sábado, 29 de enero de 2022

Elogio de la cordura: Campeón, campeón

 

 

Sábado, 22 de enero
FUNCIÓN DE GALA

Gran función de gala en el teatro Campoamor. Llegan los reyes de las Españas, Isabel y Fernando, a imponer una condecoración al Virrey de las Asturias. Ricas vestiduras. Mascarillas de armiño y bordadas de oro con el yugo y las flechas. Las espadas han de dejarse en el vestíbulo y hay algún inicio de altercado cuando cierto bravo caballero, el Cid Campeador, se niega a entregarla. “¡Mi Tizona va conmigo donde yo vaya!”. Se resuelve el conflicto dejándole entrar con ella en el palco municipal. Aplausos, más aplausos, interminables aplausos cuando la reina coloca sobre el pecho del Virrey la gran condecoración de Chantajista Mayor del Reino. “Yo, reina de las Españas, tuve que promulgar el Decreto de Expulsión para los que se negaban a aceptar la salvífica vacuna del bautismo; Adriano Celentano, virrey de las Asturias, ha conseguido lo mismo con una medida menos traumática. Prohibiendo a los herejes entrar en saunas, gimnasios, cines y cafeterías ha conseguido que cinco mil asturianos, nada menos que cinco mil, se decidan a recibir en su cuerpo la buena nueva del ARN-Mensajero. ¡Honor y gloria a vuestro virrey que con su gran ingenio logra vencer a los rebeldes más recalcitrantes! Termino con un anuncio que os llenará, como ha llenado mi augusto pecho, de esperanza. El papa Francisco me ha anunciado la inmediata proclamación de una bula por la que se prohíbe rigurosamente la entrada al cielo de las almas que no estén vacunadas con la dosis completa”. Aplausos, más aplausos, interminables aplausos, el teatro parece venirse abajo. El virrey de las Asturias, rompiendo el protocolo, da un gran abrazo a la reina Isabel ante la mirada airada del rey Fernando.

            (Últimamente tengo sueños muy extraños. El de esta noche, que anoto al despertar antes de que se me olvide, no tiene ni pies ni cabeza. Freud lo relacionaría con mis represiones sexuales. Yo no le encuentro ningún sentido.)

Domingo, 23 de enero
LO QUE YO PIENSO DE TI

—¡Hay que ver cuánto cuento tienes, Martín! Cómo te quejas por no poder ir al cine. ¿Es que no tienes Netflix? Mírame a mí. Hace veinte años que no piso una sala de cine y tan contento.

—Pero de vez en cuando tomarás una cervecita, ¿no?

—Hombre, eso sí, una cervecita y algo más. Sin un buen vino, no hay comida que valga la pena y un whisky de vez en cuando y un gin tonic…   

—¿Y qué te parecería que se prohibiera el alcohol, como durante la ley seca, con la justificada razón de los daños que causa a la salud física y mental?

—Rediós. Si se atreven con algo así, me lanzo a la calle y no sé lo que haría.

—¿Y qué te parecería si yo te dijera que no es para tanto? ¿Que yo llevo 71 años sin probar el alcohol y sin echarlo de menos y tan feliz? Pues lo que tú pensarías entonces de mí es lo que yo pienso ahora de ti.

Lunes, 24 de enero
YA ABURRES

“Siempre con lo mismo, siempre las mismas quejas. Ya aburres, tío. ¿No tienes otras cosas de qué hablar?”, le reprocha el verdugo a la víctima mientras le aplica otra tanda de latigazos.

Martes, 25 de enero
UN PRESUNTO DELITO

Después de escuchar las declaraciones de Adrián Barbón en la Ser jactándose de que con el pasaporte Covid ha conseguido que cinco mil asturianos más se vacunen, un amigo me envía la definición del delito de coacciones: “El que, sin estar legítimamente autorizado, impidiere a otro con violencia hacer lo que la ley no prohíbe, o le compeliere a efectuar lo que no quiere, sea justo o injusto, será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años o con multa de 12 a 24 meses, según la gravedad de la coacción o de los medios empleados. Cuando la coacción ejercida tuviera como objeto impedir el ejercicio de un derecho fundamental, se le impondrán las penas en su mitad superior, salvo que el hecho tuviera señalada mayor pena en otro precepto del Código”.

            ¿Estaba legítimamente autorizado para hacer lo que hizo? Parece que no. El Auto del Tribunal Superior de Justicia de Asturias del 23 de diciembre de 2021 autorizó la medida para hacer frente “a la crisis sanitaria ocasionada por el Covid-19”, pero no para coaccionar a quienes, en uso de su derecho, habían optado por no vacunarse. Las declaraciones del presidente contradicen lo que afirma el decreto, que es para lo que fue autorizado. Luego tiene diez días para mandar un informe sobre su incidencia en los derechos fundamentales. A ver lo que dice, a ver cómo se defiende. Claro que, como en las circunstancias actuales basta apelar a la salud para promulgar cualquier disparate, lo tendrá fácil. Y por otra parte, si hay responsabilidades penales, dispone de una cabeza de turco: el consejero de Salud que firmó la resolución. 

Miércoles, 26 de enero
TERTULIA

La tertulia de este miércoles tenía como lema unas palabras de Azorín: “La vida es ilusión. Y la poesía no sería nada si no fuera ilusión. Tan apegados estamos a la ilusión que muchas veces, leyendo un poema, ponemos en él mucho más de lo que en ese poema existe. Poemas que admiramos no los admiraríamos si los consideráramos de un poeta mediocre. Poemas que desdeñamos los admiraríamos si los creyéramos de un poeta predilecto”.

            Nos pasamos más de tres horas analizando, elogiando y, sobre todo, destrozando poemas cuyo autor solo descubrimos al final. Por primera vez participa Jon Juaristi, que da mucho juego con su erudición y su humor bilbaíno. Como yo comienzo quejándome de mi situación actual (¡soy un paria al que le tienen vetada la entrada en casi todas partes!), me invita a su tertulia de Madrid: “Te quedas en mi casa y nos acompañas. Aquí puedes entrar en cualquier sitio, que para eso ganó Ayuso. Los habituales suelen ser Félix de Azúa, Cayetana Álvarez de Toledo, Savater…”

            No le digo nada, pero prefiero morirme de frío en una terraza antes de tomar café en tan selecta compañía. ¡Solo faltaría que apareciera la Preysler del brazo de no Nóbel!

            Uno de los poemas que yo llevo para comentar es de Inmaculada Lergo, que asiste a la tertulia. Interpela a Santo Tomás a propósito de la inexistencia de Dios. Me recuerda aquella vez que, en el instituto Carreño Miranda, nos preguntaron en el examen de Religión por las pruebas de la existencia de Dios según Santo Tomás. Yo —tendría once o doce años—  contesté rebatiéndolas una tras otra. El profesor, muy irritado, me llevó al despacho del director. Era un mal ejemplo para los otros niños.

Jueves, 27 de enero
VÍSPERAS DEL GOZO

Tenía el pentagrama de mi vida muy bien pautado. Me levanto a las siete y media, escribo —lo que corresponda: poema, reseña, diario— hasta algo antes de las diez (en mi vida he escrito más de una hora seguida, soy un poco vago para esos menesteres). Luego me voy con el libro que corresponda hasta la cafetería Noor; allí, en la mesa del fondo, leo durante una hora. Paso después por el despacho del Milán, contesto a algunos correos. Voy —iba— hasta en torno a las doce hasta Los Porches, donde hojeo libros recién llegados y charlo con algún amigo que se acerca a saludarme. Después de comer, leo con atención —antes he hojeado otros— el diario de siempre; ahora me interesan especialmente las noticias de la guerra interminable, con sus mentirosos titulares. Leo algún libro (los de la mañana nunca son los de la tarde), acompaño a Martín a clase de inglés o al parque, luego subo hasta otra cafetería, más lectura, salvo que sea viernes y entonces hay tertulia. Hago la compra en el Mercadona de la Plaza de la Poesía y vuelvo al despacho a trabajar un poco hasta las diez, en que termina mi jornada laboral —lo de laboral es un decir: ya se sabe que yo no trabajo, solo juego a que trabajo— y vuelvo a casa a cenar y ver un rato la televisión —Asia o Europa desde el aire,  viajes en tren, arqueologías varias, cosas así— mientras me llega el sueño.

Esta era mi vida —un sitio para cada libro y cada cosa a su hora— hasta que una imprevista coz la desbarató hace exactamente un mes. Hoy termina el último capricho de quien una vez (cuando inconstitucionalmente el gobierno central le permitió hacer de su capa un sayo durante seis meses, los de cierres perimetrales y otras martingalas) comparé con Calígula, pero que no pasa de un servicial y bienintencionado monaguillo. Hoy, a las doce en punto de la noche, se levanta el interdicto. No hay mal que por bien no venga. Soy como un niño a la espera de los Reyes Magos. Pocas veces me he sentido tan feliz.

Viernes, 28 de enero
POR LA PUERTA GRANDE

Primer día en el que recupero todos mis derechos de ciudadano libre en un país libre. Respiro hondo, orgulloso de no haber bajado la cabeza y alzado el brazo. Entro de nuevo, después de tanto tiempo, en Noor. Como soy un mitómano, me imaginaba un recibimiento triunfal: todos los clientes puestos de pie, aplaudiendo y gritando “campeón, campeón”. Pero todo se reduce a un “buenos días, ¿lo de siempre?”, como el “decíamos ayer” de Fray Luis. Y esta tarde vuelve la tertulia al Savanna y mañana podré escuchar la ópera del Metropolitan desde Los Yelmos y el domingo podré por fin admirar a Cate Blanchett en El callejón de las almas perdidas. Un regreso a la normalidad por la puerta grande tras haber resistido al chantaje.

Si yo fuera tan mal hablado como el presidente de Francia, le haría un corte de mangas a cierto personajillo de cuyo nombre no quiero acordarme y le gritaría “jódete, mamón”. Pero como soy una persona educada, y procuro respetar incluso a quienes no me respetan,  me limito a sonreír satisfecho.





sábado, 22 de enero de 2022

Elogio de la cordura: El cerco del terror

  

Sábado,15 de enero
LETRAS DE ORO

Una grata comida con amigos termina con el mejor de los postres. Vamos a tomar café a una terraza de la Plaza, uno de mis rincones preferidos de Avilés, y de pronto me fijo en un cartel puesto en la puerta de la cafetería: “Ante la exigencia por parte de la administración de solicitar el pasaporte Covid a nuestros clientes para poder consumir dentro de nuestro establecimiento, la dirección decide suspender el servicio de cafetería en el interior mientras dure esta medida para que ninguno de nuestros clientes se sienta discriminado. Les atenderemos con mucho gusto en la terraza”.

            Aquí sí que aplaudo con gusto, no como cuando nos tenían encerrados en casa, en contra también de la Constitución, y nos hacían salir a las ventanas.

            Cuando se cuente la historia de este tiempo de mentiras y de infamia, esas palabras brillarán con letras de oro.                                 

Lunes, 17 de enero
 DILEMA

Paseo por los alrededores de Oviedo, como tengo por costumbre, entretenido con el canto de los pájaros, las esquilas de las vacas y la música de mis pensamientos, cuando de pronto, de detrás de unos arbustos, surgen dos feroces enmascarillados. Uno se parece sospechosamente a Adrián Barbón, el otro a mi sabio amigo Martín Caicoya (el sueño tiene estas incongruencias). Cada uno de ellos lleva una jeringuilla en la mano y gritan al unísono: “¿Vacuna o inyección letal?” Y yo respondo aterrado: “Vacuna, vacuna”.

Martes, 18 de enero
MIRA CÓMO TIEMBLO

Quienes me conocen saben que no soy precisamente un pusilánime, pero hace falta tener nervios de acero para leer cada día el periódico sin ponerse a temblar. Hoy, si no quieres caldo, toma dos tazas. Una información sobre el tenista serbio avisa: “el cerco sobre él y aquellos que no aceptan ponerse la inyección contra el coronavirus se estrecha”. Hasta ayer mismo, podría jugar en el Ronald Garros, pero sin que cambie la situación sanitaria, sin que haya el menor riesgo,  el presidente Emmanuel Macron ha decidido dar otra vuelta de tuerca para “joder” –él lo dijo en francés--  a los no vacunados. De urgencia, aprueba una ley que impida a Djokovic jugar y a miles de franceses asistir a cualquier evento cultural o deportivo. Y la ministra de Deportes, una fiel sirvienta que a principios de mes decía que todo estaba previsto para que se pudiera celebrar el Ronald Garros sin riesgo ninguno, ahora dice que se esforzará por ser la embajadora de estas medidas a nivel internacional.

            Lo de Grecia no es menos siniestro. Con multas a los no vacunados nos vienen amenazando desde hace tiempo, pero parece que es el primer país que las aprueba. Desde esta semana, los mayores de sesenta años serán multados con cincuenta euros la primera ves, con cien si son reincidentes. De momento, no se anuncia cárcel, pero se deja caer la posibilidad.

            Las razones del gobierno griego para ello son las que escuchamos habitualmente, pero no por eso a mí –y supongo que a todos los que conservan un atisbo de cordura en esta crisis-- dejan de sorprenderme. La primera es que han aumentado las muertes y las hospitalizaciones, “en gran parte de personas no inmunizadas”. Y yo me pregunto, dando por sentado que eso es cierto (y no lo es: un no vacunado joven y en buen estado de salud que se contagia de Covid tiene tantas posibilidades de ir al hospital como un vacunado joven y de buena salud y muchas menos que un vacunado anciano y con enfermedades previas), ¿por qué no se multa a los fumadores, que tienen muchas más posibilidades de tener cáncer de pulmón que los no fumadores? No se les multa, se les advierte y se les deja decidir por su cuenta si no ponen en riesgo la salud de otros. ¿Ponemos en riesgo la salud de nadie los no vacunados que tomamos las medidas habituales de seguridad: mascarillas cuando son necesarias, distancia, evitar aglomeraciones? Hasta ahora nadie se ha atrevido afirmarlo.

            Pero la segunda razón del gobierno griego para multar a los ancianos –si hemos de hacer caso a la información periodística-- es aún más aterradora: se debe “a que la cobertura vacunal en Grecia es inferior a la media de la Unión Europea”.  ¡En la Unión Europea –Dios nos coja confesados-- hay una competición para ver quién vacuna primero a la mayoría de los ciudadanos, no quien acaba primero con la enfermedad!

            Ojalá esté equivocado, pero me da la impresión de que, obsesionados con vacunar a cuanta más gente mejor, no tienen inconvenientes en aprobar más y más medidas dañinas para la ciudadanía que no contribuyen a disminuir la propagación de la enfermedad, pero sí fuerzan a vacunarse a los que se resisten a ello.

            Nos hicieron creer, cuando tras la derrota de Trump en las elecciones (no antes, por si acaso) dieron la buena nueva del descubrimiento de las vacunas contra la Covid que el dilema era “vacúnate o te contagiarás”, ahora ya se han quitado la careta –Macron fue el primero-- y el nuevo lema es “vacúnate o te machacaremos”.

            (Por cierto, entremezclado con la noticia de las multas grietas, sin titulillo ni destacado especial, se nos informa que el gobierno de Israel ha comprobado que la cuarta dosis de refuerzo no es válida para la variante ómicron, que es la mayoritaria, pero sí para la Alfa, en extinción: Seguro que lo hacen así para no quitarLe la ilusión a la ministra de Sanidad, que ya ha comenzado aquí con esa inútil nueva dosis de refuerzo.)

Miércoles, 19 de enero
DOY MIEDO

Mi amigo Enrique Bueres, que vive aterrado desde marzo de 2020, se pone, medio en broma, medio en serio, una mascarilla para hablar conmigo en la tertulia virtual. “¡COmo no estás vacunado, eres un peligro!”, dice.

Lo suyo podrá ser broma, pero mucha gente, gente normal, se lo toma en serio. En Facebook no se pueden sobrepasar los cinco mil “amigos”. Cuando yo tengo muchSs solicitudes a la espera, me basta decir en un post que no estoy vacunado para que, antes de una hora, ya haya más de cien bajas. Son personas que, como han oído hablar de virus informáticos, y la famosa ómicron es un virus, piensan que dando “me gusta” a las publicaciones de un no vacunado pueden contagiarse. Antes me reía de ellos, pero desde que tengo la costumbre de leer las disposiciones del BOPA para protegernos de la pandemia pienso que, comparados con las autoridades sanitarias del Principado, son un modelo de racionalidad. Y al menos ellos no hacen daño a nadie ni incumplen la Constitución.

Jueves, 20 de enero
CONFESIONES INCONFESABLES

----Si hubiera elecciones ahora, ¿a quién votaría?

---Dudaría entre votar en blanco y no votar.

----¿Cuál considera que es su mayor defecto?

----Creerme más listo que los demás.

----¿Y lo es?

----Creía que no, pero últimamente me están entrando dudas..

----¿Se arrepiente de algo?

----Me arrepiento del daño que hice sin querer. Queriendo me parece que solo he hecho daño a la vanidad de innumerables poetastros y poetastras, y de eso no me arrepiento.

----¿Le gustaría haberse casado?

----Me gustaría haber tenido hijos y, sobre todo, nietos. Pero no estoy seguro de no haber tenido los primeros y estoy seguro de tener los segundos.

----¿Es vanidoso?

----Un poco, pero solo un poco, por encima de la media.

----¿De verdad cree que sus libros se seguirán leyendo dentro de cien o doscientos años?

----Tengo fe en ello y ya sabe usted que tener fe es creer lo que no vemos o en mi caso lo que no veremos.

----¿Cuál es el defecto ajeno que más detesta?

----Dudo entre la estupidez y la dureza de corazón.

----¿Cuál es la mayor humillación que ha sufrido?

-----A mí me ofenden sobre todo las ofensas a la inteligencia. Siempre las tomo como un ataque personal.

----¿Es de los que creen que todos los que no piensan como usted están equivocados’

-----O están equivocados ellos o estoy equivocado yo, por eso son mis interlocutores favoritos. Me gusta rectificar.

----¿Pero no cree que eso de tener o no tener razón es algo muy subjetivo?

---- Yo debato sobre hechos e ideas, no sobre sentimientos y creencias.    

            ----Hablemos de su vida sentimental.

----Fidel Castro, en una entrevista con Ramón Chao, ante una pregunta semejante respondió: “Amé y me amaron y eso es todo lo que puede decir un caballero”. En mi caso: “Amé y no me amaron y eso es todo lo que puede decir un caballero”.

-----¿No fue amado?

----No de la manera que a mí me gustaría por quien a mí me gustaría. Cambiemos de tema.

----Pues paso a una pregunta que sin duda nunca le ha hecho nadie. ¿Por qué no se vacuna?       

----Me he vacunado siempre que lo que he creído necesario. En el Servicio de salud de la Universidad tienen mi historial.

----Me refiero a las vacunas con mayúscula, a esas que no parecen proteger de ninguna enfermedad, pero que permiten jugar al tenis, ir al cine, tomarse un café calentito…

----En la pregunta está la respuesta.

Viernes, 21 de enero
DATOS, DATOS

Parece que dentro de una semana volveré a ser libre (si a nuestras autoridades político-sanitarias no les da otro ramalazo de tontuna). Este domingo será el último en que  podré ir a ver Duelo al sol, de King Vidor, al teatro Filarmónica, pero no al estreno que me interesa en Los Yelmos. Como el primero es gratis, deberé esperar media hora o una hora de cola, donde nadie guarda las distancias, y el aforo estará completo; como el segundo cuesta sus buenos euros, y la película que me interesa no es de superhéroes, estaríamos cuatro gatos en la sala. Barbón, Barbón, ¿podrías explicarme porque en un local gratuito no soy un peligro para la salud y en el de pago sí? Se quedará perplejo, el buen presidente, pero un asesor, que para eso cobra su sueldo, le susurrará: “Es que en los Yelmos alguien puede estar comiendo palomitas”.

            El País (un diario que lleva ya no sé cuántos editoriales acusando de irresponsable a Djokovic),  publica un artículo de Javier Sampedro, su habitual colaborador científico, en el que se lee: “Una vacuna contra la variante ómicron se puede hacer, pero no acaba de hacerse. Las factorías de vacunas están dedicadas por completo a producir la inyecciones actuales, todas ellas diseñadas contra la versión original del coronavirus, y dedicar esas instalaciones a fabricar vacunas contra ómicron solo puede hacerse a costa de reducir el suministro de las que están ahora en uso”.. En pocos meses se puede tener una vacuna eficaz (o más eficaz que las que hay) contra la variante responsable de los contagios y muertos actuales, pero –hay que leerlo dos veces para creerlo-- “las empresas dudan  ante la magnitud de unas inversiones que pueden irse a la basura si surge una nueva variante posómicron, y los gobiernos tampoco están demandando el producto”. Nunca se ha escrito nada más contundente contra estas vacunas, nunca se ha dicho tan claro que los gobiernos siguen imponiendo, casi manu militari, unas vacunas obsoletas para que quienes las fabrican no pierdan dinero.

            Le envío el artículo a Martín Caicoya y él me dice que ese Javier Sanmpedro no tiene ni idea de la materia. Y para contrarrestar me envía la última actualización de datos del ministerio de Sanidad. Entre el 18 de octubre y el 12 de diciembre de 2021, murieron de Covid 632 personas; de ellas 511 estaban vacunadas con pauta completa, 17 con pauta incompleta y 124 no estaban vacunadas (mayores de ochenta años, que entre 12 y 19 años murieron 4, de los cuales solo uno no estaba vacunado). Si las vacunas, según se nos dice ahora (al principio se afirmaba otra cosa), no protegen del contagio, solo evitan que la enfermedad sea grave, ¿qué les habría ocurrido a esas personas que murieron tras contagiarse de Covid,  más de medio millar, si no hubieran estados vacunadas? ¿Qué les habría ocurrido, Martín Caicoya? ¿Habrían muerto dos veces? ¿O quizá tres?

            Los perpetradores de estos disparates  contra la salud y la inteligencia  --leo en un artículo de Alejandro Baer-- “no son necesariamente sádicos o fanáticos, sino meros funcionarios con afán de ascender en la escala administrativa, técnicos y especialistas que ejecutan órdenes con una población obediente e indiferente”. Claro que él no se refería a la campaña masiva de vacunación con vacunas que se saben obsoletas (en sus dañinos efectos secundarios, no entro), sino a “la solución final” y en esa drástica manera de acabar con los no vacunados todavía no ha pensado nadie, ni siquiera ese Macron que sueña con joder a buena parte de los franceses o aquel ministro alemán que declaró que al final de este invierno todos los ciudadanos de su país estarían “o vacunados o muertos”.




 

sábado, 15 de enero de 2022

Elogio de la cordura: Miedo y esperanza

  

Sábado, 8 de enero
MUCHAS GRACIAS

Comencé a comentar libros de manera regular allá por 1975. Desde 1988, lo hago todas las semanas, sin faltar una. ¿Cuántos libros habré reseñado? Calculando por lo bajo, unos diez mil. Como siempre hablo sin contemplaciones, como siempre llamo al pan pan y al memo memo (bueno esto último solo lo doy a entender,  procuro guardar las formas), pues me habré ganado, si no otros tantos enemigos, sí al menos unos cuantos cientos. Hasta ahora, cruzo los dedos, no ha habido atentados personales. Tampoco he tenido que batirme en duelo, como Clarín, porque es una costumbre en desuso. Pero de vez en cuando estalla el rencor acumulado. Ayer y hoy han sido unos días muy entretenidos al respecto. Reseñé Tiempo de paz y de memoria, un libro colectivo coordinado por la profesora Remedios Sánchez, y al poco la paz literaria saltó por los aires. Publicó en Facebook una airada réplica y de inmediato llovieron las adhesiones. Yo ni leí su réplica ni ninguno de los comentarios que suscitó, pero casi me fue transmitido todo el ajetreo en directo. “¿Has visto lo que dice de ti Remedios Sánchez? ¡Te llama machista y defensor del heteropatriarcado!”. “Pues qué bien”. “Martín, te aviso que te están vapuleando en Facebook. ¿No vas a replicar?”. “Ni siquiera voy a asomarme a ver qué pasa”. “Mejor, mejor, sufrirías bastante”. “No lo creo, pero tengo maneras más agradables de perder el tiempo”. “La peor de todos es una poeta de tu pueblo. Cuánto odio. ¿Qué le has hecho?”. Y así todo el día de ayer y el de hoy. Y yo, sin sentir la menor curiosidad de asomarme a esos humanos desahogos. Mañana ya todo se habrá desvanecido y las moscas que acudieron al hedor del pastel de rica miel que en Granada depusieron contra mí andarán por ahí revoloteando ahítas y dispersas.

            No solo no me molesta este intento de linchamiento virtual, sino que mi vanidad lo interpreta como un homenaje. Parece que lo que yo digo algo cuenta, aunque solo sea en el submundo poético. Muchas gracias, Remedios, por animarme a seguir en la labor.

 

Domingo, 9 de enero
EN EL PALACIO REAL

Siempre me han fascinado los caserones llenos de recovecos, sótanos, escaleras que llevan a ninguna parte, estancias clausuradas. Desde que leí La de Bringas, he estado obsesionado por los entresijos del Palacio Real: “Ciento veinticuatro escalones tenía que subir don Francisco por la escalera de Damas para llegar desde el patio al piso segundo de Palacio, piso que constituye con el tercero una verdadera ciudad, asentada sobre los espléndidos techos de la regia morada. Esta ciudad, donde alternan pacíficamente aristocracia, clase media y pueblo, es una real república que los monarcas se han puesto por corona”. Cuando el narrador va a visitar a don Francisco Bringas, se pierde en aquel laberinto. Un cancerbero les había dicho: “Tuercen ustedes a la izquierda, después a la derecha. Hay una escalerita que sube, luego otra que baja…”

Echan a andar por un pasillo de baldosines rojos, que más parecía calle o callejón, alumbrado con mecheros de gas; de vez en cuando se encontraban una especie de plazoletas inundadas de luz que entraba por grandes huecos abiertos al patio. Había también pasadizos y túneles y puertas, muchas puertas de cuarterones, unas recién pintadas, descoloridas y apolilladas otras, numeradas todas, pero en ninguna parte veían el número que estaban buscando.

            ¡Qué escenario más fascinante para una historia de terror esos altos de Palacio! Yo daría cualquier cosa por poder visitarlos. Hoy, por fin, he podido asomarme, al menos en fotografía, al domicilio de don Francisco Bringas.

            Del palacio Real conozco lo que se enseña a las visitas, que es lo que menos me interesa. También he tenido ocasión de comer alguna vez en al comedor de gala que María Cristina hizo construir sobre lo que habían sido habitaciones particulares de la reina Mercedes, y de tomar café en el salón chino. ¡Cómo me habría gustado escabullirme entonces y buscar la escalera de Damas y ascender hacia aquella galdosiana ciudad escondida en lo alto! A punto estuve en uno de esos almuerzos de acercarme a la reina, que conoce bien a Galdós, y solicitar su intercesión para que me dejaran visitar lo que no se muestra del palacio.  

            Un reportaje publicado hoy me aclara el misterio. El palacio Real, en lo que no es museo o escenario para las ceremonias oficiales, se ha convertido en un bloque de oficinas. Todo lo llena la burocracia de Patrimonio Nacional. El apartamento de Francisco Bringas lo ocupa José Luis Sancho Gaspar y yo lo veo lleno de estanterías y legajos. Pero se conserva la distribución: entrada, sala, gabinete, cocina. No había baño, el baño era compartido, como en las corralas. También compruebo que lo que fue el vestidor de  Alfonso XIII está lleno de carpetas.

            Qué poco respeto por la historia privada, tan importante como la gran historia. Yo sacaría a todos los burócratas del palacio Real y reconstruiría lo más fielmente posible lo que fueron las habitaciones particulares de los reyes y las de los nobles que los acompañaban y las de la servidumbre que habitaba los altos. También, por supuesto, las del último jefe del Estado que residió en este lugar, Manuel Azaña. Y las cocinas y los baños y toda la intendencia. Los techos de Tiepolo y las cornucopias doradas están muy bien, pero a mí no me interesa menos poder asomarme a la vida privada de las personas de otro tiempo.

Lunes, 10 de enero
A MAL TIEMPO

----Qué mal lo debes estar pasando, Martín. Tú que eres un hombre tan rutinario

----No te creas. Yo soy un poco como Groucho Marx. ¿Que no le gustan mis principios? No importa, tengo otros. ¿Que alteraran todas mis costumbres? Pues enseguida me invento otras. A mí no ven van a desequilibrar, como a tantos, los disparates de ninguna autoridad político-sanitaria. Tengo muchos defectos, pero no los tengo todos. Descuidar mi salud no se encuentra entre ellos. Ni desaprovechar la más mínima brizna de felicidad.

Martes, 11 de enero
LA BROMA INFINITA

He decidido no hablar más de esta “drôle de guerre” que estamos viviendo (vamos ya por el Tercer Año Triunfal). Mis lectores habituales se quejan, dicen que ya está bien de darles la tabarra. Pero ocurre que tengo la costumbre de leer todos los días el Boletín Oficial de Sánchez, Pfizer y Moderna (más conocido como El País) y es difícil pasar de la primera página sin decir nada. En la de hoy leo: “La industria busca una protección para todo coronavirus. La carrera por una vacuna a prueba de variantes”. Leo la noticia, y en ella se nos informa de que varios laboratorios están buscando una vacuna que nos proteja de las nuevas variantes del coronavirus como la ómicron. Cualquier persona deduce de esa información (y del hecho de que todos los contagiados que conoce estén vacunados) que las actuales vacunas (preparadas para otra variante) han quedado obsoletas.  Lo lógico sería destruirlas y esperar a las nuevas. “¿Pero cómo vamos a tirarlas –parece que se dicen las autoridades político-sanitarias-- con lo que nos han costado?”. Y siguen chantajeando (lo que podría ser constitutivo de delito) a los pocos que aún no se han vacunado para que se vacunen y quieren vacunar a todos los niños… que no necesitan ni esta vacuna ni las que se puedan inventar. Como no pueden negar ese hecho, dicen que los vacunan… ¡para proteger a los abuelos! Y se quedan tan anchos. Bueno, sacrificar niños para propiciar a los dioses es una tradición antigua.

            No sigo, que no quiero hablar de estos temas. “Estas obsesionado, Martín”, me dicen los amigos. “Quizá es solo que ese otro virus que acompaña al coronavirus, y que afecta a la inteligencia de las personas, a mí parece que no me ha afectado”.

Miércoles, 12 de enero
LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO

La inmortalidad ya no es lo que era, lo sé de sobra. Los libros tienen una vida precaria en las librerías y pronto pasan a un cuarto oscuro del que no saldrán jamás, salvo contadas excepciones. Pero yo sigo escribiendo como si fuera a ser leído hoy, mañana y dentro de cien años. Los primeros escritores que admiré estaban todos muertos: Galdós, Unamuno, Machado, Ortega. Había una excepción, Azorín, del que cuando tenía doce años me regalaron una novela suya muy menor, El escritor (me la regalaron porque a esa edad me pasaba el día escribiendo), pero pronto dejaría de serlo. Por entonces no había escritores de literatura juvenil que visitaran los colegios. El tipo de escritor que yo quería ser escribía no solo para sus contemporáneos, sino para los que habían nacido mucho después que él. Ahora sé que los escritores que perduran, salvo raras excepciones, ya fueron admirados en vida. Lope fue siempre el gran Lope y lo mismo Galdós o Lorca. Y no digamos Virgilio, Goethe o Borges. La posteridad quita de su sitial a alguno (Pereda competía con Galdós, Palacio Valdés oscurecía como narrador a Clarín), pero no levanta a nadie a no ser que haya muerto muy joven, como Keats y otros poetas románticos, o se haya mantenido inédito, como Dickinson o Pessoa.

            Cuento estas cosas en la tertulia virtual de los miércoles y se ríen un poco de mí. “No escoges mal la gente con la que compararte, no”, dice Abelardo Linares.

            ----Pues esa es la gente con la que me gustaría compararme, qué le vamos a hacer. La falsa modestia nunca ha sido mi fuerte. Ni la hipocresía. Y sigo escribiendo para los lectores de hoy y para los de mañana, aunque los de hoy sean pocos y los de mañana más que dudosos. Todavía tengo enemigos ingenuos que, de vez en cuando, arremeten contra mí en público. Nunca se lo agradeceré bastante. Los otros, los que tienen alguna influencia, saben que el mejor arma es el silencio. Hice crítica algún tiempo en El Cultural. Me fui porque no estaba muy de acuerdo con que, si yo era el crítico de poesía, el libro de la semana lo escogiera la directora sin haberlo leído. Así se hace en todas partes, ya lo sé. El libro de la semana, que ocupa la portada de los suplementos culturales, no es más que el lanzamiento de la semana, Y la crítica, una forma de publicidad. El caso es que lo dejé y desde entonces mi nombre no volvió a aparecer jamás en ese suplemento, ni aunque se hablara de un libro colectivo en el que yo participara. No es un único caso. El único estudioso de Ángel González vetado en la cátedra Ángel González soy yo, y todo por ponerle algunos reparos a los libros de su directora (que, por cierto, no financia la cátedra con su dinero).

            ----No te quejes. Tienes lo que te has buscado.

            ----No me quejo. Estoy muy bien donde estoy. Una infancia pobre es una riqueza que no se agota nunca, dijo Nanni Moretti. Como puedo vivir con muy poco, desde que comencé a trabajar –a los veintiún años--  he tenido más dinero del que necesitaba. Y soy tan vanidoso que nunca he precisado del elogio ajeno (aunque me guste y lo agradezca). Siempre he sabido quién soy, siempre he sido consciente de lo que valgo, poco o mucho, según con quien me compare. Nada si lo hago con quien me gustaría compararme. Ya sabéis, mis primeros ídolos: Unamuno, Galdós, Machado.

Jueves, 13 de enero
GRACIAS

Cómo se agradecen los pequeños detalles, la bondad que quiere pasar inadvertida. Desde fuera, y con tantos problemas como hay en el mundo, los míos parecen insignificantes. Me han expulsado de casi todos mis rincones de trabajo, me han convertido en un paria en mi propio país y sin motivo alguno y con escasa o nula cobertura legal. Eso es lo que más me ofende, que hayan convertido la democracia española, que tanto costó traer, en una democracia con apellido, como la democracia orgánica o la democracia popular: la democracia sanitaria, en lo que todo vale solo con apelar a que pueden llegar a faltar camas en los hospitales.

Pero en la cafetería donde leo por las tardes de siete a ocho piden con desgana el pasaporte a todo el mundo y apenas lo miran (como quien cumple una incómoda obligación), pero a mí no. Si lo hicieran, me habría dado la vuelta. Salgo a la calle con papeles falsos, como un emigrante ilegal, pero no soy capaz de mostrarlos. Cada uno es como es. Nunca olvidaré esa delicadeza de dejarme pasar para que me siente solo en la larga mesa y abra el libro de la tarde –siempre distinto del de la mañana-- sin ponerme en un aprieto. Yo no digo su nombre para no ponerles en un aprieto. Algún día podré decirlo. Ahora solo puedo decir gracias, de todo corazón.

Viernes, 14 de enero
YO NO

¿Saldremos de esta? Quizá sí, pero sin prisa ninguna. Ya leo que quieren tratar como una enfermedad más lo que convirtieron en una plaga bíblica. “No hay que apresurarse”, advierten los timoratos a los sensatos.

No sé si saldremos de esta, pero sé que yo, si salgo (me quedan menos de treinta años para cumplir cien, el tiempo se acaba), lo haré con la satisfacción de no haber estado ni entre los autores del disparate –cómo se han lucido los líderes de la Unión Europea-- ni entre sus sumisos súbditos convertidos en cómplices.



viernes, 7 de enero de 2022

Elogio de la cordura: Yo, perro judío

  

Sábado, 1 de enero
EL HUEVO DE LA SERPIENTE

A pocos kilómetros del pueblo en que nací y pasé mis primeros años, Aldeanueva del Camino, hay otro con el que desde siempre ha mantenido una relación de rivalidad. El insulto favorito de los niños de Aldeanueva cuando nos peleábamos con los de Hervás era llamarlos judíos y repetir un dicho que habíamos oído a nuestros padres: “En Hervás, judíos los más”. Y ellos nos replicaban de inmediato: “Y en Aldeanueva, la judiá entera”, esto es, la judiada, la judería entera. Han cambiado los tiempos y el pasado judío de Hervás ya no es un baldón, sino un orgullo y uno de sus principales atractivos turísticos.

             Cuando leí a Américo Castro, que encontraba antecedentes semitas en la mayor parte de las grandes figuras del siglo de Oro, de Santa Teresa a Fray Luis, de Fernando de Rojas a Cervantes, me obsesioné con investigar entre mis antepasados a ver si encontraba huellas de sangre judía. No encontré nada, y bien que lo sentí, y más cuando me enteré que mi admirado Pessoa descendía de judíos portugueses.

            Pero también la verdad se inventa. Y quizá por eso uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue aquella tarde, al comienzo del Sabbat, en que me acerqué por primera vez al Muro de las Lamentaciones. Sentí entonces en lo más profundo de mi corazón que yo era uno de ellos.

            Se puede cambiar sinceramente de religión, pero no se cambia tan fácilmente de costumbres. Teresa de Jesús se aficionó a leer porque su madre leía, algo que los cristianos viejos tenían por un desdoro (ya se sabe, como dicen unos versos de la época, que los libros “llevan a los hombres a la hoguera / y a las mujeres a la casa llana”, esto es, al prostíbulo). Yo nací en una casa sin libros, pero a los tres años ya sabía leer –sin que nadie me enseñara-- y desde entonces no he dejado de hacerlo. En la biblioteca escolar había muy pocos libros. Antes de que emigrara a Asturias –primero vino solo mi padre, luego se trajo a la familia--, a los nueve años, ya los había leído todos. El maestro, muy preocupado, avisó a mi madre: “Tanto leer no puede ser bueno”. Ella se encogió de hombros: “Si eso es lo que le gusta…” . El maestro era cristiano viejo (creo que también falangista). Mi madre, quizá no.

            También desde muy niño he sido aficionado a discutirlo todo. Debía de tener seis o siete años cuando demostré la inexistencia de los Reyes Magos por un razonamiento lógico. “¿Cuándo me dejarán los juguetes los Reyes?”, “Esta noche, mientras duermes”, ¿Y a los niños de Hervás, si hay alguno que haya sido bueno?”.. “También esta noche”. “¿Y a los de Madrid?”.” También”- “¿Y a los de Barcelona?”. “No seas pelma, hijo, esta noche les dejan juguetes a los niños de todo el mundo”. “¿Y cómo pueden estar en tantos sitios a la vez?”. “¡Y yo qué sé! Son magos. ¡Qué preguntas hace este niño!”

            Muchas veces discutí con mi maestro, mi mejor maestro, don José Ramón, que a punto yo de cumplir diez años, les dijo a mis padres que debía estudiar y que él se encargaría de prepararme para el examen de ingreso del bachillerato y de solicitar una beca. Don José Ramón era el único maestro (había también una maestra) en aquel barracón improvisado en Valliniello, al lado mismo de Ensidesa --jugábamos durante el recreo entre residuos tóxicos--, donde se amontonaban cerca de cien niños (nos dividió en dos turnos, daba clases mañana y tarde cobrando un solo sueldo) llegados de todos los puntos de aquella España famélica y miserable.

            Don José Ramón tenía mucha paciencia conmigo cuando yo le discutía la solución de algún problema de matemáticas (de esos de pensar, que eran lo que me gustaban) o mi obsesión favorita:  si los franceses eran los malos en la Guerra de la Independencia, los españoles no podían ser los buenos en la guerra de Marruecos.. “A veces me haces pensar en cosas en las que nunca se me había ocurrido pensar”, me dijo una vez y ahora lo recuerdo con orgullo. Le volví a ver, ya pasados los noventa años, pero con su inteligencia intacta en un encuentro en el Atrio que preparó mi añorado José Manuel Feito. “Usted fue mi mejor maestro”, le repetí. “Ya te lo he leído. Muchas gracias. Y tú fuiste uno de mis mejores alumnos”, me dijo sonriendo con ironía porque sabía que yo esperaba que dijera que había sido su mejor alumno. “Tuve alumnos muy buenos –aclaró--. Tuve esa suerte”. Y me habló de algunos de ellos.

            Todo lo que soy se lo debo en buena parte a él. El instituto estaba lejos, no había autobús. Me recuerdo, niño de diez años, caminando unos cuantos kilómetros, en el frío del invierno y antes de amanecer cruzando el puente Azud, con la cartera y la tartera de la comida. Había clases mañana y tarde, pero el Carreño Miranda no tenía comedor. Los que vivíamos lejos llevábamos nuestra comida. Luego fueron siguiendo el mismo camino mis cuatro hermanos. Mis padres no habían acabado la escuela, pero todos sus hijos fueron a la Universidad y tres de ellos se doctoraron. Eso me parece muy judío.

            ¿Pero por qué cuento yo ahora de esto?  Una de mis frases favoritas (yo soy muy de hacer frases) dice: “Nunca hablo de mis humildes orígenes. No me gusta presumir”.

            Hablo porque de pronto me he sentido extranjero en mi tierra. A poco de llegar Hitler al poder, hubo manifestaciones contra él en varias ciudades del mundo y se pidió que se decretara el boicot económico a Alemania. Hitler respondió boicoteando los comercios de los judíos. Durante un día nadie entró a comprar en ellos. Ni siquiera los clientes habituales, los amigos de toda la vida. De un día para otro, el mundo cambió para medio millón de alemanes. Algunos intuyeron lo que se avecinaba y emigraron, otros no lo hicieron porque no pudieron o porque pensaban que no era para tanto. El partido comunista todavía era legal, el holocausto no estaba en la mente de nadie, ni siquiera en la de Goebbels.

            El día en que, sentado en la misma mesa de Los Porches en que me sentaba desde hacía cuarenta años, el camarero se negó a servirme el café si no le demostraba que era ario, que no era judío, esto es que tenía el pasaporte Covid, el mundo cambió para mí. Alguien había comenzado a empollar en Asturias el huevo de la serpiente. Y basta con que dejemos que asome su lengua bífida para que no haya marcha atrás.

Domingo, 2 de enero
PATRIA QUERIDA

Un estudiante chino, que pasó algún tiempo por la tertulia, se enfadaba cuando le confundían con un japonés. “En mi país hay muchos locales con un cartel que pone: Se prohíbe la entrada a perros y japoneses”, decía. En mi Asturias, patria querida, acabo de tropezar con un bar en el que un cartel advierte: “Se prohíbe la entrada a perros y no vacunados”.

Lunes, 3 de enero
DELINCUENTE FRUSTRADO

Hoy me iba a convertir por primera vez en un delincuente. Hoy iba a incumplir por primera vez deliberadamente una ley. Una ley, por cierto, que muy dudosamente es una ley, que no es más que una resolución de la consejería de Salud del Principado de Asturias que viola nada menos que la Constitución española y vulnera los derechos humanos. Pero aún así no fui capaz de incumplirla. Está claro que no valgo para político ni menos aún para jefe del Estado español (que puede hacer de su capa un sayo y pasarse el código penal por debajo del puente colgante, según los fiscales y los “expertos” constitucionales). El delito que estuve a punto de cometer es muy menor, cualquiera se reiría de mis escrúpulos.

            ---Tú, que has estado en las cárceles de la democracia orgánica, la de Franco, ahora me sales con esas, Martín, no te puedo creer.

            ---Cierto, estuve siete días con sus siete noches incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad, tres meses en cárcel de Carabanchel en la galería de los presos más peligrosos, seis meses en libertad provisional, teniendo que presentarme cada semana en el gobierno militar. ¿Algo habría hecho? Nada. Cuando el caso pasó de la justicia militar al Tribunal de Orden Público, lo primero que hizo el juez fue sobreseer el caso. Volví a mi trabajo (estaba en suspensión de empleo y sueldo), me pagaron los haberes de esos meses y en mi expediente figuran como si hubiera trabajado. Ningún delito, ni por acción ni por omisión, ni siquiera de opinión (entonces estudiaba y trabajaba y no tenía tiempo para ninguna actividad política).

            ----¿Y te torturaron, Martín?

            ----Me reservo mi opinión. Aún recuerdo las palabras que me dijo un sonriente inspector, o lo que fuera, la primera vez que entré en la sala de interrogatorios: “Compórtate, tío, que parece que te vas a cagar de miedo. Aquí no se tortura a nadie, eso son inventos de los comunistas, aquí con un par de hostias bien dadas todos cantan la tarara”.

            ----¿Y tú cantaste?

            ----Yo no delaté a nadie, lo cual no tiene mucho mérito porque no tenía a nadie a quien delatar. Más mérito tiene que me negara a firmar una declaración amañada en las que acusaba a personas que solo conocía de nombre. Pero estas son batallitas que tienen que ver con aquella democracia orgánica. Lo que importan ahora son las que tienen que ver con esta democracia sanitaria que nos ha caído encima. Entre los perseguidos siempre se crean redes de solidaridad. Nada más publicarse la disparatada disposición de la consejería de Salud, me llegaron varias listas de cafés y restaurantes donde se negaban a solicitar el pasaporte. Y, más importante, tres desconocidos solidarios me enviaron su pasaporte. Uno de ellos, compartía conmigo nombres y apellidos (lo comparte más de uno en Asturias, así que no delato a nadie), son las ventajas de tener un nombre tan vulgar. Una amiga, católica practicante, me envío textos de Santo Tomas y de toda la jurisprudencia cristiana que avalaba el negarse a cumplir leyes injustas. Lo tenía todas a mi favor. Paseaba bajo la lluvia, estaba empapado, necesitaba ir al servicio, vi a través del ventanal una cafetería iluminada y calentita y con solo un cliente en la barra. Trato de entrar. “¿Tiene usted el pasaporte Covid?”, me gritó el camarero. “Sí”, le dije. Saco el teléfono del bolsillo, pero antes de enseñárselo me di la vuelta y seguí caminando bajo la lluvia.

            Cada uno es como es. Qué le vamos a hacer. Yo no podría ocupar nunca el cargo de consejero de Salud del Principado de Asturias. Me moriría de vergüenza antes de firmar ciertas disposiciones que solo sirven para chantajear a los ciudadanos (“vacúnate, hombre, que contagiarte podrás contagiarte igual –esta maldita Ómicron--, pero por lo menos podrás ir al cine y tomarte una cervecita a cubierto”), o solo con dar una vuelta –lo que debería ser mi obligación-- por los Centros de Atención Primaria. Sé de qué hablo: acompañé el otro día a una amiga durante las horas que tuvo que esperar bajo la lluvia antes de que la malatendieran en el Centro de Salud de Pumarín y tuve ocasión de escuchar muchas historias..

Martes, 4 de enero
SOBRE TODO

De pronto me viene a la memoria un verso de Marina Tsvietaieva, glosado por Eugénio de Andrade: “Todos los poetas son judíos, / todos marcados / por una estrella negra, / sea rosa o amarilla”.

            Todos los marginados, maltratados,  excluidos, todos los chivos expiatorios son judíos. Sean homosexuales, negros, inmigrantes o no vacunados, sean hombres o mujeres o ambas cosas o ninguna de ellas, sean asturianos o palestinos. Sobre todo si son palestinos.

Miércoles, 5 de enero
EN CASO DE NECESIDAD

No estoy yo muy seguro de que, a pesar de todo, no acabe cometiendo un delito. Leo el nuevo tomo del diario de José María Souvirón en una cafetería cercana a casa, disfrutando feliz como en los buenos tiempos de este apacible rincón de mi biblioteca. La camarera no me ha pedido ningún pasaporte al entrar. Pero sí se lo pide a una señora mayor que se levanta de su mesa de la terraza y entra preguntando por el servicio. “¿Tiene usted pasaporte?”, “Sí, pero me he olvidado el teléfono en casa”, “Pues entonces no puede pasar”.  “¿Pero por qué se lo pide a ella si no me lo ha pedido a mí?”, le digo. “Es que a veces me olvido, que una no puede estar en todo, para quinientos euros que me pagan”.

            La democracia sanitaria es tan democracia como la democracia orgánica o la democracia popular, Resulta bastante menos sanguinaria, pero en compensación es bastante más ridícula. Me reconforta tener en el bolsillo, aunque no lo haya usado nunca, el teléfono con el pasaporte de otro José Luis García Martín. A veces compro un libro y busco un lugar donde sentarme inmediatamente a leerlo. Antes, tras salir de Cervantes, lo hacia en Los Porches, a donde quizá no vuelva jamás, ahora lo hago en una terraza. ¿Y qué pasa si de pronto siento una urgencia diurética, algo muy propio de cierta edad? ¿Tendría que buscar una esquina o arrimarme a un árbol como un perro? Aunque eso sea lo que soy para las autoridades del Principado (con el aval del Tribunal Superior de Justicia, no lo olvidemos), prefiero incumplir la ley y entrar en la cafetería en busca del servicio a morirme de vergüenza. Porque los perros no vacunados, los perros judíos, todavía somos humanos y sentimos dolor y vergüenza. Vergüenza ajena, sobre todo, señor Pablo Ignacio Fernández Muñiz, todavía consejero de Salud del Principado de Asturias. Cuando no se sabe qué hacer para frenar una cadena de contagios desbocados a pesar de las vacunas, se dimite y se deja el sitio a otro que sepa hacer algo, pero no se hace el ridículo ni se maltrata a ningún ciudadano.

Jueves, 6 de enero
RÍNDETE

Después de una maravillosa mañana de Reyes, acompaño a Yara, a Martín, a sus padres y a unos amigos, con sus tres niños, a la puerta del restaurante (un Burger King, por cierto, que no están los tiempos para muchos despilfarros). Allí los dejo, yo no puedo acompañarles. Cuando salgo del Coviran, a donde he entrado para comprar algo y comer a solas, me encuentro con un amigo.

----Desengáñate, Martín, no patalees más, acomódate como todos. Esto va a durar más que la guerra de los treinta años. Las vacunas que, hace unos meses parecían la solución, ahora son el problema. Si la pandemia remite y se convierte en una especie de gripe que nos visita todos los años, se acaba el negocio de las Pfizer y las Modernas, un negocio tan suculento que deja en calderilla las ganancias de Pablo Escobar, y completamente legal, con dinero que no necesita ser blanqueado para sanear las arcas del Partido Demócrata en Estados Unidos y centros de investigación en todo el mundo que avalen la necesidad de vacunar a todo el mundo, niños y no natos incluidos. La diferencia entre vacunar cada año a los que lo necesitan –pongamos que un veinte por ciento-- y vacunar a toda la población dos o tres veces al año es tan inconmensurable que no van a dejar que se les escape el negocio. Haz como yo, Martín, tápate las narices ante el hedor, y da tu brazo a torcer. Por cierto, no sé si te dije, que he dado positivo. Pero yo, como estoy vacunado, puedo contagiarme, no sentir ningún síntoma, o sentirlos y tener que ir al hospital sin que nadie me eche en cara nada. Pero imagínate que el que te contagias eres tú (también los no vacunados pueden contagiarse, aunque sea poco probable si toman las precauciones elementales), entonces te pondrán en la picota de los periódicos, se burlarán de ti, incluso es posible que te impongan el copago de los gastos sanitarios. Vacúnate y podrás volver al cine. Esto va a durar. No creo que los que tenemos más de veinte años nos libremos de la obligación de usar mascarillas cuando son y cuando no son necesarias ni de vacunarnos cada cuatro o seis meses. No puedes hacer nada, la mayoría lo acepta agradecida. Prefieren morir de cualquier cosa a dar positivo, aunque sea asintomático. No podemos hacer nada. Tardará en pasar, pero pasará esta pandemia de estupidez colectiva. Mientras tanto, carpe diem, humíllate lo imprescindible y vive de la mejor manera posible”.

Viernes, 7 de enero
SIN COMENTARIOS

El gobierno de Asturias toma medidas –véase el BOPA del 27 de diciembre de 2021-- que ofenden la inteligencia y la dignidad de los asturianos, pero la mayoría de los asturianos no se sienten ofendidos