sábado, 16 de mayo de 2015

Nadie lo diría: Siempre Sevilla



Sábado, 9 de mayo
CRUCES DE MAYO

Hay ciudades que se parecen a cualquier otra ciudad y ciudades que solo se parecen a sí mismas. Sevilla es una de estas últimas y además le gusta demostrarlo. Apenas pongo el pie en ella y ya me reciben “cornetas y tambores, galones y entorchados”, como en el poema de Fernando Ortiz. La pompa trompetera acompaña a una dorada cruz de mayo por la calle de las Sierpes. No es la única: en la cernudiana plaza del Pan me encuentro con un niño que porta una cruz negra rodeado de otros con largos cirios (“y esos niños en hilera / llevando el sol de la tarde / en sus velitas de cera”); detrás, más galones y entorchados con su armónico barullo y la palabra Amor bordada en el uniforme. Un poco más allá, junto al Archivo de Indias, otro desfile y otra cruz, esta con una escalera apoyada en ella. Me divierte el emblema que los jóvenes que la acompañan llevan en el pecho. “Columna y azotes”, dice.


            En otros lugares, estos desfiles tendrían algo de carnavalesco y mucho de reclamo turístico. En Sevilla, no. Y yo miro sin ironía (aunque no puedo dejar de sonreír ante los “azotes” que algunos parecen reclamar) todo este colorista fervor. Y luego, como contraste, una calle estrecha y solitaria en el Barrio de Santa Cruz, el portón de un palacio “y el sonido del agua en la fuente de mármol”.
            Me gusta Sevilla porque se gusta a sí misma tanto como me gusta a mí. O como me gusto yo.


Domingo, 10 de mayo
ELOGIO DE AQUILINO

Hablando de la ideología de Víctor Botas, durante el coloquio que siguió a la presentación de su novela Rosa rosae, por fin reeditada, digo que era “un poco, o un mucho, Aquilino  Duque”. Y Aquilino Duque, sentado entre el público, sonríe. Antes, cuando íbamos a hacernos una foto en grupo, se ha puesto en uno de los lados y ha dicho “yo siempre en la extrema derecha”.
            Nadie más distante que yo de las opiniones políticas de Aquilino Duque, tenaz defensor de la España una, grande y libre (y de algunos sonoros disparates nada “políticamente correctos”); nadie más admirador de su literatura siempre brillante, ingeniosa, muy local y muy cosmopolita. Algunos de sus poemas más sentenciosos me los sé de memoria: “Hay que buscar con la esperanza / de no encontrarlo todo. / Hay siempre que pararse a dos jornadas / de la felicidad. / Hay que tender al infinito. / Estar a punto de llegar / pero no llegar nunca. / Eso es la plenitud. Eso es la vida”.
            Aquilino Duque es un facha y no se avergüenza de serlo, al contrario que cierto amigo mío que no admite el calificativo ni en broma. Quizá por eso me llevo tan bien con él. A cierta edad, uno ya ha aprendido que alguien puede tener unas ideas políticas radicalmente opuestas a las propias y sin embargo ser un hombre o una mujer de bien. Y un gran escritor. O votar al mismo partido que uno y ser un zoquete. O un menos que discreto poeta, como mi admirado (por otras razones) César Antonio Molina. A Aquilino Duque, bien cumplidos ya los ochenta años, no le han abandonado ni el buen humor ni la infatigable curiosidad: “Eso es la plenitud. Eso es la vida”.


Lunes, 11 de mayo
PESSOA Y YO

No soy un buen vendedor de mí mismo, quiero decir de lo que escribo, pero creo que bastante mejor de lo que escriben los demás. Hablé en la Feria del Libro de Sevilla, que ocupa la Plaza Nueva, de la antología de Fernando Pessoa, Plural esencial, tratando de transmitir la idea de que es un libro para los que aman la poesía, un libro que nada tiene que ver con esos engendros académicos –llenos de corchetes, palabras sueltas y puntos suspensivos– que entremezclan los textos acabados de un autor con cualquier apunte que salió de su pluma, aunque sea la lista de la compra. En España sabemos mucho de eso con las ediciones de Juan Ramón Jiménez, cuyos inagotables inéditos, como los de Pessoa, son manoseados una y otra vez por los editores.
            Después de arremeter contra ciertos críticos presuntamente científicos –la diatriba, espero que bien fundada, es mi género literario favorito–, leo el soneto que le dediqué al creador de los heterónimos y que cierra el libro. “Curiosos versos”, me dice Abelardo Linares, “pero tú no hablas de Pessoa, tú hablas de ti; Pessoa no es más que una máscara que utilizas para poder elogiarte a ti mismo”.
            Lo niego rotundamente, por supuesto. “En lo que no te pareces nada a Pessoa es en lo del arca de los inéditos”, añade. Y no sé si ver en sus palabras un reproche. ¿Publico demasiado? Pues solo dedico un cuarto de mi tiempo, o menos, a mis versos y a mi prosa de diario; el resto queda para la obra de los demás, que, bien mirado, también es obra propia.


Martes, 12 de mayo
UN PASEO

No tener nada que hacer, tener tiempo por delante, tener una ciudad entera para mí solo. Compás de Santa Inés, donde todavía resuenan los ecos becquerianos; calle de las Dueñas, tan insignificante si no fuera por un palacio cubierto de yedra y vigilado por altas palmeras en que nació Antonio Machado; lentas calles estrechas, frescas y solitarias, yo camino sin pensar en nada y fijándome en todo; plaza de San Marcos con su torre que parece una Giralda tronchada.
            Me gusta caminar solo por ciudades entrevistas. Cuando estás solo, la ciudad te habla; cuando vas acompañado, la ciudad se calla. A Sevilla la conozco lo suficiente para no sentirme perdido en ella, pero no lo suficiente como para que la familiaridad me haga mirar ningún rincón suyo con indiferencia.
            Caminar solo por Sevilla me gusta tanto como caminar bien acompañado. En Sevilla tengo dos buenos guías, a los que recurro siempre que puedo, y mi interlocutor y editor favorito, con el que comencé hace ya casi cuarenta años una discusión sobre literatura que aún no ha terminado.
            Uno de los guías es José Luna Borge, amigo desde que estudiamos juntos Filología en el caserón de San Vicente, frente a la celda de Feijoo. Es un amigo que de vez en cuando me mira con cierto recelo porque piensa que yo no aprecio su literatura tanto como merece (achaque común entre los que escriben).
            El paseo con Luna Borge comienza en la plaza del Cristo de Burgos, con sus magnolios gigantes (¿o no son magnolios?), y llega hasta el parque de María Luisa y la plaza de España. Hacía tiempo que no había estado en la glorieta dedicada a Bécquer, que yo asociaba a los hermanos Álvarez Quintero, a la revista Blanco y Negro y al más manido sentimentalismo. Pero en el dilatado atardecer, bajo el árbol inmenso que cobija al monumento al poeta, creo entrever esos “misteriosos espacios que separan / la vigilia del sueño”, el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea: tiempo fuera del tiempo, atisbo de la eternidad.
            Luego, la plaza de España bajo un cielo de acuarela. Hacía años que no la visitaba, asociaba este lugar al patrioterismo de la dictadura y a la arquitectura más pastichista. Ahora quedo fascinado con sus torres barrocas, su interminable arquería, sus ecos venecianos. Me recuerda a la Universidad Laboral de Gijón, despreciada también como símbolo de otra dictadura.
            Aquel historicismo, tan lleno de originalidad y gracia, me llevó a pensar en la poesía de Fernando Ortiz, escrita a veces sobre la falsilla de los antiguos maestros, pero siempre tan verdadera. En el interminable anochecer, la ciudad se me aparece como “en un fanal / de traslúcida seda somnolienta”, fuera del mapa y del calendario, como dijo Antonio Machado y a Fernando le gustaba repetir.


Miércoles, 13 de mayo
AL DIOS VERDADERO

Juan Lamillar es mi guía por las iglesias de Sevilla, que nunca termino de recorrer, que nunca dejan de admirarme. Esta vez nuestro paseo comenzó por San Isidoro, que nos recibe con todo el barroco esplendor de una liturgia que quizá solo en Sevilla se muestra en toda su verdad. Avanzan los acólitos, de blanco y oro, con el turiferario al frente, portando sus cruces de plata, suena el órgano, se escucha una hermosa voz viril, parece que algún prodigio esté a punto de suceder.
            La iglesia del Buen Suceso, donde el San Juan de Alonso Cano mira hacia el hueco del altar de enfrente, en que debía estar su compañera para toda la eternidad. Pero Santa Teresa anda de viaje, no para un momento en este año de su centenario, como no paró un momento durante su vida.
            En San Pedro, muy cerca de la plaza de la Encarnación (que a mí me recuerda siempre al futurismo retro de Julio Verne), una Santa Faz de Zurbarán y un predicador que parece haber aprendido oratoria sagrada en las tertulias de la televisión.
            Cuántas historias guardan estos templos, algunos de los cuales fueron musulmanes o judíos antes de ser cristianos. Y otros, como la iglesia del hospital de la Misericordia, abandonan la heterodoxia católica para recuperar la ortodoxia de la iglesia de Oriente.  El iconostasio tapa apenas la pompa barroca del altar mayor y el pope Ioan Postoi trata de explicarnos las razones del remoto cisma.


            ¿Ortodoxia, heterodoxia? En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira. Mientras voy de una iglesia a otra, me entretengo en imaginar una novela, un poco a la manera irónica de Eça de Queirós, en la que Jesucristo, el Jesús que vivió hace dos mil años en Galilea, llega a predicar a Hispania acompañado de sus apóstoles y de su madre. ¿Qué diría aquella buena mujer judía al verse en la iglesia de San Andrés fastuosamente engalanada como una emperatriz china? Pues lo que cualquier persona con sentido común: “Esa será la virgen de Araceli o de dónde sea, pero nada tiene que ver conmigo; yo no salgo así a la calle ni en carnaval”.
            Para el creyente, todas las religiones son falsas, salvo la suya. Para el ateo, todas son verdaderas, prodigiosa creación del ser humano, ese curioso animal al que no le basta la realidad y necesita inventarse otras, no menos irreales.


Jueves, 14 de mayo
PREFERENCIAS

Un amigo me enseña un ejemplar de mi primer diario, Días de 1989, que acaba de encontrar en una librería de viejo. Hacía siglos que no lo hojeaba. En la primera página, respondiendo a un cuestionario, indico mi edad preferida: “Sesenta años. Tener sesenta años durante por lo menos sesenta años”. En la última, señalo entre mis lugares favoritos “un rincón del barrio de Santa Cruz donde discutir de versos y poetas con Abelardo Linares".
            Qué previsible, qué rutinario soy. Parece que por mí no pasa el tiempo.


4 comentarios:

  1. ¡Bonita manera de presentar a un amigo que te presenta y pasea por Sevilla!
    Me pones de vuelta y media en la introducción al paseo y capas la fotografía de la presentación de los libros, el tuyo y el de Víctor, en la que aparecía contigo y con Abelardo.
    A esa figura cómo la llamaríamos: "Vieja amistad", "agradecimiento", "cordialidad"...

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  2. Sosegaos, Martín, no haga vuesa merced fintas de las que haya de arrepentirse más pronto que tarde. Haga caso del buen Íñigo de Loyola, cuando aconsejaba no hacer mudanza en tiempo de tribulaciones. No entréis al trapo para regocijo de quienes ven la capea desde la atalaya de los carros ni hagáis hoy lo que ayer, magnánimo, decíais evitar: si siempre os preciasteis de buen espadachín, de noble fajador, de gladiador imperturbable..., ¿a qué vienen esos aspavientos que no hacen sino atizar el fuego que os han emplazado debajo de los borceguíes y que cuanto más pataleéis, a la manera de fuelle atizador, no vais a conseguir sino que la lumbre os chamusque las calzas, incluso los gregüescos.
    Hacedme caso y sonreíd, repartid naipe y demostrad que sois de la estirpe de buen Quevedo que sabía sufrir y regocijarse a un tiempo.
    Quede con Dios vuesa merced.

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  3. Martín, ya te he oído más de una vez ese argumento de que para el creyente todas las religiones son falsas, salvo la suya, pero te equivocas. Uno de los argumentos que da la iglesia católica sobre la existencia de Dios es que en todas las culturas existe esa búsqueda porque es algo que llevamos dentro. Lo que ocurre es que la iglesia católica enseña su doctrina, que es la que conoce porque la lleva desarrollando veinte siglos. ¡No va a ponerse a explicar el islam o el budismo! El deber de amar al prójimo, por ejemplo, está presente en los textos de todas las religiones de cierta importancia, y así ocurre con muchas otras cosas.

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    1. En relación a este asunto, es de destacar este curso sobre el Islam que anuncia la Archidiócesis de Madrid:

      http://www.archimadrid.org/index.php/oficina-de-informacion/noticias-madrid/item/83422-los-jesuitas-lanzan-un-curso-para-comprender-el-islam

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