sábado, 23 de febrero de 2019

Revelación de secretos: No es delito





Sábado, 16 de febrero
UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA

Mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa. He cometido el mayor de los pecados que un hombre puede cometer. Soy nacionalista. Nacionalista español, por supuesto: aquí nací y aquí he vivido siempre.
            Amo a Portugal, a Italia, a Francia (por este orden), pero la única historia que me conozco al dedillo es la de España, algo así como la historia de mi familia. La del siglo XIX me la contó Galdós, que es para mí como ese abuelo que a todos nos habría gustado tener.
            La historia del XX tengo la impresión de que la he vivido, aunque naciera a mediados de siglo. Desde 1970 hasta hoy, con la crisis catalana, tengo la impresión de que he sido protagonista, aunque no haya sido más que un minúsculo figurante que no ha dejado de votar ni una sola vez desde que fue posible ni de manifestarse (estuviera o no prohibido) cuando lo creía conveniente.
            Soy un español de lo más típico: hablo alto y claro, tiendo a dogmatizar, a tratar de imponer mis opiniones en la mesa del café, no estoy muy dotado ni para el dominio de idiomas extranjeros ni para las sutilezas de la diplomacia, pero tampoco –más Quijote que Sancho– me faltan ciertas buenas cualidades que dicen que nos caracterizan.
            Soy un español que ama a su patria, aunque no por eso deja de reconocer sus no escasos defectillos.
            Ya sé que hoy arremeter contra el nacionalismo, “el mayor enemigo de Europa y de la democracia”, está de moda. Pero no por eso voy yo a abjurar de unas ideas, que no son propiamente ideas, sino creencias, para decirlo con la terminología de Ortega.
            Amo a mi patria y me encuentro muy a gusto con los que aman a la suya, siempre que no quieran imponer su amor a nadie.
            La patria es cosa del corazón, el Estado asunto de la cabeza y del bolsillo. ¿Es bueno o malo que tu patria y la mía formen parte del mismo Estado? Sentémonos a negociar, lleguemos a unas conclusiones y luego que la ciudadanía vote. Tranquilamente, sin imposiciones, como ciudadanos libres de un país libre.
            Ser español es un honor, no una condena. ¿Qué una comunidad autónoma no quiere seguir formando parte del Estado español? Expliquemos las ventajas de serlo, aclaremos los inconvenientes de la separación, dejemos a los ciudadanos que reflexionen y luego votemos. Y respetemos el resultado de la votación, sea el que sea. Un país no es más o menos grande por su extensión en kilómetros cuadrados, sino por la libertad y la prosperidad de sus habitantes. Suiza no es inferior a Uzbekistán, aunque su extensión sea menor.
            “Ahí tiene usted / confesado mi delito”, digo con Manuel Machado. “Amo a España y no quiero imponerle a nadie ese amor”. Ojalá que todo el conflicto actual termine como ese poema: “No es delito. / Ya lo sé”.



Domingo, 17 de febrero
ENCUENTRO EN CATANIA

La realidad es un estado de ánimo. De pronto, al atajar por una calle en la que no había estado nunca, me volví a sentir como en aquel invierno en Catania, un paria, un solitario, alguien al que el mundo entero había vuelto la espalda.
            Era la hora del anochecer, la más melancólica del día, y no había ningún bar en aquella calle, que parecía fruncir el ceño, cerrarse sobre sí misma, mirarme de mala manera.
            La mañana había sido luminosa y a dos pasos estaba mi casa, la rutina feliz. Pero yo volvía a estar en una ciudad en la que no conocía a nadie, en la que a las cinco de la tarde era de noche, en la que no había sido capaz de encontrar ningún rincón en el que leer a gusto y entretenerme con las conversaciones ajenas (allí parece que no existían los cafés a la española), en la que no había centro comerciales, en la que todo el mundo se retiraba temprano y a mí me dejara fuera o en la solitaria habitación del hotel, hasta que llegara el sueño, que siempre se retrasa cuando lo esperas.
            Y sin embargo en Catania entreví la felicidad. Había pasado el domingo, también era domingo, en Siracusa. Un domingo feliz, como este hasta entré en esta calle, deslumbrante el mar en torno a la isla de Ortigia, rezumante de frescor virgiliano la fuente de Aretusa, pero al salir de la estación, ya de noche, aunque no era muy tarde, se me vino el mundo encima.
            Nada más deprimente que el camino que lleva desde la estación hasta la plaza Stesicoro, cerca de la cual estaba mi hotel. Solares sin urbanizar, naves comerciales, todo mal iluminado y solitario. De vez en cuando me cruzaba con una sombra presurosa. Una vez creí escuchar cerca detonaciones que me parecieron disparos.
            Tras el brillo y las memorias platónicas de Siracusa, la realidad parecía haberse convertido en una selva oscura como aquella en la que Dante se encontraba antes de entrar en el infierno. De pronto, al final de un callejón a mi izquierda, vi brillar luces. Me dirigí hacía allí, sin pensarlo.
            Entre edificios oscuros, un chalet con un gran ventanal iluminado que daba sobre un pequeño jardín. Hasta la acera llegaba el rumor de la música y de las conversaciones. Sin duda se celebraba una fiesta. Yo miraba como el niño ante el escaparate de una pastelería. De pronto, un tipo elegante, de unos cincuenta años, que llegaba con una botella en la mano, se detuvo junto a mí. Iba a disculparme, no debía ofrecer muy buena imagen allí al acecho.
            ––¿Quiere pasar?
             Le reconocí vagamente. Nos habíamos visto en la biblioteca de la Universidad.             ––No estoy invitado, dije y traté de sonreír.
            ––Le invito yo con mucho gusto.
            Me hizo entrar con él a aquel salón que yo había visto desde fuera y que por unos momentos me pareció la imagen misma de la felicidad, como en El gran Meaulnes, la novela de Alain-Fournier. Pero nada más entrar le llamaron –“disculpa un momento”– y me dejó solo, entre gente a la que no conocía.
            Todas las miradas si fijaron en mí, o esa impresión me dio, y empecé a sentirme mal, sin saber qué hacer ni qué decir. Lo cierto es que todos siguieron con sus conversaciones sin hacerme mucho caso. Una joven interpretaba al piano canciones de Reynaldo Hahn sobre poemas de Verlaine (yo recuerdo que las había escuchado por primera vez en el apartamento neoyorquino de Muñoz Millanes), se cansó de tocar, recibió unos corteses aplausos y tras inclinar con gracia la cabeza se acercó a mí.          ––No te conozco. ¿Eres amigo de Mirna?
            ––No la conozco, en realidad no conozco a nadie. Estaba en la puerta y…
            De pronto, pareció perder todo interés por mí. Yo me encontraba cada vez más incómodo. Una pareja, en el centro del salón, comenzó a discutir. Cada vez lo hacían en voz más alta y como si estuvieran solos. Yo no los entendía porque, aunque comenzaron en italiano, pronto pasaron al dialecto.
La pianista volvió a acercárseme.
            ––Vámonos, esto comienza a ponerse desagradable. Son los dueños y parece que se han olvidado de que tienen invitados. Ella es muy celosa y él coquetea con todas, también conmigo, pero yo no le hago ningún caso.
            Fuimos paseando hasta la plaza de la catedral. Había una gran luna y el frío parecía haber desaparecido. Hablamos de Giovanni Verga, el día antes había estado yo visitando su casa, de Cavalleria rusticana, y luego de Pirandello. Ella era profesora de literatura italiana en un liceo.
            ––Así es si así os parece. Qué razón tenía Pirandello. También la verdad se inventa.
            ––Eso lo dijo, antes que él, o a la vez que él, Antonio Machado.
            Yo le hablé de un libro, muy pirandelliano, del psiquiatra Castilla del Pino, El delirio un error necesario. A veces para poder soportar la realidad tenemos que inventarnos otra realidad.
            En la plaza Stesicoro, a un lado el anfiteatro romano, al otro la gran estatua de Bellini, teníamos que separarnos. Mi hotel estaba en dirección contraria a la de su domicilio. Pensé en invitarla a cenar  para seguir charlando. Pero tardé en decidirme. Ella me miraba sonriente. A nuestro lado se detuvo un autobús. Me dio un rápido beso y subió de un salto en cuanto se abrió la puerta.
            Yo debía de quedar triste, pero la verdad es que volví al hotel de buen humor. Me sentía aliviado. La felicidad mejor verla desde fuera, soñarla al otro lado del cristal. Si lo atravesamos, deja de ser felicidad.


Lunes, 18 de febrero
RETRATO Y AUTORRETRATO

“Célibe y maniático, lúcido y pesimista, viviendo para su tarea de investigación, sin más aficiones ni pasiones que su trabajo, razonando inhumanamente, frío y certero, con un insufrible orgullo e invulnerable a cualquier tentación, acorazado contra cualquier debilidad”.
            Qué bien me conoce quien escribió esas líneas. Podría haberlas escrito cualquiera de mis enemigos mejores. Pero no hablaba de mí, sino de Sherlock Holmes.


Miércoles, 20 de febrero
RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS

Tuve que visitar esta mañana dos clases de tercero de primaria (alumnos de ocho o nueve años) para evaluar a unos profesores en prácticas. Me sorprendió la manera cómo enseñan a los niños a arreglar sus desavenencias: “Cuando surge un conflicto entre el alumnado, los profesores les ofrecen la posibilidad de solucionarlo entre ellos saliendo al Iguaderu. Una vez allí uno de los alumnos se sitúa bajo la boca para exponer el problema según él lo ve. Mientras tanto, el otro permanece bajo la oreja y escucha. Solo puede escuchar, esto es muy importante. Cuando el primero acaba de hablar, cambian de sitio: el que antes hablaba ahora escucha y el que antes escuchaba ahora habla. Podrán cambiar de sitio las veces que necesiten hasta aclararse. Al final, si llegan a un acuerdo, se dan la mano y vuelven a la clase o al patio. Si no lo resuelven, piden ayuda a una profesora o profesor”.
            Me enseñan el rincón del Iguaderu, bajo un gran ventanal: una mesa, dos sillas y sobre cada una de ellas un cuadro representando en un caso una boca y en el otro una oreja. Hay también una hoja de papel donde se anota la fecha y si finalmente llegaron a un acuerdo. En los cuatro casos de febrero, hay empate: dos veces se llegó a un acuerdo y otras dos veces no.
            Está claro –pienso al salir del colegio, muy esperanzado con lo que he visto–  que a los líderes de la nueva derecha española no les enseñaron a resolver así sus conflictos. Seguro que no fueron a un colegio público, como el Novo Mier. Debería estar prohibido que se transmitan las sesiones parlamentarias en horario infantil. Son un pésimo ejemplo.
            Disparates que antes solo se oían en las tertulias de la telecaverna en las que solía participar Juan Manuel de Prada, ahora se escuchan en el Parlamento con total naturalidad. Yo estoy expectante por ver si mis compatriotas, en las próximas elecciones, premian o castigan esa desfachatez. Comparado con el actual líder de la oposición, Gabriel Rufián resulta todo un caballero.


Jueves, 21 de febrero
UN BUEN JUGADOR

La alegría de ganar y el fastidio de perder me duran exactamente lo mismo: más o menos cinco minutos.


Viernes, 22 de febrero
OTRA CONFESIÓN

No estar enamorado es mi manera de ser feliz; estar enamorado, mi manera de no olvidar que sigo vivo.



domingo, 17 de febrero de 2019

Revelación de secretos: Mis enemigos mejores



Sábado, 9 de febrero
POR SI ME OLVIDA

Por si se me olvida, siempre hay algún amigo que, con las mejores intenciones, me recuerda las razones por las que soy un fracasado.
            ––Si no te metieras con todo el mundo, si cultivaras un poco más las relaciones públicas, tú ahora estarías publicando en los suplementos nacionales como Manuel Rico, en las grandes editoriales tipo Visor, ganando premios en Segovia y Melilla como Jaime Siles.
            ––Y me jubilaría como catedrático y no como un modesto profesor titular, ya lo sé. Pero ya es muy tarde para cambiar. Tendré que resignarme.
            (Para conservar amigos, mejor que le consideren a uno un fracasado. Yo me creo, pero esto me cuido mucho de decírselo a nadie, lo más parecido a un triunfador: alguien que está exactamente en donde quiere estar.)


Domingo, 10 de febrero
RELATO FIEL

En un puesto del Fontán, encuentro las Memorias de un aparecido de Pedro de Répide, un olvidado escritor que fue cronista de Madrid y fantaseaba una veces con ser hijo de Isabel II y un guapo clérigo que luego llegaría a obispo (de la exreina, muy jovencito, fue secretario en París) y otras con descender de la última reina de Chipre.
            Memorias de un aparecido, que lleva el subtítulo de “Relato fiel del sangriento drama español. Madrid 1936-1937”, se publicó por entregas en un diario de Caracas, La Esfera, entre agosto y noviembre de 1937. Comienza bien: “Soy como Orfeo que vuelve del infierno. No descendí a él por mi gusto ni ha habido Eurídice que perdiera, como no fuesen España y mi propia ventura”. En seguida, descarría y el relato de la peripecia del autor se difumina entre páginas y páginas de propaganda franquista –y ferozmente antisemita--, que es dudoso que fueran escritas por un recién escapado de la España republicana.
            Poco después de publicarse en el periódico, se reunieron en libro estas Memorias de un aparecido que no se reeditaron hasta cuarenta años después, en 1977, por una editorial de extrema derecha, Vassallo de Mumbert, que trataba de que no se olvidaran los desmanes republicanos en un momento en que comenzaban a sacarse a la luz los crímenes del otro lado (otros cuarenta años después todavía siguen la mayoría de ellos en las cunetas).
            Al final del volumen, se resumen los principios editoriales, más o menos los mismos que hoy defiende las derechas sin complejos que se manifiestan en la plaza de Colón: “Sentimos el orgullo de ser españoles y cargamos con todo el bajel de nuestra historia. Defendemos, a costa de lo que sea, la unidad de nuestra Patria. Los derechos y reivindicaciones de la mujer deben ser considerados de tal forma que se ajusten a su función y condición, para que no se salga del lugar en que el varón siempre la tuvo entronizada como esposa y como madre”.
            No se ha vuelto a reeditar este libro, del que hay abundantes ejemplares a muy poco precio en Internet. No interesó a nadie, cumplida su labor propagandística (pero no dejan de resultar curiosas su versión del asesinato de Lorca o sus andanzas por los cines de Barcelona). El autor era un converso, tenía un pasado republicano que en sus presuntas memorias ignora; era, además, notorio homosexual, mala cosa en aquella España.
            El libro termina en Tánger y no nos cuenta por qué, en lugar de volver a la España nacional que tanto admiraba, se marchó a Venezuela (allí, en el 43, fue acusado de agente de Hitler). Quizá los sublevados le preferían lejos, contrarrestando en América la propaganda republicana. Solo volvió para morir, en 1948, olvidado de todos.
            Las patrañas propagandísticas envejecen pronto, pero unas memorias verdaderas interesan siempre. Lástima que Pedro de Répide no escribiera las suyas: tenía mucho que contar.


Lunes, 11 de febrero
ANTIHOMENAJE

Un querido y admirado compañero se jubila el próximo año y hoy me entero de que se le está preparando un homenaje, al que me sumo.
            El año que viene me jubilo yo y mucho me temo que no tendré ocasión de ejercitar mi conocida modestia rechazando cualquier tipo de celebración; seguro que a nadie se le ocurre semejante idea.
            Un convencional homenaje no me gustaría, la verdad. Pero ¿y un antihomenaje? ¿Y un libro en el colaboraran mis enemigos mejores, esos con los que llevo discutiendo treinta o cuarenta años.
            No serían muchos, me temo. Los buenos enemigos son tan escasos, o incluso más, que los buenos amigos. Pero, pocos o muchos, lo cierto es que resultaría un volumen mucho más divertido que esos otros llenos de convencionales elogios que no se cree nadie y que siempre apestan un poquito a anticipadas pompas fúnebres.
            Si yo fuera el coordinador de ese volumen (no podría serlo, debería resultar una sorpresa para mí), invitaría a colaborar a Andrés Trapiello, a Miguel d’Ors, a Juan Bonilla, a Francisco Brines (o en su defecto a Vicente Gallego), a Jon Juaristi, a Juan Manuel de Prada… La verdad es que, salvo Miguel d’Ors (que me considera una reencarnación del demonio), el resto no sé bien si son enemigos o amigos o las dos cosas, alternativamente, según el tono de la última reseña que les haya dedicado.
            Yo, debo reconocerlo, aprecio más a mis enemigos literarios que a los presuntos amigos que dejan de serlo en cuanto no les devuelves el interesado elogio.


Martes, 12 de febrero
CONTRAPROGRAMACIÓN

¿No podría haber alguien que se ocupe de organizar la actualidad política para que no se solapen los acontecimientos? ¿Cómo es posible que en el mismo día el Tribunal de Orden Público comience el proceso contra el independentismo, se debatan los presupuestos y conozcamos que el incendio del edificio Windsor fue obra del comisario Villarejo –solo le falta haber intervenido en el asesinato de Prim-- por encargo de un conocido banquero para ocultar no sé qué fechorías?
            La historia de España se ha convertido en una gran superproducción, o mejor, en una telenovela venezolana (nunca mejor dicho). Permanezcan atentos a la pantalla. La retransmisión es en directo.


Miércoles, 13 de febrero
CAFÉ CON LIBROS

Me insiste semana tras semana Abelardo Linares, editor de mis diarios, en que no hable de política, que eso es lo que más envejece. Cuando iba apareciendo, semana tras semana, Hablando claro, el tomo que está a punto de publicar, me decía: “Habla de libros, habla de libros, deja de hablar de los catalanes. Ya ves, se aplicó el 155 y se acabó el problema. ¿Quién se va a acordar dentro de un año de Puigdemont y del procés?”
Nadie, profético Abelardo, ya lo estamos viendo.
            Un viejo suplemento del ABC que traía una reseña de Rafael Conte hablando de Café con libros ha despertado mi curiosidad por esa obra, que tenía olvidada. No la encuentro por casa y Marcos Tramón me la llevó esta tarde al Vetusta. Contiene una serie de conversaciones, de tertulias más o menos imaginarias, que se fueron publicando en La Voz de Asturias entre 1985 y 1986. Algunos contertulios, que no aparecen con su verdadero nombre, se mencionan en la nota preliminar: “Javier Almuzara, enamorado de Mozart y Chaplin, que con no hacer nada tiene ocupación bastante; Marcos Tramón, profesional del pesimismo, virtuoso de la apatía, devoto de Pavese, y Martín López-Vega, que duerme con la maleta bajo la cama, siempre a punto para emprender un viaje a El Entrego, a Estrasburgo o al fin del mundo”.
El retrato sigue siendo bastante exacto, salvo que Almuzara ha abandonado su indolencia y ahora está en continua ebullición creativa, entre la música y la literatura. Martín López-Vega, que siempre quiso ser un poeta chino, prepara las maletas para Pekín.
            En Café con libros se habla, como su nombre indica, de libros, de docenas y docenas de libros, pero también, como en cualquier tertulia que se precie, de la actualidad política. Entonces la derecha, para desbancar a Felipe González, decidió vestirse con piel de cordero. El aspirante, José María Aznar, leía a Azaña y a Cernuda y con Jordi Pujol hablaba catalán en la intimidad. Los comunistas defendían la teoría de las dos orillas, tanto monta monta tanto González como Aznar, pero contra quien arremetían era contra el primero. La derecha seducía entonces por el centro y por la izquierda, por cierta izquierda exquisita que se decía cansada de la corrupción. Recuerdo una comida de los profesores del Departamento de Literatura. En la discusión sobre política de la sobremesa, uno de ellos, ya un poco cargado de copas, me llamó “ladilla socialista” (yo entonces era un decidido partidario de González, ¡lo que cambian los tiempos1) y declaró que él, que siempre había votado comunista, en las próximas elecciones, que no tendrían más remedio que anticiparse, iba a votar a Aznar. A ese habilidoso y ágrafo catedrático, ya jubilado, me lo encontré el pasado domingo en el Fontán. Me ha invitado a visitar su biblioteca en Castropol.
            Ahora al parecer las elecciones no se ganan por el centro y la moderación, sino por la extrema derecha. Los referentes ya no son Cánovas y Maura, sino un Blas Piñar puesto al día por Bolsonaro.
            No me parece que las referencias políticas en un diario envejezcan más que las literarias. A mí me gusta dejar constancia del tiempo en que vivo, no solo de los libros que leo. Y tomar partido.
            ----¿Y qué va a pasar ahora que, entre unos y otros, han logrado echar por fin a Pedro Sánchez?, me pregunta Marcos.
            ----¿Tú crees que le han echado? Yo no estoy tan seguro. Sospecho que los Casado de Abascal (el otro triunviro es cada día más irrelevante) venden la piel del oso antes de cazarlo. Ahora tendrán que ganar las elecciones. Sánchez no es como Rajoy: no basta una patadita en el trasero para mandarlo a casa y a sus labores.


Jueves, 14 de febrero
ME REGALAN FLORES

Hoy, al llegar a mi despacho en el Milán, me encuentro con un ramo de flores, como si fuera yo una cantante de ópera. El sobre que lo acompaña solo indica, tras mi nombre, “Flores para ti”. ¿Quién será este anónimo admirador o admiradora?
¡Y en el día de San Valentín! Es como para echarse a temblar. Sobre todo teniendo en cuenta que, desde hace más de veinte años, recibo una o dos cartas semanales cartas por correo postal (y a veces con sello de urgencia) que rompo sin abrir. Al principio eran anónimas, luego no.
            En fin, que la realidad imita a las malas novelas. Y en mi caso a las malas novelas de hace cien años.



Viernes, 15 de febrero
NO ENTIENDO NADA

La Carga de la Brigada Ligera contra los pacíficos votantes, el antipático discurso real, la prisión preventiva permanente, el altavoz mundial de un proceso prendido con alfileres jurídicos, el sainete de la acusación popular con su gomina y su asociación de malhechores, la aplicación perpetua del 155 como única solución…
No sé, pero me da la impresión de que los partidarios de la unidad de España no han tomado una medida que no sea un hachazo que ahonda un poco más la grieta entre España y Cataluña. Todavía no es un abismo insalvable, pero ya les queda poco para conseguirlo.
            Claro que, a lo mejor, estoy equivocado. Ya se sabe que yo de política no entiendo nada, como me repiten cada día mis amigos y mis enemigos mejores.



domingo, 10 de febrero de 2019

Revelación de secretos: Nuevas técnicas del golpe de Estado





Sábado, 2 de febrero
MEJOR PINOCHET

“Como dijo Alfonso Guerra, prefiero una dictadura con orden en las calles y prosperidad económica, como el Chile de Pinochet o la Arabia del Príncipe Mohammed, a una democracia caótica y en quiebra económica como la Venezuela de Maduro o la República española”, le escucho decir a alguien que habla por teléfono a mi lado en el autobús.
            Tengo que contenerme para no interrumpirle gritando que Alfonso Guerra no ha dicho exactamente eso, que lo que ha dicho es... Pero pensándolo un poco empiezan a entrarme dudas de que no haya sido precisamente eso lo que ha querido decir.


Domingo, 3 de febrero
EL DESCONOCIDO DE NÁPOLES

Yo también, como toda la gente, a veces tengo ganas de huir de este mundo y refugiarme en otro que no ha existido nunca. Al igual que a los niños asustados, para espantar el miedo me cuento historias.
            Recuerdo, por ejemplo, cuando una amiga que daba clases en la Universidad de Nápoles me prestó su apartamento durante un mes de verano que ella pasaría viajando por España. Estaba en el Vomero, muy cerca de la parada del funicular, y desde una de sus ventanas se veía Posilippo y la bahía y las islas de Isquia y Procida.
            Una noche oí voces y ruidos en el piso de abajo, como si se estuviera produciendo una pelea. Luego un estampido, de un disparo o de una puerta que se cierra de golpe o de una moto en la calle. No me atreví a asomarme al descansillo, ni siquiera a atisbar por la mirilla de la puerta. Aquel era un barrio tranquilo, o eso creía yo, pero toda la leyenda tenebrosa de la ciudad se me vino encima y me acurruqué en la cama, entre las sábanas, temeroso de que la policía llamara a mi puerta a preguntarme si había visto algo.
            Pero no vino la policía ni volvió a oírse un ruido en toda la noche. Tardé en dormirme y, cuando me levanté, ya tarde, lucía un azul espléndido. Desayuné reposadamente en una terraza al aire libre y luego bajé por retorcidas calles en cuesta y escaleras hasta el puerto de Mergellina. Por allí cerca estaban las tumbas de Virgilio y de Leopardi.
            Caminaba sin prisa, no tenía nada que hacer, no me importaba perderme, la temperatura era primaveral a pesar de que estábamos en pleno verano. Me detuve, en via Caracciolo, a leer una placa que informaba que Ramón Gómez de la Serna había vivido allí. Seguramente con Carmen de Burgos, pensé yo. Qué extraña pareja. Entonces un hombre con sombrero, como de película americana de los años cuarenta, se detuvo a mi lado y, tras saludarme amablemente, dijo:
            ––Creo que tiene usted algo para mí.
            Le miré extrañado. Hablaba en español, no en italiano.
            ––Debe de haberse confundido, señor.
            ––¿No es usted José Luis García Martín? ¿No vive en casa de la profesora… (y dijo el nombre de la profesora que me había prestado el apartamento y que yo prefiero no repetir aquí).
            ––En efecto. Pero ¿quién es usted?
            ––Mi nombre no importa. ¿Me permite?
            Cogió los dos libros que yo llevaba en la mano (siempre salgo de casa con algún libro) y, sonriente, como jugando, buscó entre sus páginas. Encontró un folio doblado que yo no recordaba que estuviera allí (los libros los había comprado en la librería Feltrinelli de Piazza dei Martiri).
            ––¿Ve cómo sí tenía algo para mí?
            Luego se llevó la mano al sombrero en un gesto de saludo y desapareció antes de que yo pudiera salir de mi asombro, como se decía en las viejas novelas de aventuras.  


Lunes, 4 de febrero
ANTE EL CAMPOAMOR

Cuando voy hacia el Vetusta a tomar mi café con libros de la tarde, me encuentro con Inés Illán, que fue mi profesora de latín hace medio siglo y que sigue tan subversiva como entonces. Me cuenta que ante el Campoamor, a las siete y media, hay una concentración en apoyo a Venezuela.
            ––¿Has visto qué vergüenza? Pedro Sánchez se ha puesto a la cola de Trump y al frente de los países europeos que apoyan a los golpistas.
            Me uno a ella, sabiendo que los defensores de la legalidad y el derecho internacional seremos cuatro gatos, bastantes menos que cuando la guerra de Irak. En estos años, las técnicas del lavado de cerebro han avanzado mucho. Si desde todas partes nos informan de que lo blanco es negro y lo negro blanco, a ver quién es el guapo que se atreve a decir lo contrario.
            Atreverse hay muchos que se atreven, no soy por supuesto el único, pero se los arrincona lejos del altavoz.
            ¿Y por qué voy a tener yo la razón y no gente tan lista como Vargas Llosa, González o Cebrián?, me pregunto a mí mismo haciendo, un poco tramposamente, de abogado del diablo. Y digo tramposamente porque esos tres tipos serán muy listos, pero intelectualmente yo los valoro más bien poco, cada vez menos. Sus argumentos los desmontaría un niño.  Se resumen a que la legalidad hay que respetarla en España (y por eso tenemos políticos que, por su actividad política “ilegal”, están en la cárcel o “huidos”), pero no en Venezuela.
            Pero no voy a hablar del asunto, una causa perdida.
Todos los representantes de la nueva política, quienes sucedieron a los cómplices del juancarlismo, me han ido defraudando. Tendré que decir como San Francisco de Borja: “Nunca más serviré a señor que se puede morir”. Aunque yo siempre he estado al servicio de algo, nunca de alguien (Cela decía lo mismo, pero él nunca estuvo al servicio de nada que no fuera su mayor gloria).
            Ni sé que se puede hacer cuando el problema no son los gobernantes, sino los gobernados. Execrar al gobierno de Venezuela, da votos, pero no solo a las derechas, sino también a buena parte de la izquierda. Y de Cataluña, ni hablo.
            Habrá qué resignarse y citar Espronceda: “Truéquese en risa mi dolor profundo. / ¿Que haya un golpe más qué importa al mundo?”


Martes, 5 de febrero
ALGO ES ALGO

Si nadie te odia, es que no eres nadie. Y como yo no soy nadie en la Universidad y no he competido nunca por ningún puesto ni hago sombra a nadie, pues nunca me ocurrirá lo que a López Otín.
            O eso creía. El pasado jueves, a ir a entrar en clase, veo que la profesora anterior sigue sentada en la mesa atendiendo a una alumna. Me quedo esperando fuera. Pasan cinco minutos. Me asomo de nuevo a la puerta abierta. Está con otra alumna. Cinco minutos más y comienzo a extrañarme. ¿Me habré equivocado de aula? No, ahí están mis alumnos, que me miran tan extrañados como yo. Por fin se levanta, recoge muy lentamente sus cosas. Cuando parece que va a salir, vuelve a por el paraguas, que tarda un rato en encontrar. Sale y yo pongo buena cara para sonreír y responder “no importa” cuando pida disculpas por la tardanza. Pero no dice nada, no saluda, solo se limita a mirarme con desdeñoso gesto de Gorgona. A punto estuve de convertirme en piedra.
            ¿Cuánto tiempo me había tenido fuera esperando? ¿Media hora? Eso me pareció a mí, pero como soy tan impaciente y tan puntual a lo mejor no fue tanto, solo veintiocho o veintinueve minutos (o quizá solo ocho o nueve).
            Al ir a firmar, vi el nombre de la profesora y se aclaró el enigma. Era Araceli Iravedra, autora de numerosos estudios sobre la poesía española actual, minuciosamente documentados, y directora de la cátedra Ángel González. Supe entonces cuál era mi delito: he reseñado alguno de sus libros y, entre vagos elogios, he insinuado que sus cientos y cientos de páginas sobre docenas y docenas de poetas de hoy –buenos, malos y peores– podían haber sido escritas sin leer ninguno de sus poemas. Nada nuevo en la literatura académica.
            Me gustaría acercarme a ella y decirle: “Tampoco es para tanto, mujer. A fin de cuentas yo escribo en periódicos, no en revistas indexadas. Es más elegante desdeñarme, no soy ningún obstáculo a la hora de los sexenios y la financiación pública de tales acríticos recuentos”.
            Como no soy precisamente el admirable López Otín, nadie va a pasar años y años maquinando la manera de destruirme. Pero tampoco es que no sea nadie. Tengo, al menos, una colega que me detesta. Algo es algo.


Miércoles, 6 de febrero
PLANTEAMIENTOS SIN DESENLACE

Aunque admire a mucha gente, de no ser quien soy solo hay dos personas que me habría gustado ser: una es Sheldon Cooper, la otra Sherlock Holmes.
            Leo ahora, alternando una con otra, dos aventuras apócrifas del detective inglés. Una la firma Bonnie Macbird, que ha sido guionista en Hollywood; la otra, Carlos Pujol, el admirado traductor y ensayista (y también poeta y novelista).
            En ninguna de las dos está bien recogida la magia del personaje, pero se acerca más a ella Bonnie Macbird, que en su truculento –whisky, fantasmas y cabezas cortadas–  Espíritus inquietos no aspira más que a conseguir un solvente producto de consumo (yo lo leí imaginándome la película) que el benemérito Carlos Pujol y sus misterios de Barcelona. Comienza bien: “Baker Street está muy lejos del río, pero a veces, en las noches de verano, a altas horas de la madrugada se oyen sirenas de barcos. Es un sonido gemebundo, como si alguien pidiese socorro en medio de la oscuridad”.
            En el epílogo a Los secretos de San Gervasio, la aventura barcelonesa de Sherlock Holmes recién reeditada, escribe Pujol: “En una novela policíaca, lo mejor es siempre el planteamiento;  la novela policíaca ideal no debería tener desenlace, que siempre decepciona”.
            Por eso yo ahora, cuando vuelvo al Holmes original, releo solo los primeros capítulos de sus novelas o los primeros párrafos de los relatos. El resto prefiero imaginármelo.
            Y de la aventura napolitana contar solo el intrigante comienzo, no el decepcionante final.


Jueves, 7 de febrero
ENTRE LO MALO Y LO PEOR

El gran dilema del político: ¿qué hacer cuando hacer lo que debe hacer le resta votos?
            ¿Qué haría yo –me pregunto– si tuviera que presentarme a las próximas elecciones? ¿Diría lo que pienso sobre los “demócratas” venezolanos o sobre de qué lado están la democracia y los derechos humanos en el conflicto catalán?
            Me lo callaría, naturalmente, como aconseja Maquiavelo.



Viernes, 8 de febrero
EN EL PECADO, LA PENITENCIA

“Ya sé que te ha defraudado Pedro Sánchez, como a otros (aunque no a tantos como a ti te gustaría), por su postura sobre Venezuela, pero no te preocupes que en el pecado lleva al penitencia. Ya verás cómo, en cuanto se descuide, el triunvirato le aplica la doctrina Guaidó y saca la España ‘constitucionalista’ a la calle y uno de ellos se autoproclama presidente interino y Trump y Bolsonaro le reconocen de inmediato. Y no sé si lo harán con el aplauso de González, pero seguro que sí con el de Alfonso Guerra”.



sábado, 2 de febrero de 2019

Revelación de secretos: Cinco mil ratones



Viernes, 25 de enero
REALISMO SUCIO

Nada interesa más a la audiencia, como bien saben los directivos de Telecinco, que las peripecias escabrosamente sentimentales de los demás.
            Hoy acapara la tertulia un poema de Facebook en el que una poeta enumera, sin perdonar detalle, las razones que ha tenido para echar de casa a su pareja, también poeta y buen amigo de todos nosotros. Como no es la primera ruptura escandalosa que ha protagonizado, todos tenemos muchas cosas que contar.
            ––¿Y esto es una tertulia literaria?, protesta Alicia Pertierra. ¡Parece más bien un programa de Sábado Deluxe con García Martín haciendo de Jorge Javier Vázquez!
            La verdad es que el poema se las trae: “Estás podrido. / Estás sucio. / Apestas el mundo. / No tengo suficiente lejía / para retirar esa mugre / de mi casa”.
            ––A esto llevan las redes sociales. A que ya no haya intimidad. Por eso yo, como Silvia, me niego a estar en Facebook, dice Almuzara.
            ––Qué culpa tendrá Facebook. Airear los trapos sucios para diversión del personal es decisión de cada uno. Hay desahogos que se pagan con el precio del ridículo.
            Será decisión de cada uno, pero lo elegante, cuando algún conocido mete tan estrepitosa y tan públicamente la pata, es mirar para otro lado, no hozar con recochineo en el tema, que es lo que hacemos nosotros. Vuelvo a casa con mala conciencia.


Sábado, 26 de enero
ECKERMANN EN VELINTONIA

La literatura, cuando no es grande, envejece antes que los alrededores de la literatura. Me aburren, desde hace tiempo, los poemas de Aleixandre, que me fascinaron cuando era joven, pero vuelvo a hojear los Cuadernos de Velintonia, de José Luis Cano, y paso un rato muy entretenido con la chismografía de la época. Recuerdo que, cuando los leí por primera vez, me indignaron la insistencia del poeta en dejar constancia de sus presuntos escarceos eróticos y su silencio sobre la verdadera historia de su corazón, que luego se ocuparían de airear Molina Foix y Ruth Bousoño.
            El tiempo, que tan cruel se muestra con la escritura que pretende permanecer al margen del tiempo, enriquece la que está ligada a nuestra pequeña historia. “Me habla Vicente con mucho entusiasmo de Alejandro Duque Amusco, poeta sevillano de veinte años a quien ha conocido hace algunos días, aunque ya habían cruzado alguna carta el pasado verano. Estudia Farmacia en Granada y es un apasionado de la poesía aleixandrina, sobre todo de La destrucción o el amor. Fue a verle el último verano a Miraflores para conocerle”.
            Tantos años después, Alejandro Duque Amusco publica en el número de Clarín ahora en imprenta un enésimo estudio de la poesía de Aleixandre. Me emociona esa fidelidad. Recuerdo que le encontré un día en Madrid, a principios de los ochenta. Charlábamos tranquilamente de esto y de aquello (yo había reseñado su primer libro) cuando de pronto miró el reloj y se levantó de un salto. “He quedado con Vicente a las seis –me dijo– y no puedo llegar tarde. Ya sabes cómo es Vicente. Tiene programadas las visitas como un médico o un dentista. Te retrasas cinco minutos y pierdes la vez, hace pasar al siguiente”.
            Me divierten las intrigas de estos años en torno a la Academia y las rencillas entre poetas. Gil de Biedma sale especialmente malparado. También Luis Cernuda, presentado como rencoroso y mala persona. “Recuerdo que una vez en mi casa, Luis cogió de la biblioteca el ejemplar, dedicado por él a Salinas, de su primer libro Perfil del aire y tachó la dedicatoria impresa poniendo encima la palabra merde. Me indignó aquel gesto de Luis, aparte de estropearme el ejemplar”.
            ¿Estropear el ejemplar? En una subasta como la reciente de Durán esa simple palabra manuscrita habría aumentado en mucho su valor.
            José Luis Cano quiso ser el Eckermann del Goethe de Velintonia. Subrayo algunas frases: “Me asombra que hombres tan inteligentes como Laín, Aranguren y Marías crean en un Dios providente y todopoderoso, compatible con la tremenda crueldad de la existencia y el azar injusto que rige el mundo”, afirma Aleixandre. Y Cano responde: “Quizá Dios prefirió suicidarse antes de hacerse cargo de un mundo que había creado en un momento de irresponsabilidad”.


Domingo, 27 de enero
HAIKUS DE INVIERNO

Los dos muy solos, / ancho y ajeno el mundo / en torno nuestro.
            Ya no recuerdo / si alguna vez te quise /ni si te quiero.
            Ni Dios lo sabe. / ¿Hizo bien o hizo mal / cuando hizo el mundo?
            La lluvia insiste / tras la puerta de casa, / muerta de frío.


Lunes, 28 de enero,
ME ENTERO DE TODO

Soy un hipócrita. Mucha mala conciencia por andar chismorreando en la tertulia con las morbosas desventuras sentimentales de un amigo, aireadas en las redes sociales, y hoy llamo a Xuan Bello, que seguro que está al tanto de todo, para enterarme de los detalles. Es como The Dreamers, la pelicula de Bertolucci, que a mí me gustó tanto cuando la vi por primera vez, pero sin Cinémathèque, sin correrías por el Louvre, sin americanos en París.
            Las fantasías eróticas, cuando dejan de ser fantasías, a menudo dejan también de tener gracia.


Martes, 29 de enero
MI BIBLIOTECA

Mi biblioteca, como mi calle o la ciudad en que vivo, solo muy parcialmente es de mi propiedad. Mi biblioteca no son solo esos pocos miles de libros que llenan mi casa, disciplinados alfabéticamente en algunas habitaciones o amontonándose sin orden en cualquier rincón.
            Mi primera biblioteca, la mítica Biblioteca de Alejandría en mi memoria, fue la biblioteca Bances Candamo de Avilés. Por aquel entonces, hablo de 1963 o 1964, había que pedir los libros en préstamo rellenando una ficha y a través de la ventanilla. Solo se podía sacar uno al día y yo dejaba para los fines de semana los libros más extensos y recuerdo bien la angustia de los largos puentes o el cierre durante la Semana Santa.
            En casa no había más libros que los que yo podía comprar con mis pocos ahorros. Qué emoción cuando me dejaron pasar por primera vez al depósito de libros. Allí, en una estantería, estaba todo Galdós: comencé por una punta y acabé por la otra. Mis primeras lecturas literarias fueron los autores del 98, los narradores del XIX y los poetas del 27.
            Nunca he sido un coleccionista de libros, nunca me han interesado las primeras ediciones si había una segunda, tercera o cuarta más accesible y mejor. Detesto las ediciones de bibliófilo, los ilegibles libros antiguos que hay que hojear con guantes y, muy especialmente, los caros libros de artista.
            Los libros, para mí, son una máquina de leer, la más eficaz que se haya inventado nunca. Más que los libros, solo un continente, me interesan las obras que contienen. Prefiero leer en papel, sobre todo la lectura placentera, y si es poesía leer fuera de casa, en una de mis cafeterías habituales.
            Vaya donde vaya llevo mi biblioteca conmigo, aunque no lleve ningún libro. Llamo mi biblioteca a los lugares en que puedo encontrar libros de mi gusto y a los rincones en que puedo sentarme tranquilamente a leerlos.
            Mi biblioteca italiana, mi casa en Italia, por citar un ejemplo, son las librerías Feltrinelli, la de Torre Argentina en Roma, la del corso Cavour en Palermo, la de Piazza dei Martiri, en Nápoles, con sus cafeterías donde leer sin prisa la obra que acabo de encontrar en uno de sus estantes. ¿Y no es mi casa, uno de los mejores rincones de mi biblioteca, aquella mesa de la cafetería de Barnes & Noble que da sobre la arboleda de Union Square?
            A dos pasos de mi calle Murillo, tengo la biblioteca del Campus del Milán, donde trabajo. A menudo necesito un libro que sé que tengo, pero que no está en su sitio, así que en lugar de perder tiempo buscándolo paso por la biblioteca universitaria y me lo entregan a los pocos minutos. ¿Cómo no la voy a considerar mi biblioteca?
            Todos los días necesito hojear libros nuevos. Unos me los trae el correo a domicilio, otros a la redacción de la revista que dirijo, pero donde encuentro los más interesantes es en la mesa de novedades de la librería Cervantes, al lado mismo de uno de mis rincones de lectura favorito, la cafetería Los Porches, en el centro comercial de Las Salesas.
            Nunca entendí la queja de quienes se lamentan de los muchos libros que se publican y que ni en varias vidas tendrán ocasión de leer. A mí esa queja me resulta tan incomprensible como la de quien, en el bien surtido mercado de cualquier ciudad, se lamenta de las muchas cosas que no tendrá ocasión de comer.
            Como vengo de un tiempo de escasez, la abundancia de la oferta siempre me llena de felicidad. Cada día necesito hojear al menos media docena de libros, nuevos o viejos (pero nuevos para mí), entre los que encontrar el que voy a leer ese día. A menudo por la mañana no sé el libro que leeré por la tarde, aún no ha llegado a mis manos.      
            Como lector, voy de sorpresa en sorpresa. Y estoy lleno de gratitud por las docenas y docenas de profesionales –editores, libreros, bibliotecarios– que trabajan incansables para que el caprichoso e insaciable lector que yo soy siempre que entra en una librería o en una biblioteca encuentre un motivo de felicidad.
           

Miércoles, 30 de enero
CON LA PIEDRA EN LA MANO

Una inexplicable infección vírica en el Bioterio de la Universidad de Oviedo obligó a sacrificio inmediato de cinco mil ratones, modificados genéticamente a lo largo de más de veinte años. Eran la base de las investigaciones de Carlos López Otín sobre el cáncer.
            Coincide ese hecho con una campaña anónima de desprestigio del científico, el más reconocido internacionalmente, de quien se hablaba como próximo premio Nobel.
            La retirada de varios artículos científicos de la revista Journal of Biological Chamistry, al parecer por pequeños problemas formales, es el golpe final. López Otín pide la baja –la primera en toda su vida laboral– y se aleja de Oviedo. Hasta este momento era el investigador más premiado y apreciado de esta Universidad. Cada poco, la prensa informaba de sus nuevos éxitos. Mala cosa. Ya Cernuda habló de “la furia de hombre ibero / que acecha lo cimero / con la piedra en la mano”.
            Si esto fuera una novela negra, López Otín contrataría a un detective para que averiguara quién o quiénes le han puesto en el punto de mira. Alguien de su entorno científico más cercano, seguramente; quizá alguien con quien tomaba café todas las mañanas.