Sábado. 23 de mayo
UN CADÁVER EN EL MAIZAL
Cuando un amigo ha escrito
una novela y me dice que si me gustaría leerla, siempre digo que sí, qué
remedio, y me siempre pongo en lo peor. Quizá por eso olvidé el lápiz de
memoria que Berta Piñán me entregó la última vez que estuve en Madrid, tras
asistir a la presentación de la colección de aforismos que Manuel Neila dirige
en Renacimiento. “He disfrutado mucho escribiéndola”, me dijo. “Podía escribir
una novela así al mes, para mí es como coser y cantar”. Pero el disfrute del
escritor no suele ser compartido por el lector.
Esta aburrida tarde de sábado, jornada de reflexión en la
que todo lo tengo ya muy reflexionado, ha aparecido el lápiz olvidado y en él la
novela. La abro en el ordenador, la envío por correo al iPad y me dispongo a
echarle un vistazo en Los Prados, tres o cuatro páginas serán suficientes, para
poder decirle unas palabras amables a mi amiga Berta.
Pero comienzo a leer, sigo leyendo, me olvido de los
libros que traía conmigo, también del poema que pensaba revisar, y solo dejo
los últimos capítulos para terminarlos en casa y así prolongar el placer.
Berta Piñán ha escrito una novela policíaca que podría
ser el comienzo de una exitosa serie protagonizada por dos mujeres, Juana y
Teresa. ¿En dónde radica el encanto de estas páginas? Toda la peripecia del
cadáver que aparece y desaparece en el maizal, de los matones del club de
alterne, del ciudadano ejemplar que esconde un secreto ligado a la triste
historia de la España de la transición, la tenemos muy vista y ni siquiera le
falta algún descosido de dudosa verosimilitud. Pero nada de eso nos importa. Nos
atrae el escenario, un lugar asturiano recreado sin concesiones al
costumbrismo, nos atrae la pareja protagonista, esa Juana, profesora jubilada,
que casi todo lo ha aprendido en los libros, y su amiga Teresa, que solo ve los
programas de chismes de la tele, pero que sin embargo sabe sobre hombres y
mujeres cuanto hay que saber. O la otra pareja, la de guardia civiles, tan bien
delineados, que tanto juego pueden dar en títulos posteriores.
Porque habrá más entregas en cuanto algún editor avispado
se decida a publicar esta. Cierto que Cangas de Onís (la Villa de la novela) no
es Venecia, pero el cada vez más desganado oficio de Donna Leon no resiste la
comparación con la frescura imaginativa, con el buen hacer cervantino de Berta
Piñán.
Leer al Simenon de las novelas de Maigret una tarde de
lluvia, cuando no apetece salir de casa, o en un largo viaje en tren, es uno de
mis placeres favoritos. A Bertan Piñán le debo otra tarde feliz, pero en este
caso el placer tiene algo de exclusivo: pronto lo compartirán miles de
lectores, pero ahora Sherezade parece contar su historia solo para mí.
Domingo, 24 de mayo
MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA
Buen día para releer a don
Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuerte,
ya desmoronados”.
¿Se desmorona España? Digamos que la casa en la que hemos
vivido estos últimos años, y de la que ciertos políticos estaban tan
orgullosos, necesita algunas reformas, algo más que una mano de pintura. Lo
malo es que, mientras duren las obras, no podemos irnos a vivir a un hotel. Hay
que convivir con el polvo, el barullo y los albañiles. Y encima no nos ponemos
de acuerdo sobre qué tabique que tirar o dónde abrir nuevas ventanas.
A mí lo único que me parece innegociable es que, hagamos
las reformas que hagamos, a todos los inquilinos hay que darles la llave del
portal para que entren y salgan cuando quieran. En caso contrario, la casa no
sería una casa sino una cárcel.
Lunes, 25 de mayo
NO SÉ SI DORMIDO O DESPIERTO
Me fui ayer a la cama satisfecho y feliz tras escuchar
los datos ya casi definitivos del recuento electoral. "Creo que a partir
de hoy en España se respirará mejor", pienso. Pero luego, en el primer
sueño, tengo un sobresalto y ya no puedo volver a dormir o quizá sí y mis
terrores durante el insomnio son parte de la pesadilla. Me imagino un frenético
ir y venir de dossieres y maletines en los sótanos de Génova. Esperanza Aguirre
ha pedido información de los concejales socialista electos para el Ayuntamiento
de Madrid. "¡Quiero conocer los puntos débiles de cada uno!", grita.
"Si tienen hipotecas, si han sido relegados por el partido a un puesto
distinto al que aspiraban, si se han ensuciado las manos en algún consejo de
administración, si han viajado alguna vez a Venezuela... Hay que encontrar un
Tamayo como sea. ¡Hay que salvar la civilización occidental cristiana que
peligra si esa salvaetarras llega a la alcaldía!"
Recuerdo
lo que me dijo una vez Jon Juaristi, que ocupó una cargo político con Esperanza
Aguirre: "Esa mujer tiene baraka,
el talismán de la buena suerte, siempre cae patas arriba. Es insumergible. Y
yo, no sé si dormido o despierto, pienso que, mientras busca un Tamayo (“¡Lo
encontraré, no se me escapa un corruptible, soy la mejor cazatalentos de
España!”, grita), imagina un plan b: ofrecerle a Carmona la alcaldía de Madrid.
"Tú serás alcalde, tú serás alcalde", le tienta como las brujas de
Macbeth. Y el hombre del pim pam propuesta acaba aceptando y, cuando lo
expulsan del partido, ella maniobra para que deje la alcaldía y la ocupe quien
debe ocuparla hasta que dé el salto a la presidencia del gobierno. "Voy a
refundar el partido, voy a dejarlo que no lo reconozco ni la madre o el Aznar
que lo parió", grita la perdedora de la noche, la que con un golpe audaz,
un tamayazo, un carbonazo o lo que sea, se convierte en la gran triunfadora.
Mientras la buena gente celebra su triunfo, la madrastra de Blancanieves
prepara sus pócimas en la cocina de palacio.
Despierto
y respiro aliviado. Todo ha sido un mal sueño. Pero enciendo el televisor y
Esperanza Aguirre seguía allí, incansable, indestructible, invulnerable a
cualquier atisbo de racionalidad. Pobre Carmena, pobre Rajoy. No saben con
quién se enfrentan.
Martes, 26 de mayo
UN CONSEJO
“¿Qué consejo le daría a
un joven que quisiera triunfar en la literatura?”, me pregunta ingenuamente un
joven que quisiera triunfar en la literatura.
“Algo de talento, ningún escrúpulo y olfato para saber a
quien conviene adular. Exactamente el mismo que a quien quisiera triunfar en la
política.
Miércoles, 27 de mayo
MIS PUNTOS DÉBILES
Cuentan que a José
Bergamín, paseando con un amigo, le extrañó que un conocido con el que se
cruzaron no le devolviera el saludo. “¿Qué le pasará a este?”, preguntó. “La
semana pasada se metió usted con él en uno de sus artículos”. “Bueno, pero yo
ya lo he olvidado”.
Yo también había olvidado no sé que alusión más o menos
irónica a sus ideas políticas que un amigo considera especialmente ofensiva.
Pero él, obviamente no, y no tarda en reprochármelo ásperamente. Me disculpo
como puedo, y prometo enmendarme, aunque sospecho que no lo conseguiré. Soy experto
en herir susceptibilidades. No sé cómo me las arreglo para dar siempre en el
punto débil de cada uno. Está visto que ni la diplomacia ni la psicología son
lo mío.
En mi disculpa diré que soy poco susceptible, que me
gusta reírme de mis puntos flacos, como la vanidad, y que uno tiende siempre a
pensar que los demás reaccionan de la misma manera. Por otra parte, nunca hablo
del todo en serio, salvo si hablo en broma.
Si a mí, que soy la persona más rutinaria y ordenada del
mundo (todavía, y voy a cumplir sesenta y cinco años, no he sido capaz ni de
llegar tarde a una cita ni de faltar un día al trabajo), no me molesta que, por
votar a Podemos, me llamen “antisistema” o “peligroso revolucionario que
pretende destruir la democracia occidental” (más bien me río de quien dice
semejantes memeces y sobre todo de quién se las cree), ¿cómo voy a imaginarme
que alguien se sienta dolorosamente ofendido porque en broma dudara de su
izquierdismo o lo calificara coloquialmente de facha, y que además siga
recordando esa gravísima ofensa para toda la eternidad?
Qué raros somos los humanos. Yo también tengo mis puntos
débiles, pero he aprendido a disimularlos. Si alguien, sin querer, me da un
pisotón en uno de ellos, pongo cara de póquer y paso a hablar de otra cosa. No
me dedico a reprochárselo descubriendo mi debilidad (los mejores amigos de hoy
suelen ser los peores enemigos de mañana). Mis puntos débiles nada tienen que
ver con que me consideren más izquierdista, ni mejor o peor poeta, ni con que
me elogien poco o mucho. Los elogios me gustan, como a todo el mundo, pero no
los necesito. Ya me elogio yo bastante a mí mismo (solo los grandes hombres
pueden permitirse el lujo de ser modestos).
Jueves, 28 de mayo
VIDAS EJEMPLARES
Al hojear el periódico,
encuentro un artículo de Tadeusz Malinowski en recuerdo de Sara Suárez Solís,
que fue mi primera profesora de Literatura y luego mi compañera en la
Universidad. Charlé muchas veces con los dos, poco después de que se casaran, y
recuerdo bien el brillo en los ojos de Sara: había conocido a Tadeusz cuando
ambos eran estudiantes en Salamanca y este había preferido a su mejor amiga. El
amor imposible de entonces se había hecho realidad cuarenta años después.
La vida de Tadeusz daría no para una novela, sino para varios
tomos de historia. Nació en Polonia en 1919, conoció el gulag siberiano, fue
héroe de guerra, gestor de empresas, estudiante de Teología (y esos estudios le
hicieron perder la fe a los setenta y cinco años); ya nonagenario se licenció
en Antropología Cultural. El resultado de sus estudios lo acaba de compendiar
en Un hombre no acabado.
Un hombre ejemplar que durante un tiempo tuvo la fortuna
de convivir con una mujer no menos ejemplar. Tenía yo once o doce años cuando
en clase de Lengua nos dictó un poema: “¿Cuánto podrá durar para nosotros / el
disfrute del oro, la posesión del jade?”. Mucho tiempo después supe que ese
poema, que no he podido olvidar, era de Li Po. “Vivir y morir luego: he aquí la
sola / seguridad del hombre”. Pero conocer a personas como Tadeusz y Sara ayuda
a no vivir en vano.