Sábado, 9 de mayo
CRUCES DE MAYO
Hay ciudades que se
parecen a cualquier otra ciudad y ciudades que solo se parecen a sí mismas.
Sevilla es una de estas últimas y además le gusta demostrarlo. Apenas pongo el
pie en ella y ya me reciben “cornetas y tambores, galones y entorchados”, como
en el poema de Fernando Ortiz. La pompa trompetera acompaña a una dorada cruz
de mayo por la calle de las Sierpes. No es la única: en la cernudiana plaza del
Pan me encuentro con un niño que porta una cruz negra rodeado de otros con
largos cirios (“y esos niños en hilera / llevando el sol de la tarde / en sus
velitas de cera”); detrás, más galones y entorchados con su armónico barullo y
la palabra Amor bordada en el uniforme. Un poco más allá, junto al Archivo de
Indias, otro desfile y otra cruz, esta con una escalera apoyada en ella. Me
divierte el emblema que los jóvenes que la acompañan llevan en el pecho.
“Columna y azotes”, dice.
En otros lugares, estos desfiles tendrían algo de
carnavalesco y mucho de reclamo turístico. En Sevilla, no. Y yo miro sin ironía
(aunque no puedo dejar de sonreír ante los “azotes” que algunos parecen
reclamar) todo este colorista fervor. Y luego, como contraste, una calle
estrecha y solitaria en el Barrio de Santa Cruz, el portón de un palacio “y el
sonido del agua en la fuente de mármol”.
Domingo, 10 de mayo
ELOGIO DE AQUILINO
Hablando de la ideología
de Víctor Botas, durante el coloquio que siguió a la presentación de su novela Rosa rosae, por fin reeditada, digo que
era “un poco, o un mucho, Aquilino
Duque”. Y Aquilino Duque, sentado entre el público, sonríe. Antes,
cuando íbamos a hacernos una foto en grupo, se ha puesto en uno de los lados y
ha dicho “yo siempre en la extrema derecha”.
Nadie más distante que yo de las opiniones políticas de
Aquilino Duque, tenaz defensor de la España una, grande y libre (y de algunos
sonoros disparates nada “políticamente correctos”); nadie más admirador de su
literatura siempre brillante, ingeniosa, muy local y muy cosmopolita. Algunos
de sus poemas más sentenciosos me los sé de memoria: “Hay que buscar con la
esperanza / de no encontrarlo todo. / Hay siempre que pararse a dos jornadas /
de la felicidad. / Hay que tender al infinito. / Estar a punto de llegar / pero
no llegar nunca. / Eso es la plenitud. Eso es la vida”.
Aquilino Duque es un facha y no se avergüenza de serlo,
al contrario que cierto amigo mío que no admite el calificativo ni en broma. Quizá por eso me llevo tan bien con
él. A cierta edad, uno ya ha aprendido que alguien puede tener unas ideas
políticas radicalmente opuestas a las propias y sin embargo ser un hombre o una
mujer de bien. Y un gran escritor. O votar al mismo partido que uno y ser un
zoquete. O un menos que discreto poeta, como mi admirado (por otras razones)
César Antonio Molina. A Aquilino Duque, bien cumplidos ya los ochenta años, no
le han abandonado ni el buen humor ni la infatigable curiosidad: “Eso es la plenitud.
Eso es la vida”.
Lunes, 11 de mayo
PESSOA Y YO
No soy un buen vendedor de
mí mismo, quiero decir de lo que escribo, pero creo que bastante mejor de lo
que escriben los demás. Hablé en la Feria del Libro de Sevilla, que ocupa la Plaza
Nueva, de la antología de Fernando Pessoa, Plural
esencial, tratando de transmitir la idea de que es un libro para los que
aman la poesía, un libro que nada tiene que ver con esos engendros académicos –llenos
de corchetes, palabras sueltas y puntos suspensivos– que entremezclan los
textos acabados de un autor con cualquier apunte que salió de su pluma, aunque
sea la lista de la compra. En España sabemos mucho de eso con las ediciones de
Juan Ramón Jiménez, cuyos inagotables inéditos, como los de Pessoa, son
manoseados una y otra vez por los editores.
Después de arremeter contra ciertos críticos
presuntamente científicos –la diatriba, espero que bien fundada, es mi género
literario favorito–, leo el soneto que le dediqué al creador de los heterónimos
y que cierra el libro. “Curiosos versos”, me dice Abelardo Linares, “pero tú no
hablas de Pessoa, tú hablas de ti; Pessoa no es más que una máscara que
utilizas para poder elogiarte a ti mismo”.
Lo niego rotundamente, por supuesto. “En lo que no te
pareces nada a Pessoa es en lo del arca de los inéditos”, añade. Y no sé si ver
en sus palabras un reproche. ¿Publico demasiado? Pues solo dedico un cuarto de
mi tiempo, o menos, a mis versos y a mi prosa de diario; el resto queda para la
obra de los demás, que, bien mirado, también es obra propia.
Martes, 12 de mayo
UN PASEO
No tener nada que hacer,
tener tiempo por delante, tener una ciudad entera para mí solo. Compás de Santa
Inés, donde todavía resuenan los ecos becquerianos; calle de las Dueñas, tan
insignificante si no fuera por un palacio cubierto de yedra y vigilado por
altas palmeras en que nació Antonio Machado; lentas calles estrechas, frescas y
solitarias, yo camino sin pensar en nada y fijándome en todo; plaza de San
Marcos con su torre que parece una Giralda tronchada.
Me gusta caminar solo por ciudades entrevistas. Cuando
estás solo, la ciudad te habla; cuando vas acompañado, la ciudad se calla. A Sevilla
la conozco lo suficiente para no sentirme perdido en ella, pero no lo
suficiente como para que la familiaridad me haga mirar ningún rincón suyo con
indiferencia.
Caminar solo por Sevilla me gusta tanto como caminar bien
acompañado. En Sevilla tengo dos buenos guías, a los que recurro siempre que
puedo, y mi interlocutor y editor favorito, con el que comencé hace ya casi
cuarenta años una discusión sobre literatura que aún no ha terminado.
Uno de los guías es José Luna Borge, amigo desde que
estudiamos juntos Filología en el caserón de San Vicente, frente a la celda de
Feijoo. Es un amigo que de vez en cuando me mira con cierto recelo porque
piensa que yo no aprecio su literatura tanto como merece (achaque común entre
los que escriben).
El paseo con Luna Borge comienza en la plaza del Cristo
de Burgos, con sus magnolios gigantes (¿o no son magnolios?), y llega hasta el
parque de María Luisa y la plaza de España. Hacía tiempo que no había estado en
la glorieta dedicada a Bécquer, que yo asociaba a los hermanos Álvarez
Quintero, a la revista Blanco y Negro y
al más manido sentimentalismo. Pero en el dilatado atardecer, bajo el árbol
inmenso que cobija al monumento al poeta, creo entrever esos “misteriosos
espacios que separan / la vigilia del sueño”, el invisible anillo que sujeta el
mundo de la forma al mundo de la idea: tiempo fuera del tiempo, atisbo de la
eternidad.
Luego, la plaza de España bajo un cielo de acuarela.
Hacía años que no la visitaba, asociaba este lugar al patrioterismo de la
dictadura y a la arquitectura más pastichista. Ahora quedo fascinado con sus
torres barrocas, su interminable arquería, sus ecos venecianos. Me recuerda a
la Universidad Laboral de Gijón, despreciada también como símbolo de otra
dictadura.
Aquel historicismo, tan lleno de originalidad y gracia,
me llevó a pensar en la poesía de Fernando Ortiz, escrita a veces sobre la falsilla
de los antiguos maestros, pero siempre tan verdadera. En el interminable
anochecer, la ciudad se me aparece como “en un fanal / de traslúcida seda
somnolienta”, fuera del mapa y del calendario, como dijo Antonio Machado y a
Fernando le gustaba repetir.
Miércoles, 13 de mayo
AL DIOS VERDADERO
Juan Lamillar es mi guía
por las iglesias de Sevilla, que nunca termino de recorrer, que nunca dejan de
admirarme. Esta vez nuestro paseo comenzó por San Isidoro, que nos recibe con
todo el barroco esplendor de una liturgia que quizá solo en Sevilla se muestra
en toda su verdad. Avanzan los acólitos, de blanco y oro, con el turiferario al
frente, portando sus cruces de plata, suena el órgano, se escucha una hermosa
voz viril, parece que algún prodigio esté a punto de suceder.
La iglesia del Buen Suceso, donde el San Juan de Alonso
Cano mira hacia el hueco del altar de enfrente, en que debía estar su compañera
para toda la eternidad. Pero Santa Teresa anda de viaje, no para un momento en
este año de su centenario, como no paró un momento durante su vida.
En San Pedro, muy cerca de la plaza de la Encarnación
(que a mí me recuerda siempre al futurismo retro de Julio Verne), una Santa Faz
de Zurbarán y un predicador que parece haber aprendido oratoria sagrada en las
tertulias de la televisión.
Cuántas historias guardan estos templos, algunos de los
cuales fueron musulmanes o judíos antes de ser cristianos. Y otros, como la
iglesia del hospital de la Misericordia, abandonan la heterodoxia católica para
recuperar la ortodoxia de la iglesia de Oriente. El iconostasio tapa apenas la pompa barroca del
altar mayor y el pope Ioan Postoi trata de explicarnos las razones del remoto
cisma.
¿Ortodoxia, heterodoxia? En este mundo traidor, nada es
verdad ni es mentira. Mientras voy de una iglesia a otra, me entretengo en
imaginar una novela, un poco a la manera irónica de Eça de Queirós, en la que
Jesucristo, el Jesús que vivió hace dos mil años en Galilea, llega a predicar a
Hispania acompañado de sus apóstoles y de su madre. ¿Qué diría aquella buena
mujer judía al verse en la iglesia de San Andrés fastuosamente engalanada como
una emperatriz china? Pues lo que cualquier persona con sentido común: “Esa
será la virgen de Araceli o de dónde sea, pero nada tiene que ver conmigo; yo
no salgo así a la calle ni en carnaval”.
Para el creyente, todas las religiones son falsas, salvo
la suya. Para el ateo, todas son verdaderas, prodigiosa creación del ser
humano, ese curioso animal al que no le basta la realidad y necesita inventarse
otras, no menos irreales.
Jueves, 14 de mayo
PREFERENCIAS
Un amigo me enseña un
ejemplar de mi primer diario, Días de
1989, que acaba de encontrar en una librería de viejo. Hacía siglos que no
lo hojeaba. En la primera página, respondiendo a un cuestionario, indico mi
edad preferida: “Sesenta años. Tener sesenta años durante por lo menos sesenta
años”. En la última, señalo entre mis lugares favoritos “un rincón del barrio
de Santa Cruz donde discutir de versos y poetas con Abelardo Linares".
¡Bonita manera de presentar a un amigo que te presenta y pasea por Sevilla!
ResponderEliminarMe pones de vuelta y media en la introducción al paseo y capas la fotografía de la presentación de los libros, el tuyo y el de Víctor, en la que aparecía contigo y con Abelardo.
A esa figura cómo la llamaríamos: "Vieja amistad", "agradecimiento", "cordialidad"...
Sosegaos, Martín, no haga vuesa merced fintas de las que haya de arrepentirse más pronto que tarde. Haga caso del buen Íñigo de Loyola, cuando aconsejaba no hacer mudanza en tiempo de tribulaciones. No entréis al trapo para regocijo de quienes ven la capea desde la atalaya de los carros ni hagáis hoy lo que ayer, magnánimo, decíais evitar: si siempre os preciasteis de buen espadachín, de noble fajador, de gladiador imperturbable..., ¿a qué vienen esos aspavientos que no hacen sino atizar el fuego que os han emplazado debajo de los borceguíes y que cuanto más pataleéis, a la manera de fuelle atizador, no vais a conseguir sino que la lumbre os chamusque las calzas, incluso los gregüescos.
ResponderEliminarHacedme caso y sonreíd, repartid naipe y demostrad que sois de la estirpe de buen Quevedo que sabía sufrir y regocijarse a un tiempo.
Quede con Dios vuesa merced.
Martín, ya te he oído más de una vez ese argumento de que para el creyente todas las religiones son falsas, salvo la suya, pero te equivocas. Uno de los argumentos que da la iglesia católica sobre la existencia de Dios es que en todas las culturas existe esa búsqueda porque es algo que llevamos dentro. Lo que ocurre es que la iglesia católica enseña su doctrina, que es la que conoce porque la lleva desarrollando veinte siglos. ¡No va a ponerse a explicar el islam o el budismo! El deber de amar al prójimo, por ejemplo, está presente en los textos de todas las religiones de cierta importancia, y así ocurre con muchas otras cosas.
ResponderEliminarEn relación a este asunto, es de destacar este curso sobre el Islam que anuncia la Archidiócesis de Madrid:
Eliminarhttp://www.archimadrid.org/index.php/oficina-de-informacion/noticias-madrid/item/83422-los-jesuitas-lanzan-un-curso-para-comprender-el-islam