sábado, 30 de noviembre de 2019

Sin propósito de enmienda: Una navaja bien afilada





Sábado, 23 de noviembre
DE DÓNDE VENIMOS

“Hoy he tenido un rato de flirt con una secretaria del Instituto, muy buena moza, y a la que nunca se me había ocurrido conquistar. De pronto se me metió la idea en la cabeza –o no sé dónde–, la llamé a mi despacho, cuando ya se habían ido todos menos ella y yo… y me puse joven y bárbaro. Las mujeres ahora andan tan desnudas y provocativas, que es dificilísimo no sentirse desatentado con ellas”.
            Estamos en 1960, quien escribe es un poeta de misa diaria, franquista de pro (el mejor amigo de Rosales y Panero), directivo del Instituto de Cultura Hispánica. Lo hace en un diario que corrige una y otra vez y en el que aspira a reivindicarse para la posteridad.
            Lo que nos cuenta en esa breve nota, lo que  él califica elegantemente de flirt, solo puede ser considerado, en el mejor de los casos, como abuso sexual (más bien parece una violación).
            Dos días después de la anotación, que lleva la fecha del jueves 21 de julio, se marcha de vacaciones a Málaga, y el domingo siguiente escribe: “Voy temprano a misa, me confieso de mis bobadas madrileñas –no tan bobadas puesto que he debido confesarme de ellas– y me quedo más tranquilo de lo que estaba, aunque aún siento un aire de frivolidad interior que me orea peligrosamente”.


Domingo, 24 de noviembre
JEREMÍADAS DE OTOÑO

“Los viejos, por famosos que sean, tienden a quedarse solos”, me dijo una vez Eugénio de Andrade. Había coincidido con Rafael Alberti en un encuentro mundial de poetas y lo vio apartado en un rincón. Se acercó a saludarle y charlaron ampliamente de la poesía española de los años veinte y treinta, que Andrade conocía muy bien, y también de la lírica medieval portuguesa y española.
            “Es difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor”, escribió Juan Gil-Albert en un aforismo que yo repito a menudo. A él la gloria le llegó tardíamente, a los setenta años. De pronto se convirtió en el escritor de moda. Todas las editoriales se disputaban sus libros inéditos, escritos durante el exilio interior de la posguerra. Pero vivió veinte años más y al morir ya nadie se acordaba de él, y sus obras completas, editadas por la Diputación de Valencia, se apolillaban –se apolillan– en un almacén.
            Yo ya le voy viendo los cuernos al toro y, la verdad, me aterran. No he sabido adular, no he sabido hacerme querer. ¿Qué escritor que me conozca no tiene cuentas pendientes conmigo? Siempre cito el caso de Javier Rodríguez Marcos, que dejó de mencionar mi nombre en los diarios en que hace información cultural, desde el mismo momento en reseñé su libro Frágil. ¿Cuántas veces no se han enfadado conmigo Martín López-Vega, Lorenzo Oliván, Andrés Trapiello por mis palabras sobre sus libros? Xuan Bello, que es un santo varón, todavía no, pero todo se andará: siempre insinúo que, desde hace algún tiempo, se deja llevar demasiado por las vacías volutas de estilo.
            No he cultivado las provechosas relaciones literarias. Y eso que he tenido, desde siempre, buenos modelos. Yo podría haber sido un Vicente Gallego, no dejando poeta o crítico sin dedicarle un poema o, en su defecto, un José Luis Morante.
            Pero he preferido ir de independiente e insobornable por la vida. Ahora, de viejo, aprovecharán todos para echarme una paletada de olvido y vetarme en sus cátedras, en sus congresos y en sus do ut des.
            Me divierte mucho que mi viuda favorita, en sus diatribas contra mí siempre insista en que yo, al contrario de lo que quiero dar a entender, nunca he sido “amigo íntimo” de Ángel González.
            ¿Pero de qué escritor he sido yo amigo íntimo? Siempre me he esforzado en guardar las distancias. Hace más de treinta años que conozco a Luis García Montero y siempre me refiero a él como García Montero, nunca como Luis. Y Ángel González fue siempre Ángel González, nunca Ángel.
            Recuerdo un poema de Cernuda, “Supervivencias tribales en el medio literario”, en contra de esa campechanía, tan española, de hablar de Pepe Hierro en cuanto se le ha visto dos veces. Yo nunca hablaré en público de la poesía de Carlos, como aquella catedrática en un congreso en Jerez, sino de la poesía de Barral, de Bousoño o de Carlos Sahagún.
            Sospecho que no he sabido hacerme querer. Siempre he dejado que los demás se acercaran a mí (nunca demasiado, por supuesto), pero yo no me acercado a nadie, por mucho que me conviniera.
            Y encima, para deprimirme más, estos días todos los periódicos hablan de ancianos que han perdido el contacto con vecinos y familiares y mueren solos en sus casas. Al principio, me parece que no hablan de mí. Pero leo los artículos y compruebo que para ellos un anciano es una persona de más de sesenta y cinco años.
            Ando con un poco de gripe. Espero que pase pronto y estos negros pensamientos se desvanezcan con ella.
            A fin de cuentas, en el mundo literario, es posible que no me quiera nadie –no tengo “amigos íntimos”–, pero me odia mucha gente. Y ya se sabe que nada como ser odiado para mantenerse joven.


Lunes, 25 de noviembre
VUELVE EL HOMBRE

16 de julio de 1958: “Los moros tienen motivos para rebelarse. Pero son unos bestias, unos bestias sucios y sanguinarios que tienen que ser contenidos. Los moros tienen razón, pero son unos animales que dejan parar las moscas en los ojos con tracoma, sin moverse, por siglos, hasta que un día se levantan a matar, a matar y a hacer crímenes”.
            15 de marzo del 59: “El francés es un ser suficiente, mamón y desagradable” (se refiere al francés en general, no a un francés concreto).
            17 de marzo del 59: “Dos criados maricones nos ‘atienden’ con desplantes y groserías. Uno de ellos, más asqueroso que el otro si es posible, lleva el pelo teñido y las uñas desconchadas de pintura. Es procaz, cabroncillo y respondona. Estoy a punto de darle una torta y dejarle para siempre de perfil, pero me contengo no vaya a transformarse esto en una casa de putas”.
            Termino de leer el segundo tomo del diario de José María Souvirón, un poeta malagueño que colaboró con Altolaguirre en las primeras publicaciones del 27, que luego se hizo falangista fervoroso y fue, junto con Panero y Rosales, sus grandes amigos, uno de los apoyos intelectuales del franquismo.
            Era un hombre culto, que conocía muy bien las literaturas inglesa y francesa. Su diario está lleno de observaciones inteligentes. También de ataques contra los poetas del 27 y contra Celaya y Otero. Aleixandre y Guillén, de quien se burla inmisericordemente, son dos de sus bestias negras.
            Es un hombre preocupado por su familia (sus hijos viven en Chile), de misa diaria, orgulloso de haber abandonado a los poetas de su generación para unirse a los de la siguiente porque aquellos carecían de moral.
            Es también racista, homófobo y abusador sexual en algún rato perdido y no tiene inconveniente en dejar constancia de ello a la menor ocasión. En eso se parece a los nuevos españoles que acaban de entrar en el congreso, a los agresivos cruzados contra el feminismo, los emigrantes y la dictadura progre.  


Martes, 26 de noviembre
DIATRIBA Y HOMENAJE

Yo soy raro, eso lo tengo asumido desde siempre (y siempre he estado orgulloso de ello), pero sospecho que ser raro es tan frecuente que casi no constituye ninguna rareza.
            Cuando voy hacia la biblioteca del Campus para asistir al homenaje al profesor Antonio Fernández Insuela (un paciente erudito a la antigua usanza y una de las mejores personas con las que he tenido ocasión de tratar), me encuentro con un joven poeta y doctorando cuyo último libro acabo de reseñar.
            Espero que aluda a ello, yo querría preguntarle por algunos puntos a los que no me referí en mi artículo y que me han dejado intrigado.
            Pero saluda y pasa de largo. Parece que no quiere hablar del asunto.
            Me extraña. Lo habitual es dar las gracias, y más si la reseña resulta elogiosa. Quizá el joven poeta, tan aplicado, no sea tan inteligente y valioso como a mí me parece.
            O quizá es solo que yo soy un poco mal pensado.
            Mal pensado y cosas peores, exactamente lo contrario que mi admirado profesor Insuela: ni un paciente erudito, solo un lector curioso, ni una de las mejores personas con las que mis colegas han tenido ocasión de tratar.


Miércoles, 27 de noviembre
LE BENEFICIE O NO

La inteligencia es una navaja bien afilada. O la manejas con cuidado o corres el riesgo de cortarte.
            La inteligencia es un arma de destrucción masiva.
            Vale más ser listo que ser inteligente.
            El poeta, cuando es listo, no alaba más que a quien puede devolverle redoblado el elogio.
            El inteligente busca la verdad, le beneficie o no.
            El listo solo si le beneficia.
            Yo no sé si soy inteligente o solo me lo creo, pero de lo que no tengo duda es de que no soy listo.


domingo, 24 de noviembre de 2019

Sin propósito de enmienda: La vida y otros cuentos



Sábado, 16 de noviembre
SE GRATIFICARÁ

De vez en cuando, y sin avisar, le viene a uno a visitar la melancolía. Mientras como solo en Avilés, me da por pensar que los amigos con los que hablaba de literatura todos los sábados se van haciendo más viejos, van desapareciendo y no son sustituidos por otros.
            El que más resiste es José Manuel Feito, que a sus ochenta y cinco años, todavía tiene ánimos para debatir conmigo sobre cuestiones teológicas o sobre lo que se tercie, aunque siempre se queje de que yo no hago más que llevarle la contraria.
            ––Un día voy a decir que Dios no existe para que tú me demuestres y te demuestres, con todo tipo de argumentos, que existe.
            Yo soy como los antiguos griegos o los judíos: día sin discusión, sin una buena discusión sobre cualquier materia intelectual, es día perdido.
            Pero me temo que pronto solo podré debatir conmigo mismo (otra de mis actividades favoritas, por cierto). En Avilés ya no va quedando nadie que quiera enredarse dialécticamente conmigo.
            ¿Tendré que poner un anuncio en Internet? Algo así como: “Piense lo que piense sobre cualquier asunto político, filosófico, literario o teológico, pásese por el Atrio, cualquier sábado, de 13 a 14 horas, y García Martín le demostrará que está usted equivocado. Se gratificará adecuadamente”.


Domingo, 17 de noviembre
BUENOS SUEÑOS

¿Pierden libros, ciudades y personas su magia cuando nos acercamos demasiado a ellos? ¿Va dejando de tener interés el mundo según vamos cumpliendo años y conociendo mejor “el único argumento de la obra”? ¿Cuánto tiempo hace que no me pasa nada extraordinario, nada digno de ser contado?
            Volvía yo a casa desde Los Prados, donde había estado releyendo a Nietzsche, que nunca me cansa, bajo una lluvia terca y maleducada, que me empapaba por completo a pesar del paraguas, cuando de pronto vi una moneda que brillaba medio oculta entre la yerba del parque.
            Nada más cogerla perdió su brillo, pero era una moneda antigua, muy desgastada, con un vago perfil de emperador romano.
            “¿Cuándo el mundo dejó de ser un lugar donde el prodigio era posible? –pensé–. ¿En qué momento un día gris comenzó a seguir a otro día gris y la única esperanza fue que todo siguiera como estaba, que tardara el mayor tiempo posible el inevitable derrumbe del tinglado?”
            Apreté la moneda en la mano: “Si fuera un talismán, si pudiera pedirle tres deseos”.
            Y se los pedí. El primero era el más sencillo o el más complicado, según se mire. Me sonrió al pasar. Devolví la sonrisa. Y esta noche no cené solo.
            El segundo y el tercero me los callo. No pedí hacerme rico, no pedí el éxito literario (siempre he pensado que entontecen irremediablemente), no pedí, como Fausto, volver a ser joven (entre otras cosas, porque tengo la impresión de seguir siéndolo).
            Pedí cosas tan sencillas que da un poco de vergüenza repetirlas. La moneda –la observé al llegar con una lupa– es falsa, una reproducción de una moneda antigua. Pero por si acaso (funcionó una vez, ¿por qué no las otras dos?), la guardaré debajo de la almohada. Que al menos me ayude a tener buenos sueños.


Lunes, 18 de noviembre
LA BIBLIOTECA

Hasta que no comencé a trabajar, en marzo de 1972 (y más o menos en el mismo trabajo que tengo ahora), pasé hambre. Pero hambre de libros: en la biblioteca Bances Candamo solo se podía sacar uno al día y ninguno los fines de semana, los días de fiesta, las abundantes vacaciones. Y yo no tenía dinero para comprar libros. A veces, los que me interesaban ni siquiera se podían conseguir en España, o muy difícilmente.
            Recuerdo los artículos sobre la literatura del exilio que aparecían en Ínsula. Antes de poder tener una sola obra de Max Aub en mis manos, ya había soñado largamente con ellas. Como otros sueñan con grandes mesas llenas de comida, yo soñaba con inmensas bibliotecas en las que no faltaba ni uno solo de los títulos que a mí me interesaban y otros muchos igualmente apasionantes, pero que yo ni siquiera sabía que existían.
            De vez en cuando vuelvo a tener uno de esos sueños. Entro en la biblioteca, una biblioteca que se parece mucho a la librería Strand de Nueva York, subo y bajo escaleras, me pierdo entre los anaqueles, y de pronto me llama la atención un grueso tomo encuadernado en piel. Lo saco con esfuerzo, busco una mesa para depositarlo en ella y al hojearlo me parece que todas las páginas están en blanco. Pero no del todo; a la derecha, abajo hay un pequeño texto. Miro la portada: El haiku en la literatura española desde el Poema del Cid hasta Susana Benet.
            Leo con sorpresa y admiración muchos de esos haikus, pero al despertarme solo recuerdo uno, firmado no sé si por Calderón o por Azorín: “Esto es la vida: / una mitad de sueño / y otra de olvido”.


Martes, 19 de noviembre
METEPATAS

Soy un metepatas incorregible. Antes de la presentación de Las aventuras de Martín, comento con los amigos que me han acompañado a Avilés la entrevista que publican hoy en el periódico local: “Un desastre. El periodista debía ser un becario que no se enteraba de nada”. Un chico tímido, que estaba al lado, me escuchó atentamente despotricar contra el entrevistador. Al final del acto, se acercó a saludarme: “Espero que lo que escriba mañana le guste más”.


Miércoles, 20 de noviembre
TODAVÍA NO

Escucho, muy fragmentariamente, unas declaraciones de Alfonso Guerra y siento vergüenza ajena. “Ah, tiempo ingrato, ¿qué has hecho?”, me digo. Recuerdo que hace años, muchos años, a finales de los ochenta y primeros noventa, cuando su acoso y derribo, yo salí más de una vez en su defensa. Abelardo Linares, a uno de mis diarios, que él editaba, quiso ponerle una faja que dijera algo así como “el único libro en que se habla bien de Alfonso Guerra”.
            Mis amigos dicen que yo me empeño siempre en llevar la contraria. Y puede que tengan razón. En un linchamiento, yo nunca me pondré del lado de los que vociferan y tiran piedras, sino del pobre individuo que corre y se defiende como puede. Y eso sin averiguar antes si es o no un ladrón o asesino.
            Me pasa a todos los niveles, incluido el denostado Brexit o el demonizado independentismo. No soporto la unanimidad que se jalea a sí misma. Cuando la multitud grita “a por ellos”, yo siempre estaré con las víctimas del pogromo, por mucho que me repitan que son inhumanos prestamistas.
            ¿Me avergüenza Alfonso Guerra o me avergüenzo de mí mismo por haberle defendido? Más lo primero que lo segundo, aunque también lo segundo: cuando yo le apoyaba, él era uno de los máximos valedores de un cutre mafiosillo disfrazado de líder minero, Fernández Villa.
            Repito, una vez más, “Reunión de antiguos camaradas”, el dístico de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”.
            Yo no. O todavía no.


Jueves, 21 de noviembre
MALTRATO JUDICIAL

––¿No vas a decir nada de Chaves y Griñán, Martín? Claro, como son de los tuyos y, por mucho que retuerzas el asunto, no puedes hablar de presos políticos, como se trata de una condena por corrupción, achantas la cabeza y te callas. ¡Qué vergüenza!
            ––¡Qué vergüenza!, digo yo también. Vergüenza por los pícaros que se aprovecharon de la situación, por los intrusos y sindicalistas que cobraban comisiones de escándalo (todavía no han sido juzgados, por cierto) y vergüenza también por la sentencia.
            ––¿No me irás a decir que estás en contra? Ni una sola voz del partido socialista se ha alzado para defender a esos delincuentes.
            ––Porque temen perder votos. La gente oye hablar de quienes cobraban una jubilación sin haber pisado la empresa y de algún corrupto cargo que malgastaba el dinero público en clubs de alterne y le atribuye esos hechos a Chaves y Griñan.
            ––Ellos lo permitieron.
            ––Pero lo curioso es que no se les condena por permitir esos hechos deleznables (ni, por supuesto, por ningún acto de corrupción). Se les condena por conceder unas ayudas a unas empresas en crisis simplificando los trámites. Y yo me pregunto: si ese procedimiento, según el tribunal, es delictivo, todos los trabajadores que cobraron y cobran una jubilación gracias a él, ¿tienen que devolver el dinero?, ¿los que crearon otras empresas gracias a esas ayudas tienen que venderlas y devolver la ayuda que recibieron? Otras preguntas me planteo: vamos a suponer que nadie se aprovechara de esos procedimientos simplificados para facilitar concesiones, ¿serían por eso menos delictivos? Según el tribunal, no. La condena sería igual aunque no hubiera habido ningún “intruso” ni nadie hubiera pagado sus consumiciones en un puticlub con una tarjeta de la administración. Y siguen las preguntas, si esos procedimientos, que se hacían con luz y taquígrafos y se mantuvieron durante diez años, eran ilegales, susceptibles de largas condenas de cárcel e inhabilitación, ¿cómo es que nadie los denunció? ¿A qué se dedicaban los fiscales, los inspectores y los políticos de la oposición? Demasiadas preguntas sin respuesta. La sentencia se acata, qué remedio, y luego se recurre. Ya veremos qué dice el tribunal supremo. Pero yo ahora me siento solidario de Chaves y Griñán y tengo mis dudas sobre si el tribunal que les condenó pretendió hacer justicia o hacer política. Afortunadamente, yo no tengo que adular a los votantes y puedo decir lo que pienso.
            ––O sea, que te avergüenzan Guerra y Savater, pero no Chaves y Griñán.
            ––Exacto.


Viernes, 22 de noviembre
AL NO QUERERME

Llevo conmigo la gastada moneda que encontré el domingo brillando entre la hierba. Ya no brilla. Pero yo sigo considerándola un talismán. Me concedió el primer deseo que le pedí. Para saber si me concede o no los otros dos, hace falta tiempo.
            Quizá sea mejor que no me los conceda. Recuerdo otro de los haikus leídos en la biblioteca soñada: “Al no quererme, / no sabes cuánta dicha / me regalaste”.



domingo, 17 de noviembre de 2019

Sin propósito de enmienda: El destino de España



Sábado, 9 de noviembre
TONTERÍAS

Todos los diarios nos recuerdan hoy que hace treinta años cayó el muro de Berlín de la más imprevista manera. No ya una semana, un día antes, no había quien no le diera todavía bastante tiempo de vida.
            La vida de uno, como la historia del mundo, también puede cambiar de un momento a otro. No ha cambiado mucho la mía desde ese día de hace tres décadas, que yo recuerdo perfectamente (cumplir años es ir convirtiéndose en testigo de lo que para tantos es solo historia).
            No ha cambiado mucho mi vida, y como nada detesto más que los cambios, puedo decir que soy un hombre afortunado.
            Ya entonces, y yo creo que desde siempre, me gustaba discutir y razonar y no soportaba ni las falacias ni el verbalismo que algunos confunden con la argumentación.
            “¡Tonterías!” es mi réplica favorita cuando escucho decir una tontería, cosa que suele irritar –no sé por qué– a mis interlocutores.
            La tontería favorita después de la caída del muro fue aquello del “fin de la historia”, según la tesis de un tal Fukuyama. Cientos de artículos se escribieron entonces, a favor y en contra, y todavía hoy algunos sacan a relucir ese libro y a decir que Fukuyama se equivocó.
            Yo siempre dije que o se trataba de un título para llamar la atención o era una tontería que no merecía la pena rebatir. La caída del muro y, a continuación, la de la URSS no suponían más que el fin de la guerra fría. Pero ¿de la historia? Para eso tendría que desaparecer la humanidad.
            En esa tontería se entretuvieron los “intelectuales” durante algún tiempo. A ello se añadió después lo de la “sociedad líquida”, de Zygmunt Bauman, otra metáfora llamativa que mucho ha dado que hablar y tan vacua como lo del fin de la historia.
            En el prólogo a Modernidad líquida –todo es líquido para este buen hombre–, Bauman une los dos “conceptos”: “Lo que induce a tantos teóricos a hablar del ‘fin de la historia’, de posmodernidad, de ‘segunda modernidad’ y ‘sobremodernidad’, o articular la intuición de un cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales que restringen actualmente las políticas de vida, es el hecho de que el esfuerzo por acelerar la velocidad del movimiento ha llegado a su ‘límite natural’. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica; así, el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes se ha reducido a la instantaneidad”.
            Bla, bla, bla, Bauman, bla, bla, bla. Filosofía, sociología, psicología, cuando se meten en generalidades, no son más que palabrería. Sigue Bauman: “el advenimiento de los teléfonos celulares puede funcionar como el definitivo ‘golpe fatal’ a la dependencia del espacio”. O sea, que desde el advenimiento de los teléfonos móviles yo, si quiero ir a Nueva York, ya no tengo que tomar un avión, me basta con teletransportarme con el móvil. Caricaturizo, pero poco. Ciertas vaguedades teóricas –las propias de las pseudociencias– o no se entienden o son una tontería. Al final del prólogo, esa tontería se hace explícita. Bauman profetiza –en una distopía, dice él, adecuada para reemplazar las de Orwell y Huxley– que “a largo plazo lo más probable es que los enchufes desaparezcan y sean reemplazado por baterías descartables que venderán los quioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de servicio de autopistas y caminos rurales”.
            Han leído bien. Esa es la pesadilla que imagina el teórico de la sociedad líquida: que no haya enchufes. Y si lo dudan busquen Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2016). Como el autor murió al año siguiente, es difícil que pueda superar esa tontería. Pero no descarto que la supere alguno de sus pertinaces glosadores, aunque parezca imposible.


Domingo, 10 de noviembre
SALEN DEL ARMARIO

Día lluvioso, desangelado, la primera vez que voy a votar con más temor que esperanza. Y no porque me hayan desilusionado los políticos, como dicen y repiten por ahí, sino porque confío poco en mis conciudadanos, que parecen haber descubierto de pronto que, más que demócratas, más que de derechas o izquierda, son españoles, en el peor sentido de la palabra (yo aspiro a serlo en el mejor).
            Antes de irme a la cama, ya conocidos los resultados finales, pienso que después de todo, los resultados no han sido tan malos como me esperaba. Los monstruos que escondíamos en el armario –xenofobia, homofobia, machismo, caspa franquista, la antiespaña al paredón– han salido a la luz y agitan orgullosas sus banderas rojas y gualdas (idénticas en apariencia –solo en apariencia– a la bandera de España: simbolizan todo lo contrario). A mí me dan menos miedo al aire libre que escondidos en el escalafón institucional.
            Y además gracias a ellos, me digo cínicamente, la derecha no ha ganado las elecciones. No hay mal que por bien no venga.


Lunes, 11 de noviembre
ECONOMÍAS

Voy de indiscreto por la vida, pero hay que cosas que callo para no perjudicar mi imagen. Llevo meses lamentándome de mi próxima jubilación, pero a nadie le he contado –ni pienso contarla– la verdadera y prosaica razón de mis quejas.
            No daré más clases, pero no pienso dejar de dar clases, aunque sea de otra manera, que es precisamente la que a mí más me gusta: la de mi maestro Sócrates.
            Siempre habrá jóvenes de cualquier edad dispuestos a debatir de esto y de aquello. Borges –ahora releo sus colaboraciones en Sur– decía que Junín, una de las gestas de la historia argentina, “son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano”.
            La historia de la literatura no la hacen los catedráticos de literatura o los aspirantes a tan benemérita condición, esos solo la momifican, sino dos o tres jóvenes que se leen sus poemas y comparten sus descubrimientos en torno a unos cafés o unas cervezas. Y si de vez en cuando aparece por allí Sócrates, o sea yo, para llevarles la contraria, mejor que mejor.
            Me fastidia la jubilación por una razón muy prosaica, ya digo: mi sueldo se va a recudir considerablemente, un tercio más o menos.
            Cobraré la jubilación máxima, eso sí, por algo llevo cuarenta y siete años cotizando, pero en el sueldo de un profesor universitario hay una serie de complementos que al jubilarse desaparecen.
            Y no es que, a partir del próximo septiembre, tenga que cambiar los viajes a Venecia o a Palermo, por otros a Benidorm o a Torrelodones con el Imserso, no: una vueltecita de vez en cuando, como ahora, por mis rincones favoritos podré seguir permitiéndola.
            Lo que me preocupa son los fondos para la Fundación JLGM, que de acuerdo con mis deseos no podrá recibir ninguna ayuda pública. La he planificado para que sea útil con poco dinero, pero una cantidad mínima es necesaria. A partir de septiembre me va a costar más conseguirla.


Martes, 12 de noviembre
VENCEDORES Y VENCIDOS

Me llama un amigo: “¡Habéis cedido! ¡Pablo ha torcido el brazo a Pedro! Habrá gobierno de coalición”.
            Yo no sé de cesiones ni de humillaciones, solo sé que parece que habrá gobierno tan pronto como sea posible. La noticia me alegra el día.
            ––¡Pero tú estabas radicalmente en contra de un gobierno de coalición! ¡Lo has escrito! ¡No puedes negarlo!
            ––Yo de lo que estaba en contra es de que, antes de ponerse a negociar, se lanzara en público la exigencia de que “o somos ministros o nada”. Y además nada de cualquier ministerio, queremos poder elegir el que más nos interesa. Ahora, por lo menos, se guardan las formas. Escucha lo que dice el preacuerdo.
            Saco mi teléfono y leo:
            ––“El nuevo Gobierno se regirá por los principios de cohesión, lealtad y solidaridad gubernamental, así como por el de idoneidad en el desempeño de las funciones”. No se habla de quién va a ocupar tal cargo y quién tal otro, eso ya se dirá cuando se invista al presidente, que es único capacitado para elegir a los ministros.
            ––¡Pero tendrá que elegir a quien diga Pablo si no quiere que la coalición se rompa al día siguiente!
            ––Y Pablo lo que diga Pedro si no quiere que otras elecciones le manden a hacer compañía a Albert. Recuerda Los intereses creados de Benavente. Un pacto que convenga a ambas partes rara vez se rompe.


Miércoles, 13 de noviembre
SIMA O CIMA

El mismo sitio no es el mismo sitio para quien ha llegado hasta allí ascendiendo penosamente que para quien ha rodado hasta él desde un lugar más alto.


Viernes, 15 de noviembre
ESTO ES LO QUE HAY

“El hombre es un animal racional”, dijo Aristóteles. En lo primero acertó plenamente, pero en lo segundo se equivocó por completo.
            Si los seres humanos fuéramos racionales, ¿cómo podría ser posible que el destino de un gran país, España, dependiera solo de la decisión de un hombre encarcelado desde hace años y para muchos años por ese mismo país?
            De lo que vote el partido que preside Oriol Junqueras depende que antes de Navidad tengamos en España un gobierno progresista o que, tras nuevas elecciones, otro muy distinto con Casado al frente y Abascal como hombre fuerte.
            La historia de España, la vida de cada uno de nosotros y la de nuestros hijos, será muy distinta según Junqueras tome la decisión de abstenerse o la de votar en contra.
            Yo, que soy algo vengativo, y que sé lo que es padecer malos tratos y cárcel por motivo políticos, no dudo de lo que decidiría. Pero Oriol Junqueras es cristiano, hombre de bien y quizá se sienta inclinado a perdonar.



sábado, 9 de noviembre de 2019

Sin propósito de enmienda: Tan estúpidamente



Sábado, 2 de noviembre
LA HUIDA EN EL TIEMPO

Cuando negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte, a mí me gusta viajar a otro tiempo. Wells inventó una máquina complicada e imposible para ello, la ciencia ficción nos habla de agujeros de gusano, yo lo tengo más fácil. Me basta con abrir una vieja revista literaria. Este número de Poesía Española (enero de 1957), por ejemplo, que encuentro en la casa de Avilés, donde viví tantos años, donde sigo viviendo todavía.
            José María Martínez Cachero reseña Áspero mundo: “Ángel González (que no es un profesional de la poesía, que solo escribe cuando siente viva necesidad de hacerlo) reúne en este libro treinta y ocho poemas, muestra antológica de su obra a lo largo de varios años”.
            En 1984, se pensaba conceder el premio Príncipe de Asturias a Ángel González: sus amigos en el jurado eran mayoría. Falló un voto y el premio fue para otro poeta, Pablo García Baena.
            Se produjo una cierta frustración, todo estaba previsto para celebrarlo. Un miembro del jurado, Juan Cueto, llegó a decir que habían premiado a un poeta del que nadie había oído a hablar, que solo sabía cantar el crepúsculo. Jaime Gil de Biedma escribió una carta en El País aclarando que, en contra de lo que se rumoreaba, no era su voto el que había fallado e insinuaba –o afirmaba claramente, ya no recuerdo bien– que había sido el de Martínez Cachero. A las preguntas de los periodistas, respondió el catedrático, que fue director de mi tesis doctoral, que había comenzado escribiendo poemas, que el voto era secreto.
            A Ángel González le conocí en 1976 o 1977, en uno de los cursos de verano de la Universidad de Oviedo. Hablaba de la poesía de posguerra y, como pasó por alto el postismo, yo se lo reproché. Discutimos sobre la importancia del movimiento y el valor poético de Carlos Edmundo de Ory, que a él no le parecían gran cosa, y a mí –influido entonces por la estética novísima– lo más significativo de los años cuarenta. Al salir de clase, se me acercó y me dijo: “¿Usted no será José Luis García Martín?”
            Resulta que yo le había enviado a su domicilio americano los primeros números de la revista Jugar con fuego y él relacionó las reseñas poco convencionales que allí publicaba con mi empecinamiento polémico.
            Cuando se habló de que Ángel González viniera como profesor a la Universidad de Oviedo, le escuché a Martínez Cachero decir: “¡Que haga una oposición como todos!”
            También participaba en aquellos cursos de los años setenta Carlos Bousoño. En este número de Poesía Española encuentro un soneto suyo, “La niña”, sin mayor interés. El tiempo ha sido inclemente con la poesía de Bousoño. Y con sus teorías, que parten de intuiciones felices, pero que se fueron volviendo cada vez más artificiosamente disparatadas. Se casó tarde y mal, pero eso no tuvo nada que ver con el asunto.
            Aparecen también cuatro poemas en homenaje a Pío Baroja, que había muerto el año anterior. Tres ya los conocía, pero no la “Canción del suburbio, adrede”, pastiche de Salvador Pérez Valiente: “Es en el margen del Sena; / es en Amberes o en Brujas. / Se titula la taberna / ‘Al calamar que dibuja’. / Hay un perro –¿cómo no?-- / y acaso un niño que llora. / Se escucha el acordeón / lentísimo de las horas”.
            Para olvidar estos días confusos de 2019, en que los que no hacemos más que dar un paso tras otro hacia el abismo, yo leo en el Atrio una vieja revista literaria de 1957. Reproduce un soneto de Antonio Machado que el Heraldo de Aragón publicó el 12 de octubre con motivo de la festividad de la Virgen de Pilar. Se lo había enviado Eulalia Cáceres, viuda de Manuel Machado, creyendo que estaba dedicado a la Virgen, pero la “madonna del Pilar” del primer verso era Pilar de Valderrama, su amor prohibido: “con qué divino acento / me llega a mi rincón de sombra y frío / tu nombre, al acercarme el tibio aliento / de otoño el hondo resonar del río. / Adiós: cerrada mi ventana siento / junto a mí un corazón… ¿Oyes el mío?”
            Yo no escucho a ningún corazón latir por mí en estos días de otoño en que negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte.   


Domingo, 3 de noviembre
ME LO TEMÍA

––¿Has leído esto? –me dice un amigo que ha comenzado a hojear el XL Semanal mientras yo termino mi café y El Comercio–. Escucha, escucha: “Frente a Otegui, Santi Abascal es Thomas Jefferson. No hay nada más de derechas ni sectario que el independentismo”.
            ––¡Pero ese tío es tonto! –exclamo yo– ¿No sabe que Thomas Jefferson fue precisamente el redactor de la Declaración de Independencia de su país? ¿No sabe que luchó, con las armas en la mano, contraviniendo las leyes, en contra del rey de Inglaterra, que era su rey?
            ––Pero es que entonces Estados Unidos era una colonia.
            ––Cierto, pero una colonia en la que no se sublevaron –como en Argelia o en otros países– los nativos colonizados, sino los colonizadores contra su legítimo gobierno y, en principio, por un quítame allá esos impuestos. Pero hablemos de otra cosa. Ya hemos dedicado demasiado tiempo a la afirmación de un tonto.
            ––Pues no es ningún tonto. Es Fernando Savater.
            ––Me lo temía.


Martes, 5 de noviembre
LA MUSA ES EL ENCARGO

“Es usted el primero en comprar el Planeta”, me dice la librera cuando voy a pagar un ejemplar de Terra alta, la novela de Cercas..
            Sonrío. ¡Quién me lo iba a decir! Tantos años despotricando contra el amañado galadón y ahora resulta que soy el primero en adquirirlo.
            Lo cierto es que tenía curiosidad. Malsana curiosidad, por cierto. Un amigo me había contado la propuesta que le hicieron a Cercas en agradecimiento a su combatividad contra el procés. “En Planeta están muy entusiasmados contigo, creen que eres el mejor para desmontar las falacias del independentismo”, le dijo su agente, acariciando ya el porcentaje que le correspondía del más de medio millón de euros. “Ahora, eso sí, me han puesto una condición: que escribas una novela-novela, no una investigación histórica o un reportaje disfrazados de novela. Dicen que un libro de esos tuyos estaría bien para finalista, pero que a ti quieren darte el premio grande”.
            Javier Cercas, al parecer, se hizo el remolón, pero finalmente aceptó y yo estaba impaciente por saber cómo había resuelto el encargo, aunque por supuesto no me creyera a pie juntillas el relato de mi amigo.
            Pero comencé a leer la novela –voy por la mitad– y la verdad es que me sorprende la profesionalidad e inteligencia con que está hecha. Comienza como un telefilme, con su crimen inusitadamente cruel y la llegada de la policía, en este caso, los mossos d’esquadra. El estilo no es realista, sino hiperrealista. No solo no se perdona prenda de ropa con la que van vestidos los personajes, sino que incluso cuando uno de ellos tira una lata de Coca-Cola al recipiente de reciclaje se nos informa que en él hay ya “un tetrabrik y un par de botellas de plástico”.
            Pero el tono cambia cuando pasamos al capítulo siguiente. Ahora la inspiración son los novelistas del XIX: Víctor Hugo, Balzac, Dickens. Yo tengo una especial predilección por ese realismo fantasioso de bajos fondos con prostitutas buenas, de malhechores que se redimen en la cárcel, de turbios protectores paternales a la manera del Vautrin de Las ilusiones perdidas. Claro que a ratos da la impresión de que Cercas se pasa un poco con los ingredientes de la serie B: su protagonista, en cuanto llega una denuncia de malos tratos a la comisaría, busca por su cuenta al maltratador y le da una buena paliza.
            Ya veremos qué opino al terminar el libro. De momento, lo estoy pasando bien, aunque eso en mí, que detesto las novelas “literarias” (pero me gustan las series y devoré todas las grandes novelas del XIX), no sé si es buena señal.
            “La musa es el encargo”, decía Umbral. Quizá Cercas ha recibido el encargo adecuado para salir del artificioso manierismo de sus últimos libros.   



Miércoles, 6 de noviembre
LA LITERATURA Y YO

––¿No tienes la sensación de que has perdido tu vida dedicándola a algo, la literatura, que cada vez interesa a menos gente y que pronto no interesará a nadie?
            ––Pues no, ni he perdido la vida, ni la literatura interesa cada vez a menos gente.
            La conversación tuvo lugar por la mañana en Los Porches. Allí hojeo los periódicos, los libros del día, corrijo trabajos de los alumnos, charlo con quien quiera acercarse a saludar.
            Luego, de noche, mientras llega el sueño, no estoy tan seguro de no haber perdido mi vida. De que la literatura sigue hoy tan viva como en tiempos de Virgilio, pero interesando a mucha más gente, de eso no tengo ninguna duda.


Jueves, 7 de noviembre
BANDERAS AL VIENTO

Soñé que íbamos en un tren derechitos al abismo y que todos los pasajeros discutían acaloradamente sobre si había que aumentar o no la velocidad, cambiar o no al maquinista. Yo dije que lo que había que hacer era frenar y dar marcha atrás. Como nadie me hacía caso, fui a quejarme al maquinista.
            ––No se preocupe usted. Catástrofe con gusto, no pica.


Viernes, 8 de noviembre
POR QUÉ

Es el poema más breve de Rudyard Kipling, solo doce palabras: “If any question why we died, / tell them, because our fathers lies”. Jon Juaristi lo parafraseó así: “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes / y por qué hemos matado, tan estúpidamente? / Nuestros padres mintieron: eso es todo”.
            ¿Nos mienten quienes nos llevan al precipicio? Les dicen a sus potenciales votantes lo que quieren oír. Eso es todo.


domingo, 3 de noviembre de 2019

Sin propósito de enmienda: Perder y ganar



Sábado, 26 de octubre
CANDÁS EN PRAVIA

A la una, tenía que concluir mi charla sobre la poesía culta y la tradición oral en la Edad de Plata; me tocó hablar a la una menos cinco.
            Las autoridades que había inaugurado el encuentro de la Asociación de Escritores Asturianos –Antón García, director de Política Llingüística, y Pepe Monteserín, cronista municipal– se tomaron su tiempo y dejaron a los demás sin tiempo.        
             No me importó. Yo sé adaptarme a las circunstancias. Resumí lo que pensaba decir exactamente en cinco minutos y cuarenta y siete segundos. A la una había una lectura de poemas al aire libre, frente al Teatrillo, quizá el café más hermoso de Asturias. Y conozco bien la impaciencia de los poetas.
            Esther García López, presidenta de la asociación, me dijo que podía tomarme media hora más de tiempo, pero recordé lo que me había ocurrido una vez que me invitaron a dar una conferencia en las jornadas literarias sobre Candás y el mar.
            Hablé durante el tiempo previsto –no acostumbro a alargar mis intervenciones– ante un público que me pareció atento. Al final, el moderador inició el coloquio. De inmediato se alzó un brazo y un hombre se puso de pie. Yo estaba encantado, lo que más me gusta de las conferencias es el diálogo final con los asistentes. Pero mi gozo en un pozo.
            ––¡Yo quiero saber –bramó aquel individuo– cuándo puedo leer mi poema! Porque yo he venido –ya no sé si dijo que de Contrueces o de Salobreña– para leer mi poema.
            ––Ahora mismo –le respondí con una sonrisa más falsa que Judas–, estaremos encantados de escucharle.
            ––No, no –dijo el moderador–, los poemas se van a leer en el puerto, al aire libre, en cuanto terminemos. ¿Alguna pregunta más?
            No había ninguna pregunta más, por supuesto. Todos los asistentes se levantaron de golpe y se fueron trotando a leerle sus versos al mar, que seguro que estaba impaciente por escucharlos.
            Gracias al director y al cronista no tuve ocasión de aburrir a nadie en Pravia, pero sí de pasear a solas por la villa una maravillosa mañana de otoño. Cuando uno habla –y yo hablo demasiado, todo el mundo me lo dice–, la ciudad se calla; cuando uno calla, la ciudad le habla. Por eso yo creo que solo conozco de verdad los lugares que he recorrido a solas, a veces durante interminables días, como aquel invierno en Catania; otras unas pocas horas, escapado de los compañeros de viaje, como Bucarest y los turbios alrededores de la Gara de  Nord.
            Para mí, que estoy de paso, Pravia conserva el aire apacible de las decimonónicas capitales de provincia; me da una impresión –seguramente falsa– de tiempo detenido, con su teatro ruinoso, sus ajados caserones, su palacio con jardín entre altas tapias, sus calles estrechas, su estatua del rey Silo, sus confortables cafés –mi favorito es el Teatrillo– donde abrir un libro, escribir un haiku (“Tarde de otoño. / Lentamente del árbol / las horas caen”) y dejar pasar la vida.
            Dos o tres veces he estado en Pravia y siempre he tenido la sensación de que allí podría ser feliz.
            Una falsa impresión, supongo. Si a mí me dan a elegir entre el palacio de la marquesa de Casa Valdés y un pequeño apartamento –cocina, salón y dormitorio–, seguro que elegiría el apartamento. Soy así de modesto.
            Un palacio me queda demasiado grande, prefiero el diminuto apartamento. Siempre, claro está, que tenga terraza sobre Central Park y que el cronista municipal sea Woody Allen y no Pepe Monteserín.


Domingo, 27 de octubre
FLORES DE PAPEL

Toda biblioteca personal es un autorretrato. Qué espléndido autorretrato el que se expone este domingo en un puesto del Fontán, frente al Arco de los Zapatos. Libros en francés y en español, creación y crítica, una biblioteca iniciada en los años setenta y que llega casi hasta hoy.
            Su propietario, profesor de literatura según me indica el vendedor, se me parecía bastante. Hay muchos libros que yo compré, ilusionado, en cuanto aparecieron. Mi amigo Francisco Alba se lleva Vida y poesía de Li Po, de Arthur Waley, traducido por Marià Manent. Yo encuentro un cuaderno mío de traducciones poéticas, Trasluz, publicado en Mérida allá por 1987, que no conservaba. Es uno de los cien ejemplares numerados y firmados por el autor. Lo abro al azar y lo primero que leo es un poemilla de Yao Hsin Hsien: “Después de tu partida, ¿siguen / abriendo su corola / las flores del jardín? / ¡Qué imposible parece / sin ti la primavera!”
            Después de la partida siguen abriendo sus páginas nuestros libros para deslumbramiento de los lectores. No me resulta triste, sino todo lo contrario, que sigan ahí, convirtiendo en un colorista jardín este rincón del mercadillo, cuando nosotros nos vamos.
            Un abrazo, desconocido amigo (aunque seguro que más de una vez nos cruzamos en las calles de Oviedo), que leías lo que yo leía y que te me has adelantado.



Lunes, 28 de octubre
CRIMINALES TODOS

Siempre me ha interesado lo que piensa la gente que no piensa como yo. En el último número de Nueva Revista, una publicación de política, cultura y arte, próxima –o eso me parece– al Opus Dei y al catolicismo más tradicional, se publica una entrevista con Rémi Brague, que ha sido profesor –ya está jubilado– de Filosofía Medieval en la Universidad de la Sorbona.
            Lo que leo en ella me deja estupefacto: “Un ateo que sea padre de familia es un criminal”. Me froto los ojos, vuelvo a leer el párrafo completo: “Un ateo, alguien que no cree en ninguna clase de trascendencia, un ateo que fuera padre de familia, es un criminal, según sus propias normas, según su sistema propio, puesto que los seres que llama a la vida, y a los que podría haber dejado muy tranquilos  –en la nada podría haberlos dejado dormir, si se me permite decirlo–, los lanza a la vida, como decía Chateaubriand, ‘les infligimos la vida’, y en cualquier caso con la seguridad de que morirán”.
            Y no acaba aquí la cosa. Cuando formuló en un libro esta idea, “un crítico de un periódico de referencia francés contestó que conocía ateos felices”. Bueno, también existen “idiotas felices”, respondo el docto profesor. Y continúa: “La cuestión no es saber si las personas que ya existen son felices o no, la cuestión es saber si los que ya existen tienen derecho a endosar, si se me permite decir, la existencia a alguien al que no se le puede pedir su opinión”.
            Comencemos por el final. Si la cuestión es esa, el que una persona sea atea o no carece de importancia: tampoco los creyentes pueden preguntar al no nacido si quiere venir o no al mundo.
            Sigamos disparate arriba. ¿Qué crítico es ese al que la única réplica que se le ocurre cuando lee “un ateo que sea padre de familia es un criminal” consiste en decir que hay ateos felices? ¡Qué tendrá que ver la felicidad en este mundo con la creencia en Dios! ¿No eran creyentes, y muy creyentes, los que durante siglos definieron la vida humana como un valle de lágrimas?
            Y puestos ya a disparatar, ¿no sería más criminal el que saca a los seres humanos de su tranquila nada y los deja al albur de una condenación eterna, de una perpetua sala de tortura denominada infierno?
            Me gusta leer a los que no piensan como yo, pero sospecho que debo tomar previamente la precaución de comprobar que, efectivamente, piensan. No parece el caso de Rémi Brague.
            Nació en 1947, es más o menos de mi edad. ¿Acabaré yo como él dentro de poco? Hubo un tiempo en que me obsesionaba llegar a los sesenta años porque había leído que entonces se dejaba de aprender. Era falso, puedo atestiguarlo. Ahora ando obsesionado con el momento en que las neuronas empiezan a patinar. Voy detectando esa catástrofe en las personas que me preceden. No falla. Lo que pasa es que a unos les ocurre más pronto y a otros más tarde. Yo me conformaría con no incurrir en lesa majadería hasta los noventa y ocho o noventa y nueve años.



Martes, 29 de octubre
YO PECADOR

Qué hipócrita soy. Tiro la piedra y escondo la mano. Un compañero de aventuras literarias publica un libro de investigación al que ha dedicado muchos años de esfuerzo y yo me apresuro a señalar sus puntos débiles. Luego, cuando el autor replica airado, con muchas descalificaciones personales y pocos argumentos, no entro al trapo, pongo cara de bueno, de quien nunca ha roto un plato, y respondo educadamente.
            Ya sé, benemérito Ricardo Labra, que yo debería haber subrayado todo lo valioso que hay en tu Ángel González y mirar para otro lado cuando me topaba con sus estrepitosos fallos estructurales. Pero dejaría de ser quién soy si hiciera eso.
            Tampoco puedo evitar echar de vez en cuando el anzuelo para comprobar si sigue por ahí en alerta máxima Susana Rivera. Siempre pica.
            Soy con ella un poco cruel dándole algún pretexto (basta la más mínima alusión) para que una vez más haga el ridículo. Es mi manera de vengar al poeta, a quien ha puesto al servicio de sus resentimientos particulares en lugar de ponerse ella, como era su obligación, al servicio de su obra.
           

Miércoles, 30 de octubre
ALERTA SANITARIA

El odio, en pequeñas dosis, tonifica; el amor elimina nuestras defensas y abre la puerta a todas las enfermedades.

Jueves, 31 de octubre
PIERDE

Cuando uno pierde la amistad de un tonto malicioso, ¿pierde o gana?
            Yo no soy tonto, compro en Media Markt, pero sí algo malicioso. Cuando un amigo deja de ser mi amigo, ¿pierde o gana?

Viernes, 1 de noviembre
DÍA DE DIFUNTOS

Ni les tengo miedo a los muertos –solo amor a unos cuantos– ni le tengo miedo a morir. Les tengo miedo a los vivos y a seguir vivo cuando ya esté muerto.