partidarios de la monarquía no
pasarían del veinte por ciento.
“¡Una
república! ¿Y quién podría ser el presidente?”
“No sé,
pero desde luego alguien que eligieran directamente los españoles y no el
parlamento; alguien que tuviera un poder moderador y que no pudiera ser reelegido
más de una vez. Alguien que no pudiera pasar más de treinta años protegido por
un pacto de silencio y acumulando lucrativa basura debajo de la alfombra”.
“¿De verdad
crees que estamos tan mal?”
“Tan mal o
tan bien, según se mire. Esta es una buena ocasión para empezar de nuevo, para
reformatear el disco duro, para librarnos de tantas malas mañas a las que nos
fuimos acostumbrando en tiempos de bonanza. Pero no me hagas mucho caso. Me he
equivocado muchas veces. ¿Por qué no me había de equivocar también en esta?”
Viernes, 22 de febrero
TEOLOGÍA Y MORAL
Del mal que he hecho, casi siempre involuntariamente, he
salido bastante bien librado. No puedo decir lo mismo de las veces en que me
dio por hacer de buen samaritano.
Sospecho que no soy el único
caso. De Dios lo ignoramos casi todo. Ni siquiera sabemos si existe o no. Pero
una de las pocas que sabemos con certeza es que, si existe, disfruta haciendo
diabluras.
Sábado, 23 de febrero
SIN SALIR DE CASA
Me conozco tan bien que rara vez me sorprendo, aunque alguna
vez ocurre. Como si de pronto, en esta casa en que vivo desde siempre
encontrara, oculta tras las estanterías llenas de libros, una puerta en la que
no había reparado antes. La empujo y se abre sin dificultad, chirriando
desagradablemente los goznes. Un pasillo oscuro, que huele a humedad y a
cerrado. Busco una linterna y me adentro por él. Es muy largo, más de lo que yo
pensaba. Una especie de estrecho túnel interminable. Por fin veo la luz. Salgo
a un huerto con naranjos, cerca de un río (se oye el rumor de las aguas), muy
parecido a aquel en que jugaba cuando niño. En un banco está sentada una mujer
con un libro en las manos. Deja de leer al oír mis pasos, alza los ojos y
sonríe. Su rostro me resulta familiar, muy familiar, pero no recuerdo su
nombre. Recuerdo de pronto la historia que escuché el domingo y digo “Lupe”.
Ella sonríe más abiertamente y luego comienza a leer en voz alta: “Todo estaba
tranquilo y silencioso; todo era gris. El cielo parecía un manto oscuro.
Bandadas de pájaros grises, inquietos, semejantes a las bandadas de nubes con
las que se mezclaban, volaban bajo, rozando caprichosamente el agua, como
vuelan las golondrinas sobre los prados antes del temporal. Sombras presentes,
que presagiaban otras más tenebrosas”.